Laura

Laura jamás pensó que salir descalza de aquel local de copas podría acabar en algo así

En principio seria así como se conocieron Laura y Alberto, los personajes principales de mi novela, "Los pies descalzos de Laura" (podéis encontrarla en amazon)Pero finalmente me decidí por otro. Aun así, quería compartirlo con todos vosotros.

03:30

Laura salió del local contenta de hacerlo, estaba ya agobiada, y quería irse a casa. Había sido un día duro, y agradecía a Marta todo el esfuerzo que había hecho por animarla, pero necesitaba dormir, descansar, y descansar a ser posible todo el fin de semana, sentada en el sofá, en chándal, con el pelo recogido en un moño y sin ver a nadie para poder llorar a gusto si lo quería o, porque no, volver a masturbarse. Solo pensarlo le hizo poner media sonrisa y pensar que sería una buena forma de buscar el sueño, un buen par de dedos dentro de ella hasta mojar sus  sabanas y dormirse.

Sintió el frio y áspero asfalto en sus pies. Hacia media hora que se había descalzado, y como llevaba el bolso pequeño no tenia calzado de repuesto.  Le había prometido a Marta que llevaría taconazo, y ella, a pesar de que ya había acabado hoy harta de él, aceptó. Ahora pensaba que se había equivocado, pero ese vestido que llevaba merecía unos tacones para lucir piernas, aunque para lo que la había servido.

Si, había sentido la mirada de muchos hombres, incluso de algún crio imberbe que debían de haberle pedido el carnet a la entrada, pero ninguno se la había acercado. Quizás desprendiera ese halo de casada aún, porque el anillo se lo quitó del dedo anular a los dos días de enterarse de lo de Víctor.

Encendió un cigarro expulsando el humo despacio tras guardarse el mechero en su bolso. Marta seguía dentro. Su amiga si había tenido éxito, y  había empezado a hablar con un tipo del local, de su edad, o algo mayor quizás, pero de buena apariencia. Fuerte, musculoso, moreno de solárium y pelo engominado, era el prototipo de niño pijo bien que ella siempre había aborrecido, aunque a veces las apariencias engañan. Así que,  y ya que Laura sabia como acabaría, antes de que viera a su amiga morrease con su nueva conquista, se había marchado sin decirla nada, mandándola un whatsapp desde la puerta del local mientras el cigarro se consumía en sus labios.

Hacia buena noche. Al final no había llovido, la acera estaba seca y lo agradecía, aunque si había refrescado. Miró a la calle. No se veía nadie, ni siquiera un coche o un taxi cercano, así que decidió andar un poco para buscar uno y permitir que el frio asfalto calmara algo sus pies cansados y doloridos.

  • Putos tacones – susurró mientras se detenía ante el semáforo.

Andaba sobre el suelo de cemento sin emitir ni siquiera un leve tap tap tap al andar, con su brazo derecho estirado y los zapatos colgando de los dedos índice y corazón de esa mano.

A su lado se detuvo un chico. Le había parecido verle antes en el local, no estaba segura, pero creía que sí. Le miró dos segundos y sonrió al fijarse que el chico miraba fijamente sus pies con gesto divertido, inquisitivo y…. ¿deseo? Sonrió, parecía que el chico estaba hipnotizado por sus pies. Ruborizada, Laura  bajó la vista también y movió los dedos de los pies dentro de las medias.

  • Bonitos pies. – dijo casi susurrando el chico acercándose a ella.

Laura, dio un respingo, se giró sonriendo mirando al chico complacida por el piropo y antes de contestarle, asintió levemente con un suave movimiento de agradecimiento en su cabeza mientras expulsaba el humo hacia arriba. Durante unos segundos, a través del humo confirmo esa mirada de deseo en los ojos del chico, ahora fijos en ella.

Era alto, la sacaba casi una cabeza. Pelo moreno cortado a cepillo, perilla recortada con esmero y ojos negros que sin duda miraban con deseo.

  • Vaya – la voz de Laura sonaba pastosa, estaba algo bebida, pero perfectamente consciente de lo que hacía y decía. – Gracias. – dijo sonriendo.

