Laura

Un matrimonio aburrido se sincera y descubre nuevas situaciones.

L A U R A

Autor: Sir Stephen

Después de cinco años de intenso y apasionado matrimonio, las relaciones entre Laura y Enrique estaban empezando a caer en una cómoda rutina que les llevaba a repetir, casi sin darse cuenta, las mismas actitudes y comportamientos.

Enrique, diez años mayor que Laura y con más experiencia, fue el primero en darse cuenta de que sus relaciones empezaban a perder frescura y que la pasión inicial estaba siendo sustituida por una mezcla de comodidad y monotonía.

Decidido a romper con la incipiente rutina que amenazaba su matrimonio, y al procurar introducir novedades en su relación que les permitiesen recuperar la pasión adormecida, Enrique empezó a darse cuenta de un hecho del que, hasta ese momento, no había sido plenamente consciente en su relación con Laura, se trataba de que su esposa aceptaba siempre, sin oponer ningún reparo, todas y cada una de las iniciativas y propuestas que Enrique le hacía, nunca rechazaba una idea ni se negaba a compartir una experiencia, pero tampoco adoptaba ninguna iniciativa propia.

De hecho, al pararse a pensarlo, se dio cuenta de que, desde el principio de su relación –casi desde el momento en el que se conocieron- y sin que él hubiera hecho nada para provocarlo, Laura había ido aceptando y asumiendo con naturalidad todas las propuestas, ideas y planteamientos que Enrique sugería; por mucho que lo intentó no llegó a recordar que su esposa le hubiera propuesto algo por sí misma, a lo más que llegaba era a dar forma o hacer realidad alguna idea de Enrique.

Aunque en un primer momento esa sensación le produjo una cierta sensación de incomodidad y algo de preocupación, no tardó mucho en asumir que era precisamente esa actitud complaciente e incluso pasiva de Laura formaba parte de la atracción –no sólo física- que había sentido por ella desde el principio.

Una vez asumida la responsabilidad de romper la monotonía que amenazaba su matrimonio, y con el convencimiento de que Laura aceptaría sin discusión, como siempre había sucedido, sus propuestas, Enrique decidió tomar la iniciativa y después de madurar convenientemente la idea que se había formado, mantuvo con su esposa la siguiente conversación:

"Cariño, tenemos que hablar sobre nuestras relaciones, creo que hemos llegado a un punto en el que es necesario introducir algunos cambios en nuestro matrimonio porque me temo que si no llegaremos al aburrimiento y al fracaso, pero antes de exponértelos quiero saber tu opinión y, sobre todo, si estás dispuesta a aceptar lo que voy a proponerte."

Pese a lo extraño –deliberadamente extraño- del planteamiento, la reacción de Laura no sorprendió a Enrique:

"Creo que ya me conoces lo suficiente como para saber que aceptaré los cambios que creas que hay que hacer en nuestro matrimonio; estoy segura de que lo que hayas pensado será lo mejor."

La respuesta de Laura no hizo más que confirmar a Enrique en su posición inicial, por lo que continuó:

"Bien, pero antes de exponerte esos cambios, quiero que me expliques una cuestión que llevo planteándome desde hace tiempo pero que hasta ahora no había encontrado el momento; de hecho,creo que tu respuesta indica que ahora es la oportunidad de hacerlo.

Verás, desde que nos conocimos, tú siempre has hecho todo lo que yo he dicho, nunca me has discutido una opinión ni contrariado mis decisiones, pero tampoco has expuesto ninguna idea propia ni has tomado la iniciativa en nada, ni has mostrado preferencias por algo; creo que conozco la respuesta, pero quiero escucharla de tus labios ¿a qué se debe?

Esta vez Enrique sí que se sorprendió, pero no tanto por el contenido de la respuesta en sí, sino por la actitud y el tono de voz que Laura adoptó y, sobre todo, por la inesperada rotundidad de lo que le dijo, dándole a entender que era una respuesta que tenía ensayada desde hacía tiempo:

"Por fin, cariño, no sabes lo que me alegro de que me plantees la pregunta; hace mucho tiempo, desde el primer día en que nos conocimos, he sentido la necesidad de explicártelo, de aclararte las cosas, pero simplemente no podía hacerlo hasta que tú me lo pidieses porque no sabía si te interesaba o no.

