Lecciones de masaje - Capítulo 1

Una joven pareja comparte con la mejor amiga de ella unas lecciones de masaje sensual, provocando una situación que les llevara a confesar sus más íntimas fantasías sexuales y a un juego de provocación y exhibición.

Ana observaba de pie, desnuda en medio del salón de su apartamento, a Diego, su marido, como preparaba, tan cuidadosamente como siempre la camilla, como extendía la toalla, elegía los aceites y calentaba sus manos para acariciar su piel. Tras una agotadora semana de trabajo nada le podía complacer más que recibir un masaje de las expertas manos de su marido, sólo él sabía cómo relajarla logrando que su cuerpo se abandonara completamente para luego ir despertando su sensualidad poco a poco, provocando su excitación para terminar siempre, invariablemente, llevándole a un profundo goce hasta alcanzar el orgasmo, con sus caricias rozando su sexo o con su hábil lengua.

Cuando con un gesto le invitó a que se tumbara en la camilla, sintió un hormigueo anticipando el placer que vendría después, interrumpido súbitamente por el sonido de su móvil. Diego negó con la cabeza invitándole a que hiciera caso omiso del teléfono pero su curiosidad le llevó a ver quién llamaba y descolgó.

-          Hola Alicia…. ¿Qué? ¿En serio? No me lo puedo creer, es genial…. ¡Claro que sí, eso hay que celebrarlo! Venga, vale, te esperamos en casa.

Observo el gesto de decepción de Diego, mientras hablaba con su mejor amiga, Alicia, pero qué otra cosa podía hacer. Por fin había conseguido ese empleo, tan importante para ella, y no podía dejar de celebrarlo de alguna forma. Así que tras colgar, se dirigió a su marido y le dijo.

-          Jo, lo siento. Era Alicia, por fin le han dado el trabajo, estaba como loca, dice que ha comprado una botella de champagne francés y que viene hacía aquí para celebrarlo. No podía decirle que no. La entrevista era aquí cerca, así que dice que estará aquí en cinco minutos.

-          No pasa nada – contestó Diego tan comprensivo como siempre – Tú te lo pierdes.

Y mientras se lo decía le pasaba la mano por su ya húmeda entrepierna, completamente depilada como a él le gustaba, para luego fundirse en un beso, mientras no dejaba de palpar su sexo.

El sonido del timbre hizo que se apartaran, saliendo Ana hacía la habitación a ponerse algo mientras Diego recibía a Alicia, tan cariñoso como siempre. Desde que se conocieron ambos habían conectado muy bien, y eso a pesar de que Alicia habitualmente sin pareja, salvo dos novietes con los que no terminó nada bien, era como un tercer miembro en su relación, algo que prácticamente ningún chico habría aguantado mucho tiempo.

No es que Alicia no fuese una chica atractiva, de hecho a pesar de su diminuta estatura que apenas pasaba del 1,55, lo era. Diego siempre comentaba que tenía un cuerpo perfecto hecho a escala y a menudo bromeaba con Ana diciendo que de todas sus amigas, si pudiera elegir, Alicia sería la que más le gustaría ver desnuda.

Tras las oportunas felicitaciones y abrazos, pasada la euforia inicial, Alicia reparó en la camilla de masaje, convenientemente preparada en medio del salón.

-          ¡Huy! Me parece que he interrumpido algo. Lo siento, a lo mejor no tenía que haber venido. Si me lo hubieras dicho lo habríamos dejado para otro momento.

-          No te preocupes – contestó Ana – quitándole importancia. Ya me dará el masaje cuando sea.

-          No sabía que estuvieseis tan preparados – dijo Alicia con más confianza – Ni que fueses un experto dando masajes. ¡Qué envidia me da! No sabéis lo que me gustaría aprender a dar un buen masaje, aunque no sé a quién se lo iba a dar. ¿Dónde aprendiste?

-          En un campamento de multiaventura que estuve de monitor de bici de montaña – contestó Diego – Siempre me había gustado la idea de dar masajes y una compañera me enseñó algunas cositas y terminé ayudándole con algunos clientes. Decía que se me daba muy bien.

-          Te puedo asegurar que tiene unas manos mágicas – enfatizó Ana.

Se hizo un incómodo silencio, como si no supiesen qué hacer ni decir a continuación, hasta que Diego tuvo una idea, una idea que iba a cambiar y mucho el curso de aquella calurosa tarde de verano.

