Lazos Prohibidos 2: remordimientos

Continuación en la que los protagonistas toman consciencia de sus actos.

Lazos prohibidos: Remordimientos

Hola de nuevo, éste es el segundo relato de una serie de siete. Como comenté en el anterior una amiga mía y yo nos hemos propuesto escribir un relato en cada categoría y he decidido agruparlos en cuatro series y dos relatos sueltos. Recomiendo leer Lazos Prohibidos: El primer amor para entender este relato, sin más espero que os guste.

El recuerdo de lo sucedido se fue desvaneciendo lentamente mientras mis ojos se cerraban, estaba agotado física y mentalmente por lo sucedido con mi prima aquella noche. Mis pensamientos no dejaban de debatirse entre el remordimiento y la excitación, al final caí dormido.

Las primeras luces del alba irrumpieron en la habitación despertándome con un terrible dolor de cabeza, con todo el lío de la noche había olvidado bajar la persiana. Tardé unos minutos en tomar consciencia de lo que había ocurrido y durante unos momentos pensé que todo había sido un sueño, pero entonces pude ver que con las prisas mi prima había olvidado su ropa interior en el suelo y de nuevo me invadió la culpa.

Me senté en la cama apoyando mi cabeza sobre mis manos, ¿qué habíamos hecho? Éramos primos, familia... y nos habíamos dejado llevar por la pasión del momento. Nerea debía pensar que yo era un monstruo cuanto menos, era su primo mayor y debía haber cuidado de ella; pero no sólo no lo hice, sino que además casi abuso de ella aprovechando su embriaguez.

Me levanté de la cama para coger su prenda, la sostuve entre mis dedos mientras sentía una inundación de melancolía. ¿Realmente estaba mal lo que habíamos hecho? No se trataba de algo impuro, al menos yo no lo sentía así, pero por otro lado estaba claro que no era algo normal que dos primos...

Un ruido al otro lado de la puerta me alertó, como un resorte lancé las bragas de mi prima bajo la cama para evitar que me vieran con ellas en las manos, lo único que faltaba es que también me considerasen un pervertido. Se trataba de Silvia, quien parecía sorprendida de verme despierto y de pie sólo en boxers.

  • Luis, tengo una noti... ¿qué haces así?

  • Eeh, no tenía mucho sueño... y pensaba vestirme cuando has entrado... ¿es que no sabes llamar? - Le dije haciéndome el ofendido.

  • Lo siento Luis, pensé que estarías durmiendo y quería despertarte con la noticia. Anda vístete. - Silvia se dio la vuelta sonriendo, mientras yo iba al armario que me habían cedido para coger unos pantalones.

  • Oye, ¿qué hora es? ¿No tendrías que estar trabajando?

  • Esa es la sorpresa primito.- Dijo dándose la vuelta sin esperar a que le avisara. - Me han dado el día libre y podré celebrar tu cumpleaños contigo, por un día soy completamente tuya.

Sus palabras, aunque sin mala intención, me turbaron; trajeron a mi mente de nuevo los recuerdos de lo que sucedió anoche, y de lo que pudo haber sucedido si no llegamos a reaccionar con el gemido de Nerea. Me sentía la persona más sucia del mundo y Silvia quería recompensarme, no lo merecía. ¿Pero qué podía decirle?

  • Silvia, estoy algo cansado... ayer salimos Nerea y yo y estuvimos hasta muy tarde... - Silvia se separó de mí mientras en su rostro se dibujaba una gran decepción, sin duda pensaba que la estaba menospreciando.

  • Es decir, que para Nerea sí que tienes tiempo. ¿Crees que yo no estoy cansada? He estado trabajando mucho estos días y no de fiesta como tú pero pensé que te haría ilusión poder quedar conmigo al fin. Después de todo para eso viniste a Madrid ¿no? ¿Desde cuando te llevas tan bien con Nerea?

