Lecciones de Tolerancia

Y aceleró con tal saña que sus uñas abrieron surco sangriento en mi trasero, mi pobre trasero, estremecido, desacostumbrado a semejante ardor, a semejante amante, obligándolo a hincarse tan adentro que creí rozar las paredes del placer eterno, ocultas dentro del coño de la venezolana.

¿Han estado ustedes alguna vez agradecidos con un ser intolerante, xenófobo, gritón, lerdo e inculto hasta el extremo?.

¿Alguna vez se han fundido con el cielo, gracias al ser más repulsivo que puedan imaginar?.

Si no ha sido así, entonces es que nunca conocieron a Benito “Carasol”.

Mi barrio, el de toda la vida, del que no me moví porque nunca necesité nada más fuera de sus fronteras, sufrió o se benefició como todos los barrios de la ciudad, de un fenómeno extendido por todo el país.

Lo percibí una mañana de lunes, invernal y gélida, de esas en las que agradeces alargar el sabor del cortado.

A mi lado, un igual hacía lo propio solo que añadiendo al café, media docena de aceitosos churros. Ese igual, que respondió a mi curiosidad con una sonrisa y un inocente “Buenos días”, resultó llamarse Ahmed y justificar su nación senegalesa con el color cobrizo negro de su piel.

Una semana más tarde, miércoles, paseando por una acera arrinconada por el exceso de asfalto, me eché a un lado para permitir que pasara el enclenque carrito que empujaba una mujer con el pelo parapetado tras el corsé de un pañuelo grisáceo.

Ella agradeció con un gesto, añadiendo algo parecido a un “gracias” lanzado con el acento exótico y la mirada al suelo.

Un domingo de fútbol, soportando el sabor de la nicotina en el oxígeno, dentro de la atiborrada cafetería de toda la vida, grité un gol rápidamente coreado por un trío de aceitunados que comentaron el jugadón de Guti con silabeo bereber.

Era así,

un gota a gota lento y continuo que fui impregnado mi cotidiano de interesantes novedades….ventanas abiertas de donde escapaba el olor a curry, conversaciones imposible a la puerta de un ultramarino de estanterías repletas, sílabas orientales, vestimentas coloridas, tatuajes incomprensibles.

Un batiburrillo que, inserto en el anodino dia a dia donde sobrevivía, resulto ser sal para el cocido, un motivo para darle a la imaginación alimento.

Pero para Benito “Carasol”, aquello se parecía más a lo que él creía fueron las huestes de Tariq y Muza asaltando Hispania al atravesar el Estrecho.

Con Benito no se convivía….con Benito, se padecía.

Hombre de muy modesta estatura y más modesto talento, nacido cuando en España el único negro era Machín, el único moro vendía hachís en Tetuán y el acento más español era el más castizo, su obsesión desde el despertador hasta el rezo, era perseguir ensañadamente a todo aquel que osara llevarle la contraria…..que eran casi todos vamos.

Y como los de la televisión, los rojillos del intelecto o lo que pedían votos para la rosa y el puño o vivían lejos o eran demasiado listos, sus sistema de tiro terminaba centrándose en el único hábitat donde era capaz de implantar su imperio; las reuniones vecinales.

¿Qué Benito “Carasol” colocaba el tendero encima de la bocacalle donde jugaban los críos del barrio y alguien, educadamente se lo recordaba?.

Pues entonces abría la bocaza para extraer su único argumento….básicamente alzar el tono de voz por encima de cualquier otro cristiano y hacerlo con gestos grandilocuentes, así a lo Mussolini invadiendo Eritrea, tirando la vista de lado a lado de la portería que era donde realizábamos estos eventos, para cerciorarse que nadie se atrevería a cuestionar su tiranía.

¿Qué Benito “Carasol” tiraba por la ventana del patio interior alguna basurilla y la vecina de turno lo sorprendía e increpaba?....pues ni Quevedo, ni Reverte ni Galdós hubieran sido capaces de aunar en tan poco tiempo, la ametralladora de insultos que el aludido era capaz de vomitar sin mesura, para que en cada rinconera del barrio, todos supieran lo que pensaba de la ofensora.

Y eso era lo mínimo.

