Le gusta el olor del semen
La pasión nos envuelve y nos atrapa entre sus redes, ¿hasta dónde somos capaces de ir tras de ella cuando nos elige? Es difícil precisarlo, pero cuando la calentura arrecia, no hay nada que nos detenga para que evitemos disfrutar en grande
Cuando estudiaba en la Ciudad de México, me pasaron muchas cosas inesperadas.
Un día, después de las clases vespertinas, cerca de las 7 de la noche, tome un camión de servicio urbano, el cual, para variar, iba lleno, así que subí por la puerta de atrás y le mande el dinero del pasaje al conductor.
Una parada después, bajaron 2 o 3 personas por atrás, pero subió una joven no muy alta, morena, de cabello ondulado negro hasta los hombros, con una falda roja un poco entallada que le dibujaba su bien formado trasero y sus piernas muy bien torneadas. Llevaba una blusa blanca con un pañuelo rojo al cuello y cargaba un saco junto con su bolso de mano.
Ella se paró junto a mí. Por los empujones quedamos de tal manera que mi pecho se recargaba en su hombro y mi camote tocaba perfectamente su mano que cargaba sus cosas, ya que la otra la tenía ocupada, agarrándose del pasamanos.
Su cercanía, así como el olor de su perfume, hicieron que mi chile empezara a reaccionar.
Aunque yo no lo quería, mi erección se hizo notoria para su mano. Ella me vio de reojo, como observándome y después se volvió para el otro lado, pero no quito la mano.
Con el vaivén del autobús, ella talló su mano en mi pene y la verdad, eso me empezó a gustar, así que discretamente subí mi mano derecha hasta sus nalgas y las toqué levemente. Ella me miró y se volteó otra vez, así que empecé a acariciar sus sabrosas y carnosas nalgas, con más fuerza. Ella volteó para todos lados para cerciorarse de que no éramos vistos. Se acercó más a mi pene y lo acaricio con su mano
Más adelante, ella bajó con dificultad y yo atrás de ella. Justamente al bajar, entablamos una conversación amistosa, en la que me entere que se llamaba Soledad, tenía 19 años y trabajaba en un banco.
Ella me preguntó si mi trabajo consistía en manosear a las muchachas en el camión y yo le contesté que era la primera vez que lo hacía y que las circunstancias se habían presentado de tal manera que no pude, y cuando pude, ya no quise contenerme. Y le dije, además, que ella me excitaba mucho y que la deseaba.
Ella sonrío. Al ver su sonrisa, me atreví a decirle que quería hacer el amor con ella. La verdad es que mi verga estaba grandísima y mis huevos, a reventar.
Ella me dijo que no era posible, porque estaba terminando sus días, pero me dijo que había otra solución.
Caminamos una cuadra y nos metimos a un terreno baldío. En el fondo nos abrazamos y yo la besé en el cuello, acariciando sus nalgas y después su pecho. Al contacto de mi mano, sus pezones se pusieron duros, resaltando a través de la ropa.
Al desabrocharle los tres botones de la blusa y subirle el brasier por encima de las tetas, mis ojos se deleitaron con la hermosa vista, ya que frente a mí se encontraban dos chiches de buen tamaño, con unos pezones redondos y rosados.
Yo no espere más y los llené de besos y chupetones. Mis caricias parecían agradarle, porque solo oía pequeños suspiros, contenidos por el temor de que nos descubrieran.
En un arranque de excitación, la besé en la boca y la jalé hacia mí. Levantando su falda. intento bajarle las pantaletas, pero ella me detuvo y me recordó lo de su menstruación. Yo no sé qué cara de impotencia puse, que ella me beso en la boca.
—Todo tiene solución —me dijo.
Admirado, vi cómo se agachaba, besó mi pene y lo acarició con su cara, por encima de mis pantalones. Después me desabrocho el cinturón, bajó el cierre y de un jalón me bajó los pantalones hasta la rodilla, con todo y trusa. En un instante quedo descubierto mi fierro bien parado, frente a su cara.
Ella lo tocó primero con la punta de sus dedos y se inclinó a olerlo. Era obvio que disfrutaba con el aroma. Una vez que se cansó de oler, verlo y acariciarlo, abrió la boca y poco a poco lo fue engullendo. Mi pene entraba y salía de su boca. Jugando con su lengua en la cabeza, con sus manos acariciaba mis testículos.
Cada vez que entraba mi verga, se la tragaba más y más, hasta quedé clavado, tapó su nariz con mis vellos. Esa operación la repitió varias veces. Al parecer, le costaba trabajo metérsela toda, hasta la garganta, pero le gustaba.
Yo, al sentir lo estrecho y húmedo de su garganta, me iba al cielo.
Soledad se separó de mí un momento y me dijo que le avisara cuando fuera a terminar. No paso mucho tiempo y yo sentí que explotaba, así que se lo comuniqué.
Soledad se sacó la verga de la boca y con la punta de la lengua, me acarició la parte inferior de la cabeza.
Segundos más tarde, me vine. El primer chorro le cayó en la mano, el segundo en la boca y el tercero en las manos, porque ella tomó mi pene y empezó a masturbarme, exprimiendo de tal forma que todo lo que me quedaba de semen, le cayera en la otra mano.
Al ver que no salía más leche, olió su mano un rato y luego probo el semen, al principio con cautela y luego lamió su mano, de tal manera que no dejo nada en ella. Se quitó el semen de la cara con la misma mano y en seguida, la lamió.
Le pregunte si le gustaba el semen y me dijo que siempre había querido olerlo y probarlo, pero no había tenido la oportunidad de hacerlo, ya que los novios que había tenido eran muy puritanos.
Me dijo que le había gustado el sabor de mi semen y me confeso que no era cierto que estuviera en sus días difíciles. Que lo que deseaba era mamármela y probar mi leche.
Con ella tuve muchas otras experiencias, hasta qué al terminar mis estudios, después, poco a poco fuimos dejando de vernos, pero la recuerdo con mucho cariño.