Laura, la pijita
Laura era la pijita, la estirada, la soberbia de mi clase, pero una noche logré ponerla a mi merced...
Laura, la pija
No fue hasta el tercer o el cuarto día de clases cuando Laura se incorporó al curso. Hace ya cuatro años que terminé la carrera de Arquitectura en la Complutense de Madrid, y aquel quinto curso suponía ya el comienzo de la recta final de mis estudios.
La incorporación de Laura supuso una pequeña revolución entre el sector masculino de la clase. Para entonces, lo avanzado de la carrera había provocado que la clase estuviese ya reducida a poco más de dos docenas de estudiantes, que por haber coincidido desde los primeros años de carrera, nos conocíamos bastante bien. Laura procedía de la Universidad de Sevilla, pero un traslado de su padre a Madrid le había obligado a cambiarse a la Complutense con el nuevo curso, tal y como supe posteriormente. De Laura, que por aquel entonces lucía 24 primaveras, se puede decir que estaba buena, una rubia con un buen par de tetas, resumiendo mucho. No es que tuviese el cuerpo de Claudia Schiffer, pero destacaba ampliamente sobre la media a la que uno suele estar acostumbrado. Para hacer honor a la verdad, había dos rasgos de su anatomía que sobresalían especialmente; uno era su trasero, uno de esos culos apretados y algo respingones que bajo unos vaqueros ajustados asemejan la forma de un corazón invertido; y por otro lado destacaba su carita limpia, juvenil y resplandeciente, enmarcada por unos grandes ojos de un azul intenso y unos labios gruesos y sonrosados que invitaban al beso. Ya que estamos, y por comentar algo de sus tetas, diré que a priori no eran demasiado grandes, aunque tampoco pecaban de escasez. Por encima de la ropa se marcaban redondas, duritas y alzadas, aunque esto tampoco quería decir gran cosa, ya que hasta que no se ven libres de sujetador, no es posible juzgar unos pechos con justicia. Un leve acento andaluz, y una voz sedosa y sensual completaban la belleza de Laura.
De todos modos no tardamos demasiado en dejar de prestarle atención, pues resultó ser una típica pija sevillana, soberbia y engreída. Se comportaba como una diva, fría y distante, y caminaba por la vida portando ese engreimiento de mírame y no me toques.
Tardó bastantes semanas en comenzar a relacionarse con el resto de la clase. Creo que de los chicos pensaba que el único interés que podíamos tener en ella era llevárnosla a la cama (lo que no dejaba de ser verdad en cierta medida), aunque no por eso dejaba de insinuarse con su casi siempre ajustado vestuario y con un movimiento de caderas al andar que hacía babear a todo miembro masculino de la facultad que se paraba a seguir los sinuosos movimientos de su trasero. Con las chicas tampoco acababa de cuajar mucho, debido sobre todo a su altanería, y por qué no decirlo, a la envidia que suscitaba en la mayoría de ellas.
Finalmente acabó cuajando cierta amistad con Isabel y Merche, dos compañeras de clase, aunque ni siquiera con ellas se sinceraba en exceso. Entre los miembros de nuestra clase estaban cuajados dos o tres grupillos. Yo solía salir con un grupo que venía a estar compuesto por tres o cuatro chicas y otros tantos chicos. Veníamos estudiando juntos desde primero, y a esas alturas de carrera, ya teníamos cuajada una profunda amistad entre nosotros. Ni Merche ni Isabel pertenecían a nuestra pandilla, pero manteníamos con ellas una buena relación, y no eran pocas las veces en que se unían a nosotros en nuestros planes y nuestras salidas. Concretamente yo tenía bastante amistad con Merche, pues vivíamos cerca y muchos días coincidíamos en el transporte a la Facultad o camino a casa, incluso tuve un breve escarceo con ella el segundo año de Universidad, pero esa es otra historia...
Una tarde, regresando Merche y yo a casa en el metro, surgió Laura como tema de conversación. Expresé a Merche mi opinión, compartida por la mayoría de la clase, de que Laura era sencillamente una niñata creída y gilipollas, que se creía que en esta vida se puede vivir sólo con enseñar su cara bonita y meneando el culo al andar. Merche, que siempre había resultado ser una de las personas más prudentes y comedidas que conocía, me comentó que no debíamos ser tan duros con ella. "Tú sabes que no es una persona que se abra mucho a los demás, pero por lo que hemos hablado en alguna ocasión y por lo que intuyo, lo que tiene es un problema de falta de cariño y de inseguridad", me dijo, "y creo que es por eso por lo que pone ante sí esa coraza de chulería y soberbia". "Puede ser", le contesté, "pero no le vendría mal ser un poco más agradable con la gente, si quiere que la vida le trate bien". La conversación me hizo reflexionar, y me propuse que en adelante sería un poco más condescendiente con ella. Lo cierto era que hasta entonces, excepto Merche e Isabel, toda la clase había ignorado a Laura olímpicamente.
Durante las siguientes semanas me esforcé en comportarme con Laura con algo más de amabilidad. No es que los resultados fuesen espectaculares, pero, ante la sorpresa general, logré mantener alguna conversación intrascendente con ella, e incluso hubo un par de ocasiones en las que fue ella la que vino a preguntarme alguna fruslería.
Laura resultó ser una estudiante de primera fila. Dominaba todas las materias, y en los proyectos demostraba una pulcritud técnica y una creatividad artística que imponían respeto. Su único talón de Aquiles resultó ser el manejo de AutoCad, que no acababa de manejar con la soltura necesaria. Precisamente resultó ser esta circunstancia la que la acercó a mí. La casualidad quiso que su talón de Aquiles fuese precisamente mi fuerte, y habían sido multitud las ocasiones en las que mis compañeros habían precisado de mi ayuda en este sentido.
