Laura por detrás
Las delicias del sexo anal de un marido oprimido con su malhumorada esposa.
Laura por detrás
Al paso del tiempo fue confirmando que las cosas andaban mal en su matrimonio, muy mal. El tedio, el aburrimiento, el hastío y los problemas económicos habían puesto en jaque a la pareja, pues como dice el refrán "cuando la pobreza toca a la puerta, el amor sale por la ventana", y si a eso se suma el mal carácter de su mujer pues
Una noche cualquiera llegó más que cansado a su pequeño hogar, como el día anterior, como la semana pasada, como siempre, luego de trabajar turno completo y horas extras en la odiosa fábrica, y como siempre halló a su mujercita de mal humor y cara de pocos amigos. Estaba viendo su telenovela favorita, recostada en la cama, tan atenta y ensimismada que no notó el ingreso de su marido, y cuando éste se inclinó para besarla en la mejilla: "¡déjame en paz!, ¿qué no ves que estoy ocupada?, anda, ve a cenar, dejé el plato listo para que cenes", e impávida siguió las escenas de la TV sin mirarlo siquiera, el pobre marido contuvo su furia y con los puños apretados se refugió en la cocina a apurar su cena fría e insípida. Un rato después entró a la recámara y encontró la misma escena, sólo que la esposa se había puesto su bata de dormir y miraba una serie de policías y ladrones en la TV, él se acostó a su lado tras ella, pese al cansancio y al mal humor se sentía excitado, esperanzado inició los avances amorosos: besó en el cuello a la indiferente mujer, pasó su mano por los muslos llenos y carnosos y cuando creyó haber avanzado bastante sugirió: "¿quieres hacer el amor mi vida?"; la mujer en silencio siguió atenta las escenas del aparato; el marido creyó que su mutismo era señal de consentimiento e hizo intentos por alzar la bata de dormir y llegó hasta la pantaleta, eso hizo reaccionar a la mujer: "yo no quiero, ya sabes me siento cansada y me duele la cabeza, pero si tú quieres hazlo así, como estoy y déjame seguir viendo la tele"; aquella reacción fue como una balde de agua fría que heló los avances eróticos del hombre, pero quiso seguir y cuando ya había desnudado las carnosas y suaves nalgas de su esposa, ella añadió: "será mejor que pongas una toalla, si no me vas a ensuciar la colcha con tus porquerías, ¿entiendes?"; y el marido obediente se levantó para tomar una toalla pequeña y blanca y limpia, oliendo a suavizante de ropa; la colocó bajo el trasero de la mujer y repegó el cuerpo buscando con la verga erecta el mullido pasadizo del sexo femenino.
La mujer siguió indiferente las acciones del esposo y cuando ya él la había penetrado alzó un poco la pierna para facilitar la penetración, la verga se deslizó en el canal vaginal de forma suave y delicada, las arremetidas posteriores fueron breves pues la eyaculación tomó desprevenido al marido que suspiró hondo y empezó a inyectar su semen en la raja carnosa de la mujer, momentos después el marido limpiaba el sexo de su señora con la toalla y hacía lo mismo con el pene, que mustio goteada una de las piernas de la mujer, quien reclamó: "nomás me ensuciaste la ropa de cama y te pongo a lavar ¿entiendes?"; el hombre ya no contestó, salió del cuarto para buscar el diario y ponerse a leer un rato, se sentía furioso y frustrado, preguntándose una y otra vez: "¿qué pasó?, ¿qué nos falló?, ¿dónde quedó el cariño, el amor, la pasión?, ¿qué fue de mi amorosa y apasionada esposa?".
