Leonor en América. Capítulo segundo
Leonor y Rosita han caído en manos del Círculo Vicioso de La Habana y van a vivir fuertes y excitantes experiencias. Aparecen nuevos personajes, incluída una inquietante Majá de Santa María, que tendréis que leer el relato para saber lo que es.
CAPÍTULO 2
En la sala de exhibiciones, amplia y bien iluminada, los espectadores se sentaron cómodamente en sus sillones. Dos sirvientes trajeron algunos bancos bajos que colocaron junto a cada sillón.
Discretamente, un grupo de doce mujeres cubiertas con livianas túnicas de seda vino a sentarse al lado de los espectadores. Las damas que habían asistido al suplicio de Leonor y Rosita se habían ausentado, empezando por doña Carlota, que parecía tener prisa por marchar.
Las recién llegadas eran, casi en su totalidad, de piel negra o tostada y facciones africanas, excepto dos blancas que parecían claramente europeas. Todas ellas se sentaron en los banquitos bajos y procedieron a abrir con dedos expertos las braguetas de lo espectadores, extraer sus miembros y acariciarlos con suavidad.
Tatiana se estaba desnudando enérgicamente, casi arrancándose las prendas de ropa. Unos potentes brazos emergieron de la blusa llena de blondas y dos macizas piernas aparecieron al quitarse la falda. La camisa de seda que usaba como ropa interior desvelaba un torso poderoso, con dos pechos medianos y muy escorados a los lados por el empuje de unos pectorales prominentes. Se despojó de las últimas prendas y quedó orgullosamente desnuda ante sus compañeros del Círculo. Su sexo, cuidadosamente depilado, se marcaba entre los muslos de una forma excesiva. De entre dos labios enormes, emergía un apéndice del tamaño de un fresón.
Rosita permanecía impávida en su asiento. Todavía tenía el ano y la vagina ocupados por los diabólicos artefactos del profesor Alejo, aunque ya no le molestaban tanto, una vez desconectados los mecanismos que los hacían vibrar. Miraba desafiante a Tatiana, aunque sentía un gran temor por la suerte de Leonor, que había sido trasladada medio inconsciente al laboratorio de Alejo, para ser sometida quién sabe a qué nuevos tormentos ideados por el malvado ingeniero para excitar su receptivo cuerpo.
Estaba tan desnuda como su oponente y dispuesta a enfrentase a ella en cuanto liberaran sus correas. Sin embargo, Tatiana quería aprovecharse primero de su ventaja. Dio dos pasos hacia ella y extendió las manos, que parecían las de un boxeador, para aprisionar los pezones de Rosita. Los retorció con saña, salivando de sádico placer.
¿Te gusta, corderita? ¿Vas a pedirle a tu dueña que te ordeñe a fondo? ¡Contesta! - gritó enfurecida por la pasividad de su víctima, que aguantaba estoicamente el tremendo dolor que le producían aquellas maniobras.
Suéltame y veremos quién ordeña a quién, vaca del infierno - fue la respuesta que masculló.
Tatiana arreó dos soberbios sopapos a su indefensa rival. Luego giró en redondo y se dirigió al centro del círculo.
- Soltadla - Ordenó secamente.
Dos de los hombres presentes apartaron a sus masajistas sexuales y se acercaron a la silla para aflojar las correas, apartándose de inmediato. La expresión de ferocidad de Rosita hacía pensárselo dos veces antes de acercarse mucho a ella.
Rosita se incorporó y se oyó un “pop” al abandonar los artilugios sus cavidades íntimas. Estiro el cuerpo para desentumecerse y se acercó a Tatiana. Era de su misma estatura, pero la rusa debía pesar quince kilos más que ella. Maciza pero algo obesa. Observó sin embargo, que apenas tenía grasa en las caderas. Sus piernas eran muy fuertes, como las de un hombre bien entrenado y su tronco acumulaba bastante grasa, aunque no en los pechos, que eran de una medida regular, tirando a pequeños en comparación con el tórax de barril de la señora.
Observó su cuello, donde se marcaba una nuez a medio camino entre los dos géneros. Se adivinaban huellas de la navaja de afeitar en el rostro de la forzuda, una sombra de barba.
