Leonor (4) Enculada y violentada

La historia se pone fea para Leonor y Rosita. Un relato no apto para espíritus sensibles, pero recordadlo: Las cosas no quedarán así...

Dicen que para saber si alguien es bueno sólo hay que darle ocasión y motivo para dejar de serlo. Así que Damián, que hasta ese día no había cruzado la línea del delito, más allá de tener las manos un poco largas con las mozas del pueblo, tomó una decisión. O la tomó por él su polla, que suele sustituir al cerebro masculino en algunos eventos transcendentes.

Al día siguiente se presentó a la hora habitual en la casa de Cosme y Leonor y atendió como de costumbre al enfermo mientras respondía a sus preguntas.

  • Dime, Damián. ¿Ya sabemos quién es ese malnacido que se beneficia a mi mujer?

  • No hay tal, Don Cosme - contestó Damián con mucho aplomo.

  • ¿Qué? No me engañes, bribón o haré que te muelan a palos a ti también.

  • No le engaño, señor. Ningún hombre entró a la casa. Su mujer se acostó y, es verdad,  empezó a dar voces y gemidos en la cama.

  • Pero ¿dormía?

  • No lo creo. Lo cierto es - y aquí hizo una pausa y fingió avergonzarse - que doña Leonor estaba desnuda en el lecho y con las piernas bien abiertas, mostrando su sexo húmedo y ...

  • ¡Basta, bellaco! ¿Qué guarradas son esas que me explicas? ¿Y tú la estuviste contemplando de esa guisa?

  • Sí, amo, aunque me produjo gran quebranto y vergüenza, pero seguí sus órdenes a pie juntillas y no perdí detalle de lo que hizo doña Leonor...

  • ¿Acaso te mandé que te machacaras tu sucia verga mirando a mi esposa? ¡Sal de aquí o te rompo en la cabeza la bacinilla!

Damián abandonó precipitadamente la alcoba con una sonrisa de oreja a oreja. Había dejado en suspenso la respuesta pues en realidad no había mentido, sin decir por ello toda la verdad. No hubo hombre alguno en el cuarto de la dueña de la casa, pero ella se procuró placer de otra manera, que él no le había especificado a Don Cosme. Quizás aún podría dar la información que se guardaba según rodaran o no las cosas a su favor.

En lugar de dejar la casa y volver a la suya como era habitual, se asomó a la cocina. Allí estaba la señora de la casa sola, vestida con un blusón ancho que se abría por un hombro cayendo la manga hasta medio brazo y dejando al aire buena parte de los senos de la dama. Por lo demás, iba descalza y con las faldas arremangadas para refrescarse mientras hervía unas verduras en el fuego de carbón.

  • Buenas noches - Saludó Damián entrando con aplomo

La mujer se sorprendió pues pensaba estar sola. Con rápido gesto se cubrió el seno y soltó la punta de la falda de la cintura para cubrir sus pantorrillas y el muslo que iba exhibiendo sin pudor un instante antes.

  • Pero ¿qué haces tú aún aquí? ¿No acabaste de aviar al señor?

  • Lo hice ya, pero hay un tema que he de tratar y no admite espera.

  • Tu dirás - Leonor dejó el fuego y tomó una silla junto a la mesa del obrador sin invitar al muchacho a que hiciera lo propio.

Sin vacilar, el chico se vino hacia ella y se sentó a tres palmos de la señora, que retrocedió al ver invadido su espacio de forma tan deshonesta.

Miró fijamente al muchacho. Debía estar cerca de la veintena y no era mal parecido. Se le veía fuerte y saludable, trigueño de pelo y con los ojos verdes, aunque algo pequeños y juntos y, ahora lo advertía por primera vez, con un extraño brillo maligno en las pupilas.

  • Es el caso, Leonor, que conozco tus manejos con Rosita. Tu marido me mandó espiarte y ahora estoy en el dilema de contarle o no lo que vi.

