Leonor en América. Capítulo primero

Un nuevo escenario y nuevos personajes, pero Leonor seguirá sufriendo (o gozando) los refinados martirios que le impondrán sus enemigos, siempre con el buen deseo de estimular el vuestro.

El carruaje rodaba a buen paso por una calle empedrada del centro de La Habana. Cuatro corceles blancos tiraban de él en perfecta armonía de color y movimiento, mientras dos conductores negros, también armonizados por sus verdes uniformes, se ocupaban de guiar desde el pescante a los caballos.

Hacía un calor sofocante y los ventanales del vehículo estaban abiertos.

En el interior, tres mujeres charlaban distendidamente. La mayor era una dama de porte aristocrático y formas algo desmedidas, carnosa pero para nada fofa, que andaría por la cincuentena. Frente a ella, otra mujer cubierta con una toca y vestida con una saya negra sonreía con las divagaciones de la tercera, una mulata espectacular, vestida con un traje malva estival que resaltaba su belleza y contrastaba con su piel tostada.

  • Está usted ya recuperada, sor Leonor - Observó la mujer mayor con satisfacción - Hoy mismo me ocuparé de que les confeccionen nuevos hábitos.

  • No se preocupe - dijo la aludida - Vamos bien con estas ropas. Cuando lleguemos a la misión recuperaremos nuestros uniformes...¡Ay!

Rosita, la joven mulata, había dado un pisotón discreto a su amante por el desliz

-...quiero decir, hábitos, claro está - intento arreglarlo ella.

  • Por supuesto, hermana - convino con un gesto comprensivo doña Carlota.

  • Pero les he pedido que me acompañen hoy porque han de conocer a un caballero que puede ser de mucha ayuda en la recuperación de sor Obdulia.

Leonor y Rosita mudaron un poco el gesto. La pobre Jazmín, o sor Obdulia, como ahora la llamaban, no se había recuperado de la impresión después de que la tripulación de la corbeta la maltratara y abusara sexualmente de ella durante horas. Además, por algún motivo, su estado parecía haberse agravado desde que llegaron a la mansión de las afueras de La Habana. Desaparecía de su cuarto durante las noches y se pasaba el día delirando, gritando que seguían violándola mientras dormía y presa de gran agitación.

  • Ya hemos llegado. Vean qué maravilla de edificio. ¿No es precioso?

  • Parece como antiguo - observó Rosita

  • Claro, hija - contestó la dama mirando con ojos de deseo mal disimulado a la muchacha - Piense que Colón descubrió América aquí. Hace ya casi trescientos años que los españoles construímos en esta isla. Este edificio es una imitación de muchos que podrían ver en París.

  • ¿Vive aquí ese señor?- quiso saber Leonor.

  • No, no. Por favor. Este palacio es la sede del Círculo Artístico y Científico del Nuevo Mundo, una institución local a la que pertenece mi amigo. Aquí se reúne la crême de la crême de la sociedad habanera.

En efecto, el palacete de aire neo clásico era realmente hermoso. Constaba de tres pisos con enormes ventanales y estaba rematado por una azotea con un frontispicio que contenía el relieve con las letras “C “ “A” y “C” perfectamente visibles desde la calle.

“Menos mal que no es el Círculo Artístico y Científico Americano”, pensó Rosita disimulando una risa tonta que le vino al pensar en lo poco elegante que habría quedado el acrónimo en que se habrían convertido las siglas CAC.

El carruaje sorteó la fachada y se introdujo por un gran portalón lateral a un patio interior ajardinado. Un camarero blanco, vestido con un sobrio y elegante uniforme del mismo color, las recibió a la puerta.

  • Volved a buscarme dentro de una hora - ordenó doña Carlota al despedir a los cocheros.

Siguiendo al camarero atravesaron la puerta del jardín. Leonor miraba encantada las palmeras y las preciosas flores de aquel lujoso patio interior. Los ventanales que daban a él estaban celados por gruesos cortinajes que no permitían vislumbrar las estancias del edificio.

Caminaron por un ancho pasillo y doña Carlota despidió a su guía. Al parecer conocía muy bien la casa.

En un salón amplísimo, unos diez caballeros fumaban y charlaban. Algunos jugaban a las cartas y otros léian el periódico. Rosita y Leonor aguardaron en el umbral de la habitación, a la que entró sola doña Carlota.