En ese momento, Enrique vio como el cuerpo de su mujer adoptaba una postura diferente de la que hasta ese momento tenía; sin dejar de estar sentada a su lado en el sofá, pasaba de estar en una posición cómoda y distendida a ponerse rígida, con la espalda tiesa, los hombros hacia atrás, las manos caídas a lo largo de su cuerpo, las piernas juntas pero levemente separadas y, sobre todo, sus ojos dejaron de mirarlo directamente a la cara para pasar dirigirse hacia el suelo; mientras tanto, Laura seguía explicandose, pero utilizando un todo mucho más suave y dulce del que jamás Enrique le hubiera escuchado:

*"Verás,cariño, seguro que no te sorprende saber que desde siempre he sido una chica dócil, obediente. De pequeña era estupendo para mis padres ya que nunca les desobedecía, pero conforme fui creciendo, esa actitud se convirtió en algo esencial, que formaba parte de mi ser, primero sin darme cuenta, pero después de manera plenamente consciente, hasta el punto de que desde hace tiempo tengo muy claro que no tengo ni quiero tener voluntad propia, soy feliz y me encuentro más cómoda haciendo lo que otros deciden por mí, mis padres, mis profesores, mis amigas , ahora, tú, mi marido.

Al principio, cuando empecé a salir en grupo con amigas e incluso con chicos, todo el mundo pensaba que yo era fácil pero aburrida, nunca me oponía a nada, pero tampoco tenía iniciativas; no se si es verdad que soy aburrida, pero desde luego no soy una mujer fácil, lo que sucede es que nunca me ha gustado tomar decisiones por mí misma, ni siquiera las más sencillas y cuando se me da una orden, yo la cumplo sin ningún problema.

La verdad es que por muchas vueltas que le doy nunca he encontrado una explicación sencilla a lo que me sucede,lo único que sé decirte seguro es que es algo natural en m, no puedo ni quiero evitarlo, hay algo en mi mente que hace que me encuentre tremendamente incómoda cuando me veo obligada a tomar una decisión por mi misma respecto de hacer o no hacer algo, hasta el punto de que tengo miedo de que ese momento se produzca, porque siempre me he sentido más segura y tranquila teniendo a alguien que me diga lo que debo hacer, incluso lo que debo pensar.

No se trata de comodidad, de que me guste o no, es algo mucho más profundo, algo innato en mí, que ni puedo ni se como evitar y a estas alturas tampoco quiero hacerlo; porque tengo asumido que no sabría vivir teniendo que tomar mis propias decisiones, desde las más simples como levantarme, desayunar e incluso ir al baño, hasta las más trascendentales como qué estudiar, en qué trabajar o como vivir.

Precisamente por eso me gustaste desde el primer día que te conocí, porque no se si tú lo recuerdas, pero lo primero que hiciste nada más nos presentaron fue decirme lo que tenía que hacer y cómo debía comportarme ante aquellos estúpidos compañeros de trabajo; eso hizo que me sintiera fuertemente atraída u sometida a ti, tu me protegiste y tomaste las decisiones por mí sin conocerme, sin consultarme, con toda naturalidad y yo te obedecí encantada.

Después, al estar a tu lado y comprobar la firmeza de tu carácter, al sentir tu seguridad en ti mismo y descubrir tu imponente personalidad hicieron que me enamorara de ti, o mejor dicho, que te entregara mi amor y con él mi voluntad, mi vida y todo mi ser.

Pero no se trata de que "tomara la decisión de ser tuya" por estar enamorada, yo no sería capaz de "tomar esa decisión", fue algo diferente, se trató de un sentimiento que me invadió, una sensación de pertenencia y de entrega total que me llenó de paz y de felicidad.

Lo que sucede es que, en mi caso, estar enamorada supone entregarme de manera absoluta, física y mentalmente, a ti, a tu voluntad, pero sin podértelo expresar directamente, porque mi problema es que ni siquiera sabía como decírtelo, tenías que ser tú quien tomase la decisión de aceptarme, de poseerme, de aceptar que yo me convierta en un objeto de tu propiedad.

No se si es fácil de entender, pero mi forma de ser, mi propio sentido de la sumisión, me impedía decirte directamente que era tuya ni, mucho menos, pedirte expresamente que me tomaras como de tu propiedad porque implicaba forzarte o podía parecer como si te impusiera tener que tomar una decisión, sin embargo, sepas que, dentro de mí, te he pertenecido de manera total y absoluta desde aquél momento, por eso nunca he discutido, ni se me ocurrirá nunca discutir nada de lo que hagas o digas, al contrario, asumiré tus decisiones sin cuestionar para nada que tu poder sobre mí es absoluto.