Aquellas palabras me dolieron, pero no tanto como mi actitud hirió a Silvia. No podía decirle que no después del esfuerzo que estaba haciendo por mí, aunque lo único que quería durante ese día era tirarme en la cama hasta desfallecer de nuevo. La culpa me corroía por dentro, pero por otro lado, ahora que lo pensaba, si me iba con Silvia durante todo el día no tendría por qué soportar ver a Nerea, quien a estas alturas debería despreciarme más allá de lo que cualquier persona podría soportar.

  • Lo siento Silvia, tienes razón... además, tampoco me llevo tan bien con tu hermana. Sabes de sobra que sólo salgo con ella porque tú te dedicas a trabajar todo el día. - Mentí. - Estoy cansado pero me apetece salir, gracias por organizarlo.

  • No seas tonto, ya sabes que lo hago encantada. Ya verás te va a encantar, tengo preparada una ruta por todo Madrid.

Estupendo, lo último que deseaba en ese momento era irme a hacer una aburrida ruta turística que seguramente incluyera los principales museos y monumentos. Al menos así podría intentar pensar en otra cosa.

Terminé de vestirme y fuimos al comedor para preparar el desayuno, mi tía ya se había ido al trabajo y Nerea por suerte aún no se había levantado, así que comimos solos mientras Silvia me contaba con pelos y señales cada uno de los lugares que visitaríamos durante el resto de la mañana y parte de la tarde. Por supuesto, a penas presté atención a lo que me decía.

Entonces entró Nerea, iba vestida con el mismo camisón de anoche y por lo que parecía no se había puesto ninguna ropa interior. Su pelo desbaratado caía sobre su espalda de un modo gracioso y tenía los ojos entrecerrados dándole un aspecto muy tierno. Nerea estiró los brazos mientras bostezaba arrugando su pequeña nariz recordándome la expresión de una perrita que tuve hace tiempo cuando era un cachorro. No pude evitar sonreír.

  • Buenos días. - Dijo Nerea con desgana, pero al menos nos hablaba que era más de lo que podía esperar.

  • Hola dormilona, hoy me llevo al primo a dar una vuelta así que estás libre. ¿No te quejarás no?. - Comentó Silvia.

  • Todo tuyo, no tenía intención de estar con él hoy... me voy a casa de María a dormir, allí al menos tengo una cama para mí.

Aquello me sorprendió, al parecer sí que estaba molesta, o al menos volvía a ser la misma cría borde y desagradable que cuando llegué a Madrid. Y aún así no podía evitar sentirme atraído por ella, debía ser un enfermo. Agaché la cabeza asumiendo que tenía motivos para no querer verme, ni estar conmigo... supongo que necesitaría tiempo para perdonarme, si es que llegaba a hacerlo alguna vez.

  • Ey, tú te lo pierdes enana. Y tú no te dejes avasallar así primo, esta cría no sabe ni lo que dice. - Me defendió Silvia.

  • Da igual, déjala... supongo que sólo soy un intruso que le ha robado su intimidad. - Nerea me lanzó una mirada entre agresiva y asustada, como si pensase que iba a contar lo de anoche. - Una chica necesita su propio dormitorio.

  • Lo que tú digas Silvia... avisa a mamá cuando vuelva. - Nerea se levantó de mala gana de la mesa con su tostada en la mano y salió hacia la habitación de su madre, donde tenía todas sus cosas mientras yo invadía la suya.

  • ¿Y a esta qué le pasa? Bueno da igual, termina rápido que tenemos que irnos o no podremos aprovechar el resto del día.

Dicho y hecho, terminamos de desayunar y nos pusimos en marcha. Lo cierto es que mi prima Silvia tenía un sentido muy extraño de lo que podría resultar interesante para mí, por la mañana vimos el museo del Prado, algunos monumentos del centro de Madrid y el museo arqueológico; aquello me dejó completamente agotado pero al menos había logrado despejar un poco mi mente.

Sobre las tres de la tarde mi estómago empezó a pedir un poco de clemencia y así se lo hice saber a Silvia, a penas había desayunado por la mañana y tras esa larga caminata cultural lo justo era recompensar al cuerpo con un capricho culinario, pero al parecer Silvia tenía planes distintos.

