Laura, la de las tetas gordas (VII)

Tras meses sin verse, Laura usa su poder para llevarme al límite. Vale la pena leer los anteriores, o al menos el primero de la saga.

Habían pasado exactamente dos meses desde mi fin de semana en casa de Laura. Aquel fin de semana había terminado mal para mí, pues decidí por primera vez no obedecer sus órdenes. Cuando me dejó en aquella autopista, desnudo y vejado, Laura había cometido el que tal vez fuera su primer error como mi dueña. Seguramente, si me hubiese dejado allí plantado con la polla dura y los huevos llenos, se habría salido con la suya fácilmente. Pero Laura, quizá en un exceso de confianza o quizá poniéndome a prueba de manera deliberada, decidió vaciar mis huevos con su boca antes de abandonarme allí y, recién descargado como estaba, muerto de frío y humillado más allá de lo asumible en aquel arcén, decidí usar mi móvil no para llamar a un taxi, sino para llamarla a ella y exigirle que diese la vuelta y me trajese mi coche. Laura no tardó ni cinco minutos en presentarse allí, pero me haría pagar cara mi afrenta.

Laura me bloqueó en su móvil y en sus redes sociales, ni tan siquiera me permitió explicarme. Yo intenté contactar con ella por todos los medios: desde otros teléfonos, mediante perfiles falsos en redes sociales... pero de nada servía, pues en cuanto le decía que era yo volvía a bloquearme al instante. Finalmente, obsesionado como estaba y tras semanas de agonía interna, acabé por escribirle una carta y enviársela por correo postal. En ella me humillaba al extremo ante Laura, a quien, en pocas palabras, hacía ver cuán dueña de mí era y cómo de desesperado me hallaba. Por último, la invitaba a ponerme cualquier prueba, la que ella quisiese -y tened por seguro que habría hecho lo que fuese por recuperar a Laura- con tal de volver a ganarme su gracia.

Dos semanas después de la carta, cuando yo planeaba ya nuevas estrategias desesperadas para rogar mi perdón, recibí un whatsapp de Laura. En el texto me decía que había accedido a hacerme una prueba, más bien una serie de pruebas, y que solo debía aceptar en caso de estar dispuesto a cualquier cosa. Evidentemente, acepté; acepté a sabiendas de que lo que me esperaba sería el cielo, pero sin duda también el infierno; a sabiendas de que Laura no tendría piedad.

Nos vimos nuevamente en Madrid, en el mismo hotel prohibitivo de nuestra primera cita. Laura estaba increíble: llevaba una blusa blanca entallada, con los tres primeros botones desabrochados, mostrando gran parte del volumen de sus enormes tetazas, sin sujetador; su pelo negro caía por encima de sus hombros y a lo largo de su espalda; sus labios estaban pintados de un rojo fuerte pero elegante; y sus caderas se hallaban embutidas en una falda negra, muy estrecha.

-Estás espectacular, Laura, permíteme decírtelo.

-Lo sé, en el tren el hombre que se sentaba enfrente no me ha quitado ojo del escote, pese a viajar con una señora, imagino que su esposa, que me atravesaba con su mirada.

-Aquel hombre se debió llevar un buen calentón.

-Supongo que sí, nene. La Laura va empalmando pollas a su paso, ya lo sabes -y mientras decía esto, empezó a sobar mi paquete por encima del pantalón. Laura se mostraba más amable conmigo de lo normal, tal vez ella también me hubiese echado de menos, pensé, iluso de mí.

-Joder, Laura... no sabes lo que extrañaba esto...

-Shhhh, pichita, no te pongas ñoño. La Laura te va a poner a prueba en breve y entonces empezarás a arrepentirte, ya lo verás -rió, traviesa.

-No, Laura, no creo que me arrepienta. Sabes que mi polla es tuya. Vengo dispuesto a que ejerzas todo tu poder sobre ella; no podría soportar perderte de nuevo.

-Ya está bien de charla -dijo, parando de masajearme y dejando tras de sí una buena erección-, quítate la ropa -Obedecí, me quedé solo con el boxer-. Oh, vaya -continuó-, veo que ya estás bien empalmado. Si te la llego a tocar un poco más seguro que ya te hubieses corrido. No recordaba lo, ejem, "rápido" que eras. De lo que sí me acordaba es de lo que pequeña que la tienes, y hoy, para constatarlo, vamos a medirla.

-De acuerdo, Laura. Como te plazca -dije, sumiso.

-Ve a mi bolso, a cuatro patas, perro, y trae con la boca la cinta métrica que encontrarás en él.

