Laurita, el san bernardo y yo

Se la metí en el culo despacito, pero de una sola vez. El perro ya había ampliado el agujero.

Laurita era una chica de mi aldea que parecía que nunca rompiera un plato. Era morena, pecosa, delgadita, con tetas pequeñas, culo pequeño, caderas estrechas y cinturita. Su cabello de color negro azabache lo llevaba recogido en dos trenzas que le llegaban a la cinturita. No miraba a los chicos a los ojos, caminaba con la cabeza mirando al suelo, era cómo si hubiera perdido algo y lo anduviese buscando. Era tímida, pero tímida de libro.

Yo, era un pajillero de mucho cuidado y a la salud de Laurita me había hecho algunas.

Un martes por la tarde, después de volver del instituto cogí mi escopeta de aire comprimido y me fui de caza. Salté el muro de la huerta de los padres de Laurita, una huerta a la cual rodeaba un muro de unos tres metros de altura hecho con piedras y que tenía cemento y cristales en la parte de arriba. Me agaché detrás de unos arbustos y esperé a que los mirlos llegaran a los cerezos, cerezos que estaban cargados de cerezas de piquillo ya maduras. Quien llegó fue Laurita acompañada de su San Bernardo. Traía un tarro de Nocilla en la mano. Os estoy hablado de 1970. Se sentó bajo uno de sus cerezos, se levantó la blusa y después abrió el tarro y untó una poca en su teta izquierda. El San Bernardo le lamió la teta. Su lengua era mucho más grande que la tetita. Sentí a Laurita gemir. Cogí un empalme bestial. Ya me dirás, a los quince años ver aquello... Prosigo, echó Nocilla en la otra teta. El perro se la lamió y al acabar le puso el hocico en el coño. Laurita, le dijo:

-¡Qué impaciente eres, Gordito!

Saqué la polla y me la empecé a menear.

Laurita se quitó las bragas, echó Nocilla en su coño peludo y se echó hacia atrás. El perro con su gran lengua lamió, lamió y lamió, el jugo que le salía del coño. Le debía gustar, o estaba esperando a que se corriera para beber de ella. Debía ser lo segundo, ya que cuando Laurita se sacudió y mordió una mano para que no se oyeran los gemidos, el perro, lamió todavía más aprisa. Yo regué los arbustos con una corrida de miedo. Laurita, al acabar de correrse, acarició al San Bernardo, y le dijo:

-Ahora quieres tu recompensa, ¿verdad?

El San Bernardo le dio al rabo. Laurita comenzó a caminar a cuatro patas dando vueltas alrededor sin moverse del sitio, el perro la seguía y le tocaba con el hocico en el coño. El cabrón tenía su polla colorada empalmada.

Cuando Laurita se paró y levantó la falda, el perro echó las patas sobre ella y la abrazó por la barriga cómo si sus patas fueran brazos con manos. El perro le daba al culo a toda hostia pero no atinaba con el sitio, Laurita le cogió la polla con la mano y la puso en la entrada del coño. El perro la folló con ganas. Debiera de hacerlo más veces con el perro, ya que poco después, Laurita se lo quitó de encima, le cogió la polla y se la chupó. El perro estaba con la lengua fuera, pero quieto cómo una estatua... Vi un mirlo en el cerezo con el pico abierto mirando cómo mamaba Laurita, debía ser hembra con hambre... Al rato largo, la cachonda, comenzó a caminar de nuevo a cuatro patas y meneando el culo, pero esta vez lo hacía con la falda levantada, el perro la seguía, le lamia el coño, y cuando la iba a montar, Laurita, volvía a caminar. En una de estas, no se si le dejó o si la cogió de improvisto, pero se la clavó de golpe. Laurita fue la que se quedó quieta ahora. Craso error, supongo, ya que el perro, en segundos, dejó de darle al culo y quedaron pegados. El perro se dio la vuelta, y así estuvieron un par de minutos, o más, el perro con la lengua fuera y Laurita gimiendo hasta que se volvió a correr. Cuando el perro se la sacó, Laurita se quejó, le había dolido. De su coño salió la corrida del perro. Era cómo agua. Lo acarició, y en ese momento, aún a riesgo de que me mordiese el perro, salí de detrás de los arbustos. Laurita, al verme con la escopeta en la mano y empalmado cómo un toro. Bajó la camiseta y se tapó la cara con las dos manos. Se moría de vergüenza. El perro ni se inmutó, creo que sabía desde el primer momento que estaba detrás de los arbustos.

