¿lean kitao lla heso a la tania?...

Relato número 3 de mi nuevo libro. Una historia increíble en su final. Como todos mis relatos de este nuevo libro contiene breves pasajes de alta intensidad de sexo. Siga leyendo el resto de relatos que iré publicando casi a diario. Al final de todos, publicaré el libro completo para que disfruten

Abel…, sí, Abel…, creo que quisiera haberme llamado Abel. Es un nombre que me gusta, aunque aún no sé por qué.

Incluso, sé con toda seguridad que hubiese sido un nombre que a nuestra familia no le hubiese gustado, padre y abuelos, tíos e incluso a la bisabuela.

A mi madre por el contrario, estoy seguro de que sí. Lo sé.

Mi madre es maravillosa.

¿Pero dónde estoy?

Oigo pequeños ruidos, parecen conversaciones.

Ummm..., no lo tengo claro... intentaré comprender.

Parecen personas, gente que habla, unos hablan más bajito, otros susurran, hay padres, madres, hermanas, algunos chicos jóvenes, incluso una persona mayor, vamos madura, unos sentados, otros de pie, otros paseando arriba y abajo, pero creo que todos están serios.

Prestaré algo más de atención, a ver si logro oír y escuchar algo.

  • ¿Cómo estás? ¿Estás tranquila?

  • Sí mamá, estoy tranquila, quiero acabar lo antes posible, quizás un poco mareada ¿Habrá agua fresca en este lugar?

  • Voy a ver…

Son una madre y una hija.

A ver esos tres, que parecen padre, madre e hija…

  • Joder, ese hombre, el del polo verde, creo que me conoce. ¿Qué pensará de nosotros? En vaya lío me habéis metido tú, tu madre y el cabrón drogadicto ese con el que te acuestas.

  • Calla papa, por favor calla…

  • Calla Leandro, no des más por saco, que bastante tenemos.

¿Dónde estaré?

Sigo oyendo, ahora es un sollozo de una niña, la oigo muy clarito. Seguro que está muy cerca.

Gime, está triste y desesperada, sin ilusión, totalmente abatida, como aquellos que ya han tirado la toalla y no quieren luchar más.

¿Por qué lloras? (Le pregunto).

Dime. ¿Por qué lloras?

Insisto...

¿Cómo te llamas? (Le vuelvo a preguntar).

¿Llamarme? (Contesta otra voz a Abel).

Me hubiese gustado llamarme Liliana, como mi abuela, pero no podrá ser…

Abel..., ni tú ni yo viviremos, acaso no sabes dónde estamos…

No te entiendo, Liliana.

No entiendo que quieres decir.

¿Cómo sabes que mi nombre es Abel o lo hubiese sido?

No te has dado cuenta que en este inframundo lo sabemos todo…

No te preocupes Abel, en unos minutos todo terminará, aunque si lo deseas con fuerza, puedes vivir, aunque de otra manera…

  • Tania pasa por aquí.

  • Hola Tania, mi nombre es Verónica, soy Psicóloga.

  • Mi obligación es confirmar o no, que lo que vas a hacer lo haces de forma voluntaria y consciente.

  • Tania, ¿estás segura de lo que quieres hacer? Sabes que vas a abortar…

  • …, Sí

  • ¿Seguro?

  • …, Sí

  • Hay otras posibilidades…, tener el bebé y luego darlo en adopción…

  • No puedo tenerlo.

  • No hay ayudas públicas actualmente, pero puedes buscar alguna ayuda privada, alguna asociación, algún matrimonio que te ayude.

  • Entonces… ¿Estás segura? De querer abortar…

  • …, Sí.

  • Me tienes que firmar este documento…, eres mayor de edad según consta en el expediente, y por mí es suficiente de manera legal.

(Aunque todo podría ser de otra manera. Lástima de bebés trágicamente destinados a morir. Pensaba algo resignada, Verónica).

¿Te callas Abel…?