Porque si entraba en el bar, en aquellos tiempos había un bar por calle donde nos agrupábamos los parroquianos, las conversaciones y posturas mutaban, su sitio quedaba libre, el paso a la barra exento y nadie podía ofender públicamente ni a Fraga ni a Di Stefano.

Nadie, ni tan siquiera el dueño, le cuestionaba su costumbre de fumar echando el humo a todos y nadie decía “no”, cuando le apetecía ver en la televisión el partido de turno ni su peculiar manera de solicitarlo…”!Marcelo, mueve canal que toca pelota!”….jodiendo a quien gustara de otras cosas o prefiriera tomarse el vinito tranquilamente, conversando sin verse obligado a soportar sus constantes comentarios sobre la evolución del Alpedrete-Rayo Vallecano.

Y como yo, un humilde bejel del Museo Romántico, no gustaba de entrar en competiciones con sus iguales, me tomó una especie de cariño insano, desgastando mi nombre “!Hombre Lucas!”, así aunque me viera diez o doce veces al día, y adoptando la puñetera costumbre de palmear la espalda cada dos segundos o agarrarte del brazo, para obligar a mirarle mientras

hacía monólogo, solo para cerciorarse que todas tus atenciones eran exclusivamente suyas.

Benito “Carasol” era un ser autoritariamente absorbente, amargado y disoluto, con la educación justa para echar la firma y el secreto resentimiento de saber que, en la nueva España del noventa y cuatro, casi todos lo que fueran más jóvenes, sabían deletrear mejor el alfabeto.

Imagino ya supondrán que la llegada de esa nueva realidad que la inmigración trajo consigo, fue un shock para la mosca cojonera que digeríamos como vecino.

De la noche a la mañana, dejó de importarle incluso que en el bar bebiera alguien que no fuera del Atlético o que llamara a su obeso presidente baboso, corrupto o inculto.

De repente, no parecía entrar en brea con quien en el ascensor, le echara en falta que dentro del aparato, ya no se pudiera dar al cigarrillo.

Y con la misma diligencia, empezó a hablar obsesiva y constantemente del guineano que se había montado una asesoría legal en la calle del Trueque, del tunecino que repartía género en una carnicería musulmana cerca de la plaza de Centeneros o de la familia marroquí, los Yusuf se llamaban, que, grave ofensa, habían adquirido un apartamento a dos pisos escasos de donde paraba el suyo y ahora, que asco, tenían como propietarios, el derecho de acudir a las mismas reuniones vecinales donde el regía.

  • ¿Pero dónde vamos a parar?. ¡Nos deshacemos Lucas!. ¿Tú crees que es normal? – primer tocamiento de brazos alejando mis labios del cortado - ¿Van a venir estos moros a decirme lo que puedo o no puedo hacer en mi bloque? – segundo tocamiento - ¿Y esa mujer con el pañuelo ese raro arrastrando a los hijos? – tercero – Seguro que tiene tres o cuatro más escondidos en su casa – cuarto – Seguro que los tiene todos apuntados al colegio y yo pagando impuestos para que no coman cerdo en el comedor seguro. Si es que…-quinto - …esto no es normal nos van a echar, vamos a acabar todos rezando con el culo al revés de la Meca – sexto – vamos a….
  • Benito ese hombre ha comprado su piso como todo el mundo y tiene derecho a ir a las asambleas vecinales.

En mala hora lo dije.

¿Cómo pude olvidar que quien carece de razones, las suple con exclamaciones?.

Benito “Carasol” respondió alzando la voz tanto como para que con el bar repleto, sus estridencias resonaran machaconamente, acallando las restantes, obligando a las demás a fijarse en cómo, durante diez interminables minutos, me arrinconaba, me taladraba, me humillaba con una saña digna de psiquiátrico…”¿Tu eres español? ¿Tú con quien estas?, ¿Mira que ya no te tengo por amigo? ¿Eres un cagado?”.

Un puyazo en toda la cerviz que Benito sostuvo largo rato para, a la tarde siguiente, olvidarse completamente, regresando como si nada hubiera sucedido, a sus pringosos abrazos.

Pero

había pasado.

Por suerte, llegó esa mañana, abriendo el buzón del correo (publicidad, factura del agua, publicidad de alargamiento de pene, seguridad social, factura, factura) en la que escuché un taconeo intenso, no pudiendo evitar girar la vista para ver quien soslayaba el silencio marmoleo de la portería.

