Laura, la masoquista
Luego de divorciarse de su primer matrimonio, desea convertirse en una esclava sumisa
Laura, La Masoquista
Autor: Ricardo Erecto
Personajes
Laura Aizpurrúa, Principal protagonista,
Manuel Aizpurrúa, Padre de Laura
Pepe Mendizábal. Consignatario de Hacienda y otros productos, amigo muy cercano de Manuel
Luis Medina, ex esposo de Laura
Anita Méndez, amante de Luis Medina
Luciano Flash, Fotógrafo conocido de Pepe Mendizábal
Ramón Núñez, Pareja de Laura
Abel Manso, Fabricante de equipos de tortura
Restituta Majul, asistente de Abel
Acompañantes 1 y 2.
Índice:
Capítulo I: Página 1
Capítulo II: Página 4
Capítulo III: Página 7
Capítulo IV: Página 11
Capítulo V: Página 14
Capítulo VI: Página 18
Capítulo VII: Página 21
Capítulo VIII: Página 26
Capítulo IX: Página 30
Capítulo X: Página 30
Epílogo: Página 34
Capítulo I
Bueno hija, ya lo hemos hablado bastante. Si es lo que quieres yo no puedo oponerme. Ya tienes 30 años y sabes bien lo que haces, le dijo Manuel Aizpurrúa a su hija Laura.
Gracias papá. Sabía que al final comprenderías y aceptarías mi decisión. Lo he meditado mucho y no creas que es algo impulsivo. Por el contrario. También lo he hablado mucho contigo, respondió Laura Aizpurrúa.
Mira, llamaré a mi amigo Pepe que creo que él nos podrá ayudar. Lo haré ya mismo para no prolongar las cosas inútilmente. Si esa es tu decisión
Marcando el número telefónico de Pepe se desarrolló el siguiente diálogo.
Manuel: Oye Pepe, necesito tu ayuda. Es un asunto confidencial y quiero hablarlo personalmente contigo. Iré con mi hija Laura a tu despacho. Dime cuándo puedo verte.
Pepe:- Pues cuando quieras, ¿Te parece bien mañana por la mañana, a las 9?-
Manuel: Perfecto, allí estaremos. Recuerda que esto es muy confidencial.
Pepe. Descuida, hasta mañana.
Laura se había recibido de escribana a los 23 años pero nunca había ejercido su profesión. Se casó apenas recibida con Luis Medina, un exitoso joven del lugar. Cogían por lo menos una vez al día. Salían a pasear casi todas las noches y estaban de diversión en diversión. Laura estaba muy satisfecha con su matrimonio y su conchita también. Muchas veces lo hacían por la noche y Luis le pedía que se quedara desnuda para continuar acariciándola toda la noche entre sueño y sueño.
No importaba si estaba al comienzo del ciclo, a la mitad o estaba menstruando. Cualquier ocasión era buena para coger
Llevaba 5 años de casada cuando un día al regresar Luis a la casa tuvo lugar el siguiente diálogo:
Luis: Laura, quiero contarte algo que me pasó. La semana pasada conocí una chica con la cual me acosté dos veces en la semana y hace un rato de nuevo. Me siento muy cómodo con ella, pero contigo también por lo que creo conveniente ya lo hablé con ella- que lo mejor será que se venga a vivir con nosotros, así podré tenerlas a las dos. A veces me acostaré una, otras con la otra y en otras con las dos. Incluso quizás en el futuro puede haber una tercera.
Laura: Estás completamente loco si crees que voy a compartir a mi marido y mi techo con otra mujer. Si tanto te gusta esa marrana, pues quédate con ella. ¡No cuentes conmigo en ese juego!
Luis: Pero Laura...
Laura: Pero Laura nada. No quiero verte más. Ya mismo me voy de casa.
Salió dando un portazo. De inmediato inició los trámites de divorcio que le fue concedido rápidamente.
De ese hecho hacía dos años en lo cuales no había tenido relaciones sexuales. Sólo se había satisfecho con un dedo muy de vez en cuando.
Estaba un poco arrepentida de haberse separado. Sus propios dedos sobre la concha no cubría sus necesidades sexuales. Había entonces comprado algunas publicaciones y alquilado algunos videos con los cuales se calentaba y luego se hacía una pajita. Entre los videos llegó a sus manos unos de sadomasoquismo. Luego de ver el primero, quedó tan caliente que al día siguiente volvió a la casa de alquiler y buscó otros del mismo género.
Muy pronto sintió la necesidad de ser partícipe de las escenas. Ya no le alcanzaba con sus dedos y fantaseaba con cuerdas, látigos y esposas.
Estaba tan desesperada que decidió presentarse ante dos escribanos (a falta de uno) y redactó un escrito en el cual cedía su cuerpo y su voluntad a quién legítimamente demostrara la tenencia del documento que estaba firmando. La transferencia debía hacerse también por escritura ante escribano. Deseaba convertirse en una esclava sexual.
Su idea era estar sometida a un hombre sin ningún compromiso para él, pudiendo hacer de ella todo lo que quisiera, la cogiera o la sometiera a cuánta vejación pudiera surgir. Laura renunciaba en ese acto a la propiedad de su propio cuerpo.
Estuvo ansiosa durante la noche esperando la entrevista con Pepe. A las 9 en punto estaban padre e hija en el despacho de la cita.
Mira Pepe, dijo Manuel, tú conoces a Laurita desde hace mucho tiempo. Sabes que estuvo casada y que luego se divorció. Ha tomado una decisión muy difícil pero creo que tú has participado en cosas similares y nos podrás ayudar. Está buscando un hombre que se haga cargo de ella, para lo cual ha hecho esta declaración, que quiero que tú leas, ante escribano.
-Efectivamente, he ayudado a muchas mujeres a encontrar quién se haga cargo de ellas, aunque debo reconocer que nunca una persona como tu hija, con título universitario. Sabes que hay muchos malandras por allí que quieren tener una mujer sólo para abusar de ella. En este caso lo que estaríamos haciendo es transferir el cuerpo y la voluntad de una mujer para el uso particular del comprador. Supongo que lo ha meditado bien. Se convertirá en una esclava que, según este documento, podrán hacer con ella lo que su amo decida, sin limitación alguna, respondió Pepe.
Por supuesto, respondió Laura. Esto no es una cosa improvisada. Para su información puedo decirle algunas cosas un tanto íntimas pero que pueden ayudarlo a conocerme, respondió Laura. Mi ex marido quería traer a otra mujer a vivir en nuestra casa para disponer de dos mujeres. Yo no lo acepté. Creo que ahora estoy un poco arrepentida.
Por otra parte, no puedo quedar embarazada por una malformación de nacimiento, aunque puedo coger como cualquier mujer. Otra cosa que quizás le interese es que solamente dos veces mi ex marido me la metió por el culo. Llegué al matrimonio virgen y ha sido con el único hombre que he tenido relaciones.
Hace dos años que estoy privada de sexo y ya no aguanto más. Sólo me he metido un dedo en la concha pero casi nunca logro acabar como con una picha adentro. Si bien se la había chupado en algunas oportunidades, nunca acabó en mi boca y por lo tanto tampoco he tragado su semen. Lo más que he probado es el gusto algo salado de alguna gota que salía mientras la lamía pero no llegó semen a mi garganta.
Me apasiona la idea de ser vendida y entrar en el mundo del sadomasoquismo. He leído algo al respecto y estoy decidida a hacerlo.
Ya veo que eres capaz de dar todos los detalles. Respondió Pepe. Mira aquí vienen constantemente a pedirme mujeres para algunos de los prostíbulos de las afueras pero ese no es tu destino. Hace un tiempo vino un ginecólogo de otra ciudad para comprarme una mujer para torturarla en la concha. Como buen ginecólogo conocía a la perfección ese órgano y me comentó que era capaz de infligir castigos terribles. Como ves por aquí pasan los personajes más increíbles
Pepe, acepto ser comprada por un prostíbulo! Podría ser una de las putas más cotizadas del local. No se me había ocurrido pero sin duda sería una manera coger mucho y eso me gusta. No necesito dinero por lo que el dueño podría recuperar lo que pague por comprarme. Eso, ser una puta, a la cual traten como a un objeto y puedan inflingirle castigos puede ser una salida muy interesante, dijo Laura.
No hija, yo no permitiré eso de ninguna manera, comentó Pepe. No creas esas historias en las cuales las putas la pasan bien en los prostíbulos. No creas en la película Belle d´ jour de Bruñel. La pasan mal y en especial en estos de las afueras. Allí van hombres de mal vivir, borrachos y todo lo que te puedas imaginar. Yo quiero buscarte un hombre que puede ser rudo, pero educado, que te sientas cómoda cogiendo y estando a su disposición pero no que pasen por dentro tuyo diez pijas diferentes en un día. Como has dicho quizás te hubiese convenido continuar casada. Hay que buscar el hombre adecuado. Déjalo en mis manos.
¿Y el ginecólogo? No está mal ser constantemente castigada en la concha por un ginecólogo. Conoce a la perfección el órgano y seguramente puede hacer muchas cosas en él. De todas maneras, Pepe, no descarte venderme como puta. Quizás en alguna otra casa, que no sea en esta ciudad. Es posible que en alguna ciudad grande se consiga una casa de citas que pueda interesarle para trabajar en hoteles internacionales. Sé algo de inglés y de portugués. Es cuestión de averiguar. Hay algunos extranjeros que pueden ser muy crueles con las putas que contratan.
Lo lamento Laura, pero, repito, no te venderé como puta. Sácatelo de la cabeza. Debo buscar algo que realmente cubra tus expectativas completas, no solamente tus ganas actuales de coger por la prolongada abstinencia. En cuanto al ginecólogo, no lo he visto más, pero tú necesitas coger, no que te arruinen la concha
Pepe, dijo Manuel, me gustaría que sea un vasco o al menos un español.
-Veremos, veremos. Estoy pensando en un danés que una vez me compró una mujer. Sé que la dejó en libertad cuando quedó embarazada. Según dicen, cogiendo es una máquina y tiene una casa bien equipada para mujeres como tú. Pero ahora Laura lo que debes hacer es tomarte unas fotografías con mi amigo Luciano Flash. Es un profesional y te tomará fotos para que yo pueda mostrar lo que estoy vendiendo.-
Seguramente tendrá que tomarme fotos totalmente desnuda, mostrando la concha, el culo, en posiciones, digamos atrevidas, ¿no es así? ¿Tendré también que coger con el fotógrafo? Comentó Laura.
No Laura, nunca desnuda y menos mostrando tu conchita. Eso quitaría encanto. Deja que él te guíe. Tampoco coger con el fotógrafo. Te tomará algunas medidas y te indicará si debes depilarte alguna zona íntima. En general las conchas bien depiladas entusiasman a los hombres.
A Laura le hubiera gustado verse humillada debiendo mostrar sus intimidades a un desconocido, mientras le tomaba fotos que, aparte del destino específico de que Pepe dispusiera material para su venta, podía recorrer otros destinos.
Ya mismo lo llamo a Luciano, afirmó Pepe, mientras tomaba el teléfono y concertaba una entrevista con el fotógrafo para esa misma mañana. Ya quién te compre podrá sacarte fotos mostrando tu concha abierta si así lo decide, pero por ahora, sólo fotos, digamos algo insinuantes, pero nada más.
Por lo que veo, continuó Pepe, tu hija se podrá vender en unos 180.000 dólares. Comenzaré pidiendo 200.000. No se ven con frecuencia mujeres así. Quién busca algo de calidad no tendrá inconveniente en pagar, especialmente con tu renuncia expresa a tu cuerpo y todo eso que los escribanos saben poner. De todas maneras tú como escribana entiendes perfectamente que con ese documento pueden hacer de ti lo que quieran.
-Sí, por supuesto que lo sé. Yo misma lo redacté y luego lo perfeccionamos con los colegas. Quién me compre podrá hacerme absolutamente lo que quiera y cederme en préstamo, regalarme o hacerme trabajar de puta, que tanto miedo te da. Incluso podría venderme para un harén o entregarme a los beduinos. No hay límite de ningún tipo, respondió Laura.-
- Si te vendiera como puta podríamos sacar mucho más dinero, lo mismo que si te exportara a algún país lejano. Procuraremos que no sea así. Cuando las llevan fueras del país es para explotarlas y torturarlas hasta mutilarlas y reducirlas a un cuerpo sin forma. No haremos eso.-
-Como decía, pediré 200.000. Siempre les gusta conseguir una rebaja. Normalmente cobro el 20% de comisión por la venta de mujeres pero en virtud de la amistad que nos une Manuel, te cobraré sólo el 10 % y depositaré la diferencia en tu cuenta apenas se concrete la venta. En cuanto a ti, Laura, conviene que te alojes en el Hotel Nueva Palmira, que sin ser muy lujoso es un buen hotel. No quiero que puedan verte familiares o conocidos mientras estamos en tratativas.
Como decía antes y por lo que veo no tienes preferencias en cuanto a quién te compre, que junto con el documento que has firmado y la imposibilidad de quedar embarazada aumenta mucho tu valor. Haremos un buen negocio y tú cubrirás tus necesidades. ¿Sabes que pueden torturarte aun en público?-
-¡Claro que lo sé! Debe ser emocionante estar atada mientras me flagelan con un látigo y unos cuantos desconocidos observan cómo mi cuerpo se va llenando de marcas.-
Bueno Pepe, no tengo nada más que decirte. Espero tus noticias y avísame cuando la hayas vendido. Estaré esperando y gracias por la rebaja de la comisión, fueron las últimas palabras de Manuel.
-Ahora Laura ve al hotel. Diles que te envío yo y que me encargaré de todos los gastos. Quizás en el hotel quieran cogerte, ya sea algún pasajero o personal del hotel, pero no aceptes. Tienes que mantenerte así por unos días. Descansa un rato antes de ir al fotógrafo para que te salgan unas lindas fotos.
Gracias Pepe. Estoy segura que hará una buena elección. Le recuerdo una cosa. Mi venta debe hacerse ante escribano, aunque no es necesario que yo esté presente ya que perdí todos mis derechos. Otra cosa, con el documento de la transferencia, se puede ir al Colegio de Escribanos y certificar la firma que luego por un trámite ante Cancillería, le colocan la Apostilla de validez en todo el mundo. Luego pueden ir a la policía y pedir un pasaporte que lo extienden con la salvedad que sólo puedo salir y entrar si estoy acompañada de mi tutor.
Así pueden llevarme a cualquier parte del mundo y luego hacer lo que desee ya que el documento tiene de esta manera validez mundial. No olvide, si le aparece una buena oferta para trabajar de puta, yo estaré contenta.
Así se despidieron los tres, encaminándose Laura al Hotel y su padre a la casa.
Capítulo II
A la hora convenida fue al estudio fotográfico del señor Flash.Una vez que se dio a conocer, Luciano la invitó a pasar al estudio propiamente dicho. Detrás de un biombo, donde debía cambiarse había un vestido de noche, bastante escotado que mostraban parcialmente las tetas. Luciano le indicó que comenzarían por ese.
Una vez puesto comenzaron las fotos, en distintas poses, todas por demás sugerentes. Siguió luego con una pollera muy corta con una camisa, sin usar corpiño. En algunas de las poses la pollera se levantaba un poco mostrando una bombacha blanca.
Luego siguió el turno de posar en malla de baño. Tanto el corpiño como la tanga de abajo eran de dimensiones extremadamente reducidas, mostrando redondeces muy apetecibles. Finalmente era el turno de ropa interior. El corpiño era uno de los tantos, pequeños, que se ven en las propagandas de estas prendas. Sin embargo la bombacha, también pequeña, estaba hecha de una tela bastante transparente que no ocultaba totalmente el bosquecillo de pelos renegridos por encima de la entrepierna.
-Luciano,¿no me tomarás fotos totalmente desnuda?-
-No es lo que pidió Pepe. Cuando él necesita fotos desnudas, me lo indica.-
-¿Y en qué casos te pide fotos de las mujeres desnudas?-
-Cuando se trata de putas para ser vendidas a casas públicas. Entonces sí pide con las piernas bien abiertas mostrando el clítoris, o de atrás separando las nalgas, pero de ti me dijo sólo vestida y con ropa interior, como te he tomado las fotos.-
En total tomó más de sesenta fotografías que luego seleccionaría cuidadosamente. A continuación pasó a medirla, 1 metro sesenta y ocho centímetros de altura, 98 de busto, 63 de cintura 100 de cadera. Sus 61 kilos estaban muy bien distribuidos.
Observándola a través de la bombacha, le indicó que la iba a depilar parcialmente y que lo tomara como muestra para mantenerse así en el futuro. Apenas un muy pequeño vellón quedó arriba de la concha. Todo lo demás fue cuidadosamente eliminado.
-Luciano, comentó Laura, ¿no deberías cogerme para completar tu informe? Así sólo podrás dar mis medidas y algún otro comentario pero nada más. En cambio si me coges tendrás otras medidas más íntimas y otras calificaciones.-
-Lo lamento Laura, pero soy fotógrafo, no pruebaconchas. No mezclo tabajo con placer-
-Considero que sería parte de tu trabajo probarme profundamente.-
-Sé perfectamente qué es parte de mi trabajo que no es parte de mi trabajo.
Terminada la tarea, Luciano inspeccionó cuidadosamente la concha de Laura. Estaba húmeda y parecía que esos labios pedían a gritos ser penetrados. Luego Laura se vistió y volvió al hotel. Ahora debía esperar hasta tener alguna noticia de Pepe. Estaba ansiosa por tener un dueño.
El señor Mendizábal puso manos a la obra y comenzó la búsqueda de inmediato. Enterados los prostíbulos que tenía una mujer para vender lo llamaron reiteradamente solicitándole que les mostrara fotos porque estaban interesados en carne nueva. Pepe sistemáticamente se negó.
Encontró al danés que le indicó que en estos momentos tenía una esclava en su domicilio y no quería ni desprenderse de la que tenía ni recibir otra. Había que seguir buscando.
Contactó a otras personas que podían estar interesadas en la compra de Laura. Un médico traumatólogo fue el interesado más cercano, Pidió ver las fotos, los antecedentes y todo lo relacionado con la mujer, pero finalmente desistió. ¿Habrá pensado en enyesarla como penitencia cuando no se portara bien? No sabemos, pero el médico no estaba preparado para manejar una esclava semejante.