El nivel de exigencia de la Escuela de Arquitectura de Madrid es muy alto, máxime en los últimos cursos, por lo que Laura, a pesar de su excelente nivel académico, se cargó un par de asignaturas en febrero por su falta de habilidad delante del ordenador. Así que no me sorprendió en demasía que un día Merche me pidiera permiso para que Laura y ella se pasasen por mi casa el jueves siguiente a consultarme unas cuestiones relacionadas con AutoCad. No resultaba algo extraño, pues Merche y otros compañeros solían venir a mi casa por ese mismo asunto, pero no dejaba de tener cierta emoción que en esta ocasión una de las visitantes fuese precisamente Laura.
El jueves en cuestión preparé sandwiches, abrí algunas bolsas de aperitivos y metí refrescos en la nevera. Sabía que las dudas de Laura y Merche nos llevarían bastantes horas delante del ordenador, y habría que tomar alguna cosa para no desfallecer. Cerca de las siete hicieron acto de presencia las dos chicas. Era una tarde heladora de marzo, por lo que mis compañeras se presentaron bien forradas de ropa. Despojadas de abrigos, gorros, guantes y bufandas, me encontré ante una Laura arrebatadoramente bella (Merche no estaba mal, pero no había comparación). Sus glaciales ojos azules se mostraban aún más intensos con el frío, y se había peinado su rubia melena de un modo que resaltaba aún más su agraciado rostro. Vestía unos pantalones de pana beige que dibujaban con especial gracia la bonita forma de su trasero, y un jersey negro de canalé con el cuello alto se adaptaban minuciosamente a la grácil curva de sus redondos e izados pechos. Calzaba unas botas negras de tacón alto, configurando en su conjunto una hermosa y morbosa figura.
En seguida nos dedicamos a lo nuestro. Les expliqué concienzudamente los trucos y argucias que conocía del programa para facilitar y agilizar la confección de los trabajos, poniendo mil y un ejemplos. A las tres horas hicimos un receso para dar cuenta del refrigerio. Merche se mostró, como de costumbre, encantadora, pero Laura aún no había sido capaz de despojarse completamente de esa capa protectora que la cubría. Se mantenía a la defensiva como un soldado en terreno enemigo, aunque poco a poco, probablemente animada por la cena, fue dando síntomas de mayor confianza. Tras la cena, continuamos con la tarea que nos ocupaba. A eso de las doce y media, Merche comenzó a dar muestras de cansancio, bostezando y estirándose continuamente. Poco después anunció que se iba, ya que el sueño estaba venciéndola. Les propuse continuar al día siguiente, pero Laura, que probablemente animada por la intimidad de mi casa y por la confianza que Merche y yo demostrábamos, me dijo que si no me importaba, ella prefería seguir un poco más, ya que había algunos aspectos que aún no habíamos tocado y que tenía especial interés en aprender. Por supuesto que no me importaba, y así se lo hice saber. Acompañamos a Merche hasta su casa, que distaba un par de manzanas de la mía, y regresamos a mi habitación a proseguir las lecciones. Una vez solos, Laura pareció tomar más naturalidad, lo que me agradó mucho. Yo ya casi no lograba concentrarme en el ordenador, y mi vista se desviaba continuamente para contemplar su rostro y la exquisitez de sus curvas. Laura no pareció darse cuenta de ello, o simuló que no se daba cuenta, porque no hizo comentario alguno ni mostró síntomas de sentirse molesta o violenta. Cuando por fin terminamos, habían pasado ya las dos de la madrugada. "Si me dejas el teléfono, por favor, pediré un taxi para irme a casa", me dijo levantándose de la silla. "Estaría bueno", contesté, "te llevo yo a casa, faltaría más". Insistió en que no era necesario, que bastante me había molestado ya, y que no le importaba coger un taxi. Le repetí que no era ninguna molestia, y finalmente aceptó. Nos subimos al viejo cacharro de quinta mano que tenía por aquel entonces, y me dispuse a acercar a Laura a su casa. Mediado el camino, pasamos por una conocida zona de copas de Madrid, y aventurándome un poco, le pregunté si le apetecía tomar algo. Pareció sorprendida por la propuesta, e izo ademán de colocarse de nuevo a la defensiva, pero debió pensárselo por un momento, por lo que al final accedió. Aparqué y nos dirigimos a un tranquilo pub que yo conocía, y que por su tranquilidad suponía el ambiente idóneo para lograr algo más de intimidad. Nos sentamos en una mesa y pedimos un par de copas. Al principio, el ambiente estaba un poco tenso. Se notaba que Laura volvía a suposición de pija borde, sin duda pensando que al final, lo único que yo quería es ligar con ella (lo que por cierto, no era mentira). Adopté, pues, el papel de perfecto caballero, y al cabo de un rato la relación volvió a ser fluida, animada por la copa y por mi decorosa actitud. Mentiría si dijera que mantuvimos una animada conversación, pues fui sólo yo el que hablaba casi todo el tiempo, pero al menos Laura no dio síntomas de rechazo. Tras la segunda copa, y viendo que Laura, aunque cordial, no ofrecía indicio alguno que me animase a dar un paso más, pagué la cuenta y nos fuimos. Eran cerca de las cinco de la mañana cuando dejé a Laura en su casa, en una de las mejores zonas residenciales de Madrid. Antes de entrar en el portal, Laura tomó la iniciativa. Me plantó dos besos fríos, casi dos cabezazos en las mejillas, y me agradeció las molestias que me había tomado con ella con AutoCad y llevándola en coche a casa. No mencionó nada sobre las copas que le había pagado, quizás avergonzada por haber salido conmigo, aunque fuese de aquella manera tan poco romántica. A pesar de lo apático que resultó su agradecimiento, algo dentro de mí pudo presentir un indefinido pero ardiente fondo, en ella.
