Leonor en América (5)

Doña Carlota abusa de Javier y de Ricardo ante la impotencia de Esther, Rosita se refocila con sus masculinizadas amigas, y Leonor sigue padeciendo los tormentos del profesor Alejo y su amigo el doctor Gustavo con la ayuda de Candy la perversa en presencia de la desdichada Caléndula.

Esther no cabía en su silla de indignación, pero debía reconocer que su ropa interior se estaba humedeciendo a ritmo acelerado y sus pezones parecían dos pequeños pedruscos. No podía evitar el abuso que se estaba cometiendo ni participar en él, cuando ambas cosas la motivaban intensamente.

Carlota, bajo los efectos del ron y de alguna otra substancia prescrita por el doctor Gustavo, estaba desatada masturbando a Ricardo con una mano y acariciando los testículos de Javier mientras mamaba golosa su gruesa verga.

-       No tengáis miedo – recomendó, dejando un momento de succionar el pirulí – No os voy a entregar a las autoridades. Os quedaréis aquí conmigo y esas tres putas que duermen abajo, se unirán a la mulata y la tetuda en cuanto se recuperen del todo.

-       Prometa que no les hará daño – pidió Javier con la voz trémula, pues las caricias de su tía le estaban llevando al límite.

-       ¡Hipócrita! Las has traído hasta aquí para montar un lupanar, no lo niegues. Te precede tu fama de proxeneta y libidinoso – rugió Carlota empuñando el saco escrotal de su sobrino con fiereza – Pero ahora seré yo la que las explote. Mis amigos las adiestrarán convenientemente y pronto rendirán pingües beneficios.

-       ¡Miserable bruja! – Clamó Esther

-       Ya me he cansado – se levantó soltando a sus presas la señora –  Me parece que estás pidiendo a gritos que te den papel en este entremés. ¡Tú, flacucho! Carga con esa deslenguada, desnúdala y la tiendes allí.

-       - Pero doña Carlota…¿Qué pretende? – se encogió Ricardo, que ya había asumido su rol de sumiso a la perfección.

-       Pues pretendo que folléis aquí, delante de mi y de mi sobrino.

-       Pero eso no es correcto… - arguyó el joven.

-       Ya sé que lo hacéis a escondidas en tu cuarto. Ahora quiero verlo yo directamente, sin que Bautista me cuente lo que él averigua espiando vuestras alcobas por las mirillas que tengo dispuestas.

Sin más argumentos, Ricardo cargó a su amada y la llevó a la cama. Ambos estaban bien calientes a pesar de la violenta situación, o quizás precisamente por ella.

-       Ahora me la vas a meter bien hondo, jovencito – ordenó la dueña de la casa a su sobrino – Por mi agujero natural, pero abordándome por la retaguardia, que no quiero perderme detalle de tus amigos.

Javier ya no tuvo inconveniente en obedecer a su tía. La grupa era grande y carnosa, pero su gordo pene se abrió camino bajo el ano y se hundió en la vagina con un chapoteo goloso.

-       ¡Ah…! Esto es la Gloria – murmuró doña Carlota – Así, déjala en cueros. ¡Mira, la cerda cómo gime de gusto! ¡Tú, Javier! No pierdas el ritmo que me va a venir de un momento a otro.

No hacía falta animar al joven y apuesto caballero. Se había aficionado ya a hacer chocar sus caderas contra ese culo generoso, y su polla se encontraba a sus anchas en aquella estrecha grieta con casi medio siglo de actividad a cuestas.

Ricardo manejaba sin problemas a Esther, abriendo sus inertes piernas, que presentaban alguna resistencia espástica, fruto de la excitación de la muchacha. Para relajarla, su amado se inclinó a practicar un cunnilingus profundo y parsimonioso, arrancando así un primer orgasmo a Esther. Animado por sus gemidos, Ricardo se incorporó y se apresuró a penetrarla.

