Laura al desnudo
El secreto de mi esposa
QUIERO ADVERTIR A LOS LECTORES QUE ESTE RELATO NO ES MIO. Me lo ha remitido por correo electrónico un lector. Reiteradamente, le he preguntado porqué no lo edita él mismo y su respuesta siempre reiterada: no se atreve a publicarlo. En ningún momento me ha dado más motivos ni argumentos. Publico el relato en la categoría de infidelidad como me pide su autor, tal y como me llegó, he corregido alguna falta ortográfica sin alterar su esencia, no he añadido ni quitado nada.
En primer lugar me gustaría presentarme. Me llamo Jaime y tengo 45 años. Soy funcionario del Estado, estoy casado desde hace 20 años con Laura, que tiene mi misma edad. Tenemos 2 hijos ya algo mayorcitos y llevamos una vida normal. Somos de clase media y nuestra vida transcurre placidamente.
Mi mujer, Laura es una mujer de 1,70 m. de altura, delgada, con un tipo monísimo. Tiene unas piernas preciosas, de esas de anuncio de medias. Un culito y unas caderas proporcionadas a su altura y unas tetitas no muy grandes, más bien pequeñas, pero nada caídas y con los pezones apuntando hacia arriba. El coñito, es lo que mas me gusta de ella. Os lo describiré. Tiene unos labios mayores abultados y abiertos. Los labios menores le salen hacia fuera, por lo que al estar de pie, le quedan colgando, siendo una imagen súper erótica. El clítoris, lo tiene también un poco salido hacia fuera, por lo que le hace ser especialmente sensible a los roces y caricias. Es una mujer, que se corre, solamente con trabajarle el clítoris durante un ratito. De cara es guapa, sin ser nada espectacular. Resumiendo, en una preciosidad de mujer.
El único defecto que podría tener, por llamarlo de alguna manera. Es que tiene un sentido muy elevado de la religiosidad. Es una mujer de Misa diaria y en aspectos y asuntos de cama es un poco estrecha. Muy convencional. Le gusta el sexo, como a todas, pero da la impresión como que esa religiosidad, le impide liberar esa sexualidad que lleva dentro y dejarse llevar por la simple necesidad de sentir placer. Por lo menos, es lo que creía hasta que presencie los hechos que a lo largo de este relato os contaré.
Debido a mí profesión y al cargo que en ella ocupo, tengo acceso a materiales y productos clasificados. Hace como tres meses, llegaron a nuestro departamento procedentes del extranjero, unos productos que según nos explicaron eran lo último y lo mas innovador en sustancias supresoras o inhibidoras totales de la voluntad. Es decir, que la persona a la que se le da esta sustancia, deja de tener voluntad, criterio y capacidad de rebeldía. Por lo que hace todo. Absolutamente todo lo que se le manda, sin la mas mínima oposición. De la misma manera, también contestan con la absoluta verdad a todo lo que se les pregunte. Y lo mas innovador de este producto, es, que el sujeto cuando desaparece el efecto, no recuerda nada. Absolutamente nada, de lo que dijo o hizo. Según nos comentaron, al cabo de unos diez minutos de ingerir el sujeto, la dosis necesaria de esa sustancia, siente como un mareo que dura unos segundos y a partir de ese momento, la perdida de voluntad es absoluta Durando los efectos aproximadamente unas dos horas. Si se desea continuar mas tiempo con el tratamiento, a la hora y media de la ingestión, se le deberá dar media dosis con lo que los efectos se prolongas alrededor de una hora mas.
Al cabo de unos días, no se si por morbo o por curiosidad, me hice con una muestra de esa sustancia que consistía en un frasquito con un dosificador por goteo que contenía un liquido incoloro, inodoro e insípido y decidí ver como funcionaba. Lo llevé a mi casa, con la intención de llegado un momento propicio, dárselo a mi mujer mezclado con café o cualquier otro líquido y usarla como conejillo de Indias para comprobar, si lo que decían de las propiedades del producto, eran todo lo ciertas que aseguraban.
Al cabo de unos días de tener esa muestra en casa, mis hijos, se fueron a dormir a casa de los abuelos y decidí, que ese era el momento de hacer que mi mujer, mezclado con el café que toma antes de acostarse, tomase esa sustancia. Preparé la dosis que decían necesaria para el peso de mi mujer y lo mezclé con su café. Al cabo de los diez minutos, me dijo que estaba mareada. Que no sabía lo que le pasaba y que no se encontraba bien. Pasados unos quince segundos más o menos, le pasó el mareo y parecía estar normal. Parecía, que el producto funcionaba según lo que se suponía que tenia que pasar.
