Leonor en el nuevo mundo. Fin de la primera parte

Nuestros amigos pisan tierra cubana y el clima y la humedad no pasan desapercibidas. Nuevos personajes y anuncio de la segunda temporada... y una sorpresa final

La hacienda de Doña Carlota distaba unas diez leguas de La Habana. Llegaron al anochecer, pues las carretas habían de rodar a ritmo lento para no poner en riesgo a las enfermas que transportaban. Javier y Ricardo se adelantaron y los carreteros detuvieron la marcha.

Un grupo de hombres transportaban grandes brazadas de caña de azucar. De cerca pudieron comprobar que eran negros, sin duda esclavos de la hacienda. Hicieron pie a tierra y preguntaron por doña Carlota a un viejo sirviente español que salió a recibirlos.

  • ¿A quién debo anunciar? - preguntó cortesmente

  • Soy Javier, el hijo de su prima Esperanza. Acabamos de llegar de España - se presentó.

Recorrieron un patio muy cuidado, con flores tropicales y palmeras alineadas y llegaron a la casa, que era de hecho una mansión.

La señora les recibió con gran ceremonia. Era una mujer grande, con bastantes carnes de más y un ceño algo duro, sobre unos ojos negros que parecían esconder un brillo maligno, que en algún momento relucía, sin duda en las pocas ocasiones que la dama perdía el estricto control de su expresión. Era comedida y sus gestos denotaban autoridad. Ricardo se estremecía de placer al oír su voz. Aquella sí que podría ser una severa tutora que le haría comportarse con respeto y obediencia absolutas.

  • Llevamos una vida sencilla, Javier. Ahora turbados por ese absurdo levantamiento de cuatro resentidos arruinados que quieren independizarse de España. ¿Se habrá visto mayor dislate? Cuba es tan española como Bilbao o Barcelona... Bueno, quizás no es el mejor ejemplo, pero española en suma y eso no lo va a cambiar nadie. Se han envalentonado al ver que la reina huía y pensaban que el nuevo gobierno negociaría.. ¡Ja! Negociar. ¡No se negocia! ¡Se fusila!

Javier y Ricardo se hacían los sordos para no contestarle a la señora como se merecía. Necesitaban de su amparo.

  • Carlota..- empezó Javier.

  • Llámame tía, querido - concedió graciosamente la dama.

  • Er, tía Carlota. Tenemos un grave problema. Nuestra intención era llegar a la hacienda de un amigo cuya hija nos acompaña. Está en oriente. Con esta revuelta no nos atrevemos a seguir viaje

  • Podéis refugiaros en mi casa, Javier. Sabes que yo tenía un gran afecto por tu madre.

  • Pero hay otro problema. Es que... Bien, rescatamos a unas religiosas de una misión dominicana a las que unos negros fugitivos habían , bueno, las habían...

  • ¡Acaba, muchacho! ¿Que les habían hecho los negros? - la señora tuvo que sorber porque la baba parecía a punto de caerle.

  • Las habían violentado, abusado de ellas. Las dejaron por muertas en una playa y nuestro barco las rescató. Como ha estallado esta revuelta, nos da miedo dejarlas en cualquier hospital. Nos preocupa lo que puedan hacerles los rebeldes, especialmente esos negros sublevados que luchan en el bando de los secesionistas - dijo poniendo cara de asco con un gran esfuerzo de dramatización.

  • Ah! Aquí podéis quedaros todos con tranquilidad absoluta. Tengo mi pequeño somatén bien armado y no hay negro que nos rechiste.

  • Muy bien, aquí os cuidaremos a todos, tenlo por s..

Unas voces destempladas interrumpieron a doña Carlota.

  • ¡Madre! ¡Madre! ¿Dónde se ha metido esa perra? ¡Caléndula! ¡Sal si estás escondida! ¡Será mucho peor para ti si no obedeces!

Un hombre de la edad de Ricardo y Javier irrumpió en el salón. De inmediato comprendió que se había puesto en evidencia con sus gritos. Miró a su madre con temor y ésta le recibió con un gesto de una dureza inesperada. Ricardo se estremeció al verlo. ¡Una mujer como aquella era lo que él necesitaba...!

