Le pongo los cuernos a mi marido con universitario

Mujer casada busca nuevas emociones.

Me miro frente al espejo y me relamo.

Estoy muy excitada y me he propuesto cumplir fantasías.

Observo mi cuerpo envuelto en un ajustadísimo vestido negro, muy escotado por delante y que apenas me tapa el culo.

Lo levanto un poco por delante y me humedezco al ver mi coño expuesto.

Me he rasurado por completo, no suelo llevarlo tan despoblado, pero hoy me apetecía sentir la brisa.

Mis tetas empujan y casi se salen, se me marcan los pezones de la excitación.

Humedezco mis labios cubiertos de rojo y me calzo unos tacones que piden ser lamidos.

Simplemente como esperaba, tengo aspecto de puta cara.

Mi melena rubia cae suave por la espalda. He cumplido los cuarenta y sin embargo mi cuerpo no lo aparenta.

Me gusta cuidarme, estar en forma y sentirme apetecible.

Tengo los ojos negros rasgados y brillantes. Siempre he sido de busto generoso y sonrisa fácil.

El sexo me ha gustado como a la que más, pero últimamente se ha vuelto monótono y quiero que eso cambie.

Salgo al comedor y mi marido, que está desayunando, me mira.

—¿Dónde vas así vestida?

—¿Te gusta? —le pregunto dando una vuelta sobre mí misma. Ojalá le entrara un arrebato y me empotrara contra la pared.

—No tienes edad para ir así, pareces un pendón desorejado.

—Igual es lo que quiero ser —le digo desafiante caminando hacia la mesa. Él sonríe y niega.

—Ahora en serio, ¿piensas salir así?

—¿Por qué no?

—Porque vas pidiendo guerra.

—¿Y tú me la vas a dar? —ronroneo sugerente.

—Yo me voy a trabajar —dice dejando caer la servilleta para besar mi mejilla—. Te veo luego cariño.

Demasiados años juntos. Pienso para mis adentros. ¿Dónde ha quedado ese hombre al que le tocaba la polla en un bar y me follaba en un descampado sin que le importara quién nos pudiera ver? Definitivamente ese hombre se había evaporado, pero yo seguía sintiéndome la misma mujer que hace veinte años.

Cierra la puerta y se larga.

Muy bien, él se lo ha buscado. Me digo.

Cojo el bolso y me meto en el ascensor, el aparato se para en el segundo piso y un veinteañero entra y me da un repaso de arriba abajo. Va vestido de deporte.

—¿Te vas a correr? —Le pregunto con toda la intención del mundo cuando sus ojos no abandonan mis tetas. Él levanta la mirada con la entrepierna visiblemente afectada.

—Eso parece. —Le sonrío y él se frota la cabeza.

—Soy Cris, vivo en el quinto.

—Yo, Dani, del segundo, comparto piso, estoy en la uni...

—Y te gusta calentar en el ascensor —murmuro. Él levanta las cejas—. Lo digo porque parece que vayas a hacer deporte y para dos pisos que te quedan... —Dani sonríe, es guapo, con esa frescura de los veinteañeros.

—Es que prefiero calentar de otra manera, que no bajando escalones.

—Ya, veo...

El ascensor llega a destino y Dani aguarda a que salga yo primero. Es un habitáculo estrecho, el edificio es de los antiguos. Paso rozándole con mi culo su entrepierna y le noto resoplar.

—¿Te he pisado? —pregunto sin desencajarme.

—No, no, es que esto es muy estrecho y hace mucha calor. —Doy un último embate a su erección y salgo.

—Encantada de coñocerte, Dani —murmullo.

—¿C-cómo dices?

—Que ha sido un placer, breve pero placentero.

—¿Si quieres puedes venir al piso luego y nos seguimos conociendo?

—Puede que te tome la palabra, ya veremos... —le miro pícara mordiéndome el labio para arrollar con mis ojos su bragueta abultada—. Si no encuentro huevos en la tienda igual me paso a por los tuyos... —Sonrío dejándole cara de lelo. Le guiño un ojo y salgo por la puerta. Me siento empoderada, justo la sensación que buscaba.

Decido que iré a dar una vuelta por el centro, mientras camino noto miradas lascivas sobre mi cuerpo, la falda se me sube pero no hago amago de bajarla, seguro que se me ve el nacimiento del culo.

Voy a ir en metro.

Cuando bajo por las escaleras mecánicas me da un golpe de calor, noto el sudor enroscándose en mi nuca y la mirada cálida de un par de ejecutivos que están dos peldaños por encima del mío. Dejo que se recreen con mi escote. Mis aureolas casi se escapan y aprovecho para ladear mi cuello y darles un buen espectáculo.

Los oigo murmurar y decir cómo de fuerte me follarían. Me dan ganas de girarme y decirles que me lo demuestren, pero no son mi objetivo.

