Las zapatillas de mi suegra. Parte 2ª

Recomiendo leer la primera parte del relato para ponerse en antecedentes.

No tardé mucho en comprender el cambio de actitud de “mis” chicas. Ocurrió unas dos semanas después de la llegada de Fermina a casa.

Bueno, te comento que entre todos estos cambios se ha producido otro; que me han ascendido hace una semana, y aunque el puesto es de mayor responsabilidad, me deja algo más de tiempo libre. Y por esa razón comencé a llegar antes a casa.

Aparqué el coche en el garaje y cuando me estaba bajando escuché unos ruidos que provenían del piso superior. No identifiqué que eran, aunque no me alarmaron y no le di importancia. Como te he comentado, no estoy acostumbrado a estar a esa hora en mi casa y no conozco todos los ruidos típicos de esa hora diurna ni del vecindario.

Según subía del garaje a la primera planta los ruidos eran cada vez más nítidos, pero me olvidé de ellos cuando vi a mi mujer en la cocina y vi la cara que puso cuando me vio aparecer.

Parecía que había visto a un fantasma. Me asuste un poco. No sabía identificar el porqué de esa reacción. Además, llevaba varios días rara, como ya te dije. Vi como su cara se puso roja instantáneamente. Comenzó a titubear y casi no le salían las palabras. Me acerqué a ella y la miré a la cara. Debió de ver mi preocupación porque rápidamente sonrió y me puso una vana excusa. Me dio un beso en los labios y me condujo atropelladamente al jardín. Me hizo referencia a “no sé qué” planta que se estaba marchitando. Me olvidé por completo de los extraños ruidos y estuvimos un rato en el jardín.

Justo cuando entraba en casa, vi como de la habitación de Azucena salía mi suegra Fermina. Nada más verme sonrió de oreja a oreja y vino a darme un beso.

-       Hola Carlos, ¿qué pronto has llegado hoy?.  – Mientras me decía esto y me daba el beso en la mejilla, observé como levantó su pierna derecha hacia atrás, y con dos dedos de su mano derecha metió la parte trasera de la zapatilla ( que estaba doblada ) en el talón del pie.

-       Hola Fermina, ¿qué tal el día?

-       Pues mira hijo, aquí con la pequeña Azucena zanjando un pequeño problema doméstico.

-       Hola Azu¡¡¡¡. – dije levantando la voz hacia la habitación para que me oyera.

Me extraño no oír contestación alguna, ya que es una joven muy cariñosa. Fermina debió ver mi extrañeza en el rostro porque me contestó:

-       Déjala Carlos, no creo que ahora tenga muchas ganas de hablar. Y menos después de que la haya cantado las cuarenta…

Rápidamente llegó mi mujer por detrás y con otra excusa que no recuerdo, me aparto del pasillo y de la atención de mi suegra. Aunque acerté como relataba Fermina algo así como “niñas mal criadas…” y no sé qué de “disciplina…”

Acompañé a mi esposa Rosa a comprar, ya que insistió en que así lo hiciera. Por el camino hablamos de varias cosas cotidianas, pero me volvió a la mente  Fermina saliendo de la habitación de Azucena. No era normal que Azu estuviera en casa, ya que debería estar en las prácticas que cursaba.

-       Es que tuvo que venirse antes porque se encontraba mal. – me dijo mi mujer.

-       Vaya pobre. ¿qué la ocurre?.- pregunté.

-       Nada grave.

-       Como vi salir a tu madre la habitación y dijo no sé qué de “zanjar un problema doméstico” supuse que había sido alguna riña o así.

-       Bueno ya sabes que mi madre tiene mucho genio y de cualquier cosa hace un “mundo”…

-       Ya me contabas que de pequeñas alguna vez os calentado el culo ¿Mira que si lo que estaba haciendo era darle unos azotes a Azucena? jajajajajaja– le dije inocentemente.

Casi nos salimos de la carretera debido al volantazo que dio Rosa.

-       ¿pero qué ha pasado? Casi nos salimos.

-       Perdona, perdona, no sé en qué iba pensado.