  • No tienes por qué. Es verdad, tienes unos pies preciosos. – dijo sonriendo el chico mientras Laura tiraba el cigarro a un lado, lejos de sus pies y su camino.

  • No sé si serán bonitos, pero si  terriblemente doloridos – dijo Laura sonriendo y rascándose un empeine con la punta del pie.

El chico sonrió volviendo a mirar los pies de la mujer.

  • En ese caso, esos pies que si son bonitos, se merecen todas las atenciones del mundo –Laura doblo ambos pies hacia fuera, apoyándolos en el lado del dedo meñique por unos segundos preciosos en los que el chico pudo adivinar parte de la suciedad en sus plantas.  Aunque Laura no lo sabía, aquel chico empezaba a excitarse y a tener la polla dura bajo los vaqueros, y solo deseaba ahora mismo coger esos pies y acariciarlos, besarlos, y dejar que recorrieran su cuerpo, encerando su gorda y dura polla entre ellos para masturbarse y correrse encima, llenándolos con su semen.

Laura apoyo de nuevo ambos pies en el suelo sobre sus plantas y de nuevo encogió los dedos. El semáforo se puso verde pero ninguno de los dos se movió.

  • Supongo que un baño caliente y un suave masaje les vendrían bien – dijo Laura sonriendo, y bajando un pie de la acera para cruzar. El chico la siguió, y mientras cruzaban, con la voz seria, habló de nuevo.

  • Si lo deseas, yo te lo puedo dar.

Al llegar al otro lado de la calle Laura se detuvo y le miró. Aquella mirada, de nuevo llena de deseo, pasaba de sus cara a sus pies descalzos. De nuevo, esos diez dedos se encogieron y volvieron a estirarse tan sensualmente bajo las medias que el chico deseo chuparlos de inmediato.

  • ¿Me darías un masaje de pies? – dijo Laura divertida y sonriendo mirándole fijamente.

  • Si – dijo el chico acercándose y posando su mirada en los pies de Laura sin dejar de sonreír – Esos pies tan hermosos se lo merecen. Te lo daría, aquí, ahora mismo, con las medias, sin ellas… Me da igual.

Laura miró la hora. Sonrió. La cosa parecía que podía salir bien después de todo, aunque no había empezado la cosa de una forma corriente, algo le decía que podía salir bien.  No sabía si era porque estaba algo bebida, por curiosidad por saber que podía hacer ese chico con sus pies,  o porque había algo más, aparte de esa fijación, o fetichismo, que le atraía en ese chico a pesar de que no paraba de preguntarse qué edad tendría. ¿Veintiséis, veintisiete… veintiocho como mucho?

  • ¿Por qué no me invitas a una copa y lo discutimos? – dijo Laura sonriendo.

  • ¿En tu casa o en la mía?

Laura soltó una pequeña carcajada de la que se disculpó de inmediato tapándose la boca y mirando al chico con cara de culpa.

  • Perdona. Ha sonado a clásico.-  se sonrieron mutuamente. Laura parecía casi hasta avergonzada, tímida. En el fondo, estaba ocultando, quizás, el deseo de que la noche no acabase ahí.

  • ¿Por qué no en un pub?

El joven sonrió y asintió complacido.

  • Conozco una terraza cercana que está abierta toda la noche, es en un ático, así nos podremos sentar y así podrás estar descalza fuera y con los pies en alto en mi regazo si quieres ir recibiendo ese masaje.

Laura sonrió y asintió divertida, mordiéndose el labio inferior. ¿De verdad la estaba ocurriendo eso a ella, justo hoy? Miró al muchacho y la sonrisa de este se ensanchó.

  • ¿Cómo te llamas? – pregunto inocentemente mirándole divertida. Cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro.

  • Alberto. ¿Tú?

  • Laura.

¿Qué edad tienes? – preguntó temiéndose lo peor.

  • Veintiséis – dijo Alberto.