Luego de otros varios intentos dio con Ramón Núñez, del cual sólo tenía referencias. Se informó algo más y concluyó que si estaba interesado podía ser un posible comprador. Lo llamó por teléfono y Ramón le respondió que quería ver algunas fotos y tener más precisiones. Se citaron para el día siguiente.
A la hora convenida llegó Ramón Núñez, de 35 años, dueño de un tambo de la zona, había cursado el primer año de Derecho, antes de abandonar la carrera. Pidió algunos detalles y Pepe le mostró el acta ante escribano. Luego de leerla, Ramón quedó sorprendido. Esa mujer había ido muy lejos.
Evidentemente estaba decidida a todo. Pidió ver fotos de Laura. Luego de ver las más de veinte fotos seleccionadas, pidió algunas donde apareciera totalmente desnuda, a lo cual Pepe respondió que debía guardar la intimidad de la mujer por lo que no se acostumbraba a tener fotos de ellas desnudas.
Por su parte Pepe quiso saber algo más de Ramón. Vivía en las afueras de la ciudad, a unos 10 kilómetros en una espaciosa casa, que contaba en un costado de la misma con un gran salón de juegos, que ahora había sido transformado y en la puerta lucía un cartel que decía: "Sala de Penitencias". Más adelante describiremos el contenido del ex salón de juegos.
Estaba rodeada de un añoso bosque. Más allá comenzaba el tambo del cual era dueño. Había tenido en su casa algunas chicas jóvenes (17 a 22 años) a las cuales debió enseñarles buenos modales a través de castigos. Ahora prefería una mujer que si no conocía buenos modales y cómo comportarse, los castigos podrían ser mayores.
Pepe le informó que ella estaba esperando someterse a penitencias varias pero por sobre todas las cosas ser cogida. Además le adelantó que sus otras dos entradas prácticamente no habían sido usadas. Al mismo tiempo, Pepe quedó conforme con el perfil de Ramón. Sería la pareja ideal para Laura. Joven, que estaba en cuanta juerga había en los alrededores, que contaba con una casa muy bien equipada.
Ramón había hecho varios viajes a Londres, Dinamarca, Alemania, Los Angeles, Tokio, Karachi, Teherán, Bagdad y Tánger. De cada lugar había traído una buena colección de instrumentos para su Sala de Penitencias. Otros los había mandado a construir ya que tenía mucha imaginación en estas cosas. En Bagdad había conseguido algunas réplicas de instrumentos de tortura usados en la Edad Media.
Ramón preguntó el precio. Le pareció un poco caro y tal como estaba previsto pidió una rebaja.- Te la dejo en 185.000 porque creo que eres lo que esta chica necesita- Respondió Pepe.
-Bueno, de acuerdo, pero primero quiero conocerla. Por ejemplo salir a cenar y bailar.-
Un momento!, respondió Pepe. Eso no se acostumbra.
-Mira que 185.000 no es poca plata. Quiero conocer un poco más lo que estoy comprando.-
Esta bien pero con condiciones: sólo a cenar y nada de invitarla con una copa para después cogértela. Sólo para cenar.
Bien, sólo para cenar. ¿Puedes arreglar para esta noche?. Eso sí, que venga con pollera, nada de pantalones. Veo que tiene unas lindas piernas y quiero apreciarlas en directo (y acariciarlas).
Sí, la llamo enseguida. Si me esperas podemos arreglarlo ya. ¿Te parece bien a las 9?
Sí. Me parece bien. Llámala y dile lo de la pollera.
Se concertó la salida. Ramón pasaría por el hotel a las 9 en punto e irían a cenar a "La Cabaña Escondida", restaurante muy concurrido.
A la hora indicada se encontraron en el hotel, Laura subió al auto de Ramón (un BMW 630) y partieron a La Cabaña Escondida. Quedaban pocas mesas libres y ninguna en lugar apartado, por lo que estarían cercanas a otras mesas. Tomaron asiento y pidieron el menú.
Al promediar el plato de fiambres Ramón preguntó algunos detalles de la vida sexual de Laura.
-Dime, ¿te la ha metido tu ex marido alguna vez por el culo?-
Sólo dos veces. La primera fue al poco tiempo de casarnos. Ambos queríamos experimentar. No sé si por inexperiencia, por culo muy cerrado o pene grande, te diré que me dolió bastante por lo cual decidimos no volver a hacerlo. Sin embargo unos meses después estábamos en pleno juego sexual y a Luis se le ocurrió ponerme vaselina e intentarlo de nuevo. Esta vez entró más fácil y terminó acabando en mi recto, pero en realidad no nos gustó mucho a ninguno de los dos. Esas fueron las únicas dos veces que me penetró "por la puerta de atrás".-
-Y respecto de la felatio. ¿se la has chupado, ha acabado en tu boca?
-La he chupado varias veces, poniéndomela todo lo que podía y lamerla con la lengua, pero nunca acabó en mi boca. El sabor salado de la leche lo conozco porque siempre alguna gota salía cuando la lamía, pero nunca me llegó a la garganta.-
-Bien me gusta que hayas venido con esa pollera, bastante corta, porque así será más fácil realizar la prueba que voy a pedirte.-
-¿Vas a pedirme una prueba? ¿Te habrá advertido Pepe que no podemos coger. Sólo a cenar.-
-Ya lo sé. Lo que tienes que hacer es sacarte la bombacha, aquí en el salón y ponerla arriba de la mesa. Nada de ir al baño. Tendrás que ingeniarte para hacerlo disimuladamente.-
-Está bien, voy a cumplir con la prueba.-
Lentamente y con movimientos disimulados comenzó a bajarse la bombacha. El primer tramo era el más difícil. Una vez que llegó al muslo se hacía más fácil. Primero hasta arriba de las rodillas, luego en los tobillo y finalmente, sacándose los zapatos, sacó primero un pie y luego el otro., poniéndola cuidadosamente sobre la mesa. Si bien era blanca, como el mantel, las puntillas del borde y su forma no podían confundirse con una servilleta.
De algunas mesa vecinas miraron con curiosidad, aunque no habían visto que era la bombacha que la mujer tenía puesta unos minutos antes. Para el que no pasó inadvertida y no podía sacar la vista de la prenda era el mozo cada vez que se acercaba por el servicio de mesa. Ambos comensales rieron pensando en la sorpresa y quizás excitación del mozo.
Finalmente concluyó el café. Ramón pagó, se puso la bombacha en el bolsillo del saco y salieron. El aire fresco de la noche se hizo sentir en esas partes que ahora, debajo de la pollera, Laura tenía desnudas. La regresó al hotel y se despidieron.
La seguridad con que Laura se había sacado la prenda íntima y la había colocado sobre la mesa, dejándola allí el resto de la cena, indicaron a su acompañante que se trataba de una mujer decidida, que no se amilanaba ante nada. Sería una excelente compañera de sus juegos. Consideró que el incuestionable documento, su nivel cultural y las magníficas formas de su cuerpo eran una oportunidad para no perder.
Al día siguiente Ramón, con un cheque de 185.000 dólares le solicitaba a Pepe que hiciera la escritura de transferencia y todos las legalizaciones necesarias, incluyendo el pasaporte, lo más rápido que pudiese.
Todo el trámite demoró como una semana en la cual Laura no sabía qué pasaba, si Ramón seguía interesado o había otros compradores. Estuvo tentada de llamar a Pepe, pero éste, muchas veces de mal humor, podía haberle contestado mal. Mejor era esperar. Pensaba que si se demoraba encontrar un comprador, quizás Pepe podía organizar un remate para venderla.
¿Y si intentaba trabajar como puta independiente?. ¿Estar parada en la rotonda de la ruta, como hacían otras chicas esperando que algún vehículo la levantara?. Descartó la idea. No era una cosa permanente sino ocasional. Para eso era mejor una casa de putas.
Lástima que Pepe se negara de esa manera a venderla a un prostíbulo. Lo único que se le ocurría era concurrir a algún gran hotel y ofrecerse como puta para los pasajeros. No sabía si esto era posible o no pero no parecía una idea realizable por lo menos por el momento.
Ya habían pasado más de diez días que se alojaba en el hotel. Estaba impaciente y su concha caliente.
Mientras tanto Ramón acondicionó algunos de los aparatos de su Sala para que todos estuvieran en óptimas condiciones y aprovechó a comprar un par más. Éstos y muchos de los que tenía en la Sala estaban diseñados especialmente para ser usados sobre mujeres.
Con todos los documentos en orden, Pepe citó a su oficina a Laura y Ramón para efectivizar la transferencia. Le indicó a Laura, ceremoniosamente, que desde ese momento su cuerpo ya no le pertenecía más y que su dueño podría hacer de ella todo cuánto quisiera como estaba especificado en la escritura de transferencia del famoso documento firmado por Laura. Ésta asintió. Comenzaba una nueva aventura, mucho más excitante que cuando se casó hacía siete años.
Con los documentos en manos de Ramón le indicó a Laura que se sacara la bombacha que tenía puesta. Un rubor cubrió su cara. Si bien Pepe estaba al tanto de algunas intimidades de laura, sacarse la bombacha delante de él, que la había conocido de pequeña, le daba algo de vergüenza. Sin embargo obedeció. Una vez que entregó la diminuta prenda a su amo, la pareja se dirigió al auto. Subieron y Ramón abriendo la guantera del auto sacó unas esposas. Laura se estremeció.
Capítulo III
-Quiero esposarte con las manos atrás. Pon tus muñecas que te las calzaré ahora.-
Laura obedeció. Juntó sus muñecas y giró levemente en el asiento para facilitar la tarea de Ramón que las ajustó bien, sin que llegara a apretar excesivamente las muñecas de la mujer. Laura estaba sentada en el auto con su espalda contra las manos que las tenía ahora unidas entre sí. Tomó otras esposas y se las colocó en los tobillos. Así no podría dar ni un paso.
Antes de salir a la carretera debieron parar en un semáforo, circunstancia que Ramón aprovechó para palparle su entrepierna debajo de la pollera. Adivinando las intenciones de Ramón, Laura separó ligeramente las rodillas para hacer más accesible su concha, mientras sus tobillos debían permanecer unidos. Unos minutos más tarde arribaban a la casa. Le sacó las esposas de los tobillos y le mostró toda la casa, siempre esposada, evitando pasar frente a la "Sala de Penitencias" como indicaba un cartel en la puerta.
Finalmente, luego de sacarle las esposas, se dieron una ducha, tomaron una cena ligera y se fueron a la cama. Laura, después de dos años estaba otra vez cogiendo. Ramón estuvo muy activo y finalizada la sesión de sexo y caricias estaban francamente agotados, y durmieron profundamente. Una sonrisa de satisfacción se dibujaba en el rostro de Laura.
En la mañana siguiente, luego de desayunar, Ramón le indicó las tareas que debía hacer. Nada distinto de lo normal en una casa. Ramón saldría y a su regreso pretendía que todo estuviera en orden y Laura lo esperara vistiendo sólo ropa interior y con las esposas que ella misma debía colocarse.
Como no sabía cuánto tiempo podía demorar Ramón en su salida, se apuró a tener todo listo muy rápido. Luego se quitó la ropa quedándose con una diminuta bombacha y un corpiño que transparentaba la areola y el pezón. Se calzó las esposas todo lo apretadas que pudo, con los brazos en la espalda y se sentó a esperar.
Luego de pasada unas dos hora desde que ella misma se colocara las esposas, llegó Ramón. Vio que había cumplido la consigna por lo que se acercó, la besó apasionadamente, bajándole la bombacha. Laura estada disminuida en sus movimientos por lo cual Ramón disponía completamente de ella. Poco después la penetraba acabando dentro de la vagina de Laura. A pesar de las circunstancias Laura disfrutó del polvo, el segundo en menos de 24 horas. ¡por fin su concha podría ponerse al día!
Almorzaron y luego de la limpieza de la cocina que debió hacer Laura, que seguía con el corpiño transparente puesto pero ahora sin bombacha, Ramón le indicó que darían una vuelta por el tambo. Se pondría la bombacha, unos pantalones cortos y una remera. Salieron en el auto. Visitaron las instalaciones de ordeñe, dio algunas indicaciones y emprendieron el regreso por un camino distinto. Ramón se desvió hasta un pequeño bosque que quedaba dentro de su campo. Bajaron y caminaron unos metros hasta que Ramón se paró frente al tronco recto y lustroso de un añoso eucaliptus.
-¿Ves este tronco?. Aquí, como castigo por desobedecerme, até a una mujer que había comprado, la azoté con un látigo, dejándole más de veinte marcas en su cuerpo y luego la dejé un día entero atada sin poder siquiera tocarse las partes flageladas. Usé un grueso látigo de cuero con nudos. No te imaginas cómo gemía con cada azote.
Puedo decirte que a partir de ese episodio muy pocas veces me desobedeció. ¿Te imaginas estar todo el día y toda la noche desnuda y completamente inmovilizada, con el ardor de los azotes en su piel, sola en el medio del campo?. Luego me confesó que pasó gran parte del tiempo llorando de arrepentimiento y de miedo.
Laura miró el tronco largo rato en silencio. Se estaba viendo desnuda, atada a ese mismo tronco. El mensaje de Ramón era claro y muy pronto comenzaría a ejercer el derecho que le daba el documento que tenía en su poder. No había duda que este hombre la castigaría sin piedad. Todavía ignoraba la existencia de la Sala, aunque no por mucho tiempo.
Regresaron a la casa a las seis de la tarde. Mirando la hora Ramón le indicó a su compañera que higienizara todas las partes del cuerpo que quería revisarla. Lo haría sobre la mesa del comedor. Laura de bañó, cuidando especialmente la concha y el culo y así desnuda se dirigió dónde estaba Ramón. Éste le indicó que se acostara sobre la mesa boca arriba y procedió a su revisación. La misma era, como ocurre en estos casos, una excusa para manosearla y eventualmente aplicarle algún castigo si no encontraba todo en orden.
Revisó su cara, las tetas, el vientre que estuviera depilado como había sido indicado, los pies, las rodillas y finalmente la concha. Le abrió bien los labios e investigó a fondo su limpieza. En esta parte de su cuerpo se detuvo varios minutos. Finalizada la inspección del frente le ordenó darse vuelta y que quedara boca abajo.
Revisó el cuello, la espalda, los muslos, las plantas de los pies, dejando para el último la investigación del culo, Le separó las nalgas todo lo que pudo a fin de observar adecuadamente el esfínter. Le indicó que lo dejara bien flojo porque quería introducirle un dedo. Laura hizo el mayor esfuerzo para no moverse ni cerrar el culo mientras le introducía el dedo índice. Una vez adentro le indicó que apretara todo lo que pudiese el agujero que él sacaría el dedo. Si bien la introducción le había resultado dolorosa, el retirar el dedo con el culo bien apretado también le resultó doloroso pero soportó todo sin quejarse.
-Bien, has pasado satisfactoriamente la prueba de la higiene. Quiero que estés siempre muy limpia como te acabo de encontrar. Ahora prepara la cena que quiero que vayamos a la cama temprano para volver a cogerte, le indicó Ramón.
La mañana siguiente, luego de desayunar Ramón le comunicó que la pondría en penitencia. Laura pensó que seguramente era una manera de iniciar algún juego sexual. Sin embargo le colocó un collar y la condujo a la Sala de Penitencias. Laura se sorprendió al ver el cartel en la puerta ya que desconocía la existencia de este lugar. Al abrir la puerta y encenderse las luces, sintió un frío que le recorrió la espalda desde el culo al cuello.
Se podía observar en el centro una columna redonda de unos 60 centímetros de diámetro, una mesa rectangular de madera de generosas dimensiones con argollas en sus bordes, otra mesa con bandas metálicas, una tercera en forma de X también con argollas en sus bordes, una cruz de San Andrés montada sobre un eje que permitía ponerlo en cualquier posición, caballetes de varios modelos, lo mismo que cepos de distinto tipo, uno de ellos giratorio, escaleras, una reja metálica, un sillón que podía volcarse a cualquier ángulo, sogas y cadenas pendientes del techo con aparejos manuales o eléctricos.
Completaba el amoblamiento unos armarios y estantes que cubrían una de las paredes, en los cuales se guardaban gran cantidad de aditamentos para las penitencias. A Laura le llamó la atención varios aparatos electrónicos que estaban sobre un estante pero no se atrevió a preguntar qué eran. Imaginaba que su uso no sería agradable para quién recibiera el castigo.
De pronto comprendió que su cuerpo pasaría por todos esos aparatos y su cuerpo estaría visitado por los elementos de los armarios y estantes. Sintió un poco de miedo.
Ramón le indicó que se desnudara completamente y pusiera su espalda contra la columna. Primero le pasó una cuerda por una de las argollas del collar y la anudó detrás de la columna. Quedaba así parcialmente amarrada. Una mordaza de goma ocupó su boca impidiéndole emitir sonido alguno. Dos vueltas de cuerda unían el poste con su cuerpo pasando justo debajo de las tetas, levantándolas parcialmente. Sus muñecas también fueron atadas detrás del poste. Unos grilletes con una cadena de 70 centímetros fueron ajustados a sus tobillos, mientras con una cuerda que pasaba por detrás del poste le mantenía las piernas separadas. Su inmovilidad era casi total.
Ramón le anunció que saldría por un rato, por lo cual debería esperarlo allí. Laura quiso pedir que la liberara pero la mordaza en la boca impedía cualquier reclamo. Ramón dejó las luces encendidas, pero cerró la puerta con llave, más como una señal de encierro que de seguridad ya que Laura no podría salir de la posición en que estaba.
Comenzó a mirar con detenimiento el lugar. Frente a ella, un poco a la izquierda había un caballete. Este aparato estaba construido de madera con dos X en los extremos y un travesaño compuesto de un tirante de 6 pulgadas por lado, pero que sobre el mismo podía montarse otro tirante de sección triangular con un vértice hacia arriba.
Laura se veía atada de distintas maneras a ese caballete pero no imaginó que algún día estaría montada a caballo sobre el tirante triangular, con sus manos en alto atadas a las ramas superiores de la X y sus piernas a las ramas inferiores mientras su sexo se apoyaba, con todo el peso de su cuerpo, en el filo del tirante triangular.
Más allá miró hacia los cepos. Se veía con la cabeza y las manos entre las gruesa maderas, lo mismo que sus tobillos, con su cuerpo expuesto al látigo u otros instrumentos que se quisiera usar sobre ella.