Lo siento, pero hasta ahora, no había podido explicártelo así de claro simplemente porque tú no me lo habías preguntado y como puedes comprender, en esto menos que en cualquier otra cosa, no podía tomar la iniciativa.

Debes saber que toda mi felicidad, a lo máximo que aspiro en la vida, es a hacer lo que tú quieres que haga, pensar lo que tú quieres que piense y actuar como tú decidas que actúe, ser como tú quieras que sea, de manera que, aunque no hayas sido consciente de ello hasta ahora, tu eres el que, en definitiva ha tomado por mí todas las decisiones que me pueden afectar; me siento bien al saber que no necesito tener voluntad propia, para mí es perfecto cumplir tus deseos, tus órdenes o tus indicaciones, que seas tú quien pienses por mí.

Pero ni siquiera puedo decidir el hecho pertenecerte, eres tú el que debe tomar la decisión de aceptar que te pertenezca, de querer asumir el control de mi vida, inconscientemente como lo has hecho hasta ahora, o de manera voluntaria y, si tú quieres y en la medida que tu quieras, pública.

No tienes más que decir cómo quieres que yo sea y así seré, es así de sencillo, puedes tratarme como te parezca, tienes perfecto derecho a hacer conmigo lo que quieras, en privado o en público; eres mi Amo, mi dueño, mi señor, mi propietario.

Al poseer mi voluntad, también posees la capacidad de pensar por mí, de tomar lo que las decisiones que se supone que yo debería tomar; te conviertes en el dueño de mi cuerpo y de mis sentimientos, de mis sensaciones, por eso, lo que tú decidas que yo sienta será lo que yo quiera sentir, da lo mismo que quieras que sienta dolor, placer, humillación, orgullo, lo que tú quieras, me guste o no -eso te debe traer indiferente a partir de ahora-, lo que significa, en definitiva, es que puedes hacer el uso de mí que mejor te parezca.

He reflexionado mucho sobre las consecuencias de mi forma de ser, y lo tengo muy claro; el ser de tu propiedad significa que carece de toda importancia, para mí, lo que a mí me guste o no, o lo que me pueda apetecer, porque incluso esos sentimientos te pertenecen y puedes hacer con ellos lo que quieras, usarlos para tu disfrute, ignorarlos o tenerlos en cuenta; yo seguiré siendo de tu propiedad decidas lo que decidas.

No creas que me he convertido en masoquista, no, no me gusta sufrir o padecer dolor físico, pero si tu quieres provocarme dolor, aunque a mi no me guste, estarás en tu perfecto derecho, puedes hacerlo para castigarme, para enseñarme como obedecerte mejor o simplemente porque te apetezca, si es tu capricho puedes provocarme dolor, humillación o placer para divertirte, para ponerme a prueba o simplemente porque sí, no necesitas ninguna razón para tomar decisiones respecto de mí, solo tómalas y ordéname lo que deseas que haga, yo lo haré inmediatamente.

Por supuesto que eso significa que ni tienes que darme explicaciones ni yo te las pediré nunca; ni se me ocurrirá jamás pedirte explicaciones por lo que decidas sobre mí, ni va a ser necesario que me des las razones por las que quieres que haga algo, sólo ordena y yo obedeceré.

Por eso, debo decirte, porque así lo siento en lo más profundo de mi ser, que no hace ninguna falta que, a partir de ahora, me pidas nunca más mi opinión o me consultes nada, simplemente con que me digas que haga algo, o me ordenes que piense algo o simplemente, expreses que quieres que me comporte de determinada manera, será suficiente para que yo inmediatamente te obedezca, porque eres tú el que toma las decisiones, puedes ordenármelo o simplemente comunicármelo, como tú prefieras.

Yo ni puedo, ni tengo voluntad para cambiar de forma de ser ni de vivir, así que si no te gusta ser mi dueño o no te parece bien, o simplemente no quieres asumir esa situación, sólo tienes que decirme que no es tu deseo que te pertenezca y echarme de aquí; te obedeceré y me iré, no se adonde ni con quien, pero se hará como tú digas, solo espero que me aceptes como un objeto de tu propiedad y me permitas seguir a tu lado.*

Obviamente, aunque la respuesta de Laura superaba todas sus previsiones, no hacía sino poner de manifiesto algo que ya intuía, por eso, la reacción de Enrique no se hizo esperar:

"Pues estar tranquila; no había pensado en rechazarte, al contrario, estoy encantado por tu respuesta y no sólo no me parece mal, sino que me alegro de escuchar lo que acabas de decir, porque confirma lo que vengo sospechando desde hace tiempo.