  • Yo alguno más. – dijo Laura tímida y algo preocupada ante la reacción del chico. Es verdad que podía aparentar menos edad que la que tiene, pero no estaba segura de que tanta diferencia fuera salvable, y ya estaba lanzada, así que temía que la verdad le echara para atrás.

  • No me importa – dijo Alberto acercándose a ella y cogiéndola de la mano libre sin dejar de mirar al suelo, a sus pies. - ¿Cuántos más, diez, once…?

  • Casi catorce. – dijo casi avergonzada.

Alberto se acercó a ella y la cogió de la barbilla. Laura se estremeció y tragó saliva. ¿Va a besarme? Se preguntó deseando que lo hiciera sin saber bien por que

  • Como si son veinte. – dijo cerca de ella, tan cerca que sus labios casi se rozaban al hablar.

Laura sonrió. Sentía dentro de ella algo que hacía mucho no sentía. Diablos, ¿acaso se le estaban endureciendo los pezones? Pensó notándose excitada. Se quedó mirándole unos segundos, con ganas de acercar más su cara a la de él y besarle, probar esa boca, esos labios.

  • ¿Entras a todas las chicas admirando sus pies? – preguntó Laura sonriéndole con picardía, o con la que podía recordar. - ¿eres un fetichista de esos?

Alberto se ruborizó un segundo y la soltó con suavidad.

  • Solo a las que veo descalzas y tienen verdaderamente sus pies bonitos… Y si, digamos que soy un poco fetichista de pies. Me encanta ver a mujeres descalzas y dedicarme a sus pies… Antes de a otras partes de su cuerpo

Si, pensó, se le estaban endureciendo los pezones, pensó alegre y emocionada.

  • ¿Lo has hecho antes? – preguntó acercándose y levantando un pie, rozando el bajo del pantalón de Alberto y metiéndolo por dentro ligeramente.

Alberto asintió tras tragar saliva y notar que su pene empezaba a crecer.

  • ¿Y te funciono?

  • No.

Laura sonrió, sin pensarlo más, sacó el pie de sus bajos y le cogió de la mano.

  • Pues estas de enhorabuena. Hoy si te ha funcionado.

Llévame a ese sitio.

-¿Iras descalza todo el camino? – preguntó Alberto mirando los pies de Laura sonriendo.

  • Llevo más de media hora descalza. Tengo los pies algo más hinchados que cuando me calce estos malditos zapatos. – Sonrió divertida levantando los tacones mientras volvía a encoger los dedos de sus pies - No creo que me entren, y aunque me entraran, más de tres horas con ellos son ya más que suficientes.

Si, estaré ya descalza hasta que me acueste.

  • Entonces, vamos. Una vez estemos allí, nos sentaremos, y te daré ese masaje, el tiempo que sea necesario.

  • Como te he dicho – susurró Laura en el oído de Alberto poniéndose de puntillas  – estaré descalza hasta que me acueste. – guardó un breve instante de silencio. Estaba ya desatada, y si podía, totalmente dispuesta a llevarse a ese chico a la cama. Qué coño, se dijo, me merezco esto, ¿por qué no tener un polvo de una noche? -Y no tengo ni  prisa, ni decidido donde hacerlo.

Ya estaban las cartas sobre la mesa. Estaba resuelta a follar esa noche. Marta, has desatado en mi la lujuria cariño, pensó sonriendo y algo excitada. Decidida, sonrió a Alberto y los dos comenzaron a andar juntos, agarrados de la mano, como si se conocieran de toda la vida, sorprendidos cada uno por cómo había transcurrido todo.

El ático que decía Alberto estaba en un elegante edificio de oficinas cuya recepción no cerraba en todo el día

El suelo de mármol, frío como el hielo, hizo sentir un escalofrío a Laura cuando entró. Ambos saludaron al conserje, que les miró escépticos, sobretodo fijándose en los pies de Laura y en el calzado que esta tenía en su mano.

  • Al ático – dijo Alberto sonriendo, acercándose y entregándole dos tarjetas de visita que eran sendas invitaciones/entrada para el local.

