Leche futbolera

Un adolescente muy caliente, un partido de futbol por el Campeonato Mundial, y dos maduros cachondos que le meten varios goles.

Me vino a buscar mi vecino, Raúl Armando Pannunzio, conocido en el barrio como Raulito, lo que en cierto modo oculta que lejos de ser un chico, es un energúmeno de 1,86 m. descalzo, a sus diecisiete años: el es el hijo de mi madrina, la Asunción, y como yo la adoro a la vieja, le dije que si. La Asunción había estado enferma de colitis, y yo no quería contrariarla. El Raulito venía a invitarme a la cancha de "bowling" de la otra cuadra, donde habían puesto una pantalla de televisión de plasma gigante para ver el partido de Argentina en el Mundial de Alemania. La verdad a mi no me interesaba para nada el partido. Estaba "necesitado de otras cosas". Hacía mucho que no me cogían….

Yo de fútbol no se nada: jamás jugué a la pelota, nunca vi un partido en una cancha, jamás fui fanático de ningún equipo, salvo una época en que me hice de Racing Club porque me pajeaba todas las noches, algunas mañanas y varias tardes, pensando en un jugador que era un bombón de piernas gruesas y culo enloquecedor. Capria se llamaba.

Me compraba la revista del club y cuando lo veia en alguna foto, con esa cara de macho hermoso, en shorts cortitos mostrando aquellas piernas gordas y musculosas, ese bulto suculento, ese culo de exposición, me iba corriendo al baño para hacerme una pajota de esas, esas en las que te agarrás la verga con fuerza y subís y bajás y apretás la cabecita y vas y venis y cuando estás por acabar, primero te duelen los huevos como si fuera un calambre, luego pegás un grito por que el corazón se te quiere salir del pecho, y después largás un chorro de leche caliente enorme, que no llega al cielo porque el baño tiene techo.

Gracias Capria por tantas pajas inolvidables que me inspiraste sin saberlo. Espero que no te enoje el haber sido mi objeto sexual. Pero lo que pasa es que vos estabas demasiado bueno….

Cuando llegué al "bowling" , me arrepentí de haber ido Aparte de Raulito, había cuatro amigos de él, de esos que seguro me rechazaban por "maricón", Rubén el mecánico de la esquina, un tipo cuarentón , casado con una mina muy puta ; Héctor el encargado del edificio donde vivía Raulito, Juan Carlos el hijo del panadero, una bestia de 2 metros y 120 kilogramos de peso, nariz enorme y brazos de lucha libre y Anacleto un viejito jubilado, que cuidaba el estacionamiento de al lado. Todos machos futboleros, puteadores, peludos, fanáticos del deporte de la pelota, capaces de pelearse a muerte defendiendo a su equipo. Expertos en vida y milagros de los jugadores, pases y cotizaciones, jugadas, antecedentes futbolísticos y en toda la basura que dia y noche le entregan los medios de comuncación a los "giles" (tontos) para que se entretengan, y se olviden de las vidas de mierda que tienen que vivir.

Todos ellos estaban esperando el inicio del partido, envueltos en banderas, con sombreros de los colores patrios, enfundados en camisetas oficiales de la Selección argentina de fútbol, como si el fútbol fuera la patria, y esos jugadores, la mayoría residentes en Europa, ultra profesionalizados y ajenos, nuestros representantes, y todo ello mas allá de que fúbtol es un deporte mafioso comercializado en extremo que mueve millones y millones sobre la base del fanatismo de los hinchas. Pan y Circo, aunque a veces falta el Pan y no hay mucho circo. A veces hay circo pero el payaso no te hace reir.

