Lecciones del entrenador de gimnasia
El joven gimnasta recibe una lección inolvidable de su querido entrenador.
Aquel entrenador era como un padre para mí. Aparte de su carácter tranquilo, siempre tenía tiempo para ayudarme en los entrenamientos, para darme ese consejo necesario para seguir mejorando mis ejercicios. Porque en aquella época yo me dedicaba a la gimnasia muy seriamente. Tenía 16 años y llevaba al menos los siete últimos subido a aquellos aparatos de gimnasia que habían visto mi cuerpo de niño irse transformando gradualmente en el cuerpo de todo un hombre. Naturalmente que tenía un buen cuerpo, muy musculado y sin un gramo de grasa. Entre las pesas y los entrenamientos era normal, y a mis compañeros también les sucedía lo mismo, estábamos todos hechos unos "cachas". Pero ellos no me llamaban la atención, yo sólo tenía ojos para el entrenador.
He dicho que era como un padre para mí, pero en realidad yo deseaba que fuera algo más, aunque nunca pensé que fueran a hacerse realidad aquellas fantasías con las que me masturbaba casi a diario. En ellas aparecía él, José Ramón, un hombre de unos 45 años, de unos 1.75 de altura, con el cuerpo curtido por los años de práctica de la dura disciplina gimnástica. Su cabello castaño comenzaba a ralear seriamente y por eso se lo afeitaba muy muy corto. Cuando le veía en el gimnasio ayudando a los chicos, vestido con el pantalón largo de lycra marcando cada uno de sus músculos y su perfecto trasero, y con la camiseta de tirantes que dejaba ver los pelos del pecho medio rasurados, ¡uf!, me ponía a cien. Pero en verano era todavía peor, porque se ponía un short corto nada ajustado, y mientras él practicaba algunos ejercicios para enseñarnos a sus alumnos, yo me embelesaba intentando entrever algo de lo que debían de contener aquellos shorts.
En verano todos los chicos nos sacábamos la camisa para entrenar, ya que el calor era infernal en aquel gimnasio sin aire acondicionado. Sin embargo, José Ramón nunca lo hacía, y permanecía con la camiseta puesta y chorreando de sudor a medida que avanzaba el entrenamiento. Me pasaba las horas del entrenamiento imaginando cómo sería aquel cuerpo perfecto completamente desnudo, y no sé cómo lograba evitar que los demás no me notaran la a menudo incipiente erección que me producían tales fantasías.
Pero resultaba todavía peor cuando el entrenador me ayudaba a subir a la barra fija, cogiéndome con vigor con esas dos manos tan fuertes que me asían por las caderas y me levantaban del suelo en volandas. En aquellos momentos me sentía como un muñeco entre sus manos, percibiendo la cálida humedad de su sudor traspasando la tela de mi ropa hasta impregnar mi piel. Más tarde, ya a la noche, a solas en mi habitación, imaginaba que esas dos manos me sujetaban por las caderas de la misma manera, sólo que ambos estábamos desnudos y él me penetraba por detrás, empleando una barra fija mucho más viva aunque igualmente firme.
Otras veces me asistía con los ejercicios, corrigiendo una determinada postura sobre los aparatos. Era entonces cuando me pasaba la mano por la pierna desnuda obligándome a abrirla más o me tocaba en la musculatura abdominal para comprobar si la tensión que yo sostenía era la adecuada. En cuántas ocasiones me hallaba realizando mis habituales series de flexiones de brazos, boca abajo sobre el suelo, cuando él se acercaba y con su pie desnudo apretaba sobre mis glúteos diciéndome: -Ese culo más abajo.- Más de una vez aquello me producía de inmediato una erección, que afortunadamente nadie percibía al encontrarme yo boca abajo.
Cada día abandonábamos el gimnasio y, mientras los alumnos pasábamos a la ducha, José Ramón se quedaba solo practicando con los aparatos, no sabíamos durante cuánto tiempo, porque cuando salíamos de los vestuarios, él todavía continuaba practicando y allí le dejábamos. Para mi era un sueño que él algún día viniera a la ducha junto con nosotros, pero nunca lo hacía. Un día, me armé de valor y cuando salía el último del gimnasio, fingí cerrar la puerta desde fuera, mientras en realidad, regresaba a escondidas al vestuario, y me escondí en una de las taquillas, dejando la puerta ligeramente entreabierta. Allí esperé durante un tiempo que se me hizo interminable, a que José Ramón terminara sus ejercicios. Al final, él apareció por las duchas, sudando como siempre.
