Le llamaban El Apañao

Es lo bueno que que tienen los pueblos, las noticias vuelan. Y lo malo también, porque los rumores, buenos o malos, se desplazan a la misma velocidad.

Yo me instalé en el pueblo después de que la empresa para la que trabajaba, decidiera que era hora de prescindir de mis servicios y me incluyeran en el que decían iba a ser el último ERE. Después de mas de 40 años la indemnización no estaba mal, así que, como ya no tenía cargas familiares pues mis hijos estaban casados y tenían hechas sus propias vidas y yo estaba divorciado, pues no me lo pensé mucho y vendí el piso y me trasladé al pueblo. La casa era de una tía abuela y nunca quiso venderla ni alquilarla, así que pude convencerla para que me la alquilara a mí, no quería cobrarme nada, por lo que me comprometí para hacer los arreglos y reformas necesarios a mi cargo. Dediqué bastante tiempo a estos menesteres y no tuve que recurrir demasiado a los servicios de otros profesionales, lo cual dio lugar a que se comentara en el pueblo lo ”apañao” que yo era. A los únicos que recurrí fueron un maestro de obras y un pintor, al primero porque no me veía capacitado para embarcarme en obras y al segundo porque no me apetecía ejercer de pintor.

Cuando di por finalizados los arreglos ya me había hecho con un grupo con el que compartir tertulias y chascarrillos a la hora de los vinos de mediodía, y fue uno de esos días cuando Jesús interrumpió la conversación y se dirigió a mí.

  • Oye, Paco, que estaba yo pensando… Tú que eres tan apañao y tan manitas ¿no me podrías hacer el favor de pasarte por mi casa y hacerme un par de apaños? Es que tengo a la parienta que no para de darme el coñazo cada día. ¡Joder, y llego yo de trabajar como para ponerme a trastear con cosas de las que no entiendo!

  • ¿Y esas que cosas qué son, si se puede saber?

  • ¡Na, un par de chapucillas!

  • Jesús, yo no hago chapuzas. Los trabajos los hago como un profesional o no los hago, por eso he llamado a un pintor y un albañil.

  • No, si eso ya lo sé. Lo de chapuza lo digo porque seguramente para ti será cosa fácil, pero para mí…

  • Mira, vamos a hacer una cosa, nos vamos un poco antes, nos pasamos por tu casa, miramos lo que hay que hacer y te digo si me veo capaz o no. Pero quede claro, y aquí hay testigos, que no me comprometo a nada. ¿De acuerdo?

  • ¡Pues venga, otra y nos vamos!

Lo acompañe hasta su casa y me presentó a su mujer.

  • Mira, esta es la Reme. Reme, este es un amigo que viene a ver si puede arreglarnos todo lo que no paras de decirme que hay que arreglar.

  • ¿Y qué nos va a costar? ---Muy directa la Reme.

  • Vamos a hacer una cosa. Me dice que quiere arreglar, veo si está en mi mano hacerlo y que material se puede necesitar. Por mi trabajo no le voy a cobrar nada, Jesús me ha pedido un favor y yo se lo hago a ustedes, si puedo hacerlo. Solo cobraría el material que sea preciso.

  • Bueno si es así, es un buen trato. ---Dijo la Reme, sin dejar de mirarme muy fijamente. Creo que trataba de evaluar si podía fiarse de mí.--- ¡Ah, ya sé, usted es el sobrino de la Manuela G, el que ha arreglado la casa solo! Pues bueno, pase y le enseño lo que este no tiene narices de arreglar porque viene muy cansado, dice.

Eran varios grifos que goteaban o de los que apenas salía agua, una cortina para colgar, una lampara que habían comprado y que Jesús no sabía por donde meterle manos, en fin, nada del otro mundo. Les expliqué que era lo que yo creía que había que hacer y cambiar, les aconsejé un par de cambios y les propuse que si me lo tenían todo comprado, me pasaría al día siguiente a la hora que me dijeran, siempre que fuera por la mañana.

  • ¿Y tú no te puedes encargar de comprarlo todo, Paco? ---me soltó el listo de Jesús. La mirada de Remedios fundía las piedras.

  • Lo podría hacer, claro, pero …

  • Mira, para empezar, te quedas a comer y me vas explicando bien que es lo que vamos a necesitar, y esta tarde, cuando abra la Rosa, vamos tu y yo y compramos todo. Iría yo sola, pero no sabría ni lo que pedir. Y este que se quede descansando, ¡para lo que nos va a servir! —resolvió Remedios.

No pude negarme a comer con ellos y quien llevó el peso de la conversación fue Remedios, Jesús, a los postres ya daba cabezadas, así que su mujer le dio un manotazo y lo mandó a dormir.

  • Cada día vale para menos. Dormir y futbol, esa es su vida.