Al día siguiente no llegué a la Facultad hasta mediada la mañana. Laura estaba allí desde la primera clase, a las ocho de la mañana, lo que hay que decir que me impresionó. Su comportamiento fue tan gélido y distante como siempre, como queriendo ocultar que había estado en mi casa, y conmigo tomando copas hasta las tantas de la madrugada. Merche tampoco comentó ni preguntó nada, por lo que yo seguí con mis hábitos normales, sin hacer ningún caso a la guapa Sevillana.
Habían trascurrido diez días desde mi velada con Laura, y todo había continuado como hasta entonces. Tras los exámenes de febrero disponíamos de algunas semanas de tranquilidad, por lo que mi pandilla había pensado quedar el sábado para cenar y salir de copas después. De regreso a casa con Merche se lo comenté, invitándola a venirse. Aceptó encantada, pues no tenía plan para el sábado. "Se lo comentaré a Isabel, por si le apetece venir". No hizo mención alguna de Laura.
Miguel había reservado mesa para catorce en un buen restaurante de la Ctra. de La Coruña (un día es un día, nos dijimos). En principio éramos doce, con Isabel y Merche, "pero nunca está de más reservar un par de plazas más, por si alguien se apunta a última hora", sentenció Miguel.
Habíamos quedado directamente en la puerta del restaurante. Cuando llegamos Merche, Antonio y yo, que fuimos juntos en mi coche, aún faltaban por llegar cuatro personas. Pronto aparecieron los rezagados y nos dispusimos a entrar, cuando alguien a nuestra espalda gritó: "Esperadme, que ya estoy aquí". Era la voz de Laura, que bajaba de un taxi. Todos nos quedamos estupefactos, pues era la primera vez que Laura se unía a alguna de nuestras quedadas. Me quedé mirando a Merche, que se encogió de hombros diciendo "yo se lo había comentado, pero me dijo que no le apetecía mucho". Nos quedamos todos un poco fríos, pues nadie tragaba demasiado a Laura, como ya he comentado anteriormente. No sé cuál había sido el cambio que había experimentado Laura, ni por qué. Lo cierto es que se presentó sonriendo y resplandeciente. Apenas había visto a Laura sonreír nunca, pero lo que es seguro es que jamás la había visto hacerlo como en ese momento. Lucía una amplia sonrisa, que acentuaba aún más su bonito rostro. Parecía aún más guapa de lo que solía. Su peinado favorecía muchísimo su belleza natural, con su larga cabellera rubia cuidadamente despeinada cayéndole sobre los hombros y un grueso mechón de cabello cubriendo parte de su rostro. Además de encantadoramente sonriente, Laura se presentó cautivadoramente vestida. Una gruesa chaqueta marrón de lana abrigaba su cuerpo; el cierre de cremallera entreabierto insinuaba ligeramente su escote, y una larga bufanda blanca abrigaba su cuello. Una minifalda de pana blanca permitía contemplar sus bonitas piernas, cubiertas por medias de color carne, mientras que calzaba botas altas de tacón del mismo color que la falda. Como siempre, impolutamente conjuntada, como siempre, arrebatadoramente bella y como nunca, radiante y encantadora. Sólo Merche e Isabel se acercaron para recibirla con dos besos, aunque ella misma se encargó de plantarnos dos besos a cada uno de los demás, que la mirábamos alucinados, los chicos por un motivo, y las chicas por otro muy distinto. Cuando dejó la chaqueta en el guardarropa pudimos contemplar que bajo la chaqueta lucía una vaporosa camisa marrón de profundo escote que pegándose a sus pechos, permitía apreciar sus bellas curvas. La mayoría de los chicos la mirábamos embobados, mientras que las chicas, excepción hecha de Isabel y Merche, hacían corrillos de inconfesables comentarios.
Una vez sentados, coincidimos en una esquina de la mesa Laura, Isabel, Merche y yo. La cena transcurrió entre risas, chistes y comentarios sobre el curso, los profesores, los compañeros y anécdotas de la carrera. Fue una cena animada y alegre, animada en nuestra zona sobre todo por Merche, que algo achispada por el vino, al que no estaba acostumbrada consiguió hacernos partir de risa.