En un minuto regresó al pasillo acompañada de un caballero alto y corpulento, vestido con sobria elegancia. Era un hombre que debía rondar los sesenta, con un cabello inmaculadamente blanco, barba y bigote del mismo color y anteojos redondos, parecidos a unos quevedos, pero con finas varillas que los sujetaban a sus prominentes orejas.

Tenía una mirada profunda, que clavaba en las dos mujeres oteando por encima de sus pequeñas gafas. Los ojos eran verdes bajo unas espesas cejas grises.

Rosita se fijó en los pequeños capilares que tapizaban las escleróticas del señor, denotando tal vez la falta de descanso y la afición a la lectura.

  • Queridas, el profesor Alejo, un eminente ingeniero, químico y hombre de ciencia.

  • ¡Ah! No es usted médico? - inquirió algo extrañada Leonor, extendiendo la mano en un gesto mundano, muy poco apropiado para una religiosa.

  • No, hermana, porque ¿es usted religiosa según me dice doña Carlota?.

Leonor advirtió que su postura y la sonrisa insinuante con que había recibido al tal Alejo no cuadraba con su supuesta condición de monja e intentó arrugar un poco el torso y esconder sus prominentes senos.

Rosita se mantenía en segundo plano, como una dama de compañía, que era lo que decía ser.

  • No, no soy médico, hermana. Pero tengo amplios conocimientos de salud mental por mi colaboración con el doctor Gustavo, otro destacado miembro de nuestro Círculo y eminente alienista. Los dos investigamos en la aplicación de las nuevas tecnologías al tratamiento de sus pacientes.

La voz del profesor era suave y profunda, y aunque a Rosita le daba cierto repelús, Leonor había sentido las palabras del sabio vibrar entre sus muslos, provocando la congestión de sus sensibles genitales como era ya habitual en presencia de machos de cualquier edad y condición que tuvieran algún atributo apetecible.

  • El profesor visitará con sumo gusto a sor Obdulia, en compañía de su asociado, el doctor Gustavo, naturalmente - informó doña Carlota.

  • Me gustaría oír de labios de ustedes la situación de esa desgraciada religiosa. ¿Fue víctima de unos negros fugitivos?¿No es así?

  • Todas lo fuimos - explicó Leonor - Pero ella ha quedado muy afectada.

  • Comprendo. Vengan conmigo. Tomaremos un café en mi despacho y me cuentan lo ocurrido en privado.

Los cuatro se dirigieron a una estancia más alejada. Era amplia y confortable, con una robusta mesa de preciosa factura y varios sillones. Un camarero se presentó con un servicio de café que depositó en una mesita auxiliar.

  • Gracias, Fidelio, yo mismo lo serviré - dijo Alejo, despidiendo al sirviente.

Las tres mujeres se acomodaron en los sillones y se dedicaron a observar los cuadros, diplomas y menciones honoríficas, así como algunas fotografías de extraños artilugios que colgaban de las paredes.

El profesor, de espaldas a las señoras, servía las tazas mientras preguntaba sobre las preferencias en materia de azúcar y leche .

Luego llevó la bandeja hasta su mesa de despacho y distribuyó las tazas con gestos eficaces y rápidos de hombre acostumbrado a manipular toda clase de objetos.

  • Hemos hecho grandes avances aprovechando las posibilidades que nos brindan los generadores eléctricos que nuestro colega Faraday puso a punto hace unas décadas.

  • ¿Electricidad? – Preguntó Rosita - ¿no es muy peligroso usar eso con la gente?

  • ¡Ja, ja, ja! – Rio divertido el profesor – eres muy lista, muchacha. ¿Cómo te llamas?

  • Rosita, señor.

  • Muy bien, Rosita. Pues sí, es peligroso, pero en buenas manos, no hay apenas riesgo, excepto de recibir algún pequeño calambrazo – e imitó con los dedos una imaginaria corriente que podía circular por el brazo de la muchacha, que se apartó con un estremecimiento.

-Vamos, amigas. Tomemos el café que se enfría - instó doña Carlota removiendo la cucharilla con garbo.

El café era excelente, amargo y aromático, aunque el azúcar endulzaba las sensaciones y distorsionaba el gusto del brebaje.

  • A mí no me gusta mucho, pero éste es excelente - alabó Leonor la bebida. Rosita bebía con cierta aprensión por lo intensamente amargo que era aquel café.

  • Vamos, vamos - sonrió afable Alejo - Cuenten, cuenten ustedes. ¿Fueron muy brutales esos “negros”? - y esto lo dejo caer con retintín el ingeniero.