Le seguían intrigando esos aparatos electrónicos que estaban sobre los estantes. Las llaves y los cables le hacían presumir que no sería nada agradable para quién tenía que soportar su uso. Miraba la Cruz de San Andrés giratoria y se veía sí misma atada en las muñecas y los tobillos mientras Ramón hacía girar la cruz para dejarla cabeza abajo o azotando su vientre con alguno de los látigos que había observado sobre los estantes o detrás de las puertas vidriadas de los muebles.
Comenzó a tomar a tomar plena conciencia que si bien era penetrada dos o más veces al día, que le permitía recuperar parte de los dos años de abstinencia, también iba a sufrir siendo la esclava de un hombre con imaginación y poder para someterla.
Estuvo más de dos horas en estas cavilaciones hasta que llegó Ramón de vuelta, quien comenzó a desatarla. Luego de sacarle la mordaza de la boca, persistía el dolor en la articulación maxilar por todo el tiempo que forzadamente permaneció ocupada por la bola de goma. Sin mediar otras palabras le ordenó que se vistiera y preparara el almuerzo. Por la tarde tendría una larga sesión de sexo en el dormitorio.
Pasaron los días con penitencias parecidas pero aun no había probado el látigo ni otros castigos. Se había limitado a atarla de diversas maneras, todas por supuesto, muy incómodas, pero sin castigos mayores.
En las dos semanas que llevaba en la casa de Ramón había sido penetrada por el culo varias veces. El dolor que le provocó las primeras veces que lo hizo se fue superando y ya no le importaba si la penetraba por adelante o por detrás. También conoció el sabor del semen ya que Ramón acabó varias veces en su boca exigiéndole que tragara su leche. Poco a poco Laura se estaba acostumbrando a cosas que quizás no había imaginado y se estaba sometiendo con docilidad. Se reconoció a sí misma como una esclava sumisa.
Una mañana no le permitió desayunar porque, según le anunció "iba a abusar de su cuerpo por lo cual era mejor que estuviera con el estómago vacío". Laura comprendió de inmediato que le esperaba algo nuevo y seguramente doloroso.
Voy a colocarte argollas en los pezones y en el clítoris. Te va a doler un poco y te molestará por unos días pero luego te acostumbrarás. Laura reconoció para sus adentros que estaba en todo su derecho de hacerlo pero desconocía si tenía habilidad suficiente para hacerlo. Fueron a la Sala donde se desnudó completamente. Luego la hizo acostar el la mesa con forma de X. La ató prolijamente para evitar todo movimiento para que cuando él trabajara con los elementos punzantes no la lastimara indebidamente.
Ahora Laura estaba desnuda, completamente inmovilizada, con su sexo abierto y los pezones listos para recibir primero la aguja abridora y luego las argollas. Ramón la besó en la boca y luego le concedió sendos besos en la tetas. A continuación tomó la aguja y comenzó la perforación en el seno izquierdo. Laura contenía la respiración en un esfuerzo por no gritar por el dolor que le provocaba la punción. Finalmente la aguja apareció del otro lado de donde se había introducido. El primer paso estaba dado. Dejó a allí la aguja y tomando otra se dirigió a repetir el procedimiento en la teta derecha.
Ramón observaba su obra. Las dos tetas de Laura estaban atravesadas por agujas abridoras. Apenas una minúscula mancha de sangre podía observarse sobre la piel. La esclava ya no podía contener los gemidos y algunas lágrimas mojaban su rostro. No había imaginado que podía ser tan dolorosa la perforación de sus pezones. Mientras tanto Ramón contemplaba complacido la escena. Tenía a su esclava completamente sometida a su voluntad.
Ahora era mejor ir al clítoris y proceder de manera similar. Si bien el tejido a atravesar era mucho menor, no menos cierto es que se trata de una parte muy sensible. Tomó una aguja un poco más fina, la argolla sería más pequeña, y comenzó a perforar. En esta oportunidad Laura no pudo contener no ya un gemido sino un grito de dolor mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Dejó clavada la aguja y procedió a perforar el otro labio interior. La queja de Laura se repitió como en el caso anterior. Ahora Ramón procedería a perforar los labios exteriores para colocar en ellos dos argollas en cada labio.
La parte más dolorosa del tratamiento estaba hecha. Ahora tocaba colocar las argollas en sus respectivos lugares. Ramón retiró la primera aguja e insertó la argolla, cerrándola. Así procedió con las restantes. A partir de este momento Laura luciría dos argollas de 35 milímetros de diámetro atravesando sus pezones y dos de 20 milímetros atravesando cada uno de los labios del clítoris y cuatro de 40 milímetros atravesando los labios de la concha.
A pesar que ahora el dolor no era tan punzante como cuando le atravesó las agujas, tampoco su sufrimiento era menor. Se sentía indefensa y humillada por su amo, pero eso mismo era lo que ella había elegido.
No le retiró de inmediato las ligaduras que fijaban a Laura a la mesa hasta tanto observara que se había tranquilizado y gran parte de su dolor había sido superado. Esa tarde Laura pasó un buen rato mirándose al espejo para observar los adornos que le habían sido impuestos.
Esa noche fue una fiesta para ambos. Tuvieron sexo varias veces y a Laura le fue permitido dormir toda la noche en la cama de Ramón, cosa que no estaba ocurriendo últimamente, debiendo hacerlo en una habitación vecina, generalmente esposada o encadenada o atada o amordazada, según el capricho de Ramón. La puerta de la habitación permanecía cerrada con llave hasta que Ramón decidía abrirla.
Capítulo IV
Una mañana, fue llevada a la Sala. Debió desnudarse completamente como lo hacía cada vez que entraba en el recinto. Ramón le ató las muñecas juntas y luego las unió a una de las sogas pendientes del techo y comenzó a tirar de la misma para elevar el cuerpo. Cuando sus puntas de pies dejaron de tocar el suelo detuvo el izamiento. Ahora Laura estaba colgada, por primera vez de las muñecas. También sería la primera vez en ser azotada.
Ramón buscó un látigo corto, de tiento mediano. Se lo mostró a Laura y le indicó que la azotaría con ese instrumento, primero en el culo y la espalda. Se pudo detrás de ella y unos instantes después se escuchó el sonido del látigo golpeando la piel. El primer azote estaba dirigido al culo. Si bien no era inesperado ya que se le había avisado, no por eso fue menos doloroso. Laura no pudo contener un grito de dolor. Siguieron tres más dirigidos a ese sitio. Luego cuatro en la espalda. Cada azote estaba acompañado de un gemido. Ramón se colocó frente a Laura. Las lágrimas brotaban de sus ojos e imploró que detuviera el castigo. Ramón le dijo que no, que ahora era el turno de su parte delantera.
Laura apretó los labios para no gritar cuando Ramón levantó el látigo. El primer azote estaba dirigido al vientre, un poco más abajo del ombligo. Los tres siguientes se acercaron a la entrepierna. Laura gemía angustiada. Quedaban aun los cuatro azotes que Ramón aplicaría sobre las tetas. Fueron otros cuatro gemidos de Laura y abundantes lágrimas. Sólo luego de varios minutos, aflojó la cuerda de la cual pendía y le permitió apoyarse en sus propios pies. Su cuerpo había quedado con marcas muy notables que comenzaron a hincharse y tomar un color morado.
Ese sufrimiento tuvo su compensación. Luego de un rato y pasada la angustia y el primer dolor, Ramón la penetró primero por la vagina y acabó allí mismo, Luego se la hizo chupar para excitarlo y se la metió por el culo, acabando en el recto y finalmente, luego de otra buena lamida, acabó en su boca.
Habían comenzado para Laura los primeros castigos fuertes. Ella sabía que serían muchos nuevos antes de volver a repetirse. Había mucho material en la sala que todavía no había sido probado por ella. Los días se sucedieron entre cogidas y castigos, cuya intensidad iban en aumento. Justamente esa misma mañana iba a ser colgada de los tobillos cabeza abajo. Le colocó un arnés que rodeaba el tronco de su cuerpo por debajo de las tetas, donde se ajustaba con una hebilla , otras dos correas que pasaban por sus hombros para evitar que la que rodeaba su cuerpo se deslizara hacia abajo. Finalmente sus brazos cruzados en la espalda eran amarrados al arnés con tres correas. Una tomaba la muñeca izquierda con el codo derecho y se amarraba con otra correa con hebillas. Lo mismo con la muñeca derecha y el codo izquierdo y finalmente una correa a la altura de la columna vertebral tomaba las partes medias de los antebrazos.
Laura quedaba así con los brazos fijos en su espalda. Luego varias vueltas de una cuerda unían sus rodillas y finalmente otra cuerda ataba sus tobillos. Una cadena pendiente del techo, que terminaba en un mosquetón se unió a la cuerda de los tobillos, y comenzó el ascenso. Unos instantes después Laura estaba con su cabeza a 50 centímetros del piso.
Ramón comenzó a jugar con las argollas de la vulva, luego con las de las tetas, que tiraba con fuerza produciéndole dolor. También le separaba las nalgas y le introducía un dedo en el culo, volvía a las argollas. Laura era abusada sin tener la menor posibilidad de resistirse, pero no se quejaba ni gemía. Aceptaba pacientemente el castigo, que sin motivo y sólo para satisfacer su deseo, le estaba aplicando Ramón, quién unos minutos después tomó una fusta y le aplicó algunos azotes en el culo y las tetas.
Es semejante posición Laura permaneció más de una hora en la cual estuvo completamente a merced de los caprichos de Ramón. En ningún momento, cuando preparó el documento de su propia esclavitud ni cuando finalmente fue vendida, pensó que en algún momento se encontraría en la posición que debía soportar ahora. Transcurrido el tiempo indicado Ramón la bajó, le desató los tobillos y las rodillas pero no los brazos y procedió a penetrarla.
Por la tarde Ramón le preguntó:
-¿Cuál ha sido el castigo que más te ha dolido o que te has sentido más humillada?
-Ramón, puedes hacerme lo que quieras que estás en tu derecho,- respondió
-Ya sé que estoy en mi derecho pero te he preguntado otra cosa. Responde mi pregunta ¿o es que quieres nuevos castigos?
-Los azotes que me aplicaste en el vientre, las tetas, el culo y la espalda, con ese látigo de cuero con nudos, todos de una vez fue lo más doloroso. También estar suspendida de mis tobillos fue humillante y doloroso. ¿Va a repetir los azotes con ese látigo?-
-Por supuesto! sobre todo las marcas en el vientre me excitan. Además tenemos muchos aparatos que todavía no he usado contigo. Quiero estrenarlos para alguna ocasión especial, que recuerdes la penitencia por siempre.-
-He visto en la Sala un caballete cuyo a cuyo travesaño se puede adosar una madera triangular. ¿Para qué es?-
-Ya lo verás. No pensaba usarlo tan pronto contigo, pero ya que quieres saber para qué es, te lo demostraré mañana a la mañana. Tu conchita va a sufrir mucho.-
Laura guardó silencio. No podía imaginar cómo con el caballete se podía castigar su conchita, hasta que de pronto se puso pálida, entendiendo cómo sería el castigo.
-Bueno ahora quiero que te pongas este consolador en el culo, bien profundamente. Puedes lubricarte con vaselina ya que es de buen diámetro. Luego deberás permanecer sentada en ese sillón para evitar que se salga.-
El consolador era de forma cónica con la punta redondeada, su base medía unos 6 centímetros de diámetro, algo enorme para el ano. Con dificultad (y mucho dolor) Laura finalmente se lo introdujo. Se sentó en el sillón con lo cual penetró un poco más. Ramón no la ató ni le introdujo ninguna restricción. Quería que Laura aprendiera a obedecer aunque sintiera un intenso dolor en el culo. Sólo al atardecer le permitió que se retirara el dilatante aparato del culo.
Tal como se lo había prometido a la mañana siguiente se dirigieron a la Sala para montar a Laura en el caballete. Posiblemente fue una de las pocas veces en que verdaderamente sintió miedo al castigo.
Desnuda como estaba montó en el caballete subida a dos estribos que le permitía no apoyarse todavía en la concha. Ramón le separó los labios y le indicó que bajara su cuerpo hasta apenas apoyar el filo entre los labios del clítoris. Le ató firmemente las muñecas a la parte superior de la X y procedió a aflojar los estribos de manera que los pies de Laura quedaron sin apoyo. Ahora todo su peso descansaba en las delicadas partes de su entrepierna. De momento Laura si bien sintió algún dolor, pensó que pronto pasaría. En la realidad ocurrió lo contrario. Pasaban los minutos y el dolor se hacía insoportable y si quería cambiar de posición sólo lograba seguir castigando sus intimidades. Luego de unos minutos trató, haciendo fuerza con sus brazos, aliviar su dolor en la concha pero no pudo soportar el esfuerzo y se dio por vencida, apoyando, decididamente todo su cuerpo en la concha. El dolor era intenso.
Ramón contemplaba la escena con una sonrisa. Su esclava estaba conociendo una nueva tortura en su parte más íntima, pero no conforme con ello, tomó una vara y le propino una docena de azotes en las tetas. Laura gemía, lloraba e imploraba. Su sufrimiento era muy grande. Cuando finalmente la retiró del caballete, las lágrimas de Laura habían humedecido su mejilla y sus tetas. Siguió de inmediato la inspección de la zona castigada. Estaba roja, hinchada y con signos de haber alcanzado lugares muy sensibles. Ramón tuvo compasión y a pesar de la calentura que tenía no se la cogió por vagina, sino por el culo, algo menos afectado por el castigo. Por compasión o por olvido en esta oportunidad Laura no había sufrido los embates del látigo en la espalda. Quizás por la tarde fuera castigada en esa parte de su cuerpo.
Por la tarde fue llevada nuevamente a la Sala de Penitencias. Ahora Ramón la condujo a la Cruz de San Andrés que, como se indicó antes, estaba montada sobre un eje. Primero e ató las muñecas en lo alto, luego los tobillos. Una cuerda pasaba por su cintura y muy apretada la anudó en las argollas que tenía la cruz. Otras cuerdas le fijaron las rodillas y finalmente sus hombros fueros ajustados fuertemente contra la cruz.
Ahora Ramón destrabó la cruz y la hizo girar lentamente hasta que Laura estaba cabeza abajo. Realmente era un aparato ingenioso. Podía ponerla en distintas posiciones, pero por ahora sólo estaría cabeza abajo. Tomó un látigo y estudió el mejor lugar del cuerpo de la víctima para descargarlo. Eligió el vientre, apenas por encima de la concha. Allí fue el primer azote. Le siguieron varios más que cayeron nuevamente sobre las tetas, los muslos y el vientre.
Laura no recordaba haber sido flagelada con ese látigo. El dolor que le provocaba era no solamente intenso sino que dada la sensación que penetraba en su carne. Casi de inmediato aparecían gruesas marcas color carmesí. Ramón, lenta pero implacablemente seguía castigando a Laura. Los lugares preferidos para descargar los azotes eran las tetas y el vientre, pero cuidó no descargarlo sobre la concha, aunque la tenía expuesta. Terminada la flagelación volvió a colocarla con la cabeza para arriba y le ajustó dos fuertes pinzas en los pezones que le hizo dar un grito profundo a Laura. A las pinzas se le adicionaron pesas, por lo que los pezones y las tetas quedaban estiradas y doliendo...
A media tarde nuevamente Ramón hizo girar la rueda y otra vez cabeza abajo. Laura, desde su posición invertida vio acercarse a Ramón con un látigo distinto al usado un rato antes. Su concha abierta era una invitación a castigarle esa íntima parte. Unos diez azotes cayeron entre las piernas abiertas de Laura. Su concha recibía de lleno el castigo. En esa posición la dejó algo más de media hora, luego la desató, le permitió recuperarse, la acarició durante un largo rato y la penetración, facilitada por la preparación previa, fue por demás placentera para Laura lo mismo que el orgasmo que sobrevino, a pesar de lo sensible que tenía sus intimidades por el castigo que acababa de recibir.
Unos días después de lo narrado llegaron a la casa dos nuevos equipos. Uno era una jaula con barrotes de acero de un metro de altura, sesenta centímetros de ancho y un metro sesenta de largo. Obviamente estaba destinada a dejar encerrada en la misma a Laura. Sus reducidas dimensiones no le permitirían mayores movimientos. La ubicó en la habitación en la cual normalmente dormía y en la cual Laura debía pasar parte del tiempo, ya que ex profeso no había ninguna celda en la casa. Ahora habría una jaula e la cual poder encerrarla adecuadamente.
El otro equipo que llegó fue instalado en la Sala de Penitencias. Era una cruz romana que tenía un aditamento cilíndrico un poco más alto que la entrepierna pero que podía subirse o bajarse unos centímetros mediante un tornillo y que podía retirarse si así se requería. En la parte inferior contaba con una pequeña tarima destinada a apoyar los pies mientras la esclava era "crucificada". Esa tarima podía subirse o bajarse por medio también de un tornillo. Muy pronto Laura sería amarrada al equipo.
Laura vio la llegada de ambos aparatos y una profunda amargura la invadió. Era evidente que sería encerrada en la jaula como un animal, posiblemente encadenada. Si bien no sabía que tenía pensado Ramón hacer con la cruz, suponía que ella la iba a estrenar.
Luego de cenar, tuvieron una larga sesión de sexo. Laura ya acostumbrada a que podía ser penetrada por el culo, casi a diario se hacía una enema para desocuparse el intestino. Esa noche comenzó con el pene en la boca, siguió por el culo y terminó en un magnífico orgasmo en la vagina. Finalizado el juego, Ramón le indicó que esa noche dormiría en la jaula. Se cumplía un temor de Laura. No pronunció palabra y se dirigió directamente a la puerta de la misma. Antes de entrar, Ramón lo colocó esposas en las muñecas y los tobillos, junto con una cadena que unía su collar con uno de los barrotes de la jaula. Laura tenía ganas de llorar.
Ramón estaba en su derecho de hacerlo, pero ella hubiera preferido pasar la noche en la cama de Ramón, aunque tuviera que estar desnuda y encadenada, pero cerca de su dueño. Con estas cavilaciones, quedó dormida.