El corazón me latía a toda velocidad. Lo primero que hizo fue sacarse la camiseta empapada, que arrojó al cesto de la esquina. Desde mi posición pude ver su torso desnudo por primera vez, hermoso, musculado, viril, una línea de pelos recorría su abdomen de arriba abajo hasta introducirse por debajo de la cintura de sus shorts. Sus brazos eran muy fuertes, se dio la vuelta hacia su taquilla y comenzó a buscar ahí dentro las cosas para la ducha. Al darse la vuelta comprobé la enorme amplitud de su espalda, y como aquella amplitud se recogía abajo en una cintura ciertamente minúscula. Me estaba poniendo muy excitado, y eso que todavía quedaba lo mejor: ahora José Ramón se bajó de un solo movimiento los shorts, quedándose completamente desnudo, y como aún seguía de espaldas, pude deleitarme con aquel culito perfecto, pequeño pero a la vez respingón, y con una capa de vello oscuro nada escaso recubriéndolo en toda su extensión. Mientras continuaba recogiendo sus cosas de la taquilla, se agachó para deshacerse de sus zapatillas y pude ver desde atrás el gran tamaño de sus gloriosos huevos. Ya sólo faltaba una cosa, que se diera la vuelta y pudiera contemplar aquella anatomía privilegiada en todo su detalle. Se entretuvo pero al final lo hizo, consiguiendo que mi corazón prácticamente escapara de mi pecho, mientras mi polla pugnaba erecta por salir de mis pantalones. Aquella era una belleza de polla la de José Ramón, gruesa, sorprendentemente larga, rodeada por unos cabellos oscuros rizados que la enmarcaban y sobre unos huevazos que al instante deseé poder acariciar entre mis dedos y lamer con mi lengua. Aquella visión pronto marchó hacia la ducha, tal y como su madre lo trajo al mundo, dejándome ahí, dentro de la taquilla, y sin atreverme a tocarme o ni siquiera moverme para no hacer ruido y ser descubierto.
Afortunadamente, desde la taquilla había unos pocos pasos a la ducha, y José Ramón escogió una de las duchas desde las que yo tenía una visión perfecta. Abrió el grifo y puedo asegurar que ver como el agua escurría sobre su cuerpo marcando su perfecta musculatura, ver cómo se enjabonaba, y quiero decir cómo enjabonaba cada uno de los rincones de su cuerpo, aquello era el espectáculo más excitante que yo había visto jamás.
Pero lo que la suerte me tenía reservado era todavía más grande, parece que el entrenador tenía el día un poco caliente, porque con el enjabonamiento su polla iba cobrando más y más calibre, además de turgencia y finalmente elevación. El entrenador estaba procediendo a limpiar a conciencia su ano con una de sus enormes manos enjabonadas, y aquella maniobra se estaba prolongando más allá de lo razonable. Mi cabeza comenzó a dar vueltas. ¿Estaba el entrenador haciéndose una paja delante de mis narices? Enseguida quedó claro cuando se agarró la enorme polla y empezó a sacudirla con energía. Mientras, la otra mano continuaba actuando en su culo y la expresión de su cara era la de hallarse mentalmente muy lejos de allí. Mi boca estaba chorreando con este magno espectáculo, pero no podía ni mover un músculo por miedo a descubrirme, a pesar de que mi excitación era máxima para entonces. Al poco rato, los movimientos de su mano se aceleraron y aquella polla comenzó a expulsar ríos y ríos de semen, cayendo la mayoría sobre el piso de la ducha, pero algunos trallazos volaron hasta las baldosas de la pared. Luego, el entrenador fue serenándose, se limpió y salió de la ducha. ¿Haría esto muy a menudo cuando se quedaba sólo en el vestuario del gimnasio, o había tenido yo la inmensa suerte de contemplar un hecho aislado? En un instante, se vistió y salió de allí. Las luces se apagaron y tras esperar cinco minutos en silencio, salí de mi escondite.
