Lencería mojada

¿Recuerdas cuando fuimos a comprar ropa interior sexy?

Lencería mojada

Esa tarde fuimos juntos a comprarte ropa interior muy sexy como te prometí. Entramos a la mejor boutique de la ciudad. Era bastante cara, pero tenían lo mejor y además tú te mereces todo y seguro que, con lo bonita que eres, te quedaría preciosa.

Miramos en los estantes. Había mucha variedad. Te dejé escoger un conjunto de braga y sujetador. Enseguida te decidiste por uno blanco, con encaje y muy transparente que a mí también me gustaba.

Nos dirigimos a los probadores para asegurarnos que era tu talla. Había bastante gente pero quedaba uno libre. Te metiste en la pequeña habitación. Yo intenté entrar contigo pero me dijiste que me avisarías cuando lo tuvieras puesto para verte. Algo decepcionado me quedé afuera. Me habría gustado verte desnudar y ¿por qué no? ayudarte a dejarte en bolas y a probarte ese conjunto tan sexy.

Mientras esperaba, aproveché para buscar más ropita para cubrir tus preciosas tetas y tu hermoso coñito. En cuanto vi aquel conjunto rojo me fascinó. Siempre me ha puesto muy cachondo la ropa interior roja. Y pensé que en tu maravilloso cuerpo quedaría muy excitante. Parecerías mi putita linda y seguro que mi verga reaccionaría de inmediato al verte tan zorrita. Este conjunto se componía de un tanga, un sujetador que apenas cubriría tus pechos por abajo y unas medias que dejarían ver tus bonitas piernas y muslos. Con solo imaginar como te quedaría puesto ya me estaba empalmando.

También cogí otro negro, tremendamente sexy y mientras pensaba como te vería con él puesto cuando te fuera desnudando en casa, mi pene terminó de ponerse duro deseando joderte allí mismo.

Estaba absorto en estos excitantes pensamientos cuando asomaste tu cabeza por la puerta del probador llamándome. Entré con cuidado para que nadie te viera, con las prendas que había recogido en mis manos. Estabas bastante colorada por la vergüenza que sentías al exhibirte así, ante mí, en un lugar público. Imaginando que pensaría la gente. Pero a la vez, estabas muy excitada de poder enseñarme lo bien que te quedaba. Adivinabas que me iba a encantar verte con tan poca ropita transparente.

Y no te equivocabas. Me quedé embobado, contemplándote. Parecías un ángel del amor. Mi diosa de la sexualidad. Mientras te miraba directamente y al espejo donde se reflejaba tu belleza no pude evitar llevarme la mano a la bragueta del pantalón. Mi polla exigía ya algún consuelo con tanta excitación. Te diste la vuelta y te miré por detrás. Tan hermosa como por delante. ¡Cómo te deseaba en aquel momento, en aquel lugar!

Me dijiste que tendría que regalártelo, por lo menos las bragas, porque las habías mojado ya. Sonreías y tus ojos expresaban la excitación que sentías. Te contesté que sí, que ese conjunto lo habían hecho para ti y que miraras mi abultado paquete para comprobar que yo estaba como tú. Lo que te hizo mojar aún más la prenda íntima que dejaba traslucir toda tu rajita húmeda.

Te mostré las otras prendas que había cogido para ti. Alargué mi brazo con el conjunto rojo mientras te preguntaba si me dejabas probártelo. Deseabas mucho que lo hiciera pero sabías que mis manos y yo mismo no me conformaría con sólo ponértelo. Dudabas. Aproveché para convencerte dándote un beso en tu boca. Te dejaste llevar entre mis manos. Quité la parte de arriba dejando tus senos descubiertos. No pude menos que bajar mi boca hasta tus pezones y besártelos, meterlos entre mis labios, lamiéndotelos con la lengua. Escuché tu primer gemido.

Mis manos bajaron por tus caderas, agarrando la fina tela de la braga. Comencé a bajártela, despacio y mi boca también bajaba por tu vientre, llenándotelo de besos. Ya de rodillas, frente a tu sexo, terminé de quitarte la ropa. Quedaste totalmente desnuda. Mi mirada recorrió tu cuerpo. Desde tu cara hasta ese conejito que me vuelve loco. Acerqué mis labios a tu raja y comencé a besarte tus labios mojados. A embriagarme con tu perfume de mujer.

Me pediste por favor que no siguiera besándote el coño. Que luego en casa te haría lo que quisiera. Que serías la más puta de todas las mujeres para mí. Pero que ahí no, te daba mucha vergüenza que las personas del exterior se dieran cuenta. Por unos momentos me convenciste. Me levanté y comencé a ponerte el sujetador rojo. No puede reprimir darte un beso en la boca. Lo recibiste de buen grado notando el sabor de tu chochito en mi lengua.

