Leonor en América
Sigue la historia en varios frentes. Os aconsejo repasar el capítulo anterior y enviadme vuestros comentarios si queréis recibir las versiones ilustradas, que aquí no se pueden publicar.
La humedad en la plantación de caña era densa, casi palpable. Esto provocaba que gruesos regueros de sudor se deslizaran sinuosamente por la piel de canela de una muchacha de espectacular presencia, anchos hombros, casi andróginos y extremidades fibrosas, vientre plano y senos medianos pero tan firmes como las nalgas, que merecerían dos pantallas de texto para ser descritas con justicia. Todo esto era perfectamente apreciable por la desnudez de la joven, que se balanceaba suavemente en una hamaca mirando la escena que ante sus ojos se ofrecía.
Una mujer, ésta sí claramente masculinizada, con torso de estibador y piernas de velocista, estaba dando instrucciones a dos jovencitas, igualmente desnudas (esto es un relato de TR, no lo olvidemos)
Estas últimas eran de pequeña estatura y piel mucho más oscura que la de la mulata de la hamaca. Sus formas femeninas destacaban así mucho más, resaltadas por su menor tamaño. Las dos adoptaban una actitud humilde y servicial en presencia de su dueña. En ese momento les señalaba un cobertizo amueblado con grandes sillones de caña y una mesa del mismo material que había a unos metros de allí.
Rosita se estiró como una enorme gata en su hamaca, aunque tuvo que reprimir un gesto de dolor en su brazo contusionado tras la pelea del Circulo de hace dos capítulos. A pocos metros tras ella se levantaba un impresionante palacete de estilo colonial y, un poco más lejos, las plantaciones de caña. Éstas se perdían en el horizonte y ofrecían un extraño aspecto, ennegrecidas y peladas las de un lado y verdes y frondosas las del otro. Aún se podía olfatear en el aire el aroma de las hojas quemadas.
- ¡Rosita! Vamos a tomar algo, cariño. Mis esclavas nos van a servir un tentempié en el galpón – La mujerona hablaba con un fuerte acento del este de Europa.
- ¿Dónde? – preguntó la morenaza
- Eso es un galpón, tesoro – dijo señalando el cobertizo - Pero en éste, no almacenamos caña. Lo he hecho arreglar para estar frescas mientras tomamos un refrigerio.
- Eres muy amable conmigo, Tati, pero no estaré tranquila hasta que traigas aquí a Leonor – contestó Rosita
- Ya te dije que, de momento, eso no es posible. El profesor Alejo y el doctor Gustavo me prometieron que cuidarían bien de tu amiguita y me la regalarán cuando acaben sus experimentos con ella. Pero mientras te la devuelven, tengo unas sustitutas magníficas. ¡Muchachas! ¡Vamos!
Las dos jovencitas comparecieron portando una bandeja con bebidas, que sirvieron bajo el cobertizo. Rosita y Tatiana se sentaron en los cómodos sillones y bebieron con placer los zumos regados con generosas porciones de Ron.
- Me dejaste asombrada, Tati, Con qué facilidad conseguiste que el profe te dejara llevarme contigo. Debes ser alguien muy importante en el Círculo.
- Soy, con doña Carlota, la primera contribuyente de la sociedad – repuso la aludida con orgullo - Pero además… Bien, ya te lo explicaré más adelante. Vosotras dos, venid aquí. Vamos a ver si habéis aprendido algo de Silvia. Tú, ves con mi amiga, y tú, ven aquí, perrita.
- Qué se supone… - preguntó Rosita al ver cómo una de las jóvenes venía a arrodillarse entre sus piernas - ¡Eh!¿Qué haces?
- Te va a dar placer con su boca, amor. Igual que ésta mamona a mí. Mis esclavas están muy bien adiestradas. ¡Vamos, empieza por los pies y ves subiendo!
Las dos chicas se esmeraron en cumplir esas órdenes. Usando su lengua y sus labios, recorrieron la piel de las dos mujeres mientras aplicaban un suave masaje con sus dedos. La que se ocupaba de Tatiana aceleró demasiado su recorrido, precipitándose hacia el grueso clítoris de la mujer.