Obedecí y volví con el metro, el cual dejé a sus pies.

-No pretenderás que me agache a recogerlo, ¿no, perro picha corta?

-Perdón -me apresuré a disculparme-, aquí tienes -se lo puse en el regazo.

-Bien. Ahora quiero que te pongas de pie, te bajes el bóxer, te lo cuelgues en la punta de la polla y desfiles con él -obedecí de inmediato-. Eso es, muy bien, nene, eso es, pasea tú bandera -se reía-. Pasea con esa banderita cutre, desfila con ese pequeño mástil que ahora vamos a medir.

Recorrí un par de veces la suite, hasta que con un gesto Laura me invitó a acercarme a ella. Retiró el bóxer de mi capullo, escupió en mi polla y la recorrió un par de veces con su mano, de arriba abajo. Yo me puse como loco, si ya hace un minuto tenía la polla a rebentar, ahora parecía estar a punto de explotar literalmente, pues no en vano había estado una semana sin tocarme a la espera del encuentro con Laura.

-Muy bien, nene; ahora tenemos esa pichita al máximo. Con suerte llegaremos a los 13 centímetros -y diciendo esto extendió la cinta métrica sobre mi miebro y la midió, de rodillas, ofreciéndome una generosa vista de su escote.

-Yo creo que sí llega, ¿no?

-A ver, a ver... mmmm, pues parece que estás en 11 y medio.

-Yo creo que... -me parecía que Laura no medía hasta la base, escamoteándome algún centímetro.

-¡Tú no crees nada, picha corta! Tienes ahí una mierda de pichita cutre de 11 centímetros. Una polla de niño de doce años. Solo jodería que tuviese que escuchar tus quejas.

-Perdón, no quería...

-No quería, no quería... -me imitó, a modo de burla-. Una pichita de once, y el muy imbécil me decía que estaba en la media. ¡Once putos centímetros, nene! ¡Joder, eres un auténtico picha corta!

De nada serviría protestar, por lo que concedí:

-Sí, lo soy. Soy un picha corta que no está a la altura de tus tetas.

-¿De mis tetas?

-De tus tetazas, Laura.

-¿Cuánto tiene de tetas la Laura, nene?

-Una 110.

-¿Y tú, cuánto tienes tú de pollita, nene?

-Once centímetros.

-Muy bien, ahora que está todo claro empezaré con las pruebas. Serán tres, y recuerda, un solo titubeo, no hablemos ya de una negativa, y te despides definitivamente de las tetas de la Laura. Espero que estos dos meses te hayan hecho recapacitar.

-Así ha sido, Laura. No te decepcionaré.

-¿Has tenido la semana de abstención que acordamos?

-Así es, hace ocho días que no vacío mis huevos.

Laura puso su mano derecha bajo mis pelotas, sosteniéndolas levemente, como queriendo consignar su peso.

-Pues sí, parecen bien cargados. Con tanta leche hasta parecen unos cojones de verdad, mira cómo te cuelgan, nene. En fin, empecemos.

Laura se alejó en dirección al armario, donde guardaba su maleta. La abrió y no tardó en sacar de ella un pequeño rollo de cinta adhesiva. Volvió, se arrodilló ante mi polla, extendió un pequeño pedazo de cinta adhesiva y lo cortó con los dientes. Acto seguido cubrió con ese pedazo de tira el orificio de mi polla. Yo no sabía qué pretendía, pero además de excitado estaba un tanto asustado.

-Bien. Ahora te voy a pajear. Si te corres, toda esa leche acumulada en tus pelotas no tendrá por donde salir al exterior; la sensación no creo que sea muy agradable, por lo que te recomiendo aguantar. Aunque, claro, me olvidaba de lo precoz que eres, pichita -rió-. Te la voy a pelar solo con la mano y sin mostrarte las tetas, pues hay que darte alguna oportunidad. Lo haré veinte veces...

-¡Veinte! -se me escapó.

-Serán veinticinco, por hablar, picha cutre. Te pajearé veinticinco veces. Subiré y bajaré veinticinco veces por esa pollita de once centímetros. Si te corres, creo que lo pasarás mal.

Y empezó. Lo primero que hizo fue escupirme de nuevo en la polla. De un solo salivazo cubrió todo mi glande, y acto seguido empezó a pelármela. Me la peló hasta el fondo una y otra vez. Subiendo con calma hasta la punta de mi capullo, permitiendo que su mano derecha resbalase dejando un rastro de saliva en dirección a la cabeza de mi polla, mientras con la izquierda sujetaba mis cojones; después bajaba con decisión hasta la base, pelando mi polla al completo.

