Las/Los saunas

Relato de mis experiencias en Las/Los saunas.

Título: Las/Los saunas

Autor: jotajota67

E-mail: jotajota67@gmail.com

El relato a continuación cuenta mis experimentos homosexuales de éstos últimos tiempos.

Voy a empezar por presentarme: me llamo Juan, soy argentino y tengo 26 años. Si bien no tengo un cuerpo escultural (más bien algo rellenito) y un pene normal, considero que tengo cierto atractivo.

Me gustan mucho las mujeres, pero hace uno o dos años empecé a entrar en páginas relatos gays y me sorprendí leyendo las historias y de cómo gozaban los participantes, tanto de chupar penes, como de ser penetrados. Contrario a lo que yo creía, empecé a pensar que se podía obtener placer de hacer esas cosas, y mi curiosidad fue aumentando a medida que leía más relatos.

También descubrí páginas de osos y me di cuenta que es el tipo de hombre que me atrae. Me gustan las mujeres bien femeninas y los hombres bien machos (aunque en un relato gay eso sea una paradoja). Cuanto más peludo, mejor. El "puto loca" y depilado no me va.

Hace unos meses tuve que ir a Madrid por razones de trabajo. Después de mucho pensarlo, decidí que era el lugar ideal para realizar "por única vez" algo que rondaba en mi cabeza hacía tiempo: tener algo con un hombre. Como la idea de ir a bares gay o a lugares públicos de "cruising" no me gustaba, me pareció muy apropiado ir a "una" sauna.

Estuve toda la mañana nervioso, luchando internamente entre si hacerlo o no. Finalmente decidí que sí, porque de otra manera me iba a quedar rebotando en la cabeza por largo tiempo, y si no lo hacía ahí en Madrid, que gozaba de cierto anonimato, no lo iba a hacer nunca.

Al mediodía de ese día de semana me desocupé de mis actividades. Ya había averiguado por Internet sobre las saunas de la ciudad: por cercanía y por el tipo de público (osos y hombres mayores) la sauna Príncipe, en el centro madrileño, parecía ser la más apropiada para mí. A las tres de la tarde ya me estaba dirigiendo hacia allí.

En Madrid no debo conocer a más de cinco o diez personas, pero mientras caminaba estaba tan paranoico y asustado, que cada dos pasos me giraba para ver si alguien me seguía; también miraba los edificios para comprobar que ninguno de estos cinco conocidos me estuviera vigilando desde atrás de una ventana. Esto me resulta muy gracioso ahora, pero en ese momento no lo era. Supongo que más de uno que haya ido a este tipo de lugares sintió algo similar.

La sauna estaba estratégicamente ubicada en un callejón. Toqué el timbre y me abrieron rápidamente. Pagué mis 12 euros y con los nervios que tenía no podía entenderle al chico que estaba del otro lado del vidrio qué era lo que me preguntaba por tercera vez. Justo un tipo que entró detrás mío me lo aclaró: qué número de chanclas quería. ¡Qué importaba! ¡Cualquiera! Yo estaba tan tenso que no quería ni hablar, que reconocieran mi acento y se dieran cuenta que era argentino. Finalmente balbuceé "42" y me dio mi toalla, mi llave de la taquilla y mis chanclas.

Fui al vestuario, me desnudé pudorosamente y me puse la toalla al rededor de la cintura. Salí y me puse a recorrer las instalaciones: duchas, saunas, salas de video, cabinas y cuarto oscuro. Como dije, eran como las tres de la tarde y no había mucha gente todavía y no se veía acción por los pasillos.

Mientras tanto, yo seguía caminando, mirando y cada tanto me sentaba a ver la película que pasaban, de unos jóvenes lampiños haciendo lo suyo. La verdad es que no era mi tipo de porno, pero pronto me di cuenta de algo que me calentó de sobremanera: los gritos y gemidos que escuchaba no eran del audio de la película sino que provenían de las cabinas que rodeaban a la sala de video. ¡Qué bien se la estaban pasando ahí adentro! Y yo ahí sentado viendo la tele.

