Laurel y Hardy 9

La gran decepción

LA GRAN DECEPCIÓN

La que yo creía el amor de mi vida estaba de rodillas sobre la cama, con las manos atadas a la espalda y las piernas abiertas amarradas a la piecera de acero forjado. Su cabeza apoyada de lado en el colchón, sus hermosos ojos al igual que sus oídos cubiertos por una máscara y su boca amordazada con un pañuelo de seda.

Detrás de ella, su musculado amante la follaba con violencia y le castigaba las nalgas con las manos abiertas, mientras la insultaba ella gemía pidiendo más.

Cuando la puerta se abrió y me descubrió paralizado, su rostro se deformó en una sonrisa de revancha y tomándola de su pelo le levantó la cabeza arreciando en la follada.

-. Dime puta, ¿Quieres que pare?

Le gritaba al oído mientras incrementaba el castigo con su otra mano

-. Noo, pog favoog... sigue...sigue

. Se alcanzaba a escuchar entre los pliegues de la suave tela baboseada.

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Desbloquear el sistema fue coser y cantar, solo habían desconfigurado el protocolo de arranque. Para conseguir visionar lo grabado por las cámaras, solo hubo que reestablecer la ruta de acceso.

En el apuro por dejar el sistema fuera de servicio, habían hecho una chapucería. Un verdadero profesional hubiera hecho que todo quedara fuera de servicio y lograr recuperarlo, una tarea ardua.

Cuando todo estuvo listo para ver las filmaciones, la deje sola para darle intimidad, después de todo era algo privado. Salí al parque y aprovechando que la mañana era cálida, me eché en una tumbona junto a la piscina a esperar que termine.

Relajado y pensando en mi proyecto, mientras observaba como los primeros brotes asomaban de los árboles circundantes, me quedé dormido. Desperté sobresaltado y tardé en ubicarme, hasta darme cuenta que tenía a Silvia a mi lado, llorando compulsivamente abrazada a mi cuerpo.

Profundamente conmovido, la dejé descargar su desasosiego, acariciándole la cabeza y susurrando palabras de aliento. Cuando logró calmarse me pidió que la acompañara a ver el video, al parecer las imágenes le habían pegado tanto, que no pudo soportarlo. Me contó que en las filmaciones aparecía su novio junto a dos amigos en una orgía desenfrenada en la que participaba su secretaria privada.

Las escenas eran tan fuertes, que no había logrado visionar más de un tercio de los archivos. Imaginé que si su novio estaba tan desesperado como para intentar bloquear todo el sistema informático de la casa, la cosa debería ser mucho más grave. Le aconsejé que lo más prudente para su seguridad, era hacer partícipe a su padre de la novedad, había mucho prestigio en juego en un escenario de divulgación.

Con su permiso, llamé a Don Ramón a su hotel desde mi teléfono y lo puse al tanto de la novedad. Alterado, me pidió que hiciera copias urgentes del material y que me quede con su hija hasta que él llegara.

Al parecer Ricardo, su novio, era un médico cirujano mediocre de treinta años, que vivía de representar institucionalmente en convenciones, a la clínica de cirugía estética de su padre, un cirujano de gran reputación profesional.

Él y sus dos amigos más íntimos Juan y Pedro, cirujanos de papel como él, junto con Juana, su voluptuosa secretaria, recorrían Europa promocionando las bondades de los tratamientos que se realizaban en la institución, siendo los más requeridos, los que abarcaban el universo de mujeres de mediana edad. Mujeres adineradas capaces de recurrir a cualquier artilugio con tal de seguir pareciendo descerebradas de veinte años.

Desde lifting y reconstrucción de mamas hasta cirugías de abdomen y rejuvenecimientos vaginales, eran ofrecidos dentro de toda una gama de recursos al servicio de la vanidad.

Los tres médicos, tostados eternos y asiduos concurrentes al gimnasio sumados a la castaña secretaria, con sus exuberantes medidas, eran un catálogo viviente, destinado a disparar la ansiedad de cuarentonas deseosas de retroceder el tiempo, para que sus adineradas parejas no orientaran la mira hacia carnes más prietas.

Las cámaras mostraban el ingreso del cuarteto a la casa portando equipaje rodante entre risas de gran complicidad, dirigiéndose los dos amigos al dormitorio de servicio, mientras Ricardo y su secretaria se alojaban en la suite matrimonial.

Demostrando una complicidad anormal para una relación de trabajo, el novio y su secretaria se desnudaron uno frente al otro y se dirigieron al baño de la suite donde se ducharon juntos, comiéndose la boca entre magreos cada vez más subidos de tono.

Una vez enjuagados, volvieron al dormitorio y se trenzaron en un sesenta y nueve con voracidad. Había que reconocer que las imágenes tenían un morbo tan espectacular, que de no haber mediado la congoja de Silvia llorando sobre mi hombro mientras veía las imágenes de la traición, me hubiera cascado la polla como un mono.

