Laurel y Hardy 3
El retrato
EL RETRATO
Lo sabía, claro que lo sabía, entré a la casa tembloroso, sabiendo lo que iba a encontrar, crucé la sala y encaré la escalera con lágrimas en los ojos.
Mientras ascendía, miles de preguntas acudían a mi cabeza y a ninguna encontraba respuesta.
Era inútil engañarme con pretextos, porque lo sabía, claro que lo sabía y los gritos provenientes del piso superior me confirmaban lo que ya temía.
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El Martes mientras desayunaba con una alegre Sofía, que se estaba preparando para abrir el negocio, le pregunté por Don Roberto y me comentó que su padre comenzaba la jornada a las cuatro de la mañana, amasando y preparando lo que iban a hornear durante el día, dejándole a ella el manejo del despacho y la elaboración del turno tarde.
Mientras iba caminando hacia el taller, asombrado por el arduo trabajo que se esconde a veces detrás del más humilde de los negocios, meditaba sobre qué hacer con mi hermano el gordo.
Porque cuernos, lo que se dice cuernos, no habían sido. Pero pudieron ser. Y si no era yo, sería otro. Por otro lado si se lo decía y Carmen me desmentía, se iba todo a la mierda, el trabajo, la amistad con Don Tito y lo que es peor mi relación con Seba. No, decirlo no era opción, lo mejor era esperar y vigilar.
Pero no contaba con la reacción de Carmen al saberse rechazada. Y no me enteré hasta mucho tiempo después.
El año fue transcurriendo, estudiábamos en la biblioteca de la escuela y los trabajos prácticos los hacíamos reuniéndonos en la casa de Ale, a pesar de que su madre no viera bien la presencia de Seba. El gordo la había ayudado tanto en sus trabajos del taller, que para la rubia su amistad era indiscutible.
Imagino lo que sería para la pija Doña Montserrat, madre de Alejandra, tener en su palacete al hijo de una asesina y al hijo de una prostituta acompañando a su voluptuosa hija, toda una ofensa a su hipócrita fachada de nueva rica. Es que a los cuarenta años la susodicha señora estaba para mojar pan, y se comentaba que su marido, afortunado viajante de comercio, llevaba la cabeza tan adornada, que reíte de un ciervo.
Bastaba observar los músculos del joven jardinero y las miradas sutiles que le echaba la cuarentona, para pensar que las suposiciones no eran tan desacertadas. Pronto lo iba a comprobar en persona.
Junio había arrancado frío, esa mañana había sido tranquila y el gordo estaba en cama atacado por un catarro fuerte. Estaba terminando de comer un sándwich cuando llamó Don Roberto preocupado, la camioneta de reparto estaba fallando en el frenado y tenía miedo de no tenerla lista para el reparto de la mañana.
Por supuesto le dije que la trajeran al taller que se la revisaba. A la media hora apareció conducida por una agradecida Sofía, vestida con el delantal de la panadería que le quedaba tan bien. Al bajarse de la alta camioneta, esa escueta prenda se subió más de lo recomendable, mostrando en su totalidad la desnuda pierna de la voluptuosa morocha.
Cuando me recuperé de la impresión que me produjo semejante exhibición y logré cerrar la boca, me percaté que Sofía me había pillado...
-. El espectáculo va como parte de pago del arreglo, yogurín. Ja ja ja
Totalmente sonrojado y con las risas de la muchacha resonando en el taller me subí al vehículo y lo acomodé sobre la fosa. Al bajarme, arreglé con ella tenerlo listo para las seis de la tarde.
-. Gracias bomboncito. ¡Mmmmuac!. Ja ja ja
Para mi sorpresa me dio un pico en los labios y se fue riéndose a las carcajadas por mi arrobamiento.
Después de hacer una exhaustiva revisión de todo el circuito de detención de emergencia, lo que me llevó un par de horas y desarmar gran parte de la parte mecánica, encontré la falla en el sistema de asistencia al frenado. Una novedad recién incorporada en estas camionetas importadas.
Un invento electrónico alemán, que combinado con el sistema antibloqueo mejora notablemente el frenado de emergencia. Pero que cuando falla, da la sensación de quedarse sin frenos.