  • Debe madrugar mucho, si trabaja en Capital…

  • ¿Madrugar? ¡Un vago, eso es lo que es! ¡La madre que lo parió, que bien me la coló! Bueno, y tu, dicen que andas divorciao…

  • Ya hace tiempo, sí.

  • ¿Y no echas nada en falta?

  • ¿Como qué? — pregunté imaginando por donde iba la pregunta.

  • Pues que va a ser, lo que se puede echar en falta.

  • Pues no, me voy apañando.

  • Si, ya me han dicho que eres muy apañado…

Fue una sobremesa prolongada en la que me habló de todo y sobre todo de su marido al que llamó de todo menos bonito, estaba muy quemada con él. Remedios era una mujerona de unos 50 años, dos arriba o abajo, un poco entrada en carnes pero que no le quedaba nada mal, una estatura normal, pecho abundante y un culo llamativo y nada feo. Tenía una cara que, aunque no podría decirse que fuera bonita, cuando sonreía resultaba agraciada, hablaba con desparpajo y gracia y solo se le nublaba la sonrisa cuando hablaba de su marido. No quiero imaginarme lo que pasaba en aquella casa cuando Remedios se enfadaba.

Cuando llegó la hora nos pusimos en camino hacia el comercio de la Rosa, como ella le llamaba. Compramos lo que se necesitaba, ella se fue a su casa y yo a la mía con el compromiso de estar a las 10 para hacerle los “apaños”

Y a las 10 ya estaba yo llamando a su puerta, tuve que hacerlo varias veces y cundo ya estaba a punto de llamar al número de móvil que me había dado Remedios por si me surgía alguna novedad y no podía ir, me abrió pasándose una toalla por el pelo.

  • Lo siento, se me ha hecho tarde, salía de la ducha y estaba acabando de secarme. Pasa. ¿Por donde quieres empezar?

  • Empezaré por la cocina, así te dejo más tiempo para que termines de arreglarte sin prisas.

  • Muy bien, pues ya sabes el camino. Si necesitas algo me lo dices.

-Vale, de acuerdo.

En la cocina habíamos quedado que le iba a cambiar el grifo completo, que estaba de pena, le desatascaría el desagüe y le sellaría la junta del fregadero. En eso estaba cuando volvió Remedios.

  • Has venido muy cargado. ---Me dijo señalando la caja de herramientas.

  • Si. Es que nunca se sabe qué herramientas vas a necesitar, y procuro usar siempre la herramienta adecuada para cada cosa. Mira, el grifo ya está cambiado y el desagüe desatascado.

  • ¿Y tienes herramientas para limpiar cualquier clase de tuberías? ---me preguntó poniendo toda la intención en sus palabras.

  • Eso no se sabe hasta que no se ha visto la tubería. A lo mejor tendríamos que salir a comprarla.

  • Yo creo que para la tubería que yo digo, no hace falta comprar nada.

  • Tendría que ver la tubería, Remedios, si no es difícil saber.

  • La que yo digo es esta. ---y se subió la bata hasta la cintura mostrándome su coño peludo, aunque recortado y cuidado.

  • Tendría que verla más de cerca.

  • Pues ¿a que esperas? Acércate y mira.

Me acerqué,la tomé por la cintura y levantándola la senté en la mesa de la cocina, hice que se tumbara, separé sus piernas empecé a pasear mi lengua por la raja de su coño, todavía sabía un poco al jabón de su reciente ducha, pero no era desagradable. No tardó mucho en inundarse con los fluidos vaginales, y se lo comenté, le dije que así, a primera inspección, no parecía que la tubería tuviera ningún atasco, y ella me contestó con la voz entrecortada, que siguiera inspeccionando, no fuera que hubiese una fuga. Me puse otra vez a la faena. Remedios había conseguido ponerme muy caliente. Daba lengüetazos a su raja y con mis labios tiraba de su clítoris, ella levantaba su culo muy excitada, metí mi mano entre su culo y la mesa y amasaba sus glúteos, cosa que parecía gustarle mucho. Los jadeos de Remedios se convirtieron en gemidos y palabras entrecortadas, y no paraba de mover sus culo. Para parar un poco esos movimientos que amenazaban con destrozar la mesa, le hice levantar las rodillas y ahora el recorrido de mi lengua se hizo más largo, pues iba desde su clítoris, pasaba por su raja y perineo y acababa en su ano, tan limpio, un breve descanso en esa zona y tomaba el camino de vuelta.

  • ¡Ay, Paco, que gusto, Dios de mi vida que gusto, me voy a morir, Paco, me voy a morir de gusto, Pacoooooo! ¡Aaaaaahhhhh! ¡En el culo otra vez, Paco, en el culo.