Volví a agacharme para ponerte el tanga. Levantaste tu pierna dejándome a la vista toda tu linda rajita. Brillaba por la humedad que tenías. Me contuve para no chupártela de nuevo. Te coloqué el tanga en tu culito. Quedaba perfecto. Miraba desde abajo y me gustaba mucho todo lo que veía. Cogí las medias casi transparentes. Las coloqué en tus pies y fui subiéndolas por tus piernas y por tus muslos hasta dejarlas bien estiradas.

Ahora ya de pié te contemplaba extasiado. Me preguntaste que tal te quedaba. No pude menos que bajarme la bragueta y ante tu atónita mirada sacar mi pene duro y enrojecido de tanta excitación. Tenía todo el glande mojado de líquidos preseminales. Me acerque a ti, con mi miembro apuntándote. Mira si me gusta, te contesté. No te pudiste resistir a coger mi polla. La notaste ardiendo en tu mano. Deseando penetrarte en ese momento.

No aguanto más nena. Déjame follarte en silencio. Te dije al oído mientras te besaba. Me sonreíste. Siempre te sales con la tuya me decías mientras giraba tu cuerpo restregando tu culo por mi sexo. Apoyaste las manos en el pequeño banco del probador y quedaste con tu trasero en pompa esperando recibir mi embestida. Abrí un poco tus piernas y doble un poco mis rodillas para alcanzar bien a tu vulva.

Te acaricié con mi falo por encima de la tanga justo delante de tus labios, mojándotelo por fuera. Por dentro estaba empapado de tus flujos. Después descorrí la tela y te pasé toda la punta por dentro de tu coño. Restregué mi capullo por tu clítoris. Te dio tanto gusto que no pudiste reprimir un gemido de placer. Luego lo bajé por toda tu raja que se abría al paso de mi verga excitada.

Al fin lo coloqué en tu agujero. No tuve que empujar mucho para que entrara toda mi polla en tu conejo tan mojado. Me hubiera gustado hacértelo con más preámbulos pero no era lugar para andar recreándonos. Así que, agarrándote de tus nalgas, comencé a penetrarte aumentando la intensidad en cada metida que te daba. Mis cojones rebotaban cada vez más fuerte en tus nalgas. Estábamos los dos tan excitados por el morbo que sentíamos de hacerlo allí que en apenas tres minutos sentí como te venía un gran orgasmo, lo que me produjo a mí otro muy intenso. Sentí como mis testículos se endurecían ante tus temblores y dejaban salir todo el semen que contenían. Eyaculé con mucha fuerza dentro de tu coño y tú sentías en cada espasmo mío como mi leche salía disparada hacia tu interior, llenándote el útero de buena cantidad de esperma.

Entre jadeos apuramos el final de nuestros orgasmos. Saqué mi pene de tu vulva. Te reincorporaste mientras girabas y vi tus ojos, tu sonrisa, tu cara complacida y a la vez avergonzada. No pude menos que acercar mis labios a los tuyos y darte un beso en la boca. Nuestras lenguas se tocaron. Estaban tan calientes como nosotros. Sin decir nada me cogiste el miembro y lo guardaste dentro de mi pantalón. Ibas a quitarte la ropa cuando te diste cuenta de lo manchada que estaba. ¿Cómo íbamos a entregarla así al dependiente para que la envolviera? Se daría cuenta de todo lo que habíamos hecho. Hasta había restos de mi esperma en tanga.

Pensamos que mejor sería dejártela puesta. Nos arriesgaríamos a que no se dieran cuenta. Metimos tu ropa interior en mi bolsillo por si te registraban el bolso. Terminaste de vestirte y con gran apuro abrimos la puerta del probador, sintiendo algunas miradas de complicidad entre las personas que andaban cerca de nosotros. Caminamos, con la mirada fija al frente, bastante colorados, y nos dirigimos al mostrador. Coloqué el conjunto negro en su lugar mientras te decía en voz baja que otro día volveríamos para comprártelo, pero que deberíamos probarlo antes también en tu hermoso cuerpo para ver como te quedaba. Mi mirada picarona te hizo sonreír y sentir de nuevo un intenso cosquilleo por tu entrepierna.

Pagué al dueño de la boutique el conjunto blanco y con él en la bolsa, y el rojo pegadito a tu piel salimos de la tienda en dirección a nuestra casa para continuar alimentando el deseo que sentimos el uno por el otro.