Inmediatamente me paré y seguí paseando por ahí: fui a las puertas de las cabinas, pero las que estaban ocupadas estaban trabadas y no se podía ver nada. Me fui a la sauna seca y me pasé un buen rato, pero contrario a lo que leí en varios relatos, ahí no pasaba mucho. Todos nos mirábamos de reojo (incluso algunos señores se sacaban sus toallas), pero nadie parecía tomar la iniciativa.

Volví hacia los pasillos de las cabinas, donde los gritos antes me habían puesto tan cachondo. Ya empezaba a haber más gente. Algunas cabinas estaban cerradas, otras vacías, en una o dos había tíos pajeandose solos (con su público mirando desde afuera y tocándose, pero sin participar) y en otras también había tipos solos, pero acostados, algunos boca abajo y otros boca arriba. Como hasta ese entonces desconocía los códigos de las saunas, me parecía raro que los tipos pagaran para ir a dormir siestas, luego leyendo más relatos, me enteré que están a la espera de sexo: los que están boca abajo son pasivos y los boca arriba activos.

A medida que caminaba por los angostos pasillos, sentía miradas y pequeños roces de codos. Incluso alguno más lanzado me apoyaba la mano de lleno en el bulto. Con mis 26 años era de los más jóvenes. Debo haber parecido la histérica de la sauna, porque aunque miraba de reojo a todos no respondía al contacto de ninguno. En realidad seguía bastante nervioso y no sabía bien cómo actuar.

Finalmente, un señor en sus cincuentas hizo algo que no había visto a nadie hacer: me acorraló contra una pared y me empezó a besar. Fue raro, era la primera vez que besaba a un hombre. Me dio vergüenza que estuviéramos tan expuestos y le propuse ir a una cabina. El tipo no era exactamente de mi tipo (no era muy peludo), pero me dejé llevar. Nos encerramos en una cabina y nos deshicimos de las toallas. Nos quedamos mirándonos a los ojos (algo que me incomodaba un poco) mientras con las manos nos tocábamos las pollas: la tenía muy gruesa, me impresionó; y eso que no la tenía parada del todo.

Ya que era él el que me había buscado, asumí que era yo el que establecería qué hacer. Seguía sin querer hablar y que reconozcan que era argentino (una boludez), así que le apoye mis manos sobre sus hombros e hice un poco de presión. Entendió el mensaje e inmediatamente se arrodilló y me empezó a mamar la pija. ¡Qué bien lo hacía! Yo flipaba (como dicen en España).

Desconociendo todo código o protocolo, ni le avisé que me estaba por correr y ni le pregunté si la quería la lefa en la boca. Como estaba tan caliente eso pasó en poco tiempo. De todas maneras pareció no molestarle, porque no me dijo nada, aunque terminó escupiendo todo o parte en el cesto de basura que tenía al lado.

Yo ya me sentía satisfecho. Me preguntó si me había gustado lo que me había hecho y tímidamente le respondí que sí. El tipo todavía tenía ganas de seguírmela chupando, y hacerme acabar otra vez, a pesar de que se me había bajado. Yo no me animaba a más en ese momento (a pesar de que tenía una verga bastante gruesa y atractiva) y para otra mamada, prefería que fuera otro tío. Ahora que lo pienso, debí agradecerle el favor por lo menos con una paja, pero en ese momento estaba asustado. Cuando me iba de la cabina, el tipo se encargó de remarcar que era casado y me señalaba su anillo (no sé por qué hizo esto).

Seguí dando vueltas por todos lados y no me acuerdo cómo (supongo que ya estaba más relajado), pero terminé con otro tipo en una cabina. Éste estaba en sus sesentas y tenía una linda barba blanca. También se agachó y me la empezó a mamar.

Al rato, justo cuando dejó de chupar y se estaba incorporando, empecé a largar mi leche, que le mojó sus piernas. Me miró a los ojos y me dijo:

  • Te has corrido

  • Sí (con vergüenza)

  • Qué pena. Me hubiera gustado hacer muchas más cosas contigo.

Antes de irme me preguntó cómo me llamaba y me dijo que él era José Miguel.

Cuando me estaba poniendo la toalla nuevamente, José Miguel me enseñó como poner bien mi polla  (que estaba algo parada) adentro, para que la toalla no se cayera. Fue un gesto casi paternal.

