Laura
Y allí te tuve, en mi cama, llenando mi absoluta soledad con la hermosura de tu cuerpo joven, irremediablemente más bello que como nunca lo pude imaginar.
LAURA
Fue precioso amarte, aunque no nos amemos, aunque solo pretendiéramos dar rienda suelta a la pureza impura de los instintos carnales, sexo por sexo, sin más compromisos, sin más ataduras, follar por follar, por liberar tensiones y encontrar placeres en la loca aventura de dos cuerpos unidos. Tú, linda muchacha, casi estrenando placeres en tu piel adolescente; yo, redescubriéndolos en ti. O gracias a ti, entregada al deseo salvajemente, lascivamente, como si quisieras exprimir mis años madurados por la vida y volver a teñirme las canas de sueños.
De sueños… Te soñé tantas noches antes de esta noche, Laura. Demasiado hermosa como para no intentar llenar mis noches de ti, de tu pelo largo, de tus ojos verdes, de tus labios que incitan al beso profundo, despiadado, hiriente, para poseer tu boca a mordiscos y amordazarla con mi lengua enredando la tuya. Poseer tu boca, como preludio ineludible para conquistar tu cuerpo, siempre adivinado bajo la ropa, siempre desnudado en las húmedas noches en que te soñaba para hacerte mía, para hacernos nuestros, sin amarnos, solo follarnos, follarnos hasta la extenuación. La tuya, imaginada, recreada en mi mente y en mis ojos cerrados; la mía, vertiéndose en la nada de la noche, desnudo sobre la cama, moviendo frenéticamente mi polla encerrada en mi mano, como si fuera tu propia mano caprichosa la que jugara a dar placer, o tu boca la que la chupara frenéticamente, o tu coño abierto el que bajara y subiera por el tranco endurecido hasta hacerme correr.
Siempre había un día siguiente a una noche sin ti para el encuentro en aquel bar de siempre, donde desayunábamos juntos y hablábamos de temas intrascendentes, antes de subir a la oficina a ocupar nuestros puestos, tú de telefonista, yo de contable. A veces, entre el maremágnum de papeles y facturas, te miraba a través del cristal de la mampara divisoria, te veía con los cascos y el micrófono, atendiendo la llamada de algún cliente al que imaginaba poniéndose caliente con tu voz, deseando follarte como yo deseaba follarte en mis noches sin ti. Pero en mis días contigo, trataba de arrancar de mi mente aquellos pensamientos de las noches, reservarlos para mi soledad desnuda sobre la cama, considerando poco menos que imposible que tú, linda muchacha, te fijaras en mí para algo más que para compartir una taza de café y un par de tostadas cada mañana y charlar de la crisis, del partido del domingo o de cualquier suceso del fin de semana en ese mundo tuyo del móvil, la pandilla y el pub hasta las cuatro.
Pero bastó la chispa de un cigarro compartido a media tarde, la osada propuesta de cenar juntos y que aceptaras, la copa de un viernes por la noche sin amigas y la conversación que fue dejando a un lado los temas banales para ahondar en las profundidades de lo íntimo, para que tú quisieras regalarme una noche contigo, para hacer realidad los húmedos sueños de mis noches sin ti. Y allí te tuve, en mi cama, llenando mi absoluta soledad con la hermosura de tu cuerpo joven, irremediablemente más bello que como nunca lo pude imaginar.
Allí estabas, con tu pelo largo, vertiéndose en tu espalda y sobre tus hombros, con tus ojos verdes irisados por la tenue luz de la habitación, con tus labios incitantes, ofrecidos a los míos, sometidos por los míos, dominando mi boca amordazada por tu lengua enredada en mi lengua. Con tu cuerpo desnudo, con tu piel caliente abrasando mi piel al abrazarnos, tu cuerpo de ángel con sexo sobre el mío, sobre mi sexo crecido anhelando tus manos y tu boca y tu coño y cada espacio de ti que quisieras entregarle.
Tus labios de fuego descendiendo por mi cuello, por mi pecho huérfano de la redondez de tus pechos que descienden también por mi vientre, como marcándole el camino a tu lengua lasciva que recorre el surco imaginario que dibujan tus pezones sobre mi piel, hasta posarse en mi polla levantada que queda atrapada en el estrecho canal de tus tetas oprimidas por tus manos, agitadas suavemente para plegar y desplegar la piel henchida del miembro endurecido, mientras me miras y me sonríes, preciosa zorrita, con los ojos repletos de deseo, con la pícara sonrisa de quien se sabe dueña del macho sometido a sus caprichos de hembra lujuriosa. Humedeces los labios con tu lengua apenas asomada, sin dejar de menear mi polla con tus pechos apretados contra el tronco erecto. Dueña de mi placer, sigues buscando mi mirada para que lea en tus ojos lo que me estás diciendo sin palabras: que si quisieras, me harías correr en ese mismo instante, que bastaría con que apretaras un poco más la polla entre las tetas y aceleraras el movimiento de tus manos para que derramara sin remedio la leche caliente en el estrecho canalillo de tus pechos carceleros.
Pero es tu boca la que ocupa su lugar, tus labios mojados de saliva, tu lengua juguetona que dibuja círculos sobre el capullo y recorre cada palmo del tronco palpitante, de arriba a abajo y de abajo a arriba, lubricando la misma carne que será tragada y destragada con desesperante y placentera lentitud, con salvaje y violenta rapidez, cuando tú decides, por más que mis manos intenten vanamente controlarte, sin acertar más que a acariciarte el pelo y a acompañar el ritmo que tú impones.
Chupas mi polla, la mamas a tu antojo, acaricias mis huevos con tus dedos, saboreas el jugo incipiente que asoma por el orificio del capullo, como alerta que te hace detenerte para comenzar la búsqueda de tu placer hasta entonces relegado. Eres tú, pequeña Laura, la que decides darme el mando, la que te viertes hermosa sobre la cama, la que abres tus piernas para que sea mi boca la que se enrede en los labios de tu coño ya mojado, la que arranque tus primeros gemidos cuando mi lengua acaricia tu clítoris inflamado de deseo y penetra la ardiente hendidura de tu vagina, haciéndote arquear tu espalda por los primeros espasmos que el placer provoca en tu cuerpo.
Y por fin nos unimos, yo sobre ti, tú sobre mí, sin timón ni gobierno, sin que ninguno seamos capaces de someter al otro y ambos sucumbamos dominados por el otro. Tus piernas enredando mi cintura, tus pies enlazados en mis nalgas, tu coño abierto traspasado por mi polla, mis labios en tu cuello, los tuyos en mi oreja, el giro preciso de los cuerpos, tus pezones en mi boca, tus manos atrapadas por las mías, a tu espalda, para que tu cuerpo se desplome sobre el mío y grites, Laura, grites al sentirte fuertemente penetrada, al sentir cómo tu coño es invadido por completo por la polla que entra y sale, entra y sale, hasta que tiemblas, hasta que tiemblo, hasta que derramamos el placer sobre la piel estremecida, sobre las sábanas arrugadas, sin amarnos, queremos creer que sin amarnos, solo nos follamos mutuamente, preciosa Laura, pequeña adolescente, salvaje, lasciva, como queriendo exprimirme los años madurados por la vida y volver a teñirme las canas de sueños.
Fue precioso amarte, aunque no nos amemos. Mañana volveremos a encontrarnos en el bar de siempre. Quién sabe si, tal vez, ambos mojemos en el café las ganas de inventar otra noche para follar. Simplemente para follar.
Bisslave