- ¿Qué haces, estúpida? ¿No ves que no estoy bastante lubricada? – la reprendió cogiéndola del pelo – Vuelve a los pies y empieza de nuevo.
La otra muchacha se movía con más parsimonia y pronto Rosita sintió crecer la excitación y separó sus muslos en un gesto ostensible para indicarle que ya podía empezar a comerle el coño. La chica comprendió la señal y se aproximó al objetivo, hundiendo su lengua en la raja ya entreabierta, mientras friccionaba con los dedos de ambas manos los labios mayores, separándolos y pellizcando los pliegues con suavidad. Rosita lanzó un gemido placentero y cerró los ojos, concentrándose en las sensaciones que ascendían ya por su espalda y su vientre. Un quejido agudo la sacó de su éxtasis
- ¡Ay! ¡Maldita puerca! ¡ Me has mordido! – bramaba Tatiana abofeteando a su esclava.
- No, ama. Perdóname. Te toqué con los dientes sin querer…
- ¡Pues eso, puerca! ¡Me has mordido y me las vas a pagar! ¡Silvia, Cristal! Venid ahora mismo!
Dos mujeres blancas, grandes y fuertes como dos toros de lidia se acercaron al trote por la avenida que conducía a la mansión.
Rosita observo, sin dejar de disfrutar del cunnilingus, que aquellas dos señoras parecían criadas en la misma granja que Tatiana. Brazos hercúleos, troncos macizos y senos brevísimos, cubiertos con piezas de cuero, al igual que sus ingles. Sus rostros revelaban también el paso de la navaja de afeitar y su expresión denotaba una mala leche para ponerse a temblar.
- La nueva es un desastre – anunció Tatiana – Dadle veinte varazos y entregadla a los negros esta noche. A ver si la espabilan.
Se llevaron entre sollozos a la esclava inexperta y Rosita perdió de pronto la excitación. Apartó con un gesto cariñoso a la otra chica y siguió a Tatiana en dirección a la mansión.
- Oye, Tati; Estas dos mujeres son…
- ¿Mis asistentas? Sí, son mujeres mejoradas, como yo.
- ¿Mejoradas? No entiendo. ¿Es que estabais enfermas?
La pregunta arrancó una carcajada grave y sonora de la masculinizada garganta de la rusa.
- No, zonza. Mejoradas en nuestros cuerpos. El doctor Gustavo es un genio. Él inventó el método de hacernos fuertes y masculinas. Ya no pertenecemos al “sexo débil”.
- ¿Cómo lo hizo? Parece cosa de brujería.
- El doctor estuvo en Alemania estudiando y allí, en la ciudad de Gothiguen conoció al doctor Arnold Berthold, el director del zoológico.
Rosita tenía poco mundo y apenas comprendía lo que Tatiana le estaba refiriendo, pero calló y siguió escuchando con asombro.
- Ese sabio ha descubierto que puedes dar la esencia del macho a pollos castrados. Él les cosía en la barriga los testículos de otro gallo y los capones volvían a ser viriles. Gustavo no experimentó con gallos, sino con esclavos.
A Rosita le vinieron escalofríos y a punto estuvo de arrearle dos hostias a aquella degenerada que hablaba con aquella naturalidad de semejante barbarie. Pero se contuvo y atendió a la explicación, impasible.
- Fue un éxito. Los cojones trasplantados dan vigor y transforman a tipos pusilánimes en valientes y forzudos. Yo le pedí que probara a hacerlo conmigo.
- ¿Contigo? ¿Te cosió a la barriga...? – Rosita miró con curiosidad el vientre de Tatiana. Fijándose, observó una fina línea vertical y oscura en el centro, un poco por debajo del ombligo.
- Sí. Silvia y Cristal eran mis amantes por aquel entonces y se ofrecieron para el tratamiento.