-          Oíd. Se me está ocurriendo una cosa. Meto el champagne en la nevera y mientras se enfría, podemos darte el masaje entre Alicia y yo, así no te quedas sin tu masaje y le puedo enseñar algunas nociones básicas. ¿Qué os parece?

Evidentemente no hizo falta repetirlo dos veces. En lo que Diego puso a enfriar la botella, Ana ya estaba tumbada desnuda sobre la camilla y Alicia esperando instrucciones de su improvisado monitor.

-          Bueno – comenzó diciendo – Normalmente Ana está así cuando le doy un masaje, y ya sé que no es la primera vez que la ves desnuda y que no te vas  a asustar, pero vamos a hacer como si fuera una clase de verdad, algo más profesional, así que voy a buscar una toalla para taparle.

Una vez cubierta púdicamente con la toalla, Diego le habló a Alicia sobre el masaje a cuatro manos, le explicó que dado que estaba aprendiendo sería difícil armonizar sus movimientos, y le pidió que se relajara y dejara salir desde su interior la masajista que llevaba dentro, así podría disfrutar al dar el masaje tanto como iba a disfrutar Ana recibiéndolo.

Empezando por las piernas Diego le iba explicando los movimientos básicos y como debía realizarlos, los rozamientos con la palma de la mano, deslizar  sus dedos desde la punta de los pies hasta las nalgas de su amiga, como friccionar la piel con la punta de sus dedos, como amasar los muslos y los glúteos de Ana.

Alicia mostró enseguida un talento natural para dar masaje y disfrutaba cada segundo en que sus manos acariciaban la piel de su amiga. Diego le pedía que le imitara y poco a poco, una idea fue tomando forma en su mente perversa para hacer el masaje algo más picante. Continuaron con el masaje de las piernas, pero ahora acariciando el interior de sus muslos subiendo cada vez más hasta rozar suavemente con sus dedos los labios vaginales de Ana. Alicia imitaba a Diego, consciente de lo que estaba haciendo mientras le sonreía. La única respuesta que obtuvieron de Ana fue un murmullo de placer.

Siguieron con la espalda, explicándole Diego como localizar una zona dolorida, o algún músculo especialmente tenso para insistir con el masaje hasta relajarlo. Una vez finalizado Diego dijo.

-          Ahora si fuera un masaje a un cliente, lo normal sería decirle que se diera la vuelta para continuar con el masaje. Pero como hay confianza y además Ana nos mata si no se lo hacemos, lo que vamos a hacer es darle un buen masaje en su culete.

Le quitó la toalla dejándole completamente expuesta, Comenzaron a masajear cada uno una de sus nalgas con movimientos circulares cada vez más amplios, variando la presión y alternándose en bajar por su raja hasta rozar el ano. Luego bajando por los costados, haciéndole pinzamientos. Lo de Ana ya no eran murmullos de placer, eran puros gemidos que no se esforzaba en disimular. Pero Diego quería mantener la tensión así que indicó que era el momento de darse la vuelta.

Los pocos segundos que Diego tardó en taparle con la toalla fueron suficientes para dejar patente lo excitada que estaba Ana, sus pezones erectos, el brillo de humedad en su vulva, sus labios vaginales hinchados, y por si no fuera suficiente su cara de satisfacción.

Tras ocuparse brevemente de sus piernas y brazos Diego se paró un segundo, como si estuviese pensando qué hacer, hasta que dijo:

-          Bien, como te decía, si fuese un masaje a un cliente, ahora lo normal sería cubrirle el pecho con una toalla y evitar esa zona, pero a lo mejor nuestra cliente está deseando que precisamente  nos dediquemos a esa zona. ¿Qué me dices? ¿Quieres que te demos un masaje en tus tetitas? – interrogó a su mujer.

-          Estoy deseando – contestó Ana.

Alicia no pudo evitar que se le escapara una risa nerviosa cuando Diego destapó a su mujer y observó sus pezones hinchados, listos para ser acariciados. En ese momento Diego le dijo a Alicia que lo iba a hacer ella solita, puso a Alicia a la altura de la cabeza de su mujer y colocó sus manos sobre los hombros de su mujer, indicándole lo que debía hacer, con movimientos lentos deslizando las palmas de sus manos entre los dos pechos para ir ascendiendo por los brazos, repitiendo el movimiento una y otra vez para dirigir posteriormente la palma justo sobre cada pecho realizando un movimiento circular con una ligera presión. A continuación le mostró como deslizar los dedos desde los pezones hasta los costados.

