League of Sex: Tutorial
Parodia de League of Legends. Hayas jugado o no el juego, te encantará ver a los campeones de este mágico mundo en las situaciones más exitantes.
Ashe se encontraba de pie en un barranco, admirando la luna, casi llena, deformada por la oscura niebla nocturna de Freldjore. Una pequeña lechuza se posó en su hombro y acurrucó su enorme cabeza entre sus emplumadas alas. La nívea arquera infló su robusto pecho y suspiró. Lentamente descendió de la pendiente cubierta de hielo, encaminándose hacia una estrecha caverna socavada dentro de un aterrador y congelado pico. El ave la siguió, revoloteando cansinamente a su lado.
La joven se adentró en la cueva unos trescientos pasos hasta que se encontró con un claro pequeño salpicado con rocas y un diminuto pozo relleno de agua humeante. Tarareando melodías suaves, la tiradora se deshizo de su carcaj y de su arco. Eran sus únicas armas. Las únicas en las que podía confiar. La fría magia de Freldjore impregnaba sus flechas y la salvaje fuerza de su pueblo estaba contenida en ese arco tan delicadamente forjado. Nunca les fallaban, alejar esos artefactos de su cuerpo la hacían sentir más que desnuda, desalmada.
Se quitó las grebas, las botas, su capucha y, con cuidado, la faja de seda de su cintura. El terrible y penetrante frío del lugar no parecían afectarle aunque estuviera cubierta solamente por una pequeña falta y el sujetador de combate. La piel de sus pies no se pegaba al suelo congelado sino que parecía acariciarlo. Su falda cayó y su ropa interior con ella. Su sostén, firmemente abrochado a su espalda, se desabrochó y fue a parar junto al carcaj. Desnuda, libre de cualquier atadura y conservando la elegancia sin que los grados bajos la hicieran tiritar se sumergió en el líquido.
El pozo no era lo suficientemente grande como para contenerla entera y el agua se derramó hacia los costados. Sus pechos parcialmente ocultos vibraron y se endurecieron con el rotundo cambio de temperatura. En un acto reflejo cruzó sus brazos sobre ellos y los apretó. El pequeño búho se posó en una roca cercana y volvió a acurrucarse en sí mismo.
La arquera admiró al ave, pensativa, y luego buscó una de sus místicas flechas en el carcaj, sonriendo al sentir el frío de esas mágicas saetas. La presionó contra su pecho, entre sus senos, sintiendo el agua termal bullir por las diferentes temperaturas. Sonrojada, deslizó el proyectil sobre su vientre hasta dejarlo entre sus muslos y lo frotó allí arrandándose placenteros gemidos. Su cabello largo y blanquecino se derramó sobre su faz acalorada.
—Mmm… aaah… ohhh… uff.
Se detuvo de repente y retiró la flecha del agua. Volvió a depositar su mirada en el ave cerca de ella, cambiando sus rasgos avergonzados por unos más serios.
—Se acercan batallas. La violencia pronto no nos dejará disfrutar de los pequeños momentos de placer. Freldjore prevalecerá, como siempre. Pero debo ser fuerte para transitar el camino sin enloquecer.
Cerrando los ojos y contemplando el techo de la caverna, Ashe se relajó completamente esperando que sus complejas premoniciones le permitieran descansar esa noche.
En un rincón más alejado y cálido del planeta, el fortachón Garen se paseaba por su habitación en uno de los hogares más cómodos y acaudalados de Demacia. Su cuerpo enorme y fibroso deambulaba de aquí para allá con nerviosismo como si su mente estuviera siendo atormentada por varias ideas a la vez. Su rostro endurecido por la preocupación recordaba a un yelmo, prácticamente este coloso había nacido con huesos forjados para luchar. Sus hombros gigantescos hacían parecer diminuta a su poderosa testa y sus pectorales firmes se asemejaban a dos placas de metal. Su cintura era espigada en comparación al resto de su cuerpo pero era más grande que cualquier espalda de una persona normal. Sus piernas eran enormes tubos que podrían llegar a aplastar una piedra. Y en su entrepierna descansaba un agotado miembro completamente depilado.
—Vamos, vuelve a la cama, vamos a dormir.
Desde la cama, una muchacha joven de cabello rubio y grandes ojos celestes lo llamaban Se encontraba completamente sepultada entre enormes y finas cobijas de seda.
