Le soy infiel con mi cuñado

Una joven esposa, descubre lo atractivo que puede resultar serle infiel a su marido con el marido de su propia hermana; entregada a la pasión la visión del mundo cambia por completo y con ello su vida.-

¿Qué como me gustan los hombres? Varones, masculinos, sin el menor vestigio de homosexualidad, no me importa si son arrogantes, si se llevan al mundo por delante, manejan mal, cocinan peor o cogen pésimo; así son los hombres. Un hombre para mí tiene el culo íntegro, cerrado, virgen, sólo lo usa para cagar y punto. Tengo amigos y compañeros de trabajo homosexuales, no me molestan, no me interesan, están más al tanto de detalles que tienen que ver con la moda y sus usos por eso me encanta tenerlos cerca, son buena gente, solidarios y algo optimistas, a veces, en exceso pero optimistas al fin; como sea, jamás me interesaría en un hombre así. ¿Por quién siento desprecio? Por los gays tapados, los cobardes, los que tienen millones de excusas para justificarse llevando una doble vida. A veces he escuchado conversaciones entre ellos alabando las virtudes, cierta postura de feminidad, elegancia y detalles de los travestis. Tampoco me acostaría con un travesti; jamás. Decía, los escucho hablar entre ellos de los travestis con cierta admiración, a ellos, tan masculinos, tan machotes, tan viriles con sus trajes, sus corbatas, sus zapatos lustrados, sus peinados rígidos, su mirada de machos alfa y sin embargo con una leve inclinación hacia la homosexualidad de manera encubierta. Luego están los otros, los que creen que por ser solamente activos no son homosexuales. Si, lo se, tienen el culito intacto pero algo dentro de ellos ya no; y eso no me gusta de un hombre.

Mi marido es un hombre íntegro, algo bestia pero hombre masculino al fin. No tiene gran cosa entre sus piernas pero, por lo menos conmigo, lo sabe usar. No he visto a muchos hombres desnudos en mi vida pero diría que la tiene de un tamaño respetable. Me gusta como me trata en la cama, un hombre así se merece mi respeto; eso si, a mi nadie me tocaba el culo y mucho menos para rompérmelo a pijazos. En cambio Lukas, mi cuñado, no. Tiene un dejo de amaneramiento que no me cerraba, mi hermana más o menos tiene la misma idea acerca de los hombres; así nos criaron después de todo. Como sea mi hermana no hubiera elegido a un tipo como ese sino fuera integro y cabal. En materia de actitudes es lo opuesto a mi marido, cede en las esquina cuando maneja, si va con mi hermana no mira a otra mujer ni siquiera de reojo, no quiere llegar primero a ningún lado, no le interesa hacerse el hombre ante otros, no discute, sonríe siempre que habla y es empleado de baja categoría en la municipalidad. ¿Qué le vio? Supongo que debió ser desnudo. Algo debió tener en su momento para deslumbrar a mi hermana porque ella salía con tipos de verdad hasta que un buen día vino con este pelmazo, lo presentó como novio y se casó con él hace ya 15 años.

A mi marido no le cae bien del todo, no tiene la certeza por qué pero no le cae bien. Es buen tipo, si, solidario y todas esas cosas pero había algo en él que no le iba del todo así que siempre estaba burlándose sin que Lukas reaccionara o dijera algo pero siempre le contestaba con alguna frase corta, cargada de sarcasmo, que lo dejaba descolocado y eso, a él, no le gustaba. Igual se llevaban bien, se saludaban cada vez que se veían, según mi esposo para la tribuna. Un buen día descubrí a Lukas oliendo una de mis bombachas usadas. Me quedé de una pieza, no podía imaginármelo un pervertido total, los dos nos miramos, poco a poco me fue subiendo la furia, yo con las bolsas del súper en mis manos y él ante el canasto de ropas sucias con una bombacha gris satinada que me había cambiado en la mañana luego de bañarme oliéndola. ¡Hijo de puta!, pensé en decirle o se lo dije. Asco me dio, incluso sentí algo parecido a un revuelto en mi estómago. ¿Qué hacía en mi casa? ¿Qué hacía oliendo mis calzones? Fui a gritar, a preguntar, cuando escuché la vos de mi madre y hermana desde la cocina. ¿¿Qué mierda hacían esas dos ahí?? La furia que sentía no me permitía pensar, mi madre lloraba, mi hermana venía hacia mí con rostro de preocupación.