  • Hola.

Ella saludó con una sonrisa tan sincera que casi compungía el alma, tan pura que provocó un pálpito sorpresivo

entre mi esternón y las vértebras.

  • Ho….hola.

Nunca estuve acostumbrado a que una mujer así lo saludara a uno consiguiendo que sintieras estar al mismo nivel, sin diferencias de peldaño.

Una mujer, mujer de veras, desde el tacón hasta ese pelo negro carbonífero.

Una mujer, mujer de veras, embutida en vestido satén negro, casi camuflado bajo su piel aceituna, de caderas levemente anchas, de piernas largas pues era metro setenta y dos y pechos algo excesivos para el propio gusto, dividido intencionadamente sobre ambos hombros, hombros firmes soportando un cuello remarcado y tenso antesala del rostro sencillo, sin protuberancias ni absolutas perfecciones, sin maquillaje y que, sin embargo, expresaba una frescura sensual, tierna, fina, etérea, bien cuidada, coronada por aquellos ojos, insultantemente verdosos, impropios de alguien que, deducía, no había nacido en Santiago de Compostela.

  • Me llamo Marisa.
  • Lucas. Lucas del tercero C.
  • ¿Acá se saluda así?. Bueno pues yo Marisa del segundo A.

Fui siempre un ser solitario,

No sientan pena.

La soledad era algo voluntariamente buscado, ocasionalmente esquivado pues nunca tuve problemas en encontrar amigas, mujeres casadas con ganas de un punto sobre la “i”, ligues de una noche vulgares y esporádicos, incluso putas cuando mi autoconfianza era cero y no tenía ni ganas ni tiempo para invertir convenciendo.

En mi agenda, no faltaban los números.

Pero viendo a Marisa, “Chao nos veremos”, comencé a sospechar que mis treinta y un años, estaban plagados de segundos solitarios, sin necesidad de encontrar medias naranjas o sentir deseos insostenibles de poseer a una hembra de esas que reblandecen en los hombres la sesera.

Por eso, aquella noche, no puede apenas pegar ojo.

Traté, durante la larga entrevela, de clasificar que era aquello que sentía en algún departamento de mi archivo vital y que los cuarenta y tres segundos de saludo y despido, habían revolucionado.

No podía dejar de pensar en el bamboleo solemne del solemne trasero de Marisa, en su voz exótica, caribeña y en la manera que tuvo tan solo de pulsar el botón del ascensor y decirme ese

“Chao” para dejarme luego con sensación de cachorrillo abandonado, con la entrepierna abultada y un sobre de mi historial laboral arrugado entre las manos.

  • Ni te lo plantees – concluí a las cuatro y cuarto de la madrugada, cabreado porque me quedaban solo dos horas y media de sueño – Esas cosas pasan cuando duermes. Y hoy no has dormido.

Las mujeres así, son siempre para otros.

Y así lo dejé.

Sin dolores he de reconocerlo.

Y tampoco es que le hubiera dado más vueltas, de no aparecer, de hecho nunca había desaparecido, la insana silueta de Benito “Carasol”.

Porque para Maribel, recién llegada a la Meseta, el mayor problema no fue el idioma que en Venezuela resultó ser el mismo solo que con un aire hipnótico y caramelizado, ni el trabajo pues vino con contrato fijo en una agencia de viajes especializada en destinos tropicales, ni la soledad, pues no tardó en encontrar quien le hablara e hiciera chanza, ni la añoranza de los suyos, pues su hijo y su marido que quedaron en Caracas, eran de llamada diaria.

Su mayor problema era compartir rellano con la ignorante panza de Benito .

  • Pero ¿tú te crees que esto es normal?.

Odiaba aquel latiguillo que coagulaba el cortado en mi garganta….sabía que en cuanto lo soltaba, me tocaba uno de sus discursos salvapatrias.

  • Otra sudaca más en el barrio. ¿Sabías que a la abuela esta que vive en el número doce, si la mujer que va con el carrito que hace un ruido a oxidado que te cagas, la atracó un colombiano el lunes pasado?.
  • La policía todavía no ha detenido a nadie.
  • ¡Un sudaca! – Dios otra vez a ser el centro de todas las atenciones -¿Quién iba a ser sino?.