Luego más tarde recordaría que este era otro indició de lo que a mi querida mujer la rondaba por la cabeza en esos momentos. Fue oír hablar de azotes y parece que le dio un vuelco el corazón.

Llegue de comprar, me puse las zapatillas y me fui un rato a correr. Me despeja y me ayuda a estar en forma.

Cuando volví escuché desde el garaje, ya que entré por ahí, como desde la planta de arriba se escuchaban los ruidos que había oído anteriormente por la mañana, pero esta vez parecían más fuertes. Justo encima estaba la habitación de Azucena.

Según iba subiendo las escaleras el ruido vino y fue, aunque ya iba pendiente de él. Fue asomar al pasillo de la primera planta y pude comprobar cómo se trataban de una especia de chasquidos seguidos de lo que me pareció unos grititos amortiguados. De fondo oía la voz de Fermina, la cual parecía enfadada.

Iba directamente a la habitación cuando se interpuso muy nerviosa mi mujer.

-       Carlos por favor, ven conmigo al salón.

-       ¿pero qué ocurre ahí dentro Rosa?

-       Nada, nada, cosas de mi madre

-       ¿pero cómo que cosas de tu madre?

-       Si, bueno… mi madre… que está regañando a Azu … - se volvió a poner colorada y bajo la mirada al suelo.

-       ¿regañando? ¿y esos ruidos?

-       Ven anda Carlos, por favor, que te lo explico. – me cogió de la mano y me llevó al salón.

-       Carlos ya sabes que mi madre es muy tradicional. Hoy Azucena ha tenido un pequeño problema y mi madre la está regañando.

-       Pues me parece a mí que estaba haciendo algo más que regañarla. – empezaba a imaginarme lo que ocurría en esa habitación, aunque me costaba creerlo.

Yo sabía que Fermina quería a sus hijas por encima de todo, pero también sabía que tenía mucho genio. Me pareció correcto ir a mediar entre madre e hija.

-       Voy a ver qué pasa cielo, no quiero que la sangre llegue al rio.

-       Por favor, Carlos, son cosas de mi madre. No pasa nada. Déjala… ¿vale?

-       Bueno, es que pienso que puedo echar una mano…

-       Carlos joder, te he dicho que lo dejes coño¡¡¡¡

Esa reacción de mi mujer era del todo anormal. En muy contadas ocasiones la había visto hablar así a alguien, y menos a mí.

No me dio tiempo a abrir la boca cuando desde la puerta del comedor oí decir a mi suegra:

-       Vergüenza te debería dar hablar así a tu marido¡¡¡¡. Lo que dije¡¡¡ aquí hace falta mucha zapatilla¡¡¡¡

La mirada de Fermina no dejaba ningún lugar a dudas de lo enfadada que estaba.

Mi mujer se puso roja como un tomate. No acertaba a hablar. Yo la verdad que estaba perplejo con la situación. No me había sentado nada bien que me hablara así Rosa, pero de momento no había dicho nada.

-       ¿Es que yo nos he enseñado nada? ¿esa es la educación que tenéis? ¿así es como os comportáis? Qué pensarán de mi¡¡¡ dirán, “mira que educación más mala les ha  dado su madre”¡¡¡¡¡ eso no lo puedo consentir¡¡¡¡¡

Vi que la situación se ponía un tanto violenta y en ese momento me levanté y me fui hacia Fermina, la cogí del brazo y la intenté tranquilizar.

-       Fermina, déjalo. Ha sido un mal entendido. Tranquilízate que te va a dar algo.

-       ¿Qué me va a dar algo? ¿qué me va a dar algo? Claro que me va a dar algo. Yo no me he esforzado tanto en criar a mis dos hijas para que se comporten así. primero tu hermana y ahora tú¡¡¡ pero tengo la solución perfecta para vosotras¡¡¡¡

Y mientras decía esto intentaba apartarme para ir hacia mi mujer. En ese momento, la abrace y me la lleve a su habitación, dejando a mi mujer plantada en medio del salón blanca y muda como la “Afrodita de Milos”.

-       Fermina, vamos a tu habitación y me cuentas todo.