-       ¡Vamos!... ¡Bombea, sabandija!... Quiero ver cómo te corres… - balbuceaba doña Carlota en pleno éxtasis erótico. Sus grandes tetas bailaban alegres al compás de los envites de Javier y ella aumentaba sus gozos masturbando con dos dedos su congestionada lentejuela.

-       ¡No te corras, Ricardo! – exclamó Esther – No me vayas a dejar encinta, por Dios…

-       ¡Eso, eso! – Confirmó la señora – Yo quiero ver tu leche manando del caño. ¡Espera! ¡Qué idea! Las Geisas japonesas se vendan los pies para mantenerlos suaves y menudos y dan placer a sus dueños con ellos. Esta paralítica debe tener los pies tan tiernos como los de un bebé. ¡Córrete en sus pies! ¡Vamos!

Ciertamente, las plantas de Esther no sufrían roce ni carga, privada como estaba de la marcha y la bipedestación. Ricardo, fetichista de zapatillas y pies, no podía haber tenido mejor imposición que aquella. Se apresuró a obedecer, sujetando los empeines inmóviles y acercando las plantas, entre las que introdujo su pene. Luego friccionó un pie contra otro, fabricando un remedo de vulva de lo más apetecible. Aunque fríos y yertos, los pies empezaron a calentarse y un espasmo de excitación los recorrió, provocando unas fuertes e involuntarias contracciones musculares que hicieron sacar gruesos chorretones de semen al maestro, que estaba teniendo el mejor orgasmo que recordaba desde que Rosita le zurraba mientras el follaba con Leonor, en los ya lejanos días en que esta historia vio la luz primera.

-       ¡Ahhhh…! ¡Siiii…! Fóllame, fóllameeee! – Exigia enfebrecida la doña, aunque Javier empezaba a perder potencia después de haber eyaculado abundantemente en la veterana vagina de su tía, lejana, pero tía a fin de cuentas.

Ricardo procedía ya a limpiar con sus manos las pringadas tetas de Esther, así como su vientre y hasta su rostro, ya que el impulso del placer había lanzado su blanca simiente a un metro de distancia. Ella atrapó entre sus dedos los de su amado y los lamió golosamente, ajena ya a la presencia de doña Carlota.

-       Me habéis dado un rato de sumo placer – reconoció la señora mientras se recomponía anudando su batín – Pero la deuda no está saldada aún. Vais a quedaros aquí en mi casa y me haréis cada tarde una visita. Tú sobrino, dormirás conmigo hasta nueva orden.

-       Pero, tía; eso es … ridículo. ¿Para qué quieres que duerma contigo? – se resistió el joven.

-       Quiero olerte, abrazarte, dormirme sujetando esas pelotas y esa verga que tanto me van a hacer gozar. Y quiero que me comas el coño cada mañana para despertarme.

La mujer despidió a los tres amigos para asearse en la intimidad.

-       ¿Qué vamos a hacer, Javier?- Se preguntó Ricardo.

-       De momento, seguirle la corriente – se adelantó Esther – Mientras tengan a las chicas secuestradas hemos de ganar tiempo.

-       Eso está bien, pero yo no sé si saldré vivo de ésta – se lamentó Javier – Quiero decir, que no voy a resistir mucho tiempo la lujuria de esa puerca.

A apenas dos leguas de allí, Rosita se escurría desnuda y cubierta de sudor de la alcoba de Tatiana, allí quedaban profundamente dormidas ésta y sus dos lugartenientes. La siesta se había prolongado y ya era noche cerrada cuando las cuatro mujeres se habían derrumbado exhaustas después de incontables orgasmos. Para Rosita la experiencia había resultado sorprendentemente satisfactoria. A pesar de que odiaba a aquellas brujas sádicas y torturadoras no podía ignorar la excitación intensa que le producían esas relaciones de poder y sumisión.

