Le encantaba mirarme (3 y último)

CAPITULO 3: SUEÑO Y REENCUENTRO. Por fin el esperado encuentro se produce.

LE ENCANTABA MIRARME (3 y último).

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CAPITULO 3: SUEÑO Y REENCUENTRO.

Una cascada de agua fresca caía sobre mi piel desnuda. Cerré los ojos dejando que el agua me cubriera y sintiendo el perfumado olor del húmedo bosque. Y entonces sentí aquellas suaves manos acariciando mis hombros. Tuve el impulso de girarme hacía él, pero Manuel no me lo permitió diciendo:

No, quédate así.

Sentir su abrazo me hizo dio seguridad. Sentí como su piel se pegaba a la mía y el agua seguía cayendo sobre nuestros cuerpos. Posó sus labios sobre mi nuca y me besó, un suave escalofrío atravesó mi cuerpo. Y un:

Te amo. – Salió de sus labios.

Sus manos acariciaron todo mi talle hasta posarse sobre mis senos. Dejé descansar mi cabeza sobre su hombro y sus labios buscaron los míos. Una de sus manos descendió hasta mi sexo y empezó a acariciarlo con mucha suavidad. Un nuevo estremecimiento me hizo vibrar. Sentí como los jugos lubricaban mi sexo y como el deseo se hacía cada vez más intenso. También para él era así, su sexo reposando entre mi cuerpo y el suyo, crecía y se endurecía a marchas forzadas. Sentí como lo metía entre mis piernas, mientras sus dedos hurgaban en mi clítoris haciéndome estremecer. Nuestras respiraciones eran cada vez más jadeantes. Necesitaba sentirle dentro de mí y por eso llevé mi mano hasta tu sexo y acaricié el capullo, mientras restregaba mi sexo contra él.

¿Quieres que te la dé? – Me preguntó.

Sí. – Musité en un gemido de deseo.

Manuel me empujó hacía unas rocas que teníamos enfrente para que pudiera apoyarme en ellas. Me doblé hacía adelante y le mostré mi culo. Guió su verga hasta la entrada de mi vagina y sin esfuerzo me penetró suavemente. Sentí su sexo llenándome por completo y me sentí feliz, empecé a notar como arremetía contra mí, despacio. Poco a poco Manuel fue aumentando sus embestidas, haciendo que cada vez fueran más rápidas y precisas, mientras yo jadeaba excitada y trataba de empujar hacía él apoyándome en la roca. La excitación y el placer aumentaban. Nuestros gemidos se extendían por la montaña que cubría la cascada.

Sus manos se deslizaron hasta mis senos que bamboleaban al ritmo de sus embestidas, los acarició con suavidad y un nuevo e intenso gemido escapó de mi garganta. Luego descendió una de ellas hasta mi sexo y rebuscó entre mis pliegues. Cuando sentí su dedo sobre mi clítoris todo mi cuerpo se estremeció. Estaba caliente, ansiosa y ardiendo por él. Sentía su respiración entrecortada en mi cuello y eso aún me excitaba más. El placer aumentaba con cada embestida y yo sentía que estaba a punto de correrme. Así que sacó su sexo de mí y haciéndome dar media la vuelta me hizo sentar sobre la roca.

¡Ahora chúpamela, zorra! – Me indicó acercando su erecta verga a mis labios..

Abrí la boca y saqué mi lengua, lamí el glande suavemente y Manuel se estremeció, la polla se movió como si tuviera un resorte, mientras la sujetaba con la mano derecha. Con la izquierda busqué sus huevos y empecé a masajearlos. Entretanto me metí el glande en la boca y empecé a chupetearlo despacio, saboreando cada centímetro de aquel manjar. Manuel empezó a gemir, mientras enredaba sus manos en mi largo y húmedo pelo. Yo sentía mi sexo más mojado que nunca, por eso dejé de acariciar sus huevos y dirigí mi mano a mi entrepierna y empecé a acariciarme.

¿Estás caliente, eh, putita?