Leonor mudó sus colores hasta tres veces, primero se puso roja al oírse tratada de tú por aquel malandrín, después blanca, al saber que su secreto ya no lo era y finalmente amarilla cuando se mencionó la posibilidad de que todo le fuera revelado a su marido. Sin habla y boquiabierta, la camisa volvió a caer hombro abajo aunque ahora ni siquiera se percató del excelente panorama de sus mamas que ofrecía a la vista.

  • Si llegamos a ciertos acuerdos tú y yo, me abstendré de dar el chivatazo, pero no voy a negociarlo contigo. - ella escuchaba consternada - A partir de ahora Rosita y tú seréis mis putas y haréis cuanto yo os ordene, como y donde yo diga.

  • Pero, pero ¿qué locura es esa? ¿Cómo te atreves a insinuar que...?

  • No insinúo, Leonor. Afirmo y afirmo con todas las de la ley que, o os avenís a satisfacer hasta el último de mis caprichos o os veréis apaleadas, humilladas y expulsadas de esta casa y acabaréis vuestros días en un prostíbulo para arrieros en medio de la sierra.

Mirando de ganar tiempo, Leonor no siguió oponiéndose y empezó a pensar con rapidez una salida al entuerto.

  • Damián, no veo que eso que dices sea imposible, pero has de mirar que yo soy una mujer casada, quizás Rosita podría darte alguna satisfacción de la manera que pides...

  • ¡Yo no pido, zorra! - se acaloró él sin elevar la voz, pero bajando el timbre para ocultar su mocedad y aparentar más años y menos paciencia - Exijo, ordeno y mando, a ver si se te mete en la cabeza. Ahora soy tu dueño y el de esa mulata viciosa. Esta noche mismo me recibirás en tu alcoba, desnuda y bien abierta de piernas como ayer estabas y Rosita se paseará también en cueros ante mí como ayer lo hizo contigo. Y ya os iré dando instrucciones a las dos de todo lo que me plazca que hagáis.

Quedó Leonor pasmada con el discurso del criadillo, pero no osó oponerse y vio en silencio como el chico salía de la cocina para dirigirse seguramente a su casa para la cena, aunque ya le había advertido que volvería más tarde con las peores intenciones.

Rosita se mostró indignada cuando Leonor le contó la conversación con Damián.

  • Tú lo sujetas cuando llegue. Sólo un momento y yo - hizo una simulación de lo más realista cuchillo de cocina en mano - le cojo por detrás y le rebano el pescuezo. Así - y movió el arma con una facilidad pasmosa.

  • Ya sé que has degollado más de un cordero cuando vivías en la sierra con tu tío el pastor, pero un hombre no es lo mismo que una oveja. Además ¿qué haremos después? ¿Desangrarlo y hacer embutidos con él? Es una locura. Nos llevarán presas y acabaremos en el cadalso.

-Entonces...

  • Es sólo un chico. Le podemos hacer una paja, yo se la puedo chupar, no me da asco, ya lo sabes

  • Pues yo echo hasta la primera papilla si me meten una de esas asquerosas berenjenas de carne. No pienso ayudarte.

  • El caso es que él pidió, exigió, que tú también participaras.

  • Pues no cuentes con ello. Si te da igual estar con ese cerdo en la cama, por tu cuenta. Yo no voy a tragar.

Leonor sabía que Rosita la amaba con auténtico cariño de amante, mucho más allá de las expansiones sexuales que se prodigaban, y sabía además que le asqueaban los machos, quizás por algún episodio de su niñez como pastora que la había marcado irremisiblemente.

  • Has de estar a mi lado. Quiero que vigiles lo que me hace. No has de hacer nada tú, pero estate conmigo, te lo pido por favor – suplicó la dueña de la casa.

Rosita acabó accediendo y se ocultó el cuchillo en el refajo, dispuesta sin duda a hundirlo en el cuello del extorsionador según cómo se condujera.

Llegó la hora fatídica y Damián compareció sin disimular su ansiedad. Al ver a las dos mujeres sentadas en la cama sonrió con lujuria evidente en la mirada. Sin embargo pronto se le torcieron los planes.

  • Así me gusta. Iros desnudando las dos ,venga. El viejo no se enterará de nada, ya que le he dado ración doble de su mejunje.