“Pues un yonkee de mierda – pensé – Uno de los cientos con pasaporte español que inundan la capital de jeringuillas, vómitos y mierda mientras atracan hasta a su puta madre para pagarse unos gramos”.

  • Esta – añadió- Esta ha venido a hacerse la calle. Te lo digo yo – recalcó golpeándose en el pecho a lo cantaor flamenco – Si lo tiene fácil. Se está un año aquí abierta de patas, se vuelve a su país y a vivir como una reina cinco años. Así funciona hombre – toquecito de brazo – Te lo digo yo – Toquecito de brazo.

Respiro hondo.

Que cansina se hace la vida.

Benito “Carasol”; hombre de letra inexistente, era incapaz de reconocer que una mujer de otro natalicio, fuera capaz de haberse sacado el título en Empresariales, hablar tres idiomas con fluidez, dominar perfectamente varios programas informáticos, vender, transportar, atender y devolver a mil ochocientos noventa y un visitantes anuales a un hotel resort de República Dominicana.

Una venezolana solo podía ser puta, un moro mentiroso, un colombiano ladrón y un culé separatista.

  • ¡Y punto! ¿Te lo digo yo?.

No recuerdo cuando fue.

Pero una mañana, sorprendí a Maribel bajando por las escaleras.

Me sorprendió.

No había gran distancia entre su piso y el portal pero existiendo algo tan evidentemente cómodo como un ascensor…

  • ¿Se ha estropeado el elevador? – pregunté al verla pasar, echando un vistazo a la puerta, pues no había ningún cartel advirtiéndolo.
  • No – la note dubitativa, esquivándome temerosa – No… es que solo deseo hacer pierna nada más.

Y marchó sin esbozar una sola sonrisa.

A la semana, sin obsesionarme pero con la oreja sospechando, tomaba mi tinto de tardes, el que me caldeaba el gaznate entre el trabajo y el amparo de casa.

Ella estaba allí haciendo lo propio con una cervecita limonada, mientras leía el periódico.

No saludó.

Lo justifiqué en que el bar estaba a reventar costuras…¿Dónde paraba su simpatía inicial?.

Luego, como removida por un resorte interno, plegó torpemente el diario y, depositándolo sobre la barra sin cuidado, se escabulló como lombriz en tierra, dejando antes dos euros sobre la barra sin aguardar al cambio.

Dos segundos después, Benito “Carasol” recogía el papel para ponerse, cómodamente a leerlo.

“Acabamos” – pensé.

Un juego de ratón y gato en el cual, yo creía ser caniche dormido, simple testigo.

Un juego que malmetía los nervios de la venezolana entre el cómplice silencio de los cuarenta y un acobardados vecinos del bloque….yo entre ellos.

Tenía que estallar.

Era inevitable.

Esas cosas siempre lo hacen….por mucho que el miedo, la educación o el protocolo pretendan encauzarlo.

  • ¡Sudaca asquerosa!.

Ese día llegue tardísimo del Museo.

  • ¡Puta de mierda!.

Tuvimos que atender a un grupo de turoperadores nipones, unos VIP que no comprendía porque el Museo cerraba a las 20,00, dado que su vuelo se había retrasado y ellos deseaban hacer la visita ese mismo día, para encarar por la mañana el Prado.

  • ¿Qué te dije del ascensor so idiota?.

No me pagarían las horas extras.

Por eso llegue al bloque claudicado y con el entrecejo cabreado.

  • ¿Es que no entendéis español en vuestro país de mierda?.

Rezando por un plato de lentejas al microondas, un programa sin intelecto en el televisor y nueve horas de cama sin sobresaltos.

  • El ascensor es primero para los españoles.

Subí por las escaleras, avanzando con un creciente y cada vez más indisimulable hartazgo, sin necesidad de averiguar de dónde salía el griterío.

  • Estaba cansada compréndalo.

“No por Dios – pensé – Ahora sí que la has cagado”.

Al llegar me lo encontré apretando furiosamente su brazo, sosteniéndola para que no se escabullera….el con cara rabiosa, ella de puro pánico, pensando que el brazo derecho de Benito se le iba a incrustar en la cara cuando se le acabara el repertorio de insultos….y se le estaba acabando, desde luego.

  • ¡Asquerosa, ladrona, abusona, tía puta, zorra, deberíamos echarte a patadas de España que nos ensucias, me das asco, me…!