Mi lengua no paraba. Buscó otra vez el culo de la Reme y esta al solo contacto de mi lengua dio un respingo que, con las rodillas casi tocándole la cara como estaba, casi hace una voltereta, soltó un largo gemido, intentó estirar sus piernas, que quedaron apoyadas en mi espalda y tras varios violentos espasmos, se corrió, pero se corrió que en un principio pensé que se estaba meando, pero yo seguía trabajando con mi lengua para prolongar su orgasmo al máximo, esa mujer se lo merecía después de tanto tiempo de abstinencia.

Se fue calmando muy despacio, pero todavía mantenía sus manos en mi cabeza y mi boca en su coño, aunque no creo que fuera muy consciente de ello. Cuando se recuperó del todo se incorporó, me miró con la cara arrebolada y bajo de la mesa. Yo pensé “Aquí se acaba todo”, pero no, me tomó de la mano y me llevó hasta una habitación, se despojó de la bata y se sentó en la cama, después se entregó a la tarea de desceñir mi cinturón y despojarme del pantalón y el slip, de la camisa me encargué yo mientras tanto, sin dejar de mirarme a los ojos se apoderó de mi polla y empezó una lenta mamada, yo permanecía de pie frente a ella, ni su postura ni la mía eran de lo más cómodo, así que saqué mi polla de su boca y la tumbé, me tumbé junto a ella acaricié aquellos hermosos pechos y lamí aquellos oscuros pezones, mi manos, lejos de estar parada, acariciaba su empapado coño, nos tumbamos de costado, uno frente al otro y ella me ofrecía sus pechos para que no los dejara de mamar, ya empezaba a gemir de placer de nuevo, separaba sus muslos para facilitar el camino a mi mano y ella acariciaba con pasión mi polla y mis huevos,pero con sumo cuidado.

  • ¿Vas a follarme, verdad Paco? Necesito que me folles, no sabes lo mucho que lo necesito. Hazme todo lo que quieras ¡Todo lo que se te ocurra!

  • No, Remedios, prefiero que seas tú la que me digas lo que quieres que hagamos.

  • Necesito tu leche, Paco, necesito que te corras e

n mí, por eso quiero chupártela, y sacarte todo lo que lleves aquí. ---me decía mientras me acariciaba los huevos.---

Y necesito que me comas el coño otra vez, Paco el coño y el culo, como antes. Y después me follas por donde tú quieras, Paco, por donde quieras.

-

Lo que tú quieras y por donde tú quieras, Remedios. Yo quiero darte todo el gusto del mundo.

  • ¡Ay, Paco con eso que me dices, ya casi me corro

Se puso encima de mí, dejando su coño y culo a mi entera disposición. Ella empezó una ruidosa succión de mi polla, tenía un estilo muy particular, se tragaba toda la polla que podía y luego se la sacaba de un tirón dando lugar a un ruido parecido al descorche de una botella, al mismo tiempo amasaba mis huevos con suavidad.

-¡Que polla más rica, Paco, que rica!

Yo introduje dos de mis dedos en su coño y los retorcía y movía de un lado a otro en un continua exploración con el fin de averigua donde estaban sus zonas más sensibles,

y me pareció que estaban en la zona profunda más próxima al ano, así que allí fue donde puse mi empeño. No debí fallar por mucho pues Remedios dejaba la mamada para jadear y gemir, eso me animaba a insistir en esa zona, su culo bajaba y subía y cuando se acordaba de su tarea, aceleraba su mamada y la fuer

z

a de su succión.

  • ¡No puedo más, Paco, no puedo!

Se echó hacia delante y, sin darse la vuelta, se empaló con mi verga de un solo viaje. Literalmente me cabalgó. Yo no podía hacer nada, me conformé al princ

ip

io con acariciar su culo, pero después pensé que, precisamente ese culo era una de sus partes erógenas más sensibles, así que introduje un dedo en su ano y su cabalgada subió un punto, sus jadeos algunos más, cambié de dedo y le introduje el pulgar, más corto pero mas grueso y no tuve que hacer nada más, me limité a dejarlo quieto y aguantarlo en la altura adecuada y cada vez que

mi polla entraba en su coño, mi pulgar lo hacía en su ano. Y funcionó muy bien, en menos de diez embestidas, Remedios lanzó un grito y llegó a otro orgasmo, pero esta vez se derrumbó sobre mí, afortunadamente yo era más corpulento que ella, así que la aguantaba bien y mientra ella se corría yo amasaba sus pechos y tiraba de sus pezones aumentando aún más el placer que sentía.

  • Para, Paco, para. Me vas a matar de gusto. Deja que me corra y lo disfrute, que ya casi se me había olvidado, Paco.

La dejé que se fuera relajando y una vez tranquila, se desancló de mi polla y se dio la vuelta.