Decidió unirse al masaje situándose cada uno de ellos a un costado de Ana para concentrarse en un pecho. Con las yemas de los dedos pellizcaban suavemente sus pezones jugando con ellos, así una y otra vez haciendo que su erección fuese más pronunciada.

Para finalizar, acariciaron con delicadeza su vientre. Diego destapó a su mujer y fue bajando su mano hacía el centro del placer de Ana, deslizando dos dedos por sus labios vaginales para hacerlos subir por la mitad de su hendidura impregnándolos con sus jugos. Con un gesto le pidió a Alicia que le imitara, vaciló pero se unió a los movimientos de su maestro alternándose en el roce de la parte más íntima de su amiga.

-          Esto tampoco es parte del masaje a un cliente – susurró Diego, y añadió – así que será mejor que demos por concluida la lección.  Si estuviésemos solos ahora terminaríamos con un final feliz. ¿Sabes qué es un final feliz?

Por toda respuesta Alicia se encogió de hombro así que Diego continuó explicándole:

-          Consiste en satisfacer al cliente con una relajación manual, vamos terminar masturbando al cliente, es decir, continuaría acariciándole el clítoris hasta llevarle al orgasmo, pero me temo que tendrá que esperar.

-          Vale, esperaré – replicó Ana – y aunque tengo que decir que no me ha gustado nada que me dejaseis así, la verdad es que ha sido un masaje delicioso. No sé si porque la alumna es excelente aprendiendo o porque el maestro es maravilloso.

-          A mí también me ha encantado – añadió Alicia – aunque ha resultado un tanto extraño.

-          ¿Por qué dices eso? – preguntó Diego.

-          Porque hasta ahora nunca le había tocado el culo, las tetas o el chichi a una amiga – contestó – ni era algo que tuviese en mis planes, pero sea como sea, me ha gustado y además he aprendido un montón.

-          Pues nada – dijo Diego – Si quieres seguir aprendiendo podemos continuar con las clases. Si te parece el próximo viernes quedamos para una nueva lección ¿Hecho?

Alicia asintió con la cabeza, mientras Ana iba a vestirse y Diego a buscar la botella de Champagne. Reunidos nuevamente en el salón Diego anunció que todavía no estaba fría del todo, pero que como tenían una botella de vino blanco en la nevera podían ir abriendo boca.

Se produjo un extraño silencio que Ana rompió con una reflexión en voz alta, que hizo que Diego y Alicia le mirasen expectantes.

-          ¿No os parece curioso como a veces, por pura casualidad, suceden cosas maravillosas? Fíjate – añadió dirigiéndose a Alicia. – Tú has dicho que siempre has querido aprender a dar masajes y Diego tiene unas manos maravillosas y domina las técnicas del masaje, pero nunca se te había ocurrido pedirle que te enseñara, a pesar de que te he dicho más de una vez que en casa tengo el mejor masajista del mundo. Pero si no hubieses venido esta tarde seguramente nunca le habrías pedido que te enseñara. ¿Y eso por qué? Porque confianza tenemos pero a veces aparece un maldito pudor que hace que nos cohibamos y nos perdamos cosas fantásticas.

-          La verdad es que tienes razón – admitió Alicia – nunca se me habría pasado por la cabeza pedirle que me enseñara a dar masajes.

-          Ves – insistió Ana – y tú te habrías pedido recibir una lección maravillosa, Diego la satisfacción de enseñarte y además el placer de hacerme disfrutar contigo, y yo un fantástico masaje. Es curioso se supone que tenemos toda la confianza del mundo pero determinadas cosas ni se nos pasa por la cabeza comentarlas, aunque luego te metes en internet y al primero que pillas, le cuentas todos tus secretos, incluidos los más íntimos. Supongo que será el anonimato.

-          Bueno – le interrumpió Alicia – algunos secretos íntimos sí que nos hemos contado tú yo.

-          Vale, lo admito. Es cierto que nos hemos contado algunas, bueno bastantes, experiencias sexuales, pero siempre nos guardamos alguna experiencia que pensamos nos podría dejar en evidencia, nuestros deseos más íntimos o nuestras fantasías. ¡A ver! ¿Os atreverías a confesar alguna de vuestras fantasías sexuales?