  • Sí, mucho - empezó Leonor sin atender a los gestos de Rosita que la instaba a cerrar su bella boquita - No se imagina lo que llegaron a hacernos

Eran además muchos y muy vigorosos, yo me creía ya muerta bajo esos cuerpos tan musculosos y...me parece que ... no sé lo que digo, eh? - preguntó con una risa tonta mirando de uno en uno a sus contertulios - ¡Rosita! Tesoro, ¿Estás bien?

Rosita había dejado la taza sobre la mesa y parecía estar a punto de desmayarse, sujetándose a los apoyabrazos del sillón con mirada perdida.

Leonor vio cómo Carlota le cogía la taza de la mano y la empujaba suavemente hacia atrás. La miró extrañada y los ojos se le cerraron solos y fue todo ya oscuridad.

Las dos mujeres se despertaron casi a la vez. Notaban un frescor recorrer su piel, aunque la temperatura no era desagradable. Estaban sentadas las dos, pero ya no en los cómodos sillones del despacho, sino sobre dos sillas metálicas anchas y muy duras. Apoyaban las manos en las barras laterales de los asientos y notaban los pies fríos, en contacto con una superficie dura y bruñida.

Y sentían también una presión extraña en las muñecas y los tobillos.

Leonor abrió los ojos primero y no supo si soñaba o estaba despierta, ya que lo primero que vio fueron sus grandes senos, completamente desnudos, bajo su barbilla inclinada. Miró a derecha e izquierda y contempló sus hombros, sus brazos y hasta sus rodillas, todo tan desprovisto de ropa como el torso. Estaba desnuda y atada. Además, había algo que la incomodaba, algo que le habían incrustado en el ano al parecer. Y más adelante, sentía como un bulto extraño separar sus labios mayores y empujar los menores, friccionando levemente su clítoris.

Rosita pasó por el mismo proceso de recuperación de la conciencia unos minutos después.

Oyeron entonces la voz del profesor tras ellas.

  • Muy bien, ratoncillas. Veo que vais volviendo a la vida. Han sido solo unos minutos de inconsciencia. Nada grave.

  • ¿Porqué? ¿Qué quiere de nosotras?.. -preguntó balbuceante Rosita, con la voz muy pastosa.

  • Tú, morenita, eres muy curiosa. Sé lo que hiciste en ese buque. Eres valiente y muy ingeniosa. Dejar al contramaestre con la verga en el culo del capitán fue una jugada maestra. Cuando el guardacostas abordó la nave, aún estaban así, bien acaramelados. Pero yo conozco al capitán y sé, como tú, que le gustan las mulatas más que a un tonto un lápiz. Además, le afeitaste las patillas. Eso fue muy cruel, pero divertido, no lo niego. Seguro que tu primera intención fue degollarlo ¿me equivoco?

El profesor vestía ahora una bata blanca y había perdido la afabilidad y el aire digno de sabio. Sus ojos tenían un brillo metálico y siniestro y su boca sonreía con indiferencia, aunque a veces la lengua paseaba entre los labios con rápidos movimientos, como la de una serpiente presta a devorar a dos ratitas indefensas

  • Y la segunda sería castrarlo, ¿verdad? Pero no lo hiciste. Le cortaste sus adoradas patillas y le pusiste entre las nalgas el pene del suboficial de a bordo. Pensabais que nadie se enteraría de lo que pasó allí, pero tenemos contactos en todas partes. Doña Carlota investigó un poco y en unas horas ya sabía quiénes erais, pequeñas putas.

  • ¿ Qué lugar es este? - Preguntó Leonor, que observaba consternada cómo los insultos y recriminaciones del profesor y su situación de indefensión e invasión de sus partes privadas la estaba provocando una marcada tumescencia de los pezones y una creciente humedad en la entrepierna.

  • Es el Círculo, querida - respondió el profesor, que mostraba mucho más interés por Leonor que por Rosita - el mismo lugar donde os trajo mi amiga doña Carlota.

Se colocó tras ella y extendió la mano derecha con parsimonia hasta alcanzar sus tetas y masajearlas con habilidad.

  • Ya veo que tus senos responden como esperaba a la penetración anal y el sometimiento. Son magníficos - dictaminó sujetando uno con cada mano y sopesando su firmeza y turgencia sin dejar de pellizcar los pezones entre sus dedos.

