Le deseo (1)

Tras mucho tiempo de buscar una solución seguir los instintos y no los recuerdos es la única salida.

El deseo (1)

Se había convertido en un ritual. Un ritual tan vacío y cansado que ambos no sabíamos muy bien como ponerle fin. Nuestro problema habían sido siempre los finales. Eran algo que se nos daba bastante mal.

Llevábamos meses, incluso años, buscando una salida a nuestra relación. Ella es la mujer perfecta, yo el hombre enamorado. Eso no nos llevaba a ninguna parte. Hubo un momento en el que la intensidad del sexo entre nosotros era algo que pocos han podio experimentar. Cuando se ha vivido en el Olimpo la vida en el Parnaso ya parece un castigo. Vivir en el mundo es simplemente un purgatorio.

Pero nosotros seguíamos con nuestro ritual de personas civilizadas. Quedando, comiendo juntos, tomando café. Siendo amigos. Nos sentábamos uno junto al otro y escuchábamos los problemas, nos aconsejábamos, nos animábamos y así seguíamos en nuestros papeles sin demasiado esfuerzo. Nuestra relación no había sido tormentosa así que nuestra ruptura tampoco podía serlo y por ello, por el mutuo cariño que, pese a todo nos teníamos, ella aceptaba mi presencia y yo aceptaba su ausencia. Así estaban las cosas.

Y en una de esa charlas estábamos cuando todo ocurrió. Cuando se desató aquello que hoy se que era lo único que podía aparecer: La magia.

Estábamos en su casa, amplia y acogedora aunque con algunos malos recuerdos entre sus muros que me hacían estar en tensión en ocasiones, hablábamos de nuestras cosas: de su trabajo, de mi divorcio, saltábamos de un tema a otro sin pararnos demasiado en ninguno. La intensidad era algo que no nos convenía en ese momento. Habíamos tenido intensidad suficiente a lo largo de cinco años. Éramos los restos dolientes y cansados de esa intensidad.

Entonces me levanté y fui al servicio. Reconozco que el servicio no es un lugar muy propicio para que ocurran cosas extrañas y significativas y desde luego no es el receptáculo ideal para la magia o para formular deseos. Pero fue allí donde recordé. Fue allí donde me vino a la mente una frase que ella me dijo junto antes de tener nuestro primer encuentro sexual

  • ¿Estás dispuesto, aunque fuera una sola vez?

La mente me devolvió esas palabras de una forma tan vívida que por un momento creí que las había dicho ella a mis espaldas. Me giré y estuve a punto de errar el tiro en el inodoro. Sólo encontré una imagen de mi mismo devuelta a través del espejo. Suspiré y, por primera vez en mi vida, desee que Dios existiera para poder pedirle algo.

  • Deseo concedido - de nuevo la voz sonó fuerte en mi cabeza y de nuevo creía que volvía a alucinar. Me refresque la cara y salí de nuevo al salón-.

La mire y supe que no había alucinado. Mis ojos estaban cansados de buscarla, mis pupilas estaban agotadas de mirarla. Pero entonces no la busqué, no la miré. Simplemente la vi. Como si fuera la primera vez. Como si no la hubiera visto antes.

Sus piernas eran largas preciosas y perfectas y anunciaban un culo magnifico en tamaño y forma. Su figura mantenía la delicadeza y la fuerza que la hacía irresistible. Su escote se antojaba suculento aunque no abundante y su rostro sonreía, por primera vez la veía sonreír. Todas las veces anteriores se habían borrado de mi mente.

La confianza concede ciertas licencias y una de ellas era que ella estaba en camisón en su casa mientras hablábamos. Era una de esas camisetas largas que usan las mujeres para estar en casa, marcadamente poco eróticas. Me acerque a ella y la besé en los labios. Era un beso de esos que quedan de reminiscencia en las rupturas civilizadas. Pero yo no me acordaba de que habíamos roto, yo no me acordaba siquiera de que alguna vez había estado con esa maravilla de mujer que estaba en camisón ante mi.

Poco a poco transformé aquel leve roce de los labios en algo intenso, algo duradero, algo cálido. Mis manos se posaron sobre sus muslos. No sabía si el calor que sentía provenía de su piel o de la mía. Me daba igual el calor estaba allí. La caricia se hizo intensa subí mis anos hacia su entrepierna disfrutando del calor de sus muslos y del juego de su lengua dentro de mi boca. Besaba de maravilla.

Ella lo sintió y se retrajo. Se levantó del sofá de un salto e interrumpió el beso con dulzura.

  • Vamos a tomar algo - dijo con una sonrisa algo tensa- Voy a vestirme.