Rosita no tenía la menor idea de luchar con las manos desnudas. Le faltaba el cuchillo ; Con él, aquella rusa de ojos transparentes y vacíos tendría tantas posibilidades de sobrevivir como una gallina en su gavia. Pero no tenía arma y eso igualaba la contienda, aunque Tatiana parecía convencida de su superioridad absoluta.
De pronto, la mujerona se lanzó sobre Rosita con un grito. La agarró por el cuello y la volteó haciéndola caer. Fue muy rápida, tanto que Rosita no pudo reaccionar. Primera lección, a pesar del sobrepeso, Tatiana era rápida como el rayo. La masa de la vencedora provisional cayó sobre la pobre Rosita, que quedó boca abajo con la otra estrangulándola con un brazo de hierro mientras la inmovilizaba con el cuerpo recostado en su espalda. Rosita sintió los pechos carnosos de Tatiana sobre sus omóplatos y aquel fresón hinchado que tenía por clítoris, entre sus nalgas; aunque la presión del antebrazo de la rusa en su cuello la estaba llevando rápidamente a la asfixia, lo que inhibía cualquier sensación placentera.
Debía pensar rápido. Sintió crecer el clítoris y cómo la vencedora del breve enfrentamiento comenzaba a disfrutar de ella frotándolo contra sus nalgas
Leonor viajaba medio inconsciente en la camilla que Fidelio, el abnegado ayudante del profesor, empujaba por un oscuro pasillo. Oía como muy lejanas las voces de Alejo y su criado.
Señor, le está esperando don José, el hijo de doña Carlota. Ha traído su... mascota
¿Caléndula está aquí? - se detuvo con un acento de interés en la voz el sabio.
Sí, profesor. Están arriba en la sala de espera.
Lleva a la mujer al laboratorio y átala a la mesa grande. Ahora bajo - Anunció Alejo alejándose (Ostras, otra vez..!.Disculpadme, no puedo resistirlo)
Profesor, hay algo más. En el laboratorio tengo a aquel viejín tan raro, el de la barba y las gafas que estuvo aquí hace una semana. También viene acompañado.
¡Vaya! Ya no me acordaba de ese. ¿Viene con una mujer?
Sí, señor.
¿Es hermosa?
Así me lo pareció, aunque no me fijé mucho.
¡Venga, Fidelio! No seas reticente.
Está buenísima, señor, lo reconozco. No es muy alta y está algo delgada para mi gusto, pero se adivina que es puro vicio.
Me lo imaginaba. ¿Sabes si ha llegado una caja grande? Es un encargo que le hice a Pastor.
Sí, hay una caja abajo en la bodega. Pastor dijo que usted la abriría mañana.
Pues manda que la suban al laboratorio. ¡Pero que no se os ocurra abrirla!
Cuántas cosas, señor, esto es un no parar...
No te quejes y a trabajar. ¡Ah! Ponle un lavaje que tengo preparado a la mujer de la camilla. Déjalo fijado y que corra el desinfectante, que esta pobre ha estado con media tripulación del barco y la habrán contagiado lo que no está escrito.
Sí, señor.
Fidelio, le metes la cánula y nada más, que te conozco.
Por supuesto, profesor ¿por quién me toma?
Por el mayor depravado de las Antillas, Fidelio, ya lo sabes.
Lo que diga el señor.
Fidelio se alejó empujando la camilla de Leonor y observando con interés el baile de sus grandes y desnudas tetas al vaivén de sus movimientos.
En el salón de actos (nunca mejor dicho) las mujeres habían pasado a utilizar bocas y lenguas para estimular sexualmente a los asistentes a la confrontación. Algunos se habían incorporado y colocado a las acompañantes en cuatro patas, para realizar sin más preámbulo el acto para el que estaba reservado aquel salón.
Tatiana había cometido un pequeño descuido. Vaya, era normal. Rosita, viéndose perdida, había echado mano de su astucia. Con esfuerzo y paciencia, había basculado la pelvis hasta conseguir que los exóticos genitales de su oponente friccionaran directamente sobre su vulva. No estaba ésta ni húmeda ni congestionada, pero los labios mayores acogieron sin dificultad el fresón del placer, y Tatiana empezó a gozar antes de completar su victoria, lo que iba a resultar muy contraproducente para ella.
