Lavando la ropa sucia

Hay veces que para continuar con tu vida, se necesita cortar de tajo el pasado.

Raúl buscó en sus bolsillos sin encontrar una sola moneda. Necesitaba al menos una para que la máquina de lavado funcionara, pero nada. De cada bolsa en que metía la mano, sólo sacaba billetes y tarjetas de crédito. No le quedaba otra opción que ir a casa en busca de una.

Ese no habría sido problema si su ropa no se encontrara ya dentro de la lavadora, con todo y detergente. Si se marchaba dejándola ahí dentro, existía la posibilidad de que no estuviera a su regreso, pero si se la llevaba consigo antes de haberla enjuagado, de seguro se mancharía. Por primera vez en su vida, se odió por esa costumbre que tenía de tirar las monedas a la basura. Siempre argumentó que no servían para nada, pero estando ahí en la lavandería, necesitando de una para limpiar sus prendas, se dio cuenta de que estaba equivocado.

Luego de mucho pensar, finalmente se decidió por dejar la carga dentro de la máquina mientras él caminaba a su casa en busca de cambio. Prefería despedirse de su camisa favorita antes de verla llena de manchas de jabón, pero para su fortuna, eso no sucedería. Cuando miraba por última vez su ropa a través de la ventanilla, dispuesto a abandonarla a su suerte, una mano le ofreció una moneda. Como si se tratara de un indigente al que le ofrecen un trozo de pan caliente, el emocionado sujeto tomó el dinero sin preguntarse nada y puso a funcionar la lavadora.

- Muchas gracias. En verdad que me ha salvado la vi... - Raúl no terminó la frase. Cuando descubrió la identidad del extraño que había impedido que perdiera su ropa, enmudeció.

Se trataba de Saúl, un viejo amor al que no había visto en mucho tiempo. Los dos permanecieron callados e inmóviles por un buen rato. Se limitaban a mirarse, como preguntándose si era cierto lo que veían, como reconociendo los cambios que los años habían dejado en ambos. A pesar de que el reencontrarse, tal como se reflejaba en sus ojos, era motivo de gran felicidad, ninguno se decidía a decir o hacer algo.

Fue Saúl quien, después de largos minutos de un tenso silencio, dio el primer paso. Dejando sobre una de las máquinas la cesta en que cargaba la ropa sucia, se acercó a Raúl y lo abrazó con todas sus fuerzas. Él correspondió al gesto con la misma intensidad. Al separarse los dos se recorrieron con la mirada de arriba abajo, otra vez reconociendo el trabajo del tiempo. Se sonrieron mutuamente y, después de tomar asiento, entonces sí comenzaron a charlar.

- No es que no me de gusto verte, pero... ¿qué haces aquí? - Preguntó Raúl.

  • ¿Qué no ves? Lo mismo que tú, lavar la ropa sucia. - Respondió Saúl, fiel a su sentido del humor y metiendo sus prendas en la lavadora.

- No, hablo en serio. ¿Qué estás haciendo en la ciudad? ¿Cuándo llegaste?

  • Llegué apenas hace un par de días. No se si estabas enterado, pero me fui a vivir al extranjero cuando...

- Cuando te casaste con Mónica. Por supuesto que estaba enterado. Yo sí estaba interesado en ti, en lo que te pasaba y en lo que hacías. Cuando no...aquel día llamé a tu casa y me dijeron que habías salido de viaje, que tenías que resolver algunos detalles de tu boda o algo así. Semanas después me enteré de que finalmente te habías casado y no regresarías a México. Entonces me convencí de que no te había importado tanto como decías.

  • Lo siento mucho. Nunca quise lastimarte, pero tú sabes que...

- No tienes porque disculparte. Créeme que entiendo a la perfección porque lo hiciste y si te comento esto...no es para reclamarte o hacerte sentir mal. Si te lo digo es porque así fue y nada más. Ya no queda nada de aquel odio ni de aquella rabia que sentí cuando no llegaste a nuestra cita. Hace mucho tiempo que dejaste de dolerme.

  • Entonces... ¿no me guardas rencor? ¿No me odias?

- Claro que no, pero no hablemos más de ese tema. Tenemos mucho tiempo de no vernos. Hay muchas cosas de que hablar y el ciclo de lavado no dura tanto. Cuéntame qué fue de tu vida. ¿Cómo es la vida de casado? ¿Cómo está Mónica? ¿Sigue tan hermosa como siempre o los años se llevaron su belleza?

  • No, creo que en lugar de restarle atractivo, los años se encargaron de hacerla aún más bella. Lástima que eso no baste para mantener un matrimonio.

