Laura Garmendi: Femdom

Laura Garmendi narra el proceso que la llevó a descubrir el mundo de la dominación femenina o femdom. Tras las dudas iniciales, va descubriendo un nuevo mundo de sensaciones y experiencias muy excitantes. Paralelamente, reflexiona sobre esa forma alternativa de vivir la sexualidad y las razones que pueden explicar los deseos de dominación y sumisión.

Laura Garmendi

FEMDOM

capÍtulo 1

Hace ya dos años que mi esposo me contó cuáles eran sus fantasías con una mujer. De hecho, fue durante un juego de sinceridad que practicamos una tarde de domingo en la que estábamos aburridos y se nos ocurrió buscar en Internet juegos de entretenimiento. Nos topamos con uno que nos pareció interesante e inquietante al mismo tiempo. Medio en broma, medio en serio, nos pusimos a ello. Las instrucciones eran sencillas: se trataba de coger quince tarjetas a modo de cartas y escribir en ellas el tema sobre el

que quien la eligiera debía contar algún secreto desconocido por su pareja. Todos los temas eran peliagudos: mentiras que habías dicho alguna vez, incumplimientos o escaqueo en el trabajo, fantasías sexuales, engaños a tu pareja, consumo de drogas anterior, descripción de la primera experiencia sexual, manías neuróticas que nadie conociera, supersticiones personales, dudas religiosas, sentimientos racistas escondidos, deseos agresivos o vengativos contra alguna persona, y algunos otros que no recuerdo.

Una vez escritas las tarjetas se debían barajar y, vueltas del revés sobre la mesa, por turno, se elegía una y se procedía a contar el secreto. Si conseguías sorprender a tu pareja y te creía, lo cual era un poco subjetivo, te apuntabas dos puntos. Si solo le parecía interesante, pero mentira, un punto. Y si no conseguías contar nada al respecto, cero puntos.

Aburridos como estábamos, no nos pareció mala idea intentarlo. Fui a coger de mi escritorio quince tarjetas de visita y mi marido escribió con buena letra en el dorso todos los temas propuestos. A mí me pareció que se estaba poniendo algo tenso, pero quizás en realidad era simple desgano o mal humor por el tedio de aquella tarde de domingo.

Total, que empezamos a jugar; por mi parte, sin demasiado entusiasmo. Él sacó una moneda y lo echamos a cara o cruz. Me tocó a mí la primera. La tarjeta elegida era “Deseos agresivos o vengativos contra alguna persona”. Después de pensarlo un rato, me animé a contar mi primer secreto:

—De pequeña —empecé a decir—, llegué a sentir verdadero odio hacia mi padre.

Solo pronunciar estas palabras, me empezó a temblar la voz y estuve a punto de inventar una excusa cualquiera para no contar los verdaderos motivos de este profundo desafecto, pero algo me indujo a continuar y lo solté todo. Nunca se lo había contado a nadie, pero era algo de lo que siempre me había querido liberar y en ese momento, con la excusa del juego, tenía la oportunidad de desahogarme como quien no quiere la cosa y así lo hice.

—De pequeña —dije—, odiaba a mi padre hasta el punto de que, en mi imaginación, a veces me entretenía pensando en cómo cambiaría mi vida si él se muriera. Que tuviera un accidente, un cáncer fulminante o algo así. Las razones ahora me parecen triviales, pero en su momento fue una verdadera obsesión enfermiza. Simplemente, sentía celos por la manera en que mi padre trataba a mi hermano con manga ancha, disculpando todas sus faltas, y en cambio a mí me reñía por la mínima. Llegué a pensar que no soportaba que fuera chica. De hecho, también trataba muy mal a mi madre, aunque nunca le puso una mano encima. Era un auténtico machista —re- marqué—. Este sentimiento de odio, de forma más atenuada, lo conservé mucho tiempo, creo que hasta que te conocí a ti. Tú eras todo lo contrario, porque fuiste el primer chico que no pretendía imponerme su criterio y por- que fuiste el primer hombre que me valoró positivamente, sin ningún tipo de críticas ni desprecios... Bueno, ya está dicho —finalicé, con cierta sensación de alivio y nervios al mismo tiempo—. Ahora te toca a ti puntuarme. Y no hagas trampas.

—Vale —dijo él— ¡Vaya historia! ¿Por qué no me lo has contado nunca hasta hoy? No puedo negar que has parecido sincera, y aunque solo sea por lo bien que has hablado de mí, te doy los dos puntos. La verdad es que no sabía nada de todo esto.

—No sé por qué no te lo había contado. Supongo que es algo que quiero olvidar. Y si alguna vez te lo he querido contar, no he encontrado el momento oportuno. Además, me daba vergüenza, pero la verdad es que ahora me parece una chorrada no haberme sincerado antes. No está mal este jueguecito para sacar los trapos sucios. ¡Venga!, tu turno. A ver si eres capaz de ser tan transparente como he sido yo.

—Vale, vale, ya voy. A ver qué me sale.

Volteó la tarjeta y, echándose para atrás, dijo:

—¡Ostras! ¡Justo la más jodida de todas! Paso. Cojo otra.

—¡Ah, no, mi amigo! —contesté—. Eso no vale. Las reglas son las reglas. La suerte ha elegido por ti y me parece que hay tema o gato encerrado, como se dice. Venga, cuenta. ¿Qué te ha salido? Déjame verla —con un rápido movimiento, se la arranqué de la mano—. ¡Guaauu! Lo siento, pero no te queda otra que contarme una fantasía ignorada por mí. Y no vale contarme cualquier tontería, que ya sé que tienes mucha imaginación. ¡Venga! Empieza a largar.

—En realidad, es una tontería— empezó, después de hacerse el remolón durante un buen rato, y titubear y carraspear un par de veces—. Solo es pura fantasía erótica sin ninguna pretensión de realización real. Pero...

Se estaba poniendo nervioso y a mí esto me produjo una cierta inquietud al no saber qué me iba a contar. A ver si ahora iba a resultar que le gustaban los hombres o algo así.

—Bueno, a veces sueño o me imagino, mientras estoy en duermevela, que... ¡Bah!, es una chorrada. Pensarás que soy idiota y en realidad solo son ideas que me pasan por la cabeza sin más. No vale la pena ni que te lo cuente. Dejemos esto, que es un aburrimiento.

—¡No, señor! Yo he cumplido. Ahora, tú. No seas como el machista de mi padre, que siempre nos hacía acatar su voluntad en todo.

—En realidad, creo que mi fantasía demuestra todo lo contrario. No creo que sea una fantasía nada machista. Al revés. Verás: a veces, solo a veces, repito, me imagino que tú eres la que manda absolutamente en esta casa y que yo soy como tu esclavo, que acata todas tus órdenes y todos tus deseos; y que en la cama eres tú la que lleva completamente la iniciativa, hasta el punto de decidir en qué momento puedo correrme. Y me obligas a lamer tus pies durante horas y después tu coño, hasta que alcanzas dos o tres orgasmos para finalmente ordenarme que me masturbe delante de ti... ¡Vale!, ya está contado. Es solo una fantasía. ¿Puntuación?

—No, no. No me lo cuentas todo. Seguro que hay mucho más. Y más que una fantasía, me parece... ¡Venga! ¡Sigue! Ahora ya has empezado. ¿Qué más imaginas? ¿Qué es lo que realmente deseas en tus sueños?

—¡Uf! ¡En qué lío me he metido! Te lo cuento, pero no te rías. Antes de conocerte, tuve una experiencia sexual con una profesional del sado y me dejó una especie de impronta en mi imaginación. Esa señora, o como quieras llamarla, me trató como su esclavo: me hizo lamer sus botas, me ató a una cruz en forma de aspa —de San Andrés, la llaman—, me dio fustazos bastante dolorosos, me sodomizó y no sé cuántas cosas más. Y la verdad es que me excité muchísimo y acabé en un orgasmo brutal cuando me dio permiso para ello. Y desde entonces me imagino, de tanto en tanto, que tú te conviertes en esa ama y me haces lo mismo que ella me hizo a mí, pero no un día, sino de forma habitual.

—O sea... A ver si lo he entendido bien. A ti te gustaría que yo fuera para ti tu dueña y tú, mi sirviente personal. Que te castigara con una fusta por cualquier cosa o para demostrarte quien manda, que estuvieras sexualmente a mis órdenes, que decidiera sobre tu placer sexual, etcétera.

—Pues sí, esto es lo que me imagino. Pero es eso: imaginación, pura fantasía. Es la carta que me ha tocado y no me ha quedado otra opción que contártela si quería empatar la puntuación.

—Olvídate del jueguecito. Creo que es algo más que imaginación pura y simple. Te voy a hacer una pregunta y me vas a decir la verdad verdadera. Si tu sinceridad me convence, te doy el resto de los puntos en juego y tú ganas la partida. Piénsalo antes de contestar, porque a partir de hoy nuestra vida en pareja puede dar un giro de 180 grados: ¿es pura imaginación o realmente te gustaría que yo me convirtiera en la persona de tus sueños, es decir, en tu ama? No contestes todavía. ¿Quieres que yo sea tu dueña y que tú tengas que estar a mis órdenes en todo; que te castigue de mil formas, que te conviertas en mi esclavo sexual para mi satisfacción e incluso..., yo que sé; que, por ejemplo pueda tener relaciones sexuales con quien me apetezca porque yo soy la dueña de mi vida y la tuya, y tú aceptas todo lo que yo decida libremente? ¿Es eso lo que realmente te gustaría?

—Creo que sí. De hecho, lo pienso a todas horas. No es solo fantasía esporádica como he dicho antes por vergüenza, sino un auténtico delirio que no me deja vivir en paz conmigo mismo por falta de realización. Lo siento, es así. He intentado mil veces quitarme esas ideas de la cabeza, pero soy incapaz. Incluso, he pensado en visitar a un psiquiatra para que me dé calmantes o lo que sea. Pero es que no puedo más. Y si quieres que te diga toda la verdad, hasta he pensado en separarme de ti para buscar en otra persona la realización de estas fantasías. Y si no he ido más adelante es porque te quiero demasiado y no sería capaz de abandonarte por esa razón. Pero la verdad es que sufro psicológicamente. Me siento, no sé, frustrado. ¡Sí, eso es! ¡Muy frustrado!

—¡Ostras! ¡Qué fuerte! No sé qué decir. Me has dejado de piedra. Sabía que eres más bien sumiso y que en general te resulta más cómodo aceptar lo que yo propongo, pero, de esto y a este nivel, no tenía ni idea. Ahora mismo no puedo pensar con claridad. Tengo que digerir todas tus palabras una por una y cuando lo tenga más claro volveremos a hablar. Creo que con esta historia ya no tiene sentido seguir jugando. Ningún otro secreto podría superarlo. Has ganado. Me voy a dar una vuelta. Tengo que pensar. Lo siento. Ahora mismo no sé qué decir. Ya hablaremos... ¡Hasta luego! En la nevera hay sobras del mediodía si quieres cenar. No sé si estaré una hora o más fuera. ¡Adiós!

capÍtulo 2

Estaba en estado de shock. No sabía qué pensar. Daniel no era la persona que yo conocía. Tenía una vida secreta, aunque solo fuera en su imaginación, y me acababa de proponer una forma de relación totalmente distinta de la vivida durante los quince años de matrimonio que ya llevábamos. Me decía a mí misma que ya nada podría ser igual y que, seguramente, si no aceptaba eso, todo se iría acabando entre nosotros. Ya no podríamos continuar como si nada hubiera pasado. De hecho, él ya se había planteado dejarme. Y si lo había considerado era porque nuestra vida en pareja se había convertido para él en una farsa. Me estaba acostando con alguien que estaba deseando todo el tiempo estar con otro tipo de mujer. Yo no era en absoluto esa mujer dominante de su mente. Más bien, todo lo contrario: siempre pendiente de sus necesidades, de sus deseos. ¿Cuántas veces había hecho el amor con él sin demasiadas ganas solo porque él lo deseaba? Y

resulta que, mientras tanto, yo solo era la sustituta de sus auténticos apetitos. Ahora me parecía que nunca había estado realmente conmigo en la cama, sino con la otra, con la mujer de sus sueños: con esa súper dómina de su juventud. Todo había sido un fraude. Me sentía rabiosa, celosa, destrozada. ¿Cómo había podido ocultarme una cosa así? ¿Por vergüenza? ¿Por temor a que lo dejara? Bueno, esto último no era tan malo. Por lo menos había tenido alguna razón para continuar conmigo a pesar de todo. ¿Era por amor? ¿Por miedo al rechazo?, ¿a la soledad? No sabía qué pensar. Estaba confundida. Y..., por otra parte, algo se había removido dentro de mí. Mientras me estaba contando sus fantasías, yo me había sentido... No sé. Por un breve instante, me había imaginado a mí misma siendo esa mujer que me describía y creo que hasta me había medio excitado. Tenía que aclararme y necesitaba tiempo.

Al volver a casa, Daniel ya estaba durmiendo y yo tardé muy poco en acostarme, pero aquella noche casi no pude dormir. Me despertaba a cada momento con sueños extraños que nunca había tenido antes. Soñé con mi madre, con mi hermano, con Daniel. Todos aparecían y desaparecían en mis sueños, diciéndome cosas inauditas. En uno de tantos, mi madre aparecía vestida de gran dama del sado, asegurándome que Daniel tenía que ser castigado por sus mentiras, y que si no lo castigaba yo, lo haría ella. Detrás de ella, aparecía mi padre arrodillado con un collar de perro y las muñecas atadas con una cadena a sus tobillos, que limitaba su movimiento. “Pídele perdón a tu hija, ¡machista!”, le decía mi madre. “Lo siento, Laura”, contestaba mi padre. “Yo solo quería que fueras más decidida. Que fueras más echada pa’ lante, como tu hermano. Te quería tanto o más que a él. Eras tan tímida que no lo soportaba. ¡Lo siento de verdad! ¡Te he hecho mucho daño! ¡Lo siento! Todavía puedes cambiar. Mírame a mí cuánto he cambiado. Por fin he entendido a tu madre y ella me ha ayudado un montón. Ahora es ella la que manda y yo estoy a sus órdenes. A ti te falta lo que a mí me sobraba: autoridad. ¡Mucha suerte, mi niña! ¡Guau! ¡Guau!”.

Me desperté sobresaltada, sin estar segura durante unos instantes si todo era real o una pesadilla.

“¡Qué barbaridad!”, pensé. “¿Cómo puedo soñar cosas tan absurdas? Estoy desquiciada. ¡Maldita tarde de domingo y maldita la hora en que se nos ocurrió la idea de jugar a esa tontería!”.

Malhumorada, me fui directo a la ducha. Todavía era muy pronto, pero no quería volver a dormirme y correr el riesgo de tener otra pesadilla. Mientras caía el agua caliente sobre mi cuerpo, pensé en qué le diría a Daniel cuando se despertara. Decidí darme más tiempo antes de darle una respuesta definitiva. Le diría que todavía no me había aclarado y que me dejara en paz unos días; que enseguida que lo tuviera claro le comunicaría mi decisión al respecto. Eso era exactamente lo que iba a hacer, me repetí y, curiosamente, tomar esta decisión me relajó al instante.

Cuando fueran las 8, llamaría al despacho para decirle a mi secretaria que anulara todas las entrevistas concertadas porque me sentía indispuesta, lo cual no era del todo mentira. Había dormido fatal y tenía la cabeza embotada. No estaba en la situación mental de afrontar un día normal de trabajo. Además, tendría tiempo para informarme en Internet sobre este tipo de relaciones de pareja tan poco convencionales. Sobre sadomasoquismo, solo sabía lo que había captado de alguna que otra película, como Historia de O, Belle de jour y 50 sombras de Grey. La última era la que recordaba mejor, porque mi marido la había bajado de Internet tan solo hacía un par de meses. “Vaya”, pensé, “Daniel de alguna manera ya intentaba llevarme al huerto cuando insistió en que viéramos esa película. A mí la verdad es que me había dejado bastante fría, pero sí recuerdo que me llamó la atención el que mi marido aquella noche me hiciera el amor de forma más apasionada que de costumbre. Ahora me daba cuenta de que le habían excitado las escenas sadomasoquistas. Quizás en su imaginación se sustituyó por la protagonista y a Grey, por una mujer. Por mí, supongo. Tenía que investigar ese mundo más a fondo.

Por fin se levantó Daniel y nada más verme reabrió el tema en cuestión.

—¡Buenos días! Parece que no has pasado muy buena noche. Te has estado moviendo todo el rato y murmurabas palabras extrañas. ¿Qué te pasa? ¿Es por lo que te conté? Ayer regresaste tardísimo. Casi estuviste tres horas paseando. ¿Puedo saber qué has pensado de todo ello?

—No me presiones, Daniel. Ayer descubrí una persona totalmente diferente a la que he creído conocer durante todo el tiempo que llevamos casados. No tengo ninguna respuesta por ahora. Tengo que pensar muchas cosas y replantearme todo contigo. No sé en qué acabará todo o si esto acabará con nuestra relación... Quiero decir, con la manera en que nos hemos relacionado hasta ahora.

—No habrás pensado dejarme...

—No he dicho esto. Te recuerdo que eso en todo caso lo has pensado tú. Solo digo que tengo que pensar cosas. Déjame unos días en paz y ya te diré. No te impacientes que cuando lo tenga claro seré totalmente sincera, y no como tú hasta ahora, por cierto.

—Veo que estás enfadada. Lo siento. Olvídalo todo. Es una tontería. Podemos seguir nuestra vida igual que hasta ahora. Tampoco nos ha ido tan mal.

—No. No me pidas que lo olvide. Después de ayer ya nada puede ser igual. Tú me has escondido algo demasiado importante para ti durante mucho tiempo y... En fin, no quiero seguir hablando de esto ahora. Ten paciencia conmigo. ¿De acuerdo?

—Vale, de acuerdo. Permaneceré calladito y a la espera. Me voy al curro. Si puedo, volveré pronto. No creo que haya mucho trabajo. El proyecto de diseño que llevo entre manos ya está prácticamente acabado. ¿Traigo algo para la cena?

—No te preocupes, ya saldré a comprar algo. A lo mejor voy al súper. Estamos agotando las provisiones y tus caprichos ya te los has zampado todos.

—Pues nada, me voy. Un beso.

—¡Va! ¡Vete ya! Y déjate de besuqueos, que no está el horno para bollos.

—Estás enfadada. Lo estás y no lo puedes disimular. Haz un esfuerzo aunque sea pequeñito para olvidarte de la tarde de ayer, ¿vale?

—Sí, pesado. Solo te pido un poco de tiempo, nada más. ¡Adiós!

capÍtulo 3

Mientras conducía de camino al trabajo, no paré de insultarme a mí mismo. Seré gilipollas. ¿Por qué le habré confesado mis fantasías secretas a Laura? Soy un idiota perdido. Con ella no tengo ninguna posibilidad y lo sé desde siempre. Maldito gin-tonic y maldito juego. En cuanto bebo un poco se me empieza a soltar la lengua y no digo más que chorradas. Ahora me verá como un pervertido. Podría haberme estado callado. Pero no, marqué la tarjeta con un puntito azul casi invisible para saber cuál tenía que elegir y soltarle el rollo. Siempre he querido contárselo, pero el miedo al fracaso me lo había impedido. Ahora se siente engañada. Y con razón está enfadada. Qué fácil era haber continuado con mis fantasías en secreto y seguir masturbándome con los vídeos porno sadomasoquistas a sus espaldas cuando no aguantaba más imaginando situaciones imposibles entre ambos. Siempre me siento relajado al hacerlo y, durante unos días, la cabeza me deja en paz. Podría haber seguido igual un montón de años...

Por otra parte, finalmente he sido honesto y le he revelado quién realmente soy, pero ¿a qué coste? Es capaz de abandonarme por no ser capaz de asumir esto y eso sería un desastre. Laura es la mujer de mi vida y sin ella no sería capaz de soportar la vida en soledad. Y, además, ¿qué posibilidades tengo de encontrar a alguien que coincida en gustos con mis caprichos? A lo máximo que puedo aspirar es a tener contacto con profesionales y este tipo de relación, aparte de dejarme arruinado, no es en absoluto lo que quiero. Quiero a Laura. Esta es la única verdad y tengo que convencerla de alguna manera para que se olvide de todo. Quizá pueda decirle que estaba borracho, pero ella sabe que no es verdad. Solo me había tomado un gin- tonic y normalmente aguanto tres sin perder el control. Solo me coloco un poco y cuento chistes malos. La verdad es que todo es culpa mía y solo mía. El jueguecito que aparentemente encontré en Internet por casualidad ya lo había planeado hacía un par de semanas. “A ver, vamos a jugar a algo divertido”, sugerí. “Déjame buscar en el ordenador”, le dije, y a continuación fui directo a la página que ya tenía localizada. Todo una farsa. Una excusa para ser capaz de soltar mi mierda. Soy un fraude. Y encima le cuento que he pensado en dejarla cuando no es ni siquiera verdad para dar más credibilidad a mi historia. Eso se lo tengo que aclarar, aunque ya dudo que me crea una palabra. Bueno, esperaré unos días a que las cosas se calmen y cuando ella me comunique su decisión, que no puede ser otra que la lógica, ya intentaré aclararlo todo. De momento, no me queda otra que respetar el pacto de silencio si no quiero acabar de empeorar las cosas...

¡Qué feliz sería si ella accediera a mi propuesta! Solo con imaginarme que ella se convierte en mi mistress y yo en su sumiso me pongo a cien. Le daría masajes en todo el cuerpo para su exclusivo placer, le lamería los pies, especialmente el culo y el coño, y durante todo el tiempo que ella me lo ordenara. Aceptaría sus normas de conducta, acataría sus órdenes, fueran las que fueran; sus castigos, sus fustazos; aceptaría llevar un cinturón de castidad para no tener sexo sin su permiso; me correría solo cuando ella me lo autorizara. Me gustaría que me follara con un arnés y sentir su poder penetrándome. Sería feliz viviendo entregado a ella, siempre pendiente de sus deseos. Yo no sé por qué me siento así, pero es la pura verdad. Necesito a alguien que ponga orden en mi vida. Alguien a quien entregarme. Sentir que le proporciono placer. Tampoco pretendo que sea una relación 24/7. Eso es una exageración. Pero ¿qué mal hay en vivir eso en los momentos de intimidad?

¡Va! Ya estoy otra vez empalmado con mis pensamientos. Eso se tiene que acabar. Iré a un psicólogo, haré psicoterapia, lo que sea, pero tengo que acabar con estas fantasías de una puta vez. ¡Joder!