Desapareció por el pasillo y allí me quede yo con una sonrisa de tonto. Con la sonrisa que sólo tiene un hombre cuando logra arrancar el primer beso de los labios que desea. Me quedé sentado como si hubiera logrado una victoria definitiva. Saqué un cigarrillo y me dispuse a esperar. Siempre se espera de buen gusto en la primera cita.

No se cuanto tiempo paso, pero mereció la pena. Cuando apareció estaba magnífica. Una minifalda de piel negra, medias negras, botas de piel de caña alta. Los tacones tenían un efecto demoledor en la longitud de sus piernas. Las hacían infinitas. Una camiseta escotada completaba el conjunto. Su largo pelo con reflejos caobas peinado y echado a un lado y su rostro perfectamente hermoso aunque no hubiera estado tan exquisitamente maquillado.

  • ¿Vamos? -dijo con fuerza-

Me levanté con apatía como queriendo postergar el momento. Ella se giró y no puede dejar de observar la perfecta curva que su culo dibujaba debajo de la falda. Mientras abría la puerta la estreché por detrás. Ella se removió ligeramente pero yo me mantuve firme y comencé a besarla en el cuello, en el lado que dejaba libre su melena.. Al sentir los besos ella encogió el cuello en un mohín de ligera resistencia y pequeño placer.

  • No podemos seguir.... -comenzó a decir-

  • No te conozco -le susurré al oído. No se porqué le dije eso pero sentía que era lo que tenía que decir- No me quieres conocer

Ella se giró con una amplia sonrisa

  • ¿De modo que harías esto con cualquier desconocida?

  • Si esa desconocida eres tu. Si.

Mis dedos volvieron a ascender por sus piernas. La textura de las medias era agradable, no tanto como la de su piel, pero era agradable. Esta vez no iba a retirarlas. Seguí ascendiendo y la falda se levanto siguiendo mi recorrido. Por fin alcance con ambas manos el magnifico culo y lo agarré con fuerza. Lo acaricié mientras mi lengua se hundía en su boca y la suya jugueteaba con la parte interior de mis labios.

La apoye contra la puerta y continué besándola mientras acariciaba sus portentosas nalgas. Ella se mantenía agarrada a mi cintura y seguía con los besos. Unos besos cálidos y continuados. No nos hacía falta el aire. El otro nos daba el suyo. A ella siempre le había gustado besar y ser besada.

Sentí sus manos subir por mi espalda tocando mi piel por debajo dela camisa y yo descendí de nuevo por la calidez de sus piernas deteniéndome un momento en su sexo. Estaba caliente. Saque las manos de debajo de la falda y las deslice por debajo de su camiseta. Por un momento mi boca abandonó sus labios y busco sus pechos. Beses su escote y bajé uno de los tirantes de la camiseta para poder acceder mejor a sus magníficas tetas. No eran espectaculares. No tenían la rigidez de la falsedad ni la extremada turgencia de la juventud desafiante. Pero eran magníficas. Acaricié una de ellas bajo el sujetador y la extraje lo suficiente como para poder lamer y besar el pezón. A los pocos segundos estaba erguido y tenso.

Ella arqueó la espalda en un latigazo de placer. Sus manos se aferraron a mi cuello y volvieron a conducir mi boca hacia sus labios. Mi lengua volvió a hundirse en esa húmeda calidez.

  • Vamos a la habitación - me dijo en uno de los momentos en los que apartó sus labios de los míos-

  • No. Esta vez no - le susurré de nuevo - No te conozco ¿recuerdas?. Estoy improvisando.

Y sin dejar de besarla la hice caminar de espaldas hacia el salón. Mis manos volvían a acariciar y apretar su portentoso culo por debajo de la falda que ya era sólo una tira de tela arrugada alrededor de su cintura. Ella iba a tumbarse en el sofá, pero la sujeté y me giré para ponerme a su espalda. De nuevo la bese en el cuello y ella lo volvió a encoger. Mis manos buscaban sus tetas por debajo de la camiseta y del sujetador. En un instante estuvieron sobre ellas y las acariciaron y estrujaron. Me senté en el sofá

Ella permaneció de pie. De espaldas a mí y yo comencé a bajarle la falda. El movimiento de sus caderas para permitir que la falda cayera fue excelso y yo me maravillé de la perfecta forma de sus nalgas dibujadas y resaltadas por las medias, una prenda que ella no solía ponerse, ya que prefería los panties. Mi miembro en esos momentos hacía tiempo que ansiaba saltar de los pantalones, tieso y empinado. Comencé a besar aquel magnífico culo que sólo estaba oculto tan sólo por una minúscula tanga. Aquellos besos, aquel recorrido por su carne se llevó de nuevo los recuerdos. Los recuerdos de las peleas, los recuerdos de la monotonía y los recuerdos de un amor que nos había agotado.