Pasaron dos o tres días sin muchas novedades. Laura pensaba que Ramón se había olvidado de la cruz, lo mismo que de los aparatos electrónicos que tenía sobre un estante. Sin embargo no era así. Ramón tenía buena memoria, especialmente para estas cosas, sólo que había querido dejarla descansar y reponerse.
Fue así que esa mañana, luego de desayunar, le comunicó que sería crucificada hasta mediodía. Laura tuvo miedo. La cruz le impresionaba, sin embargo se dirigió a la Sala de penitencias, se desnudó al entrar, como era reglamentario y caminó directamente hacia la cruz, esperando las indicaciones de Ramón.
-Súbete a esa pequeña tarima, de espaldas a la cruz, con los brazos extendidos sobre las maderas.-
En silencio, Laura obedeció. Sintió una cuerda que se arrollada a su muñeca junto con la madera de la cruz, Luego la otra muñeca. Una cuerda debajo de las tetas, bastante apretada le mantenía su espalda amarrada a la cruz. Finalmente los tobillos.
La posición no era demasiado incómoda, pero de pronto sintió que la tarima en la cual estaba apoyada descendía, con lo que quedaba colgada de sus brazos. Intentó moverse para acomodarse mejor, pero no pudo. Estaba crucificada y con todo su cuerpo expuesto. Las muñecas ya comenzaban a dolerle, sin embargo, siendo las nueve de la mañana, debía esperar en esa posición hasta las doce. Serían tres largas horas.
Mientras tanto Ramón jugaba con sus pezones, pellizcaba los labios exteriores de su vulva, iba a las axilas, otra vez a las tetas. A Laura le caían algunas lágrimas. Lloraba por dolores en su cuerpo, pero también por impotencia de verse sometida a semejante trato y no poder hacer nada. Cuatro azotes muy fuertes marcaron nuevamente su vientre. No quería implorar para que cesara el castigo. Ella era una mujer que había tomado una decisión con la firma del famoso documento y ahora no iba a demandar piedad. Ella había elegido ser torturada y humillada y ahora su amo lo hacía con todo derecho.
Cuando dieron las doce en el Carrillón del comedor, Ramón comenzó a desatarla. Tenía las manos dormidas y algo moradas por la falta de circulación. Se observaban nítidamente las marcas de las cuerdas que la habían retenido contra la cruz.
-La próxima vez que te crucifique, le advirtió Ramón, te azotaré desde las tetas hasta los tobillos Quizás te haga marcas con hierros calientes. Hoy ha sido solamente un pequeño entrenamiento. Ya verás que esa cruz tiene varias posibilidades, pero ahora lo mejor será cogerte porque verte allí, me calentó.-
-Amo, disponga de mi cuerpo como desee. Agradeceré darle algo de placer.-
Luego de gozar del cuerpo de Laura, le indicó que preparara el almuerzo. Así lo hizo, para que luego de acomodar y limpiar la cocina fuera conducida nuevamente a la jaula. Ahora tenía esposas en los tobillos y en las muñecas detrás de la espalda. Finalmente un candado unía ambas esposas debiendo permanecer en tan incómoda posición hasta que Ramón le permitiera salir de la jaula cuya puerta ahora cerraba con llave.
Capítulo V
Llevaba aproximadamente dos meses en la casa de Ramón y quiso hacer un balance de su tiempo en ese lugar
Recordaba que cuando llegó estaba ansiosa por coger. Ahora era penetrada por lo menos una vez al día por vagina. Recordaba también que nunca antes había tragado semen, ahora no menos de una vez por semana bebía la leche de su amo, sin contar las innumerables veces que la había chupado sin que llegara a acabar en su boca. Su culo, que era estrecho al llegar ahora, luego de las frecuentes penetraciones del pene de Ramón y de los diversos objetos que debió recibir en su interior ya no era tan estrecho.
Su concha que estaba permanentemente afeitada y la desnudez casi permanente de su cuerpo ya no la sorprendían a sí misma. Las argollas que atravesaban sus pezones y el clítoris, las marcas de los azotes en el vientre y las tetas tampoco ya le llamaban la atención, por el contrario la excitaban. En sólo sesenta días ¡cómo había cambiado su cuerpo! y podía imaginarse que podía cambiar más todavía porque Ramón tenía nuevas ideas.
Ahora estaba en una jaula, encadenada como un animal peligroso. Cuántas experiencias vividas. Siempre le habían gustado las aventuras. No cabía duda que estaba embarcada en la aventura más apasionante de su vida. Después de todo, a pesar de algunas vejaciones su sexo era satisfecho con frecuencia.
También se preguntaba cuál sería el próximo castigo que debía sufrir. Recordaba el árbol al cual alguna vez otra esclava de Ramón fue atada y esos aparatos electrónicos...¿que serían? ¿qué podrían hacer sobre su cuerpo?. No tenía idea pero consideró que era mejor no preguntar y esperar a que Ramón decidiera usarlos sobre ella. Ahora debía aguardar que Ramón volviera para que le quitara las esposas y le permitiera salir de la jaula.
Luego de unos días de lo relatado anteriormente, Ramón le dijo a Laura que saldrían a recorrer el campo.
-¿Tú conoces lo que son los sulkys?-
-Sí, por supuesto.-
-Pues saldremos a recorrer el campo en sulky. Yo iré montado en el carro y tú tirarás del mismo como una yegua.-
-¿Cómo?.¿Me atarás a las varas del sulky para que lo arrastre como una yegua?-
-Exactamente. ¿No has oído hablar de las ponygirls? Bueno, serás eso. Te colocaré un arnés adecuado, un freno en la boca y te ataré al las varas del sulky. Para que respondas adecuadamente llevaré el látigo que castigará tu culo si no trotas adecuadamente. Unos cencerros colgados de las argollas de las tetas anunciarán tu paso.-
Laura bajó la cabeza. Nunca había imaginado semejante cosa. Ya Ramón tenía en sus manos un arnés parecido a un corsé que comenzó a ajustar en el cuerpo de Laura. Luego debió abrir la boca para que le colocara el freno y las riendas. Las dos campanitas se fijaron en los pezones. Finalmente le ató los brazos y el corsé al sulky. Le ordenó salir a trotar.
Afortunadamente los caminos internos del tambo eran suficientemente lisos como para que el carro se deslizara con el esfuerzo que podía hacer Laura para arrastrarlo. De tanto en tanto un latigazo en el culo le recordaba que debía mantener el ritmo. Sólo el vientre y parte de la espalda estaba cubierto por el arnés. El resto de su cuerpo estaba desnudo y se estaban acercando a la zona de ordeñe del tambo, dónde seguramente habría varios hombres trabajando. Por efecto del calor reinante, el ejercicio físico y la vergüenza de presentarse así ante los peones hacían que transpirara abundantemente y chorros de sudor bañaban su cuerpo.
Al llegar a la zona de ordeñe, todos dejaron de trabajar para mirar a la yegua que arrastraba el sulky del patrón. Alguna sonrisa maliciosa ocupó el rostro de los peones. Ramón, inmutable, les preguntó si había alguna novedad y cómo había sido la producción de leche esa mañana.
-Como siempre patrón. Sacamos 400 litros de las 168 vacas.-
-Bien, parece que tenemos buena producción. Volveré para el casco enseguida. Esta yegüita me llevará rápido- Y levantando el látigo le dio un sonoro golpe en el culo.
Laura emprendió el regreso. Lloraba de cansancio, de transpiración y de vergüenza. Tener que estar así, desnuda y atada a un carro a la vista del personal de la estancia era una humillación que nunca pensó que debería soportar. Mientras trotaba de regreso y las campanitas de sus tetas hacían sonar su agudo tintineo, pensaba que esto era la máxima degradación que Ramón podía haber ideado para ella.
Al llegar a la casa, Ramón la desató, le retiró los aditamentos y restricciones y le ordenó bañarse abundantemente para sacarse el sudor y el polvo que se había pegado en el paseo. Laura estaba hambrienta pero debió conformarse con maíz que estaba en un bol en el suelo.
Luego debió pasar el resto de la tarde parada, con los brazos atados a la rama de un árbol y, por supuesto, totalmente desnuda.
Recién cuando caía la tarde tuvo su compensación. Ramón se acercó dónde estaba atada y en la posición en que estaba, la penetró por la vagina descargando su leche en el interior. Ya por la noche vendría la segunda vuelta, en la cual Laura recibía la visita del pene en sus tres posibilidades.
-Deberás estar más entrenada. No es posible que te canses tan pronto. Veo que deberé hacerte correr muy frecuentemente atada al sulky para que desarrolles más fuerza en las piernas. Esta penitencia me ha resultado gratificante. La volveremos a repetir.-
Durante esa noche Laura se despertó varias veces. Su rostro estaba mojado. Lloraba aun dormida de la humillación sufrida. Prefería ser castigada con el látigo, colgada de sus muñecas o tobillos pero no arrastrar el carro, desnuda, delante de los hombres que ordeñaban las vacas.
El día siguiente fue muy tranquilo. Al levantarse Ramón se echó un polvo rápido ya que estaba algo apurado por salir. Debió hacer las cosas de la casa y aguardar su llegada. Alrededor de media tarde arribó su amo y luego de acariciarla largo rato, besarla en la boca y en las tetas, la desnudó (estaba con un sencillo vestido y tenía bombacha como única prenda interior, y la penetró con movimientos muy lentos para prolongar el goce. Finalmente ambos acabaron con un orgasmo memorable.
En la mañana siguiente casi no le permitió desayunar. Le indicó que la penitencia de esa mañana sería con un aparto nuevo para ella que seguramente había visto sobre un estante. De inmediato Laura pensó en esas dos cajas negras con cables. Finalmente sabría qué le hacía sentir.
Ramón le explicó que usaría uno de ellos en esta oportunidad, el Electrobody. Este aparato permitía hacer pasar corriente eléctrica por el cuerpo de la penitente. No era ni más ni menos que una picana eléctrica sofisticada.
Laura debió acostarse boca arriba sobre una mesa metálica. Sus brazos, sus tobillos y su cintura fueron ajustados por bandas también metálicas. El paso siguiente era conectar unos de los polos a la mesa y el otro a una barra metálica con un mango aislante. Ramón conectó el aparato y reguló unas perillas. Ya estaba todo listo para comenzar.
La primer parte que tocó fue la planta de los pies. Laura instintivamente trató de retirar el pie, escapando de la barra metálica, pero por supuesto el pie no se movió. Subió hasta la rodilla donde volvió a tocar por muy poco tiempo. Luego siguió con las axilas, los codos las manos.
Poniendo un poco más de potencia, comenzó el recorrido nuevamente, pero ahora pasando también por el interior de los muslos. Por el vientre y subió hasta las tetas. Le tocaba las argollas con la punta electrificada con lo cual el contacto era muy efectivo. Laura apenas podía contener los gemidos mientras se retorcía sobre la mesa y abundantes lágrimas brotaban de sus ojos.
Comenzó a bajar nuevamente, el ombligo recibía insistentes descargas. Siguió bajando y llegó a la concha. Allí también se detuvo tocando las argollas. La tortura ya le era insoportable para Laura que pedía que cesara el castigo mientras su cuerpo se convulsionaba.
Ramón finalmente apagó el aparato y comenzó a acariciar a Laura. Ésta se calmó muy rápidamente. Las caricias en su concha la empezaban a calentar hasta que Ramón finalmente, viendo lo húmeda que estaba decidió penetrarla sobre la mesa, manteniéndola atada como estaba. Se introdujo sin dificultad. Todo el conducto vaginal estaba lubricado por flujo. Acabaron casi juntos. Laura ahora sonreía y le pedía que no retirara el pene de su interior.
Finalmente la sacó para que lo chupara y nuevamente se endureciera. Apenas estaba nuevamente en condiciones, la penetró nuevamente. Laura estaba en el éxtasis. Muy pocas veces había sufrido tanto momentos antes y disfrutado tanto ahora. Finalmente la desató. Laura le pasó los brazos por el cuello a Ramón y lo besaba reiteradamente, agradeciéndole todo lo que hacía por ella.
Se reiteraba el sentimiento de Laura. Se estaba cumpliendo lo que ella quería y había firmado. Si bien era castigada dolorosamente, las caricias y las cogidas lo compensaban ampliamente. Estaba tan feliz y veía tan satisfecho a Ramón mientras la castigaba que le dijo a su amo que esa misma tarde usara el Electrobody nuevamente sobre su cuerpo. Ahora podría probar en el culo y llegar nuevamente a su concha. Laura estaba segura que Ramón disfrutaría del castigo que así podría aplicarle.
Sin embargo Ramón tenía preparado otro castigo. Una tarde la llevó a la Sala y la acercó a la cruz, pero esta vez un palo de unos 5 centímetros de diámetro atravesaba la madera principal. Le vendó los ojos con una tira negra. Laura se acercó de espaldas a la cruz, teniendo la madera entre las piernas. Ramón le ató las muñecas al travesaño, bajando luego lentamente la pequeña plataforma dónde apoyaba sus pies. Todo su cuerpo descendía hasta que sintió que su concha comenzaba a apoyarse sobre la madera Así todo su peso estaba sostenido por el palo que cruzaba la columna de la cruz, comprimiendo su concha.
Unas esposas ajustadas a sus tobillos por detrás de la cruz evitaban toda posibilidad de sostener parcialmente su cuerpo. Muy poco después Laura comenzaba a sentir un dolor persistente un su parte más íntima. Sin embargo sabía que sería inútil pedir perdón u otro pedido de clemencia. Debería soportarlo hasta que Ramón decidiera bajarla. Este era uno de los tantos castigos que debía sufrir pero poco le importaba. Luego tendría su compensación.
Sólo sintió los pasos de Ramón primero alejándose y luego volviendo hacia ella. Supo qué había ido a buscar Ramón cuando su vientre recibió un fuerte latigazo. Más de una docena de impiadosos azotes recibió en las tetas, el vientre y los muslos. Gruesas marcas rojo cereza aparecieron sobre su cuerpo.
Ya no sabía si era más intenso el dolor de su pobre concha soportando todo su peso, las cuerdas que sujetaban sus muñecas o de los azotes que recibía. Tuvo un pequeño descanso mientras Ramón fue en busca de otro látigo, algo más largo y grueso para dejar marcas más duraderas en el cuerpo de Laura. Así descargó otra docena de azotes. Ahora Laura no podía contener los gemidos por el intenso dolor que le causaba el severo castigo que estaba recibiendo. Ramón estaba satisfecho.
Ramón fue en busca de la máquina fotográfica. Quería que esa visión de Laura, siendo cruelmente torturada, adornara el living de la casa. Las marcas del látigo y la expresión de la cara, con los ojos vendados le excitaban tremendamente. La dejaría todavía un rato atada como estaba para luego penetrarla primero por la vagina y luego acabar en el culo.
Poco a poco Laura se fue calmando aunque el dolor en su concha iba en aumento. Las marcas sobre su cuerpo resaltaban contra la piel blanca. La expresión de dolor se traslucía en su cara. Por momentos hacía un esfuerzo con sus manos para aliviar el peso sobre la concha, pero entonces también in intenso dolor la embargaba. Ya no soportaba más. Gemía y las lágrimas corrían por su mejilla.
Poco después, Ramón la desató de la cruz y la acostó en el piso. Le quitó la venda de los ojos, dispusiéndose a penetrarla. Laura cerraba las piernas pensando en el dolor que le causaría la penetración por vagina, pero su amo las separó con violencia y se dispuso a clavársela. Apenas lo podía resistir sin gritar con desesperación pero su amo no estaba dispuesto a tener ningún tipo de contemplaciones. Luego de un momento le ordenó que se pusiera en cuatro patas, como un perrito para metérsela por el culo. A esta altura era un gran alivio recibirla por atrás. Era una parte que no había sido castigada. Ramón finalmente acabó en el recto.
Se sucedieron los días. Debía servir como "pony" llevando a Ramón u otras cargas, permanecer atada e inmovilizada por largo rato, recibir distintos tipos de castigos y torturas. Se había perfeccionado la manera de hacerla obedecer cuando arrastraba el sulky. En lugar del látigo le introducía un cilindro metálico en el culo que se conectaba mediante cables a unas pinzas fijas a los pezones. Mediante un control remoto, al apretar un botón, producía una descarga eléctrica entre ambas partes de su cuerpo.
Era mucho más efectivo que el látigo. Laura se fue acostumbrando a arrastrar al sulky, obedecer ante las descargas y a presentarse desnuda y así ser humillada frente a los peones del tambo, pero también tenía sus recompensas. Era cogida muy frecuentemente, acariciada con dulzura y no debía preocuparse de cosas externas a su relación con Ramón. Nuevamente, el balance era de su agrado.
Un día fue llevada a la Sala de Penitencias. Como de costumbre se desnudó al entrar. Ramón le colocó una barra metálica que en su parte media sujetaba un collar que ajustó al cuello de Laura. Luego por medio de dos muñequeras se las fijó a los extremos de la barra. Quedaba así Laura con los brazos extendidos. Luego de pasó varias vueltas de cuerda por los tobillos, para ser colgada cabeza abajo.
Laura, después de haber estado varias veces en esta posición había adquirido el suficiente control sobre su cuerpo como para pasar largo tiempo así sin tener dificultades. Ramón comenzó a levantarla hasta que su cabeza quedó a unos 30 centímetros del piso. Era la figura de una T invertida que se balanceaba suavemente.
Ramón fue en busca de un látigo de cuero trenzado con una cola de un metro, que por su textura y material podía dejar marcas indelebles sobre la piel. Todo dependía de quién manejaba el instrumento. Se ubicó a espaldas de Laura, que si bien no veía el látigo presumía que sería flagelada.
Su culo y espalda había sufrido muchas veces la flagelación y presentía que esta sería muy fuerte. A esta altura de los acontecimientos se sentía muy cómoda siendo castigada. Incluso estaba descendiendo su apetito sexual. Frecuentemente prefería ser humillada y castigada que penetrada. Resultaba casi una necesidad para ella las torturas a que diariamente era sometida. Notaba que cuando comenzaba el castigo, comenzaba también a humedecerse su concha.
El primer azote lo descargó sobre el culo, con fuerza. Casi de inmediato apareció la clásica marca roja. Laura apenas emitió un quejido. Los siguientes fueron repartidos entre la espalda, los muslos, las pantorrillas y el culo. En total fueron 36, una docena en la espalda, otra en el culo y otra en las piernas.