  • Yo no me desnudo - anunció Rosita - Me voy a quedar aquí sentada y ten cuidado con lo que le haces a la señora, o te arrepentirás.

Aquello no era lo pactado y Damián se enfureció. Dando gritos exigió que ambas se quitaran todas sus ropas y se prepararan a obedecer hasta la última de sus órdenes. Cogió del pelo a Leonor y levantó la mano para abofetearla. Entonces Rosita sacó su cuchillo y se abalanzó sobre el criado.

Pero éste ya se esperaba alguna jugarreta de la morena y se le adelantó esgrimiendo una navaja barbera que apoyó en la yugular de Leonor echando hacia atrás su cabeza para dejar el cuello bien accesible e indefenso.

Damián no era muy alto, pero el trabajo en la carpintería le había hecho desarrollar unos antebrazos poderosos y aunque Leonor se aferró a su muñeca con las dos manos, la navaja no se movió un milímetro de su blanco y gracioso cuello.

  • No espera, espera - suplicó Rosita - No le hagas daño...

  • Si no quieres ver de qué color tiene la sangre deja el cuchillo en el suelo y quítate el vestido, fierecilla.

Realmente, Rosita estaba fuera de sí, con los ojos encendidos, el pelo revuelto y sudando por la indignación y la angustia.

Obedeció a pesar de todo, dejando caer sus faldas y sacándose el corpiño. Luego se bajó las pantaloneras y quedó desnuda, tapándose el sexo con una mano y los senos con la otra.

  • A la cama, salvaje. Vamos. Tú Leonor. Toma esas sogas y átala. Cuidado con lo que haces que tengo tu cuello bien cogido y la navaja está muy afilada.

Así, sin soltar el cuello de Leonor, Damián hizo que ésta atara los tobillos de Rosita a los pies de la cama, dejándolos separados y bien abiertas las piernas. Luego le hizo juntar las manos y Leonor ató también las muñecas entre sí, para que el muy canalla tirase de la cuerda hacia arriba y dejara a la criada desnuda y expuesta, con los brazos sujetos al cabezal.

Sólo entonces guardó la navaja en su faltriquera y empujó a Leonor lejos de su inmovilizada amante.

  • Venga, en cueros, patrona, que empieza el baile.

Sin perder detalle, Damián se quitó también su ropa, mostrando su pene ya semi erecto. Tenía un cierto complejo con esta parte de su cuerpo. Era demasiado grueso para su longitud, que era normal, pero parecía escasa por el enorme volumen del aparato Esto le había acomplejado siempre. Una prostituta le había rechazado una vez al ver su tranca y él tenía la impresión de que siempre debería tomar por la fuerza a las mujeres, ya que ninguna se dejaría penetrar por aquel obús sin oponer resistencia.

A Leonor no le pasó desapercibida aquella cualidad del joven, pero no hizo gestos de espanto o repulsión.

  • Ven aquí, vamos, de rodillas. Besa este mango que te va a rellenar todos los agujeros del cuerpo.

  • No nos maltrates, Damián. Yo haré lo que me mandes - Leonor se situó ante la polla y la acarició con suavidad. Luego la olió y le pareció aceptable el nivel de higiene, así que se la metió en la boca haciendo un esfuerzo por dilatar sus labios y empezó a dar placer con la lengua a su criado.

  • ¡Ah! Eres un demonio. ¡Cómo me la pones! Para, para...

Damián venía demasiado motivado a la cita y necesitaba desaguar el depósito rápidamente. Tumbó en el suelo a su patrona y la penetró de un golpe, sin preámbulos. Ella no pudo reprimir un aullido al notar sus labios abrirse brutalmente bajo el empuje de aquel taladro de carne inflamada.

En cuatro envites el mozo se vino dentro de la comprimida vagina, pero siguió bombeando como si nada hubiera ocurrido, aprovechando la lubricación que su propio semen había proporcionado al coito.