Y recordó, sintiendo que las lágrimas lo traicionaban, los viejos tiempos, bueno ni tan viejos, pues tenían apenas cinco años de casados; la conoció en uno de tantos empleos, se hicieron novios y los requiebros amorosos desataron la desbocada lujuria; cogían a todas horas y en todos los lugares imaginables, ¡hasta en la oficina!; luego se casaron y siguieron en una eterna pero breve-- y lujuriosa "luna de miel"; la esposa era sexualmente muy activa pero tenía sus limitaciones: no le gustaba el sexo oral y el ¿anal?, ¡menos!, por ello el marido luego de los primeros intentos tuvo que renunciar a esos eróticos pasatiempos, pese a ello eran una pareja feliz: él trabajador y entusiasta; ella ordenada y cariñosa, con un sentido de la limpieza que la llevaba a ser escrupulosa en todo lo referente al cuidado y limpieza del hogar, siempre atenta a la primera mota de polvo que ensuciara los muebles o el piso del hogar. Hacían el amor con frecuencia, dos o tres veces por semana en posiciones variadas, luego la frecuencia cambió a dos o tres veces al mes y los últimos tiempos a una o dos veces cada tres o cuatro meses y para no variar: siempre en la posición clásica: el misionero, él arriba y ella abajo, sin el mayor entusiasmo ni el ardor de los primeros tiempos. En contadas ocasiones la malhumorada mujer dejaba que el hombre se le repegara por detrás y eyaculara entre sus nalgas, eso si, cuidando de no ensuciar la ropa de cama, ¿sexo oral?, ¿sexo anal?, ¡ni en sueños! Y cuando el marido insistía en sus requiebros amorosos: "¡déjame en paz!, anda, ve a masturbarte al baño para que te pongas quieto y déjame dormir".
En los constantes pleitos conyugales los reclamos de la enojada mujer eran los mismos: "me tienes abandonada, nunca salgo a ningún lado, no me compras ni calzones, siempre como burra limpiando tu casa, soy tu esclava, hasta tu esclava sexual, pues eres un libidinoso que nomás me quieres para hacer tus porquerías, ¡estoy harta!, ¡ya no te soporto!"; el esposo humillado de manera infructuosa trataba, una y otra vez, de explicarle que trabajaba todo el día, hasta horas extras, para que nada faltara en el hogar y que siempre procuraba que la señora tuviera sus gustos: vestidos y zapatos nuevos, idas al cine o al teatro o a comer a un restaurante, mientras que él tenía los zapatos rotos y las camisas raídas, ¿y el sexo?, ¿cuál sexo?, si ella nunca estaba dispuesta, siempre inventaba molestias y dolores y cansancios. Hacía meses que no se daban un beso ni se hacían cariños ni platicaban ni se reían ni nada de nada, sólo malas caras y reclamos.
Una de tantas noches llegó fatigado y encontró a su mujer ya profundamente dormida, la luz de una lámpara apenas iluminaba la recámara y mientras el hombre se desnudaba miró el cuerpo dormido de la esposa, se le antojó, todavía estaba bastante buena la mujer, se dijo, fea no era y tenía buen cuerpo, pero su mal carácter arruinaba todo. Mirar de soslayo los desnudos brazos de Laura y la espalda perfecta, sin mancha, hizo que tuviera una leve palpitación en el miembro, se recostó junto a la mujer y pegó su cuerpo al suyo, abrazándola, pasando el brazo hasta acunar un suave y cálido seno; la mujer ni siquiera se movió, estaba en la profundidad del sueño. Los avances del marido lo hicieron acariciar con mano tibia los muslos y las redondas nalgas y son sigilo fue despojando de la pantaleta a la mujer que seguía dormida, ya con la verga bien erecta la dirigió al suave valle de las nalgas y deslizó el miembro con suavidad, sintiendo las delicias eróticas de aquella cogida parcial; en cierto momento la mujer reculó un poco el cuerpo sin salir del sueño, las nalgas quedaron más paradas, ahora el hombre podía alzar un calido cachete de carne y trajinar con mayor lubricidad por entre las nalgas suaves y firmes de la mujer; entonces una repentina idea lo asaltó: "¿y sí?" y poniendo manos a la obra puso la verga inhiesta en el sitio anhelado: el culo de la esposa, pero no la penetró, sólo se contuvo con