Ahora hablaba muy cerca de la oreja y el cuello de la mujer. Los leves jadeos de Leonor eran  ya muy perceptibles, para disgusto de Rosita.

Los pies de la primera se movían nerviosos sobre la plataforma metálica, húmeda del sudor de la excitación. Las tobilleras de cuero impedían que los pudiera separar de la fría superficie.

  • Vamos a pasar aquí muy buenos ratos los dos - anunció rozando levemente con los labios la oreja de Leonor, que ya había cerrado los ojos y gemía de gusto indisimuladamente - pero hay tiempo para todo y ahora toca trabajar, ratoncitas mías.

El profesor se recolocó entre sus muslos el bulto que había aparecido allí y se acercó a una consola de la que emergían diversos cables que acababan en las sillas metálicas que mantenían presas a nuestras heroínas.

  • Esta tarde vamos a realizar una experiencia de verificación del funcionamiento de mis nuevos inventos. Ya los estáis sintiendo las dos en vuestro periné.

  • ¿Dónde? - preguntó inocente Leonor que no estaba muy versada en los conceptos anatómicos.

  • En el culo y en el coño, cielo - la instruyó el ingeniero - vais a notar cómo se produce ahí abajo una leve vibración.

En efecto, se escucho un ruido sordo que provenía de un generador eléctrico y los asientos empezaron a pulsar como si un pequeño terremoto se hubiera iniciado debajo de cada silla.

Rosita se tensó toda, poniendo una cara de furia que hubiera hecho estremecerse al sabio si no hubiera estado la morena bien sujeta a su silla por las correas.

Leonor lanzó un gritito de sorpresa, pero para nada de disgusto.

  • Ohhh....! Umhhhh....! Ahhhh...! - Balbuceó en pleno éxtasis - Es un demonio... Es usted ...  muy.... cruel ,.. Ahhh.....

  • ¡Calla, Leonor! - exclamo Rosita indignada, mientras contraía todos sus músculos para resistirse a los deliciosos vaivenes que los dildos provocaban en sus orificios y en su vulva.

  • ¡Déjala, déjala que se expansione! - aconsejó Alejo mientras manipulaba sádicamente los diales de su máquina, como si estuviera sobando los genitales de sus víctimas.

  • Unos minutos más y podremos empezar la demostración - comentó observando su reloj de bolsillo.

Delante de las dos mujeres, unas cortinas blancas impedían observar el resto de la estancia que, por los ecos de la voz del profesor, parecía mucho más amplia de lo que se apreciaba a primera vista.

Transcurrieron cinco interminables minutos en los que el zumbido de los instrumentos se mantuvo constante y la excitación de Leonor se disparó hasta el punto de que ella misma se agitaba al ritmo de su placer, incrementando la intensidad de los orgasmos que experimentaba. Sólo le faltaban las manos de su torturador recorriendo sus senos y la boca susurrando frases obscenas junto a sus orejas, pero le pareció poco oportuno pedirle que lo hiciera, dada la poca confianza que aún existía entre ellos.

Alejo se acercó a las cortinas blancas y con un gesto resuelto las separó, dejando ver por fin lo que hasta ese momento ocultaban.

Rosita abrió unos ojos como platos y Leonor apenas los entreabrió, concentrada como estaba en sus propios placeres.

Unas quince personas, entre hombres y mujeres, se sentaban en cómodos sillones observando a las dos amigas en su tormento. Habló de nuevo el profesor.

  • Distinguidos amigos, señoras y señores.

Rosita miró con odio a doña Carlota, que se sentaba en primera fila y sonreía con lascivia ante el espectáculo.

  • En nuestro deseo de promover los conocimientos científicos, sin descuidar la diversión y el cuidado del espíritu de los miembros de esta institución, les he invitado a esta soirée en la que vamos a poner a prueba algunos de mis instrumentos. Observen a nuestros dos hermosos especímenes, cedidos por doña Carlota, que nos honra con su presencia.

Hubo un murmullo de aprobación y sonrisas corteses hacia la aludida, que respondió con modestas inclinaciones de cabeza.

  • Estas dos mujeres de vida alegre, que llegaron a nuestra isla a bordo de un bajel de guerra simulando ser religiosas - La reprobación se hizo manifiesta entre los presentes, con algunas imprecaciones e insultos - fueron debidamente castigadas por el capitán, que luego las entregó a la tripulación para su solaz. Sin embargo, no sabemos de cierto cómo, consiguieron liberarse, dejar fuera de combate a los pobres marinos y huir del barco. Por suerte doña Carlota sospechó de ellas cuando le pidieron asilo e hizo sus averiguaciones en el puerto. Así se descubrió la verdad y estas dos rameras han venido a parar a nuestros establos, donde permanecerán indefinidamente para ayudarme en mis experimentos y proporcionar buenos ratos a nuestros mecenas, es decir, a todos ustedes.