Compro un billete y me dirijo al metro que lleva al centro. Llego por los pelos y hay un asiento vacío en el banco. Poco me importa que sea entre dos desconocidos.

Les doy los buenos días y me acomodo. Uno es un trabajador, puede que sea un obrero o un mecánico, sus manos son ásperas y no las tiene cuidadas. Como es de esperar me mira las tetas. Al otro lado tengo un quinceañero lleno de agné, que no despega los ojos del teléfono.

Miro al frente y sonrío al de treinta con chupa de cuero y pinta de malote. Siempre me gustaron los hombres con ese aspecto. Separo las rodillas y dejo que se de cuenta que mi coño está expuesto. Su novia viaja al lado, es la típica que no llega a los veinte y va maquillada como una puerta. Masca chicle ruidosamente mientras le come el cuello sin vergüenza.

Él no aparta la vista de mi coño, que luce mojado desde que salí de casa. Se relame y yo me muerdo el labio. Se está poniendo cachondo y yo sé que no es por la niñata. A su lado hay una mujer mayor embebida en una novelita de quiosco.

Lo veo mover los labios y los leo.

«Rubia, te comía todo el coño», yo alzo las cejas sonrío y miro a su chica. Él que es un provocador nato le coge una teta y se la magrea sin que se oponga.

El obrero los mira y se calienta. Entre mis tetas y la pareja, su paja está servida...

Seguimos con el jueguecito hasta mi parada, donde me levanto y me dirijo a la puerta. Veo que ellos también se levantan y por un momento él se posiciona detrás de mí, cuela la mano bajo mi falda y me frota el coño hasta penetrarme.

Emito un gemidito cuando el vagón se para y disfruto de dos acometidas más que me dejan encendida. Él pasa por mi lado y susurra un «mira». Bajan antes que yo y veo como le mete en la boca sus dedos untados en mis jugos a la chica. Ella pone cara rara pero no dice nada. Después la besa y me mira, saboreándome en su lengua.

Estoy muy cachonda. Me guiña un ojo y desaparece con ella agarrándole el culo.

Me he puesto mala.

Salgo del metro y necesito que me dé el aire, en las escaleras mecánicas noto el flujo corriendo entre mis piernas. Miro hacia abajo y veo un anciano ajustado a la visión de mi coño, olfateando como un perro en busca de presa.

Ajusto un poquito la falda hacia abajo, tampoco es plan de ir con el coño al aire, y veo su decepción fluctuando en sus pupilas.

Doy una vuelta por el centro y disfruto de las guarradas que me dicen. Entro en una tienda de ropa y me pruebo un vestido con la cortina entreabierta, por el simple placer de ver al hombre que está esperando a su mujer, con cara de agobio, revivir por unos instantes.

Me desnudo por completo, me quito el sujetador y me recreo en mi cuerpo desnudo antes de dejar que un fino vestido de gasa blanca caiga por mi cuerpo. Es muy transparente y él está embobado buscando el reflejo que le devuelve el espejo. Me doy la vuelta, abro la cortina y le pregunto si me queda bien.

Él asiente como un tonto, con la mirada puesta en mis pezones.

Me relamo y a él casi se le cae la baba. La cortina de su mujer se abre de golpe y el da un salto como un niño travieso a quien pillan con la mano en el bote de las galletas.

Cierro la cortina y me cambio, ha sido divertido.

Decido que me llevo el vestido, voy a caja y lo pago.

Tengo hambre y camino hasta un restaurante, busco una terraza bonita, en la que hay una mesa disponible frente a una con una mujer y dos hombres. Parecen estar de comida de empresa.

Pido algo sugerente, unos espárragos, una crema y unas ostras. Uno de ellos me ve y sonríe por instinto. Yo descruzo las piernas y decido darle un homenaje. Se le derrama un poco del vino. Es atractivo, aunque le falta un poco de ese punto salvaje que tanto me motiva.

Mi comida se convierte en una oda al erotismo, como los espárragos como si fueran pollas, relamo sus puntas y los engullo. El ejecutivo está sudando y apenas atiende. El otro gira la cabeza y me descubre uniéndose a la fiesta. Su mirada es mucho más ardiente y directa. Me gusta.

Paso a la crema y saboreo la cuchara con deleite. El camarero se acerca a su mesa y veo que el de mirada arrogante le dice algo en la oreja, el camarero asiente. A los cinco minutos una copa de cava frío aparece en mi mesa, cortesía del señor de la corbata. La alzo, sonrío y bebo dejando que parte de la bebida gotee desde mi barbilla a los pechos. El otro ejecutivo se remueve inquieto, mi elegido se recoloca la bragueta elevando una ceja.