¿Verdad? que no lo sabías. Siempre nosotras las mujeres tenemos más intuición.

  • Tania, Mary Luz, sois las siguientes, relajaos, en unos minutos entraréis por orden al quirófano, y todo terminará.

Siento cómo dos grandes lágrimas surcan mis ojos, y siento además cómo al mismo tiempo, Tania mi madre también llora…, desconsolada, lo sé todo sobre ella, acaba de cumplir 18 años el pasado mes de abril, fue un cumpleaños triste, pues ya sabía que estaba embarazada y aún no se lo había dicho a nadie.

Sabía que haría sufrir a sus padres y que Yonatan se enfadaría mucho con ella.

  • No llores… ¿Cómo te llamas?

  • Me llamo Tania… y ¿tú?

  • Yo me llamo Mary Luz.

  • Mary Luz…, no quiero hacer esto…, pero Yonatan se enfadaría y me pegaría.

Mari Luz, algo perpleja por el comentario de Tania, no sabe qué decir. En su cabeza solo hay duda y convulsión, pero con ganas de acabar pronto. También tristeza, aunque no sabe su causa real.

Sé que no voy a vivir, Liliana me lo acaba de decir, me lo ha confirmado, aunque en verdad yo ya lo intuía por muchas razones, por los comentarios que oía estos últimos días, por las conversaciones con mi padre y mis abuelos, sobre todo con mi madre, su tristeza y sus llantos nocturnos.

Creo que quería que yo naciese, especialmente anoche, lo sentía con toda claridad cuando fantaseó con que yo naciese, verme crecer, verme adolescente, estudiando, siendo una persona importante, quizás otro abogado importante de raza gitana, como ese que a veces sale en la tele.

Al final, prácticamente al amanecer, se quedó dormida y rendida por el intenso dolor que sentía dentro de su alma.

Aunque quiero vivir con todas mis fuerzas como sea…

Liliana cuéntame, dime algo, cuéntame tu historia, háblame.

Está bien Abel, te contaré:

Mi madre se llama Mary Luz, tiene 21 años, es colombiana, tiene ya otras dos niñas, una de 5 y otra de 3 añitos, que viven con su padre en Barcelona, es muy buena, pero joven y alocada, llora mucho por ellas, pero no hace nada por sus hijas, ha tenido un novio también colombiano que conoció en Madrid y por un descuido, un preservativo roto, estoy yo aquí. Intentó deshacerse de mí con una pastilla que siendo para otra cosa, produce abortos, pero yo quería vivir, luego tomó más pastillas y bebió mucho alcohol, pero yo quería vivir a toda costa.

Vive aquí cerca, en un apartamento con mi abuela Liliana, que en estos momentos no está con ella, está en la cárcel por ser una presunta traficante de drogas, aunque en el fondo es muy buena persona, pero la situación económica le hizo cometer un error.

A mi madre se le ha juntado todo, lo de mi abuela, su padre había muerto hace meses. Fue asesinado en su país por ser fiador de un préstamo que no fue pagado, y ahora esto, yo que iba a venir, pero no sobreviviré, a pesar de que José Miguel lo ha intentado hasta el último momento.

-           ¿Quién es José Miguel?

Es el amigo “especial” de mi abuela, fue el que nos buscó el apartamento, el que está cuidando de mi madre, y el que va a pagar los honorarios de esta intervención, bueno..., asesinato para algunos.

-           ¿Qué es eso de “especial”?

Pues que se gustan y están muy bien juntos. Se besan, se aman, aunque solo de una manera física. José Miguel sigue buscando a alguien muy especial. No lo sabe, pero hoy la va a encontrar.

-           ¿Cómo sabes eso?

-           Aquí lo sabemos todo.

-           En este “mundo” lo sabemos todo. Ya te lo dije.

Me cae muy bien José Miguel, porque ha intentado convencer a mi madre de que me tuviese, que era una vida y que si ella no la quería, habría miles de mujeres que no pueden traer una vida a este mundo, y que desearían cuidarme.

