Lenorah
Lenorah es una anciana que vive reculida en su mansión... Pero guarda un secreto...
LENORAH
El todoterreno, hasta ese preciso instante, se había comportado bastante bien, hasta ese momento, en que ha comenzado, para desesperación de sus dos ocupantes, a emitir un ronco jadeo y un extraño petardeo para, de repente, quedar muerto.
-¡Mierda! -El joven conductor mira a su compañera con expresión abatida-. Esto no es lo que habíamos planeado, cariño.
Ella se limita a devolverle la mirada y a sonreír, mientras le aparta de la cara un mechón de cabello rubio.
-Voy a ver qué mierda le pasa -él abre la portezuela del coche, y baja-. Tranquila, cariño. Será un minuto.
Pero, no es un minuto, y después de una media hora larga, el hombre da un manotazo al capó del motor, cerrándolo de golpe.
-Peter, cielo, ¿ya has solucionado el problema? -La joven también desciende del todoterreno, y se acerca a la parte delantera del auto-. ¿Peter?
-No sé qué mierda le pasa a este maldito cacharro -Peter mira el muerto automóvil con los puños apretados-. Siento que tu regalo de aniversario se vaya al traste de manera tan absurda, Brenda.
-Cielo, estamos juntos -Brenda, con una sonrisa en los labios, se acerca al joven, y rodea su cintura con ambos brazos.; para mí es todo lo que importa.
-Ya lo sé, cielo -Peter acaricia los suaves y oscuros cabellos de su compañera, que apoya la cabeza en el pecho del joven-. Pero este debería haber sido un día muy especial.
Comienza a anochecer, y las temperaturas sufren una ligera bajada, que hace estremecer a la pareja.
-Métete en el coche -Peter empuja a Brenda, mientras saca su teléfono móvil del bolsillo de su camisa-. Yo haré una llamada para que vengan a recogernos.
Brenda entra en el coche, y enciende la radio.
Fuera, Peter vuelve a guardar su móvil en el bolsillo de la camisa, y sube de nuevo al coche.
Brenda, que en eso momento acaba de encender el aire acondicionado, lo mira con expresión abatida.
-¿Has conseguido algo?
-No hay cobertura -furioso, el joven aporrea el volante con ambas manos-. Estamos perdidos en el jodido culo del jodido mundo. ¡Puta mierda!
-Chist, cariño -ella, con ternura y picardía, comienza a acariciarle la entrepierna-. Relájate... -sonriendo, le desabrocha el pantalón, le saca la verga, y empieza a besarla y a acariciarla-. Mmm... me encanta.
Peter, presa de una gran excitación, aferra con fuerza el volante con la mano izquierda mientras, con la derecha, acaricia los muslos de la joven por encima de los ajustados vaqueros negros.
Diez minutos más tarde, Brenda vuelve a incorporarse, saboreando el semen de su compañero, con una sonrisa en los labios, y una ardiente mirada en sus negros ojos.
-Ufff... cielo -Peter se inclina sobre ella y, con dedos torpes, le desabrocha los botones de la blusa color crema-. Sabes como ponerme a mil.
Ella cierra los ojos, y deja que un escalofrío de puro y cálido placer recorra su cuerpo, mientras él besa y acaricia sus senos, redondos y turgentes, libres bajo la blusa.
La mano derecha de Brenda vuelve a posarse sobre el pene del hombre que, al contacto con la mano, vuelve a erguirse, grande y duro, entre los dedos de la joven.
Ha anochecido por completo cuando Brenda se levanta de encima de Peter, y vuelve a sentarse en el asiento del copiloto.
El joven se abrocha los pantalones, y sonríe satisfecho.
-¿Vas a intentarlo de nuevo? -Brenda se deja caer sobre el pecho de Peter, acariciando, con sus largos y suaves dedos, el rizado vello que lo cubre.
-¿El qué?
-Llamar a alguien para que vengan a buscarnos.
-Ya te he dicho que no hay cobertura -Peter frunce el ceño y tuerce los labios en disgustado mohín-; no tengo ni la más jodida idea de dónde nos encontramos.
Los dos permanecen en silencio, dentro del todoterreno. La radio y el aire acondicionado en marcha.
Lentamente, se dejan atrapar por el sopor quedando, al cabo de escasos minutos, sumidos en un profundo sueño.
La oscuridad nocturna rodea el vehículo todoterreno mientras sus ocupantes se agitan en sueños.