Continué besando y lamiendo su fantástico trasero mientras ella intentaba, echando las manos hacia atrás alcanzar, alcanzar mi cabeza. Intentó girarse para ponerse de frente. Yo dejé de acariciarle las piernas y con ambas manos le sujete las caderas para impedir que se girara.

  • El que improviso soy yo -dije con un fingido tono de autoridad- Luego llegara tu turno.

  • Te tomo la palabra - dijo ella riendo. Su risa se quebró en un leve gemido cuando mis dedos alcanzaron su sexo-. Se inclinó hacia delante y se apoyó con las manos en la mesita de centro que estaba delante del sofá. Mi lengua subía y bajaba a lo largo de sus nalgas mientras que mis dedos acariciaban ligeramente y con suavidad su coño. La curva que hacía su cuerpo apoyado sobre la mesa se hacía y se deshacía continuamente en sinuosos espasmos de placer. Los míos se mantenían dentro del pantalón. No había prisa.

Incliné la cabeza para poder acceder al interior de sus muslos con mis labios y mi lengua. En cuanto ella lo sintió abrió más sus magnificas piernas y mis dedos pudieron acceder hasta lo mas bajo de sus labios íntimos y acariciarlos con más intensidad y mas fuerza. Mis besos comenzaron a avanzar por la parte interior de sus muslos mientras ella hacía un esfuerzo por permitir que mis labios se mantuvieran ahí. Su cuerpo se contraía ante la cercanía de mis labios a su sexo. Yo me dedicaba a jugar con ella y con su cada vez más intensa excitación. Una de mis manos bajaba por sus piernas siguiendo la línea de la media mientras mi boca recorría sus muslos, besando desde atrás las cercanía de su coño hasta el punto de que mi otra mano, que seguía acariciándolo por debajo de la braga estaba a un centímetro escaso de mi nariz.

Utilicé esa mano para apartar la cinta del tanga. Ella se acomodó algo molesta por la presión que la prenda comenzó a ejercer sobre su sexo, pero un instante después volvió a gemir y a agitarse cuando mi lengua llegó a su vagina. Fue un suspiro intenso que de nuevo se quebró en un mohín de queja cuando, un instante después retiré de ese jugoso manjar mi lengua y mis labios. La cinta del tanga restalló contra su culo al tiempo que lo hacía mi mano contra una de sus nalgas. Ella se contrajo ante el envite pero permaneció a la espera. Con una mano se apoyaba en la mesa y con la otra intentaba, girándose, hacia atrás, amarrarme la cabeza para volver a ponerla en el sitio en el que quería que estuviera, es decir, entre sus piernas, con mis labios y mi lengua jugando con su sexo.

Yo, cómodamente sentado en el sofá, podía evitar sus intentos lo que no hacía otra cosa que aumentar su excitación. Durante unos instantes jugamos a ese juego. Cada vez que fallaba en su intento de acercarme se quejaba con un mohín y recibía un leve cachete en su portentoso culo. Por fin volvió la cabeza.

  • Sigue - no era una petición, era una orden -

  • Tengo que hacer algunos cambios en tu vestimenta para estar cómodo. Sino no podré seguir -dije yo sonriendo-. Sin esperar respuesta deje las caricias en su sexo y en sus culo y agarre la tira del tanga con ambas manos. De nuevo aquel magnífico cuerpo se estremeció y se contrajo esperando una nueva acometida. Romper unas bragas no es tan fácil como parece en las películas. Lo he aprendido con el tiempo. Así que sujeté la delgada tira con ambas manos y tiré en sentidos opuestos. La prenda, negra y delicada se desgajó pero permaneció sujeta entre las sus piernas. Un nuevo tirón y salió frotándose contra su sexo y orinando un quejido entre el dolor y el placer. Cayo al suelo y con ella cayeron también los recuerdos de mis traiciones y de sus desidias, los recuerdos de sus silencios y de mis cansancios; los recuerdos de sus enfados y de mis gritos. Con ella cayó el recuerdo y se alzo el placer.

  • Ya estas lista - dije mientras seguía acariciando sus nalgas ahora libres por completo del tanga - ¿quieres que siga?

Su risa era más excitante que cualquier gemido de placer - Sigue - volvió a ordenar.

  • Pues tendrás que pedirlo -volví a ese tono de falsa autoridad y alejamiento, aunque mi miembro estaba de todo menos alejado de la situación- Recuerda que no te conozco, no se lo que quieres-. Me levante y apreté su cuerpo contra mi miembro. Ella se frotó sinuosamente haciendo círculos. Creía que era imposible que se me pusiera más dura. Como en otras muchas ocasiones con ella, me equivoqué. Y lo hice por partida doble porque mi excitación subió un punto más cuando escuche sus palabras.