Leonor pasó de gritar y suplicar a jadear y finalmente a gemir de gusto. Decididamente, aunque Rosita era un encanto, ella estaba hecha para recibir buenas pollas, aunque fuera de forma tan violenta y forzada como la presente.

Cuando Damián salió de ella, la verga volvía a estar dura y los testículos, más aún.

  • Ahora le toca a tu amiga - indicó él volviendo la vista hacia la criada, que había observado enfurecida el lance.

Montó a la cama el muchacho y se ubicó entre las piernas forzadamente abiertas, apuntando con su pringoso pene la entrada del coño de la chica. Pero no pudo pasar de ahí. Los músculos de Rosita eran tan poderosos y tan seco estaba el conducto, que los intentos fueron inútiles y Damián entró en cólera.

Desistiendo por el momento, saltó fuera del lecho y asió del pelo a Leonor, que había permanecido de rodillas en un rincón sin quitar ojo al cuchillo que había terminado bajo la cama.

  • ¿Qué mirabas, perra? - rugió él estirando su larga y negra cabellera - No sueñes con cogerlo. Ahora os voy a dar el regalo que he traído para vosotras.

En el suelo había dejado un zurrón que traía consigo y de él extrajo unos cuantos objetos que puso sobre la cama.

  • Mira qué collar más hermoso - y empezó a ponerle a Leonor una pieza de cuero que se ajustó dolorosamente alrededor de su cuello - Te he traído también unas pulseras. ¿te gustan?- y procedió a esposarla con dos correas que ató firmemente entre sí por detrás de la espalda. Luego tiró del collar y la llevó arrastrando las rodillas hasta el pie de la cama, donde sujetó una cuerda a los barrotes y a la anilla del collar.

Al tirar hacia atrás quedó Leonor estirada hacia atrás, con las manos atadas y sus grandes pechos proyectados hacia delante por la dolorosa postura.

  • ¡Dios!¡Cómo nos vamos a divertir! - exclamó él limpiándose con el dorso de la mano las babas que le caían ante el espectáculo de las dos mujeres atadas e indefensas.

Sonó en aquel momento la campana de la iglesia. Las doce. Aquello pareció hacer pensar en algo a Damián. Se acercó, rascándose los huevos, a la ventana del pasillo desde la que se veía la calle. Pareció alegrarse por lo que vio y bajó desnudo hasta la entrada de la casa y abrió la puerta a alguien que entró tras él.

Se oyó desde el dormitorio ruido de pasos y algunas risas contenidas y cuatro sujetos entraron en la habitación lanzando exclamaciones de sorpresa y regocijo.

-¡Vaya, vaya! – dijo al entrar el primero, un tipo de unos cuarenta con un torso de boxeador y manos gigantescas – Mira lo que tenemos aquí. ¡Madre de Dios! No habías exagerado, Damián. ¡Menudo ganado!

El resto de la cuadrilla fue acercándose a examinar aquella mercancía tan bien presentada que les habían vendido, al parecer. Eran tíos rudos, con cuerpos castigados por el trabajo pesado a la intemperie. Vestían con ropa de campo y olían intensamente a sudor, a pesar de que se habían lavado cuando bajaron de la sierra.

-       Desatad a la de las tetas – indicó Damián – a la negrita, ni se os ocurra, que es una fiera salvaje.

Obedecieron los tipos, aprovechando la ocasión para acariciar las partes más apetitosas de Leonor, que no se resistía, temerosa del aspecto asilvestrado de sus visitantes.

-       Antes que nada, vamos a ver el espectáculo. Sentaros, que os traeré un vaso de vino.

Volvió al poco, con una bota y seis vasos, como si las mujeres también fueran a beber con ellos.

-       Poned a la señora de la casa encima de su criada – siguió disponiendo Damián – Vais a ver el arte que tiene. ¡Venga Leonor! Empieza a chuparle la almeja a tu amiguita, que nos la has de ablandar para follarla mejor.

La orden fue acogida con risas por los presentes, que miraban interesados. Leonor no se movió, hasta que vio al más mayor de los hombres esgrimir un látigo de arrear ganado que traía al cinto. Entonces se apresuró a meter la cabeza entre los muslos de Rosita y empezó a darle largos lametones en su raja. La chica permaneció impasible, intentando disimular el hormigueo que se extendía por su entrepierna con aquel húmedo tratamiento.