La histeria era total. Se jugaba para pasar a las semifinales de la Copa del Mundo, contra los locales, los alemanes, esas bestias brutas y violentas como pocos, aunque lo disimulen ahora que intentan inutilmente hacer olvidar al mundo, lo criminales que fueron, o que son. No los paso, y lo siento. Pero si pienso, que con la misma eficiencia que lastimaron al arquero argentino, dieron patadas a más no poder y la misma preparación, exactitud y eficiencia con la que su propio arquero tenia guardado en la media un papelito con los datos de los que iban a patear penales por la Argentina, con esa misma precisión inhumana y fanática, esos hijos de puta mataron a millones de personas inocentes…. Se me revuelven las tripas. Si, no fueron ellos me dirán. No estos jugadores Ellos no habían nacido. Hitler se mató en 1945 ¿se mató ese desgraciado?

Pero por ahí el tío de Ballak, el padre de Klose, el abuelo polaco de Podolski, el amante maduro, rengo y regordete de la madre de Klinsmann, por citar a algunos de los jugadores, quizás fueron SS , masacradores de inocentes, o carceleros despiadados en campos de concentración... La crueldad se hereda, y el que mata a un hombre mata a toda la humanidad…. El perdón no me cabía.

Me quise quedar pero no pude aguantar los nervios que me producía el partido. El ambiente pesado de los amigos de Raulito, que tomaban cerveza y comían salame, queso, aceitunas y otros bocaditos mientras cantaban consignas obscenas, (en todas les rompíamos el culo a los alemanes) los relatores deportivos exagerados, gritones y fanáticos y la visión de ese estadio, de Berlin tan perfecto como siniestro para mi. Me dolía una muela además y fue hasta la barra donde le pedí al encargado, Benítez, si tenía una aspirina. Me pidió que esperara a que terminara el primer tiempo, que me iba a buscar adentro. El tipo también era fanático: miraba el partido por un televisor blanco y negro minúsculo que tenía al lado de la caja registradora.

Benitez era cincuentón, corpulento tirando a gordo, gruesos bigotes, cabello tupido negro en parte cubierto de canas, mejillas rojas, ojos grandes aindiados y cejas muy peludas. El viejo era un papito de esos, estaba fuerte el macho y a veces me clavaba los ojos como lo había hecho el vendedor de diarios. Con una mirada que lo dice todo: dame el culo que te lo parto como a un queso. No lo quería mirar mucho pero me quedé a su lado haciendo como que miraba hacia su televisor minúsculo pero desviando los ojos hacia el tipo que seguía el partido con pasión e interés. A veces el me miraba y yo desviaba la mirada. Creo que el tipo adivinaba mi calentura. Me gustan los maduros, cuánto mas maduros mejor, gorditos o panzones, canosos, con bigote o barba candado, preferentemente velludos, altos y fuertes. Cogen con más delicadeza, más paciencia, con más ganas de hacerte gozar. Quizás porque quedé fijado con mi primer hombre, un vendedor de diarios que por cada mamada que le hacía, me regalaba una revista de aventuras. Todavía guardo la colección completa, que me hice chupando pija.

Cuando llegó el final del primer tiempo, Benítez me alcanzó la aspirina con un vaso de agua y fue ahí cuando no aguanté mas No quería seguir en ese lugar donde todos estaban histéricos, al lado de cinco tipos desequilibrados que parecían chicos, volviéndose locos por un juego en el que 22 hombres grandes vestidos en bermudas, intentaban poner un balón en un arco ante la admiración sublime de miles de espectadores enardecidos..

Bueno, yo no soy igual a los demás. Pienso distinto. Yo soy el maricón del barrio. El muchacho demasiado fino, delicado, introvertido, pensante y silencioso que no hace lo que los otros chicos hacen: no juega al fútbol, no transa con minas, no escupe flemas, ni dice tantas malas palabras.

Benítez me detuvo con la mirada. Había cierta urgencia y sigilo en esos ojos que intentaban conseguir mi complicidad. Como yo me hice el que no entendía lo que me quería decir, me pidió que me acercara y me dijo por lo bajo:

Quedate, que cuando termine el partido vamos a estar solos.