-

No te has corrido, Paco, perdoname, pero es que me has dado tanto gusto que estaba volando.

Empezó a besarme en la boca, en la cara, en el cuello y sin más me preguntó:

  • ¿Quieres mi culo,Paco, lo quieres? Me encantaría que me follaras el culo.

¿Lo quieres, Paco?

¿

Podía yo decirle que no?

Pues no, no podía.

  • Remedios, yo quiero todo lo que tú me des.

  • Y yo hoy te lo quiero dar todo. Dime como quieres que me ponga.

  • Así como estás, encima y bien pegada a mí

Comencé a pasar mi polla por la raja de su culo y ella acompasó el movimiento con el mío, llevó sus manos atrás para mantener sus glúteos muy separados y aumentar el contacto de mi glande con la entrada de su ano, no pudo aguantar más una de sus manos se apoderó de mi polla y la mantuvo en su agujero mientras ella presionaba intentando meter la punta de mi nabo, yo di un empujón y entraron unos cinco centímetros del resto se encargó ella con un par de empujones más. Estuvimos unos segundos intentando sincronizar nuestros movimientos y el ritmo y una vez que lo conseguimos fue como un viaje al paraíso. Mis huevos hacía ya tiempo que habían sobrepasado el punto de ruptura, así que era inminente que me correría, Remedios ya estaba lanzada de nuevo.

  • Dame fuerte, Paco, romperme el culo. Dime si te gusta, dímelo. A mi me gusta mucho, Paco. Soñaba con que un día alguien me follaría el culo, y me alegro mucho de que seas tú. Me alegro mucho. — me decía entre suspiro, jadeos y gemidos. ¡Me voy a correr, me voy a correr, correte conmigo, Paco, correte conmigo!

Y se corrió y yo me corrí medio segundo después. Cuando ella sintió la descarga de mi semen en su

s entrañas se estremeció, me abrazó con más fuerza aún y culeó para sentir mi carne lo más dentro posible.

  • ¡Tengo tu leche, Paco, la tengo, la tengo!

Y su orgasmo tuvo un pico que se convirtió en meseta y que tardó en ir declinando hasta convertirse en valle. Todavía pude proporcionarle algunos orgasmos más en las dos horas que permanecimos en la cama, no era muy difícil pues Remedios estaba en plena exaltación del sexo. Ella también supo darme lo que necesitaba.

Luego permanecimos un buen rato inmóviles, recuperando fuerza y aliento, hasta que ella decidió que tenía que ponerse en movimiento.

Dijo que “tenía que cambiar las sábanas y airear la habitación para cuando llegara Jesús, aunque dudaba que se diera cuenta de nada, el muy calzonazos, lo que me voy a reír a su costa, claro que tendrá que ser para mis adentros y eso todavía me hará reír más”.

Y yo le dije que tendríamos que buscar una escusa porque no podía terminarlo todo para cuando él llegara.

  • Ni te preocupes, le vamos a decir que no habías podido llegar a la hora que habías quedado y que, encima de eso, en la cocina habías tenido problemas y te había retrasado. Y será como hablarle a las paredes, porque no va de enterarse de los problemas. ¡Ah! Y te quedas a comer, que se joda y coma con el que le pone los cuernos. Y mañana… ¡Ay, Paquito, mañana... ya verás!

Jesús llegó, le dio igual si había terminado o no, comimos y Remedios no se privó de restregarme las tetas cada vez que pudo. Estaba sentada frente a mí

y se dio el modo y traza de tener toda la comida su pie en mi entrepierna, de hecho intentaba masturbarme, y se estaba excitando una barbaridad de hacerlo delante de su marido que no se enteraba de nada.

  • Que hemos pensado, a ver Jesús a ti que te parece, que como esta mañana no ha ido muy bien, el tiempo que tu descansas, Paco puede ir adelantando arriba.

  • Haced lo que queráis, Remedio, yo estoy muy cansado y no me voy a enterar del ruido que haga Paco. Haced lo que queráis.

  • Pues nada, eso haremos.

Y lo hicimos, mucho más tranquilos que por la mañana. Remedios ya no iba tan acelerada y solo quería disfrutar del sexo en todas las formas que se nos ocurrían. Y todavía me dio tiempo de colgar las cortinas antes de que Jesús decidiera que estaba menos cansado.

Algunos días después de terminar el trabajo, que se alargó más de lo que se había previsto, y durante el aperitivo de mediodía, Jesús le comentaba al resto del grupo lo fácil que es tener contenta a las mujeres: cambiar unos grifos, colgar unas lámparas y cortinas y había dejado de darle la murga. A ver si le duraba.

  • Pues vamos a tener que encargar a Paco que nos haga esos trabajillos y a ver si se callan nuestras parientas.

  • Pues nada, a mandar, que por algo me llamáis el Apañao ¿no?