Laurel y Hardy 7

Mundos distintos

MUNDOS DISTINTOS

Recorrí los pocos metros que separaban mi mundo del infierno, envuelto en una niebla roja de irrealidad, los golpes, gritos y gemidos, retumbaban en mi cabeza, como tambores llamando a la guerra.

La puerta estaba entornada, solo era cuestión de empujar. Como un parapléjico que fuerza su voluntad para tratar de mover un dedo, obligue a mi brazo izquierdo a levantarse y empujar suavemente.

Cuando pude mirar, la niebla se disipó.

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Como un reloj suizo de precisión, mi cerebro se reconectó con la realidad en el exacto momento que Don Roberto cerró la puerta. Bajé corriendo a descargar mi vejiga y entre los nervios que tenía y la violenta erección matutina, alimentada por lo que pudiera pasar, no podía echar una gota.

Resignado a perder la oportunidad, me metí al duchador, abrí el grifo de agua fría y solo de esa forma logré evacuar los efluentes matutinos evitando mojar el cielorraso. Me sequé lo más rápido posible y subí corriendo con la esperanza de llegar a tiempo.

Cinco minutos más tarde, espiando con los ojos entrecerrados y simulando estar dormido, vi emerger como un sol de amanecer la figura de Sofía en la escalera, peldaño tras peldaño. Primero su rostro hermoso levemente maquillado, con una expresión pilla en los ojos mordiéndose el labio inferior. Luego sus abundantes tetas solo cubiertas por una tela negra semitransparente donde se marcaban sus pezones enardecidos. Cuando emergieron sus caderas, pude apreciar que su camisón apenas cubría sus negras y escasas bragas de encaje.

Cuando todo su hermoso cuerpo quedó expuesto y desnudo al contraluz de la ventana, iluminada por la luz de las farolas de la calle, mi erección resultaba dolorosa.

Suavemente descorrió mis cobijas y se acostó dándome la espalda en cucharita. Crucé mi brazo sobre su cintura y envolviendo su cuerpo la apreté al mío. Se tensionó al comprobar que estaba despierto y en un susurro me advirtió.

-. Promete no enamorarte

-. Prometido.

Se revolvió entre mis brazos y subiéndose a mi cuerpo me comió la boca. Nuestras lenguas bailaron furiosas en la boca del otro, nuestras manos exploraron nuestros cuerpos y las caderas chocaron buscando el acople, solo separadas por la tela de nuestras mínimas prendas.

Lentamente se fue deslizando dándome pequeños mordiscos en la piel hasta prenderse a mis pezones jugando con su lengua voraz. Cuando se sintió satisfecha siguió bajando dejando un rastro de saliva, mientras sus manos se deshacían de mis boxers. Cuando tuvo el objeto de su deseo al alcance de su boca le pasó la lengua todo a lo largo un par de veces y en cuanto lo tuvo bien ensalivado, literalmente se lo comió.

Subiendo y bajando desde el glande hasta la mitad con sus labios firmemente amorrados a mi falo, mientras con su lengua lo punteaba, me fue llevando al abismo. Viendo que el vértigo me arrastraba, le di unos golpecitos en la cabeza para avisarle y me lancé a las profundidades

La muchacha, bastante ducha en estas lides, aguantó el vendaval y no desperdició ni una gota. Levantó su mirada soltando su presa y pasando su lengua alrededor de sus labios con una sonrisa, mostró su conformidad por lo logrado.

Cuando pude recuperar el control de mis emociones, la giré bajo mi cuerpo para devolverle atenciones. Le comí la boca, le mordí el lóbulo de sus orejas y fui bajando por su cuerpo hasta llegar a abrevar de sus erectos pezones en medio de sus quejidos de placer.

Cuando abandoné tan exquisito manjar y reemprendí mi expedición al sur sacándole las bragas, me tomó de los pelos y tirando hacia arriba me conminó a que la penetrara. Como buen caballero no me hice rogar y de un caderazo hice diana en su intimidad.

Segundos después de asimilar el acople, empezamos a movernos suavemente sin dejar de besarnos. Apoyado sobre codos y rodillas, el único punto de contacto eran nuestros sexos afiebrados. La posición nos permitía movernos sincronizados, chocando nuestras caderas en un polvo demencial, que culminó con un orgasmo apoteósico de los dos.