Ella solo pudo esbozar, directa a mis ojos, una mirada de puro espantoo, el ni tan siquiera se dio cuenta que lo estaban contemplando….era “Carasol” en toda su magnitud, intolerante, ignorante y egoísta.

Lentamente me acerqué a ambos….sin mucha gana de Kofi Annan, roto ya el yo cuerdo.

  • Benito.

Solo pudo girarse.

Nada más.

Su voz casposa, saturada de humo y carajillos se calló, sustituida por el crack de su tabique nasal cuando mi frente, previa vencida, se estampó gustosamente sobre ella.

Cayó recto al suelo.

  • ¡Hijo de la gran puta! –estaba ya descompuesto - ¡Eres un mierda lo sabes verdad!. ¡Claro que lo sabes. Lo sabes porque te sientes mejor humillando a los que no pueden defenderse. Pero no sabes nada, eres un ser triste que no quieren follarse ni las putas! – patada en el estómago – ¡Humillas porque eres un humillado, rechazas porque eres un rechazado! – puse mi pie sobre su cuello – ¡No vuelvas nunca, me oyes, nunca a faltarle al respeto a ella o a cualquier otro que no te guste, que somos todos, porque a ti no te gusta nadie pero sobre todo no te gustas tú….solo, mamón, amargado, imbécil. Aprende a leer inútil de los cojones! – terminé añadiendo un escupitajo que a posteriori, juzgue como algo cómico.

Aquella noche dormí como si volviera a tener cinco años….sin gastos, sin hipotecas, sin Benito “Carasol” ni penas.

Entre magníficos sueños, recordaba la manera torpona y trastavillada con que Benito se levantó, temblando como parajillo fuera de nido, arrastrándose renqueante y dolorido, tratando de encontrar las llaves, de abrir la puerta, recogiéndolas con un alarido angustioso cuando estas se le cayeron, abriendo, cerrando…desapareciendo.

Si, dormí desahogado.

Y al día siguiente, en el bar, alguien sin nombre, pagó mi cortado.

Y al día siguiente, saludaron unos cuantos….cuantos que o veía sin palabra o no conocía.

Estábamos en invierno y pensé que el aire fresco que corría por las callejuelas, era serrano y no fruto de mis patadas estomacales, liberadoras de todos los candados que la opresión de Benito había, con los años, creado.

Solo echaba de menos a Maribel.

Diez días sin verla, sin saludarla, sin tan siquiera disfrutar del aroma empalagoso que su fragancia dejaba durante largo rato después de que ella pisara.

Llegué a pensar que, harta, había hecho las maletas y comprado billete de vuelta rumbo a la revolución bolivariana.

Pero solo fueron diez días.

Al undécimo, justo cuando echaba dos cucharadas de cola cao a la leche y calculaba los minutos en el microondas, escuché los nudillos, leves, sobre la puerta.

No usé la mirilla.

No lo hice y nunca supe por qué, pero en el fondo de esas entrañas que caen al vacío cuando sienten que la vida se acelera, sabía que al abrir, me encontraría con ella.

  • Hola.
  • Ho….hola – me sorprendí empapado de vergüenza.

Estaba allí Maribel, más bajita de lo que la recordaba, con un abrigo largo, color brillante negro, como si acabara de llegar de una calle que, a esas horas de la noche, debía de estar gélida.

  • ¿Puedo pasar?.
  • Claro – aduje retirándome para dejar paso – Perdona, es que no suelo recibir visitas y me he olvidado de ser educado cuando las tengo.

Caminó por el pasillo quedando a mis espaldas mientras echaba el pestillo a la puerta.

Solo podía escuchar, echando algo de menos en sus pasos.

Me giré.

Me giré quedando frente a ella.

Y Maribel, con naturalidad, como si aquello fuera algo que hiciera diez veces al día, dejó caer el abrigo al suelo.

Comprendí, lo comprendí todo.

Comprendí porque parecía más baja, porque no sonaban sus tacones sobre el entarimado.

Estaba descalza y sus pies, se posaban desnudos con habilidad felina, parte posando, parte cogiendo impulso para exhibirse o lanzarse sobre su presa.

¡Yo que podía saber!.