La castaña ya se estaba follando a su jefe montada sobre su grupa, cuando imprevistamente entraron los dos amigos completamente en pelotas a participar de la fiesta. Para mi sorpresa Juan se ubicó frente a la pareja y después de ofrecer su gran polla para que Ricardo se la ponga en condiciones, lubricándola con una ansiosa mamada mientras Juana seguí saltando, pegó la vuelta y subiéndose a la cama la apretó contra el cuerpo de su amigo y se la metió en el culo de un tirón.

La desatada mujer aún tuvo coraje para llamar a Pedro y hacerle una profunda mamada mientras Ricardo le besaba las bolas que colgaban sobre su cabeza. En medio de múltiples orgasmos de la satisfecha hembra, los amigos fueron acabando uno tras otro hasta quedar derrengados sobre la cama, mientras la hembra pasaba a deslechar sus profundidades en el servicio de la habitación.

Repuestos de la jodienda y en pelotas como estaban, bajaron a la piscina y después de una ducha relajante de los varones, se echaron en las tumbonas a tomar sol, conversando como si estuvieran en familia hasta que el sueño los venció a los tres.

Adelantando el video un par de horas y ante la sorpresa de Silvia, vimos aparecer en las cámaras de la calle el coche de Alicia, una de sus amigas más íntimas, acompañada de su cuñada Carla. Sorprendentemente para la tribulada muchacha, su amiga abrió el portón en forma remota e ingresó a la vivienda como si fuera su casa.

Al bajar del auto pude apreciar a dos mujeres exquisitas de la edad de Silvia, vestidas con mínimos vestidos sueltos que marcaban figuras habituales de gimnasio. Alicia era una hermosa morocha con un culo de infarto y Carla una rubia de bote con las voluptuosidades invertidas a las de su cuñada.

Ambas estaban casadas con dos hermanos, dueños de un laboratorio de productos de estética corporal, que en ese momento se encontraban en una feria de su especialidad en Frankfurt. Riéndose divertidas por el espectáculo de los despelotados ocupantes de las tumbonas, se sacaron los vestidos por la cabeza arrojándolos sobre una mesa, mostrando con asombrosa cotidianidad sus apetitosos cuerpos desnudos a la concurrencia y riendo con complicidad.

-. Malos que son, empezaron la fiesta sin nosotras Observó Alicia entre carcajadas.

La escena conmovió de tal manera a Silvia que logró cortarle el llanto de cuajo y reemplazar su congoja por una profunda indignación

Las cuñadas, tomando carrerilla se arrojaron a la piscina y nadando por debajo del agua salieron por el borde opuesto, solo para arrojarse sobre Ricardo y comérselo a besos. Mientras la morocha le trabajaba la morcillona verga con una profunda mamada, la rubia le comía la boca con desesperación. Estando ambas arrodilladas en el mullido césped abocadas a tan sabrosa tarea con las grupas expuestas, fueron abordadas por los amigos del receptor de las caricias y con sus bisturíes enardecidos, empotraron a las damas con precisión quirúrgica, llevándolas al orgasmo en cuestión de pocos minutos.

Repuestas de su primera intervención, mientras los machos aguantaban sin descargar, producto de su primera jodienda, se separaron de sus montas y mientras Carla se empotró en la verga de Ricardo mirando a sus pies, Alicia se montó sobre su cara para que le saboree la almeja. Una vez acopladas en tan placentera postura, atrajeron a los otros dos machos para terminarles la tarea con la boca, mientras Juana se pajeaba observando la escena.

Una vez más las cuñadas se volvieron a correr sin alcanzar su objetivo. Ansiosos por alcanzar su placer, Juan tomó a Carla girándola sobre la verga de Ricardo dejándola mirando a su cara, la aplastó sobre su pecho y le enterró la suya en el culo, mientras Pedro sacaba a Alicia de su montura, y procedía de igual forma poniéndola en cuatro patas sobre su tumbona.

Al sentir a Silvia temblar ante las violentas escenas mostradas en la pantalla, profundamente conmovida por la múltiple traición, paré la reproducción faltando más de la mitad del video y tratando que no note la tremenda erección que me aquejaba, la acuné en mis brazos hasta que se calmó un poco.

Bajé todo el material a mi ordenador, hice un respaldo en un par de memorias, le pedí que se cambie para viajar en moto y le ofrecí sacarla de la casa. Agradecida, se vistió con un vaquero entallado que le quedaba de maravilla, un jersey cerrado y una campera de cuero. Maquilló levemente sus claros ojos tristes y se recogió el pelo en una larga trenza.

Estábamos por partir, cuando estacionó en la puerta un auto negro del que bajaron dos gigantones con cara de pocos amigos poniéndome en guardia.

-. Señora Silvia, ¿Se encuentra usted bien?

-. Si...si. ¿Quiénes son ustedes?

Alcanzó a preguntar Silvia asustada.

-. Nos envía su padre a proteger la vivienda. Imagino que usted es Joaquín.

-. En efecto. Contesté aliviado -. Vamos a salir a despejarnos un poco.