Lo que son las ganas de meter. Allegar a su lado, le pregunté:

-¿Me dejas que te haga lo que te hizo el perro? Tú echas Nocilla y yo lamo.

Quitó las manos de la cara, y mirando hacia abajo, hacia la hierba, me respondió.

-¿Si no te dejo vas a contar lo que viste?

-No soy tan cabrón.

-Lo fuiste para entrar a mi huerta... ¿Cómo hiciste para no cortarte con los cristales?

-Ya vine más veces a cazar y hay un sitio dónde los rompí con una piedra.

Levantó la cabeza y me miró a la polla.

-¿A cazar?

-Sí, a cazar mirlos.

-¡Pobres pajaritos! Dime, Quique. ¿Si te dejó se lo vas a contar a tus amigos?

-Dejes o no dejes, no hagamos nada, o hagamos algo, nada va a salir de esta huerta.

-Júralo.

-Qué no llega a casa si te miento.

Levantó la camiseta y echó Nocilla en la teta izquierda, me senté a su lado y lamí, besé y chupé las tetitas... Luego untó la otra y le hice lo mismo. Me dijo:

-Estoy muy cachonda. ¿Quita el pantalón y los calzoncillos?

Quité el pantalón y los calzoncillos. Me untó la polla con Nocilla y me hizo una mamada. Mamaba bien, tan bien mamaba que en segundos me corrí en su boca cómo un jabato.

Se tragó mi leche, y me dijo:

-Te toca.

Para que nos vamos a engañar, yo de aquella aún no sabía comer un coño. Hice lo que le vi hacer al perro y a ella le bastó... Supe porque el perro apuraba tanto cuando se corriera la primera vez, porque de su coño salía un torrente de jugos, jugos que me caían por la comisura de los labios y regaban la hierba, ya que no los daba tragado.

Laurita era incansable. Nada más acabar y aún respirando con dificultad, a cuatro patas, comenzó a dar vueltas alrededor. Le hice lo que viera que le había hecho el perro, seguirla a cuatro patas. (El San Bernardo, que estaba echado, soltó un quejido lastimero. Quería volver a follarla, pero era mi turno). Le lamí el coño y el culo cuando se paraba y me dejaba... Hasta que se paró definitivamente para coger conmigo. Le agarré las pequeñas tetas, ella me agarró la polla y... ¡Sorpresa! Me la puso en el ojete, y dijo:

-Así no quedo preñada.

Se la metí en el culo despacito, pero de una sola vez. El perro ya había ampliado el agujero. Ella se comenzó a masturbar, El San Bernardo se levantó y le pasó la lengua por la boca, Laurita se la lamió con la suya. Luego el perro se puso de lado, Laurita le cogió la polla y se la mamó, y poco más tarde, con ella en la boca, dijo:

-¡Me cooooooorro!

¡Vaya corrida! Salió cómo una catarata de su coño. Laurita, jadeando y temblando, la recogió en su mano. Al acabar de correrse, se la dio de beber a Gordito, que se la lamió de la mano, y yo, yo le llené el culo de leche cagándome (en mis adentros) en el hijo de perra. Aquella corrida la debía haber bebido yo.

Follamos más veces, sin el San Bernardo, pero esa ya es otra historia.

Quique.