Hubo algunos aplausos y gestos de aprobación.

Leonor se retorcía ya de placer sin poder articular palabra; sólo gemidos y suspiros ruidosos salían de su garganta.

  • Aquí pueden ver el resultado de mi primera experiencia. Sometidas al mismo estímulo, cada una de las sujetos, que en este caso podemos llamar sujetas, sin faltar a las normas de la Academia de la Lengua - observó arrancando algunas risas del respetable - reaccionan de forma diversa. Mientras la que llamaremos número uno, esta hermosa hembra de grandes senos y piel blanca, es presa de incontenibles orgasmos, la número dos, la mulata desafiante, resiste sin excitarse sexualmente, las mismas forzadas caricias en su intimidad.

Hubo murmullos de aprobación y de nuevo tímidos aplausos. Una mujer grande y de aspecto duro, que vestía como un hombre y denotaba ademanes muy masculinos, levantó la mano.

  • ¿Sí, ledi Tatiana? -

  • ¿Cree usted, profesor - empezó a hablar la señora con fuerte acento ruso - que esa negra es anorgásmica?

  • Para nada, querida. Seguró que encontraremos la manera de excitarla, pero está claro que someterla a este delicioso tormento no produce en ella placer. Sin embargo, podría ser que ambas fingieran, ¿no es cierto? Muchas putas gimen y se retuercen como si tuvieran tremendos orgasmos para dar satisfacción a sus clientes y algunas mujeres resisten impávidas las caricias y llegan a correrse de gusto sin apenas demostrarlo. Pues bien, mi nuevo invento, el orgasmómetro, permite diferenciar los dos casos. Observen: Estos dos relojes graduados indican el nivel de humedad y la presencia de espasmos musculares en la zona íntima de la mujer. Los conecto y, ¡vean! El de la sujeto número uno se ha disparado hasta valores de 8 sobre 10. La excitación es máxima en ella. Miren ahora la segunda esfera. La mulata apenas registra un valor de dos. No está excitada.

Hubo otro murmullo de aprobación y la señora Tatiana preguntó:

  • ¿ Puede aumentar el nivel de estímulo, profesor?

  • Por supuesto, pero observen que si incremento mucho este efecto - e hizo girar la rueda de la consola - se produce un efecto inverso.

En efecto, las excesivas vibraciones provocaron en unos minutos un descenso de la aguja del orgasmómetro de Leonor, que ya sólo marcaba cuatro sobre diez. El de Rosita seguía estabñlizado en el dos, sin dar la aguja signos de moverse

  • Voy a volver al nivel anterior de estímulo, pero ahora les voy a pedir su colaboración.

Como siempre que se pronuncian estas palabras desde un escenario, hubo un movimiento entre el público, entre ilusionados y vergonzosos de ser elegidos para la demostración.

  • Todos ustedes pueden ayudarme a verificar el tercer experimento de hoy. Lamento la ausencia forzada de mi amigo el doctor Gustavo, que se ocupa de un caso particularmente grave de histeria: La esposa del capitán de la nave que les comenté ha sido ingresada esta mañana con una tremenda crisis nerviosa, normal en su caso después de unos días de hacerse pública la detención de su marido, falsamente acusado de sodomía, por obra de esta bellaca - acusó señalando a Rosita.

Nuevos gestos de desaprobación y algunos insultos dedicados a la muchacha remataron la frase del profesor.

  • Pero vamos todos a honrar el trabajo de nuestro amigo realizando un interesante experimento. Sabido es que algunas mujeres se excitan cuando son vejadas e insultadas. Incluso damas de alta alcurnia se entregan a sus sirvientes ordenando ser tratadas con desprecio y brusquedad. Les invito a todos ustedes a que dejen volar su imaginación y denigren y ofendan a las dos rameras. Observaremos los efectos de esa humillación en ellas. Vamos, ¿quién quiere empezar?

  • ¡Zorras! - Gritó un caballero de la última fila, visiblemente excitado - ¡Putas asquerosas!

  • Bravo, señor marqués. Así me gusta. Venga ¿Quién sigue?