Tras la cena nos dirigimos a la zona de copas de Pozuelo, donde la noche siguió su curso, cada vez más tocados todos por el alcohol, y en consecuencia cada vez más animada. Nadie estaba demasiado borracho, y sí con el punto gracioso que suelen proporcionar las copas cuando se toman en su justa medida. Bailábamos, bebíamos, charlábamos y nos reíamos. En la pista de baile, sin lugar a dudas la reina era Laura. "Joder con la estirada", fue alguno de los comentarios que se escucharon. Bailaba con el sentido del ritmo que se espera de una Sevillana. Un poquito alegre por causa de los gintonics comenzó a menear su cuerpo con una sensualidad que hubiese puesto cachondo a un cura. Sus caderas trazaban círculos a medida que sus tetitas se agitaban dentro de su camisa, y su trasero se mecía al ritmo de la música de tal manera que toda la afluencia masculina del local permanecía hipnotizada por él. A medida que iba pasando la noche se fue retirando gente, hasta que sólo quedamos Laura, que continuaba deleitando al personal con su gracia al bailar, Miguel, otras dos chicas y yo. Merche se había retirado hace rato con Isabel. Me parece que dijeron que iban a tomar un taxi. Yo nunca he sido muy bailón, pero animado por la bebida y por los movimientos de Laura, me animé a bailar con ella. Cuando me planté ante ella, Laura, lejos de cortarse, comenzó a contonearse de forma más insinuante. Yo no me muevo demasiado mal, pero lo de Laura era digno de verse. Se agachaba meneando el culo, sus brazos desnudos acompañaban con maestría el movimiento de su cuerpo y sus pechos parecían inflamarse al compás de sus voluptuosos contoneos. En dos o tres ocasiones se situó Laura frente a mí y dándome la espalda, de tal manera que su culito casi se rozaba con mi paquete al menearse. Viendo cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, Miguel me lanzó una seña, comunicándose que se retiraba, dejándome el campo libre con Laura. Marga y Raquel se fueron con él, de manera que me quedé solo con Laura. Continuamos con nuestro baile por un rato más, y finalmente me la llevé a la barra para pedir una última copa. Cuando se dio cuenta de que nos habíamos quedado solos puso una carita de fingida sorpresa y algo de contrariedad, aunque sin poder ocultar una pícara sonrisa que se dibujaba en sus labios. "Bueno, pues ya no pintamos nada tú y yo aquí, ¿no crees?", me dijo. Le dije que si quería, después de terminarnos la copa la llevaría hasta su casa. "Bueno, si tu quieres...", me contestó con aire zalamero. En ese momento, en un movimiento perfectamente sincronizado, le pasé un brazo por la cintura, amarrándole el trasero al tiempo que posaba mis labios sobre los suyos. Laura respondió a mi beso abriendo la boca y enlazando su lengua con la mía, que inmediatamente se pusieron a jugar en un frenético beso. Laura pasó un brazos por detrás de mi hombro, cogiéndome por la nuca y apretando aún más mi cara contra la suya. Su otra mano se deslizó bajo la manga de mi camiseta para acariciarme el bíceps, en tanto que yo amasaba su trasero perfecto y apretaba mi paquete contra su vientre. Mis manos se deslizaron por debajo de su falda, y descubrí que no llevaba pantis, sino medias, por lo que su culito sólo estaba separado de mis caricias por unas pequeñas bragas que apenas cubrían sus magníficos cachetes. Permanecimos besándonos ardorosamente durante largo rato. Mi pierna derecha se coló entre las suyas, para notar de inmediato el calor de su sexo sobre mi muslo. Antes de un minuto, el coño de Laura se restregaba en mi pantalón como si fuera una perra en celo. "Joder, con la estirada", pensé para mí, "está más caliente que una hoguera".
Mis padres tenían un chalet en Torrelodones, un pueblo de la sierra, y yo había tenido la precaución de echar las llaves en el coche, "por lo que pudiera pasar". Así que separando brevemente los labios de la ávida boca de mi compañera, le propuse subir hasta Torrelodones. "Tengo una casa allí, si quieres, podemos subir". "Vamos", me contestó, "espero que seas un buen anfitrión". "No temas por eso, sabré tratarte como mereces". Durante los veinte minutos que duró el trayecto hasta Torrelodones, los labios de Laura apenas se separaron de mi cuello y mi oreja, mientras que su mano derecha se afanó en sobar sin compasión mi polla endurecida.
Mi padre solía dejar la chimenea preparada, por lo que no tuve más que encender el fuego para tener una buena fogata en pocos minutos. Afortunadamente, el jardinero solía encender la calefacción un rato todas las tardes, por lo que la casa no estaba demasiado fría. Me quité la chaqueta, preparé un par de copas, puse un poco de música, y me senté sobre el sofá a esperar a Laura, que había pasado al baño. Cuando Laura salió del baño, se plantó ante mí, y sin mediar palabra, tomó la copa, le dio un par de sorbos, la dejó sobre la mesa y comenzó a menear sus caderas, en un baile que era ya sólo para mí. Se había quitado las botas, y sus piernas ya sólo quedaban cubiertas por las medias. Su culo se mecía suavemente ante mis deleitados ojos, mientras se quitaba la chaqueta. Al girarse, pude notar que ya no había sujetador bajo su camisa, quedando la redondez de sus tetas enmarcada por la leve tela de su camisa. Tal y como había intuido, aunque su tamaño no era excesivo, sus formas eran impecables. Los pechos de Laura se veían redonditos, duros e izados hacia el cielo. El frío y la excitación habían endurecido sus pequeños pezones, que asomando hacia arriba, se perfilaban voluptuosos bajo la tela. Levantándome, tomé a Laura y me fundí con ella en un breve, pero apasionado beso. Inmediatamente la hice girar, tomándola por la cintura apreté su culo contra mí, y besándola en el cuello posé mis manos sobre sus pechos. Los acaricié por encima de la camisa durante algunos minutos. Su culo se afanaba en frotarse contra mi verga y sus manos, aferradas a mi culo, me proyectaban hacia ella. Fui desabrochando los botones de su camisa sin dejar de besarla, hasta que su torso quedó desnudo , y sus pechos descubiertos, a merced de mis caricias. Laura se dio la vuelta y separándose de mí, se sacó la camisa y se desabrochó la falda, que fue dejando caer a sus pies a medida que iba meneando las caderas. Cuando la falda estuvo ya en el suelo, la alejó de una patada. Sólo cubrían ya su deseable cuerpo sus braguitas y las medias. Acercándose de nuevo, me sacó la camiseta, antes de dedicarse a desabrocharme el pantalón. Me fue bajando los pantalones, y al quedar su cara a la altura de mi sexo, propinó sobre este un besito a través de mis calzoncillos, lo que completó la ya considerable erección mi miembro.