Yo lo miré fijamente a los ojos y moví la cabeza afirmativamente. Manuel sacó su pene de mi boca, me tomó por la cintura y me llevó hasta la rociada yerba que había a un lado de la cascada. Se situó entre mis piernas y llevó su erecta verga hasta mi húmedo refugio y muy despacio me penetró. Cuando su verga estuvo totalmente dentro de mí, otra vez, me sentí llena y libre. Sólo él podía llenarme de aquella manera y darme aquel placer y aquel cariño. Comenzó a moverse despacio haciéndome sentir su pene entrando y saliendo de mí muy despacio. Nuestros cuerpos empezaron a arden llenos de pasión. Gemíamos excitados y él, poco a poco, iba acelerando sus movimientos. Con sus manos acariciaba mis senos suavemente. Cerré los ojos para envolverme en las sensaciones y empecé a sentir aquel agradable cosquilleo entre mis piernas. Y justo en aquel momento sentí algo suave y caliente rozando mis labios. Abrí los ojos y allí estaba Ernesto que también quería recibir el mismo trato. Saqué la lengua y lamí el glande. Ernesto suspiró en señal de aprobación. Me introduje la verga en la boca y empecé a chupar como si fuera un helado. Ahora no sólo se oían mis gemidos y los de Manuel, también los de Ernesto resonaban entre las montañas. Yo estaba a mil. Sentía mi sexo y todo mi cuerpo más sensible de lo que jamás hubiera estado; y como poco a poco el orgasmo iba creciendo desde el interior de mi sexo, extendiéndose por cada uno de los poros de mi piel, haciendo que mi vagina apretara el sexo de Manuel que seguía moviéndose sobre mí. Tuve que dejar de mamarle la verga a Ernesto para gemir con todas mis fuerzas. Sentí como Manuel se vaciaba dentro de mí y tras el orgasmo se tumbó a mi lado. Yo me giré hacía él y observé su cara de satisfacción. Pero Ernesto seguía ansioso por desahogarse. Así que se situó tras de mí, y sentí su mano hurgando entre mis nalgas.

¡Uhm, que agujerito más apetitoso! – Dijo acariciando mi ano con uno de sus dedos. Yo gemí en señal de aprobación.

Ernesto siguió meneando su dedo, introduciéndolo una y otra vez, haciendo que el placer y el deseo volvieran a mí. Para lubricarme más, dirigió su otra mano a mi sexo, acarició mi clítoris, luego descendió a mi vagina y con mis propios jugos humedeció sus dedos que luego llevó hasta mi agujero trasero. Gemí al sentir como entraban suavemente por mi puerta trasera.

¡Cómo me gusta este agujerito!

Manuel se levantó y se sentó cerca observándonos.

Ernesto siguió tratando de excitarme, acercó su verga erecta a mis nalgas, las separó y trató de adentrarse entre ellas. Sentí un leve dolor, aún no estaba lo suficientemente relajada. Así que Ernesot, restregó su verga por mi sexo, y siguió acariciando mi clítoris un rato. Cuando creyó que ya estaba totalmente relajada, volvió al ataque. Acercó su pene a mi agujero trasero y poco a poco lo deslizó hacía mi interior. Al principio sentí un poco de dolor, luego él empezó a moverse despacio y empecé a sentir el placer que esa fricción me producía, por lo que el dolor fue desapareciendo poco a poco.

¡Ah, tú culo es mío y sólo mío! ¿Verdad, putita? – Me susurró al oído.

Sí, es tuyo.

Ernesto empezó a empujar acelerando sus empellones gradualmente y haciendo que el éxtasis fuera creciendo en mí.

¡Toma, zorrita, toma mi verga! – Musitaba Ernesto mientras yo gemía excitada.

Manuel nos observaba sentado en el suelo, apoyando su espalda en un árbol.

Pero la posición era algo incómoda para ambos y sobre todo para los deseos de Ernesto de penetrarme hasta el fondo. Así que me empujó, tumbándome boca abajo sobre la hierba y situándose sobre mí, para que su verga entrara completamente en mi culo.

Emití un fuerte gemido de aprobación al sentir como me llenaba por completo y entonces Ernesto empezó a empujar cada vez con más fuerza, resoplando y gimiendo de placer al igual que yo hasta que ambos nos corrimos al unísono en un maravilloso orgasmo. El segundo para mí de aquella hermosa tarde.

Manuel gemía excitado, le miré, tenía su verga de nuevo enhiesta entre sus manos...