La reparación se fue alargando y para las seis de la tarde todavía estaba metido en la fosa rearmando el sistema. Media hora más tarde sonó la campanilla del ya cerrado taller y salió Carmen a atender a una preciosa Sofía vestida con una minifalda de infarto, un sweater ajustado marcando sus tetas y calzada con unas botas hasta las rodillas. Se dieron un par de besitos y la morocha, que se había parado de espaldas a mí, dejándome una prodigiosa visión bajo su pollera, preguntó:
-. Hola Sofi, ¿Terminó el trabajo el yogurín?
Sofía, que estaba de frente y me veía, contestó críptica...
-. Solo le falta un repuesto que fue a comprar, vuelve en una hora.
-. Entonces tenemos tiempo.
Y para mi sorpresa se trenzaron en un morreo, que reíte de las sopapas. Sin dejar de besarse se dirigieron a los trompicones a lo que fue mi dormitorio y se encerraron. Creo que jamás armé tan rápido un sistema de frenado en mi vida. Al terminar salí de la fosa y me dirigí presto a correr el almanaque.
El espectáculo era digno de la mejor plataforma porno. Las dos hembras estaban completamente desnudas trenzadas en un 69 infernal que me puso la polla al rojo vivo. No pude evitar pajearme con la imagen del culo de Sofía apuntando directo a mis ojos, mientras Carmen le fagocitaba la almeja.
Cuando exploraron en un violento orgasmo, y yo con ellas, escuché a mis espaldas una puerta que se cerraba, me di vuelta alarmado pero no vi a nadie. Mientras ellas se vestían, limpié el estropicio con un trapo engrasado y me puse a revisar el motor de la camioneta.
Al salir de la oficina y encontrarse con mi sonrisa, Sofía se puso de todos los colores, mientras Carmen me sonreía desafiante, como enrostrándome lo que me estaba perdiendo y desafiándome a que abra la boca. Una vez más se presentaba el dilema sobre si debía o no decírselo a Seba, ya que intuía una jugada tramposa que no lograba descifrar. Decidí seguir esperando.
Esa noche, en mi dormitorio, estaba bosquejando en mi atril lo que había presenciado, cuando a mis espaldas apareció Sofía con una exclamación.
-. Ohh...Dios mío...Lo has visto todo, que pensarás de mí.
-. ¿Por qué debería pensar algo en especial?
-. Bueno...dos mujeres...si, si, ya sé que a ti no te debe parecer raro... pero... es que yo no soy…
-. ¿Lesbiana?
-. Sí, eso, yo...no sé qué me pasó. Andaba muy salida y esa chiquita…
-. Ja ja ja me imagino
-. Oye... ¿Le vas a poner nuestras caras?
-. Tranquila, cuando lo termine te lo muestro, es solo un ejercicio, y si no te gusta, te lo regalo para que hagas lo que quieras.
-. Gracias, pero me preocupa que te vayas de boca. Si esto se supiera en el barrio…
-. No sé porque piensas que haría una cosa así, pero quédate tranquila, de mí no saldrá.
Desde ese día nuestra confianza subió muchos enteros y la recatada Sofía se transformó en una confidente de sus cosas más íntimas, que en ausencia de su padre ya no se cuidaba de ir vestida formal y no se cortaba en levantarse a desayunar solo con sus bragas y una camiseta larga sin corpiño donde se bamboleaban a placer sus carnosas tetas.
Eso no era lo peor, lo peor era disimular y hacerme el indiferente ante esa preciosidad expuesta a mi escrutinio. Su comportamiento era una cosa extraña, como si se exhibiera y después disimuladamente vigilara mi entrepierna a ver el resultado.
O sus risitas cuando me veía planchar mi ropa o limpiar mi dormitorio y ni que hablar la morbosidad con que ella y sus amigas hablaban en mi presencia de sus ligues y lo que hacían con ellos cuando salían de copas. Me tenían tan alterado que ya sacaba músculo de las violentas pajas que me hacía.
Finalmente llegó fin de año, la fiesta de egresados y el comienzo de la vida de adultos. Seba y yo prácticamente dirigíamos en soledad el taller bajo la supervisión de Don Tito y la administración de sus hijas, Ale se inscribió en la facultad de Ingeniería y nuestra sociedad estudiantil se rompió.
Para esas navidades Don Roberto recibió de visita a su hermano viudo Juan, un rústico campesino, gigante como él, que llegó acompañado de su hija Sara de veinte años, una hermosa muchacha que vestía ropa tan sobria y holgada que no dejaba intuir su silueta.