Caí boca arriba derrotado por el esfuerzo evitando hacerlo sobre su humanidad, ella se montó toda a lo largo sobre mi cuerpo y se quedó dormida. A partir de ese día nos convertimos en amantes sin compromiso y sin atosigamiento. Si le apetecía follar, subía a mi cuarto y lo hacíamos, y si yo no estaba para la labor, se quedaba a dormir abrazada a mi cuerpo. Si me apetecía a mí, le mandaba un mensajito y si ella consentía subía. Eran muchas las noches que solo hablábamos hasta quedarnos dormidos.

Para Marzo de ese año, las cosas marchaban bien en el taller y decidí comprarme una vieja moto para refaccionar y tunearla y así ocupar mis horas libres. Para mitad de ese año mi Harley de postguerra lucía espléndida y se convirtió en mi niña mimada. Con ella pude salir del laberinto de cuatro calles en que transcurría mi vida y pude conocer mi hermoso país recorriéndolo de norte a sur, a veces solo y otras, acompañado de Sofía.

Sobre el fin de ese año, recibí un mensaje de Ale, pidiéndome que la llame. Al hacerlo me comentó que estaba próxima a rendir el final de Análisis matemático de primer año y necesitaba ayuda. Quedé en visitarla el siguiente sábado y le pedí que me adelante el temario para repasar.

Llegado el día, me dirigí a su casa con mi moto y me abrió el garaje para que la guarde. Sus padres estaban de vacaciones y se habían llevado al personal de servicio con ellos, solo quedaba la vieja ama de llaves que se encargaba de la casa y de la comida.

Los temas no eran difíciles y trabajando en forma intensiva el fin de semana, los sacamos adelante. El lunes por la tarde apareció por el taller y cuando me vio, saltó sobre mi cuerpo y me comió a besos entre risas y gritos de alegría, los aplausos del taller y la cara de culo de Carmen. Había aprobado el examen y estaba eufórica. Repetimos la rutina con Física y logramos el mismo resultado.

En agradecimiento a mi ayuda, me invitó a pasar una semana en el chalet de sus padres de la costa, cosa que agradecí entusiasmado ya que no conocía el mar.

La semana entre Navidad y Año nuevo cerramos el taller, y las dos siguientes me las tomé de vacaciones. La fiesta de Nochebuena la pasé ayudando a Sofía y su padre en la panadería en la ardua tarea de las fiestas, a la que se le agregó el trabajo de hornear varios lechones para los vecinos y uno para nosotros. Al cerrar el negocio, armamos la mesa en el local y un par de horas más tarde sacamos el puerquito tan dorado y crujiente que se no hacía agua la boca.

A las doce brindamos con sidra y a las dos de la mañana cerramos todo para ir a descansar. Don Roberto se tiró en una tumbona dejando los hornos encendidos a media temperatura, un par de horas más tarde debía volver a hornear para la exigente demanda de Navidad.

Al llegar a casa nos fuimos a mi cuarto a descansar, después de intercambiarnos un par de tonterías que nos habíamos comprado para el arbolito. Aprovechamos las pocas horas restantes para dormir abrazados y a las ocho de la mañana, ya estábamos abriendo el negocio.

Repetimos la rutina en Nochevieja, con la diferencia de que recibimos el año follando como descosidos. Durante la mañana de año nuevo nuestras ojeras y nuestros bostezos fueron la comidilla de los clientes.

Al día siguiente, luego de descansar varias horas, preparé mi bolso y partí rumbo a la costa con mi adorada moto. Las cuatro horas que duró el viaje, las gocé como pocas veces. Ver correr el paisaje en mi chopera, sentir ronronear la bestia que tenía bajo las piernas y la sensación de libertad, me transportaron a los años donde la vida era más fácil y todo parecía ser posible si me lo proponía.

Años donde era feliz sin darme cuenta, donde las cosas eran claras y diáfanas. Con la seguridad que da un padre que parecía de roble y el amor de una madre que se sentía infinito.

Llegué a la dirección que me pasó Ale al caer la tarde, se trataba de un hermoso chalet con techo a dos aguas en medio de un bosque de pinos y eucaliptus. Estaba rodeado de un gran parque dotado de piscina, solárium y parrilla, y contaba con una pequeña construcción a un costado de la casa, imagino que destinada al personal de servicio.