jugar, deslizar, acariciar con el pito parado las rugosidades del ano apretado y contuvo su placer para aumentar su disfrute, puso la punta de la verga en el culo apretado y se entretuvo en dar ligeros piquetitos, suaves, disfrutando del ardiente rapto, luego sostuvo la presión de la verga en el ano y ¡por todos los cielos!, pensó el marido, el resistente esfínter estaba dando de si, ahora podía meter casi el glande en el ya no tan apretado agujero, pero él siguió dando ligeros piquetes al culo de su señora, y los avances siguieron: ya el glande era rodeado de forma amorosa por el anillo viscoso, ¡casi le estaba metiendo ya media verga! Y ya no pudo contener el placer, amoroso abrazó a la esposa mientras la verga eyaculaba dentro del hasta entonces intacto culo, y disfruto cada chorro de semen, los espasmos deliciosos, hasta parecía que el culo respondía a las palpitaciones del miembro al eyacular, quizá si, quizá no, pues ella seguía en las profundidades del sueño, al final, con sigilo le sacó la verga y le acomodó la ropa interior. El hombre se sentía dichoso, no sabía bien a bien por qué, si por haber enculado a la renuente mujer, o por haberle robado el culo mientras ella dormía, minutos después el hombre disfrutaba de su placentero sueño.
A la mañana siguiente el marido esperaba las recriminaciones de la esposa, seguro había descubierto su desliz erótico, pero cosa extraña, la señora no estaba de mal humor, parecía risueña, le sirvió el desayuno y le llevó la ropa que se iba a poner hasta el baño. Y mientras se vestía descubrió la mirada curiosa de ella viéndole el sexo, parcialmente erecto, pero sólo un breve momento.
Dos o tres noches después ocurrió algo similar o más o menos: la mujer profundamente dormida o al menos eso parecía y cuando se acostó junto a ella hizo un notable descubrimiento: ella no tenía ropa interior y su abundante nalgatorio estaba paradito, invitador, suculento, los cachetes de las nalgas entre abiertos, los pequeños vellos asomando coquetos; al momento sintió la verga explotar y como hiciera aquella noche, con sigilo, temblando de placer anticipado acercó la dura tranca al promontorio suave y carnoso de su mujer que, o bien estaba muy dormida o colaboraba de buena manera; los juegos eróticos subieron de tono cuando el marido resbalaba con suavidad su verga sobre el apretado ojete, mojándolo de líquido preseminal, disfrutando del erótico rapto, aferrando su mano en la cadera y apretando levemente sobre el duro conjunto de pliegues, así por interminables momentos, haciendo aumentar su placer y el tamaño de su erección, para, por fin, afianzar la punta del garrote en el sitio correcto que poco a poco lo fue dejando entrar, la dureza del esfínter rodeaba el glande parcialmente sumergido, así se quedó por momentos disfrutando de aquel maravilloso placer, luego fue penetrando más y más, hasta pegar su pelvis a las carnosas nalgas, y en esa posición permaneció algunos momentos más, sintiendo como la presión del culo disminuía poco a poco, ya no era dolorosa la presión del ano sobre su garrote, sino por el contrario, la carne caliente estaba mullida y suave, así se empezó a coger a la dormida esposa, sacaba con lentitud extrema la verga del hoyo caliente para luego sumergirla con suavidad, así una y otras vez, en un concierto de sensaciones placenteras, hasta que en cierto momento sintió el culo de su mujer palpitar en espasmos deliciosos, era algo increíble, parecía que el culo amigable de la señora le dispensara deliciosos apretones, aquellos aumentó su placer y aferrado a nalgas de Laura arremetió con furia, sin importarle que ella despertara, bueno, si es que estaba todavía dormida, pues cuando él eyaculaba percibió los suaves y apagados gemidos de su esposa, que seguía con sus espasmos sobre su verga que escupía mocos en su ahora abierto culo. Cuando terminó tuvo cuidado de limpiar el culo de la mujer con la toalla, limpiarse bien el pito y acomodarle la bata de dormir, luego como sin querer se sumió en un suave sueño.
