Laurel y Hardy 8

Destapando la olla

DESTAPANDO LA OLLA

La escena era tan brutal que desafiaba al raciocinio, miles de palabras de amor perdieron su sentido y cientos de proyectos pasaron al olvido. Solo la fría realidad del metal en mi cintura mantenía mi cordura.

Pocos segundos separaban el pasado del futuro y en ese breve lapso de tiempo, las últimas imágenes de nuestra vida en común, desfilaron por mi cabeza a velocidad de vértigo. Hasta llegar al momento de aceptar la verdad.

Abrir el viejo candado de la oficina de Don Tito esta mañana, fue cosa fácil. Abrir la caja de seguridad con la misma combinación que usaba para todas sus cosas, más de lo mismo. Tomar el fierro y ponerlo en mi cintura, un poco más difícil. Traicionar su confianza me dolió en el alma.

Volví a salir con la vieja sensación de sentirme observado, quizás mi culpa me traicionaba. Subí a mi moto y encaré mi destino.

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Cuando Jorge se acercó para conversar, presentí que me iba a lanzar algún tipo de amenaza y al observar que Ale no estaba en la pileta, pulsé su número desde la agenda de mi móvil y lo mantuve abierto durante su discurso con la esperanza de que mi amiga estuviera escuchando.

La jugada me salió mejor de lo que pensaba, Ale no estaba cerca de su teléfono y atendió el contestador quedando grabada la llamada. Una hora después, mi amiga observó en su teléfono el aviso de llamada perdida y al escuchar el mensaje grabado quedó atónita.

Llamó a sus amigas, dándoles a sus novios la excusa de que las necesitaba para elegir la ropa para salir y se lo hizo escuchar. Las tres, mirándose avergonzadas, reconocieron lo que el chulito había contado a los cuatro vientos y le pidieron a su amiga que no lo hiciera público.

Según ellas, follar con Jorge no era gran cosa, pero el tipo estaba muy bueno, era muy morboso, las llevaba a lugares increíbles y las llenaba de regalos. En fin, con él podían probar cosas que con sus novios no se atreverían, sus fiestas no tenían límites, su yate era alucinante y a las tres las llevó a clubes de intercambio de lujo donde se follaron a sementales que las dejaron pidiendo la hora.

Alterada por lo que le contaron, fue a ver a su padre y le hizo escuchar el discurso, se cabreó tanto que cuando Jorge pasó a buscarla, casi lo mata a patadas. Después que todo se calmó, salió a buscarme recorriendo toda la pequeña ciudad, encontrándome finalmente en el espigón de pesca donde se quedó conmigo toda la noche.

Vimos salir el sol dentro del mar, caminamos por la playa y nos echamos en la arena, al llegar el mediodía nos acercamos al puestito frente a la escollera y le pedimos que nos cocine las dos corvinas que había pescado y que conservaba en la heladera de mano y almorzamos como los reyes.

Después de almorzar, seguimos paseando por el bosque tomados de la mano y al llegar la tarde, le avisé que en la mañana me marchaba. Ella no preguntó, me conocía demasiado como para saber que no estaba cómodo en ese ambiente. Solo me pidió que le llevara a su madre -que se había marchado esa mañana- un sobre con documentos que se había olvidado. Como era muy importante que los recibiera, me dio la llave del portón de la reja de su casa para que se los dejara bajo la puerta de entrada de la vivienda en el caso de que no estuviera.

Esa noche preparé mis cosas y al otro día a las seis de la mañana, como de costumbre, me preparé para partir. Tomé mi moto, abrí el portón para salir y al girarme para arrojar el llavero dentro de la casa antes que cierre, alcancé a distinguir la figura de Ale que venía corriendo pidiéndome que la esperara.

Desechando la idea, aceleré y me alejé de su casa. Paré en el chiringuito de la playa para desayunar mientras disfrutaba del amanecer sobre el mar y partí hacia mi hogar saboreando la cálida mañana.