Mi marido había sufrido un terrible accidente en su trabajo, obvio que el mundo se centró en un punto y el infeliz detalle de mi cuñado oliéndome la bombacha quedó en segundo plano pero con grandes aspiraciones para pasar al primer plano no bien hubiera una mínima oportunidad. Como sea lo de mi marido había sido grave, terrible, estaba internado, la primera semana en terapia intensiva, la segunda lo pasaron a una sala común. ¿Quién estuvo más tiempo que yo inclusive? Mi cuñado Lukas. Como sea yo seguía furiosa con él, y cada vez que había que ir a buscar algo a mi casa, o llevar los chicos, o lo que fuera me miraba, con esa sonrisa sarcástica, y se ofrecía. Yo resoplaba con enojo, mi madre me retaba o mi hermana me recriminaba mi actitud en lugar de agradecerle la ayuda de mi cuñado quien iba a casa, seguramente, a olerme las bombachas.

Una noche regresé tarde del sanatorio, por suerte los chicos estaban en casa de mi hermana y su pervertido marido. Ya no dejaba bombachas sucias en el canasto de la ropa para lavar. Había detectado que no le gustaban mi ropa interior limpia, oliendo a enjuague de campo o lo que fuera; a él le gustaban las usadas así que no le dejaba margen para eso. Me duché, busque un conjunto de ropa interior y vaya sorpresa cuando descubrí que sólo estaba el corpiño, revolví el cajón y nada, era un conjunto de encaje negro, carísimo pagué por ese conjunto, obviamente sospeché de mi cuñadito. No me gustaba cruzar los conjuntos pero esa noche lo hice, me senté en la cocina a mirar sin ver televisión mientras bebía café antes de irme a la cama. Sonó el teléfono, era Lukas, siempre me llamaba todas las noches por muy cortante y frío que fuera mi trato hacia él. Insistió en saber si todo estaba bien, respondí que sí, le pedí que me pasara con mi hermana, me dijo que no estaba aunque yo escuchaba sus gritos regañando a los críos, suyos y míos. Colgué, apuré mi café, fui a la cama. Cuando corrí el cubrecama encontré mi almohada algo corrida, la levanté para acomodarla y vaya sorpresa me llevé al encontrar mi bombacha negra de encaje toda pegoteada de semen ya seco. ¡Con razón tanta insistencia en saber si todo estaba bien! La arrojé a un costado y ahí quedó hasta que me fui a trabajar.

Cuando regresé la bombacha estaba lavada y colgada en el tender, me sonrojé, ¿quién podía haberla lavado? ¿Él, Lukas? ¿Mirian, la chica que hacia la limpieza? No, ella no, no tenía llaves para entrar sino estábamos nosotros. Tal vez mi madre, tal vez mi hermana. ¿Qué habrían pensado en el momento en que la encontraron? ¿Qué habrían dicho? ¿Qué supusieron? Porque cualquier mujer se daba cuenta que era una bombacha llena de semen seco y que ese semen no era del hombre de la casa porque estaba internado reponiéndose de una serie de huesos y órganos rotos. Dos días después lo descubrí, mi hermana fue a verme al mediodía al sanatorio, mi marido seguía estable pero inconsciente todavía aunque respiraba por sus propios medios. Me invitó con un café, no quiso que fuera de la máquina expendedora del final del pasillo. En el bar de la esquina. Acepté, sentí curiosidad por saber qué quería. Cuando el mozo se fue dejando los pocillos salió el tema de la bombacha, mamá la había encontrado, estaba preocupada, quise saber por qué. Mi hermana me miró a los ojos antes de preguntarme sin tenía un amante. Me quedé de una pieza, quise mencionar a Lukas pero ella me rogó que no lo metiera a él, que el asunto era de familia. Y no, no tenía ningún amante aseveré aunque ella respondió un te creo con gesto diciendo lo contrario, tan propio de ella cuando le mentían.

