Lecciones

Soy una muy buena maestra de español.

No supe bien como fue que empezó. Yo accedí a dar las clases de inglés al director de aquella compañía porque me había quedado sin mi trabajo de recepcionista en una empresa empacadora. Entonces cada día durante la hora de la comida me presentaba en la oficina de Michael a darle clases de español. A mi novio no le había parecido muy buena idea desde el principio, pero aceptó que de alguna manera debía yo ganarme el sustento para mis dos hijos ya que su padre nos había olvidado por completo hacía más de dos años ya.

Michael siempre fue muy respetuoso conmigo, siempre muy cortés y llenándome de atenciones. Poco a poco se fue ganando mi confianza y empezamos a bromear durante las clases. A mi me parecía divertido que un señor tan distinguido y tan mayor de edad me colmara de piropos y cosas bonitas, al fin y al cabo, yo sabía que no pasaría de allí. Normalmente, yo me visto muy sexy, trato de hacer lucir mis encantos que, para mis treinta años, aun son muchos. El usar minifaldas y escotes me hace sentir muy sensual, muy admirada. Y eso me gusta. Ahora pienso que tal vez fue por mi manera de vestir que Michael fue tomándose cada vez más confianza conmigo.

Al poco tiempo ya Michael pedía comida para dos y la disfrutábamos juntos al terminar la clase. Antes de que los empleados llegaran de la comida. El hecho de quedarme mas tiempo que el acostumbrado en la oficina de Michael pronto empezó a levantar rumores de que si yo andaba con el y cosas así. Entonces fue cuando se nos ocurrió la idea de que las clases serían mejor al terminar la jornada de trabajo, pero no en la oficina, sino en su casa. De esta manera el también estaría fresco y recién bañado al tomar la clase, y esto sin duda sería en beneficio de su propio aprendizaje.

Yo llegaba a su casa siempre muy puntual, él ya se encontraba bañado y oliendo muy rico, con los libros sobre la mesa esperándome. Nuestra relación fue pasando más bien a una relación de amigos, más que una relación pura de alumno y maestra. Sin embargo, teníamos ciertos matices de complicidad, más íntimos, que por supuesto eran un secreto entre los dos. Por ejemplo cuando al entrar a su casa subíamos las escaleras, el siempre, sin faltar una vez, me alababa mis piernas. Me decía que se veían hermosas desde allí abajo, y en más de una ocasión, cuando llevaba faldas más cortas, me llegó a decir el color de mi ropa interior.

A mi no me molestaba, lo veía como si fuera un tío que me hace buenos comentarios sobre mi cuerpo, sin llegar a sentir deseo sexual hacia mí. Sobre todo porque Michael sabía muy bien que yo tenía un novio y que estaba enamorada de él. Un día, por cierto, yo llegué muy exaltada ya que había discutido con mi novio, ese día no me había dado tiempo de bañarme antes de ir a la clase. Entonces Michael, amablemente me dejó ducharme en su baño. El esperó afuera caballerosamente e incluso metió mi ropa a lavar para que al salir tuviera ropa limpia que ponerme. El problema es que cuando salí del baño, la ropa aún no se secaba completamente, entonces tuve que dar la clase en toalla. Fue la primera vez que hacía algo así, pero para mi propia extrañeza, me sentí muy cómoda, muy protegida y en confianza. Al terminar la clase fui a su cuarto y me vestí sin siquiera cerrar la puerta. Michael esperó un tiempo prudente antes de irme a alcanzar, pero lo cierto es que si hubiera ido más pronto me habría encontrado desnuda aún.

Al cabo de algunos meses, los gestos se fueron haciendo cada vez más íntimos y más secretos. Jamás me atrevería a contarle la verdad a mi novio respecto a las clases particulares, ya que él confía plenamente en mí. Una vez, cuando hacía practicar a Michael la forma imperativa de los verbos, le dije que todas las órdenes que él me diera a mí correctamente en español, yo las haría sin importar que fuesen. Ese día terminé la clase sentada en las piernas de Michael completamente desnuda y con cinco o seis cervezas tomadas. Recuerdo que el me acariciaba las caderas mientras repetía algunas oraciones. Y yo reía de gusto al darme cuenta que su acento mejoraba cada vez más, sin duda que era yo una buena maestra.

Como ese día nos divertimos mucho en la clase, decidimos que de allí en adelante agregaríamos cervezas a las clases. Y poco tiempo después, yo daba las clases de español vestida con zapatos altos y accesorios como pulseras, aretes y collares. En algunas ocasiones me ponía pañoletas al cuello o incluso guantes, pero sin usar nada más. El ritual de llegada cambió por completo. Yo llegaba a su casa, Michael me abría la puerta. Junto a la puerta había un perchero en donde yo colgaba mi ropa antes de subir las escaleras. Michael esperaba abajo y miraba mientras yo subía. Los piropos eran ahora para todo mi cuerpo en vez de solo mis piernas. Yo me sentía halagada, admirada y apreciada. Las clases eran en la recámara o en el patio de atrás, con alberca. Yo podía nadar mientras Michael repasaba, el me ayudaba a salir del agua y a secarme.