- Pero ¡estáis locas! – No pudo contenerse Rosita – eso es antinatural, podíais haber muerto todas…
- No estamos tan chaladas, mujer – repuso Tatiana – Antes de someterme al tratamiento hice que Gustavo lo probara en cinco esclavas negras. Las dos primeras murieron, pero las otras se convirtieron en auténticas bestias. Por algún motivo a las negras les hace más efecto que a nosotras.
- ¿Y qué ha sido de esas tres? -preguntó Rosita con la voz quebrada de pura indignación.
- Las tengo haciendo de capataces. Los machos son más fuertes, pero tan estúpidos que necesitan mujeres que los dirijan. Y estas mejoradas negras son fantásticas. Fuertes como varones y astutas como hembras. Vamos arriba, cariño. En mi cama estaremos más cómodas y nos daremos placer nosotras mismas, que estas esclavas son unas incompetentes.
Mientras seguía a la musculosa eslava, Rosita iba cocinando a fuego lento su indignación. Aquella secta del Círculo iba a pagar muy caros sus crímenes a poco que ella pudiera.
Por supuesto, le pasó inadvertida la importancia científica del experimento que, podemos decir, inauguraba la era del doping, mucho antes incluso de que se conociera la existencia de las hormonas.
En el laboratorio del profesor Alejo, en el Círculo Artístico y Científico de La Habana, todo era actividad. Leonor lo contemplaba con estupor desde la jaula que le habían asignado. Era una gavia con el suelo cubierto de paja, con un bebedero análogo al de las jaulas de los pájaros, una escudilla con algunos alimentos y un agujero en el centro para hacer las necesidades. El cajón no tenía más allá de un metro cuadrado, lo que impedía a la inquilina acostarse del todo o ponerse de pie, de manera que había de permanecer de rodillas, sentada o acostada en posición fetal. De todos modos, la paja era cómoda y fresca y Leonor agradeció que dejaran de taladrarla y provocarle orgasmo tras orgasmo.
Candy se paseaba insinuante por delante de Alejo, poniéndole nervioso. Iba vestida con una bata trasparente y sólo llevaba debajo las mínimas bragas rojas de seda que había lucido en su encuentro con la Majá de Santa María, la serpiente que la había poseído una hora antes en el mismo laboratorio. El viejillo fotógrafo aficionado salió a escape hacia su casa con los daguerrotipos zoofílicos bien guardados en su caja negra, con la idea de revelarlos inmediatamente.
Y Candy habia aceptado la suculenta oferta económica de Alejo y se había quedado a ayudarle en sus fechorías.
Su primera y excitante misión fue atar firmemente a la dulce Caléndula a una columna, con cuarenta vueltas de cuerda, desde los tobillos hasta la frente, y ponerle una mordaza bien firme para ahogar sus lamentos.
Alejo había adquirido la costumbre de tatuar a sus esclavas. Para Caléndula tenía preparado un bonito dibujo que representaba una flor de esta especie. El tallo surgía entre los largos y crespos pelos del pubis de la rebelde sumisa y la corola se inclinaba justo debajo del ombligo.
La habilidad del profesor era aceptable, pero la zona resultaba muy sensible y la proximidad de la húmeda y prominente vulva de la jovencita le distraía, haciendo que la aguja penetrara más de lo conveniente y arrancando gemidos de dolor a la pobre Caléndula.
Candy miraba la escena relamiéndose de lujuria y procurando atraer la atención del tatuador, ahora acariciándose un pezón, luego frotando su entrepierna a través del sedoso tejido.
- ¿Sufres mucho, putita? - preguntaba despectiva a la pobre tatuada - Profesor, ¿porqué no le tatúa las raíces de la planta en ese coñito de guarra?
Caléndula negaba con los ojos, que era lo único que podía mover.
Candy, deja de contonearte y ves a ponerle agua a Leonor . Me estás haciendo equivocar.
¿Puedo jugar un poco con ella , profesor? - preguntó maligna.
No. Ahora ha de relajarse. Luego jugarás hasta hartarte, cuando llegue el doctor.