La puta madre, ahora mi imagen de mujer seria, responsable, fiel y leal se venía abajo por culpa de las perversiones de ese hijo de puta de Lukas. ¡¡Lo quería matar!! Fui a decirle lo de Lukas pero me detuvo en seco. “Hacé tu vida, yo no te cuestiono nada, pero no metás a mi marido en esto” dijo, enojada, mirándome con rabia apenas contenida. Lo que dijo después me desarmó “te gusta la pija de otro mientras tenés a tu marido internado, allá vos, pero no quieras venir a joderme la vida a mí porque yo, querida, estoy de tu lado aunque no lo parezca” y se fue, enojada, dándome la espalda. Tenía que agarrar a ese Lukas y matarlo, no, matarlo no. Primero iba a torturarlo, a hacerlo sufrir, hacerle pagar mi humillación. Conocía a mi madre, una vez que le entraba una idea en la cabeza no se la sacaba nadie y todo lo compartía con papá, así que a esa altura de las cosas toda la familia estaba creída que yo le era infiel a mi marido.

Lukas vino un par de veces pero nunca lo hizo solo, o con los chicos, o con sus padres, o con mi hermana, o con mi madre, o con médicos, o con un cura amigo, pero nunca solo. Tampoco regresaba a casa y me encontraba con muestras de sus perversiones. Hijo de puta soltaba yo revisando mis cajones de ropa interior. Pero nada. Llevaba tiempo sin revisar mi cuenta de Facebook, lo abrí y entre los muchos mensajes solidarios estaba el de un desconocido que sólo había enviado imágenes. La primera era yo en malla en la playa de un verano de algunos años atrás, luego otras recortadas con detalles en mis pechos y mi entrepierna, luego la misma foto entera con una verga soltando semen. Obvio que no era de la cuenta de mi pervertido cuñado, otra, pero yo sabía que era él el autor de esas cretinadas. Revisando los mensajes apareció otro del mismo remitente, esta vez yo vestida de noche, para el casamiento de una prima, con un vestido largo y ajustado marcando mis formas; y la acompañaba la misma verga soltando semen. Y otra en donde yo estaba durmiendo de costado, con la pierna recogida, con mi marido dándome la espalda. Se veía mi pierna desnuda, mi remera y el elástico de la bombacha; también la verga le soltaba semen. La foto que más me impactó fue la mía, duchándome, tomada desde una banderola mientras me enjabonaba mi entrepierna; y esa verga soltando leche…

Las fotos eran muchas, todas familiares, en todas acabadas con semen sobre ellas, en mi rostro, en mi espalda, durmiendo, manejando, en algún camping, alguna velada, pero mías y todas pringadas de leche por la misma verga. La de Lukas. Yo me reía del maricón y el muy puto me deseaba, era el objeto de sus deseos, me rendía tributo en cada foto que me enviaba. Una foto, vieja, frente al canasto de mis ropas sucias soltando semen en mi bikini fue el detalle revelador; nadie más que él podía hacer eso. En otra, la mejor de todas, había sido muy creativo. Por un tiempo una de mis soleras se me había extraviado, una de mis bombachas también sólo que esta no lo había detectado. La foto se veía a una mujer con mi vestido, usando mi bombacha, sentada dentro de nuestro auto. En la otra mostrando un pecho desnudo en tanto una mano acariciaba la entrepierna por debajo de la bombacha. En la otra quitándose la bombacha. En ninguna se veía el rostro pero el vestido y el auto eran inconfundibles. En la otra inclinada sobre el conductor mientras este manejaba tratando mamársela. En la otra desnuda bajo la solera con las piernas separadas donde la mujer se metía la palanca de cambio en su vagina dejando un juguete de uno de mis hijos cerca como un detalle sin querer y sin embargo significativo porque ese juguete se lo había regalado mi madre.