El conserje asintió, se las devolvió y los dos fueron hasta los ascensores. Dentro, Laura volvió a encoger los dedos de los pies por el frío que sentía. Por suerte, el suelo del ascensor, de goma con relieve, no estaba tan frío. La joven se miró en el espejo y se rió de su aspecto, aunque le gusto lo que vio.

  • Ahora te calentaré un poquito los pies con las manos.

Laura sonrió, se puso de puntillas y le dio un fugaz beso en los labios. Una corriente eléctrica la recorrió la espalda cuando Alberto la devolvió el beso de la misma forma.

El ascensor se detuvo finalmente en el piso catorce. Nada más salir, lo hicieron directamente a una terraza, donde una caseta de madera en el centro de la misma servía de barra de bar. Alrededor, sobre un manto verde de césped artificial, se disponían varias mesas, muchas de ellas ocupadas. Una agradable música en sonido ambiento de pop de los ochenta sonaba por los altavoces dispersos. Varias camareras se movían de un lado a otro de la terraza. Alberto indicó a Laura que pasara, y esta comenzó a andar sobre el césped artificial notando las finas hojas clavársele en la planta de sus pies. Las cosquillas que la producían la hicieron sonreír al percibir tan agradable sensación y tan diferente textura a la del asfalto de la calle, sin que este la hubiera resultado desagradable. No era la primera vez que había andado descalza por la calle tras una fiesta o cena, y nunca la había molestado, pero hasta ahora nunca había pensado que pudiera sacar partido de ellos, aunque tampoco lo había necesitado.

Se sentaron tranquilamente en las sillas de una de las mesas libres, y enseguida una camarera fue a tomarles nota.    Pidieron dos copas, Alberto ron con cola y ella whisky con soda.

  • Una chica que bebe whisky – dijo Alberto sonriendo mientras la camarera se marchaba.

Laura sonrió mientras acercaba la silla en la que estaba a la de Alberto y estirando las piernas, sin pudor alguno, sonriente, apoyó los pies en el regazo de este, dejando sus zapatos bajo la mesa.

  • ¿Hablabas en serio? – le preguntó sonriendo. Empezaba a disfrutar, y se dijo que había acertado al salir esa noche con Marta, y con los tacones.

Sonriendo, Alberto acarició con el dedo índice ambas plantas del pie  y sonrió.

  • Siempre.

Después cogió el pie derecho con ambas manos, y empezó a presionar suavemente en la planta con los pulgares, agarrando el pie por el empeine con los otros ocho dedos, subiendo y bajando por toda la superficie de la planta del pie de Laura que se mordió el labio notando esas manos masajear sus cansados pies.

-  Creo que jamás me habían tocado los pies. – dijo sonriendo y notando como el masaje la relajaba, la gustaba… La excitaba.

Víctor jamás la había siquiera dado alguna vez un masaje en la espalda, pensó ahora con tristeza.

  • Ojala te guste y me llames alguna otra vez para hacerlo.

Laura sonrió. ¿Estaba decidida a llegar hasta el final?  Si, se dijo, hoy si.

  • No dudes que así lo haré.

Alberto la sonrió y siguió con el suave masaje. Las copas llegaron y la camarera miró la escena y se quedó mirando fijamente por unos segundos los pies de Laura sobre las piernas de Alberto y como las manos de este masajeaban suavemente uno de esos pies.

Alberto dejó el masaje unos segundos y se sirvió la copa echándose el refresco en el vaso de tubo con el whiskey hasta la mitad y hielos hasta arriba. Laura hizo lo mismo en su vaso, los dos se sonrieron y chocaron los vasos en un brindis.

  • Por ti. – Dijo Laura – y por este delicioso masaje, que ojala no acabes nunca.

  • Por tus pies, que han permitido que nos conozcamos  – Contestó Alberto divertido – Y que espero masajear toda la noche y siempre que me lo pidas.

Se volvieron a sonreír y ambos bebieron. Después, Alberto dejó la copa en la mesa y siguió el masaje pero con una sola mano, apoyando parte de la palma y el pulgar en la superficie de la planta del pie de Laura y cogiéndolo por el empeine con el resto de dedos, presionando ahora tanto con el pulgar como con la palma, subiendo y bajando por todo el pie de Laura, que cerraba los ojos y sonreía mordiéndose el labio inferior.