Desperté sintiendo mi entrepierna húmeda y recordé lo que acababa de soñar. Era la tercera vez en menos de una semana que tenía aquel sueño y ya habían pasado dos desde mi primera vez. Manuel y yo no habíamos vuelto a hablar de ello. Yo me sentía extraña, perder mi virginidad con otro al que apenas conocía no había cumplido mis expectativas, evidentemente, aunque el hombre al que amaba hubiera participado en cierto modo en esa primera vez. Quería decirle a Manuel que necesitaba sentirle dentro de mí, que le amaba y que lo que más deseaba en el mundo era sentirme una con él. Pero me frenaba esa razón por la que él decía que no podíamos hacerlo. Aunque también me moría de ganas por saber cual era esa poderosa razón que le había obligado a entregarme a otro.

Como el sueño se repetía noche tras noche y la angustia que este me producía crecía más y más en mí, tracé un plan. Conseguiría por todos los medios que Manuel y yo nos quedáramos a solas y entonces, lo torturaría haciendo que me deseara como nunca para que confesara y terminara haciéndome el amor. No estaba segura de que el plan fuera a funcionar, pero ¿qué podía perder? A fin de cuentas, si realmente me quería como él decía, acabaría cediendo.

Así, un mes más tarde de aquella primera vez, por fin tuve la oportunidad de quedarme sola en casa un fin de semana. Mis padres se iban a ver a la abuela; y yo con la excusa de tener que estudiar para un examen muy importante, logré convencerlos de que no podía ir con ellos, aunque me hicieron prometer que iría a comer a casa de mí tía y que ante cualquier imprevisto les llamaría sin falta.

El sábado a primera hora mis padres marcharon hacía el pueblo, que estaba a unos doscientos kilómetros de nuestra ciudad. Tras despedirles mi plan se puso en marcha. Había quedado con Manuel a las once en el banco de enfrente de mi portal. Así que me duché, me puse un vestido bastante sexy, estrecho, que marcaba perfectamente mis curvas y corto, por encima de la rodilla. La ropa interior también era sexy, de encaje negra como le gustaba a Manuel.

Me perfumé y bajé a esperarle. A los pocos minutos apareció sonriente, caminando hacía mí. Se acercó y me saludó dándome un intenso y largo beso en los labios y sin perder tiempo le dije:

¿Subimos a mi casa? Mis padres no están y podremos estar tranquillos.

No sé. – Dudó unos segundos.

Venga, siempre vamos a tu casa, ¿por qué no vamos hoy a la mía? – Le propuse, nerviosa y deseando que aceptara.

Me miró condescendientemente y finalmente dijo:

Está bien.

Así que sin perder tiempo lo cogí de la mano y tiré de él. En menos de cinco minutos estabamos en el piso. Cerré la puerta con llave, pues no quería que "escapara" y le hice entrar en el comedor.

Una vez allí le dije:

Tengo una sorpresita preparada para ti.

Lo hice sentar en el sofá, encendí la cadena de música y me puse a bailar para él. Poco a poco y al ritmo de la música fui quitándome la ropa. Manuel me miraba, y enseguida empezó a excitarse, supongo que pensaba que iba a masturbarme delante de él, como hacíamos frecuentemente, pero mis planes para aquel día iban más allá. Una vez completamente desnuda, me acerqué a él y me senté sobre su regazo, pegando mi sexo al suyo y restregándome lascivamente sobre él. Manuel empezó a gemir excitándose aún más. Cogí sus manos y las llevé hasta mis senos para que los estrujara, Manuel lo hizo y eso me excitó aún más, sentía mi sexo húmedo y deseoso de sentirle dentro y decidí decírselo:

Hoy quiero tenerte dentro de mí y no saldrás de aquí hasta que lo consiga.

Se quedó sorprendido al oír aquellas palabras. Soltó mis senos y trató de apartarme de encima de él diciendo:

No, no puede ser y tú lo sabes.

Pero como pude me mantuve sobre él y le contesté:

No me importa la razón por la que no pueda ser, eres un hombre sano, enamorado y que me desea, puedo verlo en tus ojos . ¿Por qué no quieres hacerme el amor como un hombre, como cualquier hombre?

