Laurel y Hardy 4
Pillados
PILLADOS
Al llegar al piso superior, los gritos eran tan escandalosos, que tuvieron la virtud de ir convirtiendo mi dolor en ira.
Caminaba pesadamente arrastrando los pies, como no queriendo llegar, intentando infructuosamente alargar el tiempo antes del enfrentamiento final, volví a palpar mi cintura, el frío metal me daba tranquilidad. Mano a mano no tendría ninguna posibilidad.
Al ir por la mitad del pasillo, empezaron los golpes, fuertes ruidos de cachetes piel contra piel. Seguido cada uno de ellos por un gruñido de satisfacción,
Pero no fue hasta escuchar su voz, que mi ira se desbordó.
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El domingo, a las cuatro de la mañana, apenas se fue Sofía, Sara se metió completamente desnuda en mi cama y acurrucándose contra mi cuerpo se quedó dormida.
Cerca de las ocho me desperté empalmadísimo solo para contemplar el culo de la primita que me estaba haciendo una mamada de escándalo. La traje hacia mi cara y metiéndome entre sus piernas me amorré a su coño en un sesenta y nueve salvaje que nos llevó al orgasmo en pocos minutos.
Una vez relajados, bajé a descargar la vejiga y al subir, Sara me estaba esperando sobre la cama en posición de perrita, moviendo la cola llamando al apareamiento.
Ante esa imagen sagrada me fue imposible no ser creyente. Caí de rodillas a su espalda, enterré mi cabeza entre sus piernas y me dediqué en cuerpo y alma a una profunda plegaria.
El primer lametazo abarcó toda la oferta, desde el clítoris hasta la oscuridad, un delicioso y ácido asterisco que boqueaba pidiendo atenciones conocidas. Por la forma que cedió a mi lengua era un lugar bastante frecuentado.
Su coñito, sintiéndose desatendido, también reclamaba su parte. Para no ser indiferente a semejante reclamo, enterré mi dedo mayor previamente lubricado con sus jugos, mientras mi lengua seguía percutiendo la retaguardia. Sara culeaba y jadeaba como si la estuvieran torturando. Cuando enterré mi dedo embadurnado en su entrada trasera, que se la tragó hambrienta y con la otra mano le apreté un endurecido pezón, estalló en un orgasmo que la dejó baldada
Sin dejarla respirar me puse de pie y le rellené el coño de polla en medio de sus convulsiones. Se lamentó como fiera herida, pero en pocos minutos empezó a culear pidiendo más.
Volvimos a follar toda la mañana hasta la hora de almorzar y durante la tarde terminamos el dibujo completo de la erótica imagen sin cabeza. Esta vez no hubo tiempo para más, antes de que llegara la morocha que había empezado a mirar con desconfianza, nuestras muestras inconscientes de confianza. Por la noche llamé al gordo y le pedí que me cubra el lunes en el taller, necesitaba tiempo para terminar el cuadro.
A pesar de no trabajar el lunes la panadería, debían cumplir la entrega de panes a bares y restaurantes, por lo que Sofía volvió a salir a las cuatro y Sara a cambiarse de habitación. La novedad de esa mañana fue que al volver del baño, me estaba esperando de perrita con un potecito de lubricante en la mano.
Me acerqué babeando, me introduje en su entrada fértil y mientras me la follaba, le fui lubricando el culito con un dedo, luego con dos y cuando el tercero le entraba ya con comodidad, saqué mi ariete de su cálida cueva y subiendo un par de centímetros conquisté la última trinchera, entre los gritos desaforados del vencido enemigo.
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Este fin de semana se presentaba raro, a la molestia de tener que levantarme a las cuatro de la mañana y trabajar hasta las siete de la tarde, se le unía la sensación de que algo no andaba bien.
La relación con Joaquín cambió drásticamente después de la pillada en el taller. Como podía imaginar que él todavía estaba allí si Carmen me aseguró que había salido. Hoy comprendo que todo fue una encerrona armada por ella por despecho, vaya uno a saber por qué.
De vez en cuando me daba un atracón con la chica, habíamos descubierto el sexo de adolescentes y fuimos descubriendo los placeres de nuestro cuerpo en el cuerpo de la otra. Y hoy día, cada tanto, lo volvíamos a hacer.
Sin premeditarlo y creyendo que estábamos solas, me enrollé con ella el día que fui a buscar la camioneta al taller de su padre. Se nos daba bien y lo disfrutábamos mucho. Al salir de la piecita y ver a Joaquín con una sonrisa de oreja a oreja, se me cayó el alma al piso. En ese momento viendo mi tribulación, Carmen se acercó a mi oído y me susurró...
-. No te hagas problema, es un gay no asumido y no quiere que se sepa.
Asombrada por su confirmación, me cerraron muchas cosas, su prolijidad, su trato distante y respetuoso y sobre todo el hecho de que no me haya dirigido ni una sola mirada procaz.