  • Perdone usted, madre - se excuso el recién llegado - No sabía...

  • Saluda a tu primo Javier. Acaba de llegar de España - ordenó seca la viuda.

Se saludaron con frialdad. Era un tipo muy delgado, como Ricardo, pero con cierto aire enfermizo, largo cabello rubio y profundas ojeras. Vestía traje de montar y sostenía una fusta en su mano izquierda

  • ¿Buscaba usted a su perra, no? - preguntó Ricardo inocentemente.

Dudó él al contestar y fue su madre quien lo hizo

  • Sí. Tiene una perrita de caza, una beagle. Es un poco traviesa. Seguro que te ha mordido algún pantalón ¿No es así?

  • SI, madre. Es muy ..movida, ya lo sabe. Tengo que corregirla.

Pusieron al muchacho en antecedentes del motivo de la visita y se mostró extrañamente interesado por las mujeres que iban a traer. Pareció también que salivara de gusto, como su madre, cuando le hablaron de las violaciones y los abusos cometidos en las pobrecitas monjas.

Con gran cuidado, los criados de doña Carlota, todos blancos, y sus sirvientas, todas negras, trasladaron a Leonor y sus amigas a unos aposentos  comunes, pero muy amplios y cómodos.

Leonor ya se había recuperado en parte, aunque no podía caminar de momento. Jazmín caminaba con normalidad, pero su estado psicológico era preocupante, muda y carente de expresión, no comía y apenas bebía algunos sorbos de agua. Mercedes y Beatriz no habían recuperado la conciencia apenas en las últimas horas, pero tampoco parecían haber empeorado.

Esther fue instalada junto con Rosita en una estancia más pequeña y contigua. Así podrían cuidar de las enfermas. Rosita fue presentada como la asistenta de Esther, lo que le permitió al fin librarse del hábito monjil.

Cloé y Basilé fueron enviados al cobertizo de los esclavos. De nada valieron las protestas de Esther, a quien Javier hizo callar con un ademán.

Cenaron algo y se fueron a dormir. Rosita no podía conciliar el sueño. Acudió a l cuarto de las convalecientes. Todas dormían, pero Leonor daba vueltas en la cama y Jazmín se despertó de golpe gimiendo de terror. Rosita la acunó hasta que volvió a dormirse. Estaba muy preocupada por Leonor y sobre todo por Jazmín, pero algo en la hacienda le resultaba extraño y amenazador. Doña Carlota la intimidaba y su hijo, José, le resultaba espeluznante, como un fantasma o un vampiro. Su instinto la engañaba pocas veces.

  • ¿Duermes, Rosita? - Preguntó Esther desde su cama.

  • No puedo. Me voy a vestir y a caminar un poco por el jardín

  • Espera. Ayúdame y te acompaño.

Rosita colocó la sila de ruedas en posición y Esther se puso una bata por encima y se montó en su vehículo. Comprobaron que las otras dormían tranquilas y salieron al jardín. Por suerte la hacienda era un edificio de planta y una altura, por lo que las habían alojado en habitaciones de los bajos para facilitar la deambulación a Esther.

La noche era calurosa y había un gran silencio, roto por el croar de alguna rana. Empujando la silla de su amiga, Rosita se dirigió hacia la parte más alejada de la casa, en los límites del extenso jardín. Oyó una voz y se detuvo. Era un susurro, una cantinela, como un exorcismo pronunciado en voz baja pero crispada por la rabia.

Venía de algún lugar detrás de la hacienda, fuera de los límites que marcaba una verja cerrada que rodeaba la mansión .

  • Pasa algo ahí fuera, Esther

-¿No podemos salir? - preguntó ésta

  • Tú no podrás, pero yo no me quedo sin saber qué pasa . Luego te cuento.

Y dicho y hecho, Rosita se enrrolló la falda a la cintura, trepó a lo alto de la verja, unos dos metros, y pasó las piernas al otro lado con la agilidad de una mona.

Hizo un gesto de silencio a Esther, que la miraba con envidia de sus habilidades motrices.

Siguió el murmullo de la voz dando la vuelta a la parte delantera de la casa. Había más abajo un pequeño parterre rodeado de árboles y era de allí de donde procedía la voz.