Me senté de nuevo sobre el sofá, dispuesto a contemplar el final del streep-tease. Laura plantó un pie sobre mi sexo, y sin dejar de mover sus caderas lascivamente, comenzó a acariciarme la polla. Lenta y voluptuosamente, introdujo sus pulgares dentro de la goma de la media, y fue deslizándola hacia abajo para quedar despojada de ella. Repitió la operación con la otra pierna, hasta quedar equipada únicamente con sus braguitas. Su pie desnudo se coló por la bragueta de mis calzoncillos y se concentró en sobar mi verga enardecida y mis hinchados testículos.
Tras un rato de esa deliciosa caricia, Laura retiró su pie de mí, y plantándose ante mí, me lanzó una lisonjera sonrisita. "Bueno, ahora te toca a ti actuar", me dijo, al tiempo que sus manos acariciaban sus tetas, infladas por el deseo y erizadas por la excitación. Me incorporé y sin mucho preámbulo le bajé las bragas, quedando ante mí su sonrosada almeja, semicubierta por sus poco abundantes y cortitos pelos rubios. Tomándola del trasero la tiré sobre el sofá. Retiré con mi mano el pelo de su rostro y comencé a besarla apasionadamente. Nuestras lenguas jugaban entre sí, desplazándose de su boca a la mía con rapidez. Mi mano derecha se dedicó a acariciar la suave piel de su cuerpo. Amasé sus tetas y pellizqué sus pezones hasta arrancarle pequeños grititos de dolor. Bajé por su sedoso vientre hasta alcanzar los primeros pelillos de su pubis con los que juguetearon mis dedos por unos segundos. Deslicé entonces la mano por sus piernas abajo hasta llegar a sus rodillas para luego subir en busca de su coño. Laura separó sus piernas, ofreciéndome la carne de su entrepierna. Acaricié con ternura la parte interior de sus muslos, antes de posar la palma sobre su sexo. En ese momento, Laura dio un pequeño respingo. Mis dedos se deslizaban entre sus labios vaginales, estimulando su coñito con suaves caricias. El calor y la humedad de su sexo fueron acrecentándose al tiempo que Laura comenzaba a jadear ligeramente, y sus labios y lengua buscaban los míos con saña creciente. Sus manos también fueron acariciándome el torso, las tetillas y los pezones, antes de recorrer mi vientre en busca de mis calzoncillos, Introdujo la mano dentro de mi ropa interior y durante unos minutos se dedicó a sobarme la polla y los huevos. Finalmente me bajó los calzoncillos, quedando los dos desnudos. Sin ninguna otra luz alumbrándonos, el fuego creciente proyectaba las sombras de nuestros enaltecidos cuerpos desnudos sobre las paredes del salón. Nos entregamos a retozar desnudos sobre el sofá, entre besos, abrazos y caricias, que acrecentaban nuestro palpitante deseo.
Fundidos de esta manera, y entregados a solazarnos como bestias, en un momento determinado en que mi sexo se encontraba oculto entre los muslos de Laura y a punto de penetrarla, me situé sobre ella cubriéndola con mi cuerpo, apliqué mi boca a su oído y le susurré con la respiración entrecortada: "¿quieres que te coma el chochito, pijita?, vas a gritar de placer como no lo has hecho nunca". "Sí, por favor, quiero sentir cómo me chupas". Ayudé a Laura a ponerse de pie sobre el sofá, senté su culo sobre el respaldo, quedando su espalda apoyada en la pared. Me arrodillé ante ella, que abrió las piernas posando sus muslitos sobre mis hombros, y apliqué la lengua sobre su mojadísimo coño. Comencé aplicándole lametones en sus labios, que rojos e hinchados palpitaban ante mí, abriéndose y cerrándose ante los ataques de mi lengua. Laura me apretaba la cabeza con sus manos contra ella, emitiendo primero pequeños gemidos, que fueron creciendo de intensidad y volumen con cada lamida. Mis dedos se hincaban en la carne de sus nalgas. Mis labios buscaron el pequeño apéndice que extrae todos los placeres de una dama. Cuando mis dientes se cerraron en torno a él, los muslos de Laura comenzaron a temblar, acompañando todo su cuerpo, que totalmente sometido a mis caprichos se arqueaba y tiritaba. Levantando la mirada pude observar que mientras su mano izquierda seguía apretando mi cabeza contra su sexo, la derecha amasaba sus pechos, que parecían a punto de estallar, tan inflados como estaban. Su cabeza, vencida hacia atrás ofrecía su cuello tenso, en tanto que de su garganta brotaban los gemidos más lujuriosos que jamás había oído. En medio de tales gritos, de vez en cuando se distinguían algunas palabras: "siiiiiiiiiiiiiiiiiii, más, sigue, sigue, me gustaaaaaaaaa". Los gritos de Laura me ponían a mil, y yo me enconaba en mamarle el coño con más ahínco, buscando arrancarle más gritos, más placer y más tiritonas. Finalmente, puse la lengua lo más tensa que pude y se la introduje en su agujerito, sin dejar de moverla a gran velocidad. Los muslos de Laura comenzaron a vibrar descontroladamente, sus aullidos arreciaron, todo su cuerpo se puso en carne de gallina, una oleada de flujo y calor emanaron de su sexo, y en medio de un atronador y agudo "ahhhhhhhhhhhhhhhhh, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii", se corrió. El orgasmo debió prolongársele durante muchos segundos, pues sus gritos no arreciaron, y sus piernas, descontroladas estuvieron golpeando mi espalda, mientras mi boca no cejaba en su empeño de aplicarse a sus labios, su clítoris y su orificio de entrada, tan dilatado y mojado que creo que hubiese entrado en él cualquier cosa.