Y ni hablar de su sensibilidad artística, parecía mentira que un mecánico de autos fuera capaz de plasmar la belleza femenina sobre una tela en la forma que él lo hacía. La imagen que retrató de nuestro encuentro prohibido, erizaba la piel.
Pero no fue hasta hablar con él que me quedé tranquila, desde ese día fue como una amiga más con la que compartía todas mis intimidades y las de mis amigas, que no dudaban en provocarlo contándole andanzas sexuales capaces de hacer enrojecer a un camionero, mientras él permanecía inmutable. Pero este último fin de semana algo había cambiado y no comprendía qué.
Entendía la rápida amistad con Sara ya que los gays tienen una percepción especial del mundo de una mujer, aunque había algo que no cerraba, risitas a escondidas como quien esconde cosas y excesiva confianza para el poco tiempo que se conocían. Lo más llamativo era la forma arrobada con que Sara lo miraba cuando nadie la veía.
Joaco era un chico atractivo, alto, delgado, de cara bonita y con el cuerpo marcado. Para colmo los golpes que había recibido en la vida, le habían dejado una mirada triste que enamoraba.
Muchas veces, antes de saber su orientación sexual, me sentí tentada a entrarle, pero viviendo en mi casa podía ser complicado de llevar. Sé que a mi padre le cae bien, pero desconozco si aceptaría tenerlo en la familia con la historia que arrastra.
Después del maratón de trabajo del sábado y domingo, por fin había llegado el lunes en que mi padre y su hermano volverían. Me levanté temprano como los días anteriores, prendí los hornos, verifiqué los despachos y cuando todo estuvo en marcha, dejé el resto en manos del encargado y me retiré a mi domicilio a descansar del largo fin de semana.
A las once de la mañana entré a la casa y nada más cerrar la puerta, escuché un alarido de mujer proveniente de la buhardilla, que me puso los pelos de punta.
Temiendo lo peor subí despacio la escalera y al asomar la cabeza, presencié un espectáculo que me conmovió. Sara estaba de rodillas, cruzada en la cama, con la cabeza apoyada en el colchón, la cara de lado orientada en mi dirección con los ojos cerrados y la boca abierta con la lengua afuera chorreando saliva.
Tenía el culo en pompa siendo perforado salvajemente por Joaquín con una polla más que respetable. Con la mirada enardecida, la tenía tomada con una mano de las caderas y con la otra de su larga trenza. Tirando y aflojando la acercaba y alejaba como una muñeca de trapo, para profundizar las estocadas de su polla en el dilatado culo que la recibía gustoso
La escena era tan eróticamente grotesca que no podía separar la vista de ellos, fue inevitable que me llevara la mano por dentro de mis leggins y me tocara el coño, cuando me quise dar cuenta, me frotaba la raja con la misma cadencia que ellos follaban. Cuando exploté, ahogué un grito mordiéndome la mano libre y caí sentada al piso completamente agotada.
Me retiré despacio completamente avergonzada por el lamentable espectáculo que acababa de dar y porque me sentía una idiota chiquilla a la que habían engañado con el cuento más estúpido. Tanta era mi ofuscación que tomé el teléfono, le mandé un mensaje a mi tío contándole lo que estaba pasando y no volví a entrar a mi casa.
Para cuando me arrepentí de mi bajeza, ya era tarde. Cuatro horas después mi padre y su hermano llegaron a toda velocidad y tomando un palo cada uno, se dirigieron a la habitación de Joaquín subiendo la escalera sigilosamente.
Arrepentida y temiendo una desgracia subí tras ellos. Asombrada, vi como al llegar al último escalón se quedaron paralizados. Me asomé tras ellos y pude contemplar a Sara más bella que nunca perfectamente peinada y maquillada, vestida con una túnica amplia y sentada sobre una alta banqueta siendo retratada por Joaquín.
El bosquejo que aparecía en el atril era tan perfecto que parecía que Sara se miraba a un espejo.
-. ¿Padre que haces aquí? ¿Que son esos palos?
-. Yo...yo... creí quee...Es que Sofía me dijo...
-. ¿Que tu creíste… qué?
Preguntó Sara enardecida mirando alternativamente a mí y a su padre
-. ¿Que cuento de mierda te llevó esa mala hembra? ¿No ves que está celosa de que Joaquín me haga un retrato y que a ella nunca se lo haya hecho?
-. Es que yooo hija…
-. ¡Encima me arruinaste la sorpresa de tu regalo de cumpleaños!
Diciendo esto último salió corriendo con llantos desgarradores. Su actuación fue tan soberbia que hasta tuve dudas de lo que había visto. Para colmo, la mirada de reproche de mi padre y mi tío eran para acojonarse. Le pidieron disculpas a Joaquín y le rogaron por favor que terminara el cuadro.