-          Las mías creo que las sabes todas – replicó Diego – y no estoy muy seguro de que Alicia quisiera conocerlas, pero no me importaría compartirlas. ¿Tú qué dices, Alicia?

-          No sé – respondió Alicia, algo chispada por las dos copas de vino que se había bebido prácticamente seguidas – Me resultaría extraño, pero no voy a negar que me daría mucho morbo escucharos, y contar las mías también. ¿Quién sabe? A lo mejor en un momento dado me atrevería.

-          Está bien – concluyo Ana – Pues vamos a verlo. ¿Quién empieza?

Nuevamente el silencio invadió la habitación. Una cosa era hablar sobre la posibilidad de contar los secretos más íntimos de cada uno, y otra cosa era hacerlo en ese preciso momento. Ana miraba desafiante a sus acompañante que sonreían de forma maliciosa desviando la mirada como el alumno que intenta evitar que el profesor le pregunte en clase.

-          Venga empiezo yo – se atrevió Ana -. Tengo muchas, no os creáis, pero como hay que elegir una, la que se me viene a la cabeza es que me gustaría ser contemplada practicando sexo. ¿Qué decís? ¿Os gustaría a vosotros también?

-          No la tengo en mi top-list pero bueno, ya sabes que soy un poco exhibicionista, así que sí, claro que me pondría. – contestó Diego, sin pudor – Aunque en cierta forma es ya una fantasía cumplida, acuérdate de aquella vez en la playa.

-          Pero eso no cuenta – replicó Ana dirigiéndose a Alicia que escuchaba con los ojos como platos – Se refiere a una vez que estábamos en una playa nudista, prácticamente desierta porque era un día entre semana de mediados de junio, en que nos dio un calentón y nos fuimos hacía unas dunas ocultas y cuando estábamos en pleno polvo, yo encima de él, nos pasó a una distancia de unos cinco metros un pareja ya madurita con pinta de extranjeros, también desnudos, que al vernos nos guiñaron un ojo y nos hicieron una señal elevando el pulgar, sólo les faltó aplaudir. Pero no me refiero a eso, allí simplemente nos pillaron y siguieron su camino como si tal cosa, a mí lo que me gustaría es que alguien nos observara en una sesión completa de sexo.

-          Madre mía, eso no me lo habías contado – dijo Alicia sorprendida – No me puedo creer que os pusieseis a follar en medio de la playa a plena luz del día, y que encima os pillasen. ¿Y qué hicisteis?

-          Pues que  íbamos a hacer – contestó su amiga – seguir follando. Pero bueno, ¿Y tú qué? ¿Te gustaría?

-          No, no lo creo – dijo convencida – me moriría de vergüenza. Me acuerdo una vez que estaba en la playa de noche vi a una pareja haciéndolo en la arena, al principio me dio mucho corte, pero luego me quedé mirando un rato y me excité, pero eso era a escondidas, no de forma abierta como tú dices, y una cosa es mirar y otra distinta que te miren.

-          Ves – dijo Ana – Lo que te decía. Aquí tenemos tres fantasías que se complementan perfectamente. A mí me gustaría que me viesen follando, a Diego también, así que ya tengo pareja y tu acabas de decir que mirar a una pareja haciéndolo te puso cachonda, así que ya tenemos quien nos observe. ¿Quién sabe, a lo mejor algún día nuestros sueños se hacen realidad. ¿Quién sigue?

-          Mi turno – dijo Diego – Enlazando con tu fantasía, a mí lo que me gustaría es que un grupo de mujeres me viese masturbándome.

-          Eso me costaría más – respondió su mujer – Una cosa es que me veas tu masturbándome, me gusta, pero sólo tú, y ya sabes cuánto me costó hacerlo la primera vez, así que no, pero si quieres no me importaría estar en ese grupo de mujeres espectadoras.

-          Yo ni de coña. Vamos, me moriría si alguien me pillase masturbándome y no creo que tampoco lo hiciera con mi pareja, ni tampoco he visto nunca a un chico haciéndolo. A lo mejor me uniría al grupo de espectadoras. – añadió Alicia dejando estupefactos a ambos con su sinceridad. Y continuó – Y eso me lleva a una de mis fantasías. Me gustaría ir a una fiesta con un montón de camareros desnudos sirviéndonos copas y canapés y que les pudiésemos dar un azotito en el culo o algo así. Comparado con vosotros dos que sois un par de pervertidos os parecerá algo súper-inocente, pero a mí me gustaría.