Caminó encorvada para ocultarse de la vista de quien estuviera dentro. Por fin pudo atisbar entre el ramaje y se quedó atónita.

Una muchacha joven, muy bien formada, lo que era evidente por su casi completa desnudez, permanecía sumergida en una especie de pequeña charca, sus piernas hasta las ingles, hundidas en el agua. La muchacha estaba atada. Unas cuerdas sujetaban sus brazos a la espalda y una correa sostenía una gruesa bola de madera entre los dientes de la chica.

Observó sus rasgos y el color de su pelo. Era una asiática!

Quizás filipina o china, no lo podía precisar, pero era bellísima. Rosita la miró con deseo. A pesar de su amor por Leonor, ella era también sensible a la belleza de otras mujeres y, últimamente, de algunos hombres.

Obviamente, la voz que estaba oyendo no era la de la amordazada muchacha. No, era una voz de hombre, ronca por la excitación. No podía verlo, ya que estaba fuera del haz de luz del fanal que iluminaba directamente a la chica .

  • Has estado tocándote otra vez, putilla - Acusó la voz - Y mira que te lo había advertido. Esta vez no te libras del castigo.

La chica negó con la cabeza y finos hilos de babas salieron despedidos de su boca yendo a regar sus hermosos senos. La silueta de un hombre se interpuso entre la penitente y Rosita. Era sin duda José, el hijo de doña Carlota.

  • Ya te había dicho que serías castigada. Pero no voy a cansarme azotando tu gordo culo de viciosa. Mis amigas lo van a hacer por mi. Sí, ya se que no soportas los bichos, pero éstas son muy buenas chicas. No te vas a enfermar. Sólo se van a dar un festín con tu sangre y esos flujos vaginales que no consigues contener.

Se oyó un grito ahogado por la mordaza y la muchacha se agitó desesperadamente. Sin duda tenía las piernas sujetas al fondo de la charca, ya que no consiguió sacarlas del agua ni un milímetro.

  • Es por tu bien, cariño - la consoló cínicamente el canalla - Las chinitas sois muy ardientes, pero tú vas a aprender que sólo te puedes tocar cuando yo te lo mando. Vamos, chicas. Dadle su merecido.

Rosita vio que el sujeto llevaba una especie de cantimplora que sumergió en las aguas. Luego se apartó hasta quedar de nuevo fuera de la zona iluminada.

Rosita observaba sin acabar de comprender lo que estaba ocurriendo. La chica seguía agitándose y mirando con horror en dirección a las aguas de la charca. Las dudas asaltaron a Rosita. ¿Debía intervenir ya? Aquel tipo le había dado mala espina desde que lo conoció hacía unas horas. Ya había visto algo muy enfermizo en él. Pero no tenía claro si aquello era uno de esos juegos, como los que tanto excitaban a Leonor, o si realmente la muchacha estaba siendo castigada contra su voluntad.

La cosa se alargaba. La muchacha ya no intentaba escapar, pero había momentos en que hacía gestos de desesperación, como si algo estuviera trepando por sus piernas sumergidas.

  • Creo que ya has aprendido la lección, Caléndula. Eres muy rebelde, pero yo sé cómo tratarte. ¿Estás agradecida porque te corrija? Vamos, demuéstramelo.

Rosita no veía bien y cambió de posición hasta ponerse en perpendicular a la pareja. Así vio cómo José le retiraba la bola de madera, que cayó al agua junto con una cantidad importante de saliva. La muchacha boqueó e hizo algunos movimientos con las mandíbulas, que se le habían desencajado un poco. Pero apenas tuvo tiempo de reajustar sus quijadas, ya que José se bajó con presteza el pantalón y le puso su pene, largo y erecto, ante las narices.

  • Chupa, golfilla. Y hazlo bien o las sanguijuelas se te van a meter hasta el fondo del coño.

  • Por favor, por favor. Suéltame y te la mamaré como a ti te gusta - suplicó la muchacha con una voz muy aguda y un acento que Rosita no pudo reconocer.

"¡Sanguijelas! Menudo hijo de puta...Si Leonor pudiera ver esto, se pondría a cien" pensó la espía, notando que a ella también empezaba a correrle la humedad por los muslos, ya que no llevaba calzón ni cosa parecida para cubrir sus vergüenzas.