Aquella fue la primera vez que entré a un restaurante chino, estaba bastante asustado de lo que podría encontrarme allí y Silvia tuvo que hacer gala de sus mejores formas de persuasión para convencerme de que entrase a un lugar donde seguramente te servirían gatos y ratas en su propio jugo, por suerte me equivocaba.

Pedimos un menú para dos personas y tras superar mis miedos iniciales pude descubrir que aquella comida no estaba tan mal, de hecho resultaba deliciosa. Mientras comíamos me mantuve en silencio hasta que Silvia decidió que aquello era suficiente y rompió el hielo.

  • ¿Qué sucede? ¿No te gusta la comida?

  • No es eso, al contrario... esta rata está buenísima. - Le dije intentando sonreír para acompañar la broma, aunque a Silvia debió parecerle más una mueca grotesca.

  • ¿Entonces? Estás muy raro desde esta mañana. ¿Te pasó algo con Nerea ayer?

  • ¿A mí? No... nada, ¿por qué preguntas eso?

  • No sé, parecía que empezabais a llevaros bien y de repente volvéis al punto de partida. - Mi prima se mantuvo en silencio y al ver que no le respondía continuó. - Sois unos críos, no sé qué os habrá pasado pero deberíais hacer las paces.

  • Ya, bueno... pero no hablemos de Nerea ahora. ¿Estoy contigo no?.

Tras el almuerzo seguimos con la ruta turística planteada por Silvia que nos llevó a recorrer todo el mundo de la cultura en Madrid, en mi vida había visto tantos lugares juntos. De lo que más disfruté fue con el museo de cera, que me pareció apasionante y aunque me sirvió como punto de evasión pronto volvimos a casa para recordarme mis pecados.

El viaje me había dejado agotado, todo el día caminando por Madrid en pleno Agosto no podía ser bueno, estaba empapado en sudor y necesitaba una ducha relajante, así que en cuanto pisamos la casa se lo comenté a Silvia y fui directo a la ducha.

Al entrar en el baño me paré frente al lavabo, abrí el grifo y me eché un buen puñado de agua en la cara, me encontraba decaído y necesitaba refrescarme. Mi expresión iba más allá del agotamiento físico, no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido anoche y aquello me estaba matando. En mi interior se estaba pugnando una lucha entre lo que era correcto y lo que deseaba.

Me quité la camiseta y la lancé al cesto de la ropa sucia, contemplé mi torso frente al espejo que era algo que me gustaba hacer antes de una ducha. Mi cuerpo no estaba demasiado mal, no es que fuera el típico cachas de gimnasio pero en aquella época estaba más o menos en forma. Finalmente me desprendí de mi pantalón y mis boxers y me metí en la ducha abriendo el grifo del agua fría.

El contraste de temperaturas me provocó un escalofrío pero consiguió despertarme un poco, así que durante unos instantes me recreé en esa sensación, luego abrí un poco el agua caliente para encontrar una temperatura más agradable. Agarré el bote de gel de avellanas y eché un poco en mis manos para a continuación pasar a esparcirlo por mi pecho y mis brazos, la sensación era muy agradable y sentía como revitalizaba mi cuerpo.

Una vez mi torso estuvo completamente enjabonado me agaché para hacer lo propio con las piernas, aprovechando el momento para darme un pequeño masaje relajante en ellas. El placer de aquel masaje junto al agua cayendo sobre mí me hizo relajarme y cerré los ojos para disfrutar al máximo del mismo.

Entonces empecé a imaginar que eran las manos de Nerea las que recorrían mis piernas aplicando aquellas suaves caricias y comencé a excitarme de nuevo. Mi conciencia quería luchar para que no pensara en mi prima de aquella forma pero el placer que me estaba invadiendo pudo más. Mis manos recorrían cada centímetro de mis piernas enjabonándome bien y subiendo poco a poco a través de ellas, y mientras tanto mi pene empezó a despertar también.