El guerrero le restó importancia a la ingenua súbdita. Un campeón como él no iba a desperdiciar su vida durmiendo. Caminó hasta su espada que bien podría haber sido uno de los pilares que sostenían la casa. Era monstruosamente grande, casi del mismo tamaño que él y con un peso que pocos corceles podrían arrastrar. Posó sus invictas y robustas manos en la hoja, admirándola. Junto al arma descansaba su armadura, compuesta por varios cientos de kilos de acero forjado por las mejores manos de Demacia. Años de experiencia, entrenamiento y sangre pasaron por su equipo y llenaron de un aura espiritual única que lo convertía en lo que era: la vestidura de un ser que estaba en el limbo entre lo mortal y lo inmortal.
La chica rubia se levantó de la cama nada feliz. Se acercó al héroe y, exhibiendo su torneado y delicado cuerpo, se cruzó de brazos ocultando su delicado pecho.
—¿Vas a tocar tu espada o me vas a tocar a mí?
La voz chillona de la muchacha lo despertó de su ensueño. Era hermosa sin dudas, su cabello largo y amarillo le llegaba hasta las nalgas, su piel blanca sudada por las cobijas reflejaba el brillo de las velas. Sus razgos eran maliciosos pero soñadores, como una diablesa con ganas de vivir en el cielo. Sin dudas un bocado femenino que cualquier mortal quisiera darse pero él no era un ser mortal. Él era una leyenda. Los súbditos le importaban mucho menos que su espada o su armadura, pues ellos no lo ayudarían a sobrevivir en las guerras constantes que amenazaban a su reino. Con suerte esa pequeña hechicera podría lanzar algunos hechizos de primer nivel para frenar a otros fracasados como ella.
La súbdita infló sus cachetes, airada. No iba a discutir con Garen, eso jamás. No si quería seguir siendo hechicera en vez de ir a barrer las calles. Ella sabía que los líderes tenían ese aire de grandeza que les hacía pensar que eran superiores a cualquier cosa pero si la había invitado a pasar la noche con él, ¿para qué lo hacía si no le iba a prestar más atención que al mismo mobiliario?
Sin darle muchas vueltas al asunto y viendo como el titán inspeccionaba las grebas de su armadura, se arrodilló, tomó su miembro con una mano y lo metió delicadamente en su boca. La única respuesta del demaciano fue una ceja alzada. A pesar de que la rubia era alta, al estar arrodillado debía estirar su torso lo más posible para alcanzar la altura de la entrepierna de él. Se la chupaba con ganas de verdad, como si fuera una sabrosa pata de pollo, después de todo una simple hechicera como ella no podría darse el gusto de intimar con un líder de la vanguardia demasiada todos los días.
Así mismo, Garen seguía muy interesado en los dibujos de la hoja de su espada y su cabeza estaba en órbita. Las batallas eran cada vez más frecuentes, no sólo en la vanguardia sino cerca de las propias murallas del reino. Prácticamente no tenía tiempo de descansar, planear estrategias y maquinar el próximo enfrentamiento que tuviera con La Hoja Siniestra. Esa maldita estaba en su mente más de lo que debía estar. Y es que el último combate que habían tenido había sido espectacular. Era su igual, no cabía duda. Danzaba con las cuchillas y acariciaba su espada con ellas como el guerrero jamás hubiera pensado que una mujer podría llegar a hacer. No tenía su fuerza, no tenía su resistencia, pero tenía una agilidad que nunca en su vida había visto. Era como su las dagas formaran parte de ella misma. Ella era una leyenda, como él. Sus batallas serían legendarias y vivirían por siempre.
—¡Oh, por el rey, Garen! ¡Esto no era tan enorme hace un momento! —le habló la muchacha que sostenía con sus dos manos la pesada verga del coloso. La lamía lentamente, observándolo con ojos lascivos.
El campeón se fijó en ella como si no fuera más que un insecto listo para morir de aplastamiento. Sus ojos eran maliciosos, sí, pero no eran como los de La Hoja. Los ojos de Katarina realmente tenían un demonio grabado en ellos. Gruñó suavemente y con sus poderosos brazos levantó a la muchacha rubia que soltó un gritito de placer al sentir las manos aplastando su cintura. La arrojó a la cama y la súbdita abrió las piernas. Garen se arrodilló en el borde y sosteniéndose con una mano acercó lentamente su pelvis a la de ella.
A pesar de tener los cientos de kilos de músculos del luchador encima la chica sólo sentía el pene endurecido tratando de abrirse camino en sus entrañas. El miembro parecía pequeño comparado con su gigantesco cuerpo pero con lo que dolía al entrar no cabía dudas que lo único pequeño en esa habitación era su vagina que en ese momento estaba siendo ensartada lentamente.
