Laurel y Hardy 6
Escarmiento
ESCARMIENTO
Al llegar a la antesala de los dormitorios, el espectáculo era dantesco, sobre el pequeño sillón doble, ropas rotas y desordenadas de hombre y mujer, como arrancadas con furia, daban cuenta de la batalla.
Una botella de vodka a medio vaciar sobre la mesita y un par de vasos usados -uno de ellos con labios estampados - sumados a los inconfundibles rastros de un polvo blanco junto a un par de canutillos, eran la muestra evidente de lo que allí había pasado.
Para mi fortuna, los gritos seguían y limpiaban mi alma de dolor, reemplazándolo por una ira profunda, que se acumulaba a presión y amenazaba desbordar en cualquier momento.
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No tardé en arrepentirme de haber venido, prefería la ignorancia a enterarme de la cruda realidad. Años de torturas y sufrimiento solo por protegerme y yo en la más cruel ignorancia demandando agua de un estanque seco.
Escuchaba la historia de boca del doctor y el dolor de mi alma se tornaba insoportable. Un nudo ácido atenazaba la boca de mi estómago impidiéndome respirar normalmente y mi mente se negaba creer lo que Carlos me narraba.
¿Cómo pude estar tan ciego? Me producía una profunda desazón no haberme dado cuenta lo que se estaba cociendo en mis narices, jamás imaginé el infierno que vivía mi madre.
Lo que más me indignaba, además de mi insensibilidad de esos momentos, era que se avergonzara de haber querido escapar de su cruel rutina en brazos de alguien tan amable como Carlos, o que pensara que yo pudiera juzgarla mal por eso, después de todo lo que sufrimos en manos de la bestia de mi padre.
Fue duro aceptarlo, pero con todo el dolor de mi corazón, comprendí que debía dejarle espacio, ya habría tiempo para conversar. Más ahora que el doctor había contratado a un buen abogado y buscaba reabrir el caso.
Volví a mi departamento compungido y me acosté sin cenar, tenía mucho que pensar y mucho que decidir, mi mundo se había puesto de culo y era hora de empezar a enderezar las cosas.
Dormir tantas horas me hizo bien, me levanté despejado y a las seis de la mañana desayuné solo como en los últimos días.
Al finalizar, lavé la vajilla, subí a buscar mis cosas y me disponía a partir, cuando me crucé con Sofía que iba al baño de invitados a poner toallas. Al verme, bajó la cabeza avergonzada e intentó evadirme.
Me detuve y la tomé de un brazo antes de que se marchara, levantó su cabeza para mirarme y distinguí una lágrima a punto de desbordar sus ojos.
-. Estás en tu casa, no necesitas esconderte de mí.
-. Es que después de lo que te hice, me cuesta mirarte a la cara.
-. Si es así, quizás sea hora de que busque otro lugar para vivir.
-. No, por favor, no te vayas por mí, no me lo perdonaría.
-. Sofía, yo ya tengo bastante soledad en mi vida como para tener que privarme también de conversar contigo. Se me hace duro desayunar solo.
-. Es que no sé cómo disculparme
-. No es necesario, pero si te sirve, solo dime porque lo hiciste.
-.
Fue un impulso estúpido, del que me arrepentí en seguida. Estaba tan convencida de que eras gay, que perdí las esperanzas de que me vieras como algo más que tu casera, y al descubrir que no era así, me sentí burlada por las putas de Carmen y mi prima y me la tomé contigo.
-. ¿Y en que cambia lo yo sea o deje de ser?
-. Bueno… es que yo... es decir tu…
Le acaricié la cara, e interrumpiendo su azoramiento le di un suave beso en los labios. Al separarnos, me miró asombrada tocándose la boca, dibujó una preciosa sonrisa y atrapando mi cuello con sus brazos, acercó su cara temerosa y me besó. Se separó ansiosa por ver mi reacción y al contemplar mi sonrisa, se lanzó a mi boca y me dio un morreo que me puso a cien. Cuando nos separamos, volvía a ser la morocha alegre de siempre.
-. Gracias, me has sacado un peso de encima.
-. Claro, ahora el peso lo tengo yo
Le comenté entre carcajadas, señalando el bulto de mi pantalón y esquivando las toallas que me arrojó muerta de risa.
A las siete abrí el taller dispuesto a encarar el día con mejor ánimo. A media mañana, me encontraba en la fosa reparando los sensores de inflado de neumáticos de una camioneta japonesa, cuando un alboroto me llamó la atención.