Cuando el antebrazo poderoso aflojó su presa, Rosita, sin precipitarse, bajó la barbilla hasta conseguir colocar su boca en posición. Entonces, al tiempo que hacía vibrar su culo de forma muy excitante, clavó sus dientes con furia en la piel del brazo. La sorpresa hizo gritar a Tatiana, que apartó instintivamente su extremidad en un acto reflejo, evitando así que la herida fuera demasiado profunda.
Rosita necesitaba poco para hacer mal a cualquier rival. Con un movimiento rapidísimo bajo y subió la cabeza bruscamente, estrellando el occipucio en la nariz de Tatiana, que lanzó un segundo grito de dolor y frustración. Se llevó las manos a la cara a tiempo de recoger un hilillo de sangre que manaba de su inflamada nariz.
Rosita rodó a un lado, se puso en pie de un salto y lanzó una patada furibunda al flanco de la caída, que gimió indefensa en el suelo.
- ¿Y ahora quién le va a dar placer a quién? - bramó situándose con la piernas abiertas sobre su rival .
Tatiana estaba dolorida y confusa, pero conservaba una buena dosis de mala leche y no se rindió. Olvidando su maltrecha nariz, lanzó sus pies contra los genitales de Rosita, que apenas pudo esquivar la patada. La mano de hierro de la otra apresó su tobillo y derribo a nuestra heroína de nuevo. De un salto se ubico sobre ella aplastándole la cara con sus nalgas. El sexo congestionado de la rusa vino a frotarse contra la boca de su oponente. El intenso olor que exhalaba pareció turbar los sentidos de Rosita. De pronto, sintió la lengua nerviosa y dominante de Tatiana recorrer su raja de arriba a abajo y una corriente eléctrica atravesó su espalda.
Su interés por los machos se había eclipsado al mismo tiempo que se diluía en su sangre el brebaje de mamá Cloé y ahora, aquel jugoso y henchido coño le parecía el mejor de los manjares.
Con un gesto rápido, aprovechando la excitación de Tatiana, la volteó para dejarla debajo de ella, pero lejos de agredirla, ofreció su raja ahora ya humedecida a las caricias de la boca de su rival, mientras ella misma se amorraba con ansia y lamía y chupaba con fruición aquel enorme y sensible clítoris.
José paseaba nerviosamente por la sala, mientras Caléndula permanecía sentada en el suelo como era normativo para ella. La habían cubierto con una blusa vieja y una falda ancha, pero iba completamente desnuda debajo de esas prendas. Su mirada brilló de excitación cuando vio a Alejo aproximarse por el pasillo.
Profesor, buenas tardes - saludó con nerviosismo José
¿Qué tal, amigo mío? Su madre se ha marchado hace un rato...
Lo sé. No importa, ya conoce este tema ella.
¿Se trata de Caléndula?
La aludida miró con arrobo al profesor. José lo advirtió y le dio un puntapié en el muslo
¿Qué te pasa a ti, zorra? ¿Estás contenta de ver a tu adiestrador?
Vamos, José, no sea celoso - recriminó Alejo a su visitante
Es que esta pequeña furcia no escarmienta, profesor. Parece disfrutar de sacarme de quicio.
¿Es eso cierto, Caléndula?
La muchacha ocultó el rostro tras sus brazos plegados sobre las rodillas y no contestó.
Además no consigo que pare de tocarse la muy cochina. Usted me dijo que la había condicionado para que no tuviera orgasmos...
Y así es. Fue una terapia larga y muy desagradable...para ella. Yo la disfruté, lo reconozco.
Pues no sirvió de nada...
Bueno, me dice usted que se toca, pero dudo mucho que se corra. Eso lo tiene totalmente inhibido, se lo garantizo. Precisamente este regalo que le hizo su madre tenía esa gracia especial. Una chica siempre caliente y deseosa de ser tomada por su dueño y que jamás obtiene el supremo placer del orgasmo. Es deliciosamente perverso...