Los azotes dirigidos a la espalda rodeaban la misma de la esclava y la punta golpeaban las tetas. Los dirigidos al culo tomaban parte del vientre y los de las piernas prácticamente las rodeaban. A pesar de ser un castigo muy duro, durante todo el proceso Laura apenas emitió unos pocos quejidos. A finalizar el cuerpo de la joven estaba cubierto de unas cuántas rayas rojas, sin embargo Ramón no quedó conforme.
Cambió el látigo por una vara de mimbre. Laura ya conocía lo que era ser castigada con la vara de mimbre. A pesar de su posición invertida, observaba cómo Ramón se acomodaba frente a ella. Todo indicaba que estaba dispuesto a gozar de la visión de su cuerpo mientras era cruelmente tratado. Ya podía observar el bulto debajo del pantalón pero quería todavía más.
Ramón levantó la vara y descargó directamente a las tetas. Éstas mostraban la parte inferior, normalmente más sensible ya que reciben menos castigos. La piel blanca de pronto quedó adornada por una línea roja. El gemido de Laura llenó la sala.
-Puedes quejarte, gemir y gritar. Te esperan muchas visitas de esta vara a tu cuerpo.-
-Amo, estoy para darle placer. Gracias por permitirme gemir. Agradezco se castigada con esa vara. Mi cuerpo está ansioso de los azotes con la vara.-
La respuesta no se hizo esperar. Un nuevo azote en las tetas, otros en el vientre, algunos más nuevamente en las tetas, luego los muslos. Eran azotes muy fuertes que eran seguidos por un prolongado gemido mientras el cuerpo de Laura se balanceaba. Los que le daban en los pezones la hacía estremecer y todo su cuerpo temblaba. Ninguno de los dos llevó la cuenta de los azotes descargados con la vara, pero estaban seguros que eran muchos.
La polla de Ramón estaba por explotar. La liberó del encierro de su pantalón y la acercó a la boca de Laura que de inmediato comenzó a acariciarla con la lengua y chuparla. Poco después un potente chorro de semen llenaba su boca.
Luego de unos minutos la bajó de la posición en que estaba, le retiró las restricciones y así parados (era imposible que Laura se apoyara en su espalda) la penetró nuevamente pero esta vez por la vagina que estaba muy húmeda.
Capítulo VI
Unos días después de lo narrado, Ramón, dirigiéndose a Laura le dijo:
-Me ha llamado Pepe. ¿Recuerdas quién es?-
-¡Cómo voy a olvidarlo!. Él es el artífice de todo esto. ¿Qué dice?
-Lo llamó tu padre para saber si tenía noticias tuyas. Te autorizo a que le hagas un llamado telefónico a tu familia durante máximo 2 minutos. No quiero que le digas dónde estás, aunque supongo que sabrá ya que los tamberos nos conocemos, ni que tú puedas encontrarte con ellos..-
-Te lo agradezco. Será un llamado muy corto para decirle que estoy muy bien y nada más. Esta situación no la cambio por nada de lo conocido. ¿Puedo llamar ahora o prefieres primero torturarme y luego llamar? Ya son las 11 de la mañana y no he recibido ni un solo latigazo-
-Puedes llamar primero. Tengo pensado algo para ti algo un poco duro de soportar. Sí, mejor primero llama y luego te llevaré a la Sala de Penitencias...-
Luego de la llamada telefónica, muy breve, se dirigieron a la Sala y allí directamente a la cruz. Sería nuevamente crucificada. Debió subirse a la tarima, le ató las muñecas al travesaño y le rodeó la cintura con otra cuerda, que la mantenía firmemente amarrada al poste vertical de la cruz. Luego bajó la tarima, siendo su cuerpo sostenido pos las muñecas y la cintura. Las cuerdas se clavaban en su piel dolorosamente.
A continuación le ató los tobillos por detrás del poste, dejando su concha expuesta. Laura temió ser azotada con un látigo entre sus piernas, pero se equivocó. Esta vez Ramón usaría la picana eléctrica para torturarla. Laura se excitó ante la perspectiva de este duro castigo que pronto recibiría. Su concha se humedeció, cosa que Ramón observó de inmediato.
Este era el otro aparato, distinto del Electrobody. Éste, "Electrotorture" eran dos puntas paralelas aisladas entre sí que se apoyaban sobre el cuerpo de la esclava haciendo circular corriente entre ambos extremos. Ramón encendió el aparto reguló las perillas y comenzó a pasarlo por las pantorrillas de Laura. Luego siguió por los muslos, el ombligo, las tetas, lo aplicó por detrás sobre las nalgas, en las axilas y luego pasó al frente por el ombligo nuevamente y finalmente llegó a la concha.
Laura gritaba con desesperación. Posiblemente era la tortura más dura que había sufrido hasta el momento. Su amo había puesto al máximo la corriente a circular por su cuerpo. Ramón detuvo el castigo para amordazarla. Ya le estaban molestando los gemidos. Tomó una bola de goma y la acomodó en la boca de la esclava, que selló con una cinta. Sólo un tenue sonido salía de su garganta.
Tomó nuevamente la picana y comenzó a recorrer todo el cuerpo de Laura . Tanto los pezones como su concha eran una y otra vez castigados. Era pasado el mediodía cuando decidió dejar a Laura crucificada para él mismo tomar un descanso. Se fue almorzar luego de lo cual regresó (eran las 2 de la tarde) a la Sala de Penitencias. Laura permanecía amordazada y con fuertes dolores por las ligaduras. Ramón tomó la picana nuevamente y otra vez la aplicaba sin compasión por su cuerpo.
Otras dos horas, con algunas interrupciones, continuó castigando a Laura quién, ya exhausta por tanto sufrimiento, ya ni se quejaba del castigo que estaba recibiendo. Era el castigo con electricidad más duro y prolongado que había recibido. Era hora de finalizar y gozarla sexualmente. Cuando fue desatada Laura abrazó y besó a Ramón.
-Espero haberme comportado como tú querías. No sé si era porque la concha estaba húmeda o porque aumentaste la corriente pero cuando me pasaste las puntas por allí creía que no lo soportaría. Además la mordaza me impedía pedirte perdón aunque sabía que hubiera sido inútil.-
-Sí, te has portado muy bien y has resistido adecuadamente el castigo. Como premio, vamos a coger y te haré gozar hasta el límite. Me ha gustado mucho castigarte con electricidad, por lo que usaré tanto el Electrobody como el Electotorture con frecuencia -
-Te agradezco que siempre pienses en mí. Me gustará mucho servirte. Las descargas en la concha me hacen temblar y creo que te gusta ver mi cuerpo fuera de control.-
-Sí, me gusta torturarte y ver cómo tiemblas mientras sufres.-
Ramón la penetró por sus tres agujeros, dejando en todos algo de su leche. Laura continuaba besando y agradeciendo a Ramón todo lo esa mañana la había castigado. Le pidió que usara el Electrotorture con frecuencia. Creía que ella era merecedora de semejante castigo y su amo tenía derecho a deleitarse mientras la torturaba. También ser crucificada llenaba su corazón de alegría.
¿Qué pensamientos cruzaban por su mente cuando era atada como un equino a un carro, azotada sin piedad con un látigo o cuando descargas eléctricas pasaban por su cuerpo?. Cuando finalmente era llevada a la celda, y quedaba encadenada o no, y podía tocarse las partes flageladas quedando dormida, una sonrisa se dibujaba en su rostro, claro indicio que se sentía feliz.
Desde que estaba en esta casa ni una sola vez había tenido necesidad de tener sexo con sus dedos. Los muy frecuentes orgasmos que experimentaba cubrían perfectamente sus necesidades. Se sentía atendida y que Ramón estaba siempre atento a suministrarle nuevas emociones de todo tipo. Sin embargo ella estaba necesitando más castigos que cogidas. Se había hecho adicta a la esclavitud y ser tratada sin contemplaciones.
Ramón, advirtiendo esa necesidad de castigos los aplicaba cada vez más fuertes y crueles. Usualmente al finalizar los mismos la ubicaba en una jaula de reducidas dimensiones con sus manos esposadas a alguno de los barrotes de la misma para evitar que pudiera siquiera palpar la parte castigada. Frecuentemente la concha era la destinataria de los castigos.
Sin embargo Laura comienza a sentir un cierto aburrimiento al verse sometida a los mismos castigos y con menor frecuencia y, a veces, no tan rigurosos. Había muy pocas novedades. Por ese motivo, luego de pedir el permiso pertinente dirigiéndose a Ramón le dijo:
-Amo, veo que se está aburriendo de torturarme. Ahora lo hace con menos frecuencia. Paso algún día entero sin recibir siquiera un azote en el culo. Por otra parte no está trayendo nuevos aparatos o aplicarme castigos nuevos y crueles.
Ramón: Es cierto. Estoy un poco cansado de torturarte. Debería tomarme un descanso.
Laura: Amo, ¿por qué no busca un amo cruel que me trate como merezco y me alquila o me vende?.
Ramón: Es una posibilidad. Veré qué hago. Esta conversación me ha sugerido que debería colgarte de los tobillos y reavivar marcas en tu cuerpo. Casi se han borrado.
Hacía mucho que Ramón no estaba tan duro con Laura. Al finalizar el castigo Laura apenas podía llegar por sus propios medios a la jaula que su amo le tenía reservada para pasar la noche. Por la mañana sería el momento de cogerla.
Lo primero que se le ocurrió fue llamar a Pepe Mendizábal que era quién le había vendido a Laura. No fue efectivo. Pepe sólo tenía el pedido de alguna puta o de algún amo novato. Buscó en los diarios y en internet. Allí encontró lo que creía era lo conveniente.
Un fabricante de instrumentos de tortura buscaba una esclava para probar sus nuevos equipos. La fábrica se especializaba en equipos para castigos crueles, aunque contaba con una muy amplia gama de aparatos su dueño quería permanentemente, ampliar la oferta. Así para el sector Desarrollo requería los servicios de una esclava en la cual usar y perfeccionar los equipos. Ramón se puso en contacto con el fabricante, Abel Manso.
Abel, luego de hacer algunas preguntas y solicitarle que le enviara algunas fotos por mail quedó en volver a comunicarse. Le comentó que él nunca había comprado esclavas sino que secuestraba jóvenes en las cuales probaba sus aparatos, pero las autoridades ahora estaban controlando más este tipo de secuestros y le habían advertido que no permitirían uno más por parte de él. Por ese motivo había decido la compra.
Para tomar de la calle alguna joven contaba con la ayuda de un empleado de su empresa. Salían con el auto y cuando veían un cuerpo apetecible, se hacían pasar por policías que debían interrogarla. Una vez dentro del auto las dormían con cloroformo y cuando despertaban ya estaban en la casa de Abel. Todo había resultado hasta ese momento, bastante fácil.
Siempre había preferido tomar jóvenes sin experiencia, incluso algunas habían resultado vírgenes por lo que probar sus equipos sobre estos cuerpos le resultaba más placentero. Desnudarlas por primera vez, lentamente, quitándole prenda a prenda a una chica secuestrada, era una experiencia muy interesante. Antes de comenzar a quitarles la ropa siempre metía la mano las manos entre las piernas hasta llegar a las bragas y tocarles la concha. Una de las condiciones para secuestrarlas era que usaran faldas y no pantalones en el momento del secuestro.
Para desnudarlas con comodidad, les ataba las muñecas y las colgaba con los pies apenas apoyados en el piso. Generalmente les ponía unas esposas en los tobillos para evitar que usaran sus piernas para defenderse. Tijera en mano cortaba los botones de las camisas. Luego tomando la parte de los sostenes que ocultaban los pezones, les cortaba la punta lo suficiente como para que asomaran los pezones y las areolas.
Les quitaba luego la camisa y el sostén, cortándolos y observaba a gusto las tetas y los pezones. La siguiente prenda a quitar era la falda, dejándola sólo con las bragas. Ahora ponía la mano debajo de las bragas para meterle un dedo en la raja y tirar suavemente de los pelos del pubis. Pasaba la mano por atrás para meterle un dedo en el culo. Poco después cortaba también la bombacha, dejando su cuerpo completamente expuesto.
Luego de desnudarla completamente, y según el comportamiento de la secuestrada, de daba alguna bofetada para que se quedara quieta. Acto seguido procedía a violarla. Algunas eran vírgenes y se resistían con fiereza, pero todas eran inexorablemente sometidas. Luego de cogerlas y acabar en su vagina, tomaba un látigo o una vara y comenzaba a azotarlas, generalmente de manera suave al principio para que se fueran acostumbrando a las torturas que sobrevendrían cuando probara los nuevos aparatos.
Nunca las amordazaba porque le gustaba oír los ruegos, gemidos, súplicas y demás gritos que proferían al comienzo. Los azotes en las tetas los reservaba para más adelante. Este procedimiento era algo que realmente le complacía, pero ahora debería comprar una esclava si quería tener otra joven para sus pruebas.
Luego que las usaba por un tiempo, debía desprenderse de ellas. Para ello conocía una persona que se encargaba de hacerlo. Las tomaba en consignación y luego generalmente las vendía como esclavas o putas fuera del país, quedándose con una comisión, pero el método y destino de las muchachas no era asunto suyo, aunque suponía que nunca más podrían abandonar su vida de sometimiento.
Ramón pensó que este era el hombre que necesitaba Laura. No escatimaría en castigos nuevos, variados y crueles. Le preguntó acerca de la frecuencia de las cogidas, respondiéndole que lo hacía a diario con sus esclavas, aunque algunas de ellas no quedaban en condiciones de ser penetradas por la concha por el estado en que quedaban las mismas luego de los castigos. Ramón quedó conforme.
-Lo que esta esclava necesita es ser castigada sin piedad. No lo quiero engañar. Cuánto más la torture, mejor se comportará y obedecerá sus deseos.-
El comprador quedó conforme y dos días después Abel llamaba a Ramón para concretar la compra. Él mismo la iría a buscar. Requería que estuviera cubierta con una túnica que le cubriera desde el cuello a los tobillos.
Poco antes que Abel pasara a buscar a Laura, Ramón le alcanzó la túnica (única prenda que vestiría) y le colocó unas esposas. Laura presintió que sería entregada a otro amo. Ramón se lo dijo:
-Vendrá a buscarte Abel. Creo que él cubrirá tus expectativas. Tienes suerte que ha pedido llevarte con tu cuerpo cubierto. Así no serás vista encadenada y desnuda y con las marcas que cubren tu cuerpo.
L: Eso me preocupa un poco. Dudo que sea un amo riguroso. ¿Me has alquilado o vendido?
R: La suerte está echada. Ya te he vendido como esclava y no podemos deshacer la operación, pero creo que te torturará adecuadamente.
L: Así lo espero amo.
Llegó Abel y luego de las formalidades condujo a Laura hasta el baúl de auto. Allí le ató los tobillos, las rodillas, los muslos y luego de quitarle las esposas le ató las muñecas y los codos en la espalda. En todas las ligaduras Abel usó alambre de cobre. Laura comenzó a tranquilizarse. Parecía que era amo que la trataría con dureza. Cerró la tapa del baúl y partieron. Podría haber estado desnuda ya que nadie la vería mientras viajaba.
Laura no pudo precisar el tiempo que anduvieron, pero fue prolongado. Tenía sed y le dolían sus músculos de tan incómoda posición. El auto se detuvo varias veces, escuchando que llenaba el tanque de gasolina. Luego de circular un tiempo bastante largo, el auto se detuvo y se abrió la tapa del baúl. Abel le sacó las ligaduras de las piernas y los brazos y le colocó nuevamente esposas en las muñecas. Debió caminar unos pasos para entrar en la casa y se dirigieron al sótano. Luego de recorrer un corto pasillo, éste se abría a la derecha y a la izquierda.
Abel la condujo hacia la derecha y Laura pudo divisar cuatro puertas de rejas correspondientes a otras tantas celdas. Una de las puertas estaba abierta. Abel empujó a Laura hacia adentro y le quitó la túnica. Así desnuda y esposada quedó Laura mientras se cerraba la puerta de reja.
La celda era de reducidas dimensiones. Un acolchado en el piso y una manta era todo lo que había en su interior. Embutidas en las paredes había varias argollas y cadenas. Una pequeña ventana en lo alto de la celda, con gruesos barrotes dejaba entrar algo de luz exterior.
Capítulo VII
Allí quedó Laura que se tendió en el piso sobre el acolchado. Su cuerpo dolorido no encontraba posición para descansar. El silencio del lugar era casi tenebroso. Hacía calor por lo que no se cubrió con la manta. Su cuerpo desnudo, tostado por el sol, estaba recostado en el piso y con las piernas ligeramente separadas, como le habían enseñado, dejaban ver su depilado sexo. Era una fiesta para los ojos.
De pronto escuchó un golpe seco seguido de un grito dolor. Los ruidos venían del ala izquierda del sótano.. Los lamentos le parecieron de una mujer que estaba siendo castigada. Prestó más atención. Los golpes eran de azotes con un látigo de cuero trenzado, tan conocido por ella, contra distintas partes del cuerpo femenino. A cada azote seguía un prolongado gemido.
Su corazón comenzó a latir con fuerza. Los azotes eran cada vez más fuertes, lo mismo que los lamentos de quién los recibía. Sin duda era una mujer la estaba siendo duramente castigada, aunque no sabía si el ejecutor era Abel u otra persona. Por la fuerza con que sonaban los azotes, el látigo era empuñado por un hombre. Su concha se humedeció. Ella aun no sabía el uso para el cual había sido comprada, pero presintió que aquí estarín muy ampliamente cubiertas sus expectativas.
No pudo precisar cuánto tiempo estuvieron azotando a la joven que gemía, pero fue un largo rato. De pronto cesaron los azotes y los gemidos se fueron apagando. Poco después escuchó que alguien avanzaba por el pasillo. Luego observó lo que pasaba frente a su celda. Era Abel, llevando una correa en su mano. El otro extremo de la correa estaba unido al collar de una joven que avanzaba con dificultad. Su cuerpo, desnudo, y con las ,anos en la espalda, atadas son una cuerda, presentaba gran cantidad de marcas recientes del látigo. Sus tobillos estaban rodeados por grilletes unidos por una corta cadena y su cara estaba humedecida por las lágrimas y todavía podían observarse las convulsiones provocadas por el llanto.