No sabía cómo iba a salir del gimnasio porque aquello quedaba cerrado a cal y canto y yo carecía de llave, pero aquello no me preocupaba demasiado, mi cabeza estaba puesta en otra cosa. Me acerqué a la pared, en busca de los restos de su corrida, como un sabueso que busca su pista, y allí la encontré, adherida a la baldosa. Estaba deseando conocer su sabor con mi propia boca, pero quería disfrutar del momento en toda su extensión. Comencé por quitarme toda la ropa, incluidos los zapatos, los calcetines y, por supuesto, mi slip, quedándome tal y como viene uno al mundo. Sólo que para entonces yo estaba totalmente empalmado, ahora ya podía sacudírmela sin miedo a que nadie me oyera. Mientras me pajeaba con fuerza, con otra mano me acariciaba por todo el cuerpo, estaba totalmente fuera de mí, me acerqué con la boca a la pared y con la lengua recogí una buena cantidad de la mancha de esperma. Aquello tenía un sabor muy especial que yo nunca había probado antes, entre dulce y salado y agrio, me encantaba. Luego lo engullí vorazmente, quería tener algo íntimo de José Ramón dentro de mi cuerpo.
Ni sospechaba que el entrenador había vuelto sobre sus pasos sigilosamente y estaba observando todas mis evoluciones. Se me acercó por detrás y cogiéndome de la cintura me dio un susto de muerte.
-"Si querías tomar de eso, sólo tenías que pedírmelo y yo te lo habría dado de la propia fuente".
Mi cara debía de ser de auténtica sorpresa. Mi primera reacción fue la de taparme con mis manos como buenamente pude la tremenda erección que tenía.
Continuó:-"¿Qué crees, que no me he dado cuenta de cómo me observas todos los días durante el entrenamiento? Si tienes ganas, no hay nada malo en que lo hagamos.
-"¿Hacer qué?- logré responder.
-"Ven", sólo dijo.
Me llevó hasta los bancos de madera. Se sentó, no sin antes, desnudarse de nuevo por completo, aunque esta vez se dejó las botas. Yo aún conservaba en mi boca el sabor de lo que había recogido de la pared, pero estaba deseando conseguir más. Me indicó que me pusiera de rodillas frente a él, sus piernas bien abiertas, y poniendo su mano sobre mi cabeza, me inclinó hasta que mi boca quedó frente a su enorme pollón, que increíblemente estaba otra vez erecto. Con mis dos manos me lo llevé a la boca y comencé a succionar. Era la primera vez que se la mamaba a un hombre, y encima era el hombre con el que había estado soñando desde hacía meses. Era un sueño hecho realidad. Yo apenas me había tocado, pero estaba casi a punto de correrme. Su polla enseguida alcanzó una gran dureza, y como era tan larga, con las embestidas su punta llegaba a veces a mi garganta, produciéndome algunas náuseas. De todas maneras, bajo ningún concepto pensaba en dejar aquel suculento bocado. Por los gemidos que dejaba escapar, yo notaba que le estaba gustando la mamada que le estaba dando, y eso me ponía todavía más a cien. Con mis labios sujetaba ese glande que era como una bola carnosa de color encendido mientras mi lengua se obstinaba en hacer pequeños círculos sobre el orificio de su punta. Luego, pasaba a tomar el tronco de la verga con toda mi boca, dejando el glande afuera, como un perro atrapa un palo con la boca, resbalando la lengua por toda la longitud del tronco mientras lo dejaba todo perdido de babas. Llegó un momento en que daba la impresión de que estaba haciendo esfuerzos para no correrse, así que paré un momento. Había estado esperando aquella oportunidad tanto tiempo, que no estaba dispuesto a irme sin conseguir satisfacer todas mis fantasías. Me levanté y le besé en la boca. Me devolvió el beso tranquilamente, regodeándose en las caricias entre nuestras lenguas. Esperaba que al ser mi entrenador, tuviera más pegas a entregarse de aquella manera, porque si alguien llegara a tener noticia de esto, podría tener serios problemas ya que yo era menor de edad.