—Ahora vas a sentir un poco de Justicia Demaciana —le susurró al oído, todavía con las imágenes de Katarina haciendo volar sus cuchillas hacia él, dejándole cicatrices que jamás se curarían.
—¡Mmm, sí! ¡Quiero sentirla! ¡Dame todo lo que tengas, Garen! ¡Júzgame de una buena vez! ¡Soy muy mala y es necesario que hagas justicia aquí, mi interior está lleno de maldad!
El demaciano sonrió. La súbdita era una mortal, pero una que sabía meterse en el papel. Se felicitó internamente por haberla elegido para que pasara la noche con él, a veces algún mortal podía llegar a ser merecedor de un buen trato.
A pesar de la poca importancia que le daba la chica sabía comportarse. Gemía, gozaba, no se quejaba, aguantaba las embestidas potentes que le destruirían los huesos a cualquiera y le hacía sentir sus cálidas manos en la espalda, que con tanto músculo era una gran hazaña. Se quitó a Katarina de su mente y se centró en su amante. Ella merecía al menos un rato de atención. Después de todo, él era de Demacia, el reino de los justos. Y si ella se esforzaba en darle placer lo justo era que él hiciera lo mismo. Es más, le daría más placer del que ella le pudiera dar a él. Le llenaría el cuerpo de placer y posiblemente no pudiera moverse en varios días. Se convertiría en una muchacha afortunada.
—Ven, date la vuelta, esta va a ser una larga noche —bramó Garen tomando a la chica con fuerza por el cuerpo y poniéndola boca abajo. La mujer se aferró con fuerza a las cobijas de seda y mordió la almohada para aguantar las destructivas embestidas del Poder de Demacia.
En algún lugar de Runaterra, oculto de la civilización, un pequeño cuartel de operaciones se erige en pleno desierto. Por fuera no es más que una casucha desvencijada, de madera húmeda, a punto de caerse a pedazos con cualquier tormenta. Pero nadie pensaría que dentro, rodeado de conocimiento, se encontraba Ryze. El mago revolvía pergaminos, excitado. Esa cabaña no era su único escondite, tenía otros, repartidos en diversos lugares. Pero en ese momento, la cantidad de magia que bullía de ese desierto lo había atraído hasta allí. Por fuera el lugar parecía pequeño pero dentro contenía una gran cantidad de muebles y artefactos. Además, tenía un sótano excavado en donde se encontraban sus conejillos de indias, después de todo para perfeccionar un hechizo hay que tener con quien practicar.
Ryze fue un hechicero desde que tenía uso de razón. Para desgracia de muchos, su capacidad mental y su deseo de sabiduría siempre fue mucho más grande que el de cualquier otro estudiante. Él no se conformaba con aprender al ritmo de las academias, no se conformaba con los libros y con las enseñanzas de algún hechicero viejo que haya vivido toda su vida encerrado en un reino. Siempre fue un rebelde, siempre siguió su propio camino. Paso a paso, fue convirtiendo su torneado cuerpo en una vasija contenedora de mana. Llenándose de hechizos arcanos y runas, su cuerpo quedó imbuido para siempre en magia y se transformó en un ser que rayaba sobre lo místico. A pesar de los intentos de varias naciones para convencerlo de que se convirtiera en parte de su fuerza militar, la respuesta del mago siempre fue una negativa y nadie pudo disuadirlo de ello. Él solo se defendía a sí mismo y a sus conocimientos. Podía llegar a aliarse de vez en cuando con alguien a cambio de algún artefacto o pergamino antiguo pero no más que eso. En ese momento, Ryze avanzaba en sus estudios de una antigua maldición descubierta en Shurima. Y cuando estudiaba maldiciones su mente se volvía un poco… inestable.
—¡Vamos, vamos! ¡Funciona, maldita sea! —Las runas y los garabatos en pergaminos brillaban a su alrededor pero el conjuro no se activaba. Algo fallaba. Su cerebro no funcionaba bien y a veces lo llevaba a olvidar algo—. ¡Voy a probar con sangre! ¡Sangre, sangre, demonios! ¡La maldita maldición tiene que funcionar!
Prácticamente corrió hacia el sótano, arrastrando papelería con él y llevando el pergamino indestructible atado a su espalda. El lugar era un pequeño hoyo completamente oscurecido que iluminó rápidamente con una descarga eléctrica. Las víctimas estaban encarceladas en prisiones rúnicas. Por lo general ninguna sobrevivía hasta que Ryze terminara sus estudios y los que lo hacían eran olvidados allí cuando Ryze decidía abandonar el lugar y moverse a otra ubicación por lo que al regresar sólo encontraba sus huesos comidos por las ratas y los gusanos.
