Leche con café.
Carlota sabe que Ricardo y ella no tienen nada en común, es mejor dejarlo. Pero una carcajada, un delantal de la abuelita y una pillada, pueden cambiar las cosas más de lo que ella cree.
“Bien, ahora cuando vuelva, le diré que no es buena idea.” pensó Lota, poniéndose las bragas y la camiseta sin destaparse, por miedo a que Cardo volviera y la pescara a medio vestir. Había cometido el error, horrible y maldito error, de ceder con él. La noche anterior había bebido, y se habían juntado muchas cosas. Culpa, estúpidos celos, la pesadez de Cardo, todo había ido a combinarse y a medida que su cabeza se aclaraba, los recuerdos se hacían más vergonzosos. “Le va a destrozar el corazón y lo sé, pero es lo mejor para los dos”. Después de despertar a su lado, el Cardo se había ido a preparar el desayuno con una estúpida sonrisa triunfal, al parecer convencido de que una noche de sexo, era el inicio de una relación seria a largo plazo. La escasa experiencia de su antiguo compañero de estudios era más que evidente, y no sólo en terreno sexual.
Carlota sabía que ambos eran tan diferentes como la noche y el día. Ella era tatuadora, él encargado de planta logística en unos grandes almacenes; ella tenía sus amistades entre los moteros, modelos eróticas, porteros de discoteca, profesores de artes marciales y ex presidiarios. Él tenía compañeros de trabajo que no le tenían una especial simpatía, pero que se reían de sus chistes por que era su superior. Ella bebía cerveza y ron con coca cola, él zumos y, cuando quería desmadrarse, moscatel, sólo ocasionalmente bebía cerveza... ¿qué podían compartir dos personas así? Absolutamente nada. Prolongar la situación, sólo sería peor, era mejor desilusionarle rápido.
Alguien se aclaró la garganta, y Lota se volvió hacia el sonido, hacia la puerta abierta de su cuarto, y por ella apareció un pie descalzo.
-Yuuuu-huuuuuuuuuuuu.... - El Cardo deslizaba su peluda pierna por el vano de la puerta, después su peludo brazo, y finalmente asomó su cabeza de ralo y sudoroso pelo rubio, con sus ojos de pez y su sonrisa de bobo, pretendiendo ser seductor – Le traigo su café, madame... se lo he puesto solo, pero si quiere, puede pedirme que le ponga... leche. - desapareció un momento y enseguida cruzó la puerta, llevando la bandeja con café y tostadas, pero eso no era lo peor que llevaba. Sobre el cuerpo desnudo y erecto se había puesto un delantal con puntillas de color rosa pálido. “Ese delantal era de mi abuelita... Es su recuerdo, nunca me lo pongo para no ensuciarlo, y ahora él lo lleva sobre la po... la po...”. Y reventó de risa.
Más tarde, eso fue lo único que recordó, que se rió y se rió hasta hartarse. La situación era demasiado ridícula, demasiado grotesca para hacerle ningún reproche o decir nada, así que simplemente soltó las carcajadas. Ricardo no entendía por qué, y la miraba con extrañeza, y esa cara de estupor le hacía todavía más gracia, no podía parar, y por fin ella le levantó el camisón y metió la cara bajo la rosada tela. El Cardo se estremeció en un gemido agudo y tembló de tal modo que estuvo a punto de dejar caer la bandeja sobre Lota, sólo por un ejercicio de supremo autocontrol logró dominarse, ¡le estaba chupando! ¡No podía ni imaginar que le hicieran algo así, le... le parecía estar soñando!
Lota, arrodillada en la cama, besaba con lujuria la hombría de Ricardo y la recorría con la lengua, dándole mil vueltas en su boca cálida, y aún se le escapaban algunas risas, que cosquilleaban al Cardo. Era una suerte que no le viese la cara, porque se estaba poniendo hasta bizco de placer. El gozo le subía por la columna hasta la nuca, le hacía encoger los dedos de los pies y guiñar un ojo, y enseguida le pareció que no aguantaba más, era demasiado agradable. Un picorcito empezó a crecer en la punta de su polla, todo dulzura...
-¡Hola!
-¡AH! - ¡Ahora sí que tiró la bandeja! Sólo de chiripa la lanzó hacia un lado en lugar de dejarla caer, y saltó a la cama, intentando taparse.
-¡Alvarito, ¿qué haces aquí?! - gritó Lota, echándole las mantas encima a Ricardo, intentando no mirar que éste se tapaba los pezones con las manos. Alvarito tenía la mandíbula por los suelos y se tapaba y destapaba los ojos con las manos, sin dar crédito a lo que veía con ellos.
-Aaah... eeeh... Si alguien quiere decir “puedo explicarlo, no es lo que parece”, es una ocasión jodidamente buena para hacerlo. - dijo - ¡Aunque me gustaría ver cómo lo iba a explicar! ¿No era que “no te molestaba” que se morrease con otras?
Ricardo miró a Lota con asombro, ella se puso como un tomate, agarró la cafetera de la cama y se la lanzó a Alvarito, y le acertó en plena cara. Mientras éste soltaba un gemido de dolor, ella se puso digna como una reina.