Llegué a la casa de mi amiga cerca del mediodía y después de llamar al portero visor varias veces sin recibir respuesta, abrí la reja y pasé a dejar el sobre bajo la puerta. Estaba por hacerlo, cuando escuché un quejido proveniente del fondo de la casa, más precisamente de la casilla del jardinero. Me acerqué cauteloso pensando que la señora de la casa pudiera tener algún problema y descubrí que sí lo tenía y bastante grande por cierto. El tema era que lo tenía metido en el culo.

Pude observar por la cristalera como la beata señora se hallaba en cuatro patas sobre un viejo sillón, mientras el musculoso jardinero la sodomizaba enardecido. Con una sonrisa en el rostro abrí la puerta y me acerqué a ella provocando el congelamiento de la imagen. La madre de Ale me miraba horrorizada con la boca abierta, mientras el joven mancebo tiraba de su trenza hacia atrás sin abandonar su cálido y apretado alojamiento.

-. Disculpe que la moleste, pero su hija me pidió que le entregue estos documentos en mano.

La mujer extendió la mano y los tomó sin entender lo que estaba pasando, cuando me di la vuelta y no pude aguantar las carcajadas, reaccionó y le aplicó una patada de burro a su amante en según qué partes, que lo dejó tirado en el piso retorciéndose.

Como en una escena de película muda, salí disparado hacia la calle mientras la casta mujer me perseguía completamente en pelotas por el jardín. Era tan violenta mi risa que estuve a punto de ser pillado un par de veces. Le cerré el portón con llave en las narices, arrojé las llaves a través de las rejas y me marché descojonado.

El viaje tan soñado, que pintaba salir de culo, no se había desperdiciado en absoluto, había conocido el mar, había aprendido a pescar, logré desenmascarar a un hijo de puta, destapé a unas zorras hipócritas y había afianzado mi amistad con Alejandra. Pero el remate con la puta estirada de su madre, quedaría en los registros de mis mejores recuerdos.

De más está decir que a partir de ese momento, la asustada mujer llenó mi teléfono de llamadas que no atendí y mensajes a los que no hacía caso, pero cuando amenazó con hacerme un escándalo en el taller si no la escuchaba, acordé en ir a visitarla el sábado por la mañana.

Mientras llegaba ese día y aprovechando mis vacaciones, despunté mi nueva afición por la pesca en las lagunas cercanas a la ciudad. Siempre acercándome con humildad a los veteranos y aceptando con gusto sus consejos.

Finalmente llegó el día del encuentro, compré un ramo de rosas rojas y me presenté en su casa a las diez de la mañana. Le avisé por teléfono que había llegado y se acercó a la reja vestida con una bata anudada a su cintura. Cuando me hizo pasar y le entregué las flores con un beso en la mejilla se quedó congelada.

-. ¿Esto a que se debe?

-. A nada en especial, por más zorra e hipócrita que sea, no deja de ser la madre de mi amiga y una hermosa mujer.

-. No sé si ofenderme o sentirme halagada, pero presiento que vienes con segundas intenciones.

-. No se ofenda señora, deje esas cosas para la gente pequeña y si estoy aquí es porque usted me llamó.

-. Necesito saber qué piensas hacer con lo que sabes, porque si me piensas ensuciar, será tu palabra contra la mía y con el historial de tu familia saldrías muy mal parado.

La referencia indirecta a mi madre me cayó tan mal que decidí darle un escarmiento mintiendo descaradamente.

-. Es muy probable que mi palabra no valga nada, pero dada la fama de puta que tiene en el barrio, permítame que lo dude. Pero si eso no alcanzara, la docena de fotos que tomé antes de entrar a darle el sobre, no va a dejar ninguna duda.

La pobre mujer palideció abruptamente, como si le hubieran pisado una teta

-. ¿Que has sacado fotos? ¿Desde cuando estabas ahí?

-. Desde que empezó el baile Montse. Permítame que me saltee el Doña o el Señora.

-. Dios mío ¿Cuánto quieres por ellas?