Horas después, ya bajo la ducha, la puerta del baño se abrió y entre la nube de vapor vio a su esposa que le decía: "oye ¿me puedes hacer un favor?, es que cuando fui a hacer del baño me ardió mucho la colita, creo que tengo una infección, me arde un poco el ano o por ahí, ahora que termines ¿puedes revisarme ahí?, tal vez necesite ponerme alguna pomada para la irritación, ¿sí?". El marido fingiendo accedió a la petición, la señora boca abajo sobre la cama se abría las ricas nalgas descubriendo el conjunto de pliegues del culo renegrido y estrellado, y si, parecía algo irritado, enrojecido: "humm, creo que lo tienes no se irritado, ¿te pongo alguna pomada o crema?, no creo que sea nada de preocuparse"; "hummmjum, si, por favor, en el buró tengo vitacilina, ponme un poquito, ¿sí?" y mientras realizada la amorosa operación, repasando con suavidad los dedos embadurnados de pomada sobre el exquisito ano, el hombre no dejó de sentir una furiosa erección, contemplar aquello que la noche anterior había disfrutado lo excitaba, la mujer se percató de la inesperada erección: "¡ay!, ¡mira como te pusiste!, tienes muy crecido aquello ¿verdad?, te calientas con cualquier cosa, no te controlas, me miras la cola y se te para el huevote, ¡grosero!", dijo ella con una risita, él apenado dejó a su mujer y terminó de vestirse para irse al trabajo.
Al regresar del trabajo el marido oprimido sentía que tanta dicha no podía durar mucho y vendrían los pleitos, los gritos y recriminaciones. Mientras cenaba llegó la mujer y tomó asiento junto a él diciendo en tono serio y fijando la mirada: "¿sabes?, tengo que hablar contigo "; el nervioso hombre sintió que el mundo estaba por explotar, la esposa le recriminaría su proceder: habérsela cogido por el culo, pero "creo que he estado actuando de forma indebida contigo peleamos mucho, no se pero ya sabes, mi carácter ha cambiado mucho, me enojo por cualquier cosa, y a veces tú ni siquiera tienes la culpa, se que no tienes un buen trabajo y que te pagan poco donde estás, pero pues así está todo mundo, no hay empleos y los que hay pagan una mierda de sueldo, al menos tú tienes uno y mal que bien tenemos para comer, sólo que yo quisiera que las cosas fueran diferentes y me enojo y te echo la culpa, no se pero quiero ofrecerte una disculpa, ¡perdóname mi amor!", y la mujer sollozó compungida, el marido no daba crédito a lo que escuchaban sus oídos, no lo creía posible, los bocados de comida se le atragantaron en el gañote, no sabía que decir ni como reaccionar, pero amoroso se acercó a Laura para acariciar su cabello y darle un beso, ¡sí, un beso, en la mejilla!, que fue correspondido por la ahora cariñosa esposa.