Cuando llegan las ostras estoy más que cachonda. Veo que los tres se levantan de la mesa, se dan besos con la mujer, ellos se estrechan la mano y mi hombre de la corbata en lugar de irse viene a mi mesa y me pregunta si puede sentarse.

Inclino ligeramente la cabeza  a modo de invitación y se ubica a mi lado.

—Precioso coño —musita en mi oreja.

—Gracias —respondo con las piernas todavía abiertas.

—¿Puedo? —pregunta señalando una ostra.

—Por favor —contesto.

—A mi me gustan al natural pero con condimento —Su mano baja con el molusco vivo y lo mete entre mis piernas para frotarlo. Jadeo, sé que lo estoy empapando. Él no deja de mirarme a los ojos. Cuando me tiene mortalmente excitada, la saca y se la lleva a la boca, la saborea antes de tragarla. Miro como su nuez sube y baja. Me pierdo en ella con ganas de lamerla, pero entes de que lo haga él regresa su mirada a la mía—. Deliciosa, con un toque ahumado perfecto. —La garganta se me seca—. Soy Áxel.

—Yo Cris.

—Un placer conocerte.

—El placer ha sido mío —le rebato deseando más, mucho más. Tiene una aura magnética que me encanta. Además es muy atractivo, de ojos claros y piel morena, justo como a mí me gustan.

—Todavía no —contesta enigmático.

—Todavía no, ¿qué?

—Que el placer no ha sido tuyo, pero lo será. —Acaricia con suavidad la piel de mi muslo. Dejo que se recree en el tacto de mi pierna y no le detengo cuando de esta vez, mete la mano directa y se pone a masturbarme. —Jadeo con fuerza y él sigue moviendo los dedos, rodeando mi clítoris y llevando los dedos al interior de mi coño. Una pareja ocupa la mesa en la que antes estaba él sentado y ella nos mira. Está viendo lo que ocurre y a mí no me molesta, al contrario. Noto como lubrico todavía más.

—¿Te excita que te miren? —pregunta Áxel.

—Mucho ­—confieso separando un poco más los muslos.

—¿Y que te den órdenes? —asiento—. ¿Qué más te pone?

—Los comentarios soeces, ser compartida, follada en sitios públicos, manoseada... —jadeo.

—Sigue.

—No sé...

—¿Los tríos? ¿El sexo anal?

—Sí.

—Sí, ¿qué?

—Ambas.

—¿Tragar semen?

—Nunca lo he hecho.

—¿Nunca? —niego.

—Pues ya va siendo hora. —Para de masturbarme.

— Ve al baño —la orden me excita.

—¿Ahora? —Noto la pérdida de su mano.

—Eso he dicho, puta. Ve y espérame desnuda y de rodillas. —Lo dice ronco y yo siento que podría correrme si volviera a decirlo.

Me levanto y voy al interior del bar, pregunto por los servicios y espero. Pasan más de cinco minutos, estoy tan cachonda que podría tirarme hasta una piedra. Pasan diez minutos más y me desespero, mi flujo gotea en el suelo, golpean la puerta y pregunto quiñen es. No contesta, puede que sea una prueba, abro con temor a que sea otra persona y cuando la hoja me permite ver quién hay tras la madera sonrío.

—Has tardado.

—Y tú estás como una perra ­—concluye. Se desabrocha la bragueta y su reluciente miembro aparece dispuesto—. Cómemela sin manos.

—Tampoco lo he hecho nunca.

—Siempre hay una primera vez para todo.

Me agarra la cabeza y la introduce sin miramientos. Mi marido la tiene grande pero nunca me la había colado hasta el fondo. Áxel, sí. Gruñe cuando alcanza mi campanilla sujetándome la cabeza.

—Pon las manos detrás de la espalda —ordena. Y yo vuelvo a obedecer. Me guata el sabor de su polla. Mi lengua hormiguea al recibirla y me gusta que me tome sin contemplaciones, sin importarle que me den arcadas cuando toca fondo.

Mueve la pelvis con violencia, para después hacerlo con lentitud y suavidad. Mi baba cae por las comisuras de los labios y mi coño encharca el suelo, podría restregarme contra él para colmar mi necesidad. No lo hago, parecería patética ante sus ojos. Áxel sigue follándome la boca, su polla está muy dura. En un par de ocasiones la entierra y me sujeta la cabeza para que no pueda moverme. Me falta el aire y me noto rellena de polla.

—Sé que esto te gusta, zorra, lo supe desde que te vi abriéndote de piernas para mí. Vas a mamar hasta que me corra y tragarás, no quiero que caiga una sola gota, si lo hace la recogerás con tu lengua y no quieras saber cuántos zapatos cargados de mierda han pasado por este  suelo.