  • Esto es maravilloso. – susurró algo excitada. Llevaba mucho tiempo sin que un hombre la tocara, y antes, jamás nadie la había tocado así. Le parecía mágico.-  No me puedo creer que haya tenido esta suerte de conocerte.

Alberto la miró y al sonrió abiertamente.

  • Ni yo de conocerte a ti. Si hubieras sido una chica normal, me habrías mandado a la mierda cuando te hubiera dicho lo de tus pies, pero eres algo más que una chica normal, eres exótica, fantástica, maravillosa.

Laura se ruborizó. ¿Chica… exótica…? No estaba segura, pero quizás esa noche podría acabar siendo de las mejores de su vida. Para ella, todo lo anterior vivido con Víctor era ya pasado, y salvo Mónica, y alguna otra ocasión especial, tenía pensado borrar todo de su mente. Sonriendo, disfrutando de las hábiles manos de Alberto, bebió otro sorbo de su copa.

  • ¿De dónde eres?

  • De Barcelona. – respondió sin soltar el pie un instante. Parecía estar disfrutando del masaje tanto como Laura - Estoy aquí por trabajo.

¿Tú?

  • De aquí. – omitió decir nada más.

Alberto asintió, sin dejar de mirar a Laura. Bebió un trago y tras dejar la bebida en la mesa cogió el pie que estaba masajeando con ambas manos y se lo llevó a los labios, dándole un beso justo en la parte de debajo de los dedos y antes del comienzo del arco, encima de la leve dureza formada en el pie de Laura tras años de usar tacones. Sorprendida por el cálido beso, agradecida por el mismo, deseosa de que esos labios besaran su boca, sus pechos, su sexo, y de nuevo sus pies tantas veces como quisiera, Laura, notando como sus pezones se endurecían bajo su vestido y su sujetador, y como su sexo empezaba a humedecerse, deseó estar ya en casa con Alberto y acostarse con él.

Alberto la miró fijamente y cambio de pie, empezando a masajear el otro, primero igual que hizo con el derecho con ambas manos, y antes de cambiar a una sola, se llevo el pie a la cara y de nuevo a los labios besándolo tan cálidamente como antes pero con un beso más largo que el anterior. No le importó que varias personas le observaran, sonriendo divertidas unas, burlándose de él otras, y repitió el gesto dos veces más, con ambos pies antes de seguir masajeando el pie izquierdo de Laura, que ardía en deseos de meterse la mano por dentro de sus bragas y masturbarse. Estaba tan excitada como hacía mucho no recordaba, sin contar el baño de esta tarde, y todo eso solo con un simple masaje de pies y unos cálidos besos en sus extremidades. Le miró ávida de deseo, notando la humedad de su entrepierna crecer y sus pezones endurecerse hasta dolerla.

  • ¿Puedo volver a verte otro día? – dijo Alberto.

¿Puedes? No cariño, pensó Laura sonriendo, debes.

  • Siempre que me trates así – gimió Laura deseando cada vez más llevarse la mano a su entrepierna y masajearse el clítoris hasta empaparse la mano. – Estaré encantada.

Alberto sonrió.

  • Vivo sola – dijo finalmente Laura deseando sentir a Alberto entre sus piernas cuanto antes - ¿Quieres venir?

Alberto asintió sonriendo.

  • Con una condición.

  • ¿Cuál?

  • Que sigamos con este masaje mientras nos tomamos otra copa.

Laura sonrió. Deseaba follar, no beber más, pero con tal de sentirle entre sus piernas, cosa que estaba segura acabaría ocurriendo, aceptó, y entonces, se le ocurrió algo. Sonriendo con picardía miró a Alberto.

  • Eso está hecho. -  le contestó Laura sonriendo y presionando en la entrepierna de Alberto con el pie derecho, que estaba libre de las suaves y sabias manos  de Alberto que masajeaban ahora su pie izquierdo. Y siguió sin dejar de presionar en el bulto creciente de la entrepierna de Alberto, notando como crecía más y más bajo su pie mientras le seguía masajeando el otro.