La verga de José entró fácilmente en la boca, como res que regresa a su establo. Era un camino bien conocido al parecer. El hombre canturreaba algo mientras la chica se esforzaba con fuertes movimientos de cabeza. Después de unos instantes consiguió que saliera de su boca y se aplicó a dar largos y rápidos lametones con su pequeña lengua en toda la extensión del escroto y el tallo de la verga. Luego la hizo vibrar sobre la punta del glande, que se cimbreaba a cada lametón. El hombre dejó de cantar. Estaba a punto de explotar. Metió la polla bien a fondo, sin duda hasta la garganta, ya que la pequeña oriental no era precisamente una mujer de grandes dimensiones. Pero para sorpresa de Rosita, no se produjo ninguna arcada, ni siquiera retrocedió al recibir el pollazo en todo lo alto de su campanilla y más allá. "Esta chica está adiestrada. No sé si contra su voluntad, pero es una maestra del sexo" se dijo Rosita pasándose los dedos por su raja desprotegida y comprobando que lubricaba como un torrente.

Tras dos minutos largos, el pene salió ya flácido y pringado de la boca de Caléndula, que tosió desesperadamente y tomó aire hasta casi hacer explotar sus pulmones.

  • Bien, reconozco que eres buena en esto, Caléndula. Sabes vaciarle la bolsa a un hombre.

  • Por favor, suéltame ya - dijo la chica asqueada - esos bichos están por todas partes. ¡No lo soporto más!

  • No va a ser tan fácil...

  • ¡¡Me lo prometiste!! ¡Amo!¡Me lo habías prometido!....

  • Sí. Te dije que te iba a soltar. Mira, voy a aflojar los nudos - contestó mientras se situaba tras ella y manipulaba las sogas -ahora, con un pequeño esfuerzo, estarás libre.

  • ¡No, no, no!¡Suéltame tú, por compasión!¡No puedes hacerme esto!¡Están entrando en mi parte privada!

Eso de la "parte privada" le hizo gracia a Rosita. Aquella chica hablaba con acento extraño y decía cosas bien curiosas.

  • No es posible. Debes liberarte tú. Cuando lo consigas, quítate esos bichos de encima...bueno de debajo, jajaja! Y ven a dormir. Te dejo abierta esa puierta y tu cajita a los pies de mi cama. Adiós perrita - Y le dio un rápido beso en la frente, como se haría con una mascota - Me llevo el fanal, no vaya a tropezar...

El hombre salió del parterre por el lado opuesto del que se ocultaba Rosita. Una puerta se abrió en la fachada de la hacienda y la luz parpadeó antes de desaparecer. La oscuridad era absoluta. Curiosamente Caléndula no pidió socorro. Seguramente eso hubiera enfurecido más a su amo y señor.

Rosita se acercó en silencio y se situó detrás de la prisionera.

  • No grites. Estate quieta un momento...

Cinco minutos después Rosita llevaba a Caléndula, cubierta con una especie de manta que había en el suelo, hasta el interior de la casa. Buscó la salida delantera y volvió al jardín principal, donde Esther empezaba a preocuparse de verdad.

  • ¿Qué has hecho? ¿Quién es esa chica?

  • Una pobrecilla desamparada, vamos a la habitación... - ordenó Rosita

En su pequeño cuarto tendieron a Caléndula en la cama y Rosita la hizo abrir sus pequeños muslos y mostrar lo que estaba pasando entre ellos.

  • Son sanguijuelas, Esther - explicó Rosita - Le he quitado tres o cuatro pero no me atrevo a seguir porque al arrancarlas sangra mucho y le duele.

  • Por favor, quitadlas ya. Me muero de asco.- suplicó Caléndula en un susurro

  • Yo sé como hacerlo, pero necesito sal - informó Esther.

  • Voy a la cocina. aguanta un poco, muchacha -

Rosita volvió con sal y aceite de coco y se lo dio a su amiga. Ésta empezó a espolvorear cloruro sódico sobre los pequeños parásitos. Las bestezuelas se retorcieron desesperadamente y salieron reptando, porque no podían hacerlo pitando, claro está. Rosita las iba atrapando y estrujando entre sus dedos con un rictus de vengativa crueldad.

