Leia. Prisionera de su deseo (Star Wars)
Tras la destrucción de Alderaan, la perspectiva de una muerte segura despierta el lado más lujurioso de la princesa Leia...
—No… —gime la princesa, dando un paso adelante. Al momento, yo la agarro de un hombro con mi mano enguantada y la retengo, apretándola contra mi pecho.
Ella se resigna a mi agarre, pero no despega la vista del mirador frente al que nos encontramos. A los pocos segundos, un potente rayo de coloración verdosa atraviesa la negrura del espacio, delante de nosotros, e impacta de lleno contra el pequeño planeta azul, haciéndolo estallar en pedazos. La onda expansiva se abre hacia los lados, pero la Estrella de la Muerte se encuentra a una distancia segura.
Todavía sin soltar a la princesa, veo cómo ella aparta la vista de los restos de Alderaan que flotan en el espacio. Las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos.
El Gran Moff Tarkin se gira hacia ella y le lanza una mirada siniestra, sonriendo con oscura satisfacción. Entonces, ella levanta la cabeza, le mira con rabia contenida… y le lanza un súbito escupitajo a la cara.
—¡Pedazo de bisslak! —exclama, entre lágrimas.
Casi sin inmutarse, Tarkin se lleva una mano a la cara y se limpia el escupitajo de la princesa.
—Vaya, vaya —dice, chasqueando la lengua—. Me temo que esto tendrá consecuencias, princesa.
La princesa Leia le mira sin acobardarse. La destrucción de su planeta y la muerte de sus padres, allá abajo, parecen haber despertado su ira. Tarkin se vuelve hacia los oficiales que, repartidos por toda la sala, manipulan y monitorizan los distintos paneles de control y ordenadores de a bordo.
—Este es un buen momento para un descanso, ¿no les parece?
Los oficiales reaccionan de inmediato, dejando todo tal y como está y dirigiéndose a la salida de la habitación. Motti, sin embargo, permanece donde está. Tarkin le lanza una mirada torva.
—Usted también, almirante.
En cuanto los oficiales y Motti salen por la puerta que hay a mis espaldas, Leia levanta un puño y trata de golpear a Tarkin, pero yo se lo impido con la fuerza de mi brazo.
—Lord Vader —comienza Tarkin, saboreando sus palabras—. Vamos a tener que encargarnos de Su Alteza personalmente, ¿no crees?
—Así es —respondo yo al momento, haciéndome oír por encima de las respiraciones asistidas de mi casco.
Tarkin se acerca y le pone a Leia una mano en la barbilla.
—Me pregunto si seréis tan ruda en todos los ámbitos —dice él.
Y, sin esperar siquiera una respuesta, agarra el vestido blanco de Leia por el cuello y lo rasga a la altura de su pecho, descubriendo sus tiernas tetas de pezones sobresalientes.
La princesa mira a Tarkin, todavía con los ojos llorosos. Me doy cuenta de que ahora, verdaderamente, está asustada.
—Ahora no sois tan valiente, ¿verdad? —pregunta el moff—. Voy a haceros lo mismo que he hecho con vuestro planeta natal.
—¿Reventarme? —pregunta ella, a punto de echarse a llorar.
—Completamente —asiente él.
Tarkin me lanza una mirada rápida, y yo comprendo qué debo hacer: con las manos sobre los hombros desnudos de la princesa, empujo hacia abajo para obligarla a ponerse de rodillas, mientras Tarkin abre la bragueta de sus pantalones de montar y saca su vieja polla arrugada. Agarra a Leia de la cabeza, apretando con sus delgados dedos los dos moños de los lados, y se la mete en la boca.
Por la mirada de Tarkin, comprendo que su viejo pene ha comenzado a despertarse y a endurecerse dentro de la boca de la muchacha. Yo levanto el pie derecho y coloco mi bota en la espalda desnuda de ella, para impedir que retroceda. Desde esta posición, puedo ver cómo los huevos del Gran Moff se hinchan contra la barbilla de la preciosa princesa.