Me levanté y la besé en los pechos y en la cara. Su rostro se encontraba convulsionado, pero ofrecía una radiante sonrisa, tan bella que jamás he podido olvidarla. Sus piernas se cerraron en torno a mi cintura, apretando con suavidad, y su respiración, que era sonora y jadeante tardó bastante tiempo en volver a la normalidad.
No obstante, no era mi intención darle cuartelillo, por lo que enseguida la tumbé en el suelo, delante de la crepitante chimenea, y a cuatro patas sobre ella, fui paseando mi durísimo miembro por todo su cuerpecillo exhausto. Le pasé la punta de mi polla por las piernas, acaricié su coñito, sus labios y su clítoris, e incluso introduje mi glande brevemente en su interior. Mi cuerpo me pedía que se la clavase, pero aún no era tiempo, primero me tenía que obsequiarme con su preciosa boca y sus gruesos labios. "¿Te ha gustado, verdad?. Pues ahora te toca a ti chupar, preciosa", le dije.
Si contemplar y disfrutar de una mujer entregada a uno supone una gozada indescriptible, en el caso de Laura era doblemente placentero. Gozar y poseer a Laura, totalmente plegada a mis deseos, deleitarme, entregada a mí con la pija, la guapa, la soberbia, la estirada de la clase, presenciar su doblegación y estar pegándome tal homenaje con ese cuerpazo sevillano, sentir su vasallaje, me provocaba y me exaltaba como nunca me había ocurrido disfrutando con ninguna otra chica.
Continué deslizando mi verga por su vientre, dibujé sus pechos, la encajé en su canalillo y estimulé sus pezones con la punta antes de conducirla hacia su carita. Laura estaba entregada, rota, muerta de placer. Su cuerpo desnudo, bronceado y estirado se veía bellísimo bajo mi dominación. Sus finos brazos estirados por encima de su cabeza demostraban su sometimiento, incapaces siquiera de acariciarme. Posé mi polla sobre sus ojos, se la pasé por la nariz para que pudiera apreciar su aroma, y finalmente la apoyé sobre la comisura de sus labios rojos. Laura abrió ligeramente la boca y, complaciente, sacó su lengua, aplicándome un ligero lametazo. Prosiguió chupándome el glande como haría un niño con una piruleta. Sus manos se dirigieron entonces a mi culo y apretó atrayendo mi verga hacia su boca. Su lengua recorría afanosamente ya toda su longitud, mientras sus labios se posaban glotones sobre la punta. Comenzó entonces a mover su cabeza, ingiriendo cada vez una mayor porción de carne. Finalmente comencé yo a ayudarla, introduciendo la polla en su boca, cada vez un poco más, hasta que acabó engullendo toda mi tranca con avidez. Me giré, colocándome boca arriba para dejar que fuera ella la que hiciese todo el trabajo. Arrodillada a mis pies, su cabeza subía y bajaba, comiéndome toda la polla con cada movimiento. Demostró ser toda una experta mamadora. Tan pronto lamía con la lengua como aplicaba sus carnosos labios sobre mi glande, para bajar su cuello de una vez y dejar a mi polla deslizar por sus labios hasta comérsela por completo. El ritmo aplicado cambiaba a cada minuto. Tan pronto se comía la verga con avidez como se la sacaba entera, apoyaba su boca en la punta y comenzaba a bajar cadenciosamente mientras me masajeaba los huevos. Estaba disfrutando como un enano. Había colocado un cojín bajo mi cabeza para disfrutar del espectáculo que Laura me ofrecía solícita. Según proseguía Laura con su afanosa tarea sobre mi polla, iba yo percibiendo las oleadas de placer previas al orgasmo. Comencé a jadear, lo que hizo que Laura se aplicase con mayor solicitud a la mamada. Mis piernas comenzaron a temblar por su cuenta cuando Laura aceleró el ritmo con el que su boca ingería mi polla. Finalmente, mantuvo durante varios segundos toda la longitud de mi verga dentro de su boca. Mi polla presionó su paladar y su lengua, y en una convulsión final que sacudió todo mi cuerpo, comenzó a lanzar todo el semen que venía acumulando desde que comencé a calentarme con el baile de Laura en la discoteca, varias horas atrás. La corrida fue muy abundante. Mi leche inundo su boca. Laura tragaba, pero era tal la cantidad de esperma que acumulaba que varios hilillos de crema se desbordaron por las comisuras de sus labios, mientras que su boca seguía llena con mi polla y mi líquido. Sacó mi polla de su boca, y Laura se afanó en limpiar con sus labios y su lengua los restos que se deslizaban por mi miembro, alcanzando los testículos. Siguió chupando con ahínco durante varios minutos después de haber dejado ya impoluta mi verga. Logró estimularme tanto que no llegué a perder la erección. Aunque nadie lo hubiese dicho a juzgar por su aspecto de niña bien, Laura había demostrado que sabía chuparla bien, muy bien...
Subiendo hasta mi cara, me colmó de besos, me pasó las tetas por la cara, que chupé con devoción, prodigando especial atención a sus duros pezones, mientras ella se balanceaba encima de mí. Sus labios se asomaron a mi oído, y en un susurro apenas audible me dijo: "Ahora quiero que me folles bien, que me la metas hasta que no puedas más, quiero que me des mucho placer".
