Las vueltas que da la vida...

Con esto de la puñetera crisis, paso de profesor de instituto a chapuzas a domicilio. Si esta vuelta de tuerca no fuera suficiente, de chapuzas paso a... Mejor leen ese siguiente paso...

Me llamo Marino y os voy a contar mi pequeña historia. He leído unos cuantos relatos y veo que es costumbre por aquí presentarse físicamente, pero antes de eso es necesario que me presente en otros aspectos que son más relevantes para entender por qué mi pequeña historia tiene que encuadrarse dentro de los relatos eróticos y no en otra parte. Aunque decir eróticos sería quedarse un poco cortos. Son pornográficos con todas las letras.

Tengo 30 años. Fui profesor de instituto. Daba lengua y literatura. Estuve de interino en la Comunidad de Madrid desde los 25 hasta los 29. Hasta el año pasado, vaya. Con el dichoso tema de los recortes, las vacantes que incluso a veces me permitían dar clases un curso entero dejaron de existir. Incluso hacer sustituciones era difícil, como me pasó el curso pasado. Hubo oposiciones y las suspendí, con lo cual bajé en la lista de interinos. Así que el "hola, soy Marino, el interino" dejó de utilizarse y tuve que reciclarme.

Me considero una persona emprendedora y activa. Siempre busco soluciones y no soy de los que se ponen a llorar por los rincones. No digo que no me jodiera tener que dejar de dar clases, que era lo que me gustaba, pero lo principal era ganarme la vida, así que tiré de conocimientos y de contactos y acabé de fontanero gracias a mi habilidad con las manos (en este caso estoy hablando en plan mecánico, no erótico). Chapuzas varias, vaya. A domicilio, sin factura, lo típico en este país. Unos amigos míos de una empresa que se fue al garete hace unos meses me dieron sus contactos y no me han faltado llamadas. Para ir tirando con el alquiler me valía, aunque tuviera que estar de aquí para allá y tan pronto arreglando una tubería como poniendo una estantería. No miento si digo que odiaba mi nueva profesión.

Hasta que una mañana se puso en contacto conmigo un tipo que había sufrido un percance con el fregadero. Al abrir el grifo, el agua salía por todas partes menos por donde tenía que salir. Me dio su dirección, un piso céntrico, y me pidió que me diera prisa. En media hora estaba por allí, que a cumplidor no me gana nadie si olfateo una sustanciosa propina. En el edificio, unos vecinos que salen me dicen que entre. Mis pintas son las que tienen que ser: mono azul, espantoso, pero sufrido, ideal para no acabar con mi vestuario habitual. Subo al tercer piso (el ascensor está estropeado y yo con mi caja de herramientas, maldita sea mi estampa) y llego a la puerta C. Llamo al timbre y espero.

Se abre la puerta, pero no veo a nadie. Me asomo y entonces la veo. O lo veo: el culo más impresionante que he visto jamás. Unas nalgas espléndidas, bien carnosas, bamboleándose en aquel vestidito gaseoso de tirantes y de faldita corta. No doy crédito a aquella espalda sobre la que cae una melena rubia oscurecida y ondulada. Oigo que dice:

  • Joder, Marta, menudas horas de venir. Para un día que Luis se lleva a la niña al cole y puedo dormir.

Carraspeo y trato de deshacer el error. La mujer que me ha abierto no me ha abierto a mí, está claro, y antes de plantarme en aquella casa y dar un susto de muerte, prefiero avisar.

  • No soy Marta, soy el fontanero.

La mujer se gira, sorprendida y asustada. La veo por delante y si por detrás era una maravilla, por delante me encuentro a una diosa de máximo 40 años, con una cara preciosa, con unos pómulos dando a aquella carita un ángulo preciso, con unos labios sonrosados bien marcados, con una nariz pequeña y respingona, con unos ojos rasgados y claros espectaculares. Y estaba recién levantada, sin maquillar. Me la imagino no desgreñada y con cara de sueño y puede que sea la tía más guapa del mundo que me haya echado a la cara, sin exagerar (o bueno, qué coño, exagerando, que para gustos colores).