-. No es cuestión de dinero, aunque reconozco que son imágenes tan calientes y usted está tan buena, que podría sacar mucha pasta por ellas. Es cuestión de dignidad. Llevo mucho tiempo sufriendo su impertinencia.

-. ¿Y entonces qué pretendes? ¿Abusar de mí?

Cambiando su cara de preocupada a una de golfa, se paró de su asiento y se me acercó sinuosa desanudándose la bata. Cuando la dejó caer, quedando en pelota picada frente a mí, se me secó la garganta.

Viendo mi azoramiento, se arrodilló en el piso con sonrisa de puta y comenzó a morder mi erecta polla a través de la fina tela que la separaba de su boca. Cuando intentó bajarme los pantalones, la detuve tomándola de las manos y haciendo fuerza la levanté.

Sin decirle palabra alguna, con un gran dolor de huevos y sintiéndome un idiota por dejar pasar la oportunidad, me marché. Cuando la golfa salió de su estupor, corrió a detenerme a los gritos.

-. Las fotos, debes darme las fotos...No te vayas

Como toda respuesta y sin darme vuelta, le mostré mi dedo mayor extendido. La movida salió bien y esa hipócrita clasista dejaría de meterse en mi vida. Llegué a casa contento a la hora de almorzar y por la tarde me traslade a una laguna cercana a despuntar mi nuevo vicio el resto del fin de semana.

La última semana de mi licencia, aprovechando que estaba solo porque Sofía estaba de vacaciones, la dediqué a buscar un terreno o alguna casa vieja para comprar y realizar uno de los sueños de mi madre. Sueño casi inalcanzable para la mayoría de la gente trabajadora. La casa propia. Recorría propiedades por la mañana y por la tarde bosquejaba la que sería mi nuevo hogar, con ese proyecto en mente, los días pasaron veloces y el Lunes tempranito ya estaba nuevamente en el taller.

Me recibió Seba alborozado con uno de sus abrazos de oso y me contó eufórico que habían oficializado su relación con Carmen frente a los amigos y la familia, en una especie de compromiso formal en el almuerzo de Año nuevo, me narró que les había presentado a su madre y que todo había salido muy bien.

Ver a Seba orgulloso de su madre me llenó el alma de gozo, no es que antes no lo estuviera dada la vida dura que tuvieron que enfrentar, pero había logrado sacarla de las garras del proxeneta que la explotaba y ahora seguía follando por plata, pero solo con los que a ella le gustaban, sin obligación de darle parte de su esfuerzo a ningún chulo putas.

Si bien es cierto que al maromo explotador, no le gustó la idea, bastaron un par de sacudidas de polvo que le aplicó Seba, para convencerlo de que era mejor si se dejaba de joder con ellos.

Don Tito lo tomó muy bien, él conocía los devaneos de su hija mayor y nunca pudo ponerla en vereda, pero se lo toleraba porque a pesar de que Carmen era un poco puta, era una excelente hija y una gran administradora del taller junto a su hermana. Los veía enamorados y sabía que al lado del gordo se iba a encarrilar, la verdadera sorpresa era que estaban hablando de casamiento para fin de año.

Entusiasmado con las novedades seguí a la búsqueda del sueño de mi madre y finalmente compré una casona antigua en condiciones deplorables en un barrio de clase media alta vecino al nuestro. Así como la sumergida gran avenida, separaba el barrio de Seba del de mis padres, una señorial avenida empedrada delimitaba las viviendas de los trabajadores, de las de sus patrones, gente adinerada de origen humilde, pero con ínfulas de aristocracia. Hombres arrogantes e indiferentes en sus autos importados y mujeres plastificadas matando horas en el gimnasio para evadir su aburrimiento.

Con veinte años en la cartuchera, mi vida se comenzaba a ordenar en lo material aunque flaqueara en lo sentimental, mis encuentros con Sofía se empezaron a espaciar después de sofocado el calentón inicial, Sara me visitaba cada tanto, alejada ya del control de su padre y sentía un agujero en el alma por la ausencia de mi madre que no podía superar.