Yo solo babeaba con aquel cuerpo lleno de perfecciones, llenos de imperfecciones, carente de nada, atractivo en cada gota, en cada arruga, en cada gesto.

  • Maribel no estas obligada a nada.
  • Estoy cachonda – lo susurro como se acaricia a un bebe. Allí estaba yo, sintiéndome bajo mando militar – No puedo parar de pensar en tu cara, apretando los dientes mientras golpeabas la cara de ese cerdo -  añadió cogiéndome la mano delicada firmemente,  llevándome hacia el salón, única estancia que en ese momento, estaba  iluminada – Me mojo entera.

Temblaba.

Por Dios, temblaba como si fuera un virginal quinceañero…y había estado sí, pero no con una como aquella que, girándose, se puso de puntillas, deliciosas puntillas para abrazar con su desnudez mi pijama de Carrefour y besarme con ternura, con infinita delicadeza, sutilmente, como si fuera una brisa penetrando entre mis labios hasta claudicarlos, rendirlos, someterlos, obligándolos a abrirse, permitiendo el paso coqueto y desvergonzado de la puntita de una lengua dispuesta a todo que correspondí con la mía, ya exageradamente excitada.

  • Tranquilo amor – presentía el nerviosismo- Tenemos un mundo y algo de espacio.

Y lo teníamos.

Sus manos fueron acariciando mis cabellos, bajando por las orejas, el cuello, deshaciendo la tela de mis hombros, cayendo los pantalones.

  • O, no llevas calzones.
  • No – reconocí como si hubiera sido sorprendido en pecado – Nunca cuando duermo.
  • Mejor –regresó a sus besos – Menos trabajo.

Dicho lo cual, cogió con soltura mi miembro entre ambas manos.

¿Saben lo que es un masaje?.

No, no lo saben.

Yo no lo sabía hasta ese instante en que, de pie, desnudo en mi salón, con Maribel acariciando tan tenuemente mi modesto pene, que esa modestia se difuminó pues la polla fue creciendo hasta un tamaño desconocido fruto de su prodigiosa habilidad y los jadeos con que acompasaba

el ritmo, pegaditos a mis tímpanos…”que hermoso eres, soy tuya, hoy toda tuya, para ti, para que me goces, me disfrutes, soy tu hembra, vas a cogerme”.

  • Ufff Maribel que me pierdo.
  • Si, vas a perderte, muchas veces…y toditas dentro de mí.

Su mano derecha continuó entretenida en mi entrepierna mientras la izquierda subía desde mis nalgas por la espalda, sinuosa como una culebra.

“¿Deje puesta la calefacción?”

No, aquello era calor natural, calor animal con su mano asida a mi nuca, forzándome, sin resistencias claro, a un beso brutal, animalesco.

Nos deshicimos apasionadamente camino del sofá donde ella se sentó….no sin antes, echarme atrás para tumbarse frente a mi mirada de espectador acobardado.

Se expandió lentamente, sin dejar por un solo segundo de mirarme directamente a los ojos, abriendo sus piernas con lentitud, posando una sobre la esquina de la mesilla, la otra sobre el reposabrazos, los pies enhiestos, la actitud desafiante…toda tuya.

  • ¿Tienes hambre?.

Me arrodillé ensimismado, atrapado por el aroma de aquel sexo levemente depilado.

  • Yo tengo mucha – confesó – Llevo cinco meses lejos de mi hombre. Ayúdame. Cómeme hasta hacerme sangre.

Si, iba a socorrerla, a ayudarla postrándome ante aquel templo carnal abierto y entregado, suplicante, pero nunca claudicado porque a pesar de la postura, garantizo que en aquel diminuto apartamento, en pleno centro madrileño, había una reina dominante, y su tez era venezolana.

Aproximé la nariz, aspiré hondo….ufffff….exhale el aire intencionadamente sobre su coñito brillante si, pero aún no lo suficientemente lubricado.

De eso se encargaba entonces mi lengua que se escurrió con naturalidad, ancha, para, desde abajo hacia arriba, dar un jugoso, lento procurado, delicado lamentón….lametón que debía de sentar a puro gusto, pues Maribel echó la cabeza hacia atrás mientras lo recibía.

Al segundo, tan lento, procurado y delicado como el primero, solo que algo más ensalivado, abrió la boca.