Una vieja camioneta se acerca, traqueteando a buena velocidad, a escasos diez metros del coche estropeado. Sus potentes faros iluminan, por un breve segundo, el interior del todoterreno, y a la joven pareja.
Y la camioneta se detiene a unos doscientos metros del 4x4, para retroceder, hasta quedar a su altura.
Y, dentro del todoterreno, Peter se agita en su asiento, antes de abrir los ojos y clavar una sorprendida mirada en la gigantesca figura que, a grandes zancadas, camina hacia el auto. Su calva brilla a la luz de la luna. Su boca torcida en lo que pretende ser una sonrisa.
-Brenda, viene alguien, cariño -con suavidad, pone una mano sobre el muslo derecho de la joven-. Quizás pueda ayudarnos.
No ha terminado de decir la frase, cuando el extraño personaje golpea con los nudillos el cristal del parabrisas. Sigue sonriendo.
-¿Están bien? -Forcejea con la manija de la portezuela de Peter-. Me llamo Solomonh -la sonrisa tatuada en su rostro.
Por fin, Peter levanta el seguro y abre la puerta. Sin dejar de mirar al gigante, que le tiende su enorme diestra con gesto amistoso, sale del coche.
-Me llamo Solomonh -repite el gigantón, estrechando la mano del joven-, me dirigía a casa, cuando vi su todoterreno, y me dije. "Se un buen samaritano".
-Vaya..., pues muchas gracias -Peter se encoge de hombros, y se aparta del coloso un par de pasos-. Se nos paró el motor esta tarde. Y el móvil no nos ha sido de mucha utilidad.
-No hay cobertura -Brenda rodea el auto, y dedica al desconocido una tímida sonrisa-. Muchas gracias por haberse detenido.
-¿Cuál es el pueblo más cercano? -Peter toma la mano de Brenda, y la atrae hacia sí, apartándola de Solomonh-, necesitamos un taller.
-Wind Falls -el gigante estira su brazo hacia atrás-. Está a unos quinientos kilómetros. Yo vengo de allí -mueve su calva cabezota arriba y abajo, con fuerza-. Voy una vez por semana, para hacer la compra.
-¿Ha dicho que se dirigía a su casa? -Brenda, más confiada que su compañero, extiende su mano derecha hacia Solomonh-. ¿Está muy lejos?
-No -el hombretón toma la mano de la joven, y la aprieta con suavidad-; a unos cincuenta kilómetros.
Peter mira de reojo a su compañera, al tiempo que le hace un gesto con la mano, pidiéndole silencio.
-¿Tienen teléfono?
-Sí, claro -Solomonh asiente, con un ligero cabeceo, a la pregunta del joven-. Además -añade-, yo conozco al dueño de un taller en Wind Falls que estará encantado de ayudarles.
-Perfecto entonces -con aire nervioso, Peter se frota las manos, y se gira hacia Brenda, buscando una mirada de aprobación-. ¿Verdad, cielo?
La vieja camioneta, con sus tres ocupantes, traquetea a buena velocidad, introduciéndose en un camino polvoriento, a unos cincuenta kilómetros del lugar donde han dejado el todoterreno para, por fin, detenerse ante un enorme caserón de estilo indefinido.
-¿Vive aquí? -Peter, una vez parado el motor del automóvil, salta del mismo y ayuda a Brenda a hacer lo propio-. Es un lugar bastante...
-¿Siniestro? -El gigantón sonríe mientras saca las bolsas de la compra de la caja de la camioneta-. Supongo que tiene razón. Pero es que mi señora es una mujer bastante rara y excéntrica. Ya saben..., un tanto maniática.
Peter le devuelve la sonrisa, y asiente con la cabeza.
Después, rodea con su brazo la cintura de Brenda, y siguen a Solomonh al interior del caserón.
-La señora suele acostarse bastante tarde. Quizás puedan conocerla -el hombretón, tras dejar la compra en la mesa de la enorme cocina, se vuelve hacia la pareja-, seguro que les encantará; es una anciana tan agradable. Síganme.
Peter y Brenda sonríen y caminan tras el gigantón, hasta llegar a una sala de pequeñas dimensiones, amueblada de manera sencilla, pero con gusto exquisito, con piezas de artesanía.
Sentada en una silla de ruedas, una anciana de agradable sonrisa y mirada brillante de un azul intenso, les saluda con un leve movimiento de su apergaminada mano derecha.