Aunque si tengo que ser sincero, me fijo más en otros aspectos de aquella mujer de metro setenta o por ahí que está a varios metros de mí, alejada por un amplio pasillo de por medio: el vestidito de raso (incluso desde ahí se veía la ligereza y la suavidad de aquella tela) deja ver a la perfección unas piernas largas y unas bragas minúsculas y oscuras; y de cintura para arriba un escote mínimo deja entrever un busto de vértigo.  Y digo entrever porque la tela es tan mínima que se le marcan los pezones grandes y puntiagudos. Casi puedo ver hasta su color, como me pasa con las bragas.

  • ¿Qué haces aquí? Te has equivocado de piso.

  • ¿Este no es el 3º C?

  • Sí, pero no hemos llamado a ningún fontanero.

  • ¿No tienen estropeado el fregadero?

  • ¿El fregadero? No... No estoy segura, espere un momento.

Se adelanta unos pasos (dios, de cerca es todavía más impresionante) y luego desaparece al entrar por una puerta a la derecha. Oigo con claridad cómo susura un "me cago en la puta". Asoma la cabeza y me pregunta si puedo esparar un momento fuera. Obedezco, claro.

  • ¿Cierro? - pregunto, todo modosito y educado yo, como tengo aprendido.

  • No hace falta, quiero llamar a mi marido. Es solo un segundo.

Escucho la conversación más o menos, a pesar de que la mujer se aleja. Su enfado es considerable.

  • Hay un charcazo en la cocina ¿y no se te ocurre avisarme de que has llamado a un fontanero? Pero tú eres gilipollas, ¿o qué te pasa?

Las explicaciones del marido no deben de ser muy convincentes, porque la mujer no baja el tono en ningún momento. Estoy muy incómodo en el vano de la puerta, en el rellano de la tercera planta, pensando con lentitud que debería haber entornado o cerrado la puerta. Claro que eso no es suficiente para explicar mi incomodidad, hasta que reparo en una cosa: estoy empalmado de una manera salvaje.

Puedo asegurar que para excitarme suelo necesitar algo más que la imagen de una tía. Me ha pasado bien poquitas veces. Intentando establecer una comparación con alguna mujer famosa que pueda impactarme de menera parecida, me habré excitado viendo a Scarlett Johanson, Halle Berry (con quien podía compararse mi clienta en estatura), Bar Rafaelli (en la melena, aunque la de la modelo israelí es un rubio más claro) o Kate Upton, mujeres talladas de manera parecida. Me imagino que si hubiera visto a estas mujeres tan cerca y con el atuendo con el que había visto a esta mujer, me habría parecido lo mismo. Guapas y con curvas, con una talla de sujetador bien apreciable.

El caso es que tengo la polla dura, dura. Y los pantalones estos del mono tienen una tela no muy gruesa. La erección es evidente a poco que pases la vista ahí, vaya. Aquí toca la descripción física de rigor, imagino. Tampoco tengo una herramienta descomunal de estas que suelen frecuentar tanto por estos lares. 15, 16 centímetros (según la medición y la excitación), pero bastante gruesa. No circuncidado. Y en lo que respecta al resto (si es que importa), soy moreno, mido cerca de metro ochenta y no es por alardear, pero en el instituto más de una estudiante estaba enamorada de mí. Hasta ese momento, no se me había pasado por la cabeza tener una aventura con ninguna clienta. En este caso, la más mínima figuración me producía sacudidas en los huevos. Quería no pensarlo, pero la deseaba tanto que no podía evitarlo.

No me he dado cuenta de que las voces dejan de llegarme. Hay un silencio y me temo que esta mujer no aparezca nunca más y me deje aquí sin saber qué hacer. Me equivoco: aparece por la puerta, se disculpa y, oh, decepción, se ha puesto encima de su lujurioso cuerpo una bata. Por suerte, es corta. Y sigue estando sexy. Esta mujer con qué trapo no lo estaría, claro...