- Entonces...ustedes se...

  • Sí, nos separamos de manera definitiva. Firmamos los papeles de divorcio justo antes de que yo volviera a México. Siendo honesto, creo que nos tardamos demasiado. Vivir a su lado, desde el momento mismo en que di el sí, significó para mí poco menos que una tortura. Pensé que sería fácil dejar atrás todas esas dudas que me provocaste, pero no fue así. Cada día que pasaba era mucho más difícil el pretender, el darle un beso, el hacerle el amor. Te juro que me estaba volviendo loco y ya no pude más. Un día simplemente le dije que no quería seguir con ella y, lógicamente, me pidió una explicación. Cuando le confesé lo que había pasado entre nosotros, me arrojó el florero y todo lo que estaba al alcance de su mano. Luego de descargar su enojo, salió de la casa y jamás volví a verla, ni siquiera el día en que se dictó la sentencia de divorcio. Todo el proceso fue llevado por los abogados. Me dolió mucho haberle causado tanto sufrimiento, pero...no tenía salida, no podía continuar fingiendo. Creo que a final de cuentas fue lo mejor.

- Lo siento en verdad, más porque parece que tengo algo de culpa en ello, pero como tú mismo lo acabas de decir, fue lo mejor.

  • No, nada de lo que sucedió fue culpa tuya. Si me case y mi matrimonio se vino abajo, fue exclusivamente porque siempre he sido un idiota.

- Ni que lo digas.

  • Gracias por esos ánimos.

- Sabes que estoy bromeando. Bueno...en parte, pero como alguna vez te lo dije, esa...llamémosle falta de inteligencia que en algunas veces mostrabas, fue lo que en un principio me atrajo de ti. No se porque, pero desde la primera vez que te vi me pareció muy linda tu estupidez.

  • Pues...gracias. Creo. Pero... ¿a poco te acuerdas de la primera vez que nos vimos? La verdad es que yo no.

- Tu memoria nunca ha sido buena, pero yo recuerdo cada detalle. Acababa de llegar a la ciudad. Mi padre había conseguido un muy buen empleo y, a pesar de la negativa de mi madre y de mis hermanos que siempre amaron el campo, no tuvimos más remedio que seguirlo. A mí me daba exactamente lo mismo. Nunca fui una persona de muchos amigos, así que para mí era igual ser una sombra en las praderas que en los edificios. Lo que sí me molestaba era la posibilidad de retrasarme en los estudios. Los programas educativos siempre difieren de un lugar a otro, al menos un poco. Creí que perdería el año o algo parecido, pero afortunadamente el jefe de mi padre consiguió que me admitieran sin problemas en la preparatoria a la que tú asistías. Fue entonces que te conocí.

  • Es cierto, ahora lo recuerdo. Yo estaba entrenando con el equipo de fútbol y tú estabas sentado en las gradas, leyendo un libro.

- Bueno...eso de que estaba leyendo no es del todo cierto.

  • ¿No? Entonces, ¿por qué te escondías detrás de sus páginas? No me digas que lo hacías para vernos sin que nos diéramos cuenta.

- Pues sí, no encontré otra manera de espiarlos sin que notaran mi mirada desvistiéndolos.

  • Vaya, vaya. ¿Quién lo habría pensado de ti?

  • El que fuera un estudiante modelo no significaba que estuviera hecho de palo. La verdad es que en mi pueblo no había mucho de donde escoger. Cuando los descubrí a ustedes, corriendo detrás de la pelota sin nada más que sus diminutos pantaloncillos, no pude desaprovechar la oportunidad de darme un taco de ojo al igual que lo hacían las chicas de la escuela. Me parecían un grupo de exhibicionistas, pero no podía negar que se veían divinos, con sus torsos desnudos y escurriendo sudor.

  • Pues sí, la verdad es que sí. Aunque nunca lo admití, esa fue la principal razón por la que me integré al equipo. Cuando al final de los entrenamientos tomábamos una ducha, todos juntos y sin ropa, era sin duda mi momento favorito del día. Ver a todos mis compañeros con sus traseros y sus penes al aire era...no se...mágico. Pero bueno, no estamos hablando de lo que yo sentía cuando me bañaba con los demás chicos sino de la primera vez que me viste. ¿Qué pensaste? ¿Fui yo el primero en quien pusiste tu atención o había alguien que te gustara más?