Para comprobar si mi mujer se encontraba de verdad a mi entera disposición, pensé que tenía que ordenarle algo, que en condiciones normales no haría nunca. Algo totalmente inimaginable en mi mujer. Por estar durante tantos años casado con ella, sabía, que es extremadamente pudorosa y que a la hora de desnudarse, en lugar de hacerlo en el dormitorio delante de mí, se iba al baño y allí se ponía su camisón y se metía en cama. Por lo que le dije. Ponte de pie, aquí, delante de mí y desnúdate. Quítate la ropa, despacio, quiero verte desnuda. Ella, sin dudarlo ni un segundo. Se levantó. Se colocó como a dos metros de mí y empezó a desnudarse. Yo estaba alucinado. El producto, funcionaba como se esperaba que lo hiciese. Cuando acabó de desnudarse, se quedó quieta y le dije. Abre las piernas. Quiero verte el coñito que tienes y quiero verlo bien. Ella abrió las piernas y me quedé durante unos momentos viendo su coño absolutamente abierto y abultado, con los labios menores como colgajos, colgando entre sus piernas. Era, una visión maravillosa, ver, a la preciosidad de mi mujer, desnuda a dos metros de mí, con las piernas abiertas, enseñándome su coñito absolutamente expuesto. Poder mirar sin recato ninguno sus caderas, su culo. Estar mirando esas piernas, largas y delgadas, preciosas. Esos muslos largos, finos y separados Ver esos pechos pequeños pero preciosos. Sus pezones, apuntando hacia arriba y todo a plena luz, con su total consentimiento, era algo inimaginable. Esta disfrutando como nunca.
Cuando la tenía ya bien vista le dije. Siéntate en el sofá. Recuéstate en el y sigue con las piernas bien abiertas. Así lo hizo y le ordené. Ahora quiero que te masturbes delante de mí. Quiero ver como te tocas el coño y sobre todo, quiero ver, como te corres masturbándote. Al momento, empezó a acariciarse se coñito. Lentamente pasaba su mano y sus dedos por toda su raja, de arriba abajo. Metiendo sus dedos entre los pliegues de su coño. Acariciándolos. Cada vez que pasaba por el clítoris, le dedicaba una atención especial. Lo frotaba con sus dedos, haciendo círculos con ellos sobre el y a continuación, bajaba hasta acariciarse el ano. De vez en cuando, se acercaba los dedos a la boca. Se lo humedecía con saliva y seguía haciéndose una paja típica de una película porno. Yo alucinaba. No tenía ni idea, de que mi mujer supiese masturbarse de esa manera. Creo, que no era la primera vez que lo hacía. Tenía muchas mas preguntas que hacerle. Al cabo de unos minutos de estar acariciándose el coño y el clítoris, estaba absolutamente empapada de sus flujos vaginales. Tanto su coño como sus dedos, brillaban, por la cantidad de líquido que tenían. Pasados unos minutos, empezó a meterse dentro de su coñito dos dedos de su mano derecha. Se los metía y se los sacaba de dentro de ella lentamente. Cuando se los metía, lo hacía hasta los muñones y cuando los sacaba, solamente dejaba dentro de ella la punta. A la vez, con su mano izquierda, se acariciaba el clítoris, llevando el mismo ritmo que el mete y saca de sus dedos. Otras veces, cuando los tenía dentro, no los sacaba y por el movimiento de su mano, se notaba perfectamente que estaba tocándose el interior de su vagina. A todas estas, mientras se hacía esa paja de película, no paraba de gemir y su respiración era acelerada. Sus caderas, se movían de adelante a atrás, acompasando la follada que se daba con los dedos y no paraba de mover su cabeza hacia los lados.
Yo, os puedo asegurar que estaba que no creía lo que estaba viendo. Tenía a mi mujer, como a un metro de mi, totalmente abierta de piernas y haciéndose una paja digna de grabarse. Tenía mi poya, a punto de reventar por el espectáculo que estaba viendo. Se estuvo pajeando como 15 minutos y se veía en su cara y en su cuerpo, que estaba disfrutando como una loca, pero yo estaba deseando que se corriese de una vez. Quería ver su cara cuando se estuviese corriendo.