  • Disculpa -repite de nuevo, cuando me indica que entre y camina delante de mí, contoneándose como una diosa-, al gilipollas de mi marido no se le ha ocurrido avisarme de lo que pasaba y de que venías...

  • No pasa nada -pronuncio con dificultad, puesto que parece que toda la sangre de mi cuerpo se ha parado en un punto preciso.

  • He quitado el agua que he podido, por eso he tardado tanto.

Por eso y porque te has tapado, maldita, pienso.

  • No te preocupes.

  • Te... dejo, ¿no?

Duda, no sabe si irse, si dejarme solo, si soy de confianza, si voy a rapiñar en la nevera o salir de la cocina a robar... Lo típico en todas las casas. Lo típico es también que se queden conmigo, incómodos, viéndome trabajar. De momento se queda de pie, cerca de la ventana, alejada de la puerta. El fregadero está a medio camino. Está cruzada de brazos.

Me inclino, miro por encima y veo que hay una tubería desplazada. Es una reparación sencilla, pero ya se sabe, hay que vender la cosa como complicada, así que emito una serie de ruidos que indican la gravedad del asunto y, sobre todo, la dificultad del arreglo.

  • ¿Es grave?

Me pregunta como si estuviera examinando a un paciente.

  • Tiene arreglo, si es a lo que te refieres.

La mujer se ríe y ya estoy completamente enamorado de ella. Completamente y suciamente, claro. Tengo las pulsaciones a mil, las fantasías incontrolables, los pensamientos atropellados. Paso de estar de cuclillas a estar de rodillas, tratando de evitar la postura más sencilla para el arreglo: tumbado boca arriba. Trato de pensar en la humedad, en el olor rancio a tubería, imagino cucarachas y ratas en los rincones del mueble que estoy observando, pero ni siquiera consigo concentrarme en la avería. Estoy con los sentidos fijos en la presencia femenina que está a escasos metros de mí.

  • Estoy recién levantada, no sé ni lo que digo...

  • Sé a qué te refieres. Yo hasta que no me he duchado el café encima y me he desayunado la ducha, no soy persona.

Otra carcajada. De refilón, miro sus piernas. Aún conserva algo del bronceado veraniego.

  • ¿Seguro que eres fontanero?

  • Marino Fuentes, señorita, fontanero a tiempo parcial, aunque tengo que reconocer que solo en los últimos meses. Pero no se preocupe, que esta confesión no quita que pueda solucionar este estropicio.

  • ¿Y qué eras antes de ser fontanero, humorista?

  • Profesor... Las gracias solamente se me escapan cuando estoy nervioso.

Me adelanto a su respuesta y en mi mente ella pronuncia "¿por qué estás nervioso?", y yo respondo: "por ti". Ella contesta: "No estés nervioso, no muerdo". Y yo replico: "pues podrías morderme". Y ella: ¿"Qué quieres que te muerda, ese pedazo de bulto?". Así que por lógica ella pronuncia otra cosa:

  • Yo me llamo Eva.

Ya entiendo por qué Adán mordió la manzana, me digo.

  • No te doy la mano porque ya he tocado esto, pero encantado, Eva.

Vuelve a reírse. ¿He dicho que la amo?

  • Oye, ¿te importa si mientras tú trabajas yo desayune? Ya sé que no queda muy bonito, pero suelo estar levantada mucho antes y estoy hambrienta...

  • Adelante. Mientras no abras el grifo y me empapes, puedes hacer lo que quieras.

Estoy a punto de decir "puedes hacerme lo que quieras".

Así que la siento alrededor, desplazándose (se ha puesto unas babuchas y hace ruido al caminar), sacando trastos de un armario, abriendo la nevera, acercándose a la encimera, pero no demasiado (mejor, así evito la tentación de asomarme), encendiendo el microondas...

  • ¿Te llevará mucho tiempo? Si terminas pronto, te invito a unas tostadas.

  • Entonces me daré más prisa, gracias.