- Al principio me sentí atraído por uno de los porteros, el que siempre traía puestas unas mayas negras. Él era el más corpulento de todos y eso me gustaba. Tenía unos brazos fuertes y una espalda ancha que me fascinaron al instante. Eso sin contar que las ajustadas mayas que usaba le marcaban a la perfección toooodos sus atributos. Él fue el primero en llamar mi atención, pero después apareciste tú. Recuerdo que cuando el entrenamiento terminó, todos corrieron a la mesa donde estaban las bebidas. Los otros, incluyendo el portero, se sirvieron un vaso de agua fresca, pero tú no. Tú levantaste el recipiente por encima de tu cabeza y te lo vaciaste encima, según tú para probarles que podías tomarte toda el agua de un sólo trago. Obviamente no lo lograste, pero sí conseguiste que todos se rieran cuando por tan estúpida, y a la vez divertida, ocurrencia casi te ahogas. Fue ese toque de humor combinado con un poco de idiotez lo que me cautivó. Eso y lo que tus pantaloncillos mojados no eran capaces de ocultar. No eras el más grande y mucho menos el más corpulento del grupo, pero dudé que alguien hubiera tenido una verga como la tuya. Todas las muchachas comenzaron a murmurar y tú, cuando te percataste de eso, te agarraste aquello para hacerles un par de señas obscenas. Todos pensaron que esas señas eran en honor de ellas. Al principio fue así, pero después me dio la impresión de que me mirabas como diciéndome que era a mí a quien te dirigías. No supe si era mi calentura, pero eso sentí.

  • No fue tu calentura la que te hizo pensar eso. En verdad estaba mirándote. Por alguna extraña razón...no podía evitar hacerlo. Todo el entrenamiento estuve pendiente de ti. Lo que hice con el agua fue para llamar tu atención y las señas fueron para ti. Nunca te lo dije, pero ese aire de intelectual combinado con la imagen de pueblerino inocente me atrajo desde un principio.

  • Nunca nos dijimos muchas cosas, no hubo oportunidad. Nuca te dije, por ejemplo, que desde ese día soñé contigo todas las noches o que en mi mente trataba de adivinar como sería en todo su esplendor aquello atrapado bajo la transparente tela de tus pantaloncillos. No había día que no me masturbara pensando en ello, pensando en la forma y en el tamaño que tu miembro erecto tendría. Por más de cinco años, fui incapaz de tener sexo con alguien que no fueras tú. Tenía la esperanza de que algo sucediera entre nosotros y hasta que eso no pasara, no quería estar con nadie más. Aunque éramos simplemente amigos, los mejores amigos, sentía que de hacerlo, de acostarme con otro, de alguna forma estaría traicionándote. De cualquier manera, había idealizado tanto ese momento que nadie que no fueras tú me habría complacido.

  • Y... ¿te complací? Esa única vez que estuvimos juntos, ¿fue lo que tú esperabas?

  • No, en realidad fue mucho mejor. Fue real. Por unos minutos te sentí mío, sentí que me amabas tanto como yo a ti. Eso fue hermoso y más satisfactorio que cualquier perfecta fantasía.

  • Y mi verga, ¿correspondía a la imagen que te habías formado? ¿Te gustó?

- Esa respuesta tú la conoces muy bien.

  • Tal vez, pero...quiero que tú me lo digas.

- Está bien. Cuando la tuve frente a mí no resultó ser lo que esperaba. Por el tamaño que tenía cuando estaba flácida había imaginado que sería mucho más grande en estado de erección, pero no fue así. A pesar de ese detalle que la verdad era insignificante, me gustó mucho. Me gustó como las venas se le marcaban a lo largo del tronco. Me gustó como el prepucio cubría la mitad del glande. Me gustó el color que tenía, su ligera inclinación a la derecha y como palpitaba cada vez que me sentía cerca. No es que fuera un experto en el tema, pero me pareció que ningún hombre en el mundo podría tener una verga tan hermosa como la tuya.

  • ¿Recuerdas ese momento?

- Como si hubiera sido ayer. ¿Cómo no acordarme si lo esperé por tanto tiempo? ¿Cómo no acordarme si fue mejor que un sueño?

  • Tienes razón, fue mucho mejor que un sueño. Tengo grabado en la mente cada instante. Recuerdo que estábamos en mi casa, celebrando el habernos graduado de la licenciatura en derecho, carrera a la que entré por ti y quien sabe cómo pude terminar. Tú no querías asistir a la fiesta que organizaba la escuela y, después del acto académico, me pediste que nos fuéramos a otro lado, los dos solos. Me habría gustado celebrar junto con todos nuestros compañeros de generación, pero no podía negarme a nada de lo que me pedías. Bastaba con que tus ojos negros se clavaran en los míos para que te dijera que sí. Nos subimos en el auto y conduje hasta mi casa. Ahora puedo decir que lo hice porque sabía que no habría nadie, porque esperaba que pasara lo que finalmente pasó.