-¿Te gusta cómo te la pela la Laura, pichita? La puta de la Laura te la está pelando como si fuese un plátano, solo que no se lo piensa comer -se mofó.

-Sí ohhh, ufff, joder, Laura... -yo hacía esfuerzos descomunales por no sucumbir al placer, pues sabía lo que me esperaba si bajaba la guardia-, me  ooooohhf, me encanta cómo me la pelaas aaah, ¡joder...!

Y así siguió, pajeándome mientras contaba en voz alta, hasta llegar a la bajada número veinte. En ese momento, mi vista estaba ya nublada, me temblaban las piernas y sentía un hormigueo en toda la polla. Era un misterio cómo había logrado aguantar hasta entonces. Ella hizo una pausa y dijo:

-Si hubieses sido un buen chico, ahora habrías conseguido tu objetivo. Pero por culpa de tu bocaza, pollita, ahora todavía te quedan cinco meneos de polla de la Laura.

Dicho aquello, volvió a escupirme en el capullo, se ajustó las tetas en el escote, y reanudó las maniobras. Cuando solo quedaban tres bajadas, al ver que yo aguantaba, empezó a mostrarse frustrada y puso toda la carne en el asador.

-Bueno, cabrón, ya has aguantado bastante. Ahora te vas a correr. La Laura es muy poderosa, ¿no es cierto?

-Lo es -respondí como buenamente pude.

-¿Y qué poder tiene la Laura?

-El de sus tetas.

-El de sus...

-El de sus tetazas, el de sus tetazas -me la peló de improviso- oooooooooooh, joderrrrrrrrrrrrr

-No te calles, cabrón.

-El de sus tetazas, su 110 de tetas de Diosa -dije de carrerilla, justo antes de que ella me la pelase de nuevo con decisión- UOOOOAAAAAAAAAH, Lauraaaaaa, ¡¡¡joderrrrr!!!

-¡Vamos, cabrón! -dijo, llena de rabia, consciente de que solo le quedaba un intento-, ¡dale tu leche a la Laura de una puta vez!

Me la peló de nuevo, hasta la base, enterita. Sentí que me iba, que explotaba, que me desmayaba... No sé cuántas sesaciones distintas se agolparon a lo largo de cada terminación nerviosa de mi miembro.

Pero aguanté. Aguanté aquellas veinticinco veces que Laura había fijado como límite. En ese momento, me arrancó de un tirón la cinta adhesiva de la punta de mi capullo, y un leve rastro de líquido preseminal, ya bastante blanquecino, fluyó al exterior. Laura estaba roja de ira, aunque intentaba disimularlo.

-No te has corrido, picha corta -dijo, ya, por supuesto, sin tocarme más la polla-, no te has corrido porque a la Laura no le ha dado la gana.

-Lo sé -dije, apresurándome a apaciguarla.

-¡Claro que lo sabes, picha cutre! Y de todos modos, en fin, te ha faltado nada solo con tocarte la pollita veinticinco veces. Joder, nene, que no han sido ni dos minutos. ¿Eres o no eres una pena de tío?

-Lo soy, por supuesto que lo soy. No estoy a la altura.

-En todo caso, prueba superada -dijo, recuperando una leve sonrisa-. Vamos con la segunda, te explico -se aclaró la voz con un breve carraspeo-: supongo que estás tan a punto, con esos huevos cargados de ocho días, que enseguida empezarán a dolerte las pelotas. Así que lo que haremos será vaciarlas.

-Uf, gracias, Laura -me llené de regocijo al instante.

-No te alegres antes de tiempo, pollita de once centímetros. La Laura va a ordeñarte, pero va a hacerlo en un lugar público. Sí, no pongas esa cara, nene, al fin y al cabo lo importante es que podrás vaciar tus huevos, ¿no? Venga, vístete rápido, que nos vamos.

-De acuerdo -dije, agachándome a recoger mi ropa.

Ya en la calle, caminamos hacia la primera boca de metro. Eran casi las once de la noche, pero todavía había mucha gente por las calles, y también en el subterráneo. Siguiendo las indicaciones de Laura, entramos en un vagón bastante concurrido. Los asientos no estaban todos ocupados, pero había también bastante gente de pie. Desde luego no era la hora punta, pero teníamos público de sobras. Las tetas de Laura, embutidas en aquella blusa escotada y sin sujetador, sobre la cual llevaba solo una gabardina que no había cerrado del todo, no pasaban desapercibidas entre los demás pasajeros. Cuando nos sentamos en dos asientos contiguos y Laura se quitó la gabardina, terminó de acaparar las pocas miradas masculinas que se le habían resistido. Como al despiste, dejó su gabardina sobre mis piernas, y con cierto disimulo metió su mano en mis pantalones y empezó a bajarme la bragueta.