A veces bailábamos con algo de música, en español por supuesto. Yo lo dejaba tocarme porque me gustaba mucho la manera en que me acariciaba, como tímidamente pero a la vez firme, como haciéndome suya poco a poco. Fui yo quien le ofreció mis labios un día en que superó un examen con buenas notas. El me besó abrazándome por la cintura, yo estaba desnuda como ya era habitual. Sus besos me gustaron mucho, estaban llenos de experiencia. Me beso el cuello y las orejas, me acaricio el vientre y me hizo tener un orgasmo con sus dedos. Yo estaba extasiada. Quería más. Me arrodillé y busque su pene con ansiedad, el lo sacó con calma, con mucha calma. Me tomó suavemente de los cabellos y primero me pasó el pene por el frente de mi cara, pegado a mi boca. Pero lo quitó antes de que pudiera atraparlo con mis labios. El olor y la situación me tenían loca.

Cuando por fin lo tuve en mi boca, sentí con mucho gozo como su pene iba creciendo y adquiriendo dureza. Me sentía feliz de poder darle placer a ese hombre que me había hecho sentir tan bien, tan plena durante tanto tiempo. Quería agradecerle todas sus atenciones y todos sus piropos. Se lo chupé lo mejor que pude, alternando mi mano y mis labios. Recorriéndolo todo con mi lengua. Pasándolo por toda mi cara, por mis ojos, por mis mejillas, por mis orejas, llenándome de su olor y de su sabor. Le chupaba sus huevos y se los masajeaba con una mano mientras la otra acariciaba su vientre, sus caderas y sus nalgas. El no soltó mi cabello, me miraba desde arriba, con ternura pero a la vez con lujuria. Sabía que yo estaba dispuesta a hacer lo que el me pidiera para complacerlo.

Fuimos a la sala. Me recostó sobre el respaldo del sofá grande, por un costado, de manera que mi cabeza estaba sobre mis manos y mis manos sobre el sofá, pero mis pies sobre el piso y mis rodillas sin flexionar. Mis caderas levantadas y listas para recibir a mi alumno querido. Pero Michael se tomó su tiempo en besar mis nalgas, en acariciarlas sobre cada centímetro de piel. Metió su lengua en mi ano y me regaló sensaciones maravillosas. Todo mi ser temblaba de la emoción. Me vine un par de veces mientras me lamía, primero en mi culo y luego buscó mi clítoris. Fue muy bueno, buenísimo. A este punto no me había yo percatado que la hora del fin de la clase había pasado hace mucho.

Mi celular sonó. Era mi novio. Michael se dio cuenta de quién era al ver la reacción en mi cara. Me dijo que contestara. Apenas había yo dicho "bueno" cuando sentí la verga de Michael penetrarme lentamente. Yo ya no escuchaba a mi novio. Le dije algo así como que la clase se había prolongado. Michael me la metía y me la sacaba, me besaba el cuello despacio, suave, húmedo. Mi novio gritaba en el teléfono, que porque tardaba tanto a solas con ese señor. Yo gozaba. Sus manos en mis caderas, luego bajaba a mis piernas y se metía entre ellas. Le colgué. No quise seguir distrayéndome de el inmenso placer que estaba sintiendo. Diego volvió a llamar, opté por apagar mi celular, al diablo con Diego, a coger con Michael, a sentirlo en mi interior. Era hasta ahora la mejor experiencia sexual de mi vida.

Michael me sigue cogiendo hasta la fecha, y lo hace cada vez más pervertidamente. Diego ha entendido que yo sólo doy clases de español y que no hago otra cosa más que eso. Doy tan bien mis clases que ya hasta me han duplicado el sueldo. Me dejan usar un auto de la compañía y hasta me han invitado a los congresos fuera de la ciudad. Lo que me ha dejado sorprendida un poco, es que ayer Michael me dijo que a partir de la próxima semana, las clases serán sólo lunes y miércoles, los otros días le daré clases a otro ingeniero, también viejo pero también muy simpático, que siempre está alabando mis piernas y mis escotes, sólo que éste es de raza negra. Según sé, Mr. Solomon está muy interesado en mi sistema de enseñanza, y oí que está dispuesto a pagar lo que sea por obtener la misma calidad de educación y el mismo nivel de español que Michael tiene hasta ahora. Y yo creo que al fin de esta semana iré al salón de belleza a revisar mi depilado permanente y mi bronceado corporal. Solo por si acaso.