Las jóvenes entran.

José Miguel, una vez que han pasado a Mary Luz hacia el quirófano, sale de la clínica y se pasea por sus jardines y paseos.

Observa las caras y gestos de todos.

Es un observador nato.

Observa a esas personas, algunos padres, algunas madres, algunas hermanas, algunos jóvenes.

Especialmente a uno en concreto que le llama la atención.

Contempla a ese joven, que acaba de encender un cigarrillo Marlboro con ese encendedor tipo Zipo dorado, con esa pulsera dorada, con esa medalla en su cuello también dorada, con esas deportivas Nike totalmente resplandecientes, con ese vaquero ajustado de moda, con esa camisa negra abierta, y con esa melena y ese pose, que parece una mala copia joven de Camarón, aunque sin los pelos rizados.

José Miguel observa a todas aquellas personas que esperan durante un poco tiempo, intuye sus historias, historias de drama, dolor, quizás también como no, de amor y de sexo apasionado entre adolescentes.

Quizás de vidas de estudios inacabados, de familias rotas y de desencantos entre padres e hijos.

Aunque sin dejar de mirar todo lo que le rodea, vuelve a centrarse en el joven gitano allí sentado a horcajadas en uno de los muros del jardín de la clínica.

Se siente atraído por su historia.

¿Cuál será?

José Miguel, como había previsto, y dado que la enfermera le había dicho que Mary Luz no saldría hasta unas dos horas después, se fue al apartamento a terminar de preparar un caldo sustancioso para que Mary Luz pueda coger fuerzas cuando todo esto termine y llegue finalmente a casa.

Un buen caldo de gallina, con morcillo de ternera, jamón curado, pollo, costillas de cerdo y huesos de ternera, con alguna zanahoria, puerro y apio, que empezaba a oler muy bien cuando estaba comenzando a cocer.

Al cabo de una hora y media, aproximadamente, José Miguel apartó la olla y se fue a la clínica para recoger a Mary Luz.

Durante la preparación de aquel energizante consomé, José Miguel añoró los momentos de íntimo placer pasados en aquella habitación del fondo, junto a Liliana.

Las imágenes eróticas de aquel maravilloso y sensual cuerpo de piel oscura se amontonaban en su mente. Era solo sexo, pues el amor aún no había entrado en su vida a pesar de varios matrimonios, pero era un sexo de alta intensidad.

Liliana era una mujer caliente e incansable. Habían hecho sexo cientos de veces, a cual mejor con este amante único que era José Miguel. Se conocían desde hace años. Volvieron a encontrarse y estaban juntos como amantes.

Él recordaba la última vez en que analmente Liliana dijo haberse corrido de la manera más intensa de toda su vida. Había conseguido penetrarla absolutamente, y aquel miembro enorme había experimentado una sensación única al expulsar su semen encapsulado en el recto de aquella mujer de ébano tan sensual. Había sido una sensación extremadamente morbosa. Liliana le había pedido que no se la sacase para disfrutar del post-orgasmo. Llegó incluso a correrse una segunda vez sin sacarla, dado que la excitación era única. Quizás los cuerpos, sus feromonas, sabían que sería la última vez. El beso final de agradecimiento había sido especialmente significativo horas después. Había sido un beso inolvidable, un beso caliente y húmedo que duró eternamente aquel memorable último día sin saberlo.

Algo anonadado por aquellos pensamientos, que incluso le habían ocasionado una extrema excitación e incluso humedad, llegó de nuevo a la clínica. Aparcó su coche y enseguida vio al joven gitano que bebía de un nuevo bote de cerveza, estaba de pie fumando sin parar al lado de un par de latas vacías más que había tirado al suelo.

La colilla al suelo.

¡Qué falta de civismo! (Pensaba José Miguel cuando se disponía a entrar a preguntar por Mary Luz).

En ese mismo momento en que entraba José Miguel al centro, salía Verónica la psicóloga, a tomar su pequeño refrigerio de la tarde.