He aprovechado que Eva no deja de moverse para situarme en la postura correcta para mover la tubería. Aunque estoy algo inclinado para evitar que mi bulto sea más delator, creo que no lo he conseguido del todo, aunque me las apaño para situarme siempre de forma que Eva no me vea.

Mientras prepara el desayuno, me pregunta cómo he acabado ahí. "¿Debajo de tu fregadero?", sigo haciéndome el gracioso. "Ha llamado tu marido sin que tú te enteraras porque estabas plácidamente dormida en la cama y aquí he venido". Más risas. Se desahoga de nuevo con su marido: "Ya la vale". Lo vuelve a insultar, noto que se va relajando.

  • Anda que a poco te abro en pelota picada...

  • A mí no me ha tocado nunca la lotería.

  • Jajaja. Anda que me negarás que con lo que llevaba no te ha tocado al menos el reintegro.

  • No me puedo quejar, la verdad. Hacía tiempo que no tenía tanta suerte.

  • ¿Tanto me has visto?

  • Incluso ahora con la bata sigo pensando que me ha tocado el gordo.

  • ¡Ay, cabrón, que me estás mirando las piernas! Ah, no, estás con la cabeza metida ahí, perdona, jajaja. Pensaba...

  • No, no, me refería a que con lo guapa que eres...

  • Ya, ya... Joder, vaya mañanita llevo. Es que estaba de lado y pensaba que...

  • No, tranquila, tranquila.

La noto tan turbada que salgo de mi agujero y veo que está detrás de mí, ahora sí que dada la vuelta, en un taburete giratorio. La bata, pese a estar cerrada, es lo suficientemente corta como para que se pueda ver mucha cantidad de muslo, incluso que se pueda llegar al pico de sus bragas.

  • He terminado - trato de justificar mi salida y de reponerme. Y después trato de mirar más arriba de donde estoy mirando, a sus preciosos ojos.

Eva tarda en levantarse del taburete. Creo que es consciente de que esa postura deja vulnerable una parte importante de ella.

  • ¿Pruebo a ver si va?

  • Venga, adelante.

  • ¿No deberías apartarte?

  • Tranquila, que confío en mi trabajo...

Voy a levantarme, cuando ella se adelanta y abre el grifo.

  • ¿No sale nada?

  • Abre más el chorro.

Lo pone al máximo.

  • Perfecto, ni gota, puedes cerrar.

Reconozco que he hecho trampa. He tardado en proncunciar que cierre y me ha dado tiempo para recrearme en la visión de sus bragas negras. Le he mirado el coño a base de bien.

  • Anda, lávate las manos y desayuna conmigo. Ahora se puede, el fontanero ha arreglado el escape.

Ahora soy yo quien ríe. Aunque río porque no se me ocurre nada mejor que hacer. Me siento en el otro taburete al lado de Eva, en la encimerita pequeña delante del fregadero. Tiene una cocina bastante amplia y lo comento.

  • Ya que Luis es un majadero, por lo menos es un majadero que gana pasta.

  • Di que sí, no le perdones.

  • No, es que a ver, porque luego has sido tú, pero si llega cualquier otro fontanero, lo mismo me...

  • ¿Viola?

  • Vale, suena muy mal, pero entiéndeme...

  • No, no, te entiendo perfectamente. Yo lo que no entiendo es cómo tu marido puede dejarte sola sabiendo que levantas pasiones.

  • A ti te levanto otra cosa -y no, no es un diálogo que yo hubiera adelantado en mi calenturienta mente.

Ya casi habíamos terminado de tomar el café y las tostadas.

  • Eva, Eva, no se mira donde no se debe... -opto por no disculparme.

  • Después del repaso que me has pegado tú, no iba a ser menos.

  • Pues entonces entiendes que esté como esté.

  • Me halaga, para qué mentirte.

Estamos en el punto crucial y lo sé. Soy demasiado metepatas y no sé cuál debe ser mi siguiente movimiento. Bueno, sé que debería besarla y no abrir la boca nada más que para eso, pero no puedo evitarlo:

  • Tu marido se merece un escarmiento...