Estuve un rato más, pero consideré por terminado mi día en la sauna. Era suficiente para mí. Esa sería mi primera y última experiencia homosexual, a pesar de no haber follado, no haber entregado mi culo, no haber entrado al cuarto oscuro y a pesar de que cuando me iba entraba un buen ejemplar de oso pardo, de barba y pelo en pecho.

Sin embargo, de vuelta en Buenos Aires (donde "las" saunas son "los" saunas, las pollas son pijas y follar es coger) y al cabo de unos pocos meses, ciertas dudas volvieron. Me preguntaba qué cosas más hubiera querido hacer conmigo José Miguel: ¿sería pasivo? ¿activo? ¿o sólo querría que se la chupe? También me acordaba de la pija del tipo casado. Sentía que me habían quedado cosas por hacer en "los" saunas.

Seguí leyendo relatos, y las ganas volvieron. No tenía planes de viajar a otra ciudad así que tendría que ser en Buenos Aires, a pesar de todo.

Averigüé los saunas de Buenos Aires y un sábado por la noche, que no tenía otro programa, me animé a ir. Como el sauna era en el microcentro, parecía conveniente ir un sábado a la noche, ya que no habría nadie que pudiera conocerme por esa zona.

Cuando llegué a la puerta, sobre la calle Viamonte al 700, encontré que el sauna estaba cerrado hacía varios meses. Pero tenía un Plan B: cine XXX. También había averiguado de eso y en Suipacha y Corrientes había un complejo, el Ideal, de varios cines.

Pagué mi entrada, y me puse a recorrer las salas, primero las de arriba, de películas heterosexuales, y luego las de abajo, homosexuales. Las salas estaban bastante oscuras, pero al acostumbrarse la vista, no vi que hubiera mucha acción (más que en las pantallas).

Al cabo de un rato me senté en una de las salas de arriba, en la anteúltima fila, cerca de la puerta. Atrás mío había dos tipos y empecé a escuchar que se estaban besando y chupando. No me animé a darme vuelta y mirar mientras estaba ahí sentado, pero cuando me paré para ir a otra sala, miré y vi que uno estaba parado con la verga afuera y el otro se la estaba chupando sin ningún reparo: comprobé que acá también pasaban las cosas que decían en los relatos.

Me fui a otra de las salas "heterosexuales" y me senté en una butaca, en la segunda de una fila del medio. Al poco tiempo se me sentó un tipo al lado (como si no hubiera más lugar en la sala...) y yo miré apenas de reojo, y como no me produjo rechazo, me quedé. Y entonces empezó lo bueno, paso a paso y tal cual cuenta más de un relato: me tocó sutilmente con la rodilla, luego la dejó pegada, después pasó su mano de su pierna a la mía y fue subiendo hasta agarrarme el bulto. Todo muy despacio. Yo me reía por dentro porque era exactamente como lo había leído. Ahí decidí facilitarle las cosas y me desabroché el pantalón y saqué la pija del boxer.

Me pajeó un rato hasta que súbitamente se agachó y me la empezó a mamar. ¡Sí! ¡Qué bueno: mirar una película porno y que te hagan un pete!

Se levantó de su silla para arrodillarse en el pasillo y chupármela de frente y no desde un costado. Estaba entusiasmado y yo más. Siguió un poco, se la sacó de la boca y empezó a pajearme con ganas. Supuse que quería lo que venía de adentro, así que cuando se la metió otra vez en la boca y mamó un poco más, acabé ahí.

Inmediatamente sacó una servilleta y empezó a limpiarme la verga y su boca. Antes de que se fuera le agradecí por la gran mamada que me había hecho.

Di otra recorrida por las salas y volví a la misma butaca que me había dado suerte.

Se volvió a sentar alguien al lado y cuando miré de reojo me pareció que era el mismo de antes. "¡Se ve que a éste le gustó!", pensé. Me la saqué del pantalón otra vez y la manoteó y me empezó a pajear, pero no la chupaba.

Después de un buen rato me animé a avanzar yo, y le puse mi mano en su paquete y se la saqué afuera, para pajearlo y devolverle el favor. La tenía un poco más grande que yo y además circuncidada, por lo que me costaba un poco al principio, pero después pude agarrar ritmo. Me dijo que lo hacía bien, y lo único que pude responder fue: -Son años de práctica.

