Laura (2: Iván)

El mejor amigo de mi marido.

Laura (2) Iván Iván es el mejor amigo de mi marido. Ambos son de la misma edad (49) y periodistas de profesión. Se conocieron cuando cursaban el bachillerato en el mismo colegio y se hicieron amigos inseparables. Estudiaron en la la facultad de ciencias de la información y se licenciaron con la misma promoción. Cuando terminaron la carrera, Jordi (mi marido) encontró trabajo en la redacción de una revista cultural de nuestra ciudad, mientras que Iván entró a trabajar en una pequeña cadena de radioemisión de una provincia castellana que era propiedad de su familia. Los años pasaron y Jordi e Iván mantuvieron su amistad. Se escribían largas cartas (el fajo de las de Iván durante un solo año ocupa dos generosos archivadores), pues en aquella época, tan cercana en el tiempo como lejana en cuanto a modos tecnológicos de comunicación, la gente escribía cartas. Se veían cuatro o cinco veces al año, generalmente en la tierra de nadie de Madrid, donde coincidían con ocasión de encuentros profesionales entre periodistas. Nada mas conocer a Jordi, comencé a oír hablar de Iván. Iván por aquí, Iván por allá; parecía que Iván estaba siempre con nosotros, tanto que a veces, bromeando, a la hora de tomar una copa en casa, preparábamos tres vasos, el tercero para Iván ¡cómo no! ( tercero era rápidamente devorado por Jordi en segunda instancia, pues es un gran depredador de ginebra). Iván no asistió a nuestra boda, puesto que por aquellas fechas, ya propietario de los negocios familiares por el fallecimiento sucesivo de su madre y de su padre, estaba inmerso en negociaciones para adquirir una editorial y le fue imposible asistir a nuestro casamiento. Pero no habían pasado más de tres meses cuando Iván llamó por teléfono diciendo que estaba en Barcelona. ¡Por fin iba a dejar de ser un ente y adquirir vida!. Jordi le apremió para que viniera a nuestra casa y, efectivamente, antes de que transcurriera una hora sonó el timbre del portal. El corazón me palpitaba. Por fin iba a conocer a ¡Iván!. El del colegio y la afición al mar, el de hacerse pajas juntos a los catorce años, el de la universidad y de la profesión, el gran bebedor de gin-tonics y el intransigente soltero... Abrimos la puerta de nuestro piso y apareció un adonis de un metro ochenta, cabello castaño oscuro y unos ojos verdes que destilaban luz. Alto y delgado, casi enjuto; nariz pronunciada y cargado de espaldas. Vestía pantalones de pana y americana de pata de gallo y cargaba con una bolsa de viaje preciosa con una gabardina sobre ella. Jordi e Iván se unieron en un largo abrazo y a continuación y de manera muy formal, el primero me presentó a su mejor amigo. Iván cogió mi mano y la llevó a sus labios para depositar sobre el dorso un beso que juro que recorrió todos mis poros. Nos abrazamos. Me apretó contra su pecho y me dijo bajito al oído que ya era hora de conocer a la mejor amiga de Jordi. Aquel abrazo se prolongó, de buen seguro, algunos segundos más de los estrictamente necesarios para un acto protocolario; porque a m me parecía tan natural como si fuera una sensación conocida. Me sentí arropada y protegida por Iván desde el primer momento que le conocí. Supimos que a Iván le iban bien las cosas y que había reconvertido sus negocios a base de desprenderse de las emisoras de radio y meterse ya de lleno en el mundo editorial. Pensaba organizar la gestión de sus empresas desde Barcelona y esto significaba que se asentaría en nuestra ciudad durante uno o dos años. Jordi pegó un brinco de alegría yo también estuve muy contenta, pues sabía lo que significaban el uno para el otro y que hacía ya muchos años que vivían en lugares distintos. A decir verdad me alegré de que