Silvia y Cristal habían reemplazado a las dos esclavas negras y se habían esmerado en su labor. Luego Rosita y Tatiana se entregaron a un sexo violento e intenso sin una dominadora definida, mientras las asistentas lamían y acariciaban cada zona sensible de las dóminas que quedaba a su disposición, pezones, anos, pies o manos, todo era suculento bocado para el hambre de sus bocas lujuriosas.

Finalmente se entregaron a un frenético todas contra todas, perdidas las jerarquías y el control de los instintos. Rosita salió magullada y con profundos arañazos de la refriega, aunque ni mucho menos le tocó la peor parte.

Dieron luego en beber como cosacas, que algo de tales llevaban en la sangre aquellas tres mujeronas masculinizadas y, a falta de vodka, dieron buena cuenta de una botella de ron. La bebida era de una calidad superior a todo lo que Rosita había probado. Le llamó la atención la presencia de un feo murciélago en la etiqueta roja. Bebió dos o tres sorbos y fingió ebriedad, tumbándose en la cama y haciéndose la dormida. Así escucho a las tres hablar como cotorras durante una hora, mientras despachaban grandes cantidades del licor de la caña de azúcar. Al principio entendió que comentaban las excelencias de la bebida, fabricada por un hispano-cubano de Santiago que había tenido la excentricidad de poner un murciélago en la etiqueta de aquellas botellas, que aún no se comercializaban pero que Tatiana había recibido en número de seis como obsequio del caballero.

Cuando la alcoholemia aumentó, las tres mujeres se pasaron al ruso, por lo que Rosita ya no consiguió enterarse de nada. Poco después, todo fue silencio y Rosita se deslizó fuera del cuarto. Había localizado un armario de ropa donde había prendas masculinas de las dos lugartenientes de Tatiana. Cristal era más o menos de su talla. Se vistió con un pantalón ajustado de montar, unas botas de caña y una camisa abierta. Se echó un poncho por los hombros y bajó sinuosa como una pantera la escalera de la mansión.

Ya le había echado el ojo a una yegua torda de los establos. En menos de media hora, Rosita cabalgaba junto a la valla de la hacienda en dirección a donde pensaba se encontraba la propiedad de doña Carlota, donde sus amigos estaban prisioneros probablemente.

Sin embargo, apenas había recorrido media milla, escuchó ruido tras ella. Se giró y se le erizaron los pelitos del cuello. Una hueste numerosa avanzaba por el camino. ¿La habrían visto? No podía distinguirlos bien, pero la forma de avanzar en dos columnas por el camino y la presencia de numerosos caballos le hizo pensar enseguida en un contingente militar.

Se ocultó tras la maleza e intentó tranquilizar a su yegua. El batallón estaba ya a su altura. Oyó hablar a los que la encabezaban. Parecían cubanos e iban uniformados. Aquello era alarmante. Pero de pronto vio algo que la tranquilizó. Entre los que iban a pie se distinguía con claridad a varios hombres negros. Armados con carabinas y machetes, caminaban codo a codo con los blancos. Aquellos no eran soldados, sino rebeldes.

Jugándoselo todo a una carta, Rosita salió de su escondrijo y lanzó una voz de saludo.

En el Círculo Artístico y Científico Habanero Leonor gimoteaba por su cabellera perdida. Para aumentar su congoja Candy fue a buscar un espejo y le mostró su cráneo recién afeitado a la pobre mujer. Sin embargo, contra toda lógica, la visión humillante de su calvicie excitó a Laonor. Candy la besó en la boca con gran pasión y mucha lengua y el profesor Alejo se situó tras ella, de rodillas para ponerse a su altura, y empezó a amasarle las nalgas con fuerza.

El doctor Gustavo estaba de regreso, con un extraño artefacto del que emergían varios cables. Lo conectó al generador eléctrico y situó sobre él un tambor con bobina de papel y agujas marcadoras entintadas. El médico se colocó sobre la cabeza de Leonor, haciendo caso omiso de Candy y de Alejo, que seguían haciendo un emparedado con la prisionera, a la que estaban derritiendo de gusto como mantequilla en una tostadora.

