Laura

Todo comenzó con algunas bromas y algún alfilerazo entre compañeros de trabajo.

Era compañera de trabajo, mucho más joven que yo y muy guapa, se llamaba Laura; nos caíamos bien, sonreía con un dibujo limpio y bonito, era de mi estatura aproximadamente y cuando nos mirábamos cara a cara tenía que reprimir mi impulso de acercarme y besarla. Se dio cuenta y, a veces, me provocaba. Yo, en esos casos, le decía que era mala y ella se reía mientras me preguntaba por qué y yo le contestaba que ella lo sabía de sobra, ponía morritos como si le disgustasen mis palabras y volvía a reírse.

Pasaron algunas semanas, yo siempre que podía le tiraba chinitas; ¡varón, al fin! buscaba provocarla por activa y por pasiva, algunas de mis provocaciones eran toscas, otras eran sutiles se reía y me contestaba dándome algún alfilerazo; entonces yo le decía que era mala y, con la mano derecha hacía el gesto de darle unos azotes en el trasero. Ella, muerta de risa, preguntaba qué era eso que quería hacerle y yo le respondía: "darte unos azotitos en tu culete de niña mala". Hacía muecas de burla al replicar con la pregunta: "¿te gustaría?"y yo le decía que no era exactamente lo que más me gustaría, pero podría ser divertido, sobre todo si estaba desnuda.

Unos días después, un viernes, cuando faltaban unos minutos para salir del trabajo, me comentó que yo era un canijo y que sería ella quien me diera los azotes en el trasero desnudo si yo era malo, a menos que salgas huyendo como una rata, añadió en tono provocador. Con sus palabras vi el cielo abierto: entonces o nunca, era mi gran oportunidad, tenía que aprovecharla. Comenzamos un duelo dialéctico que terminó en un desafío: echaríamos unos pulsos; ella todavía me provocó más diciendo "Si ganas iremos a mi casa y lucharemos desnudos" debió añadir algo, pero yo no la oí, babear de modo abundante posiblemente tiene alguna relación con la sordera. El caso es que le gané los pulsos, aunque con más dificultades de las que esperaba, yo era el más fuerte y alardeé de mi superioridad, mientras ella en un trocito de papel escribió su dirección y una hora: las cinco de la tarde; quedaban algo más de dos horas, lo justo para comer, ducharme y llegar a su casa.

Una peleíta desnudos tal y como quedamos, me anunció, total sumisión para el vencido, vale todo, ¿de acuerdo? Yo le contesté que si, en realidad ella estaba vestida solo con un camisón transparente, unas bragas muy pequeñitas y un sujetador también muy pequeño; empecé a desnudarme mientras pensaba en que iba a hacerle tras mi victoria. "No tires la ropa al suelo, ponla como yo en la silla", me advirtió, pasó por detrás de mi y fue colocando sobre la silla su ropa, muy despacio, procurando que no quedasen arrugas, usando mucho tiempo… Yo no entendía tanta pulcritud hasta que

En el momento en que levanté la pierna para sacarme los calzoncillos, agarró desde atrás mis indefensas partes nobles y apretó, bastante fuerte por cierto. Del susto casi me caigo al suelo, le exigí que me soltara, le recordé que eso era juego sucio porque todavía no había comenzado la pelea; ella se rió, pero su mano no soltaba la presa, me dijo que en el trabajo habíamos quedado que la pelea empezaba en el momento en que yo entrase en su casa; pero, ironizó, ni te enteraste, estabas ya demasiado ocupado pensando como ibas a divertirte. En vano yo gemí, supliqué, aullé, amenacé; Laura no se alteraba, estaba muy tranquila, sin soltarme y sin que se le crispase un músculo me dijo: "patalea, el derecho al pataleo es el penúltimo que te queda" y fue subrayando sus palabras con unos apretones que otra vez me hicieron suplicar: "Por favor, Laura, me estás matando." "No, no te estoy matando y lo sabes, dices eso para ablandarme, pero solo estás fastidiado, humillado, porque creías que ibas a dominarme fácilmente y echar una cana al aire, ¡ya ves! Ahora puedo hacer contigo lo que me de la gana y, en concreto te voy a dar los azotes prometidos en el culo, te lo voy a poner colorado a palos, te dolerá." Recalcó su afirmación con un apretón a mis partes blandas fuerte y prolongado que arrancó de mí gemidos y alguna que otra lágrima.

Rotas las conversaciones, me llevó arrastrándome por el punto de agarre hasta la cocina; allí, de un cajón, cogió dos cuerdas. Me mandó arrodillar. Sin soltarme se colocó sobre mí, sus muslos ceñían mi cuello, miraba mi espalda, cerró las piernas asfixiándome, me debatí, ella me exigió que pusiera las manos atrás si quería que dejase de apretar, cuando lo hice me las ató, tranquila, no tan fuerte que me hiciese daño, si de forma que no pudiese moverlas en absoluto. Entonces, y solo entonces, me soltó las partes nobles; se subió sobre mi espalda y mi cuerpo que no podía sostener su peso fue bajando vencido hasta que llegué a una posición en que no podía bajar más; a cambio, en esa postura apenas podía respirar. Aprovechó mi inmovilidad para pasarme por el cuello la segunda cuerda que ciñó. Después de completar la operación se levantó de mi espalda dejándome respirar. Fue un alivio, pero con un poco de inquietud: cada cambio había supuesto que yo estuviera un poco más indefenso. Me relajé, ya no podía estar más indefenso, tampoco tuve que esperar mucho.

"Yo, Laura, la pequeña pulguita, ¡He vencido a Hércules! ¡Soy épica pura! ¡He vencido al terrible monstruo!" gritó poniendo su pie en mi cabeza. "Azotaré su infame culo, lo castigaré…" y cuando vio que yo iba a hablar colocó su pie en mi cuello y apretó al tiempo que decía: "Silencio, eres mi prisionero y vas a ser mi esclavo; solo hablarás cuando yo te autorice". Mis ganas de hablar desaparecieron, estaba un poco asustado, ¿habría despertado un monstruo? De momento ella me sacó de esta reflexión diciendo: "Cuando salgas de aquí serás un cachorrito en mis manos, moverás el rabito al verme e intentarás, por todos los medios, hacerte el simpático con tu ama para que no te pegue más..."

CONTINUARÁ

Me gustaría recibir comentarios, sobre todo de mujeres

Mi dirección de correo electrónico es: josebinfatima@hotmail.com