La vulva de la muchacha estaba invadida por cinco o seis hematófagos, que parecían disfrutar de la sangre y los fluidos que se concentraban allí.

Esther se estaba esmerando en su labor. Después de extirpar cada pequeño gusanito, embadurnaba de aceite las diminutas mordeduras. Caléndula la miraba con agradecimiento; Pronto, algunas indiscretas humedades que resbalaban entre los pequeños labios mayores de la muchacha, hicieron ver a Esther que sus caricias estaban resultando alguna cosa más que terapéuticas.

Rosita también lo advirtió y se acercó a acariciar el rostro de Caléndula. La miró con profunda curiosidad y deseo cada vez menos disimulado. La muchacha oriental entreabrió los labios y entornó los ojos y Rosita, sin más prolegómenos, la obsequió con un morreo fastuoso en el que no faltaron lengua, saliva ni dientes combatiendo con los de la otra joven.

Esther miraba embobada sin parar de frotar la entrepierna con el aceite. Pronto vio que aquello hacía derretirse a Caléndula, que abría más los muslos y casi intentaba atrapar con la vagina sus dedos. Su mano temblorosa se atrevió a iniciar un masaje firme y rítmico como el que ella misma se procuraba tan a menudo. Sabía cómo convocar al placer y estaba aplicando su ciencia para el bien de la otra muchacha.

Rosita se desnudó por completo y apartó los dedos de Esther para sustituirlos por su propia boca, que se estremecía de deseo de hundirse en las ingles de la exótica joven. Caléndula se sentía morir, culeaba y se retorcía presa de una excitación irrefrenable. Sin embargo, la situación se alargaba y no llegaba el orgasmo liberador. Rosita ofreció su sexo a las caricias de Esther, que ya había perdido todo pudor y jadeaba de gusto como las otras dos, a pesar de ir vestida por completo y permanecer en su silla. Así que sus dos manos se afanaron a pellizcar, amasar, penetrar y hacer vibrar los labios menores, los mayores, la grieta y el grueso botón del placer de su amiga, que seguía devorando con avidez carnívora la vulva de Caléndula.

Rosita se corrió jadeando y Esther empezó también a masturbarse, consiguiendo un agradable orgasmo en cuestión de pocos minutos. Sólo la asiática parecía seguir acumulando excitación sin llegar a disfrutar de la liberación de una buena corrida.

De pronto pareció asustarse, apartó a Rosita y salió corriendo de la habitación.

  • ¿Qué le pasa?

  • La espera su amo. A ver si él es capaz de hacerla llegar al éxtasis...

  • Yo creo que esa chica está en éxtasis siempre - observó Esther -¿No viste la cara que ponía cuando le quitábamos las sanguijuelas?

  • Bueno, que te quiten esos bichos es un placer para cualquiera - dijo Rosita con una sonrisa mientras se ponía su falda y su blusón.

Leonor estaba algo recuperada. Aunque le dolían todos los agujeros de su cuerpo, en cuanto pudo dormir y comer algo, se sintió mucho mejor. Y para sorpresa de Javier, se presentó en su alcoba a medianoche .

  • ¡Leonor! ¿Qué haces aquí? No querrás...

  • No,no. Sólo quería estar contigo. No sé qué hacen Rosita y Esther, que no están en su cuarto.

  • Ven, acuéstate conmigo... ¡Como nos vea la tía Carlota! ¡Vaya monja que estás hecha.

Leonor vino a refugiarse entre los brazos de su hombre preferido. Sólo llevaba puesta una escueta camisa de dormir y sus senos se marcaban sobre la tela provocativos. Pronto su mano asió el pajarito de Javier, como si no pudiera perder la costumbre.

  • ¡Coño, Leonor! ¿Qué haces? No tendrás ganas de fiesta después de lo que has pasado en ese barco...

  • No quiero que uses mis agujeros de abajo. Están muy irritados y me escuecen, pero si quieres que te haga una mamada...

  • No hace falta, cariño. Ven, dame un beso.