Pronto fue imposible evitar que se hiciera patente la excitación de la muchacha; Sus pezones se hincharon y comenzó a jadear moviendo la cabeza de lado a lado con los ojos cerrados, concentrada en su placer.

-       ¡Vaya par de zorras! – exclamó el mayor de la cuadrilla – Venga, empecemos a follarlas, que yo ya estoy que me salgo.

-       ¿Quieres empezar por la señora o por la criada? – Preguntó Damián – Si quieres hacerle aquello que hablamos ayer, allí hay una mesita que te irá de perlas. Es resistente, no te preocupes.

El hombretón se quitó los pantalones, dejando al aire una buena verga ya empalmada, y se desabrochó la camisa, mostrando un torso velludo con unas cuantas cicatrices. Se tumbó en la mesita indicada, dejando el culo al borde mismo del mueble y los pies en el suelo.

-       ¡Venga, ternera! Sube aquí arriba y empálate que me la vas a ordeñar, mientras yo te ordeño a ti esos dos cántaros.

Leonor obedeció sin rechistar. Se arrodilló abierta de piernas sobre la polla del tipo y dejó que él dirigiera su herramienta con las mano a la entrada de su coño, que la acogió sin mayor dificultad, pues ya estaba húmeda por la excitación, a pesar del miedo y la indignación que le provocaba aquel asalto.

-       Inclínate – ordenó el hombretón – a ver a qué saben esos dos melones. Mmmm, son bien dulces. Te voy a morder un poco las puntas, a ver cómo crecen en mi boca.

En efecto, los pezones de Leonor se pusieron duros en unos segundos y pronto ella empezó a gemir mientras se iba clavando la polla del hombre a su ritmo y midiendo la profundidad de la penetración según su gusto.

En estas estaban cuando ella notó una sensación de humedad resbaladiza en su ano. Alguien estaba rociando con aceite esa entrada trasera. Miró hacia atrás sin parar de bombearse la vagina con el pene que la invadía, y vio a otro de los invitados con la aceitera en una mano y su verga en la otra. Comprendió lo que iban a hacerle de inmediato e intentó apearse, pero ya era tarde. El que yacía en la mesa la sujetó entre risas y empezó a moverse, ahora sí lo hacía él, entrando y saliendo más rápido y más hondo de lo que ella lo hacía un segundo antes.

-       Vas a correrte como una perra, Leonorcita. Con un rabo en cada agujero.

-       ¡No, no! esperad! Acaba tú primero y después él. Los dos a la vez me vais a matar….

-       Sí, de gusto… - Y todos estallaron en carcajadas.

Con paciencia y usando los dedos, el segundo tipo fue dilatando el agujero lo justo para insertar la punta de su polla y luego, de un envión la metió hasta la mitad.

-       ¡Julian! Que noto tu polla entrar y salir – anunció con alegría – Me la estás frotando a través de la pared del culo. Vaya gusto que da.

-       Pues haz tu lo propio, palurdo. Empieza a moverte y me dará el gusto a mi.

Las dos pollas se acariciaban, eso sí, separadas por las paredes de las cavidades de Leonor, que lanzaba unos gritos angustiados, pues las sensaciones eran nuevas para ella y el dolor era más grande que la excitación.

En un par de minutos los dos serradores habían cogido el ritmo y entraban y salían alternativamente de cada agujero, aunque coincidiendo unos instantes, lo suficiente para que sus penes friccionaran entre sí, dándoles a ambos un placer muy especial.

El tercer hombre se cansó de mirar y se acercó al grupo para empezar a besar los labios, el cuello y los senos de la pobre Leonor, que había optado por abandonarse a las sensaciones y no pensar.

Aquellos besos y caricias del recién llegado la llevaron a sentir un éxtasis que jamás había experimentado, con los tres hombres volcados en gozar de ella a la vez.