Nada de esto parecía notarse en su mirada, realmente estaba disfrutando de este momento entre los dos.
-"Yo también estaba deseando acariciar tu cuerpo y tenerte entre mis brazos" me confesó.
Aquello me pareció super-romántico y me puso aún más cachondo de lo mucho que ya estaba. Me di cuenta de que era inevitable que me follara. Le agarré de la polla con suavidad y le sugerí que se levantara, lo que hizo. Yo me agaché hacia delante sobre el banco de madera, contra las taquillas, ofreciéndole mi culo para que hiciera con él lo que le diera la gana.
-"¿Estás seguro?", me dijo.
Yo asentí, y él continuó:-"Nadie lo desea más que yo, no creas"
Con toda la dulzura del mundo, aquel hombre comenzó a trabajarme el orificio con un dedo empapado en saliva. Yo no había sido penetrado nunca, por lo que al principio me resultó bastante molesto. Por una parte habría que tener paciencia para ir abriendo el orificio, pero por otra, yo no podía esperar a tenerlo dentro, y no hacía más que incitarle para que me forzara de una vez. Ahora tenía tres de sus dedos dentro de mi cuerpo, abriéndose paso, moviéndose en círculo, de vez en cuando los sacaba para renovar la ensalivación y volvía a empezar. De vez en cuando, él me tomaba de la polla, pero la sensación era tan fuerte, que yo mismo le retiraba la mano para evitar correrme. Quería hacerlo sólo una vez él lo hubiera hecho dentro de mi ser.
Cuando mi esfínter ya parecía algo más relajado, le dije que había llegado el momento de follarme. Apoyó su ariete, que noté como la piedra, sobre mi orificio y empezó a empujar. Aquello dolía pero yo ya no quería que parara.
-"Sigue, sigue", le animé. Y así comencé a notar el paso de todos y cada uno de sus 20 centímetros de polla por mi ano. Cuando ya estuvo todo dentro, notaba el roce de sus bolas peludas en mis nalgas, como una caricia. Intenté relajarme, pero no era fácil y me dolía. El estaba perdiendo el control, comenzó un movimiento de mete y saca a pesar de que yo no hacía sino gemir de dolor. Parecía un toro en celo montando a su hembra. Continuó haciéndolo y yo notaba como su polla, cada vez más y más dura parecía que me iba a partir en dos. Yo estaba sudando, él también. Realmente, el entrenador estaba fuera de sí, con sus empellones me enviaba contra las taquillas, pero yo resistía poniendo mis brazos en tensión. Nuestros gemidos llenaban el vestuario, junto con el sonido de sus muslos golpeando contra los míos cuando me penetraba de un golpe hasta el fondo, y con el crujido de las taquillas y de los bancos, que parecía que se iban a romper. Poco a poco empecé a notar que la sensación de dolor se transformaba en otra cosa, un cosquilleo placentero que dio paso a una fuerte corriente de placer que partía de mi ano y se irradiaba a mis bolas y a la base de mi polla.
Fueron unos minutos en los que me pareció caminar sobre el cielo, en los que dejé de sentir mis brazos y mis piernas, tan sólo sentía mi ano y placer, mucho placer. Pronto noté que aquel cuerpo que se introducía dentro de mí comenzaba a temblar con violencia y, a renglón seguido, una corriente de semen caliente y a presión invadió mi cuerpo. La polla de José Ramón pugnaba en todo su poderío dentro de mi recto y continuaba bombeando. Él me cogió de la polla y en tres movimientos me fui yo también, comencé a expulsar leche y leche, ríos de lefa que fueron a parar a la taquilla de enfrente, al suelo, a mi pecho. José Ramón continuaba dentro de mi cuerpo, jadeando en mi oído, vencido su cuerpo sobre mi espalda arqueada, mientras yo volvía poco a poco al planeta Tierra. Aquello había sido inolvidable, y sería el comienzo de una relación de años en la que mi entrenador me enseñó a hacer cosas con el cuerpo que nunca jamás pensé que se pudieran hacer.