Cuando se fueron, lo encaré furiosa,
-. Tú y yo tenemos que hablar.
-. ¿De qué tema? ¿De como te cubrí, cuando te pillé comiendo pescado? ¿O de la forma asquerosa y traidora en que te chivateaste hoy?
-. ¡Es que tú me engañaste, me hiciste creer que eras gay, me sentí estúpida y humillada!
-. ¿Qué yo te hice creer? ¿O lo que tus estúpidos prejuicios te hicieron creer? ¿Ser prolijo y ordenado es ser gay? ¿Solo los gays pueden ser amigos de una mujer? ¿El amor a las artes es cosa de gays?
-
. ¡Por favor, ni el animal de mi padre era tan bruto!
Me sentí tan expuesta, tan humillada, que me puse a llorar como una chiquilla mientras bajaba las escaleras compungida y me encerraba en mi habitación.
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Nuestra rutina de todas las tardes nos había salvado por los pelos, además, como sabía que los lunes Don Roberto volvía más temprano después de organizar el despacho, asumí que Sofía haría lo mismo.
Para evitar una situación incómoda si aparecía por el improvisado estudio y como solo debía retratar su rostro para completar el otro cuadro, la hice vestir con una túnica y sentarse en la misma pose que los días anteriores.
Al día siguiente del escándalo, el padre de Sara avergonzado, decidió que padre e hija se marcharían al día siguiente. Don Roberto me volvió a pedir disculpas y me pidió encarecidamente que terminara el retrato de su sobrina antes de cuarenta días, que era la fecha del cumpleaños de su hermano, y quizás de esa forma lograra que su hija lo perdonara. Le comenté que la única forma de lograrlo era terminar el boceto general para poder seguir solo, pero que no sabía si Sara estaría por la labor.
En una actuación digna de un novelón dramático de media tarde, la muchacha accedió con la condición de que cerráramos la escalera para no ser molestados. Ella ya llamaría cuando termináramos.
Su resignado padre no se atrevió a protestar, y así se hizo. Sara volvió a vestirse con la túnica y subió las escaleras con paso altivo, cuando pisó el último escalón, se dio vuelta y desde las alturas le ordenó a su padre que la cierre.
Nada más la escalera se encajó, se desprendió de la túnica mostrándose completamente desnuda y se acercó a mí contoneándose como una chita acechando a su presa.
Cuando estuvo frente a mí, que me había desnudado a la velocidad de un rayo, me echó las manos al cuello y me preguntó:
-. ¿Me vas a extrañar?
-. Ya te estoy extrañando.
-. ¡Buena respuesta!
Y tirando de mi nuca hacia ella, me besó con una dulzura que nada tenía que ver con la calentura de los días anteriores. Sin dejar de besarnos nos acercamos a la cama, y caímos enroscados uno sobre la otra. Mi polla ya se sabía el camino y poco a poco se adentró en su húmeda intimidad.
Abandoné su boca sin dejar de penetrarla y me deleité con sus majestuosos pechos mientras sus suspiros me iban indicando el camino de su placer. Cuando mordí su pezón, tuvo un orgasmo suave y placentero. Abandoné su coño y seguí bajando con mis besos para terminar con sus piernas sobre mis hombros y mi boca deleitándose con el manjar de sus jugos íntimos.
Logré llevarla al límite otra vez y al hacerme de su clítoris con mis labios, dándole pequeños golpecitos con mi lengua, mientras mis dedos perforaban su culito lubricados con sus propias mieles, tuvo, esta vez sí, un orgasmo explosivo.
La dejé descansar, la puse boca abajo y mientras le mordía las nalgas mis dedos seguían preparando el camino de la profanación. Cuando me subí y se la calcé en su culito, ahogó su grito en la almohada y empezó a culear. Esta vez nos fuimos juntos entre calambres y estertores.
A las tres horas y varios polvos después se volvió a vestir y llamó a su padre para que le abriera. Cuando lo hizo, bajó tan altiva como había subido y al pasar al lado de Sofía le dio un beso en la mejilla con su boquita llena de lefa recién ordeñada. Por la forma que la morocha arrugó la nariz, parece que identificó la fragancia.
Al finalizar esa movida semana una sensación de intranquilidad invadió mi espíritu, Sara se había ido, el gordo iba a la suya con su nuevo romance, Carmen me miraba burlona y Sofía ya no desayunaba ni hablaba conmigo.
A pesar de que el trabajo marchaba bien, me empecé a sentir solo y triste y ese desasosiego tenía una causante, mi madre. Despejado de sensaciones que me aturdieran, no llegaba entender como alguien que me había demostrado tanto cariño durante tantos años, pudiera alejarse de mí de esa manera.
Esa misma tarde decidí visitar a mi viejo pediatra para pedir su consejo.
No debí haberlo hecho.
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