Cuando mis manos llegaron a mi cintura las dirigí lentamente hacia mi miembro, que en aquel momento había alcanzado una erección que pocas veces había conseguido antes. Suavemente pasé mi mano izquierda por mis testículos enjabonándolos con aquel gel y disfrutando de las suaves caricias como si fuera la propia Nerea quien lo hiciera. Mi mano derecha se deslizó a través del tronco de mi pene acariciándolo, sintiendo su dureza y provocando que soltara un pequeño gemido.

Por más que anoche me masturbase no había logrado deshacerme de la excitación que me producía mi prima así que casi de forma autómata empecé a deslizar mi mano con un movimiento suave pero constante a través de la piel de mi miembro. Nunca antes me había masturbado en la ducha y la sensación mezclada del jabón y el agua cayendo sobre mí mientras me acariciaba aumentaban el placer a cotas insospechadas.

Poco a poco el ritmo de mi mano fue aumentando, imaginaba que mi prima estaba allí conmigo, y que el agua de la ducha caía sobre los dos. Imaginaba su cuerpo adolescente, su piel blanca y tersa con la suavidad de la piel de un melocotón. Veía como sus dos pequeños pechos se movían al compás de su agitada respiración a escasos centímetros de mi cuerpo. Sus ojos y su boca entreabiertos por la excitación que sin duda debía sentir pedían a gritos que saciara mis ansias de besarle mientras su mano recorría mi pene cada vez más rápido.

Y entonces volví a ser consciente, aquello no podía estar bien. Era mi prima, la pequeña Nerea, quien estaba ocupando mis más perversos deseos. ¿Por qué tenía que ser ella? Solté mi pene y me apoyé con ambas manos contra la ducha mientras mi cabeza no dejaba de pensar en lo sucedido, esto no podía seguir así y quizás lo mejor era que interrumpiera mis vacaciones.

Apagué la ducha y salí cogiendo una toalla para secarme, aunque por más que intentase pensar en otra cosa no podía quitarme a Nerea de la cabeza. Mi miembro seguía excitado y pidiendo algo de atención, pero no podía ser, ya era suficiente lo que había ocurrido anoche como para que encima me diera placer pensando en Nerea. Me envolví con la toalla y salí del baño para ir a la habitación a vestirme. Al salir comprobé que Silvia había salido de la casa, supongo que aprovecharía que me estaba duchando para hacer algún recado.

Entré en la habitación de mi prima Nerea y cerré la puerta con seguro, la toalla se deslizó de mi cuerpo hacia el suelo y desnudo como estaba me senté en la cama a pensar. Levanté la vista y la fui posando sobre cada elemento de la habitación de Nerea. Por todas partes podía ver como había posters de sus ídolos favoritos, peluches y fotografías, aquella era la habitación de una chica que empezaba a cambiar de niña a mujer y que comenzaba a despertar sus primeros instintos sexuales, y yo había estado a punto de estropearlo todo.

Me fijé en una foto en particular, en ella Nerea estaba junto a las chicas de su equipo de balonmano y se mostraba feliz y risueña, justo como le había conocido estos días atrás. Era una persona tan distinta de aquella seria y borde con la que me había encontrado al llegar a Madrid que a penas podía creerlo, y yo había destrozado toda esa magia por un momento estúpido de excitación.

Entonces mi pie notó algo al echarse hacia atrás, eché la vista al suelo y allí se encontraba la prenda que Nerea había olvidado la noche anterior. Desnudo como estaba me agaché y la recogí entre mis manos observándola detenidamente. Era una prenda de niña, pero contrastaba con los olores que transmitía de su excitación. Casi como un instinto llevé aquella delicada prenda a mi nariz y aspiré sus olores haciendo que mi pene creciera aún más.

Eché mi cuerpo hacia atrás y empecé a masajear de nuevo mi pene con mi mano derecha, y mientras tanto mi mano izquierda sostenía con fuerza aquel trozo de tela. El ritmo de mi mano fue acelerando poco a poco, dejándome sentir cada movimiento, cada latido de mi corazón reflejado en mi pene. Volví a cerrar los ojos y a imaginar que era Nerea quien me masturbaba. Llevé su prenda a mi nariz aspirando su olor, el cual traía a mi mente unos recuerdos muchos más vívidos de lo ocurrido anoche en aquella misma habitación.

Imaginé que no nos habíamos asustado y que Nerea no había salido corriendo, sino que por el contrario se quedó allí, de pie, disfrutando de mis caricias en su sexo. Imaginé como mi lengua recorría aquella gruta húmeda proporcionándole un placer infinito y que ella se dejaba llevar en medio de aquel éxtasis.

Sentí como sus manos bajaban sobre mi cabeza acercándome más a su sexo, impidiéndome que me separase y hablándome suavemente pidiendo que aquellas caricias nunca terminaran. Luego imaginé que me levantaba y la recostaba a ella sobre la cama, tumbándome a su lado mientras ambos nos acariciábamos los cuerpos mutuamente. Yo pasaba los dedos suavemente por sus perfectos senos que se mantenían firmes pero esponjosos y ella agarraba mi pene con firmeza mientras seguía un movimiento continuo, arriba y abajo, arriba y abajo.

No quería abrir los ojos porque tenía miedo de descubrir que aquello no era verdad, sabía que Nerea no estaba a mi lado y que posiblemente nunca más lo estuviese. Aquello no podía hacerse realidad pero nada me impedía disfrutarlo en mi imaginación, después de todo tampoco había nada malo en imaginarlo.

Mis movimientos se fueron acelerando y entonces se me ocurrió algo para sentir mucho más cerca a mi prima, deslicé mi mano izquierda junto a sus braguitas hacia mis testículos y empecé a masajearlos con ese trozo de tela en mis manos. La respiración se volvió irregular, y oleadas de placer recorrían mi espalda. Aquello era más de lo que podía soportar.

Aumenté mi ritmo cada vez más, estaba al borde del orgasmo pero no quería correrme todavía, necesitaba prolongar ese placer hasta donde fuera posible. Haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad retiré mi mano del pene, quien protestó por el repentino cambio de sensaciones. Subí ambas manos hacia mis pechos y empecé a acariciarme los pezones imaginando que eran los de Nerea.

Quería morirme, pero ya no importaban los remordimientos, ahora se sentía que moría de puro placer. Volví a bajar mi mano hacia mi pene para continuar masturbándome, esta vez de forma furiosa, de forma salvaje, como si fuera una bestia cuyo único instinto era calmar aquella necesidad.

Me incorporé en la cama y abrí los ojos, allí estaba mi prima Nerea sonriéndome a través del marco de aquella foto. Solté un enorme gemido gutural. Mi prima despertaba en mí instintos que nunca antes había experimentado. Lujuria en estado puro, amor, nada importaba ya, sólo sabía que necesitaba estar con ella, acariciar su cuerpo, sentir su aroma, besarle.

Finalmente el orgasmo me alcanzó haciendo que varios latigazos de semen salieran disparados hacia el suelo, nunca antes me había corrido con tanta intensidad. El placer inundó todo mi cuerpo y daba gracias a que Silvia había salido de la casa porque mis gemidos debieron escucharse en todo el edificio.

Luego volví a caer rendido sobre la cama, había manchado el suelo, mis piernas y las bragas de mi prima Nerea. Descansé unos instantes y tomé consciencia de lo que había hecho. Como pude me levanté y con la toalla limpié un poco el estropicio que había hecho, luego miré las braguitas de mi prima y me las llevé a la nariz por última vez para guardarlas en un bolsillo de mi maleta.

Finalmente fui a un cajón y cogí unos boxers limpios para ponérmelos. Una vez lo hice me tiré boca abajo en la cama, no quería saber nada de nadie, lo único que quería era llorar. Si no me iba de allí pronto podría hacer una locura.