¿Quién era yo para frustrar los deseos de una dama?. Ayudé a Laura a sentarse a horcajadas sobre mí. Su coño abierto se apoyaba directamente sobre mi polla, que no había perdido un ápice de su fortaleza. Aferrado a su trasero la ayudé a menearse adelante y atrás, haciendo que su sexo se frotase contra el mío. Las manos de Laura se apoyaban en mi pecho, mientras que sus tetas oscilaban lascivas ante mí. La lubricación de su vagina permitían una excelente fluidez de movimientos, en tanto que sus labios abiertos se deslizaban a lo largo de la longitud de mi verga, desde su base hasta la punta, que pugnaba por introducirse en su dilatado agujerito. Sin dejar de magrear el coño contra mi miembro viril, Laura se inclinó hacia adelante, ofreciendo a mi boca el apetitoso manjar de sus redonditas tetas y sus afilados pezones. Sus peras se pasearon por mi cara dos o tres veces, antes de que yo sacase mi lengua y comenzase a propinar húmedos lametones a sus ardientes pezones. Abrí mi boca y chupé sus tetas y pezones con entusiasmo. Mi nariz barrió su canalillo antes de que mis labios se aplicasen en succionar sus pezones, que lamí y mordisqueé, dedicándome el cuerpo y alma a tan grata labor. La respiración de Laura se tornó jadeante a medida que su coño se estimulaba por el contacto con mi verga y sus tetas se hinchaban como consecuencia de la labor de mis labios y mi lengua sobre ellas. Cuando noté que sus movimientos se comenzaban a tornar más acuciantes, y sus gemidos más audibles, me incorporé. Hundí mi cara en su garganta, que lamí con pasión. Las piernas de Laura abrazaron mi cintura, quedando ambos sentados cara a cara. El culo de Laura se aposentó sobre mis muslos, y mi la punta de mi polla, guiada por las manos de Laura, quedó apuntada sobre la entrada de su sexo. Las manos de Laura se posaron sobre mis hombros, y nuestras bocas se fundieron en un apasionado beso. Agarré fuertemente el culo de mi contrincante y fui acercándolo hacia mí lentamente, mientras mi polla, dura como el acero iba abriéndose paso en su interior. Ya estaba casi la mitad de mi verga acoplada en su interior, cuando de un fuerte apretón atraje a Laura hacia mí, de manera que toda mi polla se clavó completamente dentro de su coñito, en un único y seco estacazo. Laura emitió un gritito, al tiempo que todo su cuerpo se vio sacudido por el rápido movimiento. Sus dedos se clavaron en mi espalda y su cabeza se venció hacia atrás. Con toda la longitud de mi sexo enterrado dentro del cuerpo de Laura, le susurré al oído: "Ahora, cariño, me voy a comenzar a mover, y te vas a volver loca".
Comencé a alejar y a atraer a Laura sobre mí a intervalos regulares en los que mi polla desaparecía y reaparecía dentro de su cuerpo más allá de los pelillos de su pubis, que temblaba con cada acometida de mi sexo. Laura comenzó a jadear con fuerza, para dar luego paso a gemidos cada vez más fuertes, al tiempo que continuaba penetrándola sin tregua. Su cuerpo se dobló hacia atrás, apoyó sus manos en el suelo tras de sí, y apoyando los pies en el suelo, elevó el culo para comenzar a ser ella la que marcaba con sus movimientos de cadera el ritmo con el que mi rabo se enterraba una y otra vez en su agujerito ansioso. Mis manos, aferradas a su cintura sólo mantenían la dirección para evitar que mi nabo se saliese de su coño. Su pelvis iba y venía de arriba a abajo, y su vagina se amarraba a mi sexo, que salía y entraba de ella con cada una de sus oscilaciones. De la garganta de Laura emergían ahogados gritos de placer. Su tetas, levantadas hacia el techo y rematadas por las protuberancias de los pezones, se henchían y temblaban cada vez que mi miembro se alojaba en su interior. La visión de su vientre plano temblando a cada penetración y de sus oscilantes tetas suponían para mí un espectáculo delicioso. Tras una gloriosa traca de mete-saca, saqué a Laura de encima de mí, y la coloqué a cuatro patas dándome la espalda. Arrodillándome tras ella, metí mi polla dentro de su coñito, y aferrando su cintura, comencé a propinarle bravos empellones, en los que toda mi verga se abría paso dentro de ella hasta hacer chocar mis huevos contra su palpitante trasero. Cubrí con mis manos sus tetitas y le pellizqué los pezones, lo que extrajo de Laura un agudo chillido de gozo y dolor. Mi sexo seguía atacando el suyo con ardor, lo que provocaba que los pechos de Laura temblasen dentro de mis manos con cada empellón. Su cuerpo se convulsionaba con cada acometida, y sus gemidos fueron arreciando hasta que su cuerpo se vio sacudido por grandes espasmos. Mi rabo notó cómo su sexo se deshacía en medio de un gran calor. Sus piernas temblaron, sus pechos se pusieron en carne de gallina, sus pezones se afilaron hasta lo imposible, y Laura se corrió en medio de sonoros aullidos y grandes gemidos. Debido quizá al reciente orgasmo que Laura me había extraído con su boca y su lengua, yo aún tenía tralla para un rato más, así que dejando mi polla enterrada dentro de su vagina, que seguía contrayéndose contra mi verga prolongando el fenomenal orgasmo de Laura.