El doctor fue clavando en el cráneo de Leonor los extremos de los cables. Aunque eran muy pequeños, produjeron un dolor agudo a la mujer. Pero, ya os imagináis el efecto que produjeron estos pinchazos entre los muslos de nuestra heroína. ¡Exacto! Chorros y chorros de flujo vaginal manaban sobre los dedos de Candy y Alejo, que ya llevaban unos minutos frotando las partes bajas de la indefensa víctima.

-       ¡Ay, Dios! – exclamó el profesor – Esta mujer es tremenda. Nunca vi nada igual. Gustavo, has de tocar esto. Es un charco.

-       ¡Eres una guarra! – masculló Candy – La más puerca de las putas… - añadió pasándole la lengua por el cuello y la oreja a la pobre prisionera.

-       ¡Calla, Candy! Se está poniendo tan caliente como antes en el salón de actos. Si seguimos insultándola se va a desmayar de gusto.

-       ¡Qué interesante! La petite mort o la fainting fit de los anglosajones.

-       ¿Qué quiere decir esa jerga? – preguntó Candy sin dejar de pellizcar los gordos y duros pezones de Leonor.

-       Son expresiones antiguas – explicó Gustavo – Algunos las relacionamos con esos orgasmos tremendos que llevan a la inconsciencia. Esto es lo que me gustaría registrar – y puso en marcha su primitivo registrador eléctrico.

Ondas de diferente anchura y frecuencia se dibujaban en su rollo de pael. Gustavo se concentró en observar sus formas y asegurar los pequeños terminales con una goma adhesiva. Alejo sujetaba a Leonor por el Cuello para evitar que diera sacudidas. Con la otra mano estimulaba el ano de la mujer, que ya había admitido tres dedos en su interior.

Candy estaba desatada. Mordía, lamía chupaba, se contoneaba como la serpiente que la había poseído horas antes, enroscándose en los pechos, el vientre y las caderas de su cautiva e involuntaria amante.

-       ¡Ahora! – exclamó Gustavo – Mirad esas ondas. Es un orgasmo, un orgasmo brutal. Le recorren toda la masa cerebral. ¡Alejo! Estamos haciendo historia! Es el primer registro del placer que se recoge en un laboratorio.

-       Pues me parece bien, pero si no la follo por el culo ahora mismo el cerebro se me va a colapsar a mí – afirmó agitado Alejo, extrayendo su durísimo pene del pantalón y encarando el ojete tembloroso de Leonor

-       Yo quiero que me coma todo – anunció Candy poniéndose de pie y ofreciendo su vagina y su ano a la boca de la otra mujer a la que dio la espalda en un gesto grosero.

Y Leonor empezó a comer y comer, a pesar de tener ocho agujitas en el cráneo y las manos sujetas a una barra, a pesar de que la estaban sodomizando con todo el vigor posible y que se estaba corriendo a chorros. Su lengua recorrió las rajas de Candy, desde el clítoris hasta el coxis, en una ida y vuelta rítmica y profunda.

Cuando Candy y Alejo se corrieron, Leonor pareció caer en un profundo sopor. Las líneas del trazado cerebral se aplanaron y ella se derrumbó quedando sujeta por las muñecas y una expresión de inmensa felicidad en el rostro.

El papel se había agotado y el tambor continuaba girando sin producir ya trazado alguno.

Como ya sabéis los que seguís la serie de Leonor, he empezado a ilustrar los relatos con imágenes del cómic y algunas propias. Los lectores que me lo han pedido, sobre todo si me han comentado en TR o me han hecho sugerencias a mi correo, ya han empezado a recibir las versiones ilustradas de los relatos en PDF. Si deseas que te los envíe, escríbeme a mi correo y comenta qué te parece la serie y hacia dónde te gustaría que se fuera orientando la cosa. También puedes sugerir situaciones, personajes. ¡Que lo disfrutes!