la hermosura física de Iván se correspondiera con la bondad de sus sentimientos que le atribuía Jordi. A partir de aquel día nuestra vida se hizo más dinámica. Jordi dejó la dirección de la publicación en la que trabajaba por entonces y se incorporó al consejo de administración de la empresa de Iván, quien nos había confesado que sus planes consistían en organizar los negocios en Barcelona y que su ilusión era que Jordi y él trabajaran de una vez juntos. Por otro lado, cuando lo tuviera todo en funcionamiento tenía la intención de dejar la dirección ejecutiva a Jordi  e irse a cumplir el sueño de su vida: dar una larga, larguísima vuelta al mundo, en la que pensaba invertir no menos de dos años y quien sabe si no encontraría algún paraíso perdido en el que decidiera recalar para siempre o, por lo menos, durante largas estancias. En cuanto a mi, Iván no fue algo nuevo en mi vida, ya que de una manera o de otra siempre había estado con nosotros. Pero sí fue como algo que se completaba, una idea que cobraba vida, aspecto y figura. Iván era de carne y hueso (y vaya carne y hueso). No me enamoré de él, sino que le quise desde el primer momento como si fuera un ser amado que regresaba de una larga ausencia. De repente nos convertimos en tres y la tercera copa que a veces servíamos cobró realidad. Jordi cobró vitalidad nueva y parecía un chiquillo al que le han comprado el regalo de sus sueños. Todo comenzó un domingo que, como tantos otros,  Iván había venido a comer con nosotros. Durante aquellos días tanto él como Jordi estaban de muy buen humor a causa de que habían terminado satisfactoriamente un proyecto en el que habían estado trabajando por espacio de varios meses. Iván había llamado por teléfono la víspera para anunciarnos su visita y, fuere por lo que fuere, el caso es que Jordi y yo pegamos un polvo súper sabroso aquella noche de sábado. Pasé la mañana del domingo en la cocina, preparando la comida. Hacía un día soleado de mayo y la luz entraba a torrentes por la ventana. Iba vestida con una falda tejana muy corta y un top de color Burdeos, muy holgado, que le entusiasma a mi marido y  por debajo del cual le encanta sobarme los pechos. Iván llegó poco después del mediodía, como siempre. Estaba muy guapo, con un ramo de flores en una mano y una botella de champagne en la otra. Nos abrazó a los dos y todo sonriente me entregó el ramo. Quedé sorprendida, pues a pesar de la intimidad que teníamos con él, nunca había tenido un detalle personal conmigo. En realidad no tenía por qué tenerlo, puesto que él me quería y respetaba como a la mujer de su mejor amigo, pero creo que en el fondo yo estaba un poco celosa, o secretamente enojada, porque a mí Iván me gustaba muchísimo y ya había tenido más de un deseo húmedo pensando en él… Por ello, cuando me ofreció las flores, sin poder evitarlo me ruboricé. Me abrazó y besó en ambas mejillas y en la frente. Me puse roja como un tomate y sentía que se me formaban perlas de sudor en la frente y que tenía las manos húmedas. Jordi, a nuestro lado, dijo alegremente que “Iván me ponía bellísima” y yo creo que en aquel momento lo hubiera asesinado. Tomamos un aperitivo –vermouth con ginebra ¡cómo no!–   y ellos  parecían dos niños traviesos. Pasamos a la mesa y la comida transcurrió tan amena que recuerdo que se me hizo cortísima; y del postre pasamos al café y a la ginebra (¿alguien lo dudaba?) con hielo.  