Leo y los gendarmes

Leo tiene por delante unas horas aburridas en ómnibus hasta llegar a su casa. Pero dos uniformados se encargarán de hacerle mucho más llevadero el viaje.

Leo y los gendarmes

Faltaban veinte minutos para la partida de mi ómnibus, prevista para las 22:00 hs, y a partir de allí me esperaban tres horas de viaje antes de llegar a casa. Antes de subir al bus decidí pasar por el kiosco en busca de algo para beber durante el viaje, y compré una botellita de gaseosa. Estaba buscando cambio para pagar cuando los vi pasar. Eran dos gendarmes, uno moreno y el otro rubio, que charlando y riéndose animadamente se pararon apenas unos metros detrás de mí. Eran guapos los condenados. El moreno tenía un aspecto de tipo recio que acentuaba su mandíbula cuadrada, su nariz ligeramente aguileña y sus ojos renegridos. El rubio tenía los rasgos angulosos, la nariz recta, y cuando sonreía su rostro adoptaba un gesto de niño travieso que hacía chispear sus impresionantes ojos azules. Altos los dos, se notaba su contextura atlética (la del moreno un poco más fornida). El uniforme les sentaba de puta madre, y marcaban unas protuberancias en las entrepiernas absolutamente tentadoras. Un lindo regalo para la vista antes de la partida que, por supuesto, no iba a desaprovechar. Subyugados, mis ojos recorrían – palpaban – con el mayor disimulo posible la anatomía de tan deseables ejemplares. El problema fue cuando en uno de esos atisbos, mi mirada se cruzó con la del moreno. La primera vez pasó como un hecho casual, pero la segunda . . . ¿Se habría dado cuenta? Tenía mis dudas, pero éstas se disiparon cuando el rubio se dio vuelta y también me miró. Sí, se había dado cuenta. "Cuidado, Leo, que con estos no se jode", me dije mientras desviaba rápidamente la vista de los tíos. Era mejor irse, así que giré sobre mis talones y me encaminé hacia el ómnibus.

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Francisco y yo llegamos a la terminal apenas quince minutos antes de la hora de partida del bus. Nos habíamos entretenido charlando con la hermana y la prima de un compañero, para quien nos habían dado un encargo. Las muy zorras nos provocaban, regalándonos sonrisas zalameras y mohines seductores, y la verdad es que estaban para darles una buena cepillada. Pero lamentablemente teníamos que irnos, y lo único que conseguimos con tanta seducción histérica fue llegar a la estación de ómnibus con las pollas duras y unas ganas tremendas de follar. Estábamos hablando justamente de eso con el alemán, cuando noté que un tipo nos miraba una y otra vez. " Aquel debe ser puto ", le dije a Francisco. " ¿Quién? ", me preguntó él frunciendo la nariz. " El flaquito ese que está cerca de la puerta, con la mochila negra. Desde que llegamos que nos está marcando ", le dije entre dientes. El alemán giró la cabeza disimuladamente y le dio una ojeada rápida. Después me miró de nuevo, sonrió frunciendo el entrecejo y me preguntó: " ¿Se puede saber que carajo estás pensando? ".

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Este Darío, cuando está alzado, pierde la cabeza. Yo ya veía que el bus se iba sin nosotros. Y lo peor de todo es que las mocosas, además de atrasarnos, nos dejaron con una calentura de aquellas. " ¿Y ahora, cómo te vas a arreglar con eso? " le pregunté señalando la carpa que tenía en la entrepierna mientras caminábamos a paso vivo hacia la terminal. " Uy, la puta madre! ", protestó el negro tratando de acomodarse el bulto, haciéndome largar la carcajada. Entonces me miró, y levantando una ceja me dijo: " No te creas que estás mucho mejor ". Lo malo es que tenía razón porque mi verga también abultaba en la entrepierna, aunque no tanto como la de Darío porque el condenado tiene flor de rabo. Por suerte, a pesar del retraso llegamos bien, inclusive con tiempo como para fumarnos unos cigarrillos antes de subir al transporte. Estábamos en eso, cuando de repente el negro me hizo un comentario sobre un tipo que estaba detrás de mí. Disimuladamente me di vuelta para ver al fulano, y me encontré con un flaquito joven, de linda facha, que por unos segundos cruzó su mirada con la mía. Después miré de nuevo a Darío, y vi esa expresión tan elocuente que exhibe el negro cuando avista carne para hincar el diente. No imaginaba que idea rara tenía en mente, y cuando quise sonsacarle algo lo único que me dijo fue " Buen culo, eh? " sin quitarle los ojos de encima al chaval.

