Laura (5)
De lo que me sucedió en el trabajo la semana siguiente.
No estoy seguro de cómo llegué a mi casa, quizá reptando, pero nada más entrar me desnudé, me tumbé en la cama y quedé profundamente dormido. Dormí por mucho tiempo, un sueño extraño en el que me encontraba en una isla desierta a solas con Laura, peleábamos y ella me daba una paliza terrible y, tras mi derrota, sometía mi cuerpo a todo tiempo de torturas y vejaciones, apoderándose de mi personalidad, convirtiéndome en un gusano; un sueño muy realista. Pasé como si estuviera en una nube el sábado y el domingo, solo el lunes cuando me miré al espejo al salir de la ducha fui consciente de la cantidad de cardenales que mi piel llevaba y se apoderó de mi un gran terror al pensar qué podría pasar en el trabajo, como en un sueño recordaba que ella había dicho algo sobre que no diría nada de lo nuestro a los compañeros, me miré en el espejo otra vez, todos los cardenales quedaban cubiertos por la ropa, si yo no los enseñaba pasarían desapercibidos.
Entre en el trabajo, Laura ya estaba, cuando entré me saludó preguntando: "¿qué tal ese fin de semana, niño malo?" mientras movía la mano como si me fuera a dar en el trasero unos azotes; en un primer instante la miré sorprendido, pero enseguida entendí su juego, le sonreí agradecido y di unos buenos días generales, a continuación añadí, para ella y quien quisiera oírlo, que el fin de semana se me había pasado en un soplo, que el viernes tarde y el sábado mañana habían sido una paliza continua para mí y, así, el resto del fin de semana lo había pasado durmiendo. Ella se rió de modo más bien histriónico mientras decía: "qué exagerados sois los hombres, seguro que fregaste cuatro platos, pusiste la lavadora y, a lo mejor, limpiaste el baño y a eso lo llamas darte una paliza" al oír sus palabras todas las compañeras se pusieron a reír de modo poco o nada disimulado, dando la razón a las palabras de mi vencedora, y añadiendo algún matiz de cosecha propia más bien poco sutil, mientras los hombres ponían cara de póquer o nos reíamos. En cualquier caso pasé a sentirme francamente bien; Laura era mucho más lista de lo que yo pensaba, había desviado cualquier mirada sobre mi, ya sabía que en el trabajo no sería humillado.
Después, cuando pudimos quedarnos solos, se acercó y me dijo: "¿Qué tal estás perrito tonto? y mientras hablaba, en un descuido mío, metió su mano entre mis piernas y me cogió por delicada parte, apretando de modo suave, pero claro y sin soltar, mientras con la otra mano me acariciaba la cabeza como a un niño pequeño- ¿estás dispuesto a venir a casa otro fin de semana? ¿Estás demasiado asustado?" Yo no había esperado que me hiciera estás preguntas en ese momento y era consciente de que podía hacerme aullar de dolor sin más que apretar un poco más fuerte; así que le contesté lo que pensaba que quería oír: "Estoy de acuerdo, pero antes habría que negociar las condiciones y en ese momento dije la primera tontería del día- la vez anterior me ganaste porque me agarraste traidoramente del mismo sitio que me has agarrado ahora." No era lo que quería oír, lo supe en cuanto sentí sus dedos apretarse muy dolorosamente contra mis maltratados testículos, me lo confirmó ella diciendo a continuación, sin crispación, pero sin aflojar el agarre: "Se contesta diciendo: yo haré lo que quiera mi ama, soy tu ama, recuérdalo, al menos hasta que volvamos a luchar y me sometas y recalcó todas y cada una de las sílabas con apretones que me hicieron gemir y contestar si ama, si ama, incluso de modo un poco atropellado- cuando volvamos a estar solos te daré algunas órdenes que tienes que cumplir, ahora comienza por traerme a la mesa un café". Estuve a punto de negarme, pero la miré a los ojos, vi en ellos reflejos de acero y no fui capaz de sostenerle la mirada, menos aún con su mano donde estaba, así pues bajé la cabeza humildemente y fui por un café para ella y otro para mi justo a tiempo, los compañeros volvían, pero ya nos vieron sentados tomando café y trabajando, cada uno en su mesa.
Salimos los dos últimos, antes de que lo hiciera me gastó públicamente una de sus bromas habituales, disimulaba verdaderamente bien, después se acercó. "Estamos solos, ¿quieres que peleemos?, ¿quieres que echemos un pulso?" En aquel momento yo no quería nada, entonces ella me mandó que al día siguiente llevara unos pantalones con un bolsillo agujereado, atase mis pelotas con una cuerda y dejase el otro cabo en mi bolsillo, ella a veces se acercaría a mi y tiraría del extremo; si no tienes unos pantalones en esas condiciones, o no quieres ponértelos, la cuerda te deberá asomar por detrás, para que pueda agarrarla cuando quiera. "¿Alguna pregunta?"
El martes y miércoles fui con la cuerda tal y como ella me había exigido, con el pretexto de consultarme algo se acercaba a mí y tiraba, me hacía daño porque no podía o quería controlar tan bien; el jueves me rebelé y me presenté sin la cuerda, aprovechó el momento en que todos salieron, se acercó con un fajo de papeles como si viniera a consultar algo, cuando estuvo a mi lado me dio dos rotundos bofetones, y antes de que reaccionara me volvió a agarrar por las palotas, esta vez apretó sin piedad. "Te avisé, te dije que eres mi esclavo, si quieres tu libertad tendrás que vencerme, y te veo muy lejos de tenerme sometida", se rió con una cierta ironía. "Vale, vale, dije yo, pelearé contigo, de momento echemos otro pulso."
Así lo hicimos y volví a ganarle como el viernes anterior, aunque esta vez no alardeé. Esta victoria solo te exime de ser mi esclavo hasta mañana a las cinco de la tarde, advirtió; si quieres dejar de ser mi esclavo de forma permanente deberás vencerme, con eso quedaremos en paz, si quieres que yo sea tu esclava deberás vencerme este viernes y el que viene...
continuará