Se escuchó el abrir y cerrar de la celda y el retorno de Abel. Laura comprobó entonces que con ella serían por lo menos dos esclavas. Esperaba que Abel tuviera suficiente fuerza física como para castigar a ambas todos los días y suficiente fuerza sexual como para cogerse a ambas esclavas diariamente.
Estaba sumida en estos pensamientos cuando comenzó a oír nuevamente gritos femeninos. No escuchaba los latigazos pero sí los gemidos que se detenían por momentos. Entonces eran por lo menos tres esclavas. ¿Serían cogidas diariamente? Lo dudaba.
Los gritos desesperados continuaban con intensidad. Era claro que la tortura que le estaban aplicando a quienquiera que fuera era dura e impiadosa. También fue un largo rato que la joven en cuestión fue torturada aunque no pudo precisar el tiempo. Se preguntaba con qué instrumento sería castigada. No se escuchaba el resonar del látigo.
Nuevamente escuchó pasos. Adelante Abel portando la correa y detrás una joven rubia que caminaba con mucha dificultad y con las piernas muy separadas. "Castigos en la concha" pensó, acertadamente, Laura.
Las luces del día se iban apagando, quedando las celdas sumidas, paulatinamente, en la oscuridad. Apenas podían distinguirse formas cuando por el pasillo avanzaba un farol que portaba una mujer. Era Restituta, la asistente de Abel. Traía platos de comida para las tres esclavas. Esa sería la cena de las muchachas. No había cubiertos y debían alimentarse usando sus manos. Previamente Restituta les había quitado las esposas de sus muñecas
Luego de cenar la ayudante volvió a colocarles esposas en las muñecas con los brazos en la espalda y poco después Laura quedó dormida. Cuando podía hacerlo ponía sus manos debajo de la cabeza, durmiendo boca arriba. No cubría su cuerpo con la manta por el calor reinante. Las primeras luces del día siguiente mostraban el cuerpo de Laura relajado, hermoso, pero permanecía profundamente dormida.
Fue despertada por un latigazo que Abel descargó sobre su vientre. Laura, sobresaltada trató de incorporarse.
Abel: Despierta puta, que quiero cogerte antes de castigarte.
Laura: Sí señor Abel. Esta esclava puta pide perdón por estar dormida. ¿Cuál de mis tres agujeros prefiere usar primero?.
Abel: Uso solamente las conchas de las esclavas. No me gusta meterla en otros agujeros. Separa las piernas.
Laura, recostada en el piso separó aun más sus piernas. Sus manos, esposadas, continuaban debajo de su cabeza. El azote en el vientre aun le dolía. Abel la penetró. Luego le colocó un collar metálico y con una correa unido al mismo la condujo a la sala de castigos.
Una vez allí la ubicó en un sillón ginecológico, le ató los brazos a partes del sillón destinados para ello, lo mismo que las piernas. Su vagina quedaba abierta y expuesta y quedaba a la vista también el ano. Laura sabía que la tortura sería en su concha, pero no se preocupó demasiado. Estaba muy acostumbrada a recibir cruentos castigos en su concha y en los últimos tiempos no había sido castigada como ella deseaba. Por otra parte si Abel cogía a sus esclavas solamente por la vagina, no sería muy alto el sufrimiento.
Vio que Abel se acercaba con un cilindro metálico que parecía un consolador. Lo untó con una crema para facilitar su introducción y lo clavó profundamente en su vagina, seguramente hasta tocar el cuello del útero. Ella estaba muy acostumbrada a recibir artefactos similares. No era de gran diámetro por que lo que no producía mucha incomodidad.
De pronto Abel comenzó a girar una perilla que tenía el consolador en la parte externa. Con ese movimiento decenas de pequeñas agujas asomaban de la superficie clavándose en las paredes vaginales. A pesar de haber sufrido innumerables castigos en todo su cuerpo y en particular en la concha por parte de Ramón durante el tiempo que permaneció con él, esto superaba todo lo conocido. No pudo contener el chillido de dolor ni las lágrimas que brotaron de sus ojos.
Abel continuó girando la perilla hasta que todas las agujas sobresalían unos cinco milímetros de la superficie metálica y se clavaban en las paredes de la vagina. Laura no paraba de gritar. A pesar de su entrenamiento esto superaba lo conocido. ¿Sería así o había olvidado otros cruentos castigos?. En cualquier caso era un castigo atroz. Por su parte Abel, que había diseñado tan singular y monstruoso aparato estaba satisfecho. Estaba cumpliendo su objetivo. Giró la perilla en sentido contrario y las agujas desaparecieron de la superficie del consolador.
Apenas lo movió para volver a girar la perilla y nuevamente las agujas asomaron en la superficie clavándose nuevamente en las delicadas paredes de la vagina de Laura. Sus gritos eran desesperados.
Dejó el aparato en la posición en que estaba y observó los pezones de Laura. Nuevamente se congratuló de haber traído esta esclava a su casa. Ahora se iba a divertir con esas tetas, mientras el consolador continuaba castigando la raja de la esclava.
Fue en busca de algunas agujas que clavó atravesado los pezones. Este dolor comparando con el que estaba sufriendo en su concha no era nada. Pasados unos minutos Abel giró la perilla en sentido contrario y las agujas se perdieron nuevamente en el interior del consolador. Algo calmó el dolor de la joven. Ahora sentía que otro cilindro metálico se introducía en su culo. Era de menor diámetro pero temió, acertadamente, que también tendría agujas que se clavarían en sus tripas. Cuando Abel giró la perilla sintió un gran dolor en el esfínter, pero no más adentro. De todas maneras el dolor era insoportable y sus quejidos se dejaban oír con fuerza. Así debió permanecer por un rato mientras Abel clavaba y retiraba agujas de sus tetas y tomando las anillas de sus pezones los levantaba sin ninguna consideración.
Pasado un tiempo Abel volvió a introducir el consolador en la vagina y giró la perilla. Ahora tanto su culo como su concha eran castigados por las agujas que se clavaban. Sin duda el dolor del consolador en la vagina era mucho mayor.
Transcurrió cerca de una hora desde el comienzo del castigo hasta que Abel lo dio por finalizado. Laura esta casi imposibilitada de moverse. El dolor en el culo y la concha eran insoportables. Abel la desató del sillón y la condujo de vuelta a la celda. Laura apenas podía desplazarse por el dolor que aun continuaba entre sus piernas y el culo. Quedó encadenada, de espaldas a la pared, sentada en el piso y con sus muñecas fijadas por grilletes a las argollas embutidas en la pared. Ni siquiera podía acariciarse para calmar el dolor. Abel fue en busca de la siguiente esclava.
Luego de cogerla la condujo a la sala de castigos. La secuencia fue similar. Los temibles aparatos se hundieron en los dos agujeros de la esclava y las temibles agujas se clavaban en la mucosa de sus conductos. Laura escuchaba los gemidos y comprendía el sufrimiento de su ocasional compañera de sufrimiento.
Cuando luego de coger a la tercera le puso la correa en el collar para llevarla a la sala, la esclava, habiendo escuchados los ayes de las otras dos esclavas, se negó, por lo que Abel tuvo que recurrir a su pequeña fusta que siempre llevaba consigo. Unos diez fuertes azotes en las tetas, muy cerca de los pezones, convencieron a la esclava a obedecer. Sería inútil cualquier resistencia.
La secuencia fue similar a las anteriores. Sus quejidos eran mayores ya que tenía bastante menos experiencia en ser torturada en la concha. Poco antes del mediodía Abel había probado su nuevo instrumento. Era más adecuado para la concha que para el culo. Dejaría para el día siguiente repetir la prueba y comprobar si se acostumbraban al castigo o era tan cruel como la primera vez. Ordenó que se construyera otro similar de pero diámetro mayor y con agujas más largas.
Rato después Restituta, luego soltarle las muñecas a las esclavas de los grilletes que las tenían inmovilizadas les trajo el almuerzo. Una vez finalizado el mismo, la misma Restituta puso a las tres en fila y con una cadena unió sus collares metálicos. Entonces se dirigieron a tomar la ducha diaria. Caminar hasta los baños fue de por sí un castigo. El movimiento de sus partes íntimas al caminar, recordaba lo sufrido esa misma mañana.
Ya debajo de las duchas encontraron algún alivio para el calor reinante y el agua fresca calmó parcialmente el dolor de sus coños. Restituta verificó la depilación de las conchas, pero una sombra de vello indicaba que debían afeitarse. Con dificultad y dolor lo hicieron hasta borrar la sombra del vello.
La tarde fue de descanso para las tres. Luego de la cena Abel fue a cada una de las celdas, cruzó los brazos de las jóvenes en la espalda y los ató con una cuerda. Con otro trozo de cuerda arrolló la misma en las rodillas y los tobillos de las esclavas. Así pasarían la noche.
A la mañana siguiente luego de quitarle las ligaduras de las piernas, Abel penetró a la primera y la condujo a la sala donde repitió la experiencia anterior, dejando todo el tiempo el consolador con agujas en la concha de la esclava. Mientras permanecía amarrada al sillón ginecológico con ambos aparatos en sus agujeros, Abel les propinó algunos fustazos en el vientre y las tetas. Lo mismo hizo con las dos restantes. Luego del almuerzo y la ducha, Laura tuvo una sorpresa.
Eran alrededor de las tres de la tarde cuando Abel se presentó en su celda. Nuevamente sus brazos estaban extendidos y engrillados a la pared. Abel se acercó y comenzó a apretar los rojos pezones de Laura.
Abel: He tomado una decisión. No solamente usaré tu cuerpo para probar los instrumentos que fabrico, cosa que generalmente lo hago por la mañana, sino que por la tarde me dedicaré a castigarte. Tienes un cuerpo espectacular y sería una lástima no usarlo de continuo. Te llevaré ahora a la sala.
Laura: Señor Abel, esta esclava espera complacerlo adecuadamente. Será un honor ser el objeto de sus castigos y torturas. Agradezco su deferencia.
Se encaminaron a la sala. Le ató las muñecas y tomando una cuerda pendiente del techo la unió a las ligaduras que acababa de colocarle. Desde un malacate comenzó a levantarla hasta que sus pies quedaron alejados unos 20 centímetros del piso.
Laura, que había estado tantas veces colgada de sus muñecas y castigada con un látigo pensó que ésta sería una repetición de lo tantas veces sufrido. Dudaba que fuera algo nuevo.
Abel: Este es un látigo de mi invento. Ya lo he probado con varias esclavas y verdaderamente hace estragos en la resistencia de las putas. Supongo que tú no serás la excepción. He vendido unos pocos pero es opinión generalizada que castigar una esclava con este instrumento es más de lo que puede soportar. Puedes gritar todo la que quieras. Veremos cómo lo resistes. Tu cuerpo quedará bien marcado.
Laura: Es un alto honor probar que esta puta tampoco resiste el invento que tan sabiamente el señor Abel ha desarrollado. Aguardo con impaciencia que comience a azotarme. Espero nuevamente cumplir como esclava que será torturada para el placer de su amo.
El látigo, que Laura no veía, en lugar de una cuerda, correa o tiento, como muchos otros látigos, tenía una fina cadena de eslabones esféricos. El azote con ese látigo dejaba una hilera de puntos que rápidamente pasaban del rojo al morado. El impacto, si se descargaba con fuerza, era terrible. Abel comenzó con regular rudeza sobre el culo.
Laura emitió un corto quejido. Se sucedió el segundo azote un poco más fuerte. Luego el tercero, el cuarto, el quinto, cada vez más fuerte. Ahora estaban siendo verdaderamente dolorosos para Laura que gemía muy fuerte al recibir cada azote, a pesar que quería contener sus lamentos. No alcanzaba a descubrir de qué material estaba construido el látigo. Lo único que sabía era que el culo le estaba doliendo mucho. Recibió un total de diez en los glúteos.
Cuando Abel giró el cuerpo de Laura para comenzar los azotes en el frente, entonces la esclava comprendió el motivo de por qué el castigo había sido tan cruel. En sus años de esclava nunca había azotado con nada siquiera parecido. Vio con espanto la cadena que colgaba del mango del látigo. Ahora Abel se disponía a descargarle un azote en los muslos. Luego de recibido el primer impacto, miró hacia abajo para ver la marca dejada en su piel. Se horrorizó.
El siguiente fue dirigido a sus tetas y el posterior a su vientre. Ahora Laura gemía y sollozaba como quizás nunca antes lo había hecho. Ahora comprendía por qué otras esclavas no habían podido resistir el castigo. Su cuerpo, suspendido, se balanceaba en todas direcciones producto de los movimientos de Laura. Abel continuó descargando azote tras azote. Las tetas, el vientre, las piernas y la espalda estaban cubiertos de marcas. A pesar de sus esfuerzos sus gritos de dolor eran continuos y las lágrimas le brotaban abundantemente de sus ojos.
Abel: Ahora puta, quiero que separes las piernas para date unos azotes en la concha
Laura: ¡Noooo!¡En la concha con ese látigo no!¡Tenga piedad de mi raja!¡Allí no!¡MI pobre conchita quedará inutilizada!. ¡Por Favor! ¡En la concha no!.
Como respuesta Laura recibió en azote muy fuerte en las tetas.
Abel: ¡Separa de inmediato las piernas!. No me gustan las esclavas rebeldes ¿O que quieres terminar arriba de una fragua?.
Laura, temerosa separó sus piernas dejando a merced del látigo su parte más sensible. Instantes después un agudo chillido llenaba la sala. Luego del azote, juntó sus piernas nuevamente. Las lágrimas corrían en abundancia por su cara.
Abel: Sepáralas nuevamente que aun no he terminado.
Con gran esfuerzo las separó. El dolor en la raja era insoportable. Un nuevo azote y un nuevo gemido. Juntó sus piernas casi sin advertirlo pero luego las separó nuevamente. Debía complacer a Abel. Recibió el tercer y último azote en la concha. Abel dejó el látigo a un lado y observó detenidamente el cuerpo de la joven. Se sorprendió a sí mismo por lo cruel que había sido con ella.
Laura permaneció colgada por dos horas más. Luego la condujo a la celda. Ya llevaba varios años desde el día en que fue vendida a Ramón su primer y anterior amo, pero esta era la vez que más había sufrido. Todo su cuerpo estaba dolorido y con marcas por todas partes. Se tocó la raja. Estaba hinchada y aunque no podía observarla, presintió que estaría morada y sin forma. Se despertó cuando Restituta le trajo la cena.
Restituta: Parece que te has portado mal, putita. Veo que Abel que ha tenido que castigar fuerte. Eso lo reserva sólo para las que no lo complacen o se sublevan.
Laura no contestó. Solamente tomó su plato de comida que tragó sin ganas. Debía reconocer que era el amo que ella esperaba. Si en los últimos tiempos Ramón no la castigaba lo suficiente, ahora era castigada por demás, pero olvidando sus dolores se sentía feliz.
El día siguiente fue de descanso para las tres esclavas. Abel no había terminado el producto que quería ensayar. Las otras dos jóvenes, que habían sido secuestradas por Abel, llevaban algo más de tres meses allí. Ya estaban resignadas a ser cogidas diariamente, excepto cuando estaban con la regla, ya que a Abel no le gustaba la sangre en su pene, y ser torturadas casi todas las mañanas. Este sería de los pocos días de descanso para los castigos, no así para la cogida. La rubia estaba con la menstruación y recibió un insulto y una sonora bofetada por parte de Abel. Las otras dos recibieron el pene en sus respectivas vaginas.
Al día siguiente Abel se cogió a las tres esclavas una a continuación de la otra.. Parece que la rubia ya no menstruaba . Terminados los polvos enlazó una correa en el colar de la que acababa de coger y la condujo a la sala. Allí la acercó a uno de los postes que había en el lugar y la ató con los brazos por detrás de la columna. Una vez bien amarrada, fue en busca de la segunda. Repitió la operación y luego con la tercera.
Las tres mujeres estaban atadas a sendas columnas con sus espaldas y culos apoyados contra dichos postes. Ninguna de las tres sabía qué les aguardaba. Poco después entró Abel con un brasero con carbones encendidos y puso a calentar una marca en forma de corazón.. Laura comprendió de inmediato que serían marcadas a fuego. Las otras dos esclavas ignoraban lo que sobrevendría..
Mientras esperaba que se calentara la marca, Abel tomó un frasco con el preparado que había hecho. Era una mezcla que contenía óxido cuproso, de intenso color rojo cobrizo. Extendió un poco de la mezcla en el muslo izquierdo de cada una de las jóvenes a unos diez centímetros de la entrepierna. Laura aguardaba con cierto temor. Observaba el brasero y veía que el hierro estaba adquiriendo un color rojo oscuro. Sabía que poco después se apoyaría sobre su pierna.
Cuando había adquirido la temperatura que Abel consideraba conveniente para marcarlas, sacó el hierro del brasero y se dirigió a Laura que era la más cercana.. Se colocó frente a ella y comenzó a acercar el hierro. Las otras dos mujeres abrieron los ojos con espanto. Una expresión de terror se dibujó en sus rostros. Laura cerró los ojos. Sabía lo que le esperaba.
Cuando el hierro tocó su piel no pudo contener el grito. Abel mantuvo la marca contra su piel algunos segundos para luego retirarla. El objeto de la mezcla extendida sobre la piel era que además que quedar la marca de la quemadura, ésta tuviera un intenso color. El óxido se enquistaba en la piel y quedaría por siempre. Algo similar a un tatuaje, pero con el relieve propio de la quemadura.
El ardor y el dolor no se calmaban. Laura seguía con sus gemidos y si bien intentaba moverse, las firmes ligaduras se lo impedían. Pasados unos diez minutos el dolor comenzó a disminuir y con ello se apagaron los gemidos de Laura.
El procedimiento se repitió primero en una y luego en otra de las esclavas. Las tres permanecieron atadas por más de una hora, momento que regresó Abel. Antes de desatarlas les explicó para qué era el producto que había desarrollado. También les comentó que debería probarlo en otras partes de sus cuerpos. Fueron conducidas a las celdas y sus muñecas quedaron engrilladas y encadenadas a la pared de cada celda. No podrían tocarse la quemadura.
Unos días después la quemadura estaba cicatrizando aceleradamente pero el contorno de la misma, con forma de corazón, lucía un notable color rojo cobrizo. Luego las tres fueron marcadas en el culo (ambos glúteos) y en el vientre debajo del ombligo. Todas las marcas resultaron similares a la primera. Abel quedó satisfecho con su nuevo producto.