Yo estaba muy nervioso. Nos estaba mirando todo el mundo: desde un negro enorme con cara de vicioso hasta una pobre anciana a punto de escandalizarse. Todo el vagón percibía que había algún juego sexual en marcha, y aquello debió confirmarse para todos ellos cuando Laura empezó a pelármela suave pero rítmicamente bajo la gabardina. La pajeaba lenta, muy lentamente. Entre tanto, la muy zorra me hablaba como si tal cosa de cuestiones triviales. Yo, incapaz de disimular tanto como hubiese querido, sentía a la vez una excitación bestial y, por otro lado, una vergüenza terrible.

-Avísame cuando vayas a correrte, nene -me susurró entre dientes.

Apenas medio minuto después le di la alarma:

-Laura -dije, como si hablase de cualquier cosa-, me temo que ya no aguantaré más...

-Solo un poquito -me pidió.

Hice un último esfuerzo, aguantando como pude dos nuevas bajadas de la mano de Laura hasta la base de mi polla. Por fortuna, me la pelaba suavemente, lo que facilitaba mi aguante. Pero llegado a este punto un solo roce más haría que explotase.

-Laura, joderrrr, no, uhmm, no te enfades, ohh, pero, joder, pero me voy a correr...

-¡Esta es mi parada!

Dijo aquello de manera súbita y en voz muy alta, acaparando todas las miradas del vagón, a la par que soltaba mi polla y se ponía en pie cogiendo su gabardina. Al hacerlo, obviamente, yo quedé sentado y con la polla completamente erecta, asomando por entre mi bragueta y sin gabardina que la ocultase de todas aquellas miradas. Algunas personas reaccionaron entre risas, como un par de muchachos que intentaron sacar sus móviles para inmortalizar aquello mientras yo pugnaba por devolver aquel miembro a punto de explotar al interior de mis pantalones; otros miraron para otro lado; por último, algunos me increparon. Bajé como pude del vagón, con la polla todavía a medio meter, siguiendo a Laura, quien ya había descendido al andén y se alejaba.

Logré seguirla hasta los baños, a donde ella se había dirigido. Allí la encontré pajeándose por dentro de la falda, apoyada contra una pared y con cara de éxtasis. Me indicó que la siguiese, y entramos en un baño privado, cerramos la puerta y me ordenó:

-Túmbate en el suelo, y ni una protesta -estaba visiblemente excitada.

Obedecí y, como pude, pues no había demasiado espacio, me tumbé con las piernas encogidas. Aquello me daba cierto asco, pues era el suelo de un baño público, pero estaba sumamente cachondo y no pensé mucho más en aquello. Entonces Laura se subió como pudo aquella falda ceñida, se apartó el tanga y se sentó sobre mi rostro. Me agarró del cabello con fuerza y, sentada sobre mi cara, se folló literalmente mi boca inmóvil y prisionera. No tardó ni dos minutos en correrse entre gemidos que apenas lograba ahogar.

-Muy bien, perro asqueroso -dijo, recobrando aliento y arreglándose la ropa-. Has pasado la segunda prueba. Ya tienes claro quién manda y estás cerca del premio final.

Yo me sentía sumamente humillado, y a la vez excitado como nunca. La muy puta ni me había tocado la polla, con lo que tenía los huevos cada vez más cargados tras los últimos acontecimientos.

-No te preocupes -me dijo, al ver que me rascaba incómodo la entrepierna por encima del pantalón-, en breve los vaciaremos y no te molestarán más.

-Eso espero, Laura. Uf, esto está siendo un suplicio para mis pelotas.

-Tranquilo, pichita. Ahora te vamos a aliviar.

Volvimos al hotel en taxi. Durante el viaje me sobó algo la polla de manera descarada; era evidente que quería excitar al taxista, un hombre calvo y gordo, de unos sesenta años que probablemente se mataría un mes a pajas después de tener las tetas de Laura en su taxi. Ya en el hotel, Laura me recordó que quedaba la última prueba, y que no quería errores por mi parte.

-De esto depende todo. Es fundamental que, pase lo que pase, no dudes. Si no puedo ser tu dueña absoluta, no querré verte más.