El profesor salivaba de gusto al hablar de aquel tema.
Además ha empezado a insultarme. No obedece, se escapa y hasta se burla de mi. Le aplique las sanguijuelas la otra noche y luego se rio en mi cara.
Bueno, todo esto es muy doloroso, Caléndula. Fidelio. ¿Ya has preparado el lavaje de la señorita Leonor?
Fidelio había aparecido por la puerta del laboratorio vestido con una bata y unos guantes empapados de líquido en la mano.
Está lista, profesor. La he volteado un par de veces para hacer circular el desinfectante.
Muy bien. Llévate a hora a Caléndula, desnúdala y ponla en el cepo. Necesita una dosis de recuerdo.
Caléndula intentó escapar pero Fidelio la atrapó sin dificultad, se la echó al hombro, Caléndula era pequeña y él un auténtico gorila, y desapareció en el laboratorio.
¿Puedo quedarme a presenciar la terapia? - preguntó José ilusionado.
Es mejor que vayas al salón de actos. Verás lo que le están haciendo a esa mulata descarada que ha traído tu madre.
¿Rosita? Vaya, vaya. Eso no me lo pierdo.
Las dos poderosas luchadoras estaban haciendo las paces de la forma más satisfactoria para ellas y excitante para los asistentes y sus asistentas. Ahora, ya todos desnudos, se estaban formando curiosas combinaciones. Una africana de pura estirpe, negra como la noche y dotada de unas grandes y tugentes mamas, acogía sumisamente la verga de un caballero en su vagina, mientras un segundo taladraba su boca sin descanso, exigiéndole que usara la lengua y los grandes y carnosos labios para incrementar su placer. Un anciano desnudo intentaba inutilmente conseguir un poco de volumen y consistencia en su raquítico pene por el procedimiento de frotarlo contra las pendulares tetas de la mujer, aprovechando los vaivenes provocados por el bombeo del individuo que la penetraba furibundo.
Otro sujeto, tendido en el suelo, recibía las atenciones de tres de las mujeres a la vez. Mientras una se empalaba en su verga, una segunda besaba su boca de la forma más viciosa y una tercera lamía su cuerpo lampiño, poniendo énfasis en estimular sus pezones.
Y así podríamos estar todo el capítulo, pero es mejor que nos fijemos en Rosita y Tatiana. El pulso entre las dos seguía, a pesar de que ahora no era violento, sino amoroso. Si antes se disputaban la corona de la brutalidad, ahora porfiaban por proporcionar a la otra un placer más intenso e insoportable. Por segundos, alguna de las dos se rendía a los estímulos y abandonaba sus caricias, pero pronto reaccionaba y recuperaba el ritmo hasta hacer descontrolarse a la otra. Valía aquí todo. Los dedos perforaban anos y vaginas en número de dos o tres, las lenguas se estiraban para penetrar en cada orificio y cada pliegue y los cuerpos cubiertos de sudor se friccionaban con ansia, hora una, hora otra, rodando, arrodillándose y levantando en vilo a la rival para volver a caer en un fantástico totum revolútum.
Caléndula se encogió de miedo cuando vio el lugar en que se encontraba. Si no hubiera estado sujeta al cepo hubiera intentado salir corriendo otra vez. El doctor se acercó a ella y le acarició el pelo con ternura.
Vaya, vaya. La pequeña Caléndula. ¡Qué alegría! ¿Vas a ser buena y obediente, verdad?
Suélteme, por favor - gimoteó la muchacha
No. Sabes que eso es imposible, tesoro - continuó pasando ahora la mano por la espalda desnuda - Tu amo dice que estás empezando a perderle el respeto. Y que te tocas a todas horas. Eso está muy feo - la mano llegó hasta la nalga apenas cubierta por la fina tela del calzón y asestó una palmada en ella.
¡Ay! Pare, me hace daño...
Bien, eso es lo que quiero. Pero hace unos meses te encantaba. Conseguí que te mojaras como una perrita en celo cada vez que te azotaban. ¿Cómo es que ahora no te gusta?
No lo sé. No quiero que me peguen más.