Durante ese invierno, nuestro taller ya atendía exclusivamente autos de alta gama, sin dejar de lado a los viejos clientes de Don Tito, que cada tanto despuntaba su vicio en el taller. Al salir, concurría a un gimnasio tres veces por semana en un club de fútbol de primera división que estaba cerca y a clases de natación en el mismo lugar, los otros dos días. Pescar desde un bote en la laguna, era una asignatura pendiente que no me atrevía a cursar por no saber nadar.

Los fines de semana iba a pescar en las lagunas próximas a la ciudad y si había algún feriado puente me dirigía al mar. Entre pique y pique bosquejaba la que sería mi casa y al volver lo volcaba en mi ordenador.

Un sábado por la mañana a comienzos de la primavera, estaba por partir, cuando recibí un llamado de un número desconocido. A pesar de que no suelo atender ese tipo de llamada, ya sea por curiosidad o por distracción apreté el botón verde y me encontré con la voz de Silvia agitada.

-. Necesito un favor. ¿Podrías ayudarme?

-. Si está a mi alcance cuenta con ello.

-. ¿Podrías venir a mi casa ahora?

Extrañado, dejé todo lo que tenía preparado, le confirmé mi visita y le pregunté si debía llevar algo que pudiera necesitar.

-. Solo lo que usas para revisar un ordenador.

Tomé mi maletín de diagnóstico, lo cargué en las alforjas y partí en mi moto rumbo a su casa, a la cual llegué a media mañana. Me hizo pasar abriendo personalmente el portón, nos saludamos con un par de besos y me condujo al interior de la vivienda que ocupaba en la mansión. Un ala del palacete totalmente independiente de su padre.

En resumidas cuentas, sospechaba que le habían intervenido el ordenador, y que habían introducido un virus con el que controlaban las cámaras, ya que al querer revisar las grabaciones de las últimas semanas, le daba que el archivo estaba vacío, cosa que no coincidía con el espacio que figuraba ocupado en la tarjeta de memoria.

Como los ordenadores estaban en red y por seguridad, la memoria de las cámaras no se podía borrar a distancia, alguien había bloqueado todo el sistema para evitar que se vieran.

Silvia había pasado parte del mes de Agosto esquiando en el sur con su padre y había tenido que retornar de improviso para acompañar a su hermano a una revisión médica.

Después de la agresión sufrida había quedado muy desequilibrado, se había volcado al consumo de sustancias ilegales y estaba bajo atención psiquiátrica, su padre no quería que estuviera solo en un momento en el que parecía estar sufriendo una recaída y le pidió que vuelva.

Cuando le pregunté por qué no lo había hecho Don Ramón personalmente, me explicó que estaba con su nueva novia y hubiera sido muy vergonzoso para él, tener que explicarle el origen de los males que aquejaban al heredero.

Al parecer a alguien le había molestado su retorno imprevisto y como los únicos que tenían conocimiento de los códigos de acceso al sistema, además de su padre, eran su hermano, su esposo y ella, tenía miedo de que Rafa hubiera cometido algún desmadre en su ausencia y le hubiera pedido a alguien que lo cubra. O peor aún, que algún delincuente de los que le proveía droga en forma habitual, los estuviera espiando. Razón por la cual me llamó desde un teléfono nuevo sin avisarle a nadie de su familia por si también los tenían intervenidos.

Estaba muy asustada, su padre estaba en el sur y su esposo en uno de sus habituales congresos. Sabiendo que había sido compañero de Rafa en el pasado y le había resuelto tan magníficamente el problema de

su nene mimado

, se le ocurrió pedirme ayuda.

Ver a una mujer tan bella siendo tomada por estúpida me conmovió. Los viejos estereotipos tanto machistas como feministas, condicionan en general a creer que los comportamientos sociales están directamente relacionados con la apariencia de las personas. Nada más lejos de la realidad, existe inteligencia y estupidez, maldad y bonhomía, repartida por igual en el mundo que nos rodea.

La intuición de Silvia la llevó a actuar en forma inteligente y lo que estábamos por descubrir le cambiaría la vida para siempre.

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