La verdad es que desde hace tiempo me siento a gusto con tu docilidad y con lo que yo creía que era sólo el deseo de tenerme contento, pero no podía imaginar cuál era tu secreto, pero me alegro de haberlo descubierto.

No, no te voy a rechazar; al contrario, quiero que me pertenezcas, tanto como acabas de expresar o más, porque conforme te escuchaba, algo en mí me iba diciendo que todo estaba bien, que eso era lo correcto y lo adecuado.

Enrique hizo una pausa para comprobar el efecto que sus palabras hacían en su esposa, y pudo darse cuenta de que, aparte de una leve sonrisa, nada había cambiado respecto de la nueva actitud de Laura hacia él; por eso siguió con el discurso que iba improvisando sobre la marcha;

Precisamente porque quiero aceptarte como de mi propiedad, he decidido que, a partir de ahora, vas a cumplir algunas reglas básicas de actuación que te voy a exponer, y que iré ampliando o modificando con el tiempo, pero que van a ser las normas que rijan tu vida a partir de ahora.

De entrada, quiero que el lunes, acudas a tu trabajo y les comuniques que renuncias voluntariamente con efectos inmediatos, sin finiquitos, sin indemnizaciones, solo se lo comunicarás y te marcharás llevándote tus efectos personales, no darás más explicaciones ni contestarás a ninguna pregunta, sólo dirás que lo has hablado conmigo y que hemos decidido que es lo mejor.

A partir de ese momento tu única obligación, tu único objetivo, va a ser el de cuidar de mí, servirme y estar a mi disposición.

Tal y como tú misma has elegido y yo asumo, a partir de ahora yo seré el que organice y programe tu vida –que ya no será tuya, sino mía-, yo decidiré lo que tienes que hacer en cada momento, en todo y para todo, así que no harás nada que yo no te haya autorizado, ordenado o programado expresamente, y si, alguna vez, surge algún imprevisto me consultarás antes de actuar. Y para que te quede claro, cuando digo nada, me refiero a nada, ni siquiera comerás, mearás o dormirás sin mi permiso.

Por cierto que de ahora en adelante quiero que tu lenguaje conmigo sea franco y directo, así que dejarás de usar términos "light" para referirte a tu cuerpo, tales como coñito, trasero, pechos, bórralos de tu memoria, porque no quiero que los uses nunca más; de ahora en adelante sólo usarás palabras claras y directas como coño, polla, culo, tetas, etc.

Estoy cansado de esa forma tan pija de hablar, y además, creo que una esclava no debe usar un lenguaje propio de personas melindrosas, así que cuando tengas que decirme algo lo harás de forma directa, por ejemplo, nunca me pedirás permiso para tener un orgasmo, sino para correrte.

Además, mientras estés dentro de casa quiero que vayas completamente desnuda, sólo podrás llevar puesto el calzado que elija para ti o las joyas o adornos que decida ponerte.

Cuando decida que salgas a la calle, sola o acompañándome, llevarás puesta la ropa que yo te elija, o simplemente irás desnuda si así me apetece; y no tengas dudas de que, en alguna ocasió, decidiré sacarte desnuda a pasear, aunque solo sea para probar tu obediencia y disfrutar de mi poder y exhibirte como mi propiedad en público.

También quiero que cambie tu relación conmigo y tu forma de estar ante mí, así que, a partir de ahora, te dirigirás a mí llamándome Amo y de forma respetuosa, solo estás autorizada a llamarme cariño o cielo cuando lo hagas en público, pero nunca me volverás a llamar por mi nombre. ¿lo vas entendiendo?

Conforme escuchaba a su marido, la expresión de Laura se fue modificando desde la abierta sonrisa de satisfacción inicial hasta la mirada seria, humilde y sometida que tenía cuando, poniéndose en pié y casi en un susurro, dijo:

*"Gracias, Amo, por aceptar ser mi dueño y hacerle a esta esclava el honor de permitirle ser de tu propiedad; soy y seré lo que la voluntad de mi Amo quiera, te serviré como tú desees, obedeceré tus órdenes y sólo viviré para servirte y satisfacer tus deseos y caprichos.