Subí al ómnibus, un coche bastante bueno, por cierto. Tenía dos pisos, y yo había pedido un asiento en el de arriba. Si bien no esperaba un lleno total supuse que viajaría más gente, pero las únicas pasajeras en ese nivel eran dos mujeres mayores que se acomodaron en las primeras butacas, delante de todo. "Mucho mejor", pensé, disfrutando de antemano de la tranquilidad que - parecía - iba a .tener durante el viaje. De todas maneras, ocupé el lugar que me habían asignado, un asiento del lado izquierdo, junto a la ventanilla, casi en las últimas filas (total, ya habría tiempo de cambiarme si tenía ganas). Puse mi mochila en la gaveta, y cuando apenas había terminado de acomodarme, vi aparecer a los gendarmes por el hueco de la escalera. Por unos segundos imaginé cualquier cosa . . . hasta que comprendí que sólo eran un par de pasajeros más. Así y todo, no pude evitar sentir cierta intranquilidad, sobre todo cuando me vieron. Hicieron un paneo por el micro, intercambiaron unas palabras y luego avanzaron derechito hacia donde yo estaba.

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Abordamos el bus, y como sabíamos que sobraban lugares, enfilamos directamente para el piso superior. El flaquito estaba allí, sentado junto a una ventanilla. Arriba sólo estábamos él, dos viejas sentadas delante de todo, el alemán y yo. Parecía hecho a propósito. " A pedir de boca, eh? ", le dije a Francisco. " Estás loco ", me contestó él, sonriendo y moviendo la cabeza. Avanzamos por el pasillo hacia el fondo, y cuando llegamos junto a la fila de asientos donde el chaval estaba me detuve. Sosteniendo el boleto entre los dos comencé a mirar la numeración de los lugares, como buscando los nuestros, y mientras lo hacía "distraídamente" me acomodé el paquete con la mano libre . . . y ahí ya no tuve dudas que el tipo era puto; bastaba ver como me había mirado el bulto mientras lo movía. Eso bastó para que la verga, que nunca había dejado de estar morcillona gracias a las zorritas, empezara a ponérseme dura.

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Después de "cotejar" los boletos y los números de los asientos, Darío me miró y me dijo " Es aquí " . . . lo cual era una absoluta mentira, porque nuestros pasajes no tenían asiento asignado. Pero cuando al negro se le mete una idea en la cabeza no hay quien lo haga cambiar de opinión, y después de guiñarme un ojo se sentó al lado del flaquito, que tenía una expresión de susto antológica. Yo me ubiqué en la misma fila que la de ellos, pero en el asiento individual, junto a la ventanilla. Apenas nos sentamos el ómnibus empezó a moverse, alejándose lentamente de la dársena mientras el chofer de relevo pasaba haciendo el conteo de pasajeros. Aunque no escuchaba lo que decía noté que el negro le estaba dando charla al muchacho, y que éste respondía más por cortesía que por ganas. Desde que se había sentado, el guarro de Darío no dejaba de toquetearse el paquete, como si le dijese al chaval "mira lo que tengo para ti" . . . pero nada más. Empecé a creer que todo sido una bravuconada de mi amigo y que la cosa no pasaría de unas cuantas sobadas de verga por encima del pantalón, hechas sólo para fastidiar al chaval, cuando de repente vi que el negro se bajaba la cremallera y se metía la mano en la bragueta . . .