Se saludaron cortésmente, aunque mirándose durante una décima de segundo de una manera especialmente única.

Ambos sentirían en ese mismo momento mágico, una sensación tan especial y sorprendente, que la recordarían el resto de su vida, cuando hablaban de la primera vez que se conocieron.

Ese momento tan especial, no era, sino sus recíprocas feromonas en explosión química al reconocerse absolutamente compatibles para el resto de sus vidas en común.

Pero volvamos al protagonista principal de este relato, después de este breve y casual encuentro, de otro lado maravilloso y romántico.

El joven gitano no estaba cansado, porque no tenía pinta de trabajar mucho, pero parecía que cada vez más, estaba impacientándose.

Tiró el tercer bote de cerveza, como no podía ser de otro modo, al suelo del pequeño jardín dispuesto a la entrada de la clínica.

Entró y se dirigió al mostrador de información, y allí, a la enfermera de recepción, le preguntó de manera seca, con un cierto tono brusco y malhumorado sin razón:

  • Oye…, tú saves si lean kitao lla heso ala Tania?

  • ¿Eso…? respondió la enfermera, visiblemente molesta. Eso…, es algo…, en lo que supongo que tú has tenido bastante que ver… ¿no?, y Eso…, sí,… ya no lo tiene…., y seguro que va a salir enseguida… ¿Vale?

El tono de aquella molesta mujer, frío y seco, con esas paradas enfáticas, lo había sido como si de un mazazo mental, duro y helado, le hubiese querido dar en la cabeza de aquel superficial e ineducado chulandrón.

Como si fuese una casualidad, en ese mismo momento Tania aparece por la puerta, con cara de tristeza y de mucho dolor…

  • Joder, Tania, cuanto as tardao.

  • Toma Yonatan, esta es una receta para comprar unas medicinas en la farmacia.

  • No tengo aquí dinero, joder.

  • Llévame a casa, acerca el coche por favor, me siento mal…

  • El coche no está, mi ermano se lo a llevao, para ponerle los vafles nuevos…, hiremos handando, estamos mu cerca de la casa.

  • Bueno, vale, pero tendremos que ir despacio, estoy muy dolorida.

Tania y Yonatan salen de la clínica, al cabo de unas dos horas y media de haber llegado.

Él, altanero, delante, andando con pasos largos.

Ella, cabizbaja, resignada, con pasos cortos y doloridos, triste, muy triste, mirando de vez en cuando hacia atrás, como si pretendiese ver a su hijo, para despedirse.

Yonatan, vuelve la cabeza y malhumorado dice:

  • Tania, anda más rápido, que pareces un caracol, joder.

Tania, triste y compungida, por la absoluta incomprensión de su novio, contesta:

  • Yonatan, por favor, estoy dolorida, me duele mucho, me cuesta mucho andar. Siento mucho dolor aquí abajo…

Se acercan al semáforo para cruzar la calle.

Él, unos pasos por delante.

Ella, unos pasos por detrás.

Aún está en verde.

El contador luminoso de segundos del semáforo va retrocediendo…, quedan aún algunos segundos…

Tres…

Yonatan, empieza a cruzar…

Dos…

Se vuelve a Tania y le dice:

-           Corre Tania, que aún te da tiempo…

Uno…

Ella aún no ha llegado a cruzar. Decide quedarse a esperar.