Por suerte, no soy el único excitado. Eva toma la iniciativa y tras contestar que está de acuerdo, me besa.

No, no lo estoy imaginando. Nos besamos apasionadamente, entremezclamos nuestras lenguas, casi nos las masticamos. Ella me agarra por la nuca y yo le acaricio los brazos. Con su otra mano libre, me palpa por encima del pantalón la dureza y noto un gemido por su parte. Yo le desabrocho la bata y mis manos rodean sus senos, todavía sin creerme que esté acariciándolos, que esté con aquella mujer que me la ha levantado con solo mirarla.

Su cabeza se echa para atrás, librándose de mi beso de tuerca, tornillo y cualquier herramienta.

  • Quiero que me folles aquí, encima del fregadero.

Vuelve a besarme. No me da tiempo a decirle que encantado. Si yo creía que estaba excitado, con los besos y los magreos (me pongo las botas palpando esos pechos gloriosos, que saco de la endiablada tela de raso, son redondos, con unos pezones marrones, con grandes aureolas) y los chupetones. No puedo evitar chupar aquellos botones que me piden a gritos eso. Eva, por su parte, se las ha ingeniado para sacarme la polla del pantalón y me la soba directamente. Su mano en mi piel me provoca sacudidas de placer que tranquilamente podrían semejarse a orgasmos. Cualquier roce suyo es casi eso, un orgasmo.

  • Fóllame ya - me ruega.

Se aleja y se sube al fregadero. La faldita le deja al aire esas bragas. Las palpo por encima y están mojadas. Se lo comento con mi voz ronca y se muerde el labio, echa la cabeza hacia atrás, entregada al placer del roce en su rajita. Sigo con esas caricias de mis dedos, aunque con la otra mano preparo el terreno a otro roce más directo. Cuando alcanzo su coño directamente, gime más fuerte. Le bajo las bragas de un tirón y llevo el índice y el corazón a su clítoris.

  • Como sigas, me corro, cabronazo - me dice entre jadeos.

No tarda en cumplir su amenaza. Eva casi aúlla. Yo trato de taparle la boca, pero ella está desatada y me dice que no le importa que le oigan. No me tengo que poner ni de puntillas para poner mi rabo en la entrada de aquella cueva depilada, salvo por una línea de pelo. Su vagina es un bulto carnoso y húmedo que pide a gritos ser penetrada. Juego con mi glande por aquellos contornos, sensibilizados al máximo por su reciente orgasmo. Jadea de manera incontrolable.

  • Metémela, cabrón, metémela ya.

  • ¿Estás segura de que quieres que otra polla que no es la de tu marido se meta en tu coñito?

  • Síiiiiii.

  • Dime que quieres que el fontanero te folle.

  • Fóllame, fontanero, fóllame ya.

Le meto el glande por completo. Clap, resuena ese movimiento. Nuestros líquidos confluyen  y otro grito de Eva sale de su garganta. ¡Ahhh! Empujo mis caderas hacia ella y le introduzco la mitad de mi verga. Otro grito suyo corrobora el placer de mi clienta. Al tercer movimiento, este más brusco y seco, se la meto hasta el fondo. Ahora sí que grita fuerte.

  • Noto tu polla bien dentro, qué gorda la tienes, hijoputa.

Ya no puedo responder, necesito poseerla. Le saco casi del todo la polla y se la vuelvo a meter. Hago los mismos movimientos, dos, tres veces. Eva está entregada a mí. Quisiera seguir con este juego, pero necesito dar más velocidad al metesaca. Mientras, mis manos funcionan de manera autónoma y aplastan y soban esos pechos firmes que desafían la gravedad a pesar de su peso. Con cada embestida, vibran y me vuelve loco. Volvemos a fundirnos en un beso profundo, necesitado, salvaje. Estoy follándola con un ritmo mucho mayor. Eva grita sí, sí, sí, cada vez más rápido.

  • Me voy a correr otra vez -me anuncia.