Enseguida, Tarkin la saca de su boca y obliga a Leia a que le chupe las bolas, que están salpicadas de finos pelos grises. La princesa solloza y pasa su lengua por los arrugados huevos, llevándose por el camino algún que otro pelo y frunciendo el ceño con repugnancia.
Después, con un gesto de Tarkin, empujo a la princesa al suelo y la pongo boca arriba. El moff se arrodilla y levanta la falda de su vestido blanco por encima de sus caderas, descubriendo el delgado tanga blanco que lleva. Él aparta el hilo del tanga y agacha la cabeza para comenzar a lamer el coñito depilado de Leia, mientras yo la retengo agarrándola fuerte de los brazos.
Tarkin aumenta poco a poco la velocidad de su lengua, metiéndole un par de dedos para masturbarla.
—¡Vais a pagar por esto! —exclama la indefensa princesa, sacudiéndose en el suelo—. Cuando el Centro Imperial se entere…
—Aquí no hay testigos, princesa —le recuerda Tarkin, entre lametón y lametón—. Y las autoridades de Alderaan ya no pueden ayudaros.
—¡Vendrán a por mí! —solloza Leia, agitando la cabeza con angustia.
—Alderaan ha sido destruido —le recuerdo yo, con voz profunda y metálica—. La galaxia entera os dará por muerta.
—Y así estaréis, dentro de poco —ríe Tarkin, sin dejar de mover su lengua en el coño de la princesa.
Yo miro fijamente a los ojos de Leia, y me doy cuenta de que ha comprendido la verdad: su final está cerca. Va a morir antes de que puedan rescatarla. Y, si va a morir, al menos morirá complacida: de pronto, es consciente de que no hay muchas princesas a las que les haya sido concedido el privilegio de tener un último orgasmo antes de ser ejecutadas. Y algo nace en su interior, y su frustración va transformándose poco a poco en un oscuro deseo, y…
Sacudo la cabeza, aturdido. ¿A qué se debe tan íntima conexión con la mente de la princesa? Antes de que pueda hallar la respuesta, ella estira los brazos, finalmente encendida, y agarra mis piernas con vigor.
Tarkin parece darse cuenta de su cambio de actitud.
—Pronto olvidáis vuestro planetucho —sonríe—. No hay tiempo para lamentaciones, ¿eh?
Leia lanza una risita excitada.
—Mejor para lametones —gime.
Yo la observo con detenimiento, y ella me devuelve la mirada desde ahí abajo, en el suelo. De repente, veo en su rostro las facciones de Padmé: sus lascivos ojos marrones, la misma forma de morderse el labio por el placer…
Dominado por este recuerdo, pulso un botón de mi pecho y abro la bragueta automática de mi traje, que es lo bastante grande como para sacar mi polla cyborg. Después de mi fracaso en Mustafar, mandé añadir un mecanismo motorizado a mi pene, para poder seguir empalmándome.
Mientras la lengua de Tarkin se mueve por el coño de Leia y por su clítoris, ella comienza a mojarse más y más. El gobernador le abre el coño con los dedos para meterle el ápice de la lengua. Me doy cuenta de que Tarkin, con su edad y su posición en el Imperio, ha llegado a saber muy bien cómo estimular coñitos jóvenes.
Leia mueve sus largas piernas en el aire, incapaz de controlarse, mientras lanza chillidos entrecortados por el placer. Esto me excita mucho, y comienzo a mover mi mano enguantada hacia arriba y hacia abajo por mi polla cyborg, mientras veo cómo la lengua del gobernador y los dedos de Leia se juntan en su coño y pugnan por entrar en su sabroso interior.
Entonces, el gobernador coloca a la princesa a cuatro patas en el suelo y acerca su polla a la entrada de su vagina. A mis pies, Leia se estremece y contiene la respiración al sentir la cabeza de su polla cerca de su clítoris. Y entonces, él le mete la polla de un golpe y comienza a follarla de forma sorprendentemente dura para tratarse de un hombre de más de sesenta años.