-¿Quiénes son tus amigos, Solomonh?
-Miss Merryfield -Solomonh saluda a la anciana con una leve inclinación de cabeza-. Los encontré en la carretera, al parecer, su coche sufrió una avería -dicho esto, abandona la estancia.
-Ah -la anciana mira a la pareja con ternura, y les hace un gesto, invitándoles a tomar asiento en torno a la mesa camilla, bajo la cual, brillan las ascuas de un viejo brasero de metal-. Este Solomonh, siempre tan atento.
-Sí, fue una suerte que nos encontrase -Brenda mira los azules ojos de la anciana, que parecen brillar de forma especial-. Mi marido y yo habíamos planeado un viaje de costa a costa, para celebrar nuestro primer aniversario de boda.
-Querida, cuánto lo siento -Miss Merryfield alarga sus manos, hasta tocar las de la joven Brenda-. Eso suena tan romántico.
-Creo que no nos hemos presentado de manera correcta -Peter, subyugado por la dulce sonrisa de la anciana, se levanta de la silla, y se acerca a la mujer, tendiendo su mano derecha, que ésta acepta amable-. Somos Peter y Brenda Buchanan, de New York.
-Oh, encantada -la anciana dedica al joven una amplia sonrisa, al tiempo que le suelta la mano, tras un ligero y breve apretón-. Soy Lenorah Merryfield. De los Merryfield de Santa Fe. A decir verdad, soy la última de una familia proveniente de Inglaterra. Mis antepasados llegaron a Norte América, mediado el siglo dieciocho. Pronto hicieron fortuna en el negocio de la ganadería -la mujer mueve la cabeza con expresión compungida-. Por desgracia, tras la Segunda Guerra Mundial, mi padre perdió casi todas sus posesiones y, esta casa, es todo lo que me queda de lo que, antaño, fuese una de las mayores fortunas de Estados Unidos.
-¿Y su marido? -Brenda, que ha escuchado la historia de Miss Merryfield con gran interés, dedica a ésta una cariñosa sonrisa cargada de compasión.
-Lo mataron en la guerra. Treinta años tenía. Aquello, junto a los problemas financieros de papá, convirtió mi vida en un infierno -lo que parece el brillo de una lágrima, aparece en la mirada de la octogenaria.
-¿No tomó el apellido de su difunto esposo? -Enternecida por la triste historia de su anfitriona, Brenda se alza de la silla, se acuclilla junto a la silla de ruedas, y toma las arrugadas manos de la mujer entre las suyas-. ¿Cuál era el apellido de su marido?
-Lennox. Randall Lennox -Lenorah sonríe con ternura-. Fue un acuerdo entre él y mi padre. Tenga en cuenta que, cuando nos casamos, el apellido Merryfield conllevaba un gran poder.
-Miss Merryfield -silencios como una sombra, el gigantesco Solomonh entra en la salita, y camina hacia la silla de ruedas-. Es medianoche. Seguramente nuestros invitados estén cansados.
-Es cierto. Discúlpenme -la anciana, con expresión entre avergonzada y triste, asiente con un ligero cabeceo-; esta cabeza mía...
-No diga eso, Miss Merryfield -la joven apoya una mano en el hombro derecho de la anciana, y lo aprieta con suavidad-. Tanto Peter como yo, hemos disfrutado de la conversación.
-Solomonh, acompaña a nuestra joven pareja a la habitación de invitados -la anciana, dando muestras de una energía insospechada, empuja las ruedas de su silla, moviendo ésta hasta el largo y oscuro corredor-. Haz que se sientan como en su casa -dicho esto, enfila la silla de ruedas hacia su dormitorio.
Solomonh, con una gran sonrisa en los labios, hace un gesto al matrimonio Buchanan, que le sigue por el lóbrego pasillo hasta llegar a un enorme dormitorio, de cama amplia y cómoda, a pesar de notarse que hace tiempo que nadie la usa. Una cama grande y adoselada, con un cierto aire romántico y misterioso.
-Oh, cielos -Brenda, extasiada, se lanza sobre la cama sin pensarlo dos veces-. Es la cama más grande que he visto en mi vida. Ven, Peter. ¡Es fabuloso!
-Me alegra que sea de su agrado -Solomonh, con su eterna sonrisa, inclina su calva cabeza, y sale del dormitorio de huéspedes, dejando a la pareja sola, deifrutando de la cómoda cama con dosel.