Dejé a mi oponente descansar unos segundos, e inmediatamente reinicié el ataque contra el coñito de Laura, que aún no había terminado de correrse cuando se vio invadida de nuevo por mi bombeo sobre ella. Como he dicho anteriormente, estaba gozando como un enano de mi victoria y con su sometimiento, y no tenía ninguna intención de darle tregua. Aquella hembra habría de rogarme para que la dejase en paz. Mis penetraciones se tornaron más lentas y profundas. Su sexo se adaptaba bien a la longitud y grosor de mi aparato, y daba la sensación de que su coño relamía con gusto hasta el último centímetro de carne. No habían terminado los últimos estertores de su orgasmo cuando mis renovadas acometidas comenzaron a arrebatar de Laura nuevos gemidos y jadeos. Continué follándome el coñito de Laura durante unos minutos más, hasta que me dejé caer sobre su menudo cuerpo, que no resistiendo la presión, quedó tumbado debajo del mío, mientras que mi polla, que seguía entrando y saliendo de su caverna, pudo notar la presión de sus glúteos cerrados sobre ella. Proseguí bombeándola durante un rato, hasta que logré arrancar de su cuerpo otro escandaloso orgasmo. La muy cabrona era multiorgásmica, así que estaba disfrutando como una loca, casi enlazando un orgasmo con otro, que además eran los más sonoros que había visto en una tía en toda mi vida. Sin desligar mi sexo del suyo, ayudé a Laura a darse la vuelta, hasta que quedó ante mí con una encantadora sonrisa dibujada en su rostro, con las piernas abiertas y con mi polla alojada dentro de su coño, por debajo de los pelillos de su pubis. Sus piernas separadas, se encontraban semiflexionadas a ambos lados de mis caderas, sus manos acariciaban mis brazos, apoyados sobre la alfombra a los lados de su cabecita. Saqué mi polla de su interior hasta casi desligarme de ella, y comencé a penetrarla de nuevo, lenta pero inexorablemente, observando cómo mi polla emergía de su interior para luego enterrarse dentro de ella, haciendo vibrar su vientre y sus tetitas con cada acometida. Su juvenil carita demostraba el intenso placer al que se veía sometida. Sin dejar de sonreír pícaramente, su lengua relamía sus gruesos labios rojos, mientras que de vez en cuando se escapaba de su garganta algún gemidito ahogado. Me quedé mirándola sin dejar de apretarla: "¿Cómo va todo, Laura?, ¿estás pasándolo bien?". "Me está encantando", me respondió, "pero aún no me has obsequiado con tu cremita, así que no te pares y sigue follándome".
No me hice de rogar, y enlazando mis manos con las suyas, que apreté con fuerza contra la alfombra, intensifiqué el ritmo de mis acometidas y profundicé más en su coño. Cuando enterré mi polla en su coño hasta no poder más, la cabeza de Laura se giró, frotándose contra la alfombra al tiempo que sus piernas se cerraban en torno a mis caderas, clavándome los talones en el culo. Comencé a follármela con fuerza y sin tregua. El cuerpo de Laura se convulsionaba con mis ataques, y sus tetas parecían hincharse a cada segundo. No tardó Laura en comenzar a gemir y jadear de nuevo. Mi polla salía casi completamente de su vagina para inmediatamente introducirse en ella hasta el fondo, con rápidos y secos golpes de cadera en que el coño de Laura se veía copado por mi verga y sus talones apretaban mi trasero con enorme fuerza. No tardó Laura en alcanzar otro orgasmo, aunque esa vez no le di tregua. Sin parar, y sin bajar el ritmo, continué follándomela en medio de su orgasmo, de sus espasmos y de sus gemidos. Estimulado por su orgasmo, mi miembro comenzó a sentir también las oleadas previas a la corrida. Apreté aún más mis caderas contra ella con cada acometida, y aún logré aguantarme algunos minutos más. Laura gemía, gritaba y se sacudía cada vez con mayor violencia. Le estiré las piernas hacia arriba, apoyándolas en mis hombros, y seguí follándomela sin compasión. A las cinco ó seis arremetidas empezó a chillar y gemir con más fuerza, y su pelvis empezó a balancearse en todas direcciones. Dejé mi verga dentro de su interior y comencé a mover mi cadera en círculos, intensificando el contacto con las paredes de su sexo. Este intenso contacto provocó inmediatamente mi eyaculación. Fue un intensísimo orgasmo que se prolongó durante mucho tiempo, en el que mi polla no dejó de rezumar líquido. Ella no tardó en seguirme. Al sentir el calor de mi esperma inundando su vagina, me apresó con las piernas la cintura, pasó sus manos en torno a mi cuello, y se corrió una vez más, con un largo gemido que no pudo ahogar completamente con su mano, introducida en la boca. Me dejé caer sobre Laura
Tardamos mucho tiempo en recuperar la respiración. Cuando se fue normalizando mi respiración, me levanté y ayudé a Laura a ponerse en pie. Nos fundimos en un cálido beso. Noté cómo resbalaban por sus piernas abajo nuestros fluidos mezclados. Laura se fue al baño, en lo que yo sacaba un colchón y preparaba un catre delante de la chimenea, cuyo fuego ya estaba comenzando a apaciguarse, igual que el nuestro. Desnudos nos introdujimos bajo las sábanas y las mantas, y permanecimos durante bastantes minutos arrumacados, besándonos y acariciándonos. Antes de dormirse, Laura se acercó a mi oído, y con una voz melodiosa y encantadora, me habló: "Muchas gracias, nunca había disfrutado tanto ni tantas veces, ha sido maravilloso". La besé apenas rozando sus labios: "Me parece que me estoy enamorando de ti". Laura me dedicó una sonrisa angelical, me besó, y apoyando su carita en mi pecho, se quedó dormida.