No podía creer que con tantos lugares libres, justo le hubiesen dado el asiento contiguo al mío!. El gendarme acomodó su bolso en la gaveta, luego se sentó, y como si me hubiese leído el pensamiento me miró y me dijo muy sonriente: " Tantos asientos desocupados y nos amontonan en una fila ". ¡Dios, que guapo era el tío!. Tenía un aspecto de tipo duro y por esa misma razón lo imaginé como un mata-putos, por lo que traté de evitar cualquier atisbo de excesivo interés de mi parte en su persona. Pero la tarea no resultaba fácil, porque el moreno comenzó a darme charla y mientras lo hacía no dejaba de toquetearse el paquete. " ¿Hasta donde vas? ", me preguntó el tío siguiendo con ese persistente manoseo, que casi parecía una muda provocación. Juro que me esforcé, pero así y todo no puede evitar que por unos segundos mis ojos se posaran en ese bulto notorio, en el que evidentemente había algo más que tela amontonada y que su mano apretaba una y otra vez. Cuando alcé la vista para responder, las pupilas del moreno se clavaron en las mías, y sus labios se estiraron en una mueca burlona. Tragué duro, y forzando una sonrisa le dije que mi viaje terminaba en la última parada. A esa altura el tipo se sobada el paquete descaradamente mientras sonreía con sorna, como si ya ni hiciese falta disimular y sólo estuviera esperando que me hincara entre sus piernas. "Ni lo sueñes, amiguito", pensé resistiendo la tentadora invitación. Haciéndome el desentendido le pregunté si ellos también viajaban hasta el final del recorrido. " No, nosotros bajamos enseguida, en la primera parada ", respondió entonces el moreno, para luego agregar que era una pena que tuviésemos tan poco tiempo. No sé si era porque yo ya estaba nervioso o qué, la cuestión es que no entendí lo que me había querido decir. Lo miré extrañado, y frunciendo el ceño le pregunté: " ¿Poco tiempo para qué? ". Entonces sentí que el gendarme apoyaba su mano izquierda en mi nuca, y luego comenzaba a hacer presión empujando mi cabeza hacia abajo, en dirección a su entrepierna. Y allí, durísima y enorme, la polla babeante del tipo – que nunca supe cuando la había sacado - asomaba feroz por la bragueta del pantalón.

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Cuando empecé a empujarle la cabeza el jotito ofreció un poco de resistencia, y a juzgar por el gesto de sorpresa en su cara, no podía creer lo que yo intentaba hacer. La verdad es que era una locura, pero en ese momento estaba tan caliente que no me importaba nada, y apretando con más fuerza llevé la boca del tío justo donde quería: a mi verga. Por unos segundos el tipo mantuvo los labios apretados, pero yo seguí presionando y no tuvo más remedio que separarlos. Mi carajo le entró directo hasta la garganta, enterrándose tan a fondo que le provocó una ligera arcada. Aflojé entonces un poco la presión, como para que respirara mejor, pero después empujé nuevamente. Con mi mano aferrada a su nuca repetí el movimiento, haciendo deslizar su boca por el tronco de mi polla, forzándolo a que me la mamara. Bueno, lo forzado duro poco, porque a la tercera hincada "con ayuda" el mamón engulló la verga hasta el pegue y se quedó así por unos segundos, rozando mi pubis con su barbilla, apretando muy suavemente el tronco con sus dientes. Después tomó mi muñeca con su mano, sosteniéndola firme, dándome a entender que ya no hacía falta que lo obligara. Entonces liberé su nuca, y reclinándome un poco lo dejé para que me comiese el rabo a sus anchas.

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En verdad, no podía creer lo que veía. El tipo estaba prendido al rabo de Darío, y lo engullía una y otra vez casi con desesperación. El negro exhibía un gesto de placer envidiable (bueno, quien no con semejante mamada), pero así y todo no dejaba de estar alerta, mirando hacia adelante por si aparecía alguien de repente. Con ánimo mitad samaritano mitad morboso me levanté de mi lugar, me paré junto a la fila de asientos en que ellos estaban, y me acomodé de manera tal que los ocultaba de la vista de cualquiera que se acercase . . . además de procurarme un primerísimo plano de la escena. El negro alzó el pulgar y me guiñó un ojo, aprobando mi movida. Entonces me agaché y con mis labios pegados a su oreja le susurré: " Eres un hijo de puta, te saliste son la tuya ", haciéndolo sonreír. Mientras tanto, el chaval seguía devorando el pollón de mi amigo, tragándolo hasta la raíz con auténtico deleite. Sin interrumpirlo, Darío deslizó su mano izquierda hasta el culo del tío y comenzó a sobarle las nalgas, hasta que en un momento dado lo hizo detener y le dijo algo al oído. No llegué a escuchar las palabras, pero sea cuales fueran, hicieron que el muchacho levantara la cabeza con un gesto de asombro en su rostro. " No, no! ¿Y si viene alguien? ", le escuché decir al chaval mientras con los ojos muy abiertos escudriñaba en la oscuridad de la cabina. " ¡No pasa nada! El vigila ", respondió Darío señalándome con un movimiento de cabeza mientras rodeaba la cintura del tipo con sus manazas y lo hacía levantar de su sitio. Inquieto, el muchacho se aferró al respaldo del asiento frente al suyo, mientras en un abrir y cerrar de ojos el negro le desajustaba el cinto para luego bajarle el pantalón y el slip . . .