Un rato después ambos acostados veían las noticias en la tele: el presidente anunciaba que se habían creado 500 mil empleos en ese año; que los sueldos subirían más del 10 por ciento para este ciclo; los funcionarios festinaban los logros alcanzados durante el sexenio y más más mentiras. El esposo rumiaba: "¡pinche bola de mentirosos!"; en eso el amoroso cuerpo de su conyugue se acercó a él que nervioso tembló, luego una inquieta mano se movió bajo las sábanas hasta posarse juguetona sobre su entrepierna y la voz melosa de la esposa: "¿sabes cariño?, quiero acariciarte el pollito, ¿me dejas?, hace tanto que no juego con él, ¿me permites?" y obediente el hombre se bajó la trusa de algodón para hacer campo a las caricias femeninas, la mano de la esposa recorría la verga erecta, jugando con la piel del prepucio, recorriendo el tronco, pelando el glande, subiendo y bajando, así por largos y deliciosos minutos, hasta que: "oye mi amor, ¿me haces el amor?, ¿sí?, pero no quiero como siempre ¿recuerdas cuando éramos novios?, de a perrito ¿sí?" y Laura no lo dejó hablar, rauda se acuclilló en la cama ofreciendo el bien formado nalgatorio, abriendo con ambas manos los carnosos globos invitando: "anda papito, házmelo así, lo quiero ya estoy muy calientita". Más rápido de lo que cuesta relatarlo el marido estaba tras su mujer apuntándole el pito entre la peluda y caliente raja, y despacio, casi con amor, le fue sumergiendo el garrote entre suspiros de su señora, que reculaba para empalarse completamente, la funda carnosa se ajustaba a la perfección sobre el duro garrote, luego el ardiente trajín inició, las arremetidas, el chapaleo de las carnes, el ruido acompasado de la cogida, las metidas y sacadas de la verga que aparecía viscosa de líquidos olorosos, la pucha que chapaleaba hambrienta, los gemidos que se hicieron gritos cuando Laura alcanzaba el primer orgasmo y pedía: "más, quiero más, dame verga, más, fuerte, así, así, ay, ay, sí, quiero más, dame verga, anda, más fuerte, hummm si, si, ay me vengo papaito lindo" y las deliciosas contracciones de la panocha viscosa provocando la eyaculación del maravillado marido. Cuando el mutuo disfrute amainó ambos quedaron exhaustos, él sobre ella que aún gemía, luego se separaron, la esposa se limpio los jugos con la eterna toalla limpia y mullida y luego propuso: "¿sabes?, ¡fue delicioso!, ¡cómo nunca!, pero quiero más ¿me dejas?".
El aturdido esposo dejó que ella manipulara la verga, acariciándola amorosa, provocando poco a poco la nueva erección y "¿sabes?, tengo un caprichito, ¿me dejas?... quisiera que me acariciaras la colita con tu pollito, ¿si?, tengo cosquillitas ahí, pero no lo metas, sólo quiero que juegues con mi ano, que lo acaricies, ¿sí?" y la caliente esposa volvió a ponerse en cuatro patas manteniendo abiertas las nalgas con ambas manos y tras ella su hombre, que verga en ristre, no se decidía donde poner el garrote, hasta que la mano ansiosa de Laura fue hacía atrás para tomar el duro tronco y dirigirlo con suavidad entre las nalgas, frotando con suavidad el ojete negro y apretado, suspirando, con ojos cerrados pero con una lujuriosa sonrisa en los labios, así varias veces, en las que las babitas del pito embadurnaron el culo que parecía aflojarse poco a poco, ella no notó y puso la punta del pito en el culo renegrido diciendo: "ahí siento rico, como cosquillas, hummm, ¿y sí aprietas poquito?, digo nomás poquito, sin meterlo, ¿eh?, nomás la puntita".