Al tercero, algo más rápido, introduciendo durante un brevísimo segundo mi punta algo dentro pero sin perder el recorrido hacia arriba, hacia su vulva, exhalo un sutil gemido.

Al cuarto, también con la lengua ancha, volvía a meter la lengua dos segundos, deteniéndome a acecho de su vulva, ahora ya si presente, sobre la que estampé un beso calmado y gozoso que, entonces si….”uuuuuuu” provocó que gritara la quinta vocal de nuestro alfabeto…”uuuuuu”.

Allí me hundía, absorbido porque la brillantez se había convertido en un líquido lubricante y libidinoso que resonaba en mi boca, animado porque los “ues” se transformaban en “ays, sis, no te pares”…y no paraba, gozaba ella, gozaba yo, era sencillamente celestial.

  • Sigue mi amor, sigue por Dios, sigue, siiiiigueeeee – atrapó mis decrecientes cabellos entre sus dedos con una mano, mientras la otra sobaba sus pechos, apretándolos de manera casi dolorosa, con fuerza nerviosa surgida del delicioso orgasmo que le llevaba a empujar sus caderas contra mi mandíbula, a mecerse violentamente moviendo la mesa hasta enviarla al otro lado de la estancia – Siiiiii, ooggggggg.

Se quedó allí, somnolienta, agotada sobre el sofá, conmigo de pie, satisfecho, con la boca repleta de sus jugos que limpié pasando el antebrazo, desnudo, contemplando como Maribel respiraba primero inquieta, luego cada vez más apaciguada.

  • Disculpa cielo – interrumpió el mágico momento – Llevaba demasiado sin hacer esto.
  • ¿Disculpa?.
  • Me corrí apenas comenzar. Es lo que tienen las ganas y el ser multiorgásmica.
  • ¡Eres multiorgásmica!.
  • ¿Ocurre algo? – preguntó poniendo cara de inquieta, como si creyera ver en ello un defecto.
  • No, no pero es que – y yo viendo las puertas del cielo abiertas – Nunca he estado con una.
  • Uyyyy – algo se movió dentro de ella, como si de repente, así lo sentí, viera en mi un amante por estrenar, virgen al que sacar el corcho – Pues eso hay que remediarlo.

Diciéndolo se levantó, se arrodillo y, estampando una mirada increíblemente sibilina, avispada, traviesa, asió mi polla, ya a punto de reventar y se la introdujo de una tacada, sin miramientos, sin preámbulos en su sobrenatural boca.

  • Maribel por favor, que no está mi horno para aguantar esto mucho rato.
  • ¿Fe Fices famor? – contestó sin dejar de saborearla, sabiendo perfectamente que había escuchado.

Puesto que no paró de relamerse aún más en aquel falo vulgar que ella adoraba labialmente como si fuera un tótem céltico, chupándolo, ensalivándolo, con una mano manteniéndolo cerca, con la boca haciendo cosas que no sabía supieran hacer las mujeres con ella, absorbiendo, mordiendo ligeramente…

  • Maribel, Maribel.

Quise avisarla, retirar su cabeza pero ella, al percibirlo, se agarró ensañadamente a su dulce…el primer espasmo fue tan brutal que temía haberla atragantado con un disparo sensacional y generoso de semen al que ella no hizo ascos, ni al segundo, ni al tercero…..ni tampoco los cinco minutos que luego dedicó a limpiar bien el aparato, besar mi ombligo y levantarse con una sonrisa abierta de la que escapaba un leve goteo de lefa espesa.

  • Ahora ya estamos empatados – sonrió besándome como si ella no hubiera tenido el suyo, llena de ardor y deseo, empotrándome contra la pared, arrastrándome por el pasillo, dando un portazo, descubriendo que era el baño, continuando el acoso a besos, abrazos, tirando de mi hacia otra puerta que volvió a abrir con violencia – si aquíiiii - y lanzándonos sobre la cama, que no era la mía sino la de invitados pero suficientemente grande y recia como para aguantar la que se le venía.

Y lo que se le vino encima fuimos nosotros, o las bestias en que nos habíamos transformado.

Maribel cayó sobre mí, dominante como seguro era y, volviendo a apoderarse de mi polla, sorprendentemente recuperada, se empaló con un gesto tan firme, decidido y seguro que no cabía duda lo mucho y bien que había practicado previamente este ejercicio.