Ninguno contestó. Entonces Diego se levantó para ir a buscar el champagne, y mientras entraba en la cocina una idea cruzó su mente y no se lo pensó dos veces. Se quitó toda la ropa, se puso un delantal, cogió tres copas y la botella y se dirigió al salón.

-          No es exactamente tu fantasía – anunció – porque soy uno solo, pero es lo más parecido que se me ha ocurrido. Aquí tienes tu camarero desnudo.

Las dos amigas estallaron en carcajadas al darse de cuenta de que bajo el delantal no llevaba nada. Naturalmente le hicieron darse la vuelta para admirar su culo, posiblemente lo mejor de su bien cuidado cuerpo y Ana invitó a su amiga a darle unos azotitos a su marido en su trasero desnudo, aceptando esta con gran entusiasmo. Brindaron por el nuevo trabajo de Alicia y su amistad.

Una vez más fue Ana quien continuó calentando la situación.

-          Veis que fácil es. Si una confiesa sus fantasías es posible que se hagan realidad. Así que vamos a seguir. ¡Venga, una fantasía más cada uno! Voy con la mía. Me gustaría tener sexo oral con otra mujer, no sé si dar, recibir, o las dos cosas, posiblemente esto último, ya puesta hay que probar de todo. ¿Qué decís? ¿Tendriais sexo oral con alguien de vuestro mismo sexo?

-          Creo que esto no te lo he contado nunca, pero para mí eso no es una fantasía, yo ya he tenido sexo oral con alguien de mi mismo sexo – confesó Diego dejando atónitas a ambas mujeres, especialmente a Ana – Cuando era un chaval y no tenía mucho éxito con las chicas, tenía un amigo que todos los viernes grababa la peli porno de Canal Plus, y solíamos quedar a  verla en su casa cuando estaba solo. A veces con más amigos y a veces los dos solos. Como estábamos todos más cachondos que un mono solíamos sacárnosla y empezar a pajearnos mientras veíamos la peli. Una vez que estábamos los dos solos me confesó que con un primo suyo se habían masturbado el uno al otro y que si quería probar, me daba un poco de corte por eso del rollo machote, pero antes de que pudiera decir nada ya tenía su mano recorriendo mi polla, y no tardó en hacer que me corriera, así que, qué otra cosa podía hacer qué corresponderle. El caso es que se convirtió en una costumbre masturbarnos el uno al otro cuando estábamos solos. Hasta que una vez, en plena faena, me preguntó si no tenía ganas de que me hicieran una mamada, a lo que evidentemente contesté afirmativamente, entonces comenzó a chupármela mientras yo le decía que no lo hiciera, pero pudo más el placer y me deje hacer. Cuando terminó se puso en posición para recibir su recompensa, y a pesar del asco que me daba se la chupé. Desde ese momento nos hicimos mogollón de mamadas mutuas, al principio avisábamos cuando nos íbamos a correr, pero con el tiempo terminamos tragándonoslo. Supongo que de ahí me viene mi afición a probar mi propio semen.

La confesión de Diego dejo muda la habitación por unos instantes, y ninguna de las dos mujeres se atrevió a hacer comentario alguno.

-          Yo es que ni me lo he planteado – continuó Alicia – De hecho, tras oíros me parece una ingenuidad mi siguiente fantasía. Iba a decir que me gustaría tener un orgasmo sólo con sexo oral, y pensaba en un hombre, desde luego, pero a lo mejor tendría que expandir mis horizontes para tener más posibilidades.

-          ¿Quieres decir que nunca en tu vida has tenido un orgasmo sólo con sexo oral? – cuestionó perpleja Ana.

-          Eso es exactamente lo que he querido decir – respondió Alicia con resignación – De hecho creo que lo más que he tenido a un hombre trabajándome ahí no habrá excedido de unos pocos segundos, y por puro compromiso. Vamos que no sé lo que es que te coman el coño como Dios manda.

-          Vaya – añadió Ana – Yo no podría vivir sin ello. Gracias a Dios que mi marido es el mejor comedor de coños que he conocido en mi vida, no te haces una idea de los orgasmos que puedes tener cuando empieza a lamerte el clítoris. Bueno nos queda una fantasía, aunque creo que sé lo que vas a decir, cariño.

-          Sí – dijo Diego – Seguro que estamos pensando en lo mismo. Sexo anal. Pero con una chica, eh, no me gustaría que me dieran a mí.