-¡Solomonh! -La débil voz de Miss Merryfield llega hasta el gigantón desde el otro extremo del corredor-. ¡Ven a ayudarme, si ya has terminado con nuestros invitados!
Unas pocas zancadas, y Solomonh se planta en el dormitorio de su ama.
-Señora... -sin demora, toma a la anciana en sus fuertes brazos y, con gran delicadeza, la deposita sobre la cama.
-¿Cuánto falta? -La anciana mira, con expresión nerviosa e impaciente, su reloj de pulsera.
-Muy poco, mi amada Señora -mientras habla, el coloso va desabrochando sus pantalones, hasta dejar libre su gigantesco miembro viril -40 centímetros- que, poco a poco, comienza a ponerse duro como el acero.
Sobre la cama, Lenorah Merryfield comienza a temblar mientras su viejo y decrépito cuerpo sufre una fantástica y asombrosa transformación.
Allí donde antes había manchas y arrugas, ahora hay piel joven, tersa y suave.
Sus pechos, momentos antes fofos, caídos y arrugados, se hinchan y endurecen, grandes y suaves, bajo la blusa de seda.
Sus grises y muertos cabellos adquieren un saludable y brillante tono rojizo, cayendo sobre sus bronceados y tersos hombros, como una cascada de fuego.
Con una lasciva mirada en sus azules ojos, Lenorah Merryfield toma la verga de su mayordomo, y empieza a besarla, mientras se desabrocha los botones de la blusa de seda, dejando libres sus grandes y redondos senos de pezones oscuros y enhiestos.
-Miss Merryfield... -Solomonh, tenso como el acero, estruja, con sus manazas, los delicados hombros de su ama y señora-. Soy suyo..., Lenorah.
-Mmm, deseo tanto sentir tu gran polla dentro de mí, Solomonh -Lenorah comienza a acariciarse la entrepierna, tras desabrocharse la incomoda falda de raso-. Vamos, vamos, dámelo todo, mmm.
Solomonh, cogiéndose el miembro con la mano derecha, rodea la cama hasta colocarse a los pies de la misma mientras, su ama abre sus largas y hermosas piernas, dispuesta para ser penetrada por la inmensa verga de su criado.
Y el gigantón comienza a acariciar los suaves muslos de la mujer, mientras la penetra con ternura y amor.
En la habitación de invitados, Peter y Brenda Buchanan hacen lo posible por conciliar el sueño. Sin demasiado resultado.
-¡Maldita sea! -Peter aparta las sábanas de la cama, y se sienta en el borde de la cama. Los puños apretados sobre las rodillas-. ¿Qué mierda me ocurre?
-¿Estás bien, cariño? -Brenda se gira, y pone una mano en la desnuda espalda de su marido-. Yo tampoco puedo dormir.
-Hay algo en Miss Merryfield que..., no sé -el hombre se vuelve hacia Brenda, le toma la mano, y la besa con cariño.
-¿Te pone nervioso?
-Es... algo más profundo. Algo que me hiela la sangre en las venas.
Brenda se levanta de la cama y, con pícara sonrisa, se acerca a Peter, y lo empuja, dejándolo tumbado sobre el lecho, las piernas colgando.
-¿Por qué no nos olvidamos de la vieja? -Se arrodilla entre las piernas del hombre, mientras acaricia el miembro sobre la tela del boxer-. ¿Te parece bien? -Sus suaves manos bajan el calzoncillo, y su boca besa el enhiesto aparato del excitado Peter que, suspirando, alarga las manos para acariciarle los negros cabellos.
Mientras, en la alcoba de Lenorah Merryfield, ésta recibe, por séptima vez consecutiva, la descomunal tranca de su criado en el interior de su húmedo y ardiente sexo.
-Querido Solomonh, Sabes cómo hacerme gozar.
-Vivo para ello, Miss Merryfield -Solomonh estira su enorme mano derecha para acariciar y estrujar los grandes y bamboleantes pechos de su señora-. Le debo la vida. Usted me salvó hace años, y me dio cobijo y alimento.
-Sí, Solomonh -un brillo cargado de ternura aparece en la azul mirada de la dama, mientras acaricia el musculoso brazo derecho del gigante-. Sigues siendo mi niño querido, mi gran y salvaje semental.
Brenda, tendida sobre el cuerpo desnudo de su marido, suspira mientras acaricia sus labios con su mano derecha, y su pene, ya fláccido, con la izquierda.