Al filo de mi segunda copa, cuarta de ellos, le pregunté a Iván por qué no se había casado o, al menos, no tenía novia estable. Me explicó que había estado una vez a punto de casarse, pero Irene, que así se llamaba su novia, falleció a causa de una enfermedad de rápido desenlace. Dijo que seguramente sería capaz de amar a otra mujer, pero que en modo alguno podría volver a sentir el cariño que le había dado Irene. Por lo demás, solía tener novietas pero nunca se atrevía a comprometerse con alguna. Se quedó mirándome a los ojos y enmudeció. Miró alternativamente a Jordi, quien a su vez me miró, sonrió e hizo un gesto de asentimiento. Iván dijo entonces que desde que vivía en nuestra ciudad sentía que su familia éramos Jordi y yo, que cada vez que se fijaba en una mujer que le gustaba sentía una sensación oculta de que me estaba engañando. Aquello se estaba convirtiendo en una jaula de locos, pues el caso es que cuando Iván se había enrollado poco tiempo antes con un chica, en un romance de casi única finalidad sexual que no sobrepasó las tres semanas, entonces yo había sentido un ramalazo de celos. Jordi terció para echar más leña al fuego diciendo que Iván y él lo habían compartido siempre todo y que en la actualidad incluso trabajaban juntos. Debió ser la ginebra, o tal vez el peculiar clima en el que los tres estábamos envueltos, o que era algo que simplemente estaba cantado que tenía que ocurrir. El caso es que me dirigí a Jordi para preguntarle: “¿entonces puedo besarle?”. Mi marido se levantó y nos cogió a Iván y a mi de la mano para que también nos incorporáramos. Puestos así de pie teníamos los tres las manos enlazadas y Jordi, mirando Iván y a mi, dijo que qué coño nos pasaba, ¿es qué no nos gustábamos Iván y yo?; añadió que si era así nadie lo diría, por los rubores que el amigo me provocaba. Jordi soltó mi mano y la de Iván y nos dijo que nos daba su bendición y que se sentía contento de que los tres congeniáramos totalmente. Me abracé a Iván y nos propinamos un beso largo, muy largo y húmedo. Tuve un escalofrío al sentir su lengua caliente en mi boca, hurgándome. Era tan alto que mas que abrazada parecía colgada de su cuello. Besé su frente, sus cálidas mejillas y su cuello. Aspiraba su olor y lamía su piel... me derretía en sus brazos. Minutos mas tarde (todo fue tan rápido que hay detalles que no me quedaron fijados) me encontraba en el centro de nuestra cama matrimonial, desnuda y con un hombre a cada lado, todos bajo las sábanas en no sé que arranque de pudor colectivo inicial. Jordi se recostó sobre el costado y quedó vuelto hacia nosotros; me destapó hasta la cintura y me acarició los pechos con suavidad. Abarcó mi teta izquierda con la palma de su mano e hizo un gesto a Iván indicándole que podía hacer lo propio. Iván puso la mano sobre mi tetita. Entonces mi marido me preguntó si era feliz y le dije que sí; y era verdad. Retiró su mano de mi y dijo a Iván que le entregaba a su mejor amiga y que nos quería a los dos. Después me besó en la frente, se levantó y dijo que mientras nosotros nos conocíamos, él prepararía unas copas; y desnudo como iba salió de la habitación. Iván descorrió las sábanas y quedamos desnudos frente a frente. Nos besamos largamente, él recorría mi espalda con sus manos, tan fuertes y tan suaves..., recorrió brevemente todo mi cuerpo, sin detenerse, en un avance exploratorio; y yo llevé la mano a su entrepierna deseada y encontré una protuberancia enorme y erguida. La abarqué con la mano y la noté que ardía. Recorrí su pecho velloso y aquellas espaldas tan flacas y tan fuertes, y comencé a moverme, si dejar de besar su cuerpo divino, y a bajar con la lengua por todo el torso, los pezoncillos casi negros y rodeados de pelitos rizados. Y por fin, por fin llegué al objeto de mi deseo: la polla, el rabo, la verga masculina por la que suspiran todos mis sentidos. Me apoderé de ella y lamí todos sus poros; besé, chupé, devoré hasta metérmela toda en la boca. Mamé con gula, apreté sus cojones con la mano y bajé hacia ellos. Iván suspiraba y comenzaba