No, no. Pegarte, hay que pegarte. Es tu naturaleza. Pero hay que volver a establecer tus respuestas condicionadas. Restablecer los circuitos. Fidelio, ¿Quieres darme el vibrador mecánico? Vamos a ponerlo aquí, dentro de esta chiquilla traviesa.
- ¡Au! Está frío. - se quejó Caléndula tensando sus nalgas y contrayendo su vagina a medida que el pequeño cilindro la atravesaba lentamente.
- Ahora lo activaré y tendrás calorcito en tu cuevita y unas vibraciones maravillosas. Te vas a divertir. Pero cuidado. Ya sabes que si el aparato detecta que aumenta mucho tu humedad y las paredes se contraen de placer, te enviará una desagradable descarga. Bueno eso ya lo sabes muy bien. Estuvimos tres meses para conseguir controlar esos molestos y placenteros espasmos vaginales. ¿No es verdad. gatita? Pero pronto restableceremos el vínculo. Cuando te regalé a Don José, le comenté que tenías garantía y mantenimiento por un año. ¡jajaja!
El suplicio de Caléndula prometía ser largo y muy cruel para ella. Al cabo de unos minutos ya babeaba de gusto y la primera descarga la pilló desprevenida y le arrancó un sollozo. Debía evitar correrse para eludir el castigo y sabía por experiencia que aquello se iba a prolongar durante más de una hora, como mínimo.
Leonor observaba aterrorizada el martirio de la pequeña oriental bien sujeta a una mesa inclinada a unos 45 grados.. Ella también estaba teniendo su pequeño suplicio personal. Un tubo introducido en su vagina y fijado con dos correas, introducía un líquido bastante irritante en su interior. La sustancia resbalaba por sus muslos y por la mesa y goteaba en el suelo, donde una rejilla evacuaba los residuos hacia alguna fosa séptica. Fidelio había dejado el depósito, de unos cinco litros, delante de la inmovilizada mujer para desesperarla aún más observando la enorme cantidad que aún iba a circular por sus genitales.
Pero Alejo tenía ahora otras ocupaciones y no se detuvo a contemplar a la espectacular Leonor en su irritante suplicio.
En una salita anexa una curiosa pareja esperaba al profesor. Él era un sujeto sesentón, avejentado y con aspecto de poca salud. Caminaba apoyándose en un bastón y lo hacía cojeando ostensiblemente. Sus cabellos eran escasos y su barba, rala. No parecía que fuera a vivir mucho aquel individuo, pero la luz de su mirada indicaba su voluntad firme de aprovechar el poco tiempo que le quedaba al máximo.
Mucho más interés despertó en el profesor la mujer. Era una auténtica monada, aunque bastante menuda. Rubia y con el pelo muy ceñido a su bello cráneo, vestía con un aire provocativo, generoso escote y falda que resaltaba sus delgadas pero armoniosas piernas.
Saludó con desparpajo al profesor y éste le besó la mano con admiración
- Señorita…
- Candy, señor. Todos me llaman así.
A Alejo le llamó la atención el acento de la muchacha. No era caribeña; La cadencia indicaba que no debía hacer mucho que paraba en la isla y procedía, evidentemente, del sur de la península ibérica.
- Es la chica de la que le hablé, Alejo. Una muchacha notable, como pronto podrá observar.
- Sí, claro está. Sin embargo, en este momento tengo dos experimentos en marcha en mi laboratorio y temo que no vamos a poder realizar ahora…
- ¡Oh, vamos! Alejo, no podemos esperar más. Esta joven tiene sus compromisos y ha aceptado acompañarnos hoy a cambio de una paga que ya ha recibido por adelantado. No podemos esperar.
- Bueno, siendo así, le haré sitio. ¡Fidelio, retira las dos jaulas colgantes!
- ¿Está bien iluminado su laboratorio, profesor? – preguntó el viejito.
- Muy bien, don Augusto. No hay ventanas, pero puedo encender todos los fanales,
- Perfecto. Mande a su ayudante que lleve mis maletas allí. Y que traiga a nuestra otra invitada.
Alejo no pareció molestarse por los aires autoritarios del anciano e hizo lo que le pedía.