Mientras se acomodaban en las habitaciones de invitados, Sofía me comentó que la chica vivía muy controlada por su padre. Era tan estricto que no la dejaba ni respirar sin su permiso. Vivía encerrada en su chacra y tenía muy poco contacto con chicos o chicas de su edad.
Durante la cena Don Roberto le ofreció a su hermano salir el próximo fin de semana de pesca y aprovechando que los lunes no trabajaban volver ese día a la tarde. Sofía podría encargarse de la elaboración durante su ausencia.
Al ver a Juan vacilar, mirando alternativamente a su hija y a mí, Sofía se inclinó hacia su tío y le susurró algo al oído que primero lo asombró y luego pegando un fuerte palmetazo sobre la mesa, lo sumió en una risa de profundas carcajadas.
El Martes, estaba en mi reducto al volver del trabajo, me estaba dedicando a darle un último retoque al cuadro de las muchachas, cuando escuché suaves pasos a mi espalda, al darme vuelta me encontré a la preciosa Sara embutida en un laxo vestido blanco que me miraba avergonzada.
Tardé en darme cuenta que miraba el atril donde tenía el boceto de la jodienda de Sofía y Carmen que ya había terminado y estaba a la espera para que la morocha lo viera y me diera su aprobación.
La imagen mostraba a Sofía con todo el pelo sobre su cara gritando a los cuatro vientos su orgasmo, mientras Carmen tenía su cara enterrada entre sus piernas, la imagen impactaba porque mostraba todos los músculos de la morocha en tensión y las venas de su cuello remarcadas por el esfuerzo del grito.
Sara miraba la imagen embobada, con la cara completamente enrojecida. Sin apurarme puse un lienzo sobre la pintura y me giré para conversar con ella.
-. Disculpa la interrupción. Sofía me comentó que te gustaba dibujar y me dijo que te pidiera que me mostraras tu trabajo, no sabía que se trataba de esa clase de dibujos.
-. Ja, ja ja, y no lo son, este es solo un trabajo especial que me encargó una amiga.
-. ¿Le gustan las mujeres? Me pregunto asombrada
-. No precisamente, pero si se cuadra...ja ja ja
-. Me cuesta creerlo, pero si tú lo dices. ¿Y de que tratan tus otros dibujos?
-. Ven, siéntate y te los muestro. Y le alcancé la carpeta con todos mis bocetos
-. Están ordenados desde los primeros, desde cuando era niño hasta la fecha actual.
La pelirroja se sentó en el silloncito individual, empezó a mirarlos uno por uno y se detenía especialmente en los de mi madre.
-. ¿Esta mujer quién es?
-. Mi profesora
. No era mentira y quería evitar preguntas incómodas.
-. Es muy bonita, se ve que la querías mucho.
-. No te haces una idea.
Y así fuimos pasando la tarde, comentando los bocetos, deteniéndonos en algunos en particular, en un clima de camaradería entre jóvenes de edades similares. Hasta que llegó Sofía y subió las escaleras presurosa, cuando vio el atril cubierto con el lienzo suspiró aliviada.
Desde ese día, todas las tardes desde mi llegada hasta la llegada de Sofía, lo pasábamos conversando mientras su padre recorría los bares saludando amigos con su hermano. Más de una vez llegaban aferrados uno al otro entre carcajadas.
El sábado de madrugada, los dos hermanos se levantaron a desayunar junto a Sofía que marchaba a poner en funcionamiento los hornos y se fueron de pesca en el vehículo de Juan. Habían contratado una excursión de dos días embarcados, saliendo de un puerto ubicado a doscientos kilómetros de la ciudad.
A las seis de la mañana me desperté, a pesar de no trabajar ese día la fuerza de la costumbre me desveló a la hora habitual. Estaba remoloneando en la cama después de haber ido a descargar mi vejiga al baño, cuando escuché la voz de Sara.
-. ¿Estás despierto?
-. Sí, ¿Necesitas algo?
Asomando su linda carita, me dedicó una sonrisa tímida.
-. ¿Puedo pasar?
Como me había puesto un pantalón corto elastizado que uso para bajar al baño, no necesitaba cubrirme, le di permiso a pesar de tener el torso desnudo.
Terminó de subir la escalera y creí que se paralizaba mi corazón. Venía vestida con un corto camisón transparente, sin corpiño, mostrando unas tetas de escándalo y una pequeña braguita brasilera que mostraba más de lo que cubría.