Nunca vi el rostro de esa mujer, y sin embargo…

Mamá debió ver esas fotos también, el muy cretino las puso en la computadora como protector de pantalla, se iban sucediendo una tras otras, primero yo usando esa solera en algún evento, en una salida, en el club, luego en el auto. Si las vio nunca dijo nada, pero me miraba con un dejo de enojo. Había llegado el momento de hablar con Lukas porque sino toda mi vida se iría a la mierda. Dejé mi bombacha usada en medio de la cama impecablemente arreglada, con ella prendida una nota que decía “esta noche te espero”.

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Lukas dio las explicaciones del caso aceptando algunas de mis interrupciones para pedir detalles. No me amaba ni nada de eso, simplemente me deseaba como su “macho”, así me dijo: “su macho”. Lo tenía fascinado mi carácter varonil, mi pose de varón dominante, mi actitud falófera. No quería tener sexo conmigo, no le interesaba cogerme, hacerse el hombre; era al revés. Obviamente no podía entender cómo, pero había una manera de hacerlo, claro. No era homosexual en el sentido cabal del término, nunca había estado con otro varón ya fuera como activo o pasivo pero siempre lo había acompañado la obsesión que las mujeres lo penetraran. ¿Mi hermana estaba al tanto de eso? Por supuesto, fueron unas de las primeras confesiones que le hizo para que lo tomara o dejara. ¿Y qué sucedió entonces? Ella lo sodomizaba, claro. ¿Pero…cómo?

Cuando me lo dijo no lo pude creer. No me la imagina a mi hermana haciéndolo. Pero ella no era yo, no era el macho con vagina que yo era. Le aclaré que de macho no tenía nada, incluso resaltaba mi feminidad; pero él me demostró que lo era con los detalles que no aparecían tan a la vista.

Recuerdo que ya me había acostado cuando llegó con su bolsito deportivo colgando de uno de sus hombros, ignoro con qué excusa dejó a mi hermana para salir de su casa pero ahí estaba. Yo me había duchado y puesto mi pijama para irme a la cama, uno de raso, color cremita. Estábamos sentados frente a frente en el living. “Vení, acercate” dijo estirando sus brazos hacia mí. No iba a hacerlo pero lo hice. Me detuve a unos centímetros de su rostro, mirándolo con firmeza. “¿Ves? Esa es la mirada de macho que me gusta de vos” murmuró antes de posar su nariz en entrepierna e inspirar con tanta fuerza todos mis olores ahí reinantes. Solté un gemido, sin moverme saqué culo hacia atrás para sacar mis caderas de sus narices, me mojé de tal modo que pensé que me había meado. “No te vayas, vení” e hizo que me acercara de nuevo, esta vez desnudándome hasta las rodillas para volver a inspirar varias veces mientras yo me derretía por dentro haciendo que mis fluidos mancharan su nariz y continuaran viaje hasta mis muslos. Nunca intentó lamerme ni nada parecido, sólo usó su nariz y para mí fue suficiente. Yo sentía mis convulsiones desde mi vientre hacia todo mi cuerpo, los ojos me daban vuelta y por momentos pensé que iba a desplomarme. Fui a desnudarme por completo, pero con un gesto de su mano me dio a entender que no hacía falta. De su bolso deportivo extrajo el consolador sujeto a un arnés que ajustaba a la cintura.