Estaba yo pensando esto y como si leyese mis pensamientos, empezó a meterse los dedos con mas fuerza dentro de ella y a meterlos y sacarlos de su coñito con un ritmo mucho mas rápido. Con la otra mano, empezó a frotarse con mucha mas fuerza su clítoris y al cabo de unos momentos, vi., como su cuerpo se tensaba y como teniendo unos espasmos, empezó a temblar y a gritar. Estaba teniendo un orgasmo impresionante. Mientras se corría, no dejaba de gritar. Movía sus caderas hacia delante y hacia atrás, sin dejar de meterse y sacarse los dedos de su coño, ni tampoco dejaba de frotarse el clítoris.
Cuando terminó de correrse, yo no pude aguantar más. Me bajé los pantalones y sacando mi poya fuera, la agarré por los tobillos y colocando la punta de mi tranca en la entrada de su coño se la metí entera. Hasta el fondo y de un solo golpe. Entro con una facilidad impresionante, debido, a la cantidad de flujo que tenía por todo su chochito. Empecé a bombearla como un auténtico poseso. Dentro, fuera. Dentro, fuera. En cada embestida que le daba, los huevos chocaban contra sus nalgas. Cuando se la sacaba, solo le dejaba dentro la punta de la poya. Ella no dejaba de gritar y de gemir. Con sus brazos, agarraba mis caderas y las empujaba, como intentando que mi poya entrase aun mas en ella. Movía sus caderas, al ritmo que ya marcaba con mis embestidas. Me la estuve follando con todas las ganas que tenía. Me la estaba follando, como nunca lo había hecho con ella. Al cabo de cinco minutos de estar follando el coño de mi mujer, tuvo otro orgasmo, tan intenso como el que ella se había regalado. Empezó a temblar, a gritar. Levantaba sus caderas del sofá, como intentando, meterse mi poya, aún más dentro de ella y no paraba de decir. No pares, por favor, no pares, sigue follándome. Yo, al ver como se estaba corriendo otra vez, no aguanté más y solté dentro de ella toda la leche que tenía dentro. Creo, que fue el mejor polvo que eche en mi vida. Seguí metiendo y sacando mi poya de su coño, hasta que la tuve tan flácida que ya no podía fallármela más.
Cuando terminé de follármela, le dije que no se moviera. Que siguiese en la misma postura en la que estaba. Recostada en el sofá y con las piernas abiertas. Quería ver, mi leche saliéndole, por su coño. Quería ver, como mi semen, le llegaba hasta el culo. Al imaginarme su ano mojado con mi semen, recordé, que siempre me había hecho ilusión, el poderme follar a mi mujer por el culo, pero ella, nunca me había dejado y cada vez que se lo insinuaba, se ponía como si fuese una monja ultrajada. Por lo que le dije. Te voy a follar por el culo. Ponte de rodillas en el sofá. Mirando a la pared y colócate con el culete bien levantado y las piernas bien abiertas. Al verla así colocada, la visión que tenía de su coño era espectacular. Estaba totalmente abierto y empapado. Chorreando. Por un lado, de sus propios flujos vaginales y por otro, de parte de mi semen, que esta saliéndole de dentro de su coñito y un chorrito, le llegaba ya hasta el ano.
Antes de darle por el culo a mi mujer, necesitaba que mi poya volviese a estar otra vez en orden de batalla, por lo que, colocándome de pie a su lado, la agarré por los pelos y torciéndole la cara hacia mí, le dije. Abre la boca y chúpame la poya. Mi mujer, nunca me lo había hecho. Las pocas veces que lo había intentado y eso ya hace años, no quería hacerlo, porque según decía, le daba un asco horrible, por lo que deje de pedírselo, o de intentar que lo hiciera. El caso, es que ella misma, con su mano derecha, me agarró la poya y se la metió en la boca. Empezó a chuparla, a la vez que se la metía y se la sacaba de su boca, moviendo su cabeza de adelante a atrás. Lo hacía unas veces despacio y otra rápido. Cuando la tenía dentro de su boca, con la lengua, acariciaba la cabeza de mi poya y no dejaba de chupar. A la vez, con la mano, me la pajeaba al ritmo de su boca. Me estaba haciendo una mamada de muerte. Mientras me la chupaba, yo pensaba, donde y como, mi mujer, había aprendido a chupar una poya de semejante manera.