Yonatan, le dice volviendo la cabeza e insistiendo…

  • Vamos coño, corre que aún te da tiempo…

  • Tania, vamos…, joder…, corre…, que eres más lenta que el caballo los malos…

  • Vamos, joder, coñ…

Tania atónita, ha visto como un camión grande, grandísimo, de color rojo, ha salido de la nada y le ha golpeado, levantando metros y metros a Yonatan como si fuese un muñeco de trapo, como si fuese un espantapájaros de paja, y décimas de segundo después, varias decenas de metros más allá, caía al suelo golpeando todo su cuerpo, con su cabeza ladeada sin vida, contra el caliente y negro asfalto de alquitrán pegajoso, mientras el camión frenaba bruscamente haciendo un ruido chirríoso, echando humo, dejando además, un olor tremendo a neumático quemado…

Tania ha visto, y así se le quedará durante el resto de su vida, como un fotograma, como una instantánea, como una fotografía, esa fracción, de menos de un segundo, en que Yonatan, de malhumor le decía que corriese, y al mismo tiempo, como sus ojos se cerraban de golpe, junto a su cara contraída por la sorpresa y el impacto mortal en su cuerpo al ser súbitamente golpeado por aquel camión.

Ella, inconscientemente, pero ya sin dolor, corre esas decenas de metros que la separan hasta llegar al cuerpo sin vida de Yonatan.

Se arrodilla, lo mira sin tocarlo, sorprendida, como si fuese un desconocido.

Apenas lo reconoce, aunque sin duda, sabe que es él.

Mira a Yonatan, del que creía estar enamorada, allí tendido, inmóvil en el suelo.

Lo ve como un absoluto extraño, con sus brazos y piernas descompasados alrededor del tronco, miembros torcidos y raros, como pegados artificialmente.

Ve como todo ha acabado.

En el fondo, quería que hubiese terminado mucho antes, pero no había tenido el valor suficiente para hacerlo.

El destino ha obrado su pequeño milagro. ¿O no? Pensaba inconscientemente.

Se siente inexplicablemente bien, pero como en un sueño o pesadilla.

Tania, vuelve por una fracción de un segundo a la realidad, aunque aún sigue en trance, y no logra explicarse lo sucedido.

¿Cómo no pudo ver Yonatan aquel enorme camión de venir?...

Ella tampoco lo había visto.

Es como si hubiese salido de la nada.

Tania a pesar de todo, se siente increíblemente cómoda, relajada, y libre.

No siente ningún remordimiento ni vergüenza por sentirse, por fin, libre de unas ataduras invisibles.

Se le encoge el alma, y al mismo tiempo, se siente liberada de unas cadenas que finalmente se han roto gracias a ese camión.

Piensa de inmediato en su hijo, en ese pequeño trozo de carne ya sin vida, que ahora estará seguramente en una pequeña bolsa dispuesta para la incineradora.

¿Estará en el cielo?

Tania es creyente.

Mientras, una lágrima de esperanza en el más allá surca muy despacio su mejilla derecha, allí arrodillada, a la que se une, una lágrima más en su mejilla izquierda, siente un escalofrío en su pecho y esa pequeña presencia en su hombro derecho, que le habla, mientras pierde el sentido…

-           Mami, lo siento mucho, tuve que hacerlo, no te quería, no era buena persona.

-           Mami, adiós, me voy…

-           Te querré siempre…, adiós mami…

-           Me voy al cielo…

...

  • Que alguien llame a emergencias, esta chica está desmayada.

Ese anónimo samaritano, que nunca había estado en una situación así de dramática, allí agachado junto a esa joven, se sorprendería al mirarla con detalle, y así lo recordaría durante el resto de su vida.

Como si de un misterio se tratase, siempre la recordaría allí desmayada, de aquella forma sin igual.

Una delicada joven virginal, de aspecto angelical, sin conocimiento, pero esbozando a pesar de todo lo que acaba de suceder, una tierna sonrisa, que aparentaba una felicidad absoluta y plena.

Era una contemplación casi sobrenatural e incluso misteriosamente mística. Pensó.

FIN

Hasta aqui amigos este relato.

Espero que les haya gustado.

Escribanme. Contestaréa todos quienes me escriban.

Aviso a corneadores. Estoy escribiendo un libro de dies historias de corneadores consentidores. Si quiere contribuir con su historia, y verla publicada, compartanla conmigo. Respetando su esencia, novelaré los encuentros de sexo.

Un abrazo a todos.

PEPOTECR.