Me ví ridícula con el pijama puesto y el arnés rodeando mi cintura con esa “cosa” erecta que hasta las venas le daba un dejo de realidad. Me llevó a la cama en brazos, a mi cama matrimonial, a la que ocupaba con un hombre íntegro y cabal como mi marido. Me posó sobre ella con suavidad, en un santiamén se desnudó, luego hizo que separa las piernas, desde mi posición miraba fascinada como Lukas mamaba esa verga de silicona. Si bien yo no sentía nada imaginaba que así debía verte un hombre mientras se la mamabas, así debía mirarme mi marido mientras se lo hacía; ¡dios santo! Quiso saber si estaba lista, asentí encantada. Se puso en cuatro con las rodillas separadas, yo me acomodé a su espalda, encajé el glande babeado en el culo, lo tomé firme de las cadera y empujé; lo hice como un macho alfa lo haría con una mujer en una entrega total y absoluta, en una abdicación incondicional de sus voluntades. Yo no sentía nada pero no dejaba de mearme, de soltar fluidos más que orina, mis manos por momentos aferradas a las caderas de Lukas, por momento acariciando su espalda, sus genitales flácidos, me sentía el macho más macho del barrio en ese momento.  En algún momento debí perder la cordura porque no dejaba de copular, empujar con todas las fuerza y azotarlo con mis manos sus blancas nalgas de maricón culo roto.

Si, de pronto había descubierto el sentido de mi vida erótica, chirleaba esas nalgas mientras cogía ese pasivo culo que se sometía a mi total voluntad. Por momentos dejaba caer todo el peso de mi cuerpo en la cadera buscando enterrar hasta el estómago de ese mariconazo aquella verga de silicona, llegando a hacer flotar mis pies. “Te tengo puto del orto” le decía con los dientes apretados, babeándome, pechando con fuerza la mierda de sus entrañas lo más adentro posible. “¿Te gusta, putito, eh, te gusta?” preguntaba una y otra vez. De pronto me quité la blusa de mi pijama, sin sacar la verga de silicona, la enrollé e hice de la blusa una soga que anudé al cuello de ese miserable maricón utilizando las mangas como riendas. Ahora si, definitivamente era mío, totalmente mío y por ende yo podía disponer de él a mi entero antojo. En un momento sucedió algo gracioso, con una mano tiraba de mis improvisadas riendas a punto de ahorcarlo al pobre infeliz y por el otro tiraba de sus genitales con las reales intensiones de arrancárselos porque no se merecía tener anatomía masculina una marica penetrada como una quinceañera que deseaba, en el fondo, ser. No me importaba su suplicio, sus ruegos, sus gemidos, sus lamentos, si despertábamos todo el edificio, la ciudad, la parte obscura del planeta yo sólo quería reventarle el culo y en ese culo reventar el de todos los putos por ser putos come vergas anales.

No se lo que duró pero duró bastante, sudaba a mares, los dos lo hacíamos. No dejaba de dar embestidas hasta que me cansé. Entonces salí de él para derrumbarme en la cama del lado de mi marido. Los dos nos quedamos quietos, mirándonos sonrientes, Lukas sobándose su erección; la verdad no tenía gran cosa como pija pero a él no le importaba en lo más mínimo.

En el ambiente flotaba un terrible olor a sexo, a mierda, a sudor; jadeábamos, no pude evitar caer a cuentas que jamás, hasta ese momento, había cogido tan bien. Fue la mejor cogida que tuve toda mi vida hasta la fecha; se repitieron muchas veces pero nunca jamás alcanzamos ese nivel de agotamiento. Entonces me miró, sus ojos cambiaron de brillo, de ese marrón calmo de pradera se transformaron en río creciente durante una feroz crecida asesina, me desprendió el arnés, el consolador rodó a un costado, luego Lukas se enderezó para quitarme el pantalón de mi pijama y la bombacha. Por fin quedé desnuda por completo. Sin que me lo pidiera separé las piernas donde lamió hasta hacerme acabar, cuando eso sucedió él entró hasta el fondo de mi útero, se movió un rato y acabó bien adentro. Hubo un detalle que yo no tomé en cuenta, un pequeño detalle pero no por ello poco importante: estaba ovulando. Como sea, yo me sentía plena, como si hubiera cogido y corrido una maratón a la vez, me costaba respirar, sudaba a mares; nunca me había pasado eso. Lukas se prendió el arnés, la erección de silicona se movió un poco. Lo miré con curiosidad, ignoró mi mirada, hizo que me pusiera en 4 en el borde de la cama; le pedí que no lo hiciera aunque no hice nada para evitarlo. La verga de silicona me desvirgó el culo y Lukas se tomó revancha, por supuesto que sin mi particular cuota de salvajismo, estuvo tan bueno que no pude evitar masturbarme mientras me daba sus profundas embestidas.