-          ¿Nunca habéis tenido sexo anal? – preguntó ahora sorprendida Alicia. – Vaya por una vez os gano, nunca me han comido el coño, nunca me he masturbado ni follado delante de nadie, ni he estado con otra tía, pero sí que me han dado por culo. Vaya un currículum que tengo,

-          Pues no – contestó Ana – Y no será porque no lo hayamos intentado veces, pero ni preparándolo, ni con lubricantes de todos los tipos ni con nada. Se conoce que no soy capaz de relajarme, porque es empezar a metérmela y dolerme horrores, así que lo hemos dejado por imposible. Supongo que también tendrá que ver el calibre de la tranca de aquí mi amigo, porque no es que sea un prodigio en longitud, aunque no está nada mal, no me quejo, pero gordita es un rato. Por cierto – añadió dirigiéndose a su marido – lo que Alicia quería era un camarero desnudo, no un camarero con un mandil así que ya sabes.

Tras las dos botellas y las calientes confesiones de unos y otros el ambiente no es que estuviese caldeado, es que ardía. Así, no es difícil entender que Diego no pusiera la más mínima resistencia cuando su mujer desató los cordones del delantal y lo dejo caer al suelo exhibiéndole completamente desnudo a su amiga Alicia. Ya estaba medio empalmado y bastaron unos toques de Ana para que alcanzase la plena erección, pero por si no fuera suficiente, su mujer se puso de rodillas y a escasos centímetros de su amiga comenzó a chupársela hasta dejarle a punto de estallar.

-          Ves ¿Cómo quieres que me meta esto por el culo?. ¿A qué no está nada mal?

-          No, desde luego no creo que tengas motivo de queja – confirmó Alicia.

-          Bueno pues Alicia ya ha conseguido en cierto modo ver satisfecha su fantasía de tener a un grupo de camareros desnudos, yo más o menos la mía de que me vieran teniendo sexo, no es lo que pensaba, pero bueno al menos ha estado mirando mientras te hacía una mamada, aunque no haya terminado, ya lo sé. Ahora te toca a ti, cariño.

Por toda respuesta, Diego se encogió de hombros y enarcó las cejas, dando a entender que no sabía de qué le estaba hablando su mujer.

-          ¿No querías que te viera un grupo de mujeres masturbándote? Bueno, pues aquí tiene un grupo de mujeres cachondas, algo reducido, ya lo sé, que le gustaría verte, así que ya puedes empezar.

-          ¿Me lo estás diciendo en serio? – preguntó incrédulo Diego.

Y ambas asintieron con la cabeza.

Diego agarró su polla y comenzó un lento movimiento de arriba abajo, primero muy suavemente para ir incrementando la presión y el ritmo. Sus ojos no se apartaban de los de las dos mujeres, fijos en su polla. Seguía con su ritmo constante hasta que comenzó a notar la excitación en aumento, y como se empezaban a contraer sus músculos genitales y sabía que había alcanzado el punto de no retorno. En ese momento se le doblaron las rodillas y comenzó a expulsar su semen a borbotones cayéndole en su barbilla y pecho. Se dejó caer el suelo, sin parar de menearsela hasta vaciarse por completo.

Ana se levantó, besó agradecida en la boca a su marido y se dispuso a limpiar los restos de su corrida con su lengua, hasta no dejar ni una sola gota.

Alicia que había permanecido muda, se levantó y dijo.

-          ¡Buuuf chicos! Ha sido increíble, pero creo que es momento de que vaya pensando en marcharme a casa. No creo que pueda soportar más emociones por hoy. Sois maravillosos y espero que echéis un polvo increíble.

-          No lo dudes – respondió Ana, poniéndose de pie para despedir a su amiga – En cuanto se recupere, éste me va a follar pero bien folladita, mientras tanto, para calentar boca, le dejaré que me coma un poquito el coño.

-          Muchas gracias a ti – añadió Diego – Ha sido una tarde indescriptible. Y no te olvides que te esperamos el próximo viernes para seguir con tus lecciones de masaje. Una última cosa ¿Te puedo hacer una pregunta?

-          Claro

-          ¿Cuándo llegues a casa te vas a masturbar pensando en nosotros?

-          Ya lo creo, ni lo dudes.

Un nuevo panorama se abría para los tres amigos. ¿Qué les depararía el siguiente viernes?