Capítulo VIII
Había pasado más de un mes desde que Laura había ingresado en esa casa. Estaba satisfecha. Siempre recibía un castigo diferente y riguroso y era cogida a diario. Eso era lo que ella había buscado. Adicionalmente Abel la había elegido como su pasatiempo favorito torturándola también por la tarde. ¿Qué más podía pedir?
Poco después se enteró que la rubia no estaría más en la casa. Ella no sabía qué ocurriría con ella, pero no se animó a preguntarle a Restituta. Al día siguiente que la rubia fue sacada de su celda para no regresar, Abel avanzó por el pasillo llevando una negra. Era una negra de un cuerpo espectacular. Se la veía muy joven. Temblaba de miedo y de vergüenza tener que desplazarse desnuda mientras un fino hilo de semen se desplazaba por su muslo.
Abel, a pesar de las advertencias de las autoridades, había secuestrado a esta joven. Acababa de ser violada y perdido su virginidad. Fue encerrada en una celda. Quedó gimiendo largo rato por la violación y porque entendió que quedaría en ese lugar a merced del Abel. Al pasar frente a la celda de Laura había observado la cantidad de marcas que mostraba el cuerpo de la esclava.
La negra no era tratada ni mejor ni peor que las otras esclavas. Cogida por la mañana y luego castigos con nuevos y cruentos instrumentos. Descanso por la tarde, pero no así para Laura que continuaba siendo torturada algunas tardes.
Nuevos y muy variados instrumentos fueron probados sobre las tres mujeres. Cada vez eran más cruentos. Debieron soportar varios días el uso de prensatetas en sus senos. Este aparato no consistía simplemente en dos tablas de madera que podían ajustarse con tornillos. En la cara interna había decenas de pequeñas agujas que se clavaban en la piel cuando ambas tablas se apretaban. En esta oportunidad Abel necesitó hacer varios modelos hasta que encontró aquel cuya densidad de agujas, largo y diámetro de las mismas era el adecuado para el uso que estaba pensado.
Otro tanto ocurrió con algunos collares, que debían usar mientras eran castigadas con otros elementos. Esos collares tenía también puntas en su interior por lo que la esclava debía evitar los movimientos si no que clavarse esas puntas en su cuello.
También debieron probar algunos cepos que dejaban las partes más sensibles de las esclavas completamente a merced del amo, ocasión que era aprovechada por Abel para volver a usar algunos de los elementos que fabricaba regularmente, tales de varas o látigos que descargaba sobre los indefensos cuerpos.
Caballetes de las formas más exóticas permitían mantener a la esclava amarrada, en posiciones muy incómodas mientras era torturada. De las tres esclavas alojadas en esas celdas, Laura era la que mejor resistía las torturas más cruentas y también la que más las disfrutaba, especialmente teniendo en cuesta que ella también recibía castigos por la tarde.
Laura era la única que recibía algunos castigos con instrumentos no fabricados por Abel. Efectivamente esta fábrica no desarrollaba ningún elemento eléctrico o electrónico, pero su torturador había comprado algunas picanas, vibradores y otros elementos que usaba con frecuencia sobre Laura. Así con frecuencia las partes más delicadas de la esclava eran recorridas por alguna de las picanas. Tanto su concha como los pezones y el agujero del culo eran los destinos más frecuentes de las descargas.
La propia vagina también recibía frecuentes descargas por el uso de un consolador metálico que introducido profundamente en el conducto, producía en Laura un estremecimiento que la llevaba al borde de su resistencia.
También había sido entrenada para permanecer largo tiempo suspendida de sus tobillos. Esa visión, de la esclava colgada cabeza abajo, generalmente con las piernas separadas, excitaba a Abel que se complacía castigando la concha con unas disciplinas de su propia fabricación.
A la zona de las celdas y de la sala de castigos los únicos que entraban eran Abel y Restituta. Las mujeres alojadas allí tampoco salían del lugar. Por ese motivo Laura se sorprendió cuando una tarde escuchó que se acercaba gente a las celdas. Abel estaba acompañado por dos caballeros elegantemente vestidos.
Abel: Aquí tengo tres esclavas. Puede elegir la que quiera para probar mis instrumentos. Normalmente luego que desarrollo uno nuevo lo pruebo sobre ellas para conocer el efecto que les produce.
Acompañante 1: Mejor ponga las tres juntas así podré elegir mejor.
Abel entró en una de las celdas y luego de esposar a la ocupante le colocó una cadena en su collar con un candado, fijándola a una de las puertas de reja. Repitió la operación en las tres celdas.
Ahora las tres mujeres estaban siendo examinadas por los dos visitantes para decidir en cuál de ellas probarían los equipos que querían comprar. Sus cuerpos desnudos eran un muestrario de las marcas dejadas por los innumerables castigos recibidos
Acompañante 2: Me gusta esta negra. Tiene buen cuerpo y pocas marcas sobre la piel. Imagino que será un placer escucharla gemir.
Acompañante 1: No, sobre la negra no veremos bien las marcas que podemos dejar en su cuerpo. Debe ser una de estas dos. Me gusta más ésta, (señaló a Laura). Parece que ha sido muy castigada, pero ha resistido muy bien.
Acompañante 2: Sin embargo esta negrita... Está para torturarla sin piedad.
Acompañante 1: No. No. Vamos torturar a ésta, (señaló nuevamente a Laura).
De inmediato Abel restituyó las dos esclavas a sus respectivas celdas y condujo a Laura a la sala de castigos. Las tres horas subsiguientes fueron casi un continuo de gemidos y llantos. Sobre su cuerpo se probaron látigos, caballetes, restricciones de cuero, hierro y madera de todo tipo, agujas, cepos, potros, mesas de tortura, etc. No quedó parte alguna sin torturar. Es especial su concha fue blanco de diversos y variados castigos, pero todos muy cruentos.
Abel: Normalmente no permito que mis clientes prueben los productos que fabricamos sobre mis esclavas, pero teniendo en cuenta la importancia de esta venta, lo he permitido. Como habrá apreciado son tres esclavas de envidiar. Habrá podido valorar también la excelencia de los equipos. Pueden aplicarse castigos muy crueles.
Acompañante 2: Estoy de acuerdo. Las tres tienen cuerpos adecuados para estas faenas y puede observarse que las mantiene entrenadas. Los equipos son excelentes
Abel. Prácticamente a diario son cogidas y torturadas.
Acompañante 1: Lo felicito. Tiene muy buen plantel.
Antes de retirarse Laura fue encadenada en su celda. Sus tobillos engrillados y fijos a una de las paredes y sus muñecas, también con grilletes, fijados a la pared opuesta. Su espalda estaba apoyada en el piso. La piedra, fría, que cubría el piso le proporcionó algún alivio.
Los días se sucedían similares unos a otros. Un tiempo después la otra esclava blanca fue reemplazada por una joven, que había sido comprada en un prostíbulo. Su trayectoria como puta era menor a un año pero el dueño del lupanar fue tentado por Abel, quién pagó un alto precio, y así decidió su venta. Ni la joven ni el dueño del prostíbulo sabían el destino que le aguardaba a la puta.
Por su parte Laura vio en los meses que se sucedieron, pasar muchas jóvenes por las celdas vecinas a la suya. Curiosamente ella continuaba perteneciendo a Abel, que no le daba otro destino. Cada semana recibía castigos más y más cruentos pero era la preferida al momento que su amo descargara leche en alguna de ellas. Estaba agradecía que Ramón hubiera elegido a Abel para venderla. Sus temores iniciales de que no sería un amo riguroso se disiparon pronto.
Una de las tantas tardes en la cual sería castigada, Laura fue llevada a la Sala de Tormentos. Allí Abel le indicó que se acostara en el potro. La joven ya había estado muchas veces en el potro, por lo que ni se sorprendió ni temió un castigo diferente a los tanta veces sufridos. Sin embargo en esta oportunidad le esperaba una sorpresa.
Una vez firmemente amarrada al potro Abel fue en busca de las otras dos jóvenes que tenía en las celdas. Las ató a sendas columnas que estaban muy cerca del potro en el cual yacía Laura. El objetivo era que apreciaran el castigo que recibiría la esclava. Una vez las tres mujeres perfectamente inmovilizadas, Abel fue en busca de agujas de distinto tamaño e hilo. Al colocarse a un costado de Laura explicó:
-Primero le atravesaré los pezones con estas agujas y le clavaré algunas adicionales en las tetas. Luego seguirán otros castigos con agujas. Para Laura éste no sería un castigo nuevo porque lo había experimentado cuando era la esclava de Ramón. Sin embargo las otras dos esclavas dieron un grito de horror pensando en el sufrimiento de Laura y que ellas mismas podían ser sometidas a ese castigo.
Lentamente Abel tomó uno de los pezones de Laura, lo levantó y comenzó a clavar la aguja hasta atravesarlo de lado a lado. Laura permanecía callada, sin quejarse. Luego fue el tueno del otro pezón, para continuar con el primero y volver al segundo. Al cabo de unos minutos seis agujas atravesaban cada uno de los pezones. Entonces Abel, tomando una aguja de singular largo comenzó a atravesar toda la teta.
La aguja, de unos veinte centímetros de largo, traspasó totalmente el seno. Ahora sí Laura gemía. Abel cruzó otra aguja en la otra teta. Laura gemía cada vez más fuerte, pero allí no finalizaba su castigo. Abel tomó la rueda del potro y tensó más las cuerdas que sujetaban las muñecas de la esclava. La esclava nuevamente gimió con más fuerza.
A continuación tomó otra aguja y atravesó una de las aletas de la nariz de Laura y luego la otra. Las esclavas atadas a las columnas sufrían a la par de Laura imaginando lo duro del castigo, pero no se atrevieron a hablar. Acto seguido Abel tomo otra aguja y la clavó directamente en el ombligo de Laura, quién no pudo evitar un grito que llenó el recinto. Luego otra aguja y otra más se clavaron en su ombligo. Entre gemidos y lágrimas Abel observó la raja de la esclava. Estaba algo húmeda.
Observó nuevamente su cara. Estaba desencajada por el castigo al cual estaba siendo sometida, pero fiel a su costumbre, no pidió que cesara la tortura. Ella estaba para eso, para ser torturada, castigada, humillada y todo aquello que su amo decidiera. Ella lo había querido así. Ramón había elegido bien y cubría ampliamente sus expectativas.
Estar tendida en el potro con sus brazos estirados y sus tetas atravesadas por agujas era algo que no había imaginado, sin embargo eran realidad. Ahora estaba sintiendo un fuerte dolor en el ombligo por esas agujas que habían penetrado sin compasión en el botón de su vientre. Notó que Abel se acercaba a la rueda del potro y la hacía girar un poco más. Creía estar en el límite de lo que podía soportar. De pronto escuchó que su amo decía:
-Ahora voy a coserle la concha a esta esclava. Le uniré los dos labios vaginales con hilo, dejando una pequeña abertura para que pueda orinar. Verán que bien queda Laura con la concha cosida.-
-¡Noooo!¡No amo, no me cosa la concha! ¡Así no me podrá coger!.-
-No te preocupes esclava. Te podré coger por el culo. Verás que sensación tan desagradable es sentir el hilo atravesando los labios para luego anudarse, cerrando el paso a la vagina.-
-Amo, soporto todo pero no me cosa la concha. Se lo pido por favor.-
-Basta de palabras. Si te duele, gritas, pero no hables.-
Abel enhebró una aguja y comenzó a atravesar el labio izquierdo de Laura, quien no pudo contener el grito. Luego atravesó el labio derecho y tomando ambos extremos del hilo hizo un nudo que ajustó uniendo ambos labios vaginales.
Laura se sentía impotente ante las manipulaciones de Abel. Ahora no solamente sentía dolor en la nariz por las agujas que atravesaban las aletas, en las tetas, en el ombligo sino también en la concha y no solamente por la atadura sino también por haber sido atravesados los labios. Unos instantes más tarde sentía la aguja clavándose nuevamente para que un segundo punto sellara mejor la entrada a la vagina.
Las esclavas que estaban atadas a las columnas miraban horrorizadas lo que ese hombre era capaz de hacer. Hubieran querido soltarse para defender a su compañera de infortunio, pero las ligaduras eran bien firmes y no podían soltarse.
Cuando Abel completó el sexto punto, dirigiéndose a Laura le preguntó:
-Dime puta ¿Te está doliendo el coñito así cosido?-
-Síííí. No puedo más. ¿Por qué me ha cosido la concha? ¿Acaso no gozaba cogiéndome? ¿Quiere matarme que me ha estirado tanto?-
-¡Cómo puedes pensar que quiero matarte! ¡De ninguna manera!. Es solamente castigarte un poco. En cuanto a cogerte, te la puedo meter por el culo y también puedo cortar los puntos y dejarte la concha otra vez en condiciones de penetrarte.-
-En cuanto a ustedes, esclavas, ven lo que puedo hacer con sus cuerpos. Esta es la primera vez que coso una concha, pero me gusta como ha quedado. Cualquier día se las coso a ustedes también.-
Abel se retiró del lugar dejando a las tres mujeres en la sala. Laura paulatinamente se fue calmando y aceptando el castigo. La concha le dolía bastante pero no era la primera vez que los labios eran los destinatarios de algún castigo. Claro que nunca habían sido cosidos.
Las dos esclavas atadas a la columna trataban de consolar a Laura imaginando el sufrimiento de ésta.
-¿Tú fuiste secuestrada de la calle como lo fui yo?.- Preguntó la morena.
-No. Yo me he esclavizado por mi propia voluntad. Primero fui vendida a un terrateniente de la zona y cuando se aburrió de castigarme y cogerme, le pedí que vendiera a un amo riguroso. Por supuesto que Abel lo es.-
-¿Te has esclavizado por propia voluntad?. ¿Cómo pudiste hacer eso?.-
-La historia es muy larga, pero a pesar de las torturas que debo soportar, no cambiaría esta vida por nada. Me gusta estar sometida y que mi amo disponga de mí. Aunque no lo creas cuando recibo algún castigo, me humedezco. No con el castigo de hay que es verdaderamente una tortura. Te puedes imaginar cómo me duelen las articulaciones por el estiramiento que estoy sufriendo, las agujas en el ombligo y la cosida del coño, pero no me quejo.-
-Debo confesarte, dijo la rubia ex puta, que yo también me pongo un poco cachonda cuando Abel me castiga. Claro que a veces los azotes en el culo o las tetas duelen mucho, pero me caliento lo mismo.-
-Yo no me puedo acostumbrar a ser una esclava de Abel para que me castigue y haga de mí lo que quiera. ¿Ustedes creen que me acostumbraré?-
-Sería lo mejor, porque entonces gozarías de esta vida que nos ha tocado vivir.-
Poco después Abel aflojaba las ligaduras de las tres esclavas que retornaron a sus respectivas celdas. Laura tenía serias dificultades para caminar cada movimiento le causaba un profundo dolor en la costura que le habían hecho. Una vez en la celda imploró a Abel que le quitara la costura.
-De ninguna manera. Estás hermosa así. Quiero que te acuestes de espalda y que te quedes con las piernas ligeramente abiertas para apreciar la costurita de la concha.-
Como siempre Laura obedeció, mostrando ahora su sexo tal como se lo pedía su amo.
-Amo, así no podrá cogerme. Siempre me ha dicho que le gusta gozar a sus sumisas por la concha.-
-No te preocupes por mí. Tengo dos conchas disponibles para usar. De ti usaré tu culo mientras tengas la concha cosida.-
Diciendo esto se retiró cerrando la puerta de reja tras sí. Laura no pudo contener las lágrimas de dolor e impotencia. Ahora sería torturada pero no cogida. Una angustia la embargó hasta que quedó dormida con su conchita cosida.
En la mañana siguiente Abel quería probar un nuevo diseño de fusta. Llevó primero a una de las mujeres. Al regreso a su celda lucía gran cantidad de marcas en el vientre, producto de la prueba realizada. Luego llevó a la otra de las esclavas repitiendo la operación. Finalmente era el turno de Laura.
La ató a una columna y comenzaron los azotes en el vientre. La efectividad de la fusta quedó ampliamente demostrada. El castigo había sido riguroso y Laura presentaba su vientre cubierto de marcas.
-Ahora te voy a descoser la concha. ¿Temías que te dejara siempre así?.-
-No sabía qué iba a ocurrir. Caminar con la concha cosida es una tortura terrible.-
-¡Claro que es una tortura terrible!¿Por qué crees que te la he cosido?. Según me he informado no solamente es doloroso mientras la aguja atraviesa los labios de la concha y se anuda el hilo, sino también cuando la esclava debe moverse. Por eso te cosí la concha.-
Comenzó a cortar los hilos y retirarlos de la sufrida raja de Laura. También este proceso fue doloroso. Luego la condujo nuevamente a la celda. Los sucesivos días continuaron con algunos castigos menores tanto para Laura como para las otras esclavas. Debía terminar de fabricar un nuevo prensatetas que prometía ser más cruento que los anteriores.
Capítulo IX
Abel no fabricaba equipos eléctricos o electrónicos pero le fascinaba la idea de usar uno sobre Laura. Luego de informarse y buscar con detalle encontró un aparato que sería adecuado para probar sobre Laura y quizás ¿Por qué no? Sobre las otras esclavas.
Luego de leer detalladamente el uso y todas las posibilidades del mismo, quedaba solamente comenzar a usarlo. Laura estaba perfectamente recuperada de los últimas torturas sufridas y podría abusar de su cuerpo sin mayores dificultades o riesgos. Últimamente había gozado mirando las caras, los gestos y escuchando los gemidos de las esclavas que debían presenciar cuando Laura era torturada. Así pensó que sería mejor probar el aparato sobre Laura pero con la presencia de las otras dos mujeres.
Por la tarde condujo primero a las dos esclavas espectadoras y luego a la primera actriz que sería sometida a los castigos de la electricidad.
Laura había sido torturada con la picana por Ramón Núñez reiteradamente pero desde que estaba a servicio de Abel no había recibido descargas. Estaba algo excitada ya que recordaba lo cachonda que se ponía luego de una prolongada sesión de picana.