  • No, eso no. Hasta que no me desinfecte la boca, no quiero que me beséis ni tú ni Rosita. No te imaginas lo que me han metido ahí dentro.. Bueno, demasiado te lo puedes imaginar,claro.

  • Hubiera hundido el barco con todos dentro, pero el capitán del Duncan y Rosita lo impidieron.

  • Te he de contar una cosa - dijo Leonor sin dejar de masajear los testículos de su amante para mantener viva su atención - Rosita bajo al camarote a liberarnos y , cuando vio cómo estábamos, cogió una navaja de afeitar y subió de nuevo al camarote del capitán.

  • ¡Ay! ¿Le ha rebanado el pescuezo? - se alarmó Javier. Una cosa era hundir el barco y enviar al fondo del mar a toda la tripulación y otra matar al capitán y dejar vivos a los demás.

  • No, matarlo no, pero algo le cortó, porque luego oí a Esther que le decía "¿qué llevas ahí? ¿Qué has hecho, animal?"

  • Peor aún si lo ha castrado. Pero que salvaje es... Oye ¿Sigue en pie eso de la mamada? Me estás poniendo caliente, caliente...

Esther estaba muy, muy caliente después del encuentro con Caléndula. Rosita había ido a ver cómo seguían Leonor y las demás y ella decidió hacer una visita a Ricardo.

Llamó a la puerta de su cuarto y oyó la voz adormilada de Ricardo.

  • ¿Sí? ¿Qué quieren?

  • Soy Esther, abre - ordenó en un susurro

  • Ricardo salió en camisa a abrir la puerta

  • Esther ¿Pasa algo?

  • Ayúdame, Ricardo. Vamos a tu cama.

  • Pero esto es peligroso, amor. Si nos pillan...

  • Yo no soy monja, ni tu fraile, así que me importa un pito que nos pillen.

En la cama, Esther desnudó a su amante apresuradamente y lo puso entre sus piernas bien abiertas para que la lamiera de arriba a abajo

En su alcoba, la tía Carlota tampoco dormía. Algo tenía la mansión que provocaba insomnio a todos los que la habitaban. En aquel momento se dirigía a lo que ella llamaba su “gabinete”, una especie de despacho que no era lo que aparentaba. Un hombre grande y fuerte como un oso y sólo un poco menos peludo que uno de ellos, la aguardaba al pie de la escalera.

  • Bautista, ¿has visto a mi hijo?

  • Sí, ama. Ha subido hace rato. Hace un momento lo ha hecho también su mascota.

  • Esa pequeña perrita... Bien, que se distraiga. Sígueme.

Subieron hasta el despacho de la dueña de la casa y ella se sentó en un gran sillón tras una mesa grande de madera sin pulir.

  • Baja al dormitorio de las mujeres esas. Comprueba que duermen todas. Haz beber esto a la más gorda, la de las mamas grandes.

  • ¿Cuál de las dos?

  • Vaya, veo que te fijas. A la rubia. Dile que es un medicamento para descansar. Luego, cuando se duerma, súbela aquí y prepárala desnuda sobre esta mesa. Sujétale las muñecas y los tobillos por si acaso. Ah, una cosa más. Antes llama a don José. Que venga también aquí.

La señora se quedó sola y se dirigió hacia una puerta disimiulada en la pared, la abrió y tomó una bata muy abierta y vaporosa. En un instante, se cambió, quedando completamente desnuda bajo la bata y dejó su ropa muy bien ordenada. Se puso unas zapatillas cómodas de estar por casa, granates y abiertas por detrás.

La puerta se abrió en ese momento y el hijo de doña Carlota compareció con cara de sueño.

  • ¿Que pasa, madre? Estaba durmiendo ya...

  • Tengo una sorpresa para ti. Siéntate. ¿Has dejado a buen recaudo a tu perrita?

  • Sí, sí, madre. Está encadenada en su caja, a los pies de mi cama.

El joven se sentó. Llevaba puesto un batín de seda sobre su camisa de dormir y no llevaba zapatos.

  • Me parece que esa perrita tuya ha vuelto a escaparse...

  • Lo siento, madre. Es muy díscola, parece que quiera ser castigada...

  • Sí, lo mismo que tú. Te advertí que si no cuidabas de tus cosas ibas a recibir una sanción.