La llamé por el móvil y al instante me abrieron el portón para que entre la moto. En su interior me encontré con una Ale deslumbrante en un escueto bikini y un grupo de amigos que miraban con asquito mi tuneado cariño.

Mi vieja compañera al verme, empezó a realizar saltitos aplaudiendo y al bajar de la moto, se lanzó a mis brazos como un koala, provocando el asombro de sus amigos y la ira de uno de ellos en especial, un grandote musculado al que no le gustaba nada lo que estaba viendo.

Mientras las otras tres parejas miraban mi moto con curiosidad y el grandote que resultó ser su primo Jorge, me miraba con odio, Ale me acompañó a la pequeña casa anexa, que resultó ser la ex vivienda de los caseros y en la actualidad oficiaba de casa de invitados.

Con cariño de amiga me comentó que ellos estaban por salir, que podía usar la piscina cuando se me antojara y que ya a la mañana siguiente podríamos pasar más tiempo juntos. Antes de irse me dejó un llavero con el control del portón, y las llaves de la reja de entrada y la casita.

De entrada me sentí desplazado, como ajeno al mundo en que ella se movía, más aún al verla montarse en el Mercedes Benz 4x4 del musculito que me miraba sobrándome. Como no soy muy amante de piscinas, ya que no sé nadar, decidí aprovechar la tarde recorriendo los aledaños.

De pequeño apenas había aprendido a flotar en la piscina de la escuela y de adolescente a desplazarme bajo el agua con cierta velocidad, pero no tuve tiempo de desarrollar un estilo normal, la vida me llevó por delante y nunca pude pagar la inscripción a un club.

El lugar era precioso, estaba a pocos metros de una gran playa de arena abierta y con una larga escollera a unos trescientos metros de distancia. El centro comercial lleno de tiendas de primera marca era recorrido por hombres y mujeres que parecían salidos de revistas de modelaje y los precios prohibitivos para gente como yo.

Evidentemente, me había equivocado al aceptar la invitación y pronto lo comprobaría, ese lugar no era para gente de mi condición social.

Decidí aprovechar la naturaleza del lugar que me rodeaba y molestar lo menos posible. Al volver a la casa, me crucé con Doña Montserrat que salía con su auto deportivo, vestida para matar.

-. ¿Qué haces tú aquí?

-. Me invitó su hija.

-. Uff, no sé qué voy a hacer con esta niña, mañana hablaré seriamente con ella.

Y salió pitando haciendo chirriar las ruedas.

Al día siguiente a las seis de la mañana, acostumbrado a madrugar, ya estaba despierto, me puse un bañador, una remera, un par de zapatillas y salí a caminar. Al salir por el portón me encontré con la camioneta de Jorge estacionada en la puerta. En su interior, Ale, entre risas y evidentemente bebida, esquivaba como podía los avances del pulpo de su primo.

Con mucha maldad y alevosía le golpeé la puerta para avisarle que salía. La muchacha, completamente ruborizada al verme, aprovechó para bajarse y entrar corriendo a la casa. En ese momento la mirada sobradora estaba en mi cara.

Desayuné en un chiringuito, recorrí la playa, subí a la escollera y me interesé por la pesca, le pregunté a un hombre mayor los mejores horarios para pescar y observé como limpiaba su captura.

En el camino de retorno compré una caña y una caja con anzuelos y aparejos, paré a almorzar pescado en un puestito al pie de la escollera y retorné a la casa. El grupo de amigos estaba reunido nuevamente y Jorge como de costumbre rondando a Alejandra.

Dejé mis compras en la casa, tomé una toalla, la crema protectora y me dirigí a la piscina donde todos estaban jugando a las ahogadillas. Por mi aversión al agua, me coloqué en una reposera bajo una sombrilla en un lugar bastante alejado y me empecé a aplicar la crema.

Ale al verme, salió corriendo del agua y se ofreció a aplicármelo en la espalda, ofrecimiento que acepté con placer viendo la cara descompuesta de su primo. Mientras lo hacía, me preguntaba por mi mañana extrañamente nerviosa.

-. ¿Qué sucede Ale?

-. ¿Por qué lo preguntas?

-. ¿A qué se deben los nervios? ¿Estoy molestando de alguna manera?

-. No, no por favor, no es eso...es que… lo de esta mañana...estábamos muy bebidos… y no quiero que pienses mal.

-. No tengo por qué pensar nada, soy un invitado y esta es tu casa.

-. ¿Estás molesto?