De repente, la joven pareja se ve sorprendida por el sonido inconfundible de un gemido humano.
-¡Dios mío, Peter!
-Lo he oído, cariño -el joven, tras subirse los boxer, se alza de la cama, y aguza el oído en espera de escuchar algo más-, sea quién sea, no está lejos.
-Venía de allí con mano temblorosa, la joven señala uno de los muchos paneles de madera que recubren las paredes de la habitación-. Estoy segura.
Y entonces, como para corroborar las asustadas palabras de la joven, aquello vuelve a oírse. Un lamento. Un gemido apenas audible. Pero, a la vez, tan real, que Brenda se agarra al brazo de Peter con tanta fuerza, que le marca los delgados dedos en la carne.
Tan asustada está, que no se ha percatado que está desnuda. Desnuda, aferrada al brazo de su marido, en medio de la lujosa alcoba de invitados.
-Quédate aquí -con suavidad, Peter aparta a su joven esposa, tras darle un leve beso en los labios.
-¿Que vas a hacer? -Consciente al fin de su desnudez, Brenda toma la camisa de su marido, y se la pone-. ¿Peter?
Peter se limita a caminar hacia el panel de madera. Lo tantea, primero con los dedos y, después, dando ligeros golpecitos con los nudillos, buscando posibles oquedades en el panel.
-¿Hay alguien ahí dentro? -Peter, en espera de escuchar algo, pega su oreja izquierda a la madera-. ¿Pueden oírme?
Nada, ni un ruido, ni una voz y Peter, con aire decepcionado, se aparta de la pared.
-¿Peter? -Brenda clava sus oscuros ojos en los de su esposo-. No lo hemos imaginado, ¿verdad? -Aterida, se frota los brazos en un intento por entrar en calor.
-No -Peter le dedica una amplia sonrisa, en un intento por calmarla-; no lo hemos imaginado.
Mientras, en la alcoba de la señora de la casa.
-Ella es bonita, ¿verdad, Solomonh? -Lenorah Merryfield, hermosa en su total desnudez, yace sobre la cama mientras, el gigantesco criado termina de vestirse con lenta parsimonia.
-Es bonita, Miss Merryfield -Solomonh asiente con la cabeza-, será una buena sierva.
-¿Qué me dices de él? -La mujer se incorpora en la cama, apoyándose en los codos-. Parece fuerte.
-No sé, opino que está un poco delgado -con gesto galante, Solomonh toma una finísima bata semitransparente, y la tiende a su señora-. Pero es usted la que tiene la última palabra.
-Gracias, querido -Lenorah se alza del lecho y, tras ponerse la bata, acaricia el ancho pecho del gigante, por encima de la blanca camisa.
Peter Buchanan ha vuelto a acercarse al panel de madera, tanteándolo con sumo cuidado, buscando algún posible mecanismo que abra la maldita plancha de madera.
-¡Mierda! -Furioso, aporrea el panel con el puño izquierdo-. Estoy seguro de que hay algún modo de abrir el panel.
-Peter, olvidemos lo que ha pasado, por favor.
-No, querida, estoy decidido a averiguar lo qué se esconde tras esa pared -el joven vuelve a tantear el panel, y los paneles que lo rodean. Con calma, palpa una a una, cada plancha de madera de la habitación y, por fin...
-¿Has encontrado algo? -Nerviosa, Brenda se acerca a su esposo, y apoya una mano en su espalda.
-Mira esto, cariño -el joven sonríe, al tiempo que, con un fuerte empujón, hunde uno de los paneles en la pared y, al momento, el panel del cual han surgido los extraños lamentos, se abre un par de centímetros, con un leve chirrido-. ¿Qué me dices a esto?
-Espera, creo que oigo algo -Brenda se acerca a la puerta de la alcoba, y pega el oído a la misma-, me parece que se acerca Solomonh.
-De acuerdo, cierra la puerta, entreténlo como mejor puedas -Peter ya a abierto del todo el panel, y se ha introducido por la estrecha abertura para, después, volver a cerrar el falso panel tras él.
Y Brenda queda sola en la alcoba de invitados, cuando Solomonh abre la puerta de la misma, y la saluda con su sempiterna sonrisa.
-¿Todo bien Mrs. Buchanan?
-Oh, sí, es todo..., muy agradable.
-¿Y Mr. Buchanan? -El gigantesco mayordomo recorre la habitación con la mirada.