Como si hubiera estado esperando que le dieran el pie, Gustavo entró con paso firme. Era un hombre de mediana estatura, rigurosamente alopécico, ya que algún capricho de la naturaleza le había privado incluso de las cejas. Debía ser más joven que Alejo, pero su ausencia de pilosidades le hacía aparentar más edad. Se le veía un hombre fuerte y atlético, muy delgado y enérgico y con mirada penetrante. Observó impasible a Candy.
- ¿Ésta, quién es? – preguntó con bastante poco tacto.
- Soy su nueva ayudante, doctor – respondió Candy frunciendo el entrecejo -¿Le parece bien? Si no, me voy. No me gusta estar de más, ni que me hagan de menos.
- Espera, espera – ordenó Alejo dejando a un lado su aguja de tatuar – Has de verla en acción, Gustavo. Esta muchacha es pura dinamita.
- ¿Y la chinita? ¿No es la que le regalaste a ese palurdo? – Preguntó el doctor.
- Por favor, Gustavo. No hables así del hijo de doña Carlota. Ya sabes que le debemos gran parte de lo que ahora tenemos aquí. Incluyendo al espécimen que te comenté.
Señaló la jaula donde Leonor miraba preocupada al recién llegado. Le recordaba a algunos de los psicópatas que ya la habían torturado y violado en el pasado. Sin poder evitarlo, sus pezones se endurecieron ostensiblemente y su entrepierna empezó a mojarse.
- Vaya, sí que parece una cosa seria. Vamos, sin perder un segundo, que tengo a la esposa del capitán al remojo y he de empezar la terapia estimulativa.
- ¿Tiene remedio?
- No lo sé, Alejo, pero aunque no la cure, lo voy a pasar muy bien con ella. Es una mujer muy voluptuosa y sospecho que poliorgásmica.
- Pues ahí tienes a la hembra más lúbrica de las Españas. Te presento a Leonor. Leonor, saluda al doctor Gustavo.
La hermosa mujer no abrió boca, mirando de cubrir las tetas con los brazos para disimular la erección de sus pezones.
- A ver, tú, vampiresa – dijo Gustavo dirigiéndose a Candy - ¿Sabes cortar el pelo?
- Pues claro, doctor. Pero no soy una vampira. Al menos no chupo la sangre… - añadió relamiéndose mientras miraba fijamente el rostro lampiño del galeno.
- Veremos – contestó él indiferente.
Alejo consideró conveniente interrumpir su tarea tatuadora y desató a la pequeña Caléndula para conducirla a otra jaula, donde la encerró. Entre él y Gustavo sacaron a Leonor de su encierro y la condujeron hasta una estructura de madera de extraño y ominoso aspecto, que había junto a los cepos.
Consistía en un tablero perforado, que se abrió para acoger el cuello y las muñecas de Leonor, para cerrarse luego y quedar asegurada por dos cerrojos.
La mujer quedó arrodillada, con las piernas separadas y cada parte de su bello cuerpo completamente expuesta al capricho de sus captores.
- Voy a buscar mi aparato. Lo tengo arriba. Ir afeitando a la vaquita – ordenó Gustavo con expresión cínica dando un papirotazo en las voluminosas tetas de Leonor al pasar apresuradamente junto a ella.
Leonor pensaba que iban a depilar a fondo su pubis. Por eso tuvo un sobresalto enorme cuando Alejo tomó sus cabellos, o lo que había quedado de ellos después de abandonar la fragata maldita, estiró con fuerza y empezó a cortarlos con unas gruesas tijeras.
Candy se situó delante de ella observando la faena del profesor mientras preparaba una bacinilla de afeitar con su jabonoso contenido como le había indicado el profesor. Luego abrió una caja que había sobre la mesa del laboratorio y extrajo una afilada navaja.
- Pero ¿Qué hacéis? Esto es una locura. ¡Parad! – Leonor se lamentaba a voces, pero los otros no le hicieron el menor caso.
Candy se situó detrás de Leonor y a una seña de Alejo empezó a enjabonar la cabeza con parsimonia.