Pasados unos minutos me animé todavía a más: le pregunté si se la podía chupar. Por supuesto no se negó. La idea me latía desde que leía todos aquellos relatos. Además quería retribuirle la mamada que me había hecho antes.

Debo confesar que chupar una pija no me daba más placer que chuparme un pulgar, pero es agradable ver que el otro se retuerce de placer.

Estuve un rato así y luego me incorporé y lo seguí pajeando. Él me levantó la remera y me empezó a chupar las tetillas y el ombligo. ¡Qué placer! Le pedí que me hiciera un pete como había hecho antes, pero me dijo que él no me había hecho ningún pete antes. Ahí me di cuenta que éste no era el que había estado sentado ahí antes. Era otro, era el que estaba parado en la otra sala y se la estaban mamando. Había estado tan nervioso que no le había visto bien la cara al primer tipo que se sentó a mi lado.

No me la quería chupar porque mi pija era una mezcla de leche seca, restos de servilleta y saliva de otro tipo. Lo entendí: era un asco. Me dijo que me la fuera a lavar al baño y volviera. Eso hice y ahí accedió.

Para estar más cómodos nos fuimos a la esquina de la sala, que estaba más oscura. Ahí íbamos alternando mamadas, y a veces él se paraba, o me hacía parar a mí, para chupar mejor.

Tenía una alfombra de pelos enrulados en el pecho que me gustaba mucho franelear.

En un momento me dijo que me quería dar un beso, pero yo me negué. Me dijo:

  • Eso es raro: hace más de media hora que nos estamos chupando las pijas y no me querés dar un beso?

Su razonamiento era convincente, así que cedí. El guacho besaba muy bien.

La estábamos pasando de 10. Incluso me relajé y hasta conversábamos. Tenía 37 años y estaba de novio con una chica. Me gustaba que en ningún momento había trato despectivo o de sometimiento (como suele haber en los relatos que leo), sino de mucho respeto. Quiso invitarme a su casa (cosa que me dijo no solía hacer) al día siguiente, pero me negué rotundamente.

La película en la pantalla pasó a segundo plano: aunque a veces mirábamos la pantalla, ninguno de los dos prestaba atención a lo que pasaba (tampoco es que la historia fuera muy interesante...).

Seguimos así hasta que se hicieron casi las tres de la mañana y encendieron las luces porque cerraban el cine. Nos fuimos al baño y terminamos haciéndonos una paja en los mingitorios.

Salimos y caminamos una cuadra juntos. Nos saludamos y cada uno siguió por su lado. Nunca supe su nombre ni él el mío.

La ida al sauna quedó pendiente, así que a unas pocas semanas de lo del cine quise concretarla. Esta vez fui al A Full Spa, en Viamonte y Callao, que sí estaba abierto. Era una tarde de domingo (como a las 7pm) y cuando pasé la discreta puerta me encontré que había como siete personas esperando para entrar. El lugar estaba a pleno, como indica su nombre. A medida que fueron saliendo, fuimos entrando.

Pagué los 30 pesos, me dieron la toalla, la llave del casillero y las ojotas, y me fui a cambiar.

Había mucha gente y para todos los gustos. Ver a hombres caminando por ahí con nada más que una toalla en la cintura es de un morbo increíble. Lo recomiendo.

Comencé a recorrer el lugar: saunas, duchas, sala de video, cabinas y un jacuzzi en el primer piso. Lamentablemente no se escuchaban tantos gritos y gemidos como en el de la Madre Patria. Al igual que en Madrid, las cabinas era el lugar por donde más circulaba. Las personas se quedaban paradas en los angostos pasillos y el contacto físico era inevitable.

Intentando atravezar uno de estos pasillos, un tipo manoteó mi bulto y yo lo dejé hacer, para ver hasta dónde llegaba. Me empezó a franelear y le propuse ir a una cabina. En la cabina hicimos un 69. Le pedí un condón y lo penetré. Tenía el ano bastante dilatado, así que la cogida no fue gran cosa. Me pidió que le acabara en el pecho, y eso hice. Fue cosa de minutos y no hay mucho más para contar.