-. Perfecto, permitan que mi compañero se quede en el interior. Tenemos órdenes de no dejar pasar a nadie que no sean ustedes o su hermano.

Una vez dispuesto todo, partimos en mi chopera rumbo a una ciudad ubicada junto a una gran laguna a la que solía ir a pescar, que se hallaba a dos horas de viaje de la ciudad. Llegamos al mediodía frescos y reposados después de disfrutar de la suave brisa del viaje, almorzamos en una parrilla y salimos a caminar por la rivera.

Repuesta del disgusto, me reconoció que esperaba algo así de su novio, aunque nunca hubiera imaginado tanta perversión, mucho menos la exhibida por sus amigas. El gusto por el sexo guarro de Ricardo era unos de los motivos que los habían distanciado, sobre todo su insistencia en incluir a terceros en su relación. Pero de saberlo a verlo y descubrir la traición de sus amigas era un trago muy amargo que la había dejado muy golpeada.

Yo la miraba sin entender, Silvia era un sueño de mujer, hermosa y de formas exquisitas, cuatro años mayor que yo y se mantenía en una forma estupenda. ¿Cómo podía un hombre querer compartir a alguien así? Mi experiencia en la vida estaba limitada a mi entorno más cercano y creía haber visto muchas cosas, pero este tipo de situaciones superaban mi entendimiento.

¿Podía alguien disfrutar viendo como se follan a su pareja? ¿Era posible sentir placer compartiéndola con otro hombre? ¿Viéndola disfrutar en otros brazos? Posiblemente mi escasa educación no alcanzara para abarcar ese tipo de conocimiento.

Al promediar la tarde quiso saber de mi vida. Después de resumirle la situación de mi madre que la dejó muy conmovida, ya conversábamos como viejos amigos. Cuando empezó a anochecer emprendimos el regreso, paramos a cenar con complicidad en una pizzería antigua de un barrio vecino y llegamos a la casa cerca de las diez de la noche.

La acompañé para verificar que todo estuviera bien, saludamos al custodio y estaba por despedirme, cuando me pidió que me quedara hasta que llegara su padre. Accedí previo comunicarle a Sofía que no volvería para cenar. Si bien no tenía obligación de avisarle, solíamos comer juntos si no iba a pescar, y ella al ver que los aparejos habían quedado en mi cuarto, era capaz de esperarme hasta muy tarde.

Tomé unos pantalones cortos y unas sandalias que siempre llevo en las alforjas y entramos a la casa. Me indicó que use la habitación de invitados, que era una suite con cama matrimonial con cuarto de baño incluido y después de pegarme una ducha caí rendido en la cama, vestido solo con mi elastizado pantalón.

Bien entrada la noche, la puerta de mi cuarto se abrió para dejar paso a un ángel temeroso, incapaz de dormir en la cama donde había sido humillado. Luciendo un breve pantaloncito de lycra, haciendo juego con un top que a gatas cubría su prominente busto, se metió en la cama, se acurrucó en mis brazos y nos quedamos dormidos.

Una sensación helada de malestar, me volvió a despertar. Me encontraba boca arriba, con Silvia durmiendo plácidamente con la cabeza apoyada en mi pecho y tapados solo con una leve sábana que nos cubría hasta debajo de los brazos.

Buscando la causa de mi desasosiego miré hacia la puerta y descubrí a Rafa teléfono en mano, mirándonos furioso desde el pasillo. Mi inmadurez y los años de acoso sufrido en sus manos, me llevaron a cometer un gran error. Le sonreí para la foto con suficiencia, haciéndole entender, lo que nunca había ocurrido.

Cuando volví a despertar, Silvia ya no estaba a mi lado, me volví a bañar y bajé a desayunar justo en el momento que ingresaba Don Ramón. Nada más verme, aceleró los pasos y me abrazó efusivamente agradeciendo mi ayuda. Cuando Silvia bajó de su dormitorio y lo vio se echó en sus brazos llorando desconsolada.

A pesar de insistirme que desayunara con ellos, sentí que debí dejarles intimidad. Le entregué al padre las copias de los videos, asegurándole no saber el contenido completo al no haberlas terminado de ver por respeto -cosa que agradeció- y me marché a mi casa después de abrazar a Silvia y asegurarle que podía contar conmigo.

Don Ramón furioso, pronto tomó cartas en el asunto. Fue a visitar al que hubiera sido su futuro suegro, le enseñó los videos y juntos, no dejaron títere con cabeza. Para evitar la divulgación del material filmado, que contenía además de lo visto, escenas de una depravación absoluta y consumo de estupefacientes, el romance acabó en forma fulminante, los amigotes cirujanos obligados a renunciar y Ricardo exiliado a una sucursal del interior del país.

No contento con eso, visitó a los hermanos dueños de la farmacéutica en su laboratorio y los matrimonios de sus amigas quedaron destrozados con ellas de patitas en la calle, humilladas ante todas sus amistades.

No podía imaginar en ese momento, que ese incidente cambiaría mi vida para siempre.

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