Allí Fermina me puso al corriente de las incidencias diarias.  Estaba cabreada y con razón. A Azucena le habían expulsado dos semanas de las prácticas por haberla pillado junto con otra compañera sustrayendo material. Al parecer había dado una excusa relativamente válida, pero nada puede validar el robo de material, será para lo que sea.

De todo esto sabía mi esposa Rosa, pero lo había ocultado a toda la familia.

Fermina me dijo que había castigado a Azucena, ya que su comportamiento era imperdonable. Después de escucharla y dejar que se desahogara, me dijo que la acompañara a ver a Azucena.

Cuando entré en la habitación no podía creer lo que mis ojos me estaban trasladando.

Azucena, en un rincón de la pared, de rodillas encima de una banqueta, con las manos cruzadas por detrás de la espalda sujetándose la falda y mirando hacia la pared. Tenía el culo al descubierto, ya que no llevaba bragas.

Y el culo era todo un poema, estaba muy enrojecido, incluso en algunos puntos alguna línea morada se dejaba ver.

Ahora entendía la reacción de mi mujer durante todo el día. Sabía que Fermina le estaba poniendo el culo morado a zapatillazos a la joven Azucena y no quería que yo me enterase.

Esto supuso para mí un antes y un después. En un primer momento me horrorizo lo que vi. Como era posible que Fermina hubiera dado semejante paliza a su hija. Aunque mi cuerpo dijo lo contario. Tuve una erección como nunca antes había tenido. Pasaron unos segundos y mi suegra dijo

-       ¿Crees que me gusta tener que hacer esto?

Azu no se atrevió a mover la cabeza ni un solo músculo del cuerpo, pero si contesto rápidamente:

-       No mama, no. Ya sé que no te gusta. Ni a mí tampoco, pero entiendo que debas de hacerlo. He sido irresponsable y ahora debo de pagar mis errores.

Eso sí que me dejo estupefacto. Acababa de oír a mi sobrina validar la acción de mi suegra.

-       Que sepas que esto no acaba más que comenzar. Luego más tarde volveré a terminar la tercera de las azotainas de hoy. Y que sepas que así estarás los próximos días. – dijo mi suegra con voz templada.

Yo no sabía qué hacer ni que decir, pero mi suegra parecía que sí. Ella me miro, bajo su mirada a mi paquete, que se marcaba innegablemente por la mayas que llegaba puestas (mi atuendo son mayas cortas o largas dependiendo de la época de año en que salga a correr) y volvió a mirarme.

-       Hijo, más tarde hablaremos tu y yo, pero quiero que entiendas que así he criado a mis hijas y es el mejor método. Yo sé que tú nunca has azotado a tu mujer, pero creo eso debe cambiar.

Y llevando su vista de nuevo a toda la erección que presentaba mi miembro me dijo:

-       De hecho creo que no te va a costar nada asumir tu nuevo rol. – mientras me agarraba con complicidad y con una sonrisa en la boca.

-       Azucena, tu quédate en la posición en la que estás y no te muevas hasta nueva orden. – dijo Fermina antes de salir.

-       Carlos, es el momento de hablar con tu esposa.

Y como si la providencia me hubiera dado un respiro, sonó mi teléfono móvil y me tuve que ir rápidamente al trabajo por una emergencia.

Quedé con mi suegra en hablar más tarde. Me despedí de mi esposa y la encontré un tanto angustiada. Me pidió perdón varias veces. La di un beso dulce en sus labios y la dije que más tarde solucionaríamos todo lo ocurrido.

En ese momento y sin saber por qué, le dije:

-       Creo cielo que me pasaré por el centro comercial para comprarme un par de buenas zapatillas de estar por casa, de esas que tienen un dura y consistente suela…

Rosa se me quedó mirando, vi en su cara un gestó de temor, pero en sus ojos un brillo que no supe reconocer en ese momento.

-       De acuerdo cariño, como quieras. Yo te esperaré. – Me dijo dulcemente mi mujer.

Durante el camino intenté asimilar todo lo que había ocurrido, lo que paso y lo que tendría que pasar.

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