Seguí dando vueltas por todo el lugar y cerca de la escalera vi un oso que estaba apetecible. Cruzamos un par de miradas, pero ahí no pasó nada. Más tarde lo volví a ver: estaba en el jacuzzi. Me acosté a esperar en una de las reposeras al costado y cuando una de las cuatro personas que estaba adentro salió, aproveché para ocupar el lugar.

Lo tenía justo frente a mí y decidí desinhibirme e ir al grano: estiré la pierna y le empecé a masajear las bolas mientras nos mirábamos. Al rato estaba a su lado, haciéndonos petes y dándonos besos. Como el espectáculo público no es lo mío le dije de ir a una cabina.

En la cabina pasó lo mejor de la noche: nos chupamos hasta gastarnos. Me dijo que se llamaba Claudio, tenía cuarenta años, barba y pelo hasta en la espalda. Era difícil encontrarle las tetillas entre tanto pelo que tenía en el pecho. Supongo que yo también le atraía a él, porque sino no hubiéramos estado una hora o más ahí adentro. Hicimos un 69 increíble y nos chupamos todo: orejas, bocas, tetillas, panzas, ombligos, penes y bolas. Me lamió atrás de los huevos, cosa que me enloqueció, y me hizo mi primer beso negro.

Yo estaba tan caliente que le hubiera entregado mi virgen culo, pero no quiso. Tampoco quiso que yo lo penetrara. Terminamos pajeándonos uno en el pecho del otro.

Después de eso se tuvo que ir. Yo seguí explorando y mientras estaba parado mirando la película porno en la sala, un sesentón que estaba sentado en una reposera al lado mío, metió mano por abajo de mi toalla y me la empezó a masajear y a chupar. Nos fuimos a una cabina y tuvimos un rato de sexo oral, pero no pasó de eso. Sin lugar a dudas, Claudio fue lo mejor de la noche.

Luego de cuatro o cinco horas me fui.

El tiempo pasó y otra vez ciertas cosas comenzaron a dar vueltas en mi cabeza: todavía había algo que me faltaba hacer.

Volví al mismo sauna, otro domingo, a la misma hora. Nuevamente estaba lleno.

Esta vez estaba más desinhibido y mis encuentros fueron mucho más numerosos, aunque al principio sólo de chupadas y 69s, con tipos de distintas edades y tamaños (eso incluye el pene).

El ambiente de ese día parecía ser ideal para los mirones: muchos no trababan sus cabinas y los espectáculos eran seguidos por muchos ojos. Uno en particular fue bastante concurrido: un par de gringos ofrecían sus culos para ser penetrados y varios hombres hacían fila esperando su turno. Otros tantos nos entreteníamos mirando, desde la puerta, desde un costado o desde arriba (porque en la escalera hay un hueco que permite ver lo todo lo que pasa en la primera cabina).

También descubrí un pasillo y un rincón oscuros donde aflojándome un poco la toalla siempre encontraba a alguien que hiciera una placentera mamada o una paja, y donde uno también podía meter la mano entre las toallas ajenas.

Como había ido el mismo día y a la misma hora que la vez anterior esperaba encontrarlo a Claudio, pero a pesar de que lo busqué bastante, no estaba. Y tampoco encontré a ningún oso parecido a él.

Lo que me había llevado a volver al sauna era que todavía no había sido penetrado, y quería probar eso. A un tipo con el que estuve un rato en una cabina y con el que tomé confianza, se lo propuse y accedió gustoso. Después de preparar el terreno con su lengua y sus dedos, se puso un condón y la metió.

Al principio dolió y le dije que la sacara. Volvió a intentar nuevamente y el dolor se había ido... Entró en ritmo y caí en cuenta que estaba siendo penetrado por un hombre. Pero contrario a lo que me había imaginado, no lo estaba disfrutando como había leído en los relatos de otros debutantes. No me estaba doliendo, pero tampoco estaba sintiendo placer. Quizás no la tenía lo suficientemente grande o gruesa.

Sin embargo, cuando acabó en mi pecho su espesa leche, seguimos con los chupones y besos hasta que nos encendieron las luces, indicando que el sauna estaba por cerrar.

Finalmente llegué a la conclusión que eso, el sexo oral, es lo que más me gustó con hombres y que rescato de todas estas experiencias en las/los saunas.

Se los recomiendo.

Saludos! jotajota67@gmail.com