Pensé en las amantes previas que iban lentamente introduciéndose la polla, temerosas de no estar suficientemente lubricadas para luego iniciar un leve mecido hasta conseguir cerciorarse de que no dolía y entonces lanzarse sin perderse jamás del todo.

Maribel no obró así.

Se la metió bien metida.

Se la metió rápido, duro y bueno, iniciando desde el segundo número, un un vaivén brutal y decisivo, consiguiendo que agradeciera haber eyaculado apenas siete minutos antes porque de no hacerlo, ni tan siquiera hubiera resistido el primer arranque.

  • ¡Siiii, aaaaaaaa, aaaaaaa, sigue, sigue!.

¿Qué siga?.

¡Pero si era ella quien empezaba y decía por donde!.

Me sentía un muñequito de goma en manos de una loba de afiladas uñas…las mismas que clavaba en mi pecho mientras se pegaba a el, moviendo su cadera con una voracidad

indescifrable, provocando con sus movimientos que sintiera como sus paredes se agarraban a mi polla….”oogggg, siiii, como me gustas, asiiii”.

Lamía mi cuello, lo chupaba y mordía.

Se abrazó y de un rápido giró, me puso encima.

  • Dale cielo, dale, dale pinga y muy duro.

No quise desobedecerla y retomando el impulso, clavé fuerte, clave firme, clave aceleradamente mientras las piernas de Maribel se entornaban alrededor de mi cintura…”dale, dale, aaaaaa, dale”.

No entendía cómo podía sentirla, tan húmeda que mi polla resbalaba sin esfuerzo.

Pero cuando llegaba, en un extraño espasmo, hasta entonces desconocido, me la atrapaba para soltarla perfectamente coordinada, dejando que saliera, porque llego a salirse y meterse entera una docena de veces sin que ella emitiera un quejido, pues sabía que volvería a caberle, que volvería a recibirla, que se moriría de puro gusto.

  • Me vengo cielo, me vengo.
  • ¿Segunda eh? – dije triunfante.
  • ¡Terceeeraaaaaa, aaaa,aaaa,aaaaaa!

Y aceleró con tal saña que sus uñas abrieron surco sangriento en mi trasero, mi pobre trasero, estremecido, desacostumbrado a semejante ardor, a semejante amante, obligándolo a hincarse tan adentro que creí rozar las paredes del placer eterno, ocultas dentro del coño de la venezolana.

  • ¡Aaaaagggg! – ese grito fue mío, mitad por el dolor, mitad por mi segunda corrida, tan generosa y salvaje como lo fue la primera.

Dejamos pasar lánguidamente los segundos, abrazados, sudorosos, con una fina sábana apenas tapando a medias nuestros cuerpos, primero agotados, luego dormidos, oliendo a brea, a titánica lucha de amantes….delicioso.

Me desperté a lo peliculero…extendiendo mi brazo para comprobar que ya no estaba.

No estaba, pero escuchaba la ducha abierta.

Me levanté, caminé tiritando por el frío ambiente y el suelo apelmazado para contemplar el atractivo ambiente que el vaho del agua caliente, dejaba escapar a través de la puerta del cuarto de baño.

Una puerta abierta de par en par…seductora.

Aproximándome puede contemplarla mientras, bajo el chorro del agua, se enjabonaba.

Lo hacía generosamente, con naturalidad, llegando a cara rincón de su moreno cuerpo, con su larga melena mojada, pegada a su piel con un erotismo de libro.

  • Hola – lo dije en un susurro, para que me oyera sin asustarse.
  • ¡Ah hola! -  que manera tuvo de sonreírme. Como solo se hace cuando de verdad te alegras de ver a quien te agrada – Perdona la confianza pero es que deseaba una buena ducha.
  • No me pidas perdón. Viendo lo que veo, lo que debería es darte las gracias.
  • Que zalamero eres – se rio, estirando el brazo para, con la mano extendida, invitarme a compartir con ella el agua caliente – Las gracias deberías dársela al cerdo hijo de puta al que golpeaste.

Extendí la mano.

Con nuestros dedos entrelazados, sentí el calor del líquido elemento tocando mi brazo, mis hombro, mi cabeza, rostro, cuerpo hasta que me fundí entero bajo el, dispuesto a recibir otro tipo de calor, mucho más caribeño.