Era la una y veintitrés cuando entró en lo oscuro y profundo de mi recto, a la dos cuarenta y ocho salió de él. A esa hora tenía el culo totalmente reventado y abierto. Hambreado por toda la eternidad de verga. Cuando creí que la noche había terminado Lukas sacó algo más de su bolsito de viaje, otro consolador, algo extraño, con forma de cohete, conectado a una bomba manual que suministraba aire. No necesité que me aclarara para qué lo usaba, el tema era que lo iba a hacer conmigo, le pedí que pero no me hizo caso, forcejeamos un poco en la cama, como sea ganó, se salió con la suya; cuando estuvo bien adentro lo infló y mientras tanto sacó fotos en tanto yo misma le daba bomba a esa cosa para que se agigantara más aún dentro mi precioso culo. En algún momento quedé exhausta, me derrumbé y el agotamiento me desmayó. Cuando desperté Lukas no estaba, lo curioso era la cantidad de tiempo transcurrido, era más de media mañana, ni al trabajo había ido y menos aún a ver el estado diario de mi marido. Los juguetes de Lukas aún estaban ahí, las cuales tuve que ocultar muy bien por si venía mi madre. Olvidé cambiar las sábanas y eso fue otro detalle delator. Sólo que esta vez si era cierto: le había sido infiel a mi marido.

Desde entonces todo cambió de un modo radical, mi mundo ha dado una verdadera vuelta de campana. Sino me he ido a vivir con Lukas fue porque algo dentro de mí me dice que no le puedo hacer semejante canallada a mi hermana, si sigo con mi marido es porque estoy cómoda y aún hay que ayudarlo un poco a que se reponga de ese triste accidente. Lukas y yo continuamos con nuestros encuentros íntimos, hemos agregados más cosas y de diversos tamaños para esos menesteres, tenemos nuestro nido de amor que es la casa de mis padres cuando estos no están, cosa que sucede muy a menudo; el sitio preferido es mi cuarto de soltera que compartía con mi hermana; Lukas vestido con el uniforme de colegiala que usábamos en la secundaria fue demasiado para mí; nadie podrá jamás saber lo que lamenté no poder eyacular; lo puedo jurar. El embarazo no impidió que hiciéramos de las nuestras, a regañadientes mi marido aceptó que Lukas fuera el padrino, después de todo es lo más cercano que puede llegar de manera oficial siendo el padre del niño. Mi madre y hermana, por supuesto, saben que ese hijo no es de mi marido pero no han dicho nada; yo también prefiero guardar el secreto.

Hace un par de días debuté con mi primera mujer, fue maravilloso cogérmela bajo la atenta mirada de mi amante Lukas que no dejó de filmar y fotografiar el encuentro. Por supuesto tenemos registros de los nuestros y nos la pasamos subiéndolos a páginas pornos amateur, por ahí nos van a ver mientras me lo enculo vestido de mujer y usando algunas de mis tangas. Soy una mujer con pija, de silicona, pero la que llevo en mi mente es brutal, impiadosa, insaciable, atroz y me encanta, me encanta…creo que soy el sueño de mi padre, el varón que no pudo tener pero que tiene encerrado en una mujer.-