Alberto tragó saliva y reprimió un gemido de placer, apretaba cada vez más el pie de Laura, masajeándolo sin descanso, sintiendo como el otro pie de esa mujer le presionaba y acariciaba la polla enrome y dura por encima de los pantalones, hasta que sin poder remediarlo, mientras sentía esa presión en su entrepierna, mientras sentía aun el tacto de los pies de Laura en sus manos, de las medias, de esos preciosos, hermosos y fascinantes pies, Alberto se corrió en silencio, apretando fuertemente el pie de Laura como única muestra del tremendo placer que había sentido en ese momento, viendo en la cara de Laura, que había aguantado el dolor en su pie al ser apretado, una expresión de comprensión y satisfacción, al saber que había conseguido hacer que Alberto se corriera, y haber gozado de ello.

Una hora después, tras acabar la copa, Laura, de pie frente a una parada de autobús, volvió a apoyarse en el lateral de sus pies y después de nuevo se quedó sobre ellos, encogió nuevamente los dedos, los volvió a estirar, y sonrió. La mujer se acercó a Alberto y cogiéndole de la mano le llevo hasta el banco de la marquesina, le hizo sentarse y ella se sentó a su lado, después subió las piernas y apoyó los pies descalzos en el regazo de Alberto nuevamente. Estaba insaciable, quería más. Le había gustado todo lo ocurrido hasta ahora desde que le oyera decirle esas dos palabras tan mágicas y maravillosas que recordaría siempre: “bonitos pies”

Divertido, ansioso por quitarle las medias y acariciar la suave piel de esos pies, Alberto adivinó algún pequeño roto en la tela de nylon y sin dudarlo, sin ningún pudor ni asco, beso de nuevo ambas plantas, y al hacerlo, cogió la tela con los dientes y tiró de ella desgarrándola. Cuando soltó, Laura, divertida, le ayudó a desgarrar la tela en ambos pies, quedándose con las medias rotas por los tobillos.

  • Espera – dijo Laura riendo como una adolescente.

Sonriendo, sin importarla que cualquier transeúnte trasnochador pudiera verla,  levantándose, se subió el vestido y se bajo las medias mostrándole a Alberto las braguitas negras que llevaba y resto de vello púbico moreno que impúdicamente trataba de escaparse de la prisión de esas las mismas.

Después se sentó de nuevo y Alberto volvió a besar ambos pies, ahora desnudos por completo, sintiendo la suave piel en sus labios.

  • ¿Cómo quieres que siga con el masaje, con las manos o la boca?

Laura, sonriendo bajó los pies de su regazo y se acercó a Alberto.  Se habían acabado las gilipolleces, su deseo la quemaba la entrepierna con rabia. Se puso sobre sus rodillas y agarrándole de la cara empezó a besarle en la boca, jugando con sus lenguas, abrazándole, presionando con su mano su entrepierna de nuevo dura, sintiendo la humedad de la anterior corrida, producida por el masaje que le había dado con su pie.     - ¿Está lejos tu casa como para ir andando? – dijo Alberto.

  • No. A unos veinte minutos de aquí ¿Por?

  • Para irnos ya y llegar en media hora, así tus pies estarán más cansados y recibirán mejores atenciones que agradecerás más.

Laura se mordió el labio y sonrió.

  • No se qué me pasa, si es que me has hechizado, o es que me he vuelto loca, pero creo que te seguiría descalza hasta el fin del mundo con tal de ese masaje y de un polvo después.

Alberto tragó saliva. Sonrió, Laura le besó de nuevo. Mientras lo hacía, había llevado de nuevo su mano a la entrepierna de Alberto y descubrió sonriendo el amplio bulto de este, duro de nuevo  y aumentando por segundos bajo el pantalón. Si uno de esos pies volviera a rozarlo, sin duda se correría otra vez, y era algo que ella deseaba, que se corriera, pero esta vez dentro de ella.