Salí a mirar de qué se trataba y alcancé a ver entre los cuerpos de mis compañeros, un imponente Audi R8 gris plata que estaba ingresando en el taller.
Venía conducido por un elegante y atlético señor cincuentón, vestido con un impecable pantalón negro y camisa blanca, conjuntados con una campera y zapatos de piel negros. Estaba acompañado por una rubia de infarto, mucho más joven que él, embutida en un corto vestido negro elastizado que dejaba poco a la imaginación.
Cuando la dama bajó de la deportiva máquina, no pudo evitar dejar a la vista el liguero y una mínima braga de encaje, produciendo un par de ataques cardíacos y varios ACV entre el personal masculino y la envidia en el femenino. La cara de asco y odio de Carmen eran para poner en un marco, una zorra mucho más hembra que ella, la acababa de dejar a la altura del betún.
Cuál no sería mi sorpresa al ver los datos del cliente, enterarme de que se trataba de Don Ramón, el padre de Rafa, mi viejo acosador y Silvia, su hermana mayor y verdadera dueña de esa joya.
De acuerdo a lo referido por el padre de la propietaria, la bestial máquina tenía fallas aleatorias en el circuito de inyección, que no lograban detectar los talleres especializados de la marca. Ellos mismo le habían hablado de nosotros y decidieron hacernos una visita.
Tomamos el trabajo sin compromiso y quedamos en contestarle a la tarde si podíamos solucionarle sus problemas. Don Luis me relevó de lo que estaba haciendo y me pidió que me pusiera inmediatamente con el Audi, ya que sacar adelante un trabajo así, podría traernos mucha clientela nueva.
Antes de tocar el auto, busqué en la web todo lo publicado sobre esa máquina y ninguna falla mencionada coincidía con la que refería su propietaria.
Buscando ideas alternativas no convencionales, entré en la deep web y bajé unos cuantos programas de autodiagnóstico diseñados por hackers dedicados a joder a las multinacionales, permitiendo que los propietarios de esas joyas pudieran acceder a reparaciones más económicas y no tener que ser cautivos de los talleres oficiales y sus siderales precios.
Una vez descargados y chequeados con el antivirus, los cargué en una memoria USB y los puse a correr en la computadora de la máquina.
Para la hora de cierre, todavía faltaban varios minutos de testeo. Aburrido, cerré el taller, acomodé mi banco de trabajo y bajé a la fosa para maravillarme con los detalles técnicos de tan poderosa máquina justo en el momento que golpearon el portón.
Salió Carmen a abrir la puerta y para mi sorpresa, hizo pasar a Rafa que venía a ver como marchaba el trabajo en el auto de su hermana. Instintivamente me agaché para que no me viera, después del incidente con el gordo no quería volver a generar conflictos
Cuando Rafa se dio cuenta que no quedaba nadie en el taller, abrazó a Carmen, la acercó tomándola de su culo y le dio un morreo como para sacarle los dientes.
-. ¿Ya se fue el gordo asqueroso?
-. Hace rato.
-. ¿Y el grasiento de Joaquín?
-. También.
-. Vine por el informe, pero ahora se me ocurre una forma mejor de aprovechar la tarde. Ja ja ja. Humillar al gordo me pone más.
Entre risas corrieron a esconderse en mi vieja habitación.
Salí del foso conmovido por lo que escuché y me asomé a la habitación espiando por la rendija tras el calendario, asombrado alcancé a ver como se besaban desesperados, mientras se desnudaban a los tirones.
Cuando Carmen liberó la polla de Rafa, se arrodilló a sus pies y se la tragó con gula por completo.
-. ¿Te gusta puta? ¿La extrañabas?
Carmen asentía con la boca llena, mientras Rafa tomándola de su cabello le follaba la boca enajenado.
Eso era mucho más de lo que podía tolerar. Aunque lo mío con Carmen saliera a la luz, no podía permitir esa traición. Llamé al gordo, le advertí lo que pasaba y le pedí que viniera inmediatamente.
A los quince minutos apareció por el taller. Haciéndole señas de que se calle, lo llevé hasta el calendario y le indiqué como mirar adentro. Para mi sorpresa, en lugar de una expresión de enojo, lo que vi en su cara y me aterró, fue una sonrisa siniestra. Fue hasta su banco de trabajo, tomó un engrasador de mano y entró a la habitación. Un minuto más tarde, el alarido que se escuchó, me hizo temer lo peor.