- ¡Estás loca!¡Para, para, no lo hagas! – Gimió la pobre, viéndose ya pelona - ¿Pero porqué hacéis esto?
- No lo vas a entender muy bien, bomboncito. Pero es necesario para nuestro experimento… y además es humillante y perverso ¿No te parece? Seguro que vas a empezar a mojarte.
Alejo empuñó la navaja con mano firme y dio las primeras pasadas de arriba abajo. La piel del cráneo, blanca y suave empezó a emerger de entre los cabellos recortados. Leonor procuró no moverse, aunque gruesos lagrimones corrían por sus mejillas y el gimoteo provocaba leves sacudidas de sus pechos.
Doña Carlota se movía pavoneándose por su habitación. Ante ella dos caballeros visiblemente alterados procedían a desnudarse, mientras una jovencita sentada en una silla de ruedas observaba angustiada la escena.
- Vinisteis hasta mí con embustes – Acusó con voz ronca la mujer – Y ahora todo se ha descubierto y lo vais a pagar los dos. Bueno, los tres, que ha esta zorrita también le va a tocar lo suyo.
- Deja que se vaya Esther, tía Carlota..
- ¡No me llames tía, desgraciado! – rugió la mujerona abofeteando a Javier – No eres mi sobrino, sino mi esclavo. Pero ¿Qué haces tú empalmado, delgaducho? – preguntó a Ricardo en tono acusador - ¿Es que te pone que te castiguen? Ya me había parecido a mí notar algo de eso…
- Perdone usted, doña Carlota, no he podido evitar…
- ¡Pero no te disculpes, alma de cántaro! – gritó Esther desde su silla cerrando los puños con rabia
- ¡Mira la mosquita muerta! Calla si no quieres que te haga sodomizar.
- No me da miedo, bruja tripuda – proclamó valerosa Esther – Acérquese y verá como le dejo la cara. Había sentido un cosquilleo en aquella zona de su cuerpo limitada de movimiento pero no de sensibilidad
Haciendo caso omiso de las uñas afiladas que agitaba la muchacha, Carlota tomó de la oreja a Ricardo y lo tendió sobre sus muslos después de sentarse en la sillita del tocador. Al hacerlo se abrió su batín y pudo entreverse una peluda y anfractuosa vagina.
La zapatilla de la señora se estrelló en las nalgas de Ricardo, que lanzó un gemido que no era de dolor precisamente.
- ¡Serás marrano! ¡Te estás frotando esa repulsiva verga contra mis pernas! – Acusó la señora, que ya estaba sofocada y húmeda de excitación.
- No, no. No lo crea usted. Es que el calor de los golpes provoca esta reacción en mí.
- ¡Eres un despreciable enfermo! Seguro que el doctor Gustavo podrá ensayar contigo alguno de sus tratamientos – amenazó Carlota, con la voz cada voz más desmayada.
Javier estaba desnudo y se tapaba sus partes privadas con las manos.
- Tú, sobrino desleal; Ven aquí – ordeno la dueña de la casa – Vamos a ver… ¡caramba! Estás bien equipado por lo que veo. Ah… necesito una polla dentro de mí. Ponte cerca. Mmmm. La tienes bien limpia. Y qué huevos más sabrosos.
La señora se había olvidado de Ricardo, que seguía tendido sobre sus piernas, y se concentraba en estimular genitalmente a Javier que, contra su voluntad, comenzaba a excitarse por las hábiles maniobras de la veterana dama.
Como ya sabéis los que seguís la serie de Leonor, he empezado a ilustrar los relatos con imágenes del cómic y algunas propias. Los lectores que me lo han pedido, sobre todo si me han comentado en TR o me han hecho sugerencias a mi correo, ya han empezado a recibir las versiones ilustradas de los relatos en PDF. Si deseas que te los envíe, escríbeme a mi correo y comenta qué te parece la serie y hacia dónde te gustaría que se fuera orientando la cosa. También puedes sugerir situaciones, personajes. Que tengas un 2022 pleno de excitantes experiencias.