Fidelio cargó cuatro grandes bultos. Un sirviente negro apareció detrás de él empujando una caja de un metro cúbico aproximadamente.
Se dirigieron todos hacia el laboratorio. Nadie pareció asombrarse a la vista de la pequeña Caléndula, que en ese momento lanzaba pequeños gritos, provocados por una descarga que castigaba cruelmente su excesiva excitación. El viejo señor prestó alguna atención a Leonor, acercándose a observar sus erguidas tetas, estiradas por la tensión de los brazos sujetos a la mesa. Con un gesto de aprobación, se dirigió hacia el fondo del amplio laboratorio, siguiendo a Alejo y a su hermosa acompañante.
Don Augusto empezó a montar afanosamente un aparatoso artilugio, que no era otra cosa que una enorme cámara fotográfica. Preparó el escenario en el centro, en una zona de parqué pulimentado. Candy empezó a desnudarse con pasmosa naturalidad y Alejo procedió a abrir la caja cortando las ataduras que la cerraban. Con gran cuidado la volcó en dirección a la muchacha y se apartó prudentemente.
Don Augusto se había situado en el rincón opuesto, parapetado tras la cámara.
La caja se movió y una forma ominosa reptó por el suelo de madera. Un escalofrío recorrió la espalda de Alejo. Tal vez habían ido demasiado lejos con aquella ocurrencia.
- Es magnífica, Alejo. Una majá de Santa María adulta. Supongo que la han alimentado…
- Sí, sí. Tranquilo. La serpiente pertenece a un cazador conocido mío. La ha criado desde pequeña.
- ¿Es inofensiva? - preguntó Candy, que ya sólo cubría su desnudez con una fina camisita de tirantes. Su tono revelaba cierta desilusión, o eso le pareció a Alejo.
- Hasta cierto punto – reconoció el profesor – Si no la alimentas puede resultar algo agresiva. De hecho, se ha comido ya a dos de los perros de mi amigo.
Candy se pasó la lengua por los labios en un gesto que hizo saltar de emoción al pene de Alejo en su bragueta. No así al de don Augusto, que no estaba operativo desde hacía años.
Con movimientos felinos, Candy se acercó a la serpiente, que se izó con facilidad hasta un metro de altura e hizo vibrar su lengua.
- Está oliendo a Candy -observó Alejo tan excitado como curioso
- ¿Huelen con la lengua? -preguntó el viejito
- No exactamente. Huelen con la boca, pero han de hacer entrar las partículas químicas en ella. Por eso vibra así su lengua. Por cierto, querida. Tengo aquí una botellita con una pomada que venía con el envío. Por lo visto es necesario que se frote el cuerpo con ella para que la serpiente se sienta fuertemente atraída por usted.
- ¡Ah! Un perfume para serpientes. Me encanta – reconoció Candy acercándose a Alejo con un sugerente contoneo de caderas - ¿Me hace el favor de aplicármela?
Y con total desparpajo se quitó la prenda que la cubría, dejando a la vista un diminuto y transparente tanga rojo, y se mostró desnuda y tremendamente deseable a menos de dos palmos del profesor.
Éste se frotó las manos con el emplasto y las aplicó con delicadeza sobre los hombros y los brazos de la muchacha. Hinchó ésta el tórax, haciendo proyectarse sus deliciosas tetas hacia delante. Sin vacilar, Alejo dirigió sus dedos hacia aquellas apetitosas colinas de pan de azúcar y las untó a conciencia, recreándose en los sensibles y erguidos pezones de Candy. Luego bajó hasta la cintura y recorrió las caderas, las nalgas y los muslos, que se abrieron provocativamente, para que también la delicada panochita de la chica se empapara del líquido y pudiera ejercer su efecto magnético. Alejo no descuidó las pantorrillas, ni siquiera los pequeños y graciosos pies desnudos. Candy quedó untada de arriba abajo como un pavo a punto de entrar en el horno, aunque el que estaba a punto de entrar en ignición era el profesor, después de embadurnar a la preciosa joven.
Candy se tendió en el suelo con las piernas entreabiertas y las manos tras la nuca y cerró los ojos en un gesto sensual, a la espera de ser estrujada o cortejada por el reptil.