Yo no dejo de sacar mi verga y de meterla. No existe otra cosa para mí salvo follarla. Noto que sus muslos se tensan, que su coño se aprieta, que las paredes que rodean a mi verga tiemblan.

  • Joder, me estás matando de placer... - dice cuando se recupera de su largo e intenso orgasmo. Luego me pregunta si no me voy a correr.

Le digo que aguanto bien, pero que cambiemos de postura. La empotro contra la pared y de pie, ella de espaldas a mí, intento metérsela. En esa postura no es fácil, pero ella contribuye arqueándose. Ya no está de espaldas, tiene el culo en pompa. Es carnoso, pero duro. Me vuelve loco. La penetro aún con más fuerza. Ella empieza a tocarse y se corre por tercera vez.

Cambiamos de postura. Me tumba sobre la mesa y se sube encima. Me cabalga en círculos, pero ese ritmo tan lento me produce hasta dolor y pongo mis pies sobre la tabla y cambio el ritmo con mis caderas. Vuelvo a follarla frenéticamente. Eva vuelve a correrse. Desfallece y se deja caer.

  • Tú me has mentido, eres un actor porno, hijoputa.

  • ¿Qué pasa, que tu marido se corre pronto?

  • Mi marido y los demás, cabronazo. Es el mejor polvo de toda mi vida, pero si no te corres pronto, me vas a dejar el coño en carne viva...

  • Tendrás que buscar alguna solución, aún me queda cuerda...

  • Mi hermana está por llegar, así que dime cómo puedo hacer que te corras pronto...

  • Tu culito prieto seguro que me ayuda...

  • No, no tengo aquí vaselina a mano, tardaríamos demasiado.

  • Chúpamela.

Pienso que tendrá algún reparo después de tanto fluido, pero me hace sentarme en una silla, se arrodilla y se mete la polla en su boca. La hija de puta es toda una experta mamadora. De vez en cuando cierro los ojos, pero prefiero mirar cómo disfruta de mi verga, cómo chupa con ansia y vicio. Me mira de vez en cuando y se sonríe

  • Tu marido tiene unos buenos cuernos, ¿verdad?

Se sonríe, sin sacarse mi trozo de carne de la boca. Alterna chupadas en el glande con succiones profundas, en las que intenta tragarse toda mi verga. Soba mis testículos, los chupa, me pajea a toda velocidad. Le anuncio que estoy a punto de correrme. Ella no detiene el ritmo frenético de su paja, pero entierra mi glande en sus labios y lleva su mano a su coñito. Vuelvo a avisarle y ella lo mismo. A la tercera, me corro. Un espasmo tremendo, una sacudida violenta, precede al primer estallido de semen. A la tercera descarga, me doy cuenta de que ela está corriéndose otra vez. Tengo una corrida abundante, pero Eva se empeña en no derramar ni gota. Mis alaridos finales son un tanto agónicos.

Eva se levanta. No me termino de acostumbrar a su cuerpo de diosa. Deja correr un grumo espeso de leche por la comisura y se acerca lentamente a mi boca. La beso sin dudarlo, y la excitación prevalece al asco que pueda darme el sabor fuerte de mi propio semen.

Después de respirar y recomponernos un poco, nos miramos satisfechos.

  • Esto habrá que repetirlo.

  • Ya veremos... -dice sugerente.

Me urge a que me vista y me vaya. Le pido el teléfono, pero se hace la dura. Me es todo tan raro, que creo que no estaba de broma cuando decía lo de "ya veremos".

  • Eva, te quiero seguir follando.

  • Ya te llamaré, Marino.

Y me cierra prácticamente la puerta en las narices.

Al cabo de media hora, por fortuna, suena mi móvil.

  • Le he pedido a Luis tu teléfono porque le he dicho que no has terminado de arreglar la avería, que el arreglo es provisional.

  • Menos mal, creía que no querías volver a follar conmigo.

  • Claro que quiero, pero quiero proponerte otra cosa.

Y va entonces y saca su lado calculador y me convierto en un puto y ella en mi chula.