Todo se hará como tú ordenas, dispón de la esclava como te parezca."*

Al ver como Laura se quedaba en pié frente a él, pero tal y como le había dicho, con la mirada baja y en silencio, Enrique asumió que eso era, precisamente, lo que él mismo estaba esperando, sólo que no podía sospechar que se hubiera resuelto tan rápidamente, pero también se dio cuenta de que no había planteado una cuestión importante y sobre la que sus planes se habían precipitado, así que, adoptando un tono firme pero cariñoso, volvió a dirigirse a su mujer –sería más adecuado empezar a verla como esclava- para ordenarle:

"Desnúdate y deja la ropa que llevas puesta en el armario, ya la revisaremos toda más adelante para que decida la que te quedas o la qué vas a retirar. En cuanto acabes vuelve aquí inmediatamente".

Con rapidez y sin levantar la mirada del suelo, Laura se quitó toda la ropa que llevaba y la dejó en el armario de la habitación para, deprisa pero sin correr, volver a situarse ante su Amo –ella hacía tiempo que había dejado de considerarlo como su marido- y adoptar la misma posición de antes esperando escuchar las nuevas órdenes.

En ese momento Enrique se dio cuenta de que le era tremendamente incómodo dirigirse a Laura desde esa posición, así que añadió algunas nuevas indicaciones antes de darla las instrucciones que iban a regular el comportamiento sexual de su esclava.

"Bien, desnuda estás mejor, me gusta ver tu cuerpo sin ropa y expuesto a mi disposición.

No quiero tener que levantar la vista cada vez que te hablo, me es incómodo, así que tu adaptarás la postura de tu cuerpo a la que yo tenga, de forma que yo esté sentado, tú permanecerás arrodillada ante mí, con la espalda recta, los brazos sobre las piernas, las rodillas abiertas y la cabeza inclinada, te colocarás cerca de mí, de manera que pueda alcanzarte con la mano; esta va a ser tu primera postura como esclava y estarás así, aquí o en cualquier otro sitio, mientras no te ordene otra cosa.

Cuando yo esté de pié, permanecerás cerca de mí, a un lado y atenta a mis instrucciones y órdenes, pero siempre con la mirada baja, la cabeza inclinada, los brazos estirados a lo largo del cuerpo y las piernas ligeramente abiertas; esa será tu segunda postura como esclava.

Por otro lado, cada vez que oigas que yo entro en casa, vendrás a recibirme, por supuesto que desnuda, a la entrada, te acercarás y pondrás tu cuerpo a mi disposición; si te quiero besar, ofrecerás la boca, si te quiero tocar me acercarás el coño, el culo o las tetas y si no te hago ninguna señal, simplemente me saludarás con una reverencia y te mantendrás cerca de mí.

Si alguna vez vengo con alguien y no quiero que te vea en pelotas, te lo haré saber y te indicaré que te pongas la ropa que quiera que lleves, pero si no te digo nada, me recibirás a mí y a quien venga conmigo desnuda y exhibirás tu cuerpo sin remilgos ni vergüenza."

Mientras Enrique hablaba, Laura, rápida y silenciosamente, como si ya lo hubiera practicado antes –y lo cierto es que en su imaginación lo había repetido cientos de veces- adoptó la postura ordenada frente a su esposo y dueño y permaneció quieta, con la cabeza gacha y sin levantar la mirada del suelo pero atenta a cuanto estaba escuchando, como si quisiera absorber cada una de las palabras de manera que se grabasen firmemente en su cerebro.

"Sí, Amo, la esclava escucha y obedece las órdenes del Amo y cumplirá sus instrucciones; todo será como el Amo desea; la esclava agradece al Amo que se digne adiestrarla".

Satisfecho y animado por la rapidez con la que sucedía todo, y dado que era evidente que podía quemar las etapas que había previsto, Enrique pasó a darle las instrucciones que había planeado para más adelante respecto de sus relaciones sexuales:

"Bien, buena chica, veo que aprendes rápido y eso me gusta, así que ahora voy a explicarte como vas a comportarte de ahora en adelante.

De entrada, una esclava debe dirigirse a su Amo con respeto pero de manera clara y sin tapujos, así que a partir de ahora eliminarás de tu lenguaje toda la superficialidad y sólo usarás términos claros y directos.