Cuando me dijo que iba a follarme dije que no, porque la idea me parecía una locura, pero el tipo ignoró olímpicamente mi negativa y en un abrir y cerrar de ojos me bajó los lienzos dejándome el culo al aire. La verdad es que podría haberme resistido, pero después de haber saboreado ese vergajo impresionante, la perspectiva de sentirlo taladrándome me excitaba sobremanera. Después de bajarme la ropa el tío volvió a aferrarme la cintura con sus manazas y me movió hacia su asiento, hasta ubicar mi hoyito justo sobre la punta de su feroz tranca . . . y empezó a jalarme hacia abajo. Una puntada me indicó que la cabezota del rabo se estaba abriendo paso entre mis nalgas, y de mis labios escapó un quejido de dolor. Pero el moreno prosiguió, implacable, y unos segundos después todo su vergón estaba completamente alojado en mis entrañas. Entonces sí, se detuvo, pero sólo por unos instantes, como para disfrutar del ceñido enchaquetado que mi culo le obsequiaba su miembro. Después volvió a tomarme de la cintura, y demostrando un movimiento de pelvis envidiable, empezó a bombear. " Despacio, por favor! ", gemí dolorido, obteniendo como respuesta los jadeos entrecortados del tío que a pesar de lo estrecho del lugar se las arreglaba bastante bien para bombear a ritmo sostenido. La verga, durísima y caliente, se movía dentro de mi culo sin descanso, y con semejante estímulo pasó lo que tenía que pasar: poco a poco, las puntadas de dolor fueron trastocándose en oleadas de placer. Cuando quise acordarme, yo también estaba sofocando gemidos de gozo, y la vista del gendarme rubio parado a nuestro lado, masajeándose la bruta erección que abultaba en su entrepierna, sólo contribuyó a excitarme más aún.

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¡Por Dios, que culo maravilloso!. Me recordaba las rajas del par de quinceañeras que un par de meses atrás habíamos desvirgado con el alemán, que el guacho había conseguido nos llevaran a la casa mientras sus padres estaban de vacaciones. El hoyito del chaval tenía la estrechez justa, y estaba tan lubricado que mi rabo se deslizaba como una seda entre sus apretadas paredes. Lo único malo era la incomodidad del lugar, que me impedía follarlo como tenía ganas. Porque los quejidos del fulano me volvían loco, y con gusto lo hubiese despatarrado en el piso del ómnibus para cogerlo a lo bestia, empalándolo con fuerza hasta las amígdalas. Pero aunque no pudiese hacer tanto, tampoco iba a quedarme con el antojo de darle más duro. " Afírmate en los pasamanos! ", le susurré entonces al tío. " ¿Cómo? ¿Así? " preguntó él candorosamente, separándose un poco de mi pelvis. " Sí, así está perfecto ", respondí sonriendo al ver que el alemán había desenfundado el rabo y se pajeaba a conciencia. Después apreté con mis manos la cadera del chaval, le dije que se sujetara con firmeza . . . y empecé a follar ese culo como debía ser. Las primeras clavadas las hice despacio, sacando la polla hasta dejar sólo la cabeza adentro para después enterrarla a fondo. Hubiese querido seguir así un largo rato, pero estaba tan enardecido con ese trasero carnoso que a la tercera ensartada me di cuenta que no iba a tardar mucho en correrme. Y entonces aumenté el ritmo de las bombeadas. Mi verga corría entraba y salía de ese apretado agujero a toda velocidad, golpeando sin piedad esas nalgas firmes y lampiñas. Fue un bombeo desenfrenado pero breve, porque apenas unos segundos después sentí como se me hinchaba el rabo, y supe que iba a acabar. Entonces tomé al tío de la cintura, y jalándolo hacia mí lo hice sentar de golpe sobre mi polla.