Le garanticé que no le fallaría y, siguiendo sus órdenes, me desvestí apresuradamente. Mi polla apuntaba firme hacia ella, casi en vertical. Fue a la maleta de nuevo, rebuscó en ella y volvió con unas esposas. Me las puso, esposando mis muñecas a mi espalda y pasándolas, a su vez, por detrás del cabezal de la cama. De este modo, yo quedaba sentado al borde de la cama, justo junto al extremo de la almohada, totalmente desnudo y expuesto, atornillado a aquel cabezal de bronce que debía pesar un quintal.

Laura se desabotonó de golpe la blusa, de hecho, uno de los botones saltó de su costura en aquel salvaje movimiento; dejó sus tetas al aire ante mí y, arrodillada junto a mi miembro, pasó sus enormes berzas por sobre mi polla, acariciándola con ellas de un lado a otro durante un minuto. No me pajeaba con ellas, no me regalaba su cubana; no, únicamente acariciaba mi polla, la cual sobra decir cómo estaba. Tras ese leve jugueteo me dijo:

-Y aquí viene la prueba definitiva. Todo depende de esto, recuérdalo, nene.

-No te voy a fallar, insistí.

Laura volvió a la famosa maleta y regresó con un gran cuchillo, que colocó bajo mis cargadas pelotas, las cuales colgaban al borde de la cama. Separó mi miebro erecto, sosteniéndolo con su mano izquierda, y jugueteó con la hoja del cuchillo sobre mis huevos.

-¿De quién es esta pollita? -Me preguntó.

-Tuya -respondí, con una mezcla de pánico y excitación brutal.

-¿De quién?

-De la Laura.

-¿Y eso, por qué?

-Porque la Laura -empezó a pajearme lentamente, casi que en una caricia-, mmmm ooooh, joder...

-¡Por qué!

-Porque mmm ahh, joder, porque ufff, porque la Laura es mucha Laura, ohhhhhhhhhhhhh -me la peló a fondo la muy puta- y tiene una 110 de tetas...

-Sigue, cabrón.

-Y es muy poderosaaa, ugffff, joderrrrrrrrrrrr. Es muy poderosa, por eso, por el poder de mmmmmm joderrrr, por el poder de sus ohhh de sus tetas esta polla es... ahhhmmm es suya.

Dejó de pajearme un instante.

-¿Y estas pelotas? ¿Estos cojones tan cargados, de quién son?

-Tuyos, Laura.

-¿Y no crees que debería -jugueteó con la hoja del cuchillo sobre mis huevos nuevamente, yo no podía apartar mi mirada de sus hipnóticas tetazas-, no debería quedármelas como trofeo?

-Ehmm -dudé.

-Repito -y me la peló a fondo, de la cabeza a la base volviéndome loco la muy zorra-, repito: ¿no debería, ya que son mías, quedarme con este par de pelotas de recuerdo?

-Sí, Laura.

-Ofrécemelas -me pajeó otra vez, ahora más suave, mientras colocaba de nuevo el cuchillo detrás de mis cojones.

-Oh, Laura, te ofrezco humildemente mmmm joder ugfff, te ofrezco estas pelotas que son... que ahh, que son tuyas -seguía acariciando mi polla-. Acepta esta humilde ofrenda, pues ooohhhhhh -¡cómo la pelaba, Dios mío!-, pues sin duda no están a la altura de tus enormes tetas.

-Está bien, pero antes quiero hacerte yo a ti un último regalo.

Entonces escupió en mi miembro y, como tanto me enloquecía, la peló de arriba a la base, haciéndome explotar. Empecé a correrme como un animal, mientras me la pelaba a fondo a un ritmo lento y constante, como si quisiera vaciar mis huevos a intervalos de descomunales chorros que iban a parar a su rostro y a sus tetas. No me la machacó como otras veces para aliviarme rápido, sino que prolongó mi corrida, mi brutal orgasmo jamás así sentido, durante unos gloriosos y extáticos instantes de interminable placer.

Cuando la lefa dejó de manar de mi polla, y en un rápido movimiento de muñeca, cercenó mis cojones con aquel enorme cuchillo. Mis huevos cayeron a la moqueta de aquel lujoso hotel que yo mismo había pagado.

-Has superado la prueba -me dijo, todavía arrodillada ante mí, que continuaba esposado al cabezal y roto de dolor y confusión-, la has superado con creces. Espero que recuerdes toda la vida cómo fue la última vez que una mujer te vació las pelotas. Espero que la última corrida de tu vida, tu último empalme, la última vez que te has sentido hombre, haya sido de tu agrado.

A continuación, tomó su móvil y llamó a una ambulancia. Después se marchó y nunca más he vuelto a verla.

FIN.

Espero vuestros comentarios y vuestros votos. Apoyad el relato con puntuaciones excelentes si os ha puesto cachondos.

Gracias por leerme.