-Él... ha salido -Brenda intenta parecer calmada, pero no puede, sin embargo, evitar un leve temblor en sus rodillas.
-¿Ha salido? -Solomonh dedica a la joven su más encantadora sonrisa-. ¿Adónde ha ido?
-Él..., -Brenda comienza a ponerse nerviosa-, ha dicho que le gustaría explorar la mansión.
-Ah, ya entiendo -el coloso asiente con un ligero cabeceo-. De acuerdo, yo tan sólo deseaba decirles que, mi señora, espera que se encuentren a gusto.
Al oír esto, la joven eleva una ceja con expresión de sorpresa, pero sólo acierta a decir:
-Muchas gracias, son muy amables -nerviosa, mira su reloj. Es la 1:30 de la madrugada-. ¿Deseaba algo más?
-No, disculpe, Mrs. Buchanan -ahora es Solomonh quien parece nervioso-. Será mejor que me retire. Que descanse.
Con una leve sonrisa en los labios, la joven cierra la puerta del dormitorio, una vez el criado ha salido del mismo.
-¿Dónde estás ahora, Peter? -Sus oscuros ojos se dirigen al panel de madera.
Mientras, al otro lado de la pared del dormitorio.
Peter Buchanan avanza a lo largo de un estrecho pasillo iluminado por bombillas polvorientas, que cuelgan del techo, tan bajo que rozan la cabeza del joven.
Ha vuelto a escuchar el lamento. Sí, allí hay alguien. Alguien que parece sufrir, y esto le hace acelerar el paso.
-¿Quién hay ahí? -Susurra-. ¿Hola?
Y, al fin, sus ojos lo ven.
Acaba de llegar a una sala de mediano tamaño, de cuyo techo bastante más alto que el del pasillo, se balancean varias bombillas, y siente como sus piernas comienzan a temblar, cuando ve a aquellos hombres, unos cinco, todos ellos encadenados con fuertes grilletes a la pared de la sala subterránea.
-Santo Cielo -sin dar todavía crédito a lo que ven sus ojos, se agacha junto a uno de los prisioneros, dándose cuenta que, al menos éste, se encuentra despojado de toda vestimenta.
-¿Quién eres? -Acerca su oreja a la boca del hombre. No parece ser mucho más viejo que él mismo.
Peter no tarda en darse cuenta de que el joven encadenado, sea quién sea, está muerto y, horrorizado, vuelve a alzarse.
Se dispone a volver por donde a venido, convencido de que ninguno de los cuatro restantes hombres encadenados está vivo, cuando un lamento llega hasta sus oídos.
-¡Por favor, ayúdame! -El tercero de los prisioneros, empezando por donde él está, acaba de alzar una mano haciendo tintinear los grilletes.
-¿Quién eres? -Buchanan se acuclilla junto al prisionero. Un joven de apenas veintiún años, de rostro moreno y un tanto infantil-. ¿Quién os ha hecho esto?
-¡Vete! -Ante la sorpresa de Peter, el muchacho le coge la mano, y clava sus ojos castaños en los suyos azules-. ¡Vete antes de que Solomonh y la vieja zorra te cojan a ti también!
Peter, sorprendido por las palabras del joven encadenado, se incorpora de golpe, quedando un tanto anonadado y sin reaccionar, cuando llega a sus oídos el ruido inconfundible de pasos, provenientes de una galería cercana.
Cuando al fin se percata del peligro que corre, salta hacia un enorme pilar de madera, quedando oculto casi por completo, convirtiéndose en espectador de una escena sin parangón.
Ante él caminan dos figuras, el inconfundible Solomonh y una hermosa mujer de rotundas formas y larga cabellera, roja como el fuego, cubierta apenas con una bata semitransparente, de aspecto tan etéreo, que parece vaya a desintegrarse por simple contacto.
-Éste parece el ideal esta noche -la bella mujer se acerca al joven de rostro aniñado, y se agacha junto a él, acariciándole el torso desnudo, bajando hacia su miembro.
Al mismo tiempo, Solomonh da dos palmadas y, al instante, aparecen dos jóvenes, de cuerpos esbeltos, vestidas con escuetos trajes de cuero, que dejan al descubierto sus pechos y sus nalgas.
-Ya sabéis qué hacer -Lenorah se retira del prisionero, para dejar que las dos recién llegadas se acerquen y levanten al joven-. Sujetadlo bien.