-. ¿Crees que podrás dibujarme así?
-. ¿Y q...que...di...dirá tu padre cuando lo vea?
-. No tiene por qué verlo, te lo puedes quedar.
Cuando vi que se relamía mirando mi entrepierna, me fijé que sin darme cuenta, estaba marcando una brutal erección en mi elástico pantalón. Sara se acercó sinuosa a mi cama hablando en susurros, como para sí misma
-. Mi padre no sabe muchas cosas, ni mi prima tampoco, yo sabía que ella estaba equivocada, y que yo tenía razón
Acercó sus manos a mi cintura y lentamente me sacó el pantalón, relamiéndose a medida que mi polla asomaba.
-. Mucha, mucha razón…
La tomó en sus manos y la empezó a lamer desde mis bolas a la punta como una golosa. Cuando la encaró y se la metió en la boca, a mí me costaba respirar de la impresión.
Empezó a acelerar el movimiento de la cabeza combinándolo con una paja en toda la regla, mostrando una experiencia que me llevó al éxtasis en pocos minutos. Intenté advertirle para que se retirara, pero ella no solo no lo hizo, sino que empezó a profundizar la mamada combinándola con un trabajo de succión que me descargó los huevos en forma explosiva.
Después de limpiármela con deleite, se levantó relamiéndose los labios y comenzó a desnudarse en forma tan sensual, que cuando se bajó la tanguita doblándose a noventa grados de espaldas a mí, ya estaba empalmado como un burro nuevamente.
Cuando se dio vuelta y observó el resultado de su pequeño show, sonrió orgullosa y avanzando hacia la cama, se subió a horcajadas sobre mi vientre, tomó mi falo con su mano orientándola a su rajita y se fue empalando despacio, con leves movimientos de sube y baja.
Cuando llegó al fondo se estremeció, se agachó hacia delante para comerme la boca y sin dejar de besarme, empezó a subir y bajar sobre mi polla ahogando sus gemidos en mi garganta.
Habiendo descargado, me sentía en libertad de gozar de tan hermosa hembra sin miedo a correrme. La tomé de sus pezones y empecé a participar elevando las caderas en combinación con sus movimientos.
La cópula se volvió frenética y cuando ambos estábamos por explotar, hice intentó de retirarme, ella al darse cuenta, se sentó violentamente sobre mi vientre y empezó a moverse adelante atrás aplastándome y sin permitirme salir.
-. Dentro...dentro… ya viene…ya viene…aghhhhhhh.
Y nos corrimos los dos como salvajes.
Sara quedó derrumbada ronroneando sobre mi pecho mientras mi polla aún morcillona seguía en su interior. Al notar mi inquietud por el hecho de haberme corrido dentro se sonrió
-. Tranquilo semental, hace rato que me cuido, sino ya tendría una docena de hijos, ja ja ja. Hmmm...No te muevas déjame disfrutar.
Dijo todo esto sin despegar sus hermosas tetas de mi pecho y moviendo suavemente las caderas hasta que logró empalmarme nuevamente.
Seguimos follando hasta el mediodía y a la tarde, después de almorzar entre risas contándome como se tiraba todo lo que merodeaba por el campo en las narices de su padre, me confesó que Sofía le había asegurado a su padre que yo era gay.
Que se lo había contado su amiga Carmen y que en todo el tiempo que llevaba viviendo con ellos se lo había confirmado por mi prolijidad impropia de un varón y porque jamás había demostrado ningún interés por ella, ni siquiera una mirada.
Ella desconfió de su prima al hablar conmigo y lo confirmó al ver mis bocetos. Según su óptica, eran dibujos hechos desde la perspectiva de un hombre viril, sobre todo la imagen lésbica. Tenía una fuerza erótica implícita para calentar a un hombre. Sentimiento que era difícil que tuviera un gay, o una lesbiana.
Por la tarde, aprovechamos para bosquejar su imagen posando con el deshabillé con que había subido a la mañana, solo desde el cuello hacia abajo. Seis horas después, minutos antes de la llegada de Sofía tenía los trazos generales tan bien definidos que me empalmé de solo observar el dibujo. Pero no había tiempo para más.
Sara, viéndome el empalme, escapó corriendo a cambiarse entre carcajadas, antes de que la cosa se liara nuevamente.
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