Corriendo me asomé tras el calendario temiendo una desgracia y alcancé a ver a Carmen desnuda, tirada de espaldas en la cama con las piernas enroscadas en la cintura de su amante, recibiendo su polla en el coño y gritando de terror.
Entre tanto, completando la escena, mientras Seba con una mano aplastaba a Rafa contra la infiel, con la otra, le hacía al cabrón un servicio gratuito de lubricación de bujes, enterrándole hasta las amígdalas el engrasador en el culo.
Cuando lo consideró suficientemente lubricado, se bajó los pantalones junto con el calzoncillo, retiró el engrasador del culo de Rafa y le enterró un pollón que reíte de los negros.
Ver como lo culeaba, mientras Rafa aullando como un travesti violado, con la polla endurecida embestía a Carmen, era una escena que ponía los pelos de punta. Cuando el gordo le llenó las tripas de lefa, lo tomó de los pelos, lo sacó de la habitación y lo arrojó a la calle desnudo como estaba, con el culo largando un mejunje de grasa, sangre y lefa.
Se quedó parado mirándolo con asco tirado en el piso y un par de minutos más tarde, replanteándose la situación, tomó un mono engrasado que estaba colgado a su derecha y se lo arrojó para que se cubriera.
Volvió a la habitación, cerró la puerta y se limpió los restos de la enculada con los calzones de su novia que estaban rotos y tirados en el piso, levantó a la aterrada Carmen de la cama tomándola por las corvas, la apoyó contra la pared y le clavó el pollón por primera vez en su corto noviazgo, martillando como si no hubiera un mañana. Los gritos de terror y dolor que pegaba la muchacha y que no tardaron en convertirse en gritos de placer, debieron dejarla disfónica por lo menos una semana.
Lentamente y sin hacer ruido, dejé todo el equipo testeando hasta el otro día y me fui silbando bajito. No fuera cosa que me pillaran en medio de la batalla.
Llegué a casa tardísimo y Sofía me estaba esperando en la cocina con la cena preparada, limadas las asperezas y aclarados los malentendidos, volvimos a conversar como amigos íntimos.
Me contó que su prima la había asombrado, no se imaginaba que debajo de la fachada de mojigata que aparentaba ser, se escondiera una zorra de cuidado y menos que su duro e irascible tío fuera una marioneta en sus manos.
Al otro día a las cuatro de la mañana, media hora después de que su padre saliera rumbo a la factoría. Subió al altillo y se metió en mi cama.
Nos despertamos abrazados, pero cuando se percató entre risas de mi violenta erección matutina, saltó de la cama y bajó corriendo antes de que yo pudiera reaccionar.
Esa mañana llegué al taller esperando lo peor, pero misteriosamente, no hubo ningún escándalo. El autodiagnóstico había dado resultado y resultó que el problema del auto era solo un problema de configuración del programa de inyección. Lo único diferente a los demás días, era el comportamiento de Carmen, que andaba pegoteada al gordo, ronroneando como una gatita.
Cerca del mediodía llamó la hermana de Rafa preguntando por su auto y al notificarse que estaba solucionado el problema, pidió que se lo alcanzáramos a su casa.
Como premio por haberlo reparado, Don Luis me encargó que se lo llevara después de almorzar. Asentí emocionado, pero con un nerviosismo tal por la responsabilidad, que me temblaban las piernas.
Al mediodía, casi no me pasaba la comida por la garganta debido a la excitación, cuando finalmente llegó la hora y lo puse en marcha, sentí parte de mis sueños realizados, siempre imaginé que alguna vez, iba a poder conducir una máquina así.
Lentamente y con cuidado lo saqué a la calle y tomando la autopista que bordea la ciudad me encaminé a la zona de casas de lujo, ubicada aledaña al lado norte de la autopista.
Lo fui trabajando a diferentes regímenes de vueltas sin exceder la velocidad máxima para verificar su funcionamiento y la bestia ronroneaba como un gatito. Al llegar a la dirección indicada, me encontré con una mansión parquizada que quitaba el hipo.
Me anuncié por teléfono y las grandes rejas se abrieron para dejarme entrar. Al final de un sendero bordeado de setos me esperaba un empleado de uniforme, que me pidió que le entregue el auto para guardarlo, e indicándome que Don Ramón, me esperaba al borde de la piscina.