Cuando sintió explotar las dos pollas, con pequeños intervalos, dentro de sí, Leonor pensó que se desmayaba de gusto, cerró los ojos y dejó que los dos hombres que tenía junto a su cara metieran las lenguas en sus orejas, lamieran también su cuello y le pellizcaran las tetas hasta que le saltaron las lágrimas y un chorro de baba cayó sobre el hombro del primer follador, que aún escurría en el fondo de su vagina las últimas gotas de esencia. Un segundo chorro salió del fondo de la gruta profanada, resbalando por los testículos del hombre, que se estremeció de placer.

-       Realmente valía la pena venir hasta aquí. Damián, no exagerabas. Esta puta es algo serio – Dijo mientras apartaba a Leonor y se incorporaba el jefe de la cuadrilla – Deja que descanse un poco Roberto y te la follas tú también. ¿Qué tal ese culito, Ernesto?

-       De muerte, jefe. Estrechito y juguetón. Lo mueve como si fuera la boca. Me ha dejado bien escurrido.

Damián no estaba participando del asalto a Leonor. Se había quedado sentado en la cama, acariciando a Rosita, que yacía indefensa, atada de pies y manos y expuesta a sus caprichos. Éste recorrió con ansia sus muslos y su vientre con la mano y se concentró después en estimular su vulva, que estaba llena de babas de Leonor y de otros jugos autóctonos, que habían empezado a brotar de la raja abierta.

-       ¿Ahora no me arañarás mientras te follo, verdad? – preguntó con sorna mientras se iba colocando entre las piernas de la criada.

-       Si acercas la cara, verás – amenazó ella mostrando sus grandes y blancos dientes y estirando el cuello para intimidar al canalla.

-       ¡Ja, ja, ja! No te preocupes que no lo haré – contestó mientras iba introduciendo su pene en la vagina indefensa – Vaya, que mojadito está esto; y qué caliente. Mueve ese culito tan precioso, Rosita, vamos.

La chica adoptó una actitud indiferente, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada. Relajó todos los músculos e intentó evadir su mente de la realidad. Aquello no fue del gusto del violador.

-       Roberto, ayúdame. A ver si se te ocurre algo para que ésta colabore.

El citado se acerco sonriendo. Era el único que aún no había mojado y estaba esperando que Leonor se recuperara un poco para ponerla a cuatro patas sobre la mesita y darle un buen repaso.

-       ¿La azoto con esto? – preguntó el mozo esgrimiendo el látigo.

-       ¡Vete a la mierda, merluzo! ¿No ves que me vas a dar a mí? Piensa otra cosa. Mira, pínchale los pies, seguro que la haces bailar.

-       ¡No me toques los pies! No lo soporto – gritó asustada Rosita.

-       Pues hemos dado en el clavo – Y empezó a pasar las uñas por las plantas descubiertas y bien sujetas por las cuerdas.

La chica se retorció y saltó en la cama todo lo que le permitían sus ataduras. Empezó a reír histérica, a llorar y a suplicar sin poder librarse del tormento de las cosquillas.

Los otros dos tipos, que estaban recuperándose después de la doble penetración a la dueña de la casa, se sumaron al juego. Uno se ocupó de un pie, mientras que el otro se centró en las axilas y las tetas, que estaban accesibles y bien inmovilizadas por la cuerda que unía las muñecas con el cabezal.

Rosita enloqueció con el tratamiento. No podía ya gritar y exhalaba el aire entrecortadamente, dando fuertes golpes con el culo contra la cama, lo que daba a Damián un tremendo placer, primero por las sensaciones tan intensas que disfrutaba su polla, metida en aquella centrifugadora, y por otra parte, la contemplación del sufrimiento de su odiada víctima, que le había rechazado e incluso arañado cuando había intentado abusar de ella semanas antes.

Cuando él se corrió, una oleada de calor le inundó los muslos y los testículos. Rosita se estaba meando espasmódicamente sin poder evitarlo. Se había hecho sangre en las muñecas y los tobillos, dando tirones para liberarse y estaba exhausta, desmadejada y semiinconsciente.