Tras esto, la hermosa hembra se inclina ante el encadenado y, sin dilación, comienza a acariciar y a besar su falo, hasta conseguir ponerlo erecto.
Mientras, Solomonh la penetras desde atrás, y azota sus bronceadas y bien formadas nalgas.
Peter observa la escena entre excitado, por la visión de las tres hermosas hembras, y horrorizado por el demacrado y enfermizo aspecto del prisionero.
-¡Vamos, perro! -Con sacudidas salvajes, Lenorah comienza a masturbar al desfallecido prisionero-. ¡Dame tu semen, necesito alimentarme! -Cuando al fin el joven eyacula en la boca de la mujer, ésta saborea y traga el esperma, al tiempo que se deja llevar por el placer de ser penetrada por la inmensa verga de su criado.
Una vez terminado el ritual, las dos jóvenes vestidas de cuero dejan caer al prisionero, y vuelven a desaparecer entre las sombras de la sala.
-Es hora de preparar a nuestros nuevos invitados -Lenorah vuelve a ponerse la bata, y se encamina hacia el estrecho pasillo que ha de llevarlos a la habitación de huéspedes.
-Espero que el joven Peter haya regresado de su paseo nocturno.
-Seguramente, estarán los dos en la cama, abrazados como tortolitos -Lenorah sonríe de forma cruel, mientras rodea con su brazo derecho la cintura del gigante.
Brenda mira, por enésima vez, su reloj de pulsera. Está nerviosa y asustada, muy asustada.
-¿Dónde estás, Peter? -Nerviosa, se mordisquea los nudillos, y clava su mirada en el panel por el que, ya hace una larga media hora, desapareciese su esposo.
De repente, y como respuesta a las súplicas de la joven, el panel de madera comienza a abrirse con un chirrido apenas perceptible.
-¡Peter, por fin! -Brenda se levanta de un salto de la cama, y corre hacia el panel de madera, dispuesta a abrazar a su esposo.
Queda, sin embargo, paralizada por el espanto, cuando ve salir a Solomonh y a la rejuvenecida Lenorah Merryfield.
-¿Dónde está Peter? -Trastabilla hacia atrás, cayendo de espaldas sobre la cama-. ¿Quién es esa mujer?
-Parece que Mr. Buchanan no ha regresado todavía -Solomonh, con aire siniestro y amenazador, camina hacia la asustada Brenda-, tendremos que conformarnos con ella..., de momento.
-Es... muy linda -Lenorah se sienta junto a Brenda y, con una mirada lasciva en sus azules ojos, comienza a desabrocharle la camisa, hasta dejarla desnuda en indefensa. A su merced.
-Sí, Miss Merryfield -el gigante, tras desabrocharse el pantalón y liberar su descomunal aparato, comienza a acariciar la entrepierna de la aterrada joven.
-¿Vas a follarla? -Lenorah, inclinada sobre la joven, lame sus pezones, mientras, Solomonh la penetra, provocando en Brenda un dolor indescriptible con sus cuarenta centímetros de verga.
Mientras, en la sala subterránea, Peter, una vez Solomonh y su señora se han marchado, sale de su escondite, y se acerca al joven prisionero...
-Muerto -con gesto triste, cierra los ojos al muchacho que, al parecer, no ha podido soportar el salvaje esfuerzo al que se ha visto sometido por la cruel y lasciva Lenorah Merryfield.
Tras esto, se dirige hacia el pasillo, dispuesto a coger a su esposa, y largarse de aquel maldito lugar, antes de que sea demasiado tarde.
No imagina lo que le espera, sin embargo, al otro lado del panel del madera, en la habitación de invitados.
Sus piernas quedan paralizadas del espanto, cuando ve a su joven esposa, tendida en la cama adoselada, con el enorme corpachón de Solomonh encima, mientras, presa de gran excitación, Lenorah se acaricia y masturba, con salvajes espasmos de placer.
-¡Brenda! -Consigue reaccionar y, presa de la rabia, se lanza sobre el coloso calvo, golpeándole en la cabeza, con las manos unidas, formando un sólo puño.
Solomonh, sorprendido por el inesperado ataque del joven, se alza desnudo, con su miembro erecto y manchado de la sangre del desgarrado sexo de Brenda Buchanan.
-¡Voy a matarte, jodido cabrón! -Peter, presa de una furia animal, vuelve a lanzarse contra el gigantón que, recuperado de la sorpresa del ataque inicial, no tiene demasiada dificultad para detener el golpe del enfurecido Peter Buchanan.