  • Sois dos ratas inmundas - dijo sin levantar mucho la voz doña Carlota - dos sanguijuelas pestilentes que merecen morir aplastadas a nuestros pies.

  • ¡Mirad esa puerca cómo se retuerce! - Bramó un caballero de aspecto distinguido - ¡Cómo bailan tus ubres de vaca viciosa! - añadió - Pronto vas a tener quien te las ordeñe; espera que te tenga en el establo babeando de gusto con una polla en cada...

  • Por favor - cortó Alejo con gesto severo - Mantengan ustedes las formas. Estas dos mujeres son un desecho abyecto, pero ustedes deben comportarse con un poco de decoro. No duden que podrán satisfacer todos sus caprichos en ellas, pero les ruego contención en esta sala, sólo por respeto a la labor científica que desarrollamos.

  • Pido disculpas, profesor - dijo el caballero de los exabruptos - No volverá a ocurrir.

  • ¡Sucias meretrices! - Farfulló un viejín con aspecto académico - Sois la escoria de la escoria, lúbricos y nauseabundos engendros del averno.

  • Por favor, don Froilán - Le cortó Alejo con gesto de fatiga - para que los insultos sean efectivos, las insultadas deben entenderlos. Rebaje usted el nivel, si es tan amable.

  • Es cierto, disculpen - reconoció el vejete.

Durante unos minutos llovieron las más variadas afrentas, en una especie de procesión de las turbas a la caribeña.

Para sorpresa y regocijo de los presentes, el orgasmómetro de Leonor alcanzó el valor de nueve sobre diez.

  • Un último empujón y conseguiremos que esta cachonda mujer alcance el valor máximo en mi medidor. Por favor caballeros, ayúdenme a magrearla un poco y démosle algunos cachetes aquí y allá. Ustedes señoreas, arrecien en sus ofensas, si son tan amables.

Cuatro de los hombres se prestaron gustosos a la operación. Rodeando a la víctima, pellizcaron y mordieron sus pechos, azotaron sus muslos y cubrieron de babas su cuello y su rostro con largos y lujuriosos lametones.

De pronto un timbre empezó a sonar estridente. La aguja había llegado a la zona del diez y Leonor se estaba corriendo con tal intensidad que sus ojos describían círculos y los dedos de sus pies y de sus manos se contraían y estiraban a una increible velocidad.

  • ¡Parad, parad!¡Que la vais a matar!- Clamó Rosita desde su silla.

Todos retrocedieron y Alejo desactivo su infernal artilugio. Leonor se desmadejó sobre el asiento, dejando caer la cabeza hacia atrás. Estaba inconsciente, pero una sonrisa de felicidad suprema irradiaba de su rostro.

  • Bien, es suficiente por hoy - El profesor hizo sonar una campanilla y el fiel Fidelio compareció.

  • Lleva a esa mujer a mi laboratorio. Seguiré experimentando con ella en privado, si ustedes me lo permiten.

  • Profesor, si no le parece mal, suelte a la mulata. Tengo ganas de darle una lección - solicitó la señora Tatiana - Pueden quedarse todos ustedes. Formen un círculo y serán testigos de como la someto y la obligo a darme placer aquí mismo.

  • Pues que traigan unas cuantas jacas para alegrar la reunión - apuntó uno de los caballeros presentes

  • Fidelio, cuando acabes de dejar a mi conejita atada a la mesa grande, ve a traer unas cuantas mujeres de la cuadra - concedió magnánimop el profesor.

Así Alejo se alejó (con perdón..) tras su sirviente, que llevaba en una camilla chirriante el cuerpo inerte de Leonor, mientras los reunidos ocupaban espacio con sus asientos hasta formar un círculo de unos ocho metros de diámetro, donde Tatiana procedió a desnudarse ceremoniosamente mientras Rosita era llevada por dos de los caballeros hasta el centro del círculo. Los hombres prefirieron arrastrar la silla metálica a desatar a la muchacha, ya que su expresión de odio y rabia infinita no auguraban nada bueno.

Algunos y algunas ya sabéis que estoy editando con imágenes la primera parte de esta serie “Las tribulaciones de Leonor” e incluso habéis recibido la primera entrega de ese PDF ilustrado. Todos y todas los que queráis recibirlo dirgidme un mail comentando los relatos, sugiriendo o criticando, que todo ayuda, y en breve tendréis en vuestro correo un ejemplar. Feliz Navidad a todos los TReros y TReras del planeta!!