Ante semejante mamada, mi poya en cuestión de minutos estaba dura como una barra de hierro, por lo que, sacándosela de la boca, me coloqué detrás de ella. Le ensalivé bien su ano y colocando mi poya en el, empecé a metérsela lentamente. Con cuidado, fui introduciendo en su culo primero la cabeza y una vez que la tenía dentro, fui empujando, hasta que se la metí entera. Mi mujer no decía nada. Daba la impresión, como que no le dolía. Empecé a bombear, metiendo y sacando mi poya del ano de mi mujer, primero a un ritmo lento y luego más rápido. Al cabo de un momento, mi mujer comenzó a gemir y a mover sus caderas al ritmo de mi bombeo. Era la leche. A mi santa y casta esposa, le gustaba lo que le estaba haciendo. Le gustaba, la cogida que le estaba dando por el culo. De repente se agachó y apoyando su cabeza en el sofá, con su mano derecha, empezó a pajearse el coño. Desde mi posición, podía ver perfectamente los dedos de mi mujer, separando los pliegues de su chocho y ver, como se los metía y se los sacaba de su coño. Mientras yo le follaba el culo, ella con sus dedos, se follaba el coño. Cuando los sacaba, podía ver, restos de semen que salían de dentro de mi mujer. Sus gemidos, eran dignos de oírse y gritando decía. No pares. Por favor. No pares. Sigue follándome el culo. Me gusta. Me gusta mucho.
Estuve follándole su culo como diez minutos, hasta que se corrió nuevamente. Tuvo un orgasmo bestial. Empezó a temblar y gritar, diciendo. Dios mío me corro. Me estoy corriendo otra vez. No me la saques. Me gusta. Dios mío como me gusta. El caso, es que al verla así, yo no tardé nada en correrme también. Le llené su culo de leche. Se la tuve dentro unos momentos más y se la saqué.
Miré la hora y como aún no había acabado con mi mujer, le dije que se sentara, pero que siguiese con las piernas abiertas y le di media dosis más, del supresor de voluntad, para que el efecto no pasase.
Estaba comprobado, que mi mujer hacía cualquier cosa que le pidiese. Faltaba por comprobar, si también funcionaba como suero de la verdad, por decirlo de alguna manera, por lo que me puse a pensar, que podía preguntarle. Debía ser algo, que ella guardase como un oculto secreto. Algo, que nunca me diría por propia voluntad. Al cabo de pensarlo unos segundos me dije, que a todo marido le gustaría saber, si su mujer, alguna vez le puso los cuernos. Por lo que sin más le dije.
Escúchame bien. Te voy a hacer una pregunta y quiero que me contestes la verdad. ¿Alguna vez, en los años de casados, me has engañado con otro hombre? al momento me contestó. Si. Me quedé de piedra. Al principio no daba crédito a lo que había oído. La puritana, la estrecha, la media monja que tenía por mujer, en algún momento de casados, me había puesto los cuernos. Empezaba a entender algunas cosas. Con quien. O con quienes Le pregunté. Fue con Marco me dijo. Solo con Marco. Que yo recordase, no conocía a ningún Marco. Quien es ese Marco. Le volví a preguntar. Te acuerdas hace dos años, que Alberto, cuando estuvo en Italia con la beca Eras mus, vino un fin de semana y se trajo con el a un compañero de la Universidad. Si me acuerdo. Le contesté. Pues fue con ese chico con el que te engañé.
En ese momento me acorde del tal Marco. Era un chaval de la edad de mi hijo mayor. Alberto. Tenían, en aquella época veinte años. Dios. Mi mujer me había puesto los cuernos con un chaval de veinte años. La leche. Ahora escúchame bien. Le dije. Vas a contarme, el porque, el cuando, el donde y el como, me pusiste los cuernos.
Lo que a continuación os relato, es más o menos, lo que mi mujer me contestó de las cuatro preguntas que le había hecho.
El porque. Es que era un chico guapísimo. Era el hombre más guapo que había visto en mi vida. Te aseguro, que cada vez que lo veía me mojaba. Llegué a mojarme hasta los muslos. Más de una vez, en los tres días que estuvo aquí, tuve que subir a nuestro dormitorio, para cambiarme la braguita, de lo mojada que la tenía. Cuando se marchó, estuve días masturbándome, pensando en el y en lo que me había hecho.