Tras unos preciosos y sensuales segundos más, Laura se separó, apartó la mano y sonrió a Alberto.

  • Quizás deba advertirte de algo antes de que vengas – dijo Laura apartándose y mirándole. Había llegado la hora. Mejor ahora que no en casa cuando llegue y vea las fotos de Mónica y tenga que explicarle las cosas. Después de esa excitación, de este momento, de todo lo que había disfrutado en esta última hora, o poco más, se arriesgaba a quedarse sola en esa parada, descalza, y deseosa no solo de follar, si no de recibir más besos y caricias de lo que nunca antes ha deseado.

  • ¿De qué? – preguntó Alberto.

  • Quizás no lo creas – dijo Laura con miedo – Tendrás que tener cuidado conmigo si quieres acostarte conmigo.

  • Quiero follarte, no acostarme contigo. – dijo Alberto llevando su mano a sus pechos y apretándolos. Laura gimió y cerró los ojos mordiéndose la lengua para no gritar. Sus pezones dolían de lo duros que estaban y notaba como sus bragas empezaban a mojarse.

  • Escucha… - susurró apenas  con fuerzas - Tendrás que tener cuidado porque llevo siete meses sin hacerlo.

Alberto apartó las manos de sus pechos y la agarro de la cadera atrayéndole hacia sí. La beso suavemente en los labios, succionando el labio inferior y apresándolo con su boca unos segundos.

  • ¿Has estado recluida? – preguntó sonriendo al soltar su labio.

Laura le miró excitada. Suspiró, resopló y le sonrió.

  • No. Casada.

. Esta mañana he firmado mi divorcio

Alberto parpadeó dando un respingo. Laura, sorprendida por su reacción, se levantó de sus rodillas y se puso de pie, mirándole asustada, casi al borde de las lágrimas, pensando que la había fastidiado y que esa noche tendría que estrenar el vibrador de Marta.

Delicadamente, Alberto se levantó y se acercó a ella, la besó, y deslizó su mano por los muslos de su pierna hacia arriba, subiéndola el vestido, moviéndola después hacia dentro, acariciando sus braguitas y su pubis a través de ella. Laura cerró los ojos y tembló de placer. Alberto, sonriendo al ver como la mujer cerraba los ojos y echaba la cabeza para atrás,  metió la mano por dentro de las bragas sin dejar de besar a Laura que gemía sin darse cuenta de que había empezado a llorar, humedeciendo con sus lágrimas el rostro de Alberto que no dejaba de besarla. Las manos del joven acariciaron el pubis de Laura. El vello moreno y rizado era suave y sedoso, y despacio, sus hábiles dedos se abrieron camino entre el mismo hasta sus labios, acariciando el clítoris; Laura se tensó y gimió sin soltarse de Alberto, sin soltar el beso, sin separarse, corriéndose en la mano de este cuando sus dedos pellizcaron su botón del placer haciéndola gemir y encoger los dedos de sus pies. Sus cuerpos se separaron entonces, Alberto retiró la mano empapada y sonriendo miró a Laura, que llorando, pero con una sonrisa en la boca temblaba de emoción y placer.

  • No es necesario hacer nada esta noche si no quieres – dijo Alberto – Podemos dormir juntos, y si lo deseas, más adelante, cuando estemos más tranquilos, con todo el cariño del mundo, me acostaré contigo.

Laura se acercó a él, le beso en los labios y sonrió.

  • Si me tocas así esta noche, si me besas así, si tus labios y tus manos recorren de nuevo mis pies, mi sexo, y se atreven con mis pechos, desearé follar contigo en cualquier momento.

Y tras besarse de nuevo, los dos comenzaron a andar, ella, sintiendo sus entrepierna empapada, sus pezones presionar su sujetador deseando romperlo, ardiente de deseo, estando ya totalmente descalza, tremendamente excitada, sin darse cuenta de que olvidaba sus tacones en la parada, y el, fijándose en la belleza de esos pies, que ansiaba ya poseer, besar, adorar, y usar para encerrar su polla entre ellos.