Las dos esclavas había sido fuertemente amarradas a sendas columnas con sus brazos atados por detrás de dichas columnas, sus piernas separadas mostrando el coño afeitado y sus cinturas comprimidas por las cuerdas que las rodeaban. Lo único que tenía algún movimiento eran sus cabezas. Sabían que presenciarían cómo Laura sería sometida a un cruento castigo pero ignoraban el método a utilizar.
Por su parte Laura fue amarrada entre dos columnas, quedando su cuerpo en forma de X. La piernas, separadas, dejaban un libre acceso a su coño. Una cuerda rodeaba su cintura y los extremos de dicha cuerda terminaban fijas a las columnas. De esta manera, además de ajustar su cintura fuertemente, impedían todo movimiento.
Poco después Abel acercó el aparato al lugar. Primeramente insertó profundamente un electrodo en el culo de Laura. Dos pinzas cocodrilo con sus respectivos cables, se apretaron sobre sus pezones. Laura sabía lo que podría sobrevenir aunque las otras dos esclavas estaban un tanto intrigadas al ver los preparativos.
-Laura, tendrás oportunidad de gritar y gemir mientras te torturo. Podrás enseñarles a estas dos esclavas lo que puedes soportar y lo que eres capaz de sufrir. Espero que no te mees. No quiero ver el piso mojado.-
-Descuide Amo. Haré el máximo esfuerzo por contenerme y espero no defraudarlo. Ya hace mucho tiempo que no se me escapa el pis mientras me torturan. Estoy lista para complacerlo y espero goce de mi sufrimiento.-
Abel conectó los cables a la caja que tenía varias perillas, luces e instrumentos de medición. Pulsó un botón y el paso de corriente entre su concha y las tetas estremeció todo el cuerpo de Laura se aunque pudo controlar el gemido. Abel movió una de las perillas y una nueva descarga pasó por el cuerpo de Laura. A pesar que resultó ser más fuerte que el anterior, todavía pudo resistir, no así la siguiente descarga, más intensa y más prolongada. El gemido lleno la sala.
Las otras dos esclavas que observaban la escena se movían dentro de sus ligaduras. La morena hubiera querido tocarse el clítoris, teniendo necesidad de correrse. La visión de Laura siendo torturada había producido en ella una sensación que antes no había imaginado. Tenía su vagina húmeda.
Ahora Abel tomó otro electrodo y se lo introdujo a Laura por el culo. Era de un diámetro algo mayor de lo habitual para introducirse en el culo y bastante largo. Debió forzar para que penetrara completamente. Dejando las pinzas en los pezones retiró los cables de las mismas para conectarlas en el electrodo del culo.
Nuevamente pulsó el botón que producía la descarga. Ahora la corriente pasaba de la concha al culo y como ambos conductos estaban muy húmedos, la descarga volvió a estremecer a Laura. Continuaron las descargas y la esclava estaba comenzando a notar que por efecto de las sucesivas descargas ambos electrodos se estaban calentando. Las mucosas de sus vagina estaban sufriendo el efecto, pero no alteró los planes de Abel, que estaba gozando al disponer, una vez más, el cuerpo de Laura a su antojo.
Luego retiró el electrodo de la vagina y los cables correspondientes los conectó nuevamente en las pinzas de los pezones. Nuevos gritos de Laura al recibir las descargas entre el culo y las tetas. Algunas lágrimas ya rodaban por su rostro. Sin embargo faltaba mucho para el final.
La dejó algunos minutos para que se repusiera. Le retiró el electrodo del culo y tomando una barra metálica conectó los cables a ésta.. El primer estoque fue al ombligo. Una fuerte descarga entre el nudito de su vientre y las tetas sacudió todo su cuerpo. La barra comenzó a bajar por su cuerpo. Laura supuso hacia dónde se dirigía.
Al tocar los labios húmedos del coño, un nuevo grito llenó el recinto. Su concha había sido castigada muchas veces de distintas formas, e incluso con descargas eléctricas, pero éstas superaban todo lo conocido por ella hasta el momento. Por un momento tuvo la sensación que iba a mearse, pero gracias a un gran esfuerzo se contuvo. Mientras tanto Abel paseaba la barra electrificada una y otra vez por la vulva y el clítoris.
Las otras dos esclavas miraban horrorizadas. Eran concientes que si Laura imploraba, gritaba y gemía, el sufrimiento sería insoportable para ellas, sin embargo la morena continuaba con ganas de tocarse y correrse. Ella misma no entendía por qué podía excitarse cuando estaban torturando a otra mujer como ella y que no resultaba difícil que ella ocupara ese lugar en cualquier momento.
Mientras tanto Abel continuaba pasando la barra por la concha de la esclava que se vanamente intentaba escapar de las ligaduras que la mantenían amarrada. De pronto su amo comenzó a deslizar la barra hacia arriba. Se detuvo nuevamente en el ombligo para luego continuar hacia arriba. Apoyó la barra en la parte inferior de las tetas y aumentó la corriente.
Ahora todas las descargas se verificaban en las tetas mismas sin afectar otras partes de su cuerpo, pero la intensidad era tal que, involuntariamente, las tetas vibraban con intensidad. Abel bajo su mano hasta la raja. Estaba caliente por las descargas y húmedo por el flujo que venía desde las profundidades de esa concha tan acostumbrada a los castigos más duros. Antes de proseguir su amo decidió gozar ese agujerito tan lubricado.
Hizo el equipo a un lado y la penetró. Quizás haya sido el polvo más doloroso en la historia de esclava de Laura. A pesar de lo mojada que estaba, la sensibilidad de la piel era muy alta y el movimiento del pene en su interior parecía destrozar su vapuleada conchita. Una vez volcada la leche en su interior, Abel tomó nuevamente la varilla metálica.
Comenzó a pasarla por su espalda para ir bajando, metiéndose entre los cachetes del culo y llegando directamente al ano. Debido a la intensidad a que había subido el aparato las descargas eran muy fuertes. Su esfínter se contraía y dilataba sin el control de la esclava. En una de esas veces que se dilató el agujero, abel introdujo la varilla por el agujero de atrás.
Las descargas eran terribles y laura no pudo contener la meada un chorrito mojó el piso.
-No has podido contenerte. ¿No crees que mereces un castigo por esto?.-
-Sí mi amo. Esta esclava debe ser castigada por mearse mientras la torturan. No es digno de tan sabio amo, dejar escapar la orina.-
Las otras dos esclavas que presenciaban el humillante castigo de Laura no daban crédito a sus oídos. Ella misma pedía ser castigada por mearse mientras la torturaba. Sin embargo quizás en el fondo de sus almas comenzaban a comprender qué era ser verdaderamente una esclava.
-El castigo por mearte lo dejaremos para mañana. Deberás decidir tú misma qué mereces. Ahora quiero continuar con éste de rutina.-
La varilla volvió a tocar sus glúteos para acercarse, desde atrás, a la entrada de su concha. Allí nuevamente se detuvo enviando descarga tras descarga en tan delicado lugar.
El sudor empapaba el cuerpo de Laura que tuvo unos minutos para reponerse mientras le retiraba las pinzas de los pezones. Abel fue en busca de unas esposas que cerró alrededor de la base de las tetas de su esclava, mientras conectaba uno de los cables a dichas esposas.
Luego tomando la varilla la acercó a uno de pezones. Ahora las descargas iban de dentro de la propia teta, desde el pezón a la base. Abel alternaba tocando uno y otro pezón, mientras pellizcaba los labios vaginales de la joven.
Cuando el castigo de esa tarde llegó a su fin Laura esta exhausta. Todo su cuerpo estaba dolorido por las descargas y por las contorsiones a que sometió a su cuerpo en el intento de proporcionarse algún alivio. Con dificultad se desplazó hasta su celda donde quedó encadenada, sin posibilidad de tocarse o calmar los dolores de su cuerpo. Quedó meditando en qué castigo debía sugerir por mearse mientras era castigada.
A continuación, Abel primero desató a la morena y luego de penetrarla y dejar su leche en la vagina de la esclava la condujo también a la celda. Finalmente también desató a la otra esclava quién debió usar su boca para excitar y luego recibir y tragar la leche de Abel.
Laura consideró que el haberse meado durante su castigo era realmente una faltas grave y comprendía que debía ser castigada correspondientemente. Repasó mentalmente no solamente los castigos recibidos con Abel sino también con Ramón. Pensaba que el castigo debería estar dirigido a su concha que era, en definitiva, el lugar por donde se había meado.
Picana eléctrica no correspondía ya que acababa de ser utilizada. El látigo en la raja no era un castigo acorde para esta ocasión. Finalmente recordó uno de los aparatos inventado por Abel. Era aquel cilindro que al girar la perilla salían pequeñas agujas que se clavaban en la mucosa de su vagina.
Decidida a indicar a su amo el castigo que merecería, se quedó dormida. A la mañana siguiente cuando Abel fue a buscarla, Laura pidió permiso para hablar, cosa que le fue concedida.
-He meditado sobre el castigo que merezco por haberme meado mientras me torturaba. Creo que es indigno de una esclava mearse mientras su amo la está castigando. Por esa falta propongo ser castigada con el consolador grueso de las aguja en la concha y con el consolador fino, también de agujas en el culo y obligarme a caminar desde la sala de torturas hasta la última celda veinticinco veces.-
-Saber que ese es un castigo muy duro. Caminar con el consolador de agujas puesto en la concha o el culo no lo han podido resistir algunas esclavas que fueron tratadas así. Recuerda que las agujas de los nuevos aparatos son más largas.-
-Sí, lo sé, pero se le puede permitir a esta esclava mearse durante una sesión.-
-En ese caso no demoremos más. Llevaré a las otras esclavas a la sala para que vean cuando eres castigada.-
Abel se retiró de la celda de Laura y fue en busca de las otras dos esclavas que ató fuertemente frente a un sillón ginecológico al cual sería amarrada Laura. Una vez ubicada en el sillón, con sus piernas levantadas y su concha y ano expuesto, Abel lubricó ligeramente la entrada de ambos agujeros e introdujo ambos consoladores, con las agujas dentro del cilindro.
-Laura será castigada con un cilindro de agujas en la concha y otro en el culo. Ella misma ha considerado que es el castigo adecuado por haberse meado mientras era castigada. Éste tiene agujas más largas que el aparato que probaron ustedes, por lo que pienso será más doloroso. Eso es lo que les ocurre a las esclavas que se mean mientras las torturo.-
A ambas esclavas se les llenaron los ojos de lágrimas pensando en el martirio que le aguardaba a Laura. Sabían que nada podían hacer y reclamar piedad a Abel sólo haría que se enojase más y castigara no solamente a Laura sino a ellas también.
Abel se acercó a Laura y comenzó lentamente a girar la perilla. Las agujas comenzaron a clavarse en la delicada piel del interior de su vagina. La expresión en la cara de Laura lo decía todo pero resistía el dolor que le producía semejante aparato. Cuando todas las agujas estuvieron fuera del cilindro y clavadas en la mucosa Laura no pudo contener el gemido.
Luego Abel procedió a girar la perilla del cilindro introducido en el culo. Ahora el dolor era insoportable y Laura no solamente gemía ya con desesperación sino que abundantes lágrimas salían de sus ojos. Las otras dos esclavas también tenían los ojos húmedos.
Abel desató a Laura y la obligó a bajar del sillón en el cual estaba amarrada y la hizo incorporarse. Laura no pudo contener un grito de espanto. Sus partes más sensibles estaban siendo castigadas por las agujas que se clavaban sin piedad.
Apenas pudo dar unos pocos pasos y no pudo continuar. El dolor era demasiado intenso. Abel le indicó que se acostara en el piso hasta tanto se calmara para luego retirarle ambos cilindros de sus agujeros. Laura, entre sollozos, agradeció la bondad de su amo. Permaneció en el suelo algo menos de media hora, momento en el cual le fueron sacados los aparatos.
-Tal como suponía no podrías resistir el caminar con ambos cilindros ubicados en los lugares sensibles.-
-Le pido perdón amo por no haber soportado el castigo que yo misma me había autoimpuesto. Supongo que por todo esto merezco cincuenta azotes en las tetas y otros tantos en la concha mientras estoy suspendida cabeza abajo y con las piernas separadas.-
-No Laura, no te castigaré así. Podrás recuperarte cuatro o cinco días en la celda sin sufrir castigo alguno. Luego volveremos a la rutina.
Capítulo X
Pasados unos días, todo volvió a la normalidad. Por la mañana luego de coger a sus esclavas se las martirizaba con nuevos y cruentos aparatos y por la tarde Laura recibía los castigos adicionales.
En una de esas oportunidades fue conducida a la Sala y Abel le ordenó que se recostara sobre un Caballete. La esclava, como siempre, obedeció. Presentía que ahora el castigo sería dirigido a su culo. Una vez atada tanto sus tobillos, con las piernas bien separadas, como así también sus muñecas.
Abel tomo una aguja y la clavó en el muslo de Laura. Ésta hizo un movimiento por el dolor y la sorpresa, pero apenas pudo moverse. Asegurado su amo que estaba bien amarrada, fue en busca de una caja con decenas agujas.
En la posición en que estaba Laura sus cachetes estaban separados siendo perfectamente accesible el ano y el esfínter. Primero desinfectó la zona con alcohol. Como parte del líquido se filtró por el agujero del culo, Laura sintió un escozor muy molesto. Sin embargo esta acostumbrada a cosas semejantes.
Para lo que no estaba acostumbrada fue lo que siguió a continuación. Abel apoyó la punta de una aguja justo al lado del esfínter u comenzó a clavarla. La esclava había sufrido ya muchas torturas en todas partes de su cuerpo pero el pinchazo en ese lugar nunca lo había experimentado como tampoco imaginaba lo doloroso que podía ser, dejando escapar un profundo gemido.
-Me parece puta que esto te ha dolido. Prepárate porque esto recién comienza.-
-Sí amo, me ha dolido mucho- ¿Qué me está haciendo?-
-Te estoy clavando unas agujas justo al lado donde te sodomizo. Ese agujero que quedará bien dolorido.-
Laura calló, esperando que una nueva aguja se clavara en el lugar elegido por su amo. No se hizo esperar y nuevamente, otra aguja se clavada en Laura.
Luego de colocarle una media docena, parecía que la esclava se había acostmbrado a ese dolor, por lo cual tomo unas más gruesas, que previamente habían sido desafiladas, y comenzó a clavarla. Debido a dificultad de penetrar, Abel aumentó la fuerza hasta que la aguja comenzó a penetrar. Ahora los gritos de Laura superaban anteriores gemidos. Le resultaba casi imposible soportarlo y temió que no pudiera resistir y se meara a causa del dolor.
Eso hubiera sido terrible. Ya conocía las consecuencias de mearse mientras era torturada. Mientras tanto Abel continuaba clavando agujas alrededor de su esfínter. Cada pinchazo era como si le clavaran una lanza en el culo.
Cuando había colocado alrededor de dos docenas de agujas, Abel decidió no clavarle más. Ya tendría que alejarse mucho del agujero y no iba a ser tan doloroso. Unas gotas más de alcohol vendrían bien para asegurar la desinfección.
Abel cogió una silla y se sentó frente al culito expuesto de Laura para disfrutar del espectáculo. Poco a poco la joven se fue calmando. De entre los labios vaginales asomaba el clítoris, húmedo y rojo. ¿Por qué no clavar algunas agujas en los labios. Hacía no mucho tiempo esos mismos labios vaginales habían sido cosidos. Atravesarlos con unas agujas complementaría el castigo.
De inmediato comenzó a atravesarlos con las agujas más gruesas y desfiladas. Frente a lo que había sufrido con los pinchazos anteriores en el esfínter, éstos le parecían casi una caricia. Luego de atravesarles ambos labios con ocho agujas, Abel observó su obra. No estaba completa si no descargaba la fusta sobre glúteos que se ofrecían para ser azotados.
Tomó una vara apropiada y comenzó a descargar fustazos alternativamente en uno y otro cachete. Gruesas rayas rojas aparecían luego de cada azote que se acompañaba con un prolongado gemido de Laura.
No sabía exactamente por qué, pero a pesar de haber recibido en su culo látigos de todo tipo, fustas, varas y cuanto elemento golpeador podría imaginarse, estos azotes le resultaban especialmente dolorosos.
Poco a poco el culo estaba totalmente cubierto de marcas, pero Abel no pensaba en detenerse. Lo hizo cuando creyó que la piel estaba a punto de desgarrarse. Luego lentamente le quitó todas las agujas clavadas y la desató del caballete. Laura apenas pudo incorporarse y luego de ser esposada con sus brazos en la espalda, fue conducida a su celda. El caminar le resultaba muy dificultoso, pero se vio obligada a hacerlo y acostarse en el piso desnudo del lugar dónde pasaba gran parte del día.
Lo hizo boca abajo evitando que nada tocara la ahora sensible piel de su trasero. Se congratulaba que Abel no hubiera querido cogerla, estando ella de espaldas en el piso, como muchas otras veces había hecho.
Epílogo.
Tiempo después la esclava hacía un balance de lo vivido. Había tenido el privilegio ser retirada en una oportunidad del sótano para ser crucificada en el jardín posterior de la casa con motivo de una fiesta privada de Abel. En esa oportunidad fueron varios hombres y mujeres que abusaron de su cuerpo, lo azotaron y castigaron de diversas maneras para ser luego atada a una cruz romana donde permaneció toda la noche Recién el día siguiente fue bajada de la misma para continuar con los castigos habituales.
Le hubiese gustado que su amo le tomara fotografías o la filmara mientras era torturada y que las colocara en Internet. De esa manera todo el mundo podría gozar de su cuerpo mientras era flagelado, humillado y castigado sin miramientos
¿Qué más podía pedirle a su suerte? Nunca hubiera imaginado llegar a estos límites de satisfacción. Con la ayuda de un espejo pudo observar con detenimiento su raja. Las marcas que presentaba no dejaban duda de todo lo había debido soportar tan delicada parte. Estaba orgullosa de que su cuerpo haya merecido semejante atención. Abel le había prometido que en días subsiguientes debería soportar algunos castigos nuevos aplicados con uno de sus nuevos aparatos. De sólo pensarlo se le humedecía la concha. Sabía que Abel tenía buena imaginación en el diseño de aparatos y si bien no podía imaginarse de qué se trataba, el entusiasmo que notaba estos últimos días en su cara presagiaban que estaba preparando algo grande.
FIN