¿Para? - pregunté con vos susurrante y pícara. Haciéndome desear.

Para algo que te va a gustar, contestó mientras se hacía el que veía el partido.

Entonces vuelvo después, dije , levantado mi campera y retirándome sin saludar al resto

Volví casi de noche, cuando la decepción y la tristeza de la injusta derrota ante Alemania había invadido la calle. Era una desgracia nacional y en lugar de la euforia de horas antes, habia un silencio aterrador.

Benitez tenía cerrado el local de bowling, y había poca luz, pero cuando me vió vino hasta la entrada, y me hizo pasar. Fuimos hasta el fondo del salón, por atrás de la pista de bowling y me hizo subir como dos pisos de una escalera industrial de metal. Cuando llegamos pasamos a un cuarto grande pero algo oscuro, que era evidentemente su vivienda. Un ropero que daba a la escalera, tapaba la visión desde abajo. Olía a humedad y a encierro. A macho caliente privado de los goces de la pasión.

Encendió un velador, y ahí le vi la cara de deseo. La que había disimulado a la tarde frente a los demás. Su cara gorda, enrojecida por la calentura, los ojos achinados entrecerrados por la urgencia, sus manos tembolorosas aunque quisiera controlarse. Su boca de labios finos, su barba de dos días. El sudor de frente que le caía por las mejillas.

Vení, me dijo y yo como si fuera un robot, me acerqué, fui hasta sus brazos, hasta su cara de hombre maduro arrugada y esculpida como en una roca y me acerqué hasta su vientre dilatado de gordo, su panza prominente que me encantaba. Y sin mayores miramientos dejé que me desnudara, que sus dedos regordetes y velludos abrieran botones, corrieran cierres, desataran cordones, desvistieran mi piel..

Fue tanta su urgencia, que me sentí como demasiado desnudo, demasiado pronto, y en mi confusión, sus manos, sus brazos, su boca, su pija , sus piernas, su piel , se fueron apoderando de mi cuerpo sin que yo opusiera ninguna resistencia. No hubo ninguna ternura, ningún gesto de reconocimiento hacia otro ser humano. Me sentí un pedazo de carne obscenamente exhibido, chupeteado, manoseado, explorado por una fuerza entre bestial y siniestra. Pero me gustó , me calentó la manera en que me puso en cuatro patas y sin mas trámite me penetró, hundió su poronga oscura y gruesa en mi culo dilatado por el deseo , y comenzó a bombear mientras jadeaba , mientras me apretaba una y otra vez contra el colchón inmundo , mientras me gritaba palabras insultantes y calientes: puto, maricón de mierda, senti mi pija de macho , trolo inmundo, sentí como te cojo hasta la garganta puto, maricón, culiado,hijo de perra , guacho..

El tipo me aplastaba con el peso de su cuerpo, con la rotundez de su barriga peluda, con la fuerza de su deseo reprimido, y lejos de producirme temor, lejos de espantarme, dirigía el baile:y lo alentaba para que me fuera penetrando con aquella garcha gorda y dura que se hundía en mi cuerpo.sin obstáculo alguno Mi voz sonó rara, distinta, en la oscuridad de aquel cuarto sombrió y mal oliente.Yo gritaba. Cogeme, guacho, cogeme, dame más pija, dame toda tu pija, si haceme tu puta, cogeme más. Ponémela toda hijo de puta, toda, y llename de esa leche depositada que guardas en los huevos. Llename el orto con tu leche, que quiero sentirla en el fondo del culo. Ahhhh, ahhhh Mis gritos reflejaban la brutalidad de la acción y el deseo animal que nos movía.

El bombeaba, y bombeaba, hundiendo su garcha una y otra vez en mi orto dilatado, respirando con dificultad, agitado por el esfuerzo de esa cogida brutal y excitado por mis gritos y mis jadeos, y por mi culo que buscaba todas y cada una de sus estocadas, y que apretaba aquella pija gorda entre mis nalgas para que por fin acabase , para que por fin su orgasmo tan buscado se hiciere líquido, y desenfreno, y terminara con la tortura de semejante pija en mi culo resentido, violado una y otra vez por su violentos ataques.