Tatiana y Rosita yacían cómodamente apoyadas una en la otra observando el desarrollo de la orgía que se había desatado en el salón de actos.
- ¿Es cierto que le cortaste los huevos al capitán de esa fragata? – preguntó Tatiana con admiración en la voz
- ¡Ay, no! No por falta de ganas, te lo juro. Pero Leonor me convenció de que no lo hiciera. Sólo le corté las patillas.
- Y le dejaste los cojoncillos… - bromeó la rusa, haciendo alarde de sus conocimientos de la lengua de Cervantes
- ¿Porqué haces esto? Eres una mujer maravillosa – la halagó Rosita acariciando sus ambiguos pectorales.
- Soy rica y quiero disfrutar de la vida – afirmó fríamente sin alterar la expresión de sus glaucos ojos – El Círculo es el lugar ideal para gozar del sexo sin límites – enfatizó mientras introducía la mano entre los perfectos muslos de Rosita, que no hizo ademán de impedírselo – Tú serías muy feliz aquí, a mi lado…
Rosita no contestó. En su cabeza estaba únicamente su amada Leonor, pero ya había aprendido a controlarse y sabía que era mejor actuar con gran cautela para liberarla y salir juntas de aquel monstruoso lugar.
- Y ¿qué tendría que hacer? ¿vivir en un establo como una mula, igual que esas desgraciadas?
Las mujeres de compañía continuaban esforzándose por complacer a los depravados socios del Círculo. Algunos ya habían eyaculado abundantemente, pero al cambiar de hembras, volvían a empalmarse y gozaban como marranos. Ya sabéis, lectoras y lectores, que en la variedad está el gusto.
- No, pequeña mía- se acarameló Tatiana – vendrías a mi hacienda y vivirías conmigo.
- Eso suena muy tentador, Tati – pasó coinfianzuda al diminutivo, Rosita – Pero no quisiera dejar sola aquí a Leonor..
- Pues así tendrá que ser – afirmó la otra endureciendo el tono – Alejo se ha encaprichado de ella y no la va a soltar en una buena temporada, te lo aseguro.
- Tú podrías ayudarme a que nos la lleváramos a tu hacienda. Seguro que Alejo…
- Olvídalo, cariño. Te llevaré a ti. Tu amiga estará muy bien atendida en la mansión del Círculo – cortó la discusión introduciendo dos dedos ansiosos en la raja humedecida y caliente de su nueva amante.
Leonor giró el cuello y se olvidó del escozor de su martirizada vagina y de los gemidos, ora gozosos, ora lastimeros de Caléndula, para fijar su atención en lo que pasaba en el otro extremo del salón.
La serpiente se acercó cautelosa pero decidida. Olisqueó con su lengua los dedos del pie de Candy, que permanecía inmóvil y atenta a sus movimientos, Luego se enroscó al tobillo e inició un lento ascenso espiroidal.
- ¡Cómo vas a gozar, puerca! – Babeó el viejo preparando la instantánea con la cabeza fuera del cobertor - ¡Ábrete bien de piernas! ¡Deja que la serpiente huela ese coño jugoso de puta!
- A ver, don Augusto, ¿es necesario emplear ese lenguaje?
- ¿No le excita? – se extrañó el veterano libertino
- Pues la verdad es que, todo lo contrario. Prefiero tratar a mis hembritas con un poco de cariño.
- Pero si lo hago sobre todo por ella, amigo mío. Se excita mucho más así. Se va a correr de gusto antes que la serpiente empiece a follarla.
El bello animal se había ido enseñoreando del cuerpo húmedo y cimbreante de Candy y la boca del ofidio recorría con gran interés los pezones que tan a conciencia había embadurnado alejo. El cuerpo de la majá retenía sin dificultad el de Candy sujetando brazos y piernas entre sus musculadas anillas y la pequeña cola cosquilleaba la planta del pie de la muchacha. Pronto esa extremidad se deslizó por la pantorrilla y el muslo y se insinuó a la entrada de la vulva que ya rezumaba sus jugos de deseo. A
La colita apartó el fino tanga y frotó aquella sensible hendidura, arrancando gemidos de placer de la bella muchacha.