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Darío tomó la barbilla del chaval, y hablándole al oído le dijo entre jadeos: " Ahora, te voy a llenar el culo de leche ". Y así fue. El negro apretó las mandíbulas, tensó los músculos del cuello, y mirándome fijo se corrió en medio de espasmos y sofocados gemidos. He visto al negro en acción, y se las que gasta cuando está tan excitado: escupe unos trallazos de película, y el muchachito no hizo más que confirmármelo cuando entreabrió la boca y puso cara de gozoso desfallecimiento, como si no pudiese creer la mansalva de guasca que le estaba obsequiando el pollón de mi amigo. Para ese entonces yo tenía el rabo tan duro que me dolía, y supe que también iba a correrme de un momento a otro. " Voy a acabar ", le dije a Darío entre jadeos. En medio de sus estertores el negro sonrió, y poniendo su mejor gesto de atorrante señaló al chico con un movimiento de la mandíbula. "Y por qué no", pensé. Entonces puse mi mano libre en la nuca del tío, lo hice inclinar hasta la altura de mi entrepierna, y enfilando entre sus labios introduje de una todo mi rabo en la boca del chaval. Justo a tiempo: casi al instante, mi verga se envaró más para luego descargarse en esa cavidad húmeda y caliente, derramándose tan generosamente que hasta yo me sorprendí. El chico comenzó a gemir y a presionar mi polla con sus labios, mirándome con los ojos en blanco mientras tragaba casi con gula todo lo que inundaba su boca . . .

No había terminado de acomodarme la ropa cuando se encendieron las luces de la cabina, e instantes después del bus entraba a la terminal donde se bajaban los gendarmes. Sentía la boca empastada . . . y entonces recordé la botellita de gaseosa que había comprado antes de subir. Me levanté de mi asiento para tomar mi mochila de la gaveta, justo en el momento en que los tíos se encaminaban hacia la salida. Vi pasar de reojo al moreno, y cuando me preguntaba donde estaría el rubio, sentí la mano del tío en mi hombro y su aliento en mi oreja mientras me susurraba que era una lástima que ellos no siguieran viaje. La verdad es que yo también lamentaba no poder disfrutar de nuevo de semejantes tíos, pero ¿qué podía hacer?.

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El alemán estaba de espaldas hablando con el flaquito, y recién cuando el bus se detuvo se acercó hasta la escalera, sonriendo vaya a saber por qué. El chaval estaba parado observándonos, a punto de beber una gaseosa. " De esa no ", le di a entender entonces con ademanes, señalando la botellita que tenía en la mano. " De ésta ", completé el mensaje mudo mientras me apretaba el paquete con la mano. El chaval me miró con una expresión que hizo que la verga diese un respingo. ¡Carajo, como me calentaba el jotito!.

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" Entretenido el viaje, no? ", le dije a Darío cuando estuvimos abajo. " Una maravilla ", me contestó el negro remarcando cada sílaba. Después me miró con el entrecejo fruncido, y sonriendo con malicia me preguntó sobre que había estado hablando con el chaval antes de bajar. " Nada en particular. Le pregunté como estaba. Porque como le diste como una bestia . . . ", respondí. El negro soltó la carcajada, y apretándose el paquete me dijo: " Y te juro que le daría con ganas de nuevo ahora mismo ". Sonreí pero no dije nada más, porque conociéndolo al negro, me iba a volver loco desde ese momento. Disimuladamente metí la mano en el bolsillo, y con los dedos acaricié el papelito arrugado en donde el chaval había garabateado a las apuradas el número de su teléfono celular, motivado por la promesa de "pasar a saludarlo" si un día estábamos cerca de su casa.

Y si no estábamos cerca, sería cuestión de aprovechar algún día de franco y hacernos una escapada . . .