-Alvarito, estás en el cuarto de una señorita. Haz el favor de salir hasta que pueda ponerme visible. - el portero masculló “Ok”, y salió agarrándose el lado golpeado y cerró la puerta tras de sí. Lota se levantó de la cama para buscar sus pantalones y recoger el desaguisado de la bandeja; iba a pedirle a Ricardo que se vistiera cuando reparó en la cara que tenía. Pura indignación. - ¿Qué te pasa, a qué viene esa cara de princesita ultrajada?
-No sé, tú sabrás. - repuso él.
-No te habrás enfadado por lo de Alvarito... - “¿Me estoy justificando delante de éste caradepez? No, no lo estoy haciendo, es sólo que no quiero que me tome por lo que no soy, ¡nada más que eso!” - Oye, él es amigo mío, casi un hermano, siempre me está chinchando, no...
-Carlota Concepción Manrique de San Jorge, Carlo la Bollo. - silabeó, saliendo de la cama - ¿Te has acostado conmigo por despecho? ¿Por celos? ¿He sido para ti un “polvo de rabia”?
Era la ocasión perfecta para decirle que sí y librarse de él de una vez para siempre. Tenía que decirle que sí.
-Bueno, verás...
-¡Has dudado!
-Cardo, yo lo he pasado tan bien como tú... - sonrió, pero él no se arredró.
-¡Eso, no es lo que he preguntado! ¡Te exijo, exijo, exijo saber si te has acostado conmigo por algo distinto al deseo sexual!
Lota sabía que las chicas nunca habían tratado bien al pobre Cardo. Nadie había tratado bien al pobre Cardo... ella hubiera preferido soltarle una mentirijilla piadosa, pero sabía que él estaba harto de soportar el buenismo de “mejor como amigos” que en realidad quería decir “no dejaría que me tocases ni aunque fueses el último hombre que hubiera en el mundo”. Se merecía la sinceridad.
-De acuerdo: sí. Lo hice. - admitió. Con la cabeza gacha, como esperando la reprimenda, continuó – Y no me siento bien por ello. Me pareció injusto que te hubiese resuelto la papeleta de la maldita broma, que te hiciera quedar como un rey, te pusiera en brazos de dos tías impresionantes y tú pasase de mí por completo, por eso te di aquél morreo, ¡me fastidiaba que tú ni me mirases! Cuando te pusiste pelma anoche quejándote de que nunca tenías sexo, lo reconozco, estaba muy bebida y quería que te callases y dejases de lamentarte... pero también quería darte por los morros, hacerte ver que la mentira que te había servido con Mona y Sara era eso, mentira, que sólo la chica a la que habías ignorado y no le habías dado ni las gracias por salvar la poca dignidad entre tus compañeros de trabajo, era la única que te hacía algún caso... De haber estado más serena, no habría hecho algo tan vergonzoso, pero el caso es que lo hice, y ya no puedo cambiarlo.
Guardó silencio. Esperaba oír reproches, quejas, pero desde luego no lo que oyó: sollozos. Levantó la vista, asustada, ¿tan fuerte le había dado...? Pero no eran lágrimas de tristeza. Ricardo la miraba con estrellas en los ojos, en medio de una ancha sonrisa de felicidad, y la nariz y los ojos le goteaban al unísono. Antes de poderle parar, ya se había sonado con el delantal de la abuelita, y antes de que Lota le pudiese matar por ello, ya la había abrazado y le cubría la cara de besos.
-Celos... ¡Te acostaste conmigo por celos! ¡Mi Lotita estaba celosa! Es... ¡Es lo más bonito que me han dicho nunca! ¡Corazón de tu Cardito!
-Eeh... o-oye, creo que no acabas de entender la base de una relación sana y de la confianza, y, que algo tan impulsivo como...
-¿Un rapidito?
-Vale. ¡Mierda! - maldijo, pero ya era demasiado tarde; Cardo estaba entre sus piernas, le bajó las bragas y le pegó la boca al coño. Lota no pudo reprimir un gemido, ¡qué bien había aprendido el muy cabrito! Oooh... su lengua le hacía mil cosquillas en el clítoris, y enseguida llevó los dedos a su rajita, ya húmeda, y empezó a toquetear en ella. Lota se dejó recostar en la pared y acarició los cabellos rubios del Cardo, sus orejas... Pegó un respingo de placer cuando notó que su amante le estaba aspirando la pepita, haaaaaaaaah... Le tomó la mano libre y la llevó a sus nalgas.
“El culo... quiere que le toque el culo” pensó Ricardo, extasiado. Pero el deseo de Lota superó todas sus expectativas. No sólo le llevó la mano a las nalgas, sino más allá. Al interior de las mismas. Cardo tuvo que parar de chupar para mirar a Lota, ¿quería que...? Lota, toda colorada, asintió. Y Ricardo se estremeció, los ojos se le cerraron de gusto, un gemido agudo se le escapó del pecho y un escalofrío le hizo temblar por los hombros... La mera idea de meter un dedo en el culito de Lota, le había hecho correrse encima. Carlota no pudo evitar reírse, pero Cardo no se sintió herido por ello; no se reía a mala idea, era una risa cariñosa.