-       Por favor, parad – suplicó Leonor, aún tirada en el suelo – NO le hagáis daño. Yo haré lo que queráis.

El tal Roberto vino a su encuentro, la levanto como si fuera una pluma, eran gente muy fuerte por su trabajo en la serrería, y la puso a gatas sobre la mesa.

-       Pues venga, echa atrás el culo, que te voy a dar lo tuyo. Espera que te limpie todo esto. Vaya, te sale sangre del culo. Que marranada. Con un chorro de vino lo arreglo yo – Y le echó un vaso por encima frotando con una punta del vestido de la mujer – Por Dios, que estas nalgas me vuelven loco. Mueve el culo, zorra, o te la meto por el otro agujero.

-       No, eso no. Me duele, me duele mucho, no lo hagas.

-       Si colaboras no lo haré. No somos tan malos, ves.

El tipo extendió las manos para estrujar las tetas mientras follaba salvajemente por el coño a la indefensa Leonor.

Por suerte para ella, Rosita no volvió a suscitar el interés de los cuatro miserables.

Durante la hora siguiente se recuperaron de la primera corrida y se divirtieron abusando de Leonor de todas las formas posibles. Primero se pusieron en corro a su alrededor para que fuera lamiendo los huevos de todos ellos, uno tras otro. Luego tuvo que chupar sus penes, pringosos de las corridas anteriores. Lo iba haciendo por turnos y tenía que mirar de mantener la erección de los que esperaban para penetrar su boca, usando las manos.

Los cuatro fueron eyaculando uno tras otro en la inflamada vagina, con Leonor encima de la mesita baja. Mientras uno la follaba, La mujer tuvo que masturbar a otros dos, uno con cada mano, y besar y lamer el sexo del tercero que se situaba encima de su cara con las piernas abiertas y flexionaba un poco las piernas para meterle los testículos en la boca o forzaba la punta del pene hacia abajo, para obligarla a besarla y chuparla con sus agotados labios.

Las campanas de la iglesia dieron las dos y los cuatro sujetos empezaron a mostrar cansancio y cierto aburrimiento. La criada seguía atada en la cama, con la colcha manchada de sangre, orina, semen y sudor. Estaba dormida o inconsciente. No reaccionó cuando Damián le retorció los pezones cruelmente, lo que alarmó un poco a los otros, que temieron haberla matado o haberla dejado paralítica. Ya con los huevos bien vaciados, decidieron vestirse y marchar.

-       A ver si estáis listas para repetir el sábado, que tengo unos arrieros que pasan por aquí y les he invitado a vuestro espectáculo – fue la despedida de Damián.

Aún no habían salido, Leonor se precipitó sobre la cama, cortó las ataduras de su amante y la abrazó desesperadamente. Pasó el resto de la noche limpiando sus heridas y cuidándola. Cambió las sábanas y la colcha y dejó dormir a la joven.

El día siguiente las encontró durmiendo abrazadas.

-       ¿Qué ha pasado?¿Dónde están esos canallas? – se despertó Rosita sobresaltada

-       Se han ido, amor, se han ido. Te pondrás bien, no te preocupes. Ahora descansa, yo me encargo de todo.

-       ¿Sabes dónde están esos malnacidos?

-       Son de una serrería que hay a cinco leguas en dirección al sur.

-       Oíste a aquel hijo de puta decir que iba a volver con más hombres ¿verdad?

-       Sí, Rosita, pero quizás no sea verdad, yo no creo que se atrevan.

-       Volverá. Seguro que sí. Y yo le esperaré. Pero antes de que vuelva hemos de limpiar las pistolas que hay en el desván y conseguir balas. Yo sé quién nos las va a proporcionar.

-       ¿Estás loca? ¿Quieres matarle? Iremos las dos a la cárcel, ya te lo dije. No lo voy a permitir. Huye tú. No te buscarán.

¿Y quedarte tú aquí? – La abrazó amorosamente – Ni lo sueñes, Leo. Eres mi amor, mi amante, mi vida. Yo te protegeré de esos malnacidos. Y no huiremos de nuestra casa. Nos defenderemos.