Una de las embestidas hace que la princesa caiga hacia delante y agarre mi pierna derecha. Yo la miro fijamente desde debajo de mi casco, masturbándome furiosamente, y ya no aguanto más: le agarro la cabeza para meterle mi pene cyborg hasta el fondo de la garganta. Ella comienza a mamarlo, mientras Tarkin se mueve hacia delante y hacia atrás dentro de su coño. La saliva de la princesa se desliza por su barbilla y cae a sus preciosas tetas. Siento cómo empieza a temblar a medida que la polla del gobernador se agranda y se tensa dentro de ella.
Luego, Tarkin se tumba en el suelo y ordena a Leia sentarse a horcajadas encima de él. Ella, más excitada que nunca, comienza a dar botes sobre su polla. Yo quedo hipnotizado al ver cómo sus tetas bailan hacia arriba y hacia abajo. Tarkin, aparentemente dándose cuenta de ello, las coge con las dos manos y levanta la cabeza para lamer sus pezones marrones.
Después de unos segundos, vuelvo a acercarme a ellos, y esta vez Leia coge mi polla con una mano y la chupa con ansias, sin que yo tenga que forzarla. Tarkin, mientras tanto, agarra a la princesa de las nalgas y se las separa para metérsela por el culo.
Me inclino hacia un lado y veo cómo el ano de la princesa se abre poco a poco, a medida que la polla de Tarkin avanza. El gobernador comienza a darle azotes en las nalgas y a agarrarlas con sus manos arrugadas para apretar fuerte. La princesa lanza un gemido ahogado por mi polla en su boca.
—¡Ahhhh, ahhh, ahhh! —exclama con excitación, apoyando las manos en el pecho lleno de condecoraciones del Gran Moff.
—¿Os gusta, princesa? —gruñe él.
Yo, obedientemente, saco la polla de la boca de Leia para que pueda contestar.
—Soy su putita alderaaní —dice.
Ahora que vuelvo a tener la polla en la mano, levanto una de mis botas y la acerco a la cara de la princesa, quien sin dudarlo comienza a lamerla a lengüetazos. Nuevamente, me masturbo frenéticamente sobre su cabeza.
En cuanto deja de lamerme la bota, Tarkin le da una fuerte bofetada en la mejilla izquierda, dejándosela roja.
—¿Queréis mi semen, princesa? —le pregunta.
Ella asiente con la cabeza, cierra los ojos y sonríe con satisfacción. Tarkin vuelve a tumbarla boca arriba en el frío suelo y sigue penetrándola, cada vez más rápido. Y más, y más. Leia se retuerce en el suelo, y de pronto, todos sus fluidos comienzan a brotar de su excitado coño, salpicando los pantalones y el uniforme del gobernador. Tarkin lanza un grito, saca la polla del coño de Leia y observa complacido cómo brota el semen que acaba de soltar.
Y, justo en este momento, yo también llego al clímax. El semen comienza a emanar de la punta de mi polla y cae desde lo alto sobre el rostro de la princesa, quien abre la boca para aprovechar las gotas que caen cerca de sus labios. A continuación, saca la lengua y la mueve alrededor de su boca para recoger los restos que han caído cerca. Otras muchas gotas le han caído por toda la cara, e incluso en su cabello.
Enseguida, Tarkin se pone en pie y se sube la bragueta con determinación.
—Vader, llévate de aquí a esta escoria rebelde —me ordena—. Y programa de inmediato su eliminación.
—Como quieras —le respondo, metiéndome la polla dentro del traje de soporte vital y cerrando la bragueta automática. Después, agarro a la princesa, medio desnuda y con el rostro y el coño cubiertos de semen, y me dispongo a llevarla de vuelta al bloque prisión AA-23.