-Que sepas que esto, es culpa tuya. - dijo Cardo, levantándose.
-¿Mía?
-Sí, señorita. Si no estuvieras tan buena, no me pasaría. - Lota soltó la risa, se levantó la camiseta y le metió bajo ella, abrazándole también. - Mmmmh... qué calentita estás... qué blanditas son tus tetas... ooooh... ¿ves como es culpa tuya?
Carlota le besó, le metió la lengua en la boca, y de nuevo le dirigió las manos a sus nalgas. Esta vez, el Cardo no dudó; acarició el agujerito trasero, mojado de la propia humedad de Lota, y empujó el dedo corazón hacia dentro.
-¡Aaaaaaaaah...! ¡Oh, sí! ¡Sí! - Lota tuvo que parar de besarle para gemir su placer, ¡qué maravilloso picor sentía en su ano! Ricardo, encantado con el descubrimiento, empezó a mover el dedo en círculos, de dentro a fuera... cada movimiento hacía que Lota sonriera y gimiera. Antes de poder darse cuenta, estaba erecto otra vez, y su polla se frotaba contra el vientre de su compañera. Lota lo notó, y le abrazó con la pierna, para dejarle entrar. - Así... hazme cosquillas por todas partes, métete dentro de... todos mis agujeroooos...
Ricardo no podía ni hablar, sólo atinaba a gemir, e intentaba hacerlo en tonos graves, en rugidos, que le parecían más masculinos, pero el placer, el inmenso calor húmedo que abrazaba con tanta ternura y pasión su miembro, le impedían incluso eso, y tenía que contentarse con dar gemiditos agudos y entrecortados de cachorro. Los empujones se hacían más rápidos y Lota reía a carcajadas, agarrándole los hombros, mientras sentía la dulzura picante crecer en sus dos agujeros por igual. Las cosquillas en su ano eran deliciosas, delirantes, y los restregones en su coño eran abrasadores. El hormigueo crecía, eran como olas, olas de placer que se hacían más y más dulces y más potentes a cada segundo.
Cardo vio que Lota se ponía más colorada, roja hasta el pecho, y que las manos con que le agarraban se crispaban y le hundían los dedos en los hombros, y supo qué iba a suceder, y el pensamiento estuvo a punto de causarle otro accidente; sólo el haber tenido el anterior, impidió este.
-No... puedo... más... - gimió Lota con un hilito de voz, y Cardo aceleró y metió más hondo el dedo en su ano.
-¡Córrete, córrete en mi polla y mi dedo, córrete! - gritó llenó de alegría, todo sonrisas. Lota sintió que aquéllas palabras volvían queso fundido sus huesos; una riquísima oleada de gusto pareció nacer en su interior, en un punto indeterminado entre su coño y su ano, creció y se expandió por todo su cuerpo en un escalofrío de placer inmenso que la hizo temblar de pies a cabeza y gemir de gozo, mientras su ano seguía picando, picando de un modo perverso, y cada temblor de su cuerpo incrementaba ese picor, hasta que también estalló, y la hizo tiritar y estremecerse entre los brazos del anonado Cardo, que no podía ni parpadear. El Cardo la había visto morderse los labios, poner los ojos en blanco y temblar como una hoja, mientras la pierna con que lo abrazaba daba convulsiones y ella gemía, y parecía calmarse un tantito, y volvía a gemir y a temblar... ¡y todo eso con él dentro! Era fantástico, era bestial, era... era... oooooooooooooooh....
-¡Cardo! ¡Cardito, ¿qué te pasa?! - Gritó Lota; Ricardo se le había venido encima apenas un segundo después de terminar, y casi no se tenía en pie, ella le sostuvo. Cardo tenía (más) cara de tonto, la mirada perdida y una sonrisa bobalicona en la cara. Lota estuvo a punto de darle una torta a ver si reaccionaba, pero entonces él puso los ojos en blanco y le notó palpitar dentro de ella. Simplemente, el placer y la excitación habían sido demasiado para él y le había dado un pequeño mareo. Lota le acarició la cara y le besó con ternura, y Cardo dejó escapar el aire en gemiditos y la apretó contra él, primero casi sin fuerzas, después con decisión.
-Me olvidé de decirte... - musitó, aún con la voz entrecortada por el placer – que soy bajo de tensión... Sexo de pie y sin desayunar, ha sido un poco excesivo... pero ha sido... “mareovilloso”.
Lota le abrazó y se rió, ¿qué otra cosa podía hacer con él?
En el pasillo, Alvarito se rió, mirando el vídeo que había grabado con el móvil a través de la puerta que había fingido cerrar al salir. Bien, había quedado estupendo; lo habían hecho contra la pared, junto a la estantería de la tele, que era de baldas al aire sin cerrar, de modo que a Lota no se le veía la cara pero sí todo el cuerpo, y lo mejor: al Cardo SÍ se le veía la cara. Y todo lo demás. “Eyaculador precoz con sobrepeso se desmaya después de correrse”, pensaba titularlo. Y sabía quién iba a pagárselo.
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