  • Pero, yo no tengo la culpa de..

  • ¡Silencio, insolente! ¿Te atreves a replicar a tu madre? Ven aquí

  • Madre, por favor. Ya le he dicho que no estoy dispuesto..

La señora se levanto con una velocidad sorprendente y arreó una bofetada bien sonora a su hijo. Éste contrajo su cara dolorida y se frotó la mejilla.

  • Ahora, descálzame.

Obediente, el muchacho se arrodilló y tomó uno de los pies de su madre. Le quitó la zapatilla y se la ofreció humildemente.

La mujer se sentó de nuevo y puso a su hijo sobre sus rodillas. Levantó las prendas y descubrió las delgadas y duras nalgas de José.

  • Mientras te doy tu merecido te voy a contar una cosa. Plas!! - el primer zapatillazo sonó como un trueno en la noche silenciosa.

  • Esas chicas que ha traído el tal Javier...Plas!!!

  • Ay!!!. madre, por favor...

  • Oye y calla, plas!!!!!

  • Esas chicas no son monjas. Ya me han llegado noticias de la ciudad. Plas!!!!!Plas!!!! -viajaban en una corbeta. La han encontrado anclada a la entrada del puerto. Plas!!!

  • ¿Abandonada?

  • No. La han encontrado llena de marineros dormidos. Plas!!!! Y el capitán estaba desnudo, abrazado al contramaestre. Tenía sus genitales encajados en el culo del otro.

  • ¡Qué vergüenza!  Plas!!!! Ay!!!

  • Sí, unos invertidos. Estan detenidos y los van a juzgar. Consejo de guerra. Por actos deshonestos. ¡Un oficial! ¡Plas!!!!! y el suboficial de a bordo. ¡Así los ahorquen! Plas!!! Plas!!! Plas!!!

  • Ay!!!pare madre, que yo no era uno de ellos.

  • Está bien vístete. Ahora llega tu sorpresa...

La puerta se abrió y Bautista entró cargado con un bulto rollizo y gimoteante.

  • ¿Que? - se asombró José

  • Es una de esas putas. Las están buscando ya. Pero no las voy a entregar a las autoridades.

  • ¿No? - se extrañó el hijo, que ya miraba con lascivia el desnudo e inerte inerte de Jazmín, tendido sobre la mesa y con brazos y piernas extendidos en equis y bien sujetos.

  • No. Se van a quedar aquí. En el Círculo echamos a faltar jóvenes blancos y mujeres también. Estamos hartos de esas negras lloronas y complacientes. Domar a estas potras será un placer divino. Venga, juega un rato con ella, pero cuidado que está muy deteriorada.

  • ¿Me deja usted las zapatillas, madre?

  • ¡Venga, toma! Soy demasiado buena contigo. Si las vas a chupar y a ponérselas a esa zorra, luego las dejas a lavar.

  • Claro que sí, madre.

  • Bautista, ven conmigo. Esta noche estoy desvelada. A ver si me ayudas a dormir.

  • Claro, señora - contestó el criado imperturbable. No era ninguna novedad que doña Carlota necesitara un buen meneo para conciliar el sueño

LLegamos al final de la primera parte de las peripecias de Leonor. La llegada a América marca un punto y aparte. Será necesario recapitular para que la saga pueda continuar. Os doy las gracias a tod@s l@s que habéis escrito, comentado, puntuado o, símplemente, leído algunos capítulos.

Poco a poco, las colaboraciones de tod@s l@s amig@s de TodoRelatos se han ido incrustando en la historia y se han incorporado al argumento en forma de sugerencias, puntualizaciones o perfiles personales.

No los cito aquí por discreción, pero tod@s ell@s saben que les estoy enormemente agradecido.

He pensado haceros un pequeño regalo a todos los que me habéis ayudado y a los que a partir de ahora me escribáis.

Estoy preparando un documento PDF con el relato completo de Leonor revisado y un montón de ilustraciones de mi colección, no mías, no tengo tanto tiempo ni tanto talento, sino de los mejores ilustradores eróticos del mundo.

Espero enviároslas a todos l@s amig@s y a L@s que a partir de ahora me escribáis para comentar los relatos.

Un gran abrazo a todos