Me excito ante la imagen y el empuja con violencia unas cuantas veces más hasta que se tensa y su leche caliente se apresura por mi garganta seca. Trago y disfruto al escuchar su grito de alivio. Paso mi lengua por todo el tronco semierecto, limpiándola como ha pedido.

—Buena chica —me felicita acariciándome el pelo, tengo todo el pintalabios corrido.

Se la guarda y me ayuda a levantarme. Me duelen las rodillas.

—Vístete —lo miro perpleja.

—Pero...

—Shhh —me silencia poniendo un dedo sobre mis labios—. Yo pago tu comida, y tú me invitas a esta. —­Será cabrón. Pienso para mis adentros—. Un placer, Cris.

El muy capullo se largó dejándome desnuda, necesitada y encharcada. Pero esto no iba a quedar así, no pensaba quedarme sin final feliz.

Me vestí de mala leche, y cuando salí fuera el camarero me dio una tarjeta.

—El señor Áxel dice que lo llame cuando se le pase el cabreo.

—¿Lo conoces? —pregunté. El camarero se encogió.

—Es el dueño. —La palabra cabrón volvió a formularse en mi cabeza.

Mosqueada cogí un taxi y pedí que me llevara a casa. No tenía ganas de más juegos, solo tenía en mente una cosa.

Al llegar a mi edificio pulsé el botón del segundo y llamé al timbre de Dani.

Otro chico me abrió y se me quedó mirando boquiabierto.

—¿Está Dani? —cuestioné sin miramientos.

—En su cuarto —entré como un huracán.

—Es la habitación del fondo del pasillo —gritó el chaval. Fui directa. Cuando abrí la puerta estaba tumbado en la cama, con una toalla alrededor de la cintura y unos Airpods en las orejas.

—Cris... —murmuró sorprendido.

—Vengo a por los huevos, aunque antes te toca ración de almeja. Él sonrió perezoso y extendió los brazos invitante.

Me subí a la cama y sin desvestirme me senté en su cara. La lengua de Dani, me recorrió hambrienta, recorriendo los jugos que él había iniciado. Me froté como una perra contra su cara. Dejé que su lengua me follara  y me saqué las tetas por fuera para pellizcarlas.

Joder, el universitario lo comía de diez. Se ayudó con los dedos para follarme mientras me lo comía. Lo cogí por el pelo y me puse a montarlo como una loca. Me daba igual todo, solo quería calmar la comezón de entre mis piernas.

Me encajó tres dedos y yo seguí con el frotamiento hasta que mi coño se contrajo y se dejó ir empapándolo con mi corrida.

Al notarlo, como si no pesara nada, me cambió de postura, sacó un condón de la mesilla y me la metió entre las piernas desprendiéndose de la toalla.

Aullé como las lobas. La boca de Dani buscó la mía para darme mi propio sabor, después bajó a las tetas para lamerlas, morderlas, retorcerlas y succionarlas, sin dejar de follarme como una bestia. Me retorcí gritando de nuevo, volvía a correrme como una perra y Dani sonreía triunfante.

—Date la vuelta. Quiero follarte ese culo.

Lo hice, me coloqué, él lo estimuló con los dedos y la lengua, mientras me pedía que me tocara. Joder con el niñato, debían darles máster en sexo...

Cuando me tuvo lista me preguntó si podía quitarse el condón. Creo que hasta se lo supliqué.

Me folló el culo con delicadeza, hasta que mi musculatura se adaptó a su polla gruesa y fue ganando ritmo. Mi mano no dejaba de frotar el tenso nudo inflamado. Hacía tanto que no tenía una maratón de sexo que ni lo recordaba. Me recreé en mi piel enfebrecida, mientras él tiraba de mi melena y me lamía el cuello.

—Estás muy rica, Cris.

—Podría ser tu madre —me quejé.

—A mi madre no le haría estas cosas, bueno, puede que si estuviera tan buena como tú sí. Me la pones muy dura.

Siguió follándome el culo.

—Más —le exigí—, más duro.

Me dio con todas sus fuerzas y palmeó mi culo mientras, notaba el orgasmo fraguándose en mi bajo vientre.

—Voy a correrme —anunció.

—Y yo, córrete, lléname el culo de leche.

Dani gritó viniéndose en él, mientras yo inundaba de fluidos la cama, calando hasta el colchón.

Caímos derrumbados sobre él y Dani me acurrucó contra su cuerpo. Estaba exhausta.

­—Ha sido una puta pasada, tienes que venir más a por huevos. —Sonreí contra su pecho carente de vello.

—Lo tendré en cuenta —respondí notando su semen desprendiéndose de mi culo.

Nos miramos, sonreímos, nos besamos y volvimos a follar a lo guarro.

Cuando llegué a casa lo hice sintiéndome satisfecha y con la tarjeta de Áxel entre los dedos.


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