-¡Oh, sí! -Suspira Lenorah, mientras se acaricia los grandes pechos-. Un joven fuerte y luchador. Será un excelente surtidor de semen.
-¡Maldita zorra! -Brenda, dolorida y exhausta, logra reunir suficientes fuerzas para incorporarse, y marcar la bella cara de Lenorah con sus uñas.
Lenorah, sorprendida, se lleva la mano al rostro, palpando los arañazos.
Luego, sin ocultar su rabia, abofetea a Brenda con fuerza suficiente para hacerla tambalearse de lado a lado.
-¡Voy a matarte, puta asquerosa! -Brenda reacciona con rapidez, cogiendo la palmatoria de bronce, que reposa sobre la mesita de noche del lado izquierdo de la cama, y golpeando a Lenorah en la sien con tanta violencia, que la dueña de la mansión se derrumba, inerte, sobre la cama.
Tras esto, la joven deja caer el pesado candelabro al suelo.
En ese preciso instante, y como alcanzado por un rayo, Solomonh queda paralizado, temblando de pies a cabeza, mientras Peter, con el rostro destrozado por los brutales golpes del gigante, se escabulle renqueando, con el cuerpo magullado y dolorido.
-¡Peter!- Brenda, con el cuerpo empapado en sudor, y los dedos de Miss Merryfield marcados en su mejilla derecha, corre hacia su esposo, ofreciéndole su brazo para apoyarse-. Querido, tenemos que salir de aquí.
-¿Están muertos? -Peter gira la cabeza hacia el cuerpo inerte del gigantesco Solomonh que, desnudo de cintura para abajo, yace a pocos centímetros del panel falso.
-No lo sé -la joven, con gesto amoroso, pasa una mano por los rubios cabellos de su esposo-. Pero no me apetece quedarme a averiguarlo.
-¡Malditos seáis! -De repente, y ante el horror de la pareja, Solomonh comienza a incorporarse. Los ojos inyectados en sangre, los dedos crispados-. ¡Habéis matado a Miss Merryfield!
-¿Qué diablos era tu ama? -Sin pensar dos veces, Peter toma la palmatoria del suelo, manchada de sangre de Lenorah, dispuesto para usarla contra el gigante, si es necesario.
-Necio..., Lenorah Merryfield era una mujer fascinante. Jamás serás capaz de imaginar, siquiera, la magnificencia de mi señora -Solomonh avanza hacia Peter con las manos extendidas hacia delante-. ¡Y vosotros la habéis matado!
-¡Calla ya, bastardo! -En ese instante, Brenda Buchanan arranca el candelabro de las manos de Peter y, lanzando un alarido salvaje, golpea la enorme y calva cabezota de Solomonh. Una y otra vez. Hasta diez veces. Hasta que el coloso cae al suelo muerto.
Tras esto, la joven suelta el candelabro, y se deja caer de rodillas al suelo, mientras Peter la abraza con fuerza, arrodillado a su lado.
-Todo a terminado ya, cariño. Todo ha terminado ya.
Ante sus ojos, el bello y exuberante cuerpo de Lenorah Merryfield comienza a envejecer y, después, a corromperse, hasta quedar reducido a un montón de huesos polvorientos.
Amanece, cuando los Buchanan abandonan la siniestra mansión, dejando atrás una noche de pesadilla.
FIN
EPÍLOGO 1
Han pasado dos días, y el matrimonio Buchanan se encuentra en California, disfrutando de su viaje de aniversario, e intentando olvidar lo ocurrido en la mansión Merryfield.
-Esta noche soñé con Solomonh, Peter -Brenda, vestida tan sólo con un escueto bikini, se acerca a su marido, y le besa en los labios.
-Tranquila, amor mío -Peter, con la cara todavía algo amoratada por la paliza recibida, le sonríe-. Los sueños son sólo eso, sueños...
EPÍLOGO 2
Una gigantesca figura se arrodilla sobre los restos -apenas un montón de huesos y una calavera- de su amada señora. En su cabeza se aprecian las cicatrices de una brutal paliza. Sangre coagulada mancha su rostro. Y se masturba, lenta y parsimoniosamente, hasta que eyacula encima de los huesos.
-¡Vamos, Señora! -Grita-. ¡Vuelva a la vida! -Y, para su deleite, los restos sin vida comienzan a agitarse y a removerse... FIN