Laura (7)
donde se masca la tragedia o, quizá, donde las cosas se ponen en su sitio...
Y yo elegí pelear, me lancé hacia ella como una furia; pensé en empujarla, tirarla al suelo y subirme encima; esta vez aunque llorase de verdad no la dejaría, pero, cuando casi la tocaba se giró quitándose de mi camino y empujándome ligeramente lo suficiente como para que me diera un golpe en la frente con el marco de la puerta y quedase algo despistado, en lo que tarde en reaccionar me cayó encima un puñetazo en los riñones y cuando arqueé el cuerpo hacia atrás me pasó un brazo alrededor del cuello ahogándome mientras con la otra mano me sujetaba por el pelo, así caímos al suelo, otra vez ella encima y yo debajo, sentada sobre mi cuerpo, ahogándome, le dio por dejarse caer hacia atrás, con eso me iba curvando la espalda, forzándola de modo muy doloroso. Cuando aflojaba me daba algún bofetón "para que no pases frío", me decía, la verdad es que no pasaba frío en absoluto.
Cambió de posición, me ciñó el cuello con los muslos y apretó, esta posición nueva me permitió comprobar que debía estar muy caliente a juzgar por lo mojada que estaba de entrepierna, la reflexión duró poco, me volteó y cuando estaba boca arriba se sentó en mi cara exigiendo que le lamiese, a lo que obedecí sin rechistar porque hacerle sexo oral y darle lo suyo para la piel era, de todo lo que sucedía en esa casa, lo que me gustaba de verdad y porque ya en aquel momento había asumido que ella había ganado, era su prisionero, me haría lo que quisiera, y yo no tenía ninguna posibilidad de evitarlo porque era un ama experta que sabía pelear, controlaba la situación: mi cuerpo y mi alma, de ella me era imposible huir.
Todo esto lo pensaba mientas ella cabalgaba mi cara salvajemente, hasta que culminó en un orgasmo magnifico, desde arriba me sonrió y alabó diciendo: "lo has hecho tan bien que te voy a quitar parte del castigo" se rió comentando algo del tipo de que con la cara llena de su flujo parecía que estuviese maquillado de payaso, se frotó un poco contra mi barbilla y, al improviso, se tiró un pedo que cayó enterito entre mi nariz y mi boca. Se puso colorada, me pidió disculpas afirmando que había sido sin querer, pero que entre la col que había comido al mediodía y el movimiento físico de nuestro combate y de su reciente cabalgada sobre mi cara se le había aflojado la tripita (uso estas palabras tan cursis); aunque lo que me sorprendió y fascinó fue que alguien que me estaba dando una paliza de padre y muy señor mío se disculpara por haberse tirado un vientecillo, pese a lo apestoso que aquel era. El caso es que se levanto de encima mía y se fue corriendo al baño; yo no podía creer mi buena suerte, me levanté, cogí la llave de encima de la mesa y me dirigí como una bala a la salida.
El segundo intento fallido de abrir la puerta fue acompañado por una risotada de mi vencedora, se reía a mandíbula batiente mientras me llamaba simplón, tenía en su mano otra llave y me dijo: "ven a buscarla si tienes pelotas". Yo me quedé horrorizado, inmóvil, me sentí más vencido que nunca. No solo había demostrado que era más fuerte que yo físicamente, era también muchísimo más lista; como un relámpago pasaron por mi mente todas las veces que me había derrotado, desde la primera vez que yo había puesto el pie en su casa. Ella sabía siempre qué hacer, yo no. Avanzó hacia mi, sonreía como el muñeco diabólico de la película, yo seguía estando inmóvil, seguía horrorizado, vencido físicamente, pero sobre todo vencido desde el punto de vista de mi moral de combate, no tenía la menor capacidad de oponer resistencia, ya no temía a sus puños ni a sus piernas fuertes y morenas, pese a las tundas que me habían dado; era su capacidad de prever, su inteligencia, mi absoluta convicción de que intentase lo que intentase ella lo habría previsto y tendría algo preparado para vencerme, para someterme, era eso lo que me mantenía inerme, a su merced. En definitiva, era eso lo que me había convertido en su esclavo.
Se puso enfrente de mi, me miró a los ojos, se reía y yo bajé la cabeza incapaz de sostenerle la mirada; me sentía un pelele, era una marioneta en sus manos, temblaba como un flan, ella se percató de mi estado anímico y me abrazó muy fuerte mientras decía: "Pobre chiquitín mío, una niña muy mala le ha pegado duro y se ha reído de él" comprobé, casi con alivio, que ya ni sus burlas conseguían despertar en mi el antiguo espíritu de una rebelión que parecía prehistórica, era una hombre acabado. Ella se dio cuenta y me dijo: "Te voy a dar dos noticias, una es buena, la otra no lo sé. La buena es que no te pegaré tanto como te había anunciado, en ningún caso te mandaré al hospital, porque ya estás domado y por tanto no me hace falta; la otra es que dentro de una hora, más o menos, vendrá mi madre y te cederé a ella como esclavo para que te haga lo que quiera". Suspiré aliviado y ella añadió: "Ya veo que las dos noticias son buenas" y añadió algo del tipo vamos a aprovechar el tiempo antes de que venga mamá que yo también tengo mis necesidades; me pasó una cuerda alrededor del cuello y me llevó a su habitación tirando de ella. No me había atado las manos y me daba la espalda, podía haber saltado sobre ella e intentar estrangularla, pero lo que hice fue bajar la cabeza y seguirla sumisamente.
Podría resumir la siguiente hora diciendo que pasé casi toda con mi boca pegada a su rajita, incluso cuando me hizo un pompino (el semen es bueno para su piel) yo lamía su sexo, lo hacía con entusiasmo y dedicación, lo hacía aliviado y feliz: me daría los golpes que quisiera, pera la incertidumbre había acabado. Era su esclavo y esa realidad no me hacía particularmente desdichado, bastante menos que un dolor de muelas. Al menos podía acariciar su cuerpo esbelto y fuerte, apretar, hasta cierto punto, sus pechos magníficos, peinar su pelo con los dedos...