- Por esa misma razón te pedí que nos fuéramos. No sabes las ganas que me dieron de besarte cuando pasaste a recoger tu diploma. Me sentía tan orgulloso de ti. A pesar de las limitaciones que siempre mostraste en los estudios, habías conseguido graduarte y eso me parecía muy excitante. No podía esperar más. Si esa noche no te hubiera confesado lo que sentía por ti...creo que me habría suicidado. Aunque me estaba muriendo de miedo y no sabía ni como decírtelo, tenía que hacerlo.

  • Sí, de verás que estabas muy nervioso. De haberme encontrado en tu lugar yo habría estado en la misma situación, pero con la diferencia de que no me habría atrevido a decirte nada. Siempre fui un cobarde, pero tú no. Venciendo tus miedos, me confesaste que me amabas y me diste un beso.

- Sí. Tú estabas tan sorprendido que no hiciste nada, te quedaste paralizado mientras yo intentaba meter mi lengua en tu boca. No pude hacerlo y, una vez que me cayó el veinte de lo que acababa de hacer, quise salir corriendo, antes de que me sacaras a golpes de tu casa.

  • Fue entonces cuando reaccioné. Te tomé del brazo e impedí que te fueras. Te atraje hacia mí y volvimos a besarnos, pero esa vez con pasión, haciendo caso a nuestros instintos y nada más. No podía creer que te tuviera entre mis brazos, que estuviera acariciando tu espalda y que tu verga se frotara contra la mía, ambas todavía dormidas pero ansiosas por entrar en acción. Estaba tan feliz y desesperado por calmar mis deseos, que no demoré un segundo en desnudarte. De pronto, tuve junto a mí ese cuerpo con el que tantas veces había soñado y aunque ya no era el de ese adolescente delgado que tanto me atrajo desde la primera vez, me gustó. Tenía frente a mí a un hombre y eso me agradó aún más. Tu pecho cubierto de un abundante bello que se extendía hasta tu estómago, tus brazos firmes, tu barba en forma de candado, tu melena rozando tus hombros y tu polla apuntando hacia mí me enloqueció. Aún me pregunto cómo fue que me atreví, pero me lancé directo a ese trozo de carne que tanto necesitaba. Deseaba probar su sabor. Quería saber como se sentiría tenerlo entre mis labios y sin duda, fue mejor de lo que había pensado. Mi lengua recorriendo toda su dureza y su punta chocando contra mi garganta...Dios, aún puedo sentirlo. Es una sensación maravillosa.

- Sí, fue maravilloso, tanto que no pude aguantar mucho tiempo y me corrí en tu boca como un primerizo. Tan grande era el placer que estaba experimentando, que ni siquiera tuve la cortesía de anunciarte cuando lo hice. Pensé que te molestarías, pero te tragaste hasta la última gota de mi semen.

  • Sinceramente no me lo esperaba, pero sabía tan bien que no quise desperdiciar ni un poco.

- Fue genial venirme en tu boca y tenía que compensártelo. Te desvestí y, luego de admirar por unos segundos tu hermoso miembro y mostrando la misma desesperación que tú minutos atrás, engullí éste hasta la base. Inmediatamente después inicié con una frenética mamada, una que tú detuviste al poco tiempo.

  • De no haberlo hecho habría terminado tan pronto como tú y no era eso lo que quería. Ya que habíamos llegado tan lejos no podía dejarlo ahí, necesitaba algo más. Necesitaba estar dentro de ti.

  • Sentirme tuyo.

  • Saberme tuyo.

- Ser uno solo.

  • Fue algo fuera de éste mundo, el entrar poco a poco en ti. El ver como mi verga se perdía entre tus nalgas, el sentir como la apretabas. El saberla completamente alojada en tu interior y escuchar el placer que eso te provocaba. Comenzar a moverla, al principio con calma y después con furia. Oír como gemías y me pedías más. Sentir como mis testículos se pegaban a mi cuerpo y ese cosquilleo característico del orgasmo empezaba a subir por mi hinchado falo. Observar como eyaculabas sin haberte tocado, con la pura estimulación de mi polla taladrándote, al mismo tiempo que tu esfínter se colapsaba con cada chorro de semen haciéndome gozar enormidades. Arreciar el ritmo de mis embestidas y, sin fuerzas para resistir un segundo más, finalmente explotar dentro de ti. Inundar tus intestinos con mi leche, esa que de seguro tantas veces habías deseado. De tan sólo acordarme me excitó.