a jadear entrecortadamente. Susurraba que me amaba (”Laura, vida mía”) y no cesaba de acariciarme en la nuca, mi punto débil. En aquel momento lo quise todo para mí y solo para mí, así que le pedí que se corriera, que me dejara conocer y comer su semen, que no se preocupara porque yo me encargaría de ponerlo en situación cuando él quisiera, pero que por favor me diera su leche. Él cerró los ojos y alterné mamadas y lamidas que abarcaban desde las cercanías de su culo hasta la punta de la polla. Cuando escuché que decía ¡ahoraaa!, apresuré los embates y aseguré la punta de la verga firmemente en la boca, casi aplastándome la garganta. No quería perder ni gota de aquella maravilla que sus maravillosos cojones derramaron en mi interior. Esperé a que terminaran sus espasmos y suavemente fui separándome de aquel palo santo; y entonces saboreé y tragué lentamente aquel producto del ser de mi amante que pasaría a formar parte mía para siempre. En aquel momento me di cuenta de que mi marido estaba en el marco de la puerta, con un gin-tonic en cada mano y la polla perfectamente erecta apuntando hacia arriba. Aquella visión me hizo gracia y me reí. Jordi avanzó, nos entregó una copa a mí y a Iván la otra y se sentó en el borde de la cama. Tomé un trago y le dije que acababa de hacerle una mamada a Iván y me había tragado su leche. Jordi me acarició la cabeza y me besó en los labios. Me preguntó si me había gustado y le dije que sí; quiso saber si me sentía feliz y también afirmé. Pero yo bullía todavía de ardor y cogí la mano de mi esposo y la conduje hasta mi coño, que ardía y rezumaba la evidencia de mi deseo. Le dije ven cariño mío y se colocó de rodillas y a horcajadas sobre mí. Añadí que quería mezclar sus leches en mis entrañas y comencé a mamársela con ganas. Antes de que Jordi descargara en mi boca y su semen corriera por mi cuerpo hasta fundirse con el de su amigo, noté que este nos contemplaba y se acariciaba el rabo, suavemente de arriba abajo y de abajo arriba. Volvía a estar casi en su apogeo. A estas alturas yo estaba fuera de mí, acababa de dar placer a mis dos seres más queridos, pero estaba ardiendo y sentía los exagerados latidos de mi corazón. Llevé la mano al coñito y empecé a masturbarme. Cerré los ojos y soñé en lo que estaba haciendo, pues me sentía tan bien que creía que no podía ser cierto. Escuché la voz de Iván que me decía “no te apures, mi niña, que estoy aquí para ti”, antes de sentir como se movía y situaba entre mis piernas. Penetró en mi intimidad y me folló con seguridad. No pude más y me corrí, me corrí, me corrí... Iván me abrazó, todavía unido a mí, y me llenó de besitos la cara. Me dijo “te quiero” y salió de mi coñito. Pero yo quería más, aún no estaba satisfecha y aún me quedaba mucho por dar. Le hice notar que no se había corrido y que si quería hacerlo, tenía mi culito para él. Me coloqué a cuatro patas e Iván me dio por el culo. Mi esposo se masturbaba frenéticamente y decía quedamente “llámala puta, le gusta” mientras la gruesa verga de su amigo me taladraba (la tenía realmente grande y más gorda que la de mi marido). Grité y pese a que no soy espectacularmente sonora en el sexo, grité mucho, pero no de dolor precisamente. Iván, tras follarme con fuerza durante un buen rato en el que no cesó de decir obscenidades, se corrió en mi ano; y simultáneamente estallé en un orgasmo sensacional que me puso la carne de gallina y los pezones contraídos. Cuando Iván salió de mí, Jordi ocupó rápida y ansiosamente su lugar para, segundos después, unir nuevamente la expresión de su placer a la de Iván. Me sentí dichosa, sencillamente feliz. Y desde luego, aquel fue el inicio de una hermosa amistad.

Un beso,

Laura ( laujor1958@hotmail.com )