Por ejemplo, en adelante nunca te referirás al acto sexual como "hacer el amor", porque una esclava no hace eso, una esclava es follada, usada, montada o sirve a su Amo con el coño; una esclava no está caliente, sino que está cachonda o en celo, etc. ¿entiendes?

Además, aunque no sea una novedad, a partir de ahora estás sexualmente a mi disposición en todo momento, sé que hasta ahora no te has negado a nada de lo que te he propuesto, pero, a partir de ahora, estarás expresa y explícitamente a mi disposición, es decir, preparada para ser usada, para darme placer porque te has convertido en un objeto que yo voy a usar a mi capricho y conveniencia y como tú misma has explicado, hasta tu placer me pertenece, por lo que seré yo el que decida cuando y cómo vas a correrte si me apetece que lo hagas.

Por eso, y para que tengas claro que has perdido cualquier posibilidad de decidir o actuar, a partir de ahora tienes absolutamente prohibido correrte sin mi permiso, ni siquiera puedes tocar, acariciar ninguna parte de tu cuerpo sin mi autorización y, desde luego, nunca te masturbarás sin que yo te lo ordene sólo lo harás si a mí me apetece, cuando a mi me apetezca y cómo a mí me apetezca; además, si en algún momento estás caliente y a punto de correrte me pedirás permiso para hacerlo y si no te lo doy, harás lo que sea para enfriarte pero en ningún caso me desobedecerás o serás castigada.

Por mi parte, estoy decidido a hacer uso de tu cuerpo para mi placer o para conseguir el placer de quien yo quiera, cuando yo quiera y como yo quiera; lo que significa que no sólo me servirás a mi personalmente, sino a quien yo te ordene que lo hagas; tú a partir de ahora sólo te limitarás a obedecer.

Para que empieces a acostumbrarte al uso sexual que pretendo hacer de ti, he decidido que voy a tenerte caliente y a punto de correrte durante unos días, durante los cuales te acariciarás y masturbarás hasta que estés a punto de explotar, entonces me harás saber que has llegado al límite y dejarás de tocarte hasta que te enfríes, para empezar otra vez y así hasta que yo te autorice a parar o a correrte, y esta orden vale para todo el día, así que si cuando estés a punto no estoy en casa, me llamas por teléfono para comunicármelo y pedirme permiso."

La respuesta de Laura sorprendió a Enrique, no tanto por su contenido, sino por la rapidez y naturalidad con la que su hasta ahora esposa asumía la condición de esclava:

"Será como el Amo ha decidido; la esclava ha estado y está siempre a disposición del Amo para ser usada como el Amo disponga.

El cuerpo de la esclava sirve para el placer del Amo, ¿quiere el Amo que la esclava se empiece a acariciar, a masturbar y a poner cachonda ahora o debe esperar?"

A la vez que le hacía la pregunta, las manos de Laura se movieron lentamente hacia su sexo y se quedaron quietas cerca de la entrepierna, mientras su rostro reflejaba una expresión que no podía calificarse más que como de plena satisfacción y total entrega; Enrique quiso profundizar un poco más y poner a prueba a su esclava y le dijo:

"Sí, vas a empezar ahora mismo, delante como es la primera vez, quiero ver como lo haces, así que arquea la espalda hacia atrás, abre las piernas al máximo, levanta el coño y exhíbemelo para que pueda ver como te tocas para mí."

Sin pensárselo dos veces, Laura obedeció a su dueño y adoptó la postura que éste le había dicho y en la que, si bien exhibía su sexo completamente y permitía a Enrique ver las caricias que se prodigaba, no podía decirse que estuviera cómoda y relajada, al contrario, era evidente el notable esfuerzo físico que tenía que hacer para mantener la forzada postura; no obstante, continuó acariciándose con lentitud y suavidad a la vez que, con la voz ronca por la excitación y agitada por el esfuerzo, preguntaba:

"La esclava se masturba para el Amo, y está cachonda para su Amo, si el Amo prefiere que la esclava se toque el coño de alguna forma concreta, sólo tiene que ordenarlo; ¿puede la esclava preguntar a su Amo si le va a apetecer usar alguno de los agujeros del cuerpo de la esclava para dar placer a la polla del Amo?"

Todavía sorprendido por la inesperada reacción de Laura, y mientras observaba como su esposa se masturbaba en su presencia sin el más mínimo recato, Enrique sonrió abiertamente ante el nuevo giro que tomaba su matrimonio y se dispuso a disfrutar de un futuro que se anunciaba estimulante y con unas perspectivas excelentes.