Se acercó hasta una de las prisiones circulares y olfateó. Dentro había un muchacho fuerte, completamente desnudo y con el ceño fruncido por disconformidad.
—Mmm, no, no, ¡éste está muy alterado! ¡Podría hacer detonar la maldición más fuerte de lo que en realidad debe ser!
Corrió hacia otra. Allí había una niña, también desnuda. No tendría más de doce años aunque por la falta de comida y sol tenía la piel arrugada como una mujer mayor.
—¡Esta, esta, sí, sí! —El mago desencantó las runas y la prisión desapareció dejando libre a la niña quien lo miró a los ojos resignada—. ¡Eres perfecta!
Ryze la levantó del suelo con una mano y la inspeccionó. Delgada, débil y de piel gris, la niña era más un cadáver que un ser vivo. El hechicero acarició su piel con sus manos llenas de tatuajes, presionando sus puntos vitales y erógenos, arrancándole gemidos de dolor.
—¡Suficiente! ¡Esta servirá!
Entonces, la estrelló contra la prisión del muchacho, quien se sobresaltó al ver la carita lastimera de la niña. Ryze de deshizo de sus pantalones, quedando completamente desnudo también, a excepción de la correa que ataba el pergamino a él. Sin demoras, arrastró una mugrienta uña azul sobre la espalda de la pequeña haciendo brotar sangre de su cuerpo. Los gemidos de la chica se convirtieron lentamente en sollozos.
—¿Qué le vas a hacer, monstruo? —le preguntó con error el muchacho intentando calmar a la víctima.
Ryze lo ignoró y se puso a garabatear una figura en su largo pene azul. Era el mismo símbolo que había escrito antes en pergamino, el de la maldición. La sangre de la pobre virgen hirvió sobre su cuerpo electrificado y el hechicero empezó a murmurar una serie de complicadas palabras arcanas.
Las runas recién gravadas en su miembro brillaron. Poco a poco la piel azul tomó un color morado y empezó a enrojecer cada vez más. Se endureció, debido a la excitación que el mago sentía por ver la maldición funcionar. Sintió como la sangre se le llenaba de poder y como las venas empezaban a reventar dentro de su cuerpo. Enloquecido, apretó a la niña más fuerte contra la jaula, haciéndola chillar de dolor. Su pene, como si tuviera mente propia, buscó el agujero anal de la muchacha y empezó a meterse, carbonizando su interior.
Los gritos de la niña y el llanto alarmó a todos en sus prisiones quienes empezaron a rogar en todos los idiomas que conocían. Ryze estaba fuera de sí. Sus venas infladas como globos, su cabeza sacudiéndose, su miembro entrando y saliendo del trasero de la pobre hembra, desgarrándola una infinidad de veces.
—¡Si, sí, sí! ¡Poder puro! ¡Poder antiguo y mortal! —la voz del hechicero se había convertido en un robótico sonido de ultratumba.
El pobre sujeto que estaba frente a la niña no pudo hacer más que sostener sus deditos y decirle despacio que aguantara, que pronto pasaría todo. Pero eso no alcanzó. Ryze convulsionó en un monstruoso orgasmo llenando el recto de la muchacha de semen. Sus uñas rasguñaron la delicada piel, incapaz de contenerse. El prisionero masculino fue testigo de las últimas lágrimas de la niña antes de que su carne empezara a achicharrarse y convertirse lentamente en polvo.
El hechicero retrocedio, muy agitado, tratando de recuperar la compostura y viendo como su sujeto experimental se convertía en una pila de cenizas. Chasqueó la lengua con indiferencia y se dio la vuelta.
—Así que la maldición termina en eso. ¡Una forma muy rara de maldecir a alguien, sí, claro que sí! De no haber sido yo quien probó esto supongo que también habría terminado así. El consumo de mana de este maleficio es impresionante. Debo mejorarlo.
Esas ultimas dos palabras estrujaron el corazón de todos. Si lo iba a mejorar significaba que volvería a probarlo. Y, de verdad, todos ansiaron morir de hambre antes de ser los siguientes en formar parte del experimento.
Mientras Ryze volvía a su biblioteca, el muchacho enjaulado no pudo evitar sentir culpa. Primero, por dar gracias de que no lo haya elegido a él. Pero en segundo lugar, sentía culpa porque el bulto que se había formado en sus pantalones admirando el rostro enrojecido por el dolor de la niña lo avergonzaba.