Laura, la de las tetas gordas (III)
Segunda cita con la tetona que me tiene en su poder. Recomiendo leer los anteriores. Ella manda.
Tras salvar mi empleo como pude -le inventé a mi jefe que mis amigos me habían cogido el móvil de fiesta, lo cual si bien no lo dejó satisfecho, sirvió para que me diese otra oportunidad- e intentar volver a quedar en multitud de ocasiones con ella, al fin Laura accedió a ello. Después de aquella noche de hotel, yo empecé a obsesionarme más y más con ella. Me la cascaba todos los días tres o cuatro veces con sus fotos, mientras recordaba su mano en mi polla, mi rabo entre sus tetas, su boca succionando mi miembro. De ningún modo estaba dispuesto a perder el contacto con ella, pero tenía que hilar fino si no quería perder su atención. Como dije al principio, vivíamos en dos ciudades distintas -de ahí que quedásemos en la capital para aquella primera cita-, pero eso no impedía a Laura ejercer su poder a diario sobre mí. Pequeñas humillaciones me recordaban, día a día, que yo seguía en su poder: que cada vez era más suyo.
Para empezar, Laura estipuló unas normas. La primera de ellas era que yo, bajo ningún concepto, podría volver a usar calzoncillos. "Tu bóxer está en mi poder, y mientras yo no te dé otro, debes acostumbrarte a vestir a pelo bajo el pantalón. Cualquier día y en cualquier momento puedo hacerte una videollamada al móvil y exigirte que me lo demuestres, y basta que falles una sola vez, o que no quieras demostrarlo, para que me pierdas para siempre". Tras decirme esto, como podéis imaginar, yo no podía correr semejante riesgo por ponerme unos calzoncillos, con lo que cada día iba a pelo a trabajar y a cualquier otra parte. Esto, en sí, no resultaba un problema; pero en los primeros días era un tanto humillante, pues cada vez que iba, por inercia, a ponerme mis bóxers, recordaba que no tenía derecho a ellos. "Los calzoncillos están para sujetarle el paquete a los hombres de verdad, tú con esa pollita no los necesitas", me había dicho Laura. Otra de esas humillaciones diarias consistía en tener que hacerme las pajas con condón. "A ver, pajillero, a partir de ahora se ha acabado lo de pajearte a pelo. Tu polla es mía, yo soy su dueña, y soy la única que puede tocarla para darle placer. Ni siquiera tú mismo puedes". Para comprobarlo, aunque esto no era 100% demostrable, Laura me exigía que cada día le mandase tres vídeos diferentes corriéndome en un condón, en los cuales se viese la hora y se comprobase claramente que no eran la misma corrida (correrme en diferentes lugares de la casa, trabajo, etc.). Verdaderamente ella no podía evitar que yo me hiciese una cuarta paja, o que me pusiese el condón solo para correrme, pero con ese ritmo de pajas me tenía bastante atado. Además, yo estaba ya tan obsesionado que realmente temía correr el riesgo de incumplir la norma y que de algún modo ella lograse saberlo. La tercera humillación diaria consistía en el modo de tener que dirigirme a ella por whatsapp y demás. La Laura dulce y de buena conversación había desaparecido definitivamente, y ya solo la ama severa se comunicaba conmigo. En cada conversación de móvil me humillaba, y yo mismo también lo hacía, pues no había otra manera de captar su atención.
Tras unas cuantas semanas viviendo de esta manera, al fin me dio la oportunidad de volver a vernos. Esta vez sería en su casa, donde yo iría pasar un fin de semana. Su compañera de piso no estaba, y era una oportunidad perfecta, me dijo, para volver a vernos. Cuando llegué a su ciudad -esta vez fui en mi coche- ya lo hice con la polla bien dura, pues nada más salir de la autopista estuve obligado a llamarla para recibir órdenes. Laura tenía el don de obligarlo a uno a hacer cosas que jamás haría, pero que por otra parte no eran, al menos por el momento, tan graves como para plantearse siquiera no obedecer. Así, por ejemplo, es probable que yo no hubiese llamado a mi jefe para insultarlo, pero un mensaje en el cual solo hay que darle a enviar en un momento de suma excitación era otra cosa. Desde luego, Laura sabía lo que hacía. Total, que cuando la llamé, además de darme instrucciones de cómo llegar a su piso, dónde aparcar y demás, me puso deberes. Yo debía bajarme los pantalones hasta las rodillas y conducir así por la ciudad hasta su casa. Hicimos una videollamada, colocando el móvil de manera que ella pudiese verme y hablarme mientras yo conducía, y una vez que tuve la polla al aire -recordemos que no me está permitido usar calzoncillos- empezó a zorrearme y ponérmela bien dura, para ponerme al fin a prueba obligándome a parar el coche junto a alguien y preguntarle por dónde se iba a cualquier sitio. Decidí preguntar a un hombre, rezando porque no se percatase de cómo iba yo dentro del coche, pues temía que si lo hacía con una mujer pudiese acabar con una denuncia. Total, que me acerqué a un señor que iba por la acera, baje la ventanilla y le pregunté cómo llegar a la Plaza Mayor. El hombre me vio con la polla al aire, me insultó y yo arranqué de nuevo entre las risas de Laura al otro lado del teléfono. "Muy bien, nene, así me gusta, que seas obediente. Ya es mala suerte que con lo enana que la tienes ese hombre la haya visto". Laura se reía a carcajadas, como de una travsura muy divertida e inocente.
Minutos más tarde llegué a la zona donde ella vivía, me subí los pantalones -previo permiso de Laura, claro-, aparqué el coche y bajé hasta su portal. Me abrió y subí al piso, un coqueto apartamento de cuatro habitaciones que compartía con su amiga, ausente ese fin de semana. Lo primero que hizo Laura fue llevarme a su cuarto, abrir uno de los armarios y enseñarme la famosa colección de calzoncillos. Allí, en sucesivos cajones, había infinidad de prendas interiores masculinas: bóxers, calzoncillos largos, fardahuevos e incluso algún tanga masculino. Según me dijo, el cajón de arriba era el de los hombres más dotados, en el que guardaba calzoncillos que habían albergado paquetes "de verdad, no como el tuyo", me aclaró. Agarró un calzoncillo estrecho de buena marca, uno de esos que marcan paquete al máximo, y lo desdobló.
-Mira, nene -empezó-. Este, por ejemplo, era de uno de los hombres más dotados con quien he estado. Tenía un rabo alucinante, bien gordo; y unas pelotas descomunales. Era un macho como Dios manda, y como tal lo traté. Le hice una cubana inolvidable, meneándosela entre mis dos tetas. La polla del cabrón asomaba, ¡vaya si asomaba!, asomaba la cabeza entera y podía ir comiéndome la punta. Después me lo follé. A un picha corta como tú tendría que montarlo yo para enterarme de algo, pero este machirulo me empotró bien empotrada y me folló como un caballo montando a su yegua. Se corrió en mi cara, algo que evidentemente tú nunca podrás hacer; y para finalizar, cuando ya lo tenía bien cansado y se había corrido un par de veces, se la estuve comiendo arrodillada durante casi media hora. Pocas veces he disfrutado tanto mamándosela a un hombre.
Yo me había empalmado como una mula solo de oír su relato. Al terminar, me puso el calzoncillo en las manos y pude comprobar cuán descomunal debió ser el miembro de ese hombre, pues la zona delantera estaba totalmente estirada y deformada. Sentí vergüenza de no tener más que una polla normalucha, o incluso pequeña, ya no lo sé; una polla que realmente no hacía justicia a lo que una mujer como Laura merecía.
-Ahora quiero que te desnudes, nene -me dijo.
-De acuerdo -así lo hice, en un santiamén pues estaba loco de deseo.
-¡Vaya! Pero si el picha corta se ha empalmado oyendo la historia de un hombre de verdad -rió-. ¿O ha sido gracias al paisaje? -Laura llevaba, en su línea, un escote que desafiaba las leyes de la lógica. Sus dos tetazas parecían escaparse a cada instante de él, pero aquello nunca ocurría. Además, debía llevar algún tipo de sujetador pushup, pues las tenía bien subidas -más aún que de costumbre-, como dos enormes balones de baloncesto.
-Ahora quiero -continuó- que te pongas esos calzoncillos, a ver si logras llenar algo.
Tragué saliva y obedecí. Verdaderamente eran unos calzoncillos apretados, ideales para marcar paquete, pero estaban tan deformados en la parte delantera por aquel miembro que fue su dueño, que mi polla, pese a lo dura que estaba, se encontraba allí con cierta holgura. No voy a negar que me sentía profundamente humillado y poco hombre con esos calzoncillos puestos.
-Bueno, lo que me temía. Eres una pena de hombre. Hombre por decir algo... no eres capaz ni de llenar unos calzoncillos bien estrechos.
-Bueno, Laura... yo... en fin, soy consciente de que no estoy a la altura, pero ten en cuenta que estos calzoncillos estaban un poco deformados... de estar nuevos seguramente sí me marcarían más.
-Eres patético. Aún tienes algo más que decir. Debería darte vergüenza plantarte aquí, en casa de la Laura, con esa mierda de paquete que no llena unos malditos calzoncillos estrechos. Joder, y todavía tienes excusas que poner...
-Tienes razón -en ese momento temía que me echase a la calle y olvidarme de ella para siempre, algo que no me creía capaz de soportar-, no tengo excusa. Mi polla no es nada comparada con la del dueño de estos calzoncillos. Créeme cuando te digo que estoy avergonzado por ello.
-En fin. A partir de ahora usarás a diario estos calzoncillos, para recordar lo cutre y pequeña que la tienes. Lávalos a manos y sécalos con el secador si hace falta, pero llévalos cada día y bien limpitos.
-Por supuesto, Laura. Sabes que siempre cumplo todas tus órdenes.
-¿Y por qué lo haces? Venga, quiero oírlo.
-Porque tus dos tetazas tienen ese poder. Por culpa de ser un pajillero de mierda estoy a tu merced.
-Muy bien, eso es. Ahora vamos a jugar un rato. En primer lugar, quiero que cruces tus manos por detrás de tu espalda. Si en algún momento las descruzas, adios. Hazte a la idea de que estás esposado.
-De acuerdo.
-En segundo lugar, hoy si quieres tocar mis tetas con esa pollita vas a tener que ganártelo. Te voy a hacer un pajote, te la voy a pelar como nunca te lo han hecho, y voy a poner el cronómetro del móvil. Si logras aguantar sin correrte cinco minutos, te ganas la cubana. En caso contrario, hoy te quedas sin ella. ¿Todo claro?
Asentí. Tragué saliva nuevamente y me dispuse a intentar lograr aquello. No podría disfrutar de la paja lo que me gustaría, pues quería como fuese volver a catar esas tetas. Iba a disfrutar y sufrir a partes iguales durante esa paja. Laura puso en marcha el cronómetro, y como queriendo demostrar lo sobrada que estaba y lo poderosa que era, no tuvo apuro alguno en empezar a trabajar mi rabo. Con parsimonia, se arrodilló ante mí. Mordió con los dientes la goma elástica de los calzoncillos, y poco a poco los bajó con la boca hasta mis tobillos. Mi polla saltó hacia adelante en un espasmo, libre. Yo, con las manos detrás de la espalda, miraba de reojo el cronómetro con ansiedad. Iban apenas 25 segundos, no me había tocado aún la polla y yo ya estaba a punto. Aclararé, en honor a la poca hombría que me queda, que antes de Laura yo tardaba un tiempo como mínimo aceptable en correrme con las mujeres. Era, definitivamente, el poder de sus tetas y de toda ella lo que hacía de mí un triste esclavo del placer. Un instante después, empezó a pelármela. Lo hizo con su estilo habitual: las tres o cuatro primeras veces que Laura te la menea, te la pela hasta el fondo. La sensación es indescriptible. Por un lado sientes miedo, como si te fuese a descapullar de por vida; y por otro notas un placer inmenso recorrer todo tu miembro.
-Bueno, nene, ánimo, que ya llevas casi un minutito -se burló.- No pierdas de vista estas dos -se las sujetó a dos manos-, pues son tu premio si consigues el reto.
-Joder, sí, ohgg, Laura... uhhhg, pero si las miro todo el rato -me la peló hasta el fondo de nuevo- aahhhgggmmm, joder, Dios mío, si las miro todo el tiempo, oooohhh, no aguantaré el tiempo ni ahh ni en sueños.
-No te engañes, nene. No vas a aguantar. La Laura tiene una 110 de tetas y hace contigo lo que quiere.
-Uhh, sí, joder, lo sé, Laura... oohhh, pero tengo ahhgm, tengo que inten oohhh intentarlo -vi de reojo que pasaba del minuto y medio.
-El problema, pichita de mierda, es que si la Laura te pone esta vocecita de zorra -moduló su dulce voz para calentarme más todavía-, tú no das aguantado sin correrte.
-Joder...
-Pero míralo por el lado bueno, va a ser la primera vez que te corras conmigo sin necesidad de permiso -rió-.
Iban dos minutos y quince segundos, y yo estaba completamente a rebentar. Intentaba no oírla, no mirarla, pensar en otras cosas... pero era inútil. Cada vez que sentía cómo su mano bajaba hasta el final de mi polla, sentía que todo era inútil, abría los ojos y me deleitaba con la visión que su generosísimo escote me ofrecía. Tenía, una vez más, de rodillas a la mujer con las mejores tetas que había visto, y eso, unido al placer que me daba, era demasiado para mí y para mi polla.
-Vamos, nene, ¿no le vas a dar tu lechita a la zorra de la Laura?
-Uhhhgg, joder, tengo... ahhh, tengo que... uhh
-Tienes que aguantar, sí, lo sé... pero mira qué tetazas. Van ya tres minutos, y te estás portando como un campeón. Pareces casi un hombre -se carcajeó de nuevo-, así que ahora voy a emplear todo mi poder y te correrás, lo quieras o no.
Tras decir esto, Laura se agarró las tetas a dos manos y, a la vez, le dio un lenguetazo a mi rabo, de abajo arriba.
-Ohhhhhhhhh, joderrrrrrrrrr, ohmmggg
Le dio dos lametazos más, lamiendo con fruición. Sentí que me iba, que me corría, que era ya inevitable. Entonces la tomó de nuevo con la mano y la peló enterita.
-Uno... -dijo.
-Ohhhhhhhhhhhh
La peló de nuevo desde arriba hasta el final.
-Dos...
-Joderrrrrrrrrrrrrrrrrrr, Laura, joderrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
Soltó mi polla, que iba a explotar, y me miró a los ojos, desde abajo. Yo, obviamente, seguía con las manos a la espalda. Mi polla necesitaba explotar, y para ello necesitaba un único contacto más, pero lo necesitaba. Y ella, la Laura, únicamente me miraba con cara de zorra, poniendo morritos.
-Y... -la tocó suavemente- ¡tres!
-OOOOOHHHHHHHHHHHHHHHH
Exploté, literalmente, a ese contacto. Después empezó a machacármela para ayudarme a que toda la leche saliese de mis pelotas. Mi esperma caía en chorros, a lo bestia, sobre su escote. Cuando mi polla dejó de soltar leche, me la peló un par de veces más. Un escalofrío intenso recorría mi polla a cada vez: sentía que mis piernas iban a ceder. Lamió mi miembro, apretó la cabeza de mi polla y limpió hasta su última gota. Fue una corrida épica, no en vano yo llevaba tres días sin pajearme por prescripción de Laura para llegar a tono a nuestro encuentro. Me había avisado que, en base a la cantidad de semen, notaría si había cumplido mi parte. Evidentemente, quedó claro que había guardado la dieta. Cuando recuperé el uso de mis facultades mentales, mientras ella se ponía en pie, intenté ver el cronómetro.
-Nada, nene -me dijo, guiñandome un ojo y encaminándose hacia el baño-, te ha faltado un minuto entero.
Hoy no cataría sus tetas.