Acabó como un globo que se desinfla. Y me pareció que lloraba del alivio después de semejante esfuerzo. Me la sacó enseguida y como pudo fue al baño para deshacerse del forro y de su leche. En la oscuridad del cuarto oí el ruido de sus pies grandes, descalzos y pesados en los escalones de aquella escalera metálica: uno a uno, y parecía un ejército de enanos derrotados invadiendo el silencio de la noche.

No me di cuenta, que por debajo de la cama, emergía una sombra, que encendió un cigarrillo y el fuego me permitió divisar la cara de Rubén el mecánico, el que estaba casado con una mina muy puta. Y le vi los ojos líquidos también por la lujuria, y me pareció adivinar su sonrisa licenciosa que buscaba mi complicidad. Me dolía el culo de tantas violentas penetraciones de Benitez, pero no me negué cuando el mecánico, en bolas y con la pija bien dura, se subió a la cama, y se apretó a mí, como si temiera caerse al suelo en aquel galpón oscuro. Eso pensé, se cae, se está cayendo, mientras me apretaba entre sus brazos, mientras su cuerpo peludo, se entrelazaba al mío con impudor y sin vergüenza: pero luego, algo cambió, el apretón se hizo abrazo, un abrazo fuerte que por inesperado me dejó temblando y sentido, y luego su mano acostumbrada a las grasa de los motores, y a las herramientas metálicas, recorrió mi cara sudorosa, mi pelo alborotado, mis labios temblantes., tiernamente. Y en el medio de aquel cuarto húmedo, en ese colchón vencido, acercó su boca a la mia y me dio un beso de aquellos que nos se olvidan, que te reconocen como humano, y que por vía de lengua y saliva te embarcan en el viaje mas temido y mas anhelado, el del sexo con sentimiento.

Devolvi ese beso único, y su lengua rugosa agradeció la mía , mientras sus piernas me envolvían como para regalo, y sentí el calor de su piel , y la fuerza de su pija, la redondez de sus huevos que recorrí en lo oscuro como para confirmar que no era un fantasma.

A Rubén, el mecánico, le gustaba besar, acariciar, abrazar, y su ternura masculina y brusca, encendió mi deseo, como si pusiera leña en un fuego imposible de apagar, y agarré su pija con ambas manos y me impresionó la tersura caliente de su piel , el grosor de sus venas, el tamaño enorme de su prepucio, las poderosas dimensiones de aquella pija dura que esperaba mi mamada, como la lluvia en plena sequía.

Besé una y otra vez aquella garcha monumental y me la llevé a la boca para darle la mamada más impresionante que recuerdo. El jadeaba de vez en cuando, mientras mi boca, mis labios, mi lengua y mi saliva tomaban posesión de su pija, de sus huevos llenos de leche, del interior de sus piernas y de su ingle.

Cuando ya no pudo más, me detuvo con su mano grande en el medio de mi frente, y poniéndome contra el respaldo de la cama, levantó mis piernas por sobre sus hombros peludos, humedeció con saliva mi culo ya transitado antes, y con infinita paciencia, se hundió en mi carne, poco a poco, paso a paso, como pidiéndo permiso a mi orto que se iba abriendo a su invasión, entregado como estaba a la pasión de aquella noche: como esperando que tanta leche futbolera dejara en mi cuerpo una huella indeleble e inolvidable..

galansoy

A todos los que comentan mis relatos muchas gracias. No suelo contestarlos pero los valoro mucho. A los que me evalúan con honestidad mi eterno agradecimiento y a los que no son tan honestos….., bueno a ellos y a todos, les dejo mis relatos con cariño y respeto. g