Cuando me vio, el padre de Rafa me felicitó efusivamente, me dejó una propina de escándalo y se comprometió a recomendar nuestro taller con todos sus conocidos dueños de autos importados, que eran exprimidos por los talleres de los concesionarios con muy pobres resultados técnicos.
Me pidió que le acepte un refresco y me condujo al sector del solárium donde nos esperaba su hija tirada en una reposera. Si la imagen que tenía en mi mente de esa mujer era la de una diosa, verla en su escueto bikini que apenas cubría sus exquisitas formas, fue la panacea de todos mis males.
Cuando me vio llegar, se levantó alborozada y corrió a darme un abrazo de agradecimiento
por curarle las nanas a su bebé
, según su buen decir. Don Ramón se despidió con un apretón de mano y me pidió que disfrute el refresco en compañía de su agradecida hija.
Dejando de lado lo pija inherente a su condición social, resultó ser una muchacha agradable, de buena educación y charla fluida. Se interesó por mis estudios y al enterarse que estuve en el mismo instituto que su hermano, me preguntó si lo conocía. Le contesté que sí pero que solo de vista porque éramos de cursos diferentes y aproveché la ocasión para preguntar por él.
En voz baja me confesó que el macarra estaba internado en la clínica del padre de su novio que estaba en un congreso en el extranjero, después de haber sido brutalmente agredido, según él, en la calle, por unos malvivientes que lo dejaron muy lastimado, al punto de haber necesitado cirugía.
Pero que ella creía, por el tipo de lesión que sufrió su hermano y no me podía contar, que la agresión provenía seguramente de algún marido furioso, de alguna de las tantas mujeres casadas que se follaba,
Más tranquilo por la noticia de que el incidente no se había ventilado, me despedí de la muchacha y volví al taller en un remís usando parte de la propina recibida, por una vez, decidí disfrutar del éxito de mi trabajo.
Llegué cuando estábamos por cerrar y todos mis compañeros me acribillaron a preguntas sobre el andar del auto, mientras Carmen me miraba desde un rincón, preocupada por lo que pudiera saber del incidente. Cuando la miré a los ojos y me toqué el culo simulando un gesto de dolor, abrió los ojos como platos y se metió corriendo a la casa, mientras yo reía a carcajadas recordando la enculada.
Cuando me di vuelta para irme, me topé de frente con el gordo que me había visto hacerle gestos a Carmen, me tomó de un brazo y me metió en mi antiguo dormitorio. Esperándome lo peor, me resigné a lo que viniera, al gordo jamás le podría reprochar nada, yo le había fallado y debía afrontar las consecuencias.
Nada más cerrar la puerta, Seba vino a mi encuentro y me dio un abrazo que casi me parte el espinazo.
-. ¿No estás molesto por lo que pasó?
-¿Molesto? Estoy eufórico, gracias a tí y a tu lealtad, ese idiota me dio las llaves del paraíso. No sabes las ganas que tenía de follarme a Carmen.
-. ¿Y no te jode que se la estuviera follando otro?
-. Para nada, ¿O tú crees que todo este tiempo que no me dejaba tocarla, yo no me iba de putas con las amigas de mi madre?
-. Pero ella le estaba dando a otro lo que a ti te negaba.
-. Sabía que algo raro pasaba y estaba esperando pillarla para escarmentarla. ¿Y quién me iba a ayudar si no era mi hermano del alma? Ehhh...
Y alegre como estaba, me pegó un puñetazo en el hombro que casi me lo saca de lugar. Frotándome el magullón consideré llegada la hora de descargar mi conciencia.
-. Es que...Seba, yo te he fallado...tendría que contarte que…
El gordo me interrumpió mirándome fijo.
-. Hermano, lo que hiciera Carmen antes de ser mi novia no me interesa en absoluto. Ni siquiera sus rollos con Sofía. Ahora ella sabe a lo que se arriesga el que se la quiera tirar.
-. Gracias... me sacas un peso de encima. Ya me estaba preocupando por mi culito.
Y nos volvimos a abrazar entre carcajadas, recordando con poses ridículas, como Rafa caminaba con las piernas abiertas y el culo roto.
Volví a casa más tranquilo y cené con Sofía y su padre hablando del increíble auto, mientras ellos me llenaban de elogios por la reparación. Después de ayudarlos a recoger la mesa, me fui a acostar bien temprano, quería estar bien despierto y descansado a las cuatro de la mañana del día siguiente.
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