- Fóllala como tú sabes, preciosa. Hazla gemir y llorar como una cerda. Vamos, córrete, cerdita. Que te veamos gozar.
- Es verdad que esta serpiente está muy bien amaestrada. Mi amigo es un maestro – comentó Alejo, que empezaba a tener serios problemas con su erección.
- ¡Muerde esas tetas de meretriz! ¡Vamos, culebrita, hazla correrse para nosotros!
Alejo miró alrededor. Había dos hembras a su disposición, una atrapada en el cepo y otra, en la mesa. Optó por hacer una visita a Caléndula para calmar sus deseos inflamados o inflamarse aún más. Se apartó así de Candy y la serpiente, dejando a don Augusto seguir disfrutando de su espectáculo privadamente.
- Caléndulita, cielo, voy a quitarte el instrumento de aprendizaje de tu zona privada. Pero tendrás que hacerme una mamada perfecta, o te lo pondré una hora más. ¿Estás dispuesta?
- Yo no la sé mamar bien… - se lamentó la jovencita
- Pues mejor que te esmeres en aprender ahora mismo, o tu pobre coñito va a salir malparado.
Alejo retiró el dildo mecánico tras desconectarlo del generador. Luego se bajó los pantalones y exhibió su pene grueso y duro, a punto de caramelo. Como si lo fuera, lo paseó por los labios de la prisionera y la instó a lamer la punta. Lo hizo ella con poco arte pero mucho interés. A continuación, el profesor facilitó el acceso al tallo de su pene y a su bolsa del tesoro, hasta conseguir que todo su sexo goteara saliva y fluido preseminal.
Leonor estaba extasiada observando la actuación de Candy con su serpiente enroscada al cuerpo. El reptil había encontrado el camino a la cueva secreta y estaba follando a la muchacha con la habilidad y solvencia de un macho experimentado. Oía los gemidos de Candy al correrse y el chapoteo de la cola de la serpiente entrando y saliendo de la peluda charca que era ahora el sexo de la chica.
No se dio cuenta de la proximidad de Alejo hasta que sintió la polla del profesor hundirse con ansia en su propio sexo. Ni siquiera había notado cómo le retiraba la cánula irrigatoria.
La camilla inclinada obligó al sabio a tumbarse sobre Leonor apoyando las manos a ambos lados. Previamente se había desnudado por completo, mostrando unos potentes abdominales y un torso razonablemente rocoso, teniendo en cuenta la edad.
Y esto no era ocioso o fruto del capricho; era la forma de disfrutar de la fricción de las soberbias mamas de Leonor mientras la penetraba a un ritmo vertiginoso y buscaba con los labios los de la presa, así como su cuello, sus orejas y todo lo que de besable había en aquel cuerpo de mujer.
Doña Carlota se había dado un baño nada más llegar a su hacienda. Se puso un vaporoso batín que dejaba casi libres sus poderosos senos y ventilaba su rasurada entrepierna.
Una vez limpia y refrescada hizo llamar a su presencia a Javier, Ricardo y Esther, que acudieron algo intrigados y francamente sorprendidos cuando vieron la guisa con que la buena señora los recibió.
- Vosotros tres vais a escucharme ahora con atención. Se han acabado las mentiras y fingimientos. Ahora sois de mi propiedad y espero que me obedezcáis puntualmente. Si no es así, vosotros, los dos negritos, las tres furcias que tengo encerradas abajo y sobre todo Leonor y Rosita, lo vais a lamentar.
Como ya sabéis los que seguís la serie de Leonor, he empezado a ilustrar los relatos con imágenes del cómic y algunas propias. Los lectores que me lo han pedido, sobre todo si me han comentado en TR o me han hecho sugerencias a mi correo, ya han empezado a recibir las versiones ilustradas de los relatos en PDF. Si deseas que te los envíe, escríbeme a mi correo y comenta qué te parece la serie y hacia dónde te gustaría que se fuera orientando la cosa. También puedes sugerir situaciones, personajes. Que tengas un 2022 pleno de excitantes experiencias!