Claro que quiero. – Me respondió. – Pero no puedo. Hice una promesa.

¿Una promesa? ¿a quién? ¿por qué? ¿Qué tipo de promesa es esa, que vale más que nuestro amor?

Sus ojos me miraron con pena y dolor, pero en lugar de decir algo se quedó callado:

Necesito saberlo. – Le increpé.

Bajó su mirada hacía mi vientre y empezó a decir:

Verás, estuve casado con una mujer a la que amé mucho, más de lo que nunca he amado a nadie. Pero murió hace un año por culpa de un cáncer y en su lecho de muerte prometí que jamás volvería a acostarme con otra mujer, para guardar su recuerdo limpio y.. – Se detuvo en su explicación. Supongo que porque en aquel momento pensó lo mismo que yo estaba pensando, que era una promesa estúpida.

Me abrazó con fuerza y pegó su cuerpo al mío. Luego empezó a besar mis senos desnudos y luego musitó:

¡Al diablo con esa estúpida promesa, te amo tanto como la amé a ella y realmente te mereces tenerme por completo! – De sus ojos empezaron a rodar dos lágrimas.

Acerqué mis labios a ellas y las lamí para secárselas, lo besé apasionadamente y le susurré al oído:

Te amo.

Te amo. – Repitió él, mientras sus manos acariciaban toda mi espalda, mis nalgas y una de ellas se perdía entre mis piernas arrancándome gemidos de placer.

Me cogió en brazos y me preguntó dónde estaba la habitación de mis padres. Me llevó hasta ella, y me depositó sobre la cama. Se desnudó completamente y luego empezó a besarme suavemente desde la punta del pie ascendiendo por mi pierna beso a beso, hasta llegar a mi cadera, siguió ascendiendo hasta mis senos donde se entretuvo besándolos, amasándolos, acariciándolos, mordiendo mis pezones y haciéndome estremecer de placer.

A ratos se detenía como si dudara de lo que estabamos haciendo, pero me miraba a los ojos y seguía. Sus manos acariciaban mi piel dándome un calor especial. Me sentía por fin feliz y no veía el momento de sentirle dentro de mí.

Manuel me hizo abrir de piernas, se situó entre ellas y acercó su lengua a mi clítoris, sentí como empezaba a lamerlo suavemente y como, poco a poco, movía su lengua de mi clítoris y mi vulva, trazando un húmedo camino que me hacía estremecer cada vez más. Con mis manos apretaba su cabeza contra mi sexo, para que se adentrara más y más entre mis piernas. Estaba a mil, ardiendo de deseo y placer, hasta que tuve que suplicarle:

¡Métemela ya, quiero sentirte dentro!.

Manuel no se hizo esperar. Se situó sobre mí, guió su erecta verga hasta mi húmedo agujero y muy suavemente me penetró, introduciéndose poco a poco en mí. Cuando le tuve totalmente dentro me sentí la mujer más feliz del mundo. Por fin tenía aquello que tanto había deseado en los últimos días; por fin el hombre al que amaba era mío, éramos dos en uno, uno dentro del otro.

Nos miramos a los ojos y sentí que deseaba estar así eternamente, luego Manuel empezó a moverse despacio, entrando y saliendo de mí, haciendo que su sexo rozara las paredes de mi vagina, haciendo estremecer cada vez más y más. En pocos segundos la habitación era un auditorio de gemidos placenteros emitidos por ambos. Sus besos cubrían mi cuello, mi boca y me hacían estremecer. Los míos iban desde sus mejillas hasta su cuello y su boca. Nos abrazábamos acompasando los vaivenes de nuestros cuerpos, sintiéndonos, hasta que la intensidad de mis gemidos anunció el orgasmo liberador. En ese momento Manuel empezó a arremeter con más fuerza y unos pocos segundos más tarde también se corrió llenándome con su semen. Me sentí la mujer más feliz del mundo en aquel momento. Por fin era mío y yo suya, para siempre.

Unos días más tarde de aquella primera vez fuimos juntos a la tumba de su mujer y depositamos unas flores. En aquel momento pensé que seguramente sería feliz al ver que su marido era feliz y capaz de rehacer su vida sin olvidar su amor.

Erotikakarenc. (Del grupo de autores de TR y autora TR de TR)

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