El cuando. Fue, al día siguiente de llegar ellos. Fue, el sábado por la mañana. Tú aún no te habías levantado y nuestros hijos aun seguían durmiendo.
El donde. Fue, en el cuarto de baño de los niños.
El como. Ese sábado, como te dije antes, me levanté a eso de las nueve de la mañana. Aún estabais todos durmiendo. Me acordé, que no había cambiado las toallas del baño de los niños. Las cogí y entré en el baño para colocarlas en su sitio. Abrí la puerta sin llamar, pues no me imaginaba, que a esa hora hubiese nadie levantado y al entrar allí estaba el. Estaba desnudo. Peinándose. Al verme, se dio la vuelta y pude ver toda su desnudez. Me quedé como paralizada. Sin duda, era el hombre más guapo y atractivo que había visto en mi vida. Al verlo así desnudo, no podía dejar de mirar su pene. Intenté marcharme, pero una fuerza interior me lo impedía. Ese pene, me impedía irme de allí. Era enorme. Aun flácido, era enorme y maravilloso.
Se acercó a mí y cerró la puerta. Sin decir ni una sola palabra, me quitó la bata que llevaba puesta y levantándome el camisón, me lo sacó por la cabeza. Me dejó desnuda delante de el. Sin tocarme, acercó sus labios a los míos y me dio un beso en la boca. Siguió bajando y empezó a besarme el cuello, las orejas, los hombros. Siguió bajando y empezó a besarme y a chuparme los pechos. Metía mis pezones en su boca y succionándolos con su lengua, me los acariciaba. Primero uno. Después el otro. Así una y otra vez. Me puso tan caliente, que los flujos vaginales, me corrían por las piernas. Cuando acabó de rechupetearme los pechos, siguió bajando, besándome el vientre. Metía su lengua en mi ombligo. No me creerás, pero me corrí. Tuve un orgasmo, solo con los besos que me estaba dando. Se puso de rodillas y abriéndome las piernas, empezó a chuparme entre mis piernas. Pasaba su lengua entre los pliegues de mi vulva, de arriba a bajo. A veces, abriendo la boca, se la metía dentro y a la vez que la chupaba, me daba con su lengua en el clítoris. Estaba en la gloria. Era, la primera vez en mi vida, que alguien que no fueses tú, me estaba volviendo loca.
Estuvo jugando con mis pliegues, todo lo que quiso, hasta que empezó a chuparme y lamerme con su lengua el clítoris. Era tal el placer que me estaba dando, que hubo momentos, que creí que me caería. Las piernas me temblaban y tuve que agarrarme a sus hombros para no caerme. Al cabo de unos minutos, no pude aguantarme más y me hizo tener el mayor orgasmo de mi vida. Fue el orgasmo mas largo y mas intenso, que tuve jamás. Me estaba corriendo y el, seguía chupando y succionando mi clítoris dentro de su boca. Aún no había terminado un orgasmo, cuando empezaba a venirme otro. Si cabe, aún mas intenso que el anterior. No se cuantos orgasmos tuve, pero el caso, es que llegó un momento en que era incapaz de mantenerme de pie y al terminar un último orgasmo, me senté en el inodoro, agotada, pero feliz como nunca.