  • Hazlo -ahora la que adopto un tono de fingida desesperación fue ella. Luego paso a un hablar dulce- Por favor, anda, sigue.

Giré en torno a ella sin dejar de acariciar su coño, que estaba ardiendo y bastante mojado. Con un leve movimiento giré sus caderas y luego la solté. Aquella maravillosa anatomía cayo sobre el sofá y yo comencé de nuevo mi recorrido de besos y lametones por sus piernas. Volvía a pararme en las cercanías de su vagina y bese alrededor, a escasos milímetros de sus labios. Esta vez no pudo esperar. Ahora, tumbada, podía extender las manos y tomar mi cabeza. La empujó desesperadamente hacia el interior de su entrepierna. En el momento en el que comencé a devorar aquella ambrosia, abrí los ojos y la contemplé. Los ojos cerrados, la boca entre abierta, el cuerpo sudoroso y brillante, los pezones erectos. La imagen misma del placer.

Proseguí anclado a aquel manjar. Mis labios tomaban y soltaban los de su entrepierna y cada una de esas succiones generaba un instante en el que su cuerpo se contraía, sus piernas se retorcían. Se las sujete un instante, pero luego, mientras mi lengua descubría los puntos y las cadencias que la hacían disfrutar, volví a deslizarlas por debajo de su camiseta hasta alcanzar sus pechos. El sujetador había desaparecido en uno de los cambios de posición y así podía disfrutar perfectamente de sus tetas, las cuales estrujaba y acariciaba sin mirarlas, disfrutando tan sólo de su tacto y haciendo círculos con los dedos en torno a los pezones.

Ella seguía contrayéndose. Note como su cuerpo estaba tan tenso que sus nalgas estaban contraídas como si esperara un golpe. Sin dejar de sujetar sus pechos detuve el trabajo de mi lengua en sus labios y su clítoris.

  • Noooo - la queja era tan genuina que me hizo trempar aún más. Era casi un sollozo- Ahora no. Buscó con sus manos mi cabeza pero ya no estaba allí, deslicé mi cuerpo sobre el suyo y cambie de labios. La besé profundamente y luego la susurré al oído.

  • Si quieres que siga tendrás que estarte quietecita, sino resulta muy difícil

  • Eres malo -sus ojos apenas se abrieron, respiraba con dificultad- Lo que quieras, pero sigue

  • ¿Lo prometes?

Por toda respuesta apoyó sus manos en mi coronilla y empujó mi cabeza hacia abajo. Yo aproveche para subir su camiseta y dejarla arrugada bajo sus axilas. Descendí rápidamente parándome un instante en succionar cada uno de sus pezones.

Volví a meter mi rostro entre sus piernas y descubrí con la punta de la lengua el comienzo de sus labios. Ella se agitó.

  • Si te mueves me paro -le dije

  • Joooo, por favor

Mi boca volvió a buscar su ya más que húmedo coño y uno de mis dedos comenzó a introducirse lentamente hacia el interior. Notaba como su cuerpo permanecía tenso para evitar el movimiento. Varias veces no lo consiguió y un pequeño movimiento delató lo que sus suspiros y gemidos estaban anunciando a voz en grito. Me detenía un instante. Pero no podía parar mucho tiempo. Estaba disfrutando demasiado.

Mi dedo seguí trabajando en su interior y cada vez que acariciaba alguna de las paredes ella exhalaba un profundo suspiro. Fui acelerando el ritmo con lengua y dedo hasta que le resultó imposible mantenerse quieta

  • Por favor - fue lo único que pudo decir antes de tensar sus piernas y atenazar entre ellas mi cabeza. Luego dos profundos gemidos y mi mano empapada anunciaron que había llegado el momento de su primer orgasmo. Lo disfruté entre sus piernas, sosteniendo mi mano junto a su coño. Ella se giró un poco y apretó fuertemente las piernas y así se mantuvo durante varios segundos contrayéndose y gimiendo. Me aparté de entre sus piernas y le besé la espalda. Mientras aún frotaba mi mano dentro de su entrepierna. Ella se giró sonriente y complacida. Sus jugos lejos de ensuciar parecía fluidos destinados a limpiar. Y limpiaron el sexo sin placer; limpiaron los intentos fallidos; limpiaron las negativas por cansancio; limpiaron la perdida de la pasión. Limpiaron todo lo que no nos había dejado disfrutar de nosotros mismos.

  • No hemos hecho otra cosa que empezar - le dije y la besé de nuevo en los labios. Un beso tan profundo que estuvo a punto de dejarme sin aire- Ahora te toca a ti. Yo sigo improvisando.

  • ¿Qué quieres? -me dijo ella, respirando aún con dificultad-

  • Veamos que se me ocurre

continuara...........