El sufrido esposo se agarró a las caderas rotundas y vibrantes de Laura y apuntó la verga ahí, sobre el hoyo apretado que parecía guiñarle, primero una vez, disfrutando de la rica sensación, luego otra vez aumentando un poco la presión, y "hummm, ¡qué rico!, sigue, sigue papito, sigue, pero no lo metas todo ¿eh?" y el obediente hombre presionó y maravillado vio como los pliegues se aflojaban un poco, sólo un poco, y que la punta del glande ya entraba; la esposa siguió gimiendo amorosa, "si, sí, un poco más, me quitas la comezón de la cola sí, hummm, no tanto, así, quedito, suavemente, deja que la colita se acostumbre a tu palote, ¿sï?", y él siguió taladrando poco a poco, y ya el glande ya era apresado por el anillo anal y así se quedó, quieto, muy quieto, mirando con ojos golosos la parcial penetración, la distensión del ano, los pliegues ausentes casi, el aroma, más bien olor, más bien peste que le llegaba sin querer a la nariz; la sumisión de la otrora ruda mujer lo envalentonó y bien agarrado de las nalgas siguió penetrando, poco a poco, suavemente, haciendo desaparecer los pliegues y agrandando el negro agujero, provocando suspiros placenteros de la esposa que lo invitaba a seguir: "¡qué rico papi!, nunca imaginé que culear, ¿así se dice?, que el sexo anal fuera tan delicioso, el placer tan laxo, tan diferente, siento como penetra su huevote, ¡tu pito enorme!, me distiendes la cola, me abres toda, creo que me partes en dos con tu vergota papaito lindo, sigue, sigue, dámelo todo, lo quiero entero, todo mío" y la mujer reculó para terminar de empalarse, y así se quedaron quietos, ambos disfrutando las delicias de la enculada, luego inició el trajín, primero suave, sacando la verga poco a poco, provocando que la carne del culo saliera como aferrada del tronco y en el movimiento contrario los restos del culo desaparecían junto con el pitote que penetraba, luego ambos se movieron a contrapunto, ella hacia atrás, él hacía adelante hasta chocar las carnes, hasta hacer brincar las carnosas nalgas, luego más y más fuerte, más rápido, casi de forma violenta, la mujer gimiendo, casi gritando: "¡ay cariño!, ¡papacito de mi vida qué haces!, ¡qué rico siento!, dame más, fuerte, duro, muy duro, ayyy, dime cosas, dime cosas feas, dime puta, dime groserías, ¿soy tu puta?, dime vieja culera, me gusta, quiero oírte, quiero ".
Y el esposo, en la cima del placer: "¿te gusta la verga en el culo?, ¿dime puta calentona?, ¿te gusta como te meto el pito en el culo?, ¿te gusta?, ¿si?, pues gózalo, ¡maldita ramera!, ¡puta caliente!, toma, toma, ¡toma más verga!, ¿sientes?, ¿sientes la verga taladrando tu cola?, dime, ¿te gusta que te culee?"; y la mujer entre sollozos y gemidos de placer: "si, papi, me sacas las lágrimas y la caca, me sacas todo del culo, dale más a la colita, siento tu palote, todo lo siento, quiero quiero más, sí, más, aaaayyyyy cariño ¡me vengo!, ¡me vengo!", grito la mujer soportando los fieros embates del marido oprimido, que quizá de esta forma desquitaba su coraje y su frustración, hasta que no pudo soportar más y agarrado con furia de las nalgas de su mujer eyaculaba entre gritos de felicidad y placer, sintiendo como cada contracción inyectaba de mocos el amoroso y abierto culo de Laura, que seguía gimiendo y disfrutando. Momentos después el tipo fue sacando poco a poco el dolorido miembro, sorprendiéndose de que el ano quedara abierto, sumamente abierto, para luego contraerse a espasmos escupiendo semen haciendo ruidos de pedos y la voz melosa de ella: "¡qué cochinos somos papacito!, vamos a ensuciar las sábanas de moquitos y de caquita, ¡fuchi!, huele feo, ¡huácala!, pero que rico fue cariñito de mi vida, de cuanto placer me he perdido por mi estupidez, perdona papi lindo, de hoy en adelante quiero que me hagas la colita, así de rico como hoy, ¿sí?, pero ahora tenemos que bañarnos, apestamos muy feo, anda ven!", y de la mano dejó que ella lo llevará a la ducha, todavía entre nubes, aún sin comprender cómo había cambiado su mujer, de ser neurótica y gritona a una amante insaciable que disfrutaba tanto con el sexo anal.
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