-. Como amigo, me parece una estupidez que se suban a un auto estando bebidos. Lo que hagan después es cosa vuestra.

Estaba hablando con la boca chica, porque indudablemente, sí que me molestaba. La conversación quedó ahí y ella volvió con sus amigos, mientras yo aproveché para echarme una siesta, aprovechando el sol de la tarde.

No pasó mucho tiempo en que una sombra se posó sobre mi cuerpo y no era otra que la que proyectaba el gran cuerpo de Jorge. Miré a mi alrededor y al no ver a Ale tuve una corazonada sobre el origen de su acercamiento, tomé mi nuevo teléfono móvil y lo desbloqueé antes que empiece a hablar

-. Hey tú, dime, tienes algo con Ale.

-. Sí, somos viejos compañeros y muy amigos.

-. Entonces no te importará que me la tire.

Levanté la vista sin soltar el teléfono y le contesté sin dejarme intimidar por su gran tamaño

-

. Como importar, sí que me importa. Ninguna mujer debería caer en brazos de tipos como tú.

-. Con rabia contenida por no poder responder con violencia a mi provocación, me dijo entre dientes.

-. Veo que sí, sientes algo por ella... mejor así. Te lo advierto para que no te sientas mal después, esta noche duermo aquí y me la voy a follar, como me la estuve por follar ayer antes de que te metieras de por medio.

-. No le voy a dejar ni un agujero sin rellenar, como ya lo hice con sus tres amiguitas aquí presentes y mira...los novios tan felices.

-. Te aconsejo que te vayas por ahí para no sufrir. O mejor aún...quédate y aprovecha para ver como folla un macho.

Se alejó con una sonrisa sobradora mientras yo volvía a guardar mi teléfono. El resto de la tarde me lo pasé contemplando a las muchachas retozar cariñosas con sus parejas. Eran muchachas finas y delicadas casi tan hermosas como mi amiga, de las que costaba pensar que fueran tan hipócritas, de ser ciertas las palabras del cabrón.

Al caer el sol, tomé mis cosas y volví a mi cuarto. Luego de meditarlo profundamente y a pesar de reconocer que me molestaba mucho, decidí seguir con mis planes, yo ya había hecho mi parte. Me pegué una ducha, me apliqué una crema hidratante en el cuerpo, tomé los aparejos de pesca, una campera y me marché a la escollera.

Volví a cenar en el puestito, donde me sirvieron un delicioso chupín acompañado de una cerveza y al terminar, subí al espigón de pesca. Al llegar a la punta me volví a encontrar con el viejo pescador del día anterior que me recibió con una sonrisa cuando le mostré mis nuevos aparejos.

-. Bienvenido a un mundo nuevo. Ja ja ja

-. Espero no ser una molestia

-. Siempre hay una primera vez muchacho y a nosotros nos gusta saber que la gente joven se interese por la pesca.

Como apoyando su moción, los demás pescadores me hicieron una seña con el pulgar en alto. Mi nuevo amigo me enseñó a montar los aparejos, a encarnar el anzuelo y a lanzar la caña. Mientras esperábamos el pique, me dio un curso acelerado de las diferentes técnicas según los diferentes lugares y de como preparar las diferentes capturas, además de explicarme cuales piezas sacar y cuales devolver al mar.

Media hora más tarde sacó su primera corvina y me pidió que saque mi cuchillo y la limpie según sus instrucciones, cosa que también hice con las dos siguientes. Sobre la media noche después de haber recogido un par de veces y repuesto la carnada se dio el primer pique en la mía. Me explicó cómo asegurar el pique, como recoger la caña y como sacar la presa, en este caso, una hermosa corvina de tamaño importante.

Contentos por el pique de esa fresca noche, hablamos de nuestras vidas. Me contó que era un jubilado viudo y no tenía hijos y yo le hablé de mi oficio y mis estudios, obviando la parte familiar. Si se dio cuenta del hecho no me lo demostró.

Cerca de las dos de la mañana, apoyado en la baranda del espigón mientras mi hambrienta caña esperaba una presa, observaba abstraído el reflejo de la luna sobre el oscuro mar, cuando fui rodeado por un par de brazos, una delicada cabeza se apoyó en mi espalda y un conocido perfume inundó mis narinas.

En el silencio que nos envolvía, una dulce voz susurró en mis oídos.

-. Gracias

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