- Fue muy bueno. No debería decirte esto, no después de tanto tiempo y estando en mi situación, pero...nunca másvolví a terminar por el simpleefecto de la penetración. A pesar de la torpeza e inexperiencia que, siendo objetivos, teníamos en aquellos días, nunca volví a sentir lo que tú me hiciste sentir. Nunca volví a gozar tanto comocuando te tuve dentro, llenándome con tu hermosa verga. Nunca, por más que lo intenté y aún sabiendo que te habías casado, rompiendo así todas las promesas que me hiciste, pude olvidarme de ese día. Aunque seguí con mi vida y traté de ocultar ese sentimiento en lo más hondo de mi mente, creo que...nunca he dejado de amarte.

  • No sabes lo feliz que me hace escuchar esas palabras. Si regresé a México fue por ti, porque yo tampoco pude olvidar. Te amo Raúl. Te amo.

- Yo también te amo...

Saúl no le permitió seguir hablando. Colocó ambas manos en su rostro y lo besó, con un amor mucho más grande que el de aquella ocasión, pero para su desconcierto, Raúl lo rechazó. El tenso silencio que se formó antes de que comenzaran a platicar, ese que intentó advertirles que sus vidas ya no volverían a juntarse después de ese día, apareció otra vez. El antes ingenuo pueblerino se puso de pie y sacó su ropa de la lavadora, la cual se había detenido desde hacía ya un buen tiempo. La dobló y acomodó en una bolsa evitando mirar a quien todavía, muy a su pesar, amaba. Se dispuso a salir, pero, de la misma manera que esa noche lo hiciera, Saúl se lo impidió tomándolo del brazo.

- Por favor, déjame ir. Después de lo que hiciste...tú y yo no tenemos nada de que hablar.

  • Pero...dijiste que me amabas.

- Sí, es cierto. Dije que te amaba, pero también quería decir que eso no significaba que quisiera empezar algo contigo. Si tan sólo me hubieras permitido hablar, habrías sabido que besarme era algo estúpido antes de hacerlo. Es verdad que tu torpeza me parecía atractiva, pero ahora me resulta molesta. No puede ser que sigas siendo el mismo idiota después de estos años. No puedo creer que pensaras que si te aparecías diciéndome que me amabas, yo me lanzaría gustoso a tus brazos. Si así lo hiciste...lo siento por ti. Eso nunca pasará. Nunca.

  • Pero...yo te amo y tú también. Se que cometí muchos errores y te lastimé demasiado. Se que no cumplí mis promesas y que me casé por miedo a enfrentar una vida al lado de otro hombre, pero ahora se que hice mal. Ahora estoy listo para ser lo que tú querías, lo que tú te mereces. Para amarte y vivir a tu lado sin importarme más nada que nosotros dos. Hace un momento me dijiste que no me guardabas rencor, así que... ¿por qué no me das una segunda oportunidad? ¿Por qué no intentamos ser felices, juntos?

  • Me da gusto que ahora pienses así, pero al menos para mí es demasiado tarde. Todo eso que dices ofrecerme ya lo tengo. No necesito que tú me lo des y mucho menos que vengas a quitármelo. Es cierto, te amo, pero eso no basta para llevar a buenos términos una relación. Si lo que me dices ahora me lo hubieras dicho ese día que acordamos vernos en la escuela y que nunca llegaste, quizá habríamos sido muy felices, juntos como tú lo dices. Tal vez estaríamos juntos, pero esas son sólo suposiciones. La realidad es otra, una en la cual no te quiero dentro de mi vida. Si en verdad me amas, espero que lo entiendas. Hasta nunca Saúl. En verdad que te deseo que seas feliz, tanto como ahora lo soy yo.

Raúl salió de la lavandería dejando sólo a quien ya no quería ni de amigo. Saúl intentó seguirlo con la intención de rogarle si era preciso, pero se detuvo al ver que otro hombre apareció en escena. Se trataba de David, actual pareja de Raúl y por quien éste lo había rechazado. Fue entonces, al verlos besándose, que el recién divorciado comprendió la actitud de su amor y se convenció de que en verdad nunca volverían a ser más nada. La pareja se perdió en la oscuridad de la noche y Saúl caminó en dirección contraria a ellos, olvidando sus prendas dentro de la máquina de lavado de manera intencional. Si realmente quería olvidarse de sus sentimientos y de todo lo que había pasado, debía dejar atrás cualquier cosa que se lo recordara, así se tratara de simple ropa.