Al sentarme y al estar el delante mía, su pene me quedó justo delante de la cara. Era enorme. Dos veces el tuyo por lo menos. Era la primera vez en mi vida, que veía el pene de otro hombre. Y me gustaba. Lo agarré con una mano y empecé a masturbarlo. Lo deseaba. Deseaba tocar y sentir en mi mano ese pedazo de carne viva. Mientras que con una mano lo masturbaba, con la otra, le sujetaba sus huevos. De repente, sin saber porque, empecé a desear besarlo. Lamerlo. Chuparlo. Sentía dentro de mí, la necesidad, de meterlo en mi boca. Necesitaba sentir en mis labios el calor de esa maravilla. No me daba asco, sino todo lo contrario, deseaba probar el sabor de la hombría de Marco. No pude seguir con esos pensamientos, pues de repente el, me agarró la cabeza con sus manos y me acercó la boca a la punta de su pene. No tuve más que abrir mi boca y todo su pene, poco a poco, fue entrando dentro de mi boca. Yo no sabía que hacer con eso en la boca. Nunca había tenido una poya dentro de mi boca y me quedé quieta. Entonces el, dándose cuenta, que era la primera vez que chupaba una poya, me empezó a decir como tenía que hacerlo. Me enseñó, a mover la lengua alrededor de su glande. Me enseñó, como tenía que chuparlo. Me enseñó, como tenía que masturbarlo, a la vez que se la chupaba. Me enseñó, como le gusta a un hombre que le hagan una mamada. Al cabo de unos minutos, se la estaba chupando como el quería. Y me gustaba. Me estaba encantando el chupar esa poya enorme. Me encantaba el acariciar con mi lengua todo su miembro. Me volvía loca, al sentir, como mis labios abrazaban su pene. Disfruta del sabor. Del olor. Estaría horas chupándole la poya. El, a veces, me cogía por la cabeza y hacía que me la tragase entera. Me daban arcadas, no de asco, sino porque me llegaba hasta el fondo de la garganta. No quería parar. Deseaba esa poya en mi boca. En ese momento era lo único que deseaba. Quería seguir chupándole su pene. Y Dios mío. Deseaba que se corriese en mi boca. Necesitaba sentir su leche en mi boca. Deseaba, darle el placer, de verme, como me iba tragando su semen, mientras el, se corría dentro de mi boca.
Pero no se corrió como yo deseaba. Se la estuve chupando un rato más, hasta que el se la sacó de mi boca. Me dijo que me levantase. Se sentó en el inodoro y agarrándome por la cintura, colocó mis piernas por fuera de las suyas y me colocó justo encima de su poya. Me fue bajando y esa cosa enorme y maravillosa empezó a entrar dentro de mí. Sentía, como mi coño se abría y se dilataba para dejar paso a su poya. Nunca había sentido nada parecido, hasta que la tuve toda dentro. Entera. La tenía entera dentro de mí. Miraba hacía abajo y no la veía. Toda. Absolutamente toda, estaba dentro de mí. Empecé a subir y bajar mis caderas y la sentía entrar y salir de dentro de mí coño. Era, la sensación mas maravillosa que recuerdo de toda mi vida. Empecé a cabalgar sobre su poya, como una loca. Sentía, como me golpeaba en lo más profundo de mi vagina. Y me gustaba. Estaba sintiendo, lo que nunca había sentido en mi vida con una poya dentro de mi. Ese chico, estaba llevándome a la locura. Ya no me importaba nada. Me daba igual que todo el mundo se diese cuenta de la follada que me estaban haciendo. Solo quería tener esa poya entrando y saliendo de mi coño.
Pero por desgracia, no duró mucho. Al cabo de unos minutos, tuve un orgasmo que no podré olvidar en el resto de mi vida. Creí volverme, loca de placer. Y lo máximo, fue al sentir a Marco, correrse dentro de mi. Se agarró a mis pechos y empezó a bombearme con una fuerza, que me hacia saltar sobre sus piernas. No se, cuanta leche soltó dentro de mi. Solo se, que se salía por fuera de mi coño y me corría por las piernas. Dios mío. Sentía su semen chorreando por mis muslos.
Cuando terminó de correrse me levantó. Se puso el pantalón del pijama. Abrió la puerta del baño y si decir absolutamente nada, se marcho. Yo, me quedé allí, desnuda y con el coño soltando su semen y que bajaba por mis piernas, sin saber que hacer. De repente, sentí una vergüenza horrible. Me había dejado follar por un amigo de mi hijo, con más facilidad, que una puta se deja follar por un cliente. Por una parte me sentía mal. Muy mal. Pero por otra. Durante un rato. El tiempo que estuve en ese baño, fui la mujer más feliz del mundo. Había sentido algo maravilloso. Había tenido los orgasmos más intensos y largos de toda mi vida.
Cuando termino de contestar a las preguntas que le había hecho. Yo estaba alucinado. Tarde unos momentos en darme cuenta de que mi mujer. La santurrona de mi mujer,, me había relatado con todo lujo de detalles el polvazo que le había echado ese tal Marcos. Como se había dejado follar por ese chico y para colmo, con